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Materia: Historia Moderna. Cátedra: Campagne . Clase: 4. Fecha: 22 de agosto de 2013. Tema: El señorío en la Edad Moderna (4). Dictado por: Fabián Alejandro Campagne. Corregido por: Fabián Alejandro Campagne. -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.- Hoy vamos a tener la última de las clases que vamos a dedicar al señorío feudal en la Edad Moderna. Así mañana podremos empezar con el siguiente tema, que será la comunidad campesina en la Europa de los siglos XVI y XVIII. La temática que quiero tratar hoy es la de los cambios, las importantes transformaciones que experimenta el señorío feudal en Europa Occidental entre fines de la Edad Media y fines de la Edad Moderna. Yo voy a presentar este problema a partir del análisis de un estudio de caso. Lo que voy a hacer en las siguientes dos horas es seguir, con lujo de detalles, la evolución de un gigantesco señorío ubicado en la provincia occidental francesa de Normandía, la baronía de Pont St. Pierre, para comprender los cambios que experimenta entre la Crisis del Siglo XIV y la Revolución Francesa. 1

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Materia: Historia Moderna.

Cátedra: Campagne .

Clase: 4.

Fecha: 22 de agosto de 2013.

Tema: El señorío en la Edad Moderna (4).

Dictado por: Fabián Alejandro Campagne.

Corregido por: Fabián Alejandro Campagne.

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Hoy vamos a tener la última de las clases que vamos a dedicar al señorío feudal en la Edad Moderna. Así mañana podremos empezar con el siguiente tema, que será la comunidad campesina en la Europa de los siglos XVI y XVIII.

La temática que quiero tratar hoy es la de los cambios, las importantes transformaciones que experimenta el señorío feudal en Europa Occidental entre fines de la Edad Media y fines de la Edad Moderna.

Yo voy a presentar este problema a partir del análisis de un estudio de caso. Lo que voy a hacer en las siguientes dos horas es seguir, con lujo de detalles, la evolución de un gigantesco señorío ubicado en la provincia occidental francesa de Normandía, la baronía de Pont St. Pierre, para comprender los cambios que experimenta entre la Crisis del Siglo XIV y la Revolución Francesa.

Antes de avanzar tengo que hacer algunas aclaraciones respecto del uso de estudios de caso durante estas clases teóricas. La idea detrás de este recurso no es regodearse con estadísticas, cifras o nimiedades. El objetivo es simplemente ejemplificar en un tiempo y en un espacio concretos un proceso de cambio social importante. ¿Por qué hacerlo a partir de un estudio de caso? Porque por lo general la perspectiva micro habilita análisis más sutiles, más matizados, y por ello mismo más profundos. El estudio de caso le otorga siempre más encarnadura histórica a la presentación, que termina estando más cerca de la historia propiamente dicha que de la sociología histórica, que es el género al cual cabría remitir a la mayoría de las exposiciones generales (en particular a las que no construyen conocimiento a partir del análisis de fuentes primarias). Por otra parte, yo siempre tengo particular

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cuidado en la elección de los casos que pongo a consideración en estas clases. Busco siempre ejemplos que resulten lo suficientemente standard como para que las conclusiones que extraigamos a partir de ellos puedan extenderse al resto de la Europa temprano-moderna.

En síntesis, durante la exposición que estoy a punto de comenzar lo importante es que ustedes no pierdan de vista el “tema” detrás del “caso”. El tema de hoy no es, en rigor de verdad, el señorío de Pont St. Pierre, aunque por momentos lo parezca. Esta baronía será para mí la excusa para acercarnos al tema que me interesa desarrollar, que es “la fase final de la transición hacia el capitalismo agrario”, un capitalismo agrario surgido del propio proceso de auto-transformación que experimenta el campo francés entre fines del siglo XIV y fines del siglo XVIII. En pocas palabras, el árbol no debe impedirles ver el bosque. En relación con nuestra clase de hoy, el señorío de Pont St. Pierre es el “árbol”, y la transición del feudalismo al capitalismo es el “bosque”.

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Pont St. Pierre era un dominio feudal muy antiguo, arcaico, pues había sido fundado en el siglo XI. En 1408 terminó en poder de un linaje de la baja nobleza normanda, los Roncherolles, que lo conservarían durante los siguientes 350 años, es decir, durante gran parte de la Edad Moderna. Los Roncherolles protagonizaron con esta adquisición un caso espectacular de ascenso social en el Medioevo tardío. El último barón del linaje anterior había muerto sin descendencia, y fue entonces que su viuda decidió desposarse con uno de los vasallos de su difunto esposo, precisamente el jefe de esta casa menor de los Roncherolles. Fue así que, por un golpe de fortuna, el vasallo devino titular de este enorme señorío de la Francia septentrional.

Siendo como era un señorío francés grande y antiguo, vamos a hallar en Pont St. Pierre, hiper-desarrollados, todos los componentes del complejo feudal clásico que ya conocemos. Por de pronto, la baronía contenía en su seno un complejo dominical importante, compuesto por gran cantidad de tenencias campesinas dependientes, enfitéuticas. De hecho, en este señorío no existía un único censive sino ocho, distribuidos en cada una de las parroquias ubicadas dentro del dominio. En Pont St. Pierre existían, pues, centenares y centenares de tenencias bajo dominio dividido que todos los años pagaban a su titular cargas perpetuas (rentas, censos y tasas de mutación). La otra sección del complejo dominical era la reserva señorial. Era particularmente extensa, sobre todo si tenemos en cuenta las escalas antiguorregimentales: contaba con 378 ha. Pero poseía además una originalidad muy curiosa: el 90% (340 de las 378 ha.) estaba constituido por un bosque, una sección del riquísimo bosque de Longbouel, que era propiedad del barón. El otro 10% de la reserva señorial estaba conformado por 28 ha de tierra cultivable y 10 ha. de prado. Quiere decir que lo que en un señorío común hubiera constituido el grueso de la reserva (tierras para sembrar, tierras para pastorear) aquí constituía una mínima porción de la

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reserva. El hecho de que la mayor parte de la reserva estuviera cubierta por un bosque no sólo no obstaculiza el propósito que yo persigo durante la presente clase, que es mostrar la emergencia del capitalismo agrario en el campo europeo pre-industrial, sino que les aclaro que provocará el efecto contrario: el bosque permitirá visibilizar aún más los fenómenos que yo quiero que ustedes perciban.

En tercer lugar, y dado que se trataba de un señorío que hundía sus orígenes en la noche de los tiempos, el complejo dominical también incluía feudos territoriales, es decir, tierras enajenadas a vasallos nobles. Existían en total cinco feudos en Pont St. Pierre, uno de los cuales era el hogar original de los Roncherolles (por entonces en poder de una rama secundaria de la familia). El segundo feudo estaba administrado directamente por el barón, y luego existían tres más que pertenecían a linajes de la baja aristocracia de la provincia.

Hasta acá la descripción del señorío dominical dentro de la baronía. ¿Era también este dominio feudal un señorío banal? Sí, por supuesto, y extremadamente potente. El titular de la jurisdicción poseía autoridad judicial. Existían dos tribunales feudales a falta de uno. Por un lado, la corte feudal convencional; pero también funcionaba una segunda corte señorial especialmente creada para cuidar el bosque, ésto es, para sancionar a los cazadores y a los leñadores furtivos. Al frente de este segundo juzgado se hallaba un juez forestal que recibía el nombre de verdier. ¿Existían monopolios banales en la baronía? Por supuesto. El señorío contaba con el monopolio del molino. Había tres molinos harineros en la Edad Moderna. De hecho, eran los únicos que podían existir dentro de la jurisdicción. Por permitir su uso el señor cobraba un tributo específico (que terminaba en mano de uno de sus arrendatarios, pues durante la Edad Moderna los Roncherolles habían cedido a un tercero la explotación del molino a cambio del pago de un canon anual). Dos de estos artefactos eran impulsados por energía hidráulica y el tercero funcionaba gracias a la energía eólica. También detectamos en Pont St. Pierre todos los monopolios recreacionales usuales, por ejemplo, el de la cría de conejos y el de la caza. ¿Percibía el barón de Pont St. Pierre tasas de mercado? Sí, en el burgo capital, que recibía el mismo nombre de la baronía, funcionaba todos los días sábados un mercado (el barón también autorizaba el funcionamiento de dos ferias al año). Éstos eran los únicos espacios autorizados por el señor para la compraventa de mercancías dentro de la jurisdicción. El señor percibía un impuesto indirecto que gravaba todo lo que allí se compraba, que en esta provincia recibía el nombre de coutumes. Por último, digamos que el barón de Pont St. Pierre era el propietario de la sección del río Andelle que atravesaba su territorio, lo que le permitía: a) monopolizar la pesca, b) gravar con peajes las mercancías que se transportaban por el río (en particular, los troncos que descendían flotando, y el vino transportado en barcazas), y c) apropiarse de los despojos que se produjeran en el caso de naufragio (si se hundía una nave en el río Andelle, los bienes, las mercancías o el mobiliario que llegaran a la rivera se convertían automáticamente en propiedad del barón de Pont St. Pierre, dueño de aquella sección del río). Hasta acá la descripción del señorío jurisdiccional.

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Como verán, hasta ahora no he dicho casi nada nuevo, casi nada que ustedes no conocieran gracias a las clases anteriores. Lo novedoso probablemente sea lo sigue a continuación. ¿Cuál es el problema que tenemos que tratar de resolver durante la clase de hoy? Este problema se relaciona con la curiosa transformación que sufre la estructura de ingresos de este gran dominio feudal entre 1400 y 1780.

Veamos la estructura de ingresos en 1400. El 92% de los ingresos que la baronía produjo dicho año derivaban del señorío banal y de los censives, es decir, de lo que Robert Brenner llamaría “formas políticamente determinadas de propiedad”, formas de propiedad en las que lo extra-económico, lo político, la fuerza, o simplemente la amenaza del uso de la fuerza, jugaban un papel de primer orden. Podemos desglosar este 92%: los derechos de justicia aportaron un 15%; los monopolios, peajes y derechos de mercado, un 14%; las rentas enfitéuticas, un 63%.

Por el contrario, en 1400 la explotación comercial de la reserva, es decir, ingresos derivados de lo que Brenner llamaría “formas económicamente determinadas de propiedad”, es decir, aquellas en las que lo coercitivo y la presión jurídico-político directa no jugaba un rol central, sólo aportó el 8% de los ingresos generados por la baronía. Este 8% también puede desglosarse: un 4% provenía de la venta de madera en el mercado, y el restante 4% de la venta de productos agrícola-ganaderos.

Ahora bien, observen ustedes la espectacular inversión que se produce 400 años después. Veamos la estructura de ingresos de Pont St. Pierre en 1780. La inversión es total respecto de lo que observábamos para fines de la Edad Media. En 1780, los tributos feudales clásicos, es decir, las cargas perpetuas enfitéuticas sumadas a los ingresos producidos por el señorío banal (monopolios, derechos de mercado, peajes, justicia) ahora sólo eran responsables del 11% de los ingresos generados por este antiguo dominio señorial. En cuatro siglos pasamos de un 92% a un 11%. Desglosemos este 11% de 1780: la justicia produjo el 1%; los monopolios y los derechos, el 5%; la enfiteusis, el 3%. En este último rubro, pasamos ¡del 63% del año 1400, al 3% del año 1780!.

Por el contrario, en 1780 la explotación comercial de la reserva, las únicas tierras que se podían considerar propiedad del señor en el sentido moderno del término, generaron el 89% de los ingresos de Pont St. Pierre. En este caso, pasamos del 8% tardo-medieval al 89% tardo-moderno. ¿Cómo se distribuía este último porcentaje a fines del siglo XVIII? Un 50%, aproximadamente, provenía de la explotación comercial del bosque, y el otro 50% de los cánones que pagaban los arrendatarios de la sección agrícola-ganadera de la reserva.

Como ustedes pueden percibir echando una simple mirada a estas cifras, es demasiado radical el cambio experimentado por la estructura de ingresos de este dominio entre fines de la Edad Media y fines de la Edad Moderna. ¿Qué sucedió para que se produjera esta transformación? Cabe aclarar, por otra parte, que este cambio, con algunos matices, se dio

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por toda Francia, e incluso en muchas otras regiones de Europa Occidental. Este es el problema que debemos tratar de dilucidar durante la clase teórica de hoy.

Hay que comenzar diciendo que los ingresos feudales tradicionales todavía funcionan bastante bien a comienzos del siglo XVI. Circa 1520, la justicia feudal todavía genera el 12% de los ingresos de la baronía, y los ocho censives, el 43%. Su sumamos ambos rubros alcanzamos un 55%. En síntesis, hacia 1520 un poco más de la mitad de lo que producía Pont St. Pierre provenía del viejo complejo feudal. Ahora bien, fíjense el cambio que se produce en apenas medio siglo. Circa 1570, la justicia ahora produjo solo el 2% de los ingresos anuales, y el censive, el 11%. La suma de ambos nos da un 13%. En cincuenta años pasamos del 55% al 13%. Y estas no son cuestiones coyunturales. Las cifras que acabo de dar ya no se recuperan nunca más durante lo que queda de la Edad Moderna. Dije hace unos minutos que en 1780 la justicia proporcionaba el 1% anales, y ahora estoy diciendo que en 1570 proporciona el 2%. Ven ustedes que es más o menos la situación. En lo que respecta a algunos tributos feudales tradicionales, hacia fines del Renacimiento ingresamos en una situación de no retorno.

Estos datos nos permiten alcanzar una primera conclusión. En esta región de Normandía, al menos, lo que pulverizó los ingresos señoriales tradicionales no fue tanto la desastrosa contracción del siglo XIV cuanto la espectacular expansión del siglo XVI. La de Pont St. Pierre es una crisis señorial hija de una era de prosperidad económica.

¿Por qué caen tanto y tan rápido en Pont St. Pierre los ingresos derivados de la enfiteusis feudal a lo largo del siglo XVI? Hay dos tipos de explicaciones, una de orden económico y otra de orden administrativo. La razón económica tiene que ver con la incontrolable inflación del siglo, propia de la era de la “revolución de los precios”. Por derecho consuetudinario, en Normandía una porción muy grande -más que en cualquier otra provincia francesa- de las rentas enfitéuticas consistía en pagos fijos en dinero. Ello se relaciona con el hecho de que se trataba de una provincia próspera, rica, con salida al mar e importante lazos con los mercados internacionales, tempranamente mercantilizada, y con una amplia circulación monetaria. Por otra parte, estamos hablando de tenencias enfitéuticas nuevas, creadas por los barones de Pont St. Pierre en las décadas centrales del siglo XV, cuando ellos -como otros muchos señores en Occidente- se esforzaban por relanzar la estructura agraria tras la debacle que supuso la crisis del siglo XIV. Ahora bien, ¿cómo podía un señor normando a mediados del Quattrocento imaginar que después de 1470 iba a comenzar en Europa un período de 150 años de inflación que destruiría el valor económico de dichas rentas? En el pasado lejano, los precios de las mercancías habían continuado creciendo en el continente hasta aproximadamente 1310/1320. Para 1440 o 1450 ya habían pasado 120 años de la anterior oleada inflacionaria, por lo que ningún señor feudal de la provincia tenía manera de saber cómo se habían comportado los precios en tiempos de sus abuelos o bisabuelos. No podemos culpar, pues, a los señores normandos

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por respetar la costumbre de la provincia y fijar en dinero una porción importante de las cargas anuales enfitéuticas a mediados del siglo XV.

La otra causa por la que caen tanto y tan rápido los ingresos derivados de la enfiteusis en Pont St. Pierre durante el 1500 tiene que ver con el espeluznante caos administrativo que caracterizaba a este dominio, con el enorme descuido en el control y en la recaudación de las cargas. Para que se den una idea, el primer terrier, es decir, el primer catastro que completaron los Roncherolles, que se habían hecho cargo de la baronía en 1408, fue el de 1635: ¡tardaron más de 200 años en terminar el catastro señorial!. No se podía administrar un mega-señorío como éste sin un terrier fidedigno y actualizado, porque dicho instrumento era el who is who fronteras adentro de la baronía. El terrier explicitaba quiénes eran enfiteutas y quiénes no lo eran, dónde comenzaba una tenencia y donde terminaba la otra, qué cargas pagaban unos y otros, etc. A causa de esta desidia administrativa se daban situaciones ridículas, como la que en 1515 tuvo que enfrentar el recaudador del señorío. Para dicho año, este agente feudal anotaba en el libro de cuentas acerca de un par de tenentes: “que ellos [los tenentes] no reconocen deber la dicha renta, y no existen en los viejos rollos documentos que hagan mención de ellas”. Creo que se entiende la situación: de pronto, unos tenentes enfitéuticos niegan su condición, se dicen propietarios plenos del suelo, y se niegan a seguir pagando las cargas, y ante semejante desafío el recaudador baronial no encuentra en los archivos del castillo un documento que permita contradecirlos o iniciarles un proceso legal. En 1560 aparece una “anotación” en el libro de cuentas de la baronía que dice: “para todas estas rentas se anota nada [en francés, rien] porque el perceptor no conoce dónde están localizadas las tenencias en los antiguos rollos”. Otra situación desopilante: en los libros de cuentas figuraban una serie de tenencias bajo dominio dividido, que debían pagar cargas anuales perpetuas, pero cuya ubicación dentro de la jurisdicción resultaba un misterio para los funcionarios señoriales.

En rigor de verdad fue la combinación de los dos factores, la inflación y el desorden administrativo, la que resultó letal para los ingresos derivados de la enfiteusis en este dominio feudal. Porque al perder las rentas enfitéuticas toda importancia económica real, resultaba anti-económico recurrir a la vía judicial para reclamar los pagos atrasados. La justicia era onerosa en el Antiguo Régimen. Y muchas de estas fincas enfitéuticas rebeldes eran explotaciones paupérrimas y marginales. Por lo tanto, los ingresos que el barón de Pont St. Pierre hubiera podido recuperar en caso de ganar el pleito jamás hubieran compensado el costo de litigación, que era muy alto.

Por otro lado, ¿por qué caen de manera tan pronunciada y tan rápida, durante el siglo XVI, los ingresos derivados de la justicia señorial? Acá la causa era más eminentemente política, y tiene que ver con las limitaciones, exigencias y controles que el estado absolutista le fue poniendo a la justicia privada. Por ejemplo, los mayores estándares de calidad y de formación que el estado moderno exigía para la conformación de los tribunales feudales implicaba una suba de los costos operativos que tenía que ser cubierta por el titular de la

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jurisdicción. Desde fines del siglo XV las monarquías exigen que los tribunales feudales estén integrados por jueces profesionales. Pues bien, ese know how había que pagarlo. La corona ya no quería que la justicia feudal fuera tarea de aficionados o legos. El costo de dicha transformación debían asumirlo los potentados feudales.

También el derecho de apelar las sentencias dictada por los jueces del barón ante el tribunal de alzada de la provincia, el Parlamento de Rouen, suponía un drenaje de beneficios importante para Pont St. Pierre. Voy a dar un ejemplo extremadamente contundente. Fíjense lo que sucede en 1574. El juez de la baronía ordenó el arresto como sospechosa de homicidio de una campesina, Robinette du Bois. La mujer negó los cargos, y entonces el juez decidió interrogarla bajo tormento. Robinette apeló ante el Parlamento de Rouen la decisión del magistrado de someterla a una segunda encuesta por medio de la tortura, con el argumento de que estaba embarazada. A partir de allí comenzaron a crecer los gastos que debía cubrir la baronía. Hubo que pagar 10 chelines al oficial del Parlamento sólo por aceptar los documentos del caso; 45 chelines para tres comadronas ruanesas que son las que debieron comprobar si la mujer estaba embarazada o no; 116 chelines al consejero del Parlamento que presentó el caso ante el tribunal; 58 chelines a los sargentos que trasladaron a Robinette a Rouen (era una sospechosa de homicidio, por lo que no podía trasladarse por sus propios medios de un punto a otro de la provincia); 19 libras con 10 chelines a los abogados intervinientes que patrocinaron al señor; y finalmente 13 libras con 18 chelines en concepto del costo de la estadía de Robinette en Rouen, para pagar la custodia de regreso al señorío, y para comprar una copia de la sentencia del Parlamento (que paradójicamente daba la razón a los funcionarios señoriales: Robinette no estaba embarazada, por lo que podía ser interrogada bajo tormento). En total, esta fase de apelación de un solo caso criminal, uno de los muchos que tuvo que tratar la justicia baronial aquel año, consumió cerca del 50% de los ingresos que en 1574/1575 generó la justicia privada dentro del señorío. Tres apelaciones como la de Robinette, y la justicia penal ya daba pérdidas en Pont St. Pierre.

Sólo hay dos tributos feudales clásicos que funcionan bien durante el siglo XVI: los derechos de mercado y la banalidad del molino. Por caso, el canon anual que el señor percibía por arrendar la explotación de los tres molinos banales pasa de 120 libras en 1526 a 320 libras en 1564. Casi se triplica. ¿Por qué resisten estos dos derechos feudales mucho mejor que los demás durante el Renacimiento? Porque acompañaban muy bien la evolución de la economía real: lejos de perjudicarse, se benefician con la suba de precios crónica y la explosión demográfica que eran dos de los rasgos distintivos de la expansión económica del largo siglo XVI. Si más población había dentro de la baronía, más gente iba al molino para transformar su grano en harina. Si cada vez vivía más gente dentro de Pont St. Pierre, cada vez más personas irían al mercado de los días sábados a comprar y vender. Y si las mercancías subían de precio todos los años, más ingresos recibiría el señor en concepto de impuestos directos.

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Bien, hasta acá el análisis de los ingresos señoriales derivados de las formas políticamente determinadas de propiedad, es decir, de los censives y del señorío banal. ¿Qué sucede durante el siglo XVI con los ingresos generados por la reserva, es decir, por las formas económicamente determinadas de propiedad? Como ustedes recordarán, la reserva en este señorío estaba conformada mayoritariamente por un enorme bosque, al que se sumaba una pequeña sección no forestal (prados y tierras cultivables). Comencemos por analizar el uso dado a la foresta en nuestro período.

La venta de madera no produce ingresos importantes para el señor durante el siglo XV. Si algún tipo de ingresos generaba era gracias a las multas que la justicia feudal imponía a los cazadores ilegales y a los leñadores furtivos, o gracias a la venta de derechos de pastoreo (existían pequeñas comunidades campesinas instaladas a la vera del bosque, que le compraban al señor derechos de pastoreo para poder introducir una parte de sus rebaños en bosque para que se alimentasen). Durante el siglo XV ninguna tala anual, en general para autoconsumo, afectó más de un 3% de la superficie del bosque, lo que permitía al menos 20 años de crecimiento entre tala y tala en las diferentes secciones. En términos económicos el bosque era, pues, un recurso desperdiciado.

Pero la situación comenzó a cambiar dramáticamente desde comienzos del siglo XVI. Ya la tala del año 1515/1516 es ya cuatro veces mayor que cualquier tala anual del siglo anterior. Y a medida que avanzamos en la centuria, la importancia de la explotación de la madera crece en forma notable. En 1560-1574, la venta de madera en el mercado le generaba al señor un ingreso anual promedio de 3500 libras. Esta cifra no nos dice nada sin un punto de referencia que nos permita determinar si se trataba de un monto elevado o bajo. Pues bien, tenemos un punto de referencia apropiado. Hace unos minutos dije como al pasar que el canon anual que por la misma época los arrendatarios de los tres molinos banales pagaban al señor era de 320 libras. ¿Qué conclusiones podemos sacar? Pues que el tributo feudal que mejor funcionaba a fines del siglo XVI generaba 10 veces menos riqueza que la explotación comercial de la reserva. Ello explica por qué, durante la segunda mitad del siglo XVI, el bosque Longbouel se vio sometido a un inclemente proceso de devastación. Para 1600, en ciertas áreas de la foresta los árboles más antiguos tenían apenas 9 años. El fenómeno se explica por el incesante incremento de la demanda de madera por parte de una economía en expansión como la del siglo XVI. La civilización del Renacimiento era una civilización de la madera. Todo estaba hecho de madera. Las ciudades, incluso las grandes capitales, eran de madera. A excepción de algunos pocos edificios religiosos, gubernamentales o residenciales, el resto de las viviendas no estaban construidas con piedra o materiales equivalentes. Esta enorme demanda de madera explica por qué el precio de este material se multiplicó por 7 entre 1560 y 1570, y volvió a triplicarse en las décadas finales de la centuria. Debemos recordar también que cerca de Pont St. Pierre se encontraban dos grandes metrópolis antiguorregimentales, Rouen y París, insaciables devoradoras de

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madera. Súmenle a este dato que Normandía estaba atravesada por cursos de agua y ríos que eran una vía de transporte natural, rápida y barata para los troncos. Todos estos factores van explicando el boom forestal que experimenta este señorío normando en la segunda mitad del siglo XVI. La madera era una suerte de oro marrón a fines del Cinquecento, y Pont St. Pierre supo aprovecharlo.

Hasta acá el análisis de la reserva forestal. Pero existía también una sección no forestal de la reserva, constituida por tierra cultivable y por prados. Esta porción no boscosa de la reserva es muy importante, porque resulta clave para comprender la irrupción del capitalismo agrario en este rincón de Francia.

Durante los siglos XV y XVI esta sección no forestal de la reserva es casi inexistente en la baronía. Cubría apenas un 10% de su superficie. Todavía a comienzos del siglo XVII los señores de Pont St. Pierre continuaban reduciendo esta sección no forestal, creando a partir de ella nuevas tenencias enfitéuticas, es decir, enajenando a perpetuidad dominios útiles a cambio del pago de cargas anuales. Pero lo que más llama la atención es la configuración de estos tributos perpetuos. En 1613, por caso, tiene lugar una importante cesión de tierras, en el contexto de la cual el señor fija el 100% de las pagos anuales en dinero. En términos económicos, una decisión con tales características resultaba suicida. ¿Cómo podía un señor feudal, tras 150 años de inflación, aceptar pagos fijos en dinero como contraprestación por la cesión del derecho de usufructo de la tierra, tributos que ninguno de sus sucesores al frente de la baronía estaría en condiciones de modificar unilateralmente? Está claro que la explicación de este fenómeno no es económica. Para comienzos del siglo XVII los barones de Pont St. Pierre tienen ya muy claro que los censives habían dejado de funcionar como una fuente de riqueza material. Los Roncherolles obtenían ingresos por otras vías a comienzos del siglo XVII: por un lado, a partir de la explotación comercial de la reserva de su principal dominio; por el otro, gracias a un fenómeno en el cual no voy a detenerme demasiado, porque no guarda relación directa con la historia de los señoríos, aunque sí con la denominada tesis Anderson: me refiero a los ingresos que los barones de Pont St. Pierre obtenían gracias a los cargos, oficios, puestos en la corte, o simples emolumentos y pensiones que les concedía la corona (la célebre redistribución entre los nobles del excedente campesino que el estado absolutista se apropiaba por medio del impuesto estatal o renta feudal centralizada). Para comienzos del XVII los ingresos anuales que los Roncherolles obtenían gracias a estas dádivas de la monarquía eventualmente equiparaban los ingresos que la baronía de Pont St. Pierre producía cada temporada. Ahora bien, si los barones de Pont St. Pierre ya no necesitaban el censive como fuente de ingresos, ¿por qué no lo suprimían? Porque lo necesitaban por otros motivos: para fabricar vasallos. En la Edad Moderna un señor feudal era más importante que otro no sólo por la antigüedad de su linaje, por la inmensidad de su patrimonio fundiario, o por la magnificencia de su consumo suntuario, sino también por el tamaño de su séquito, por la cantidad de sus vasallos. Y una manera rápida de crear vasallos era estableciendo nuevos enfiteutas dentro de su

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jurisdicción. Es por ello que en 1613 los Roncherolles fijaron el 100% de las cargas anuales en dinero. Con aquella cesión de tierras no buscaban un ingreso monetario sino incrementar el número de sus dependientes, su base clientelar.

Bien, la actitud de los barones respecto de la sección no forestal de la reserva señorial recién comenzará a cambiar a partir de principios del siglo XVIII. En 1715, tras siglos de indiferencia, los Roncherolles volvieron a comprar tierra en gran cantidad dentro de la jurisdicción, para sumarla a la sección no forestal de la reserva. Con esta porción incrementada de la porción de la reserva no ocupada por el bosque, los señores organizaron dos grandes granjas, entregando su administración a sendos arrendatarios por medio de contratos de corto plazo. Se trataba de decisión política revolucionaria por parte de estos potentados feudales. Lo que estaban haciendo era introducir por la puerta principal de Pont St. Pierre a los grandes arrendatarios o gallos de aldea, agentes claves en el avance del capitalismo agrario en Occidente. Con su decisión, los titulares de este dominio feudal estaban instalando dentro de su jurisdicción a dos potenciales perceptores de renta capitalista del suelo, una renta en cuyo cálculo intervenía ya no solamente el costo de la tierra (el canon de arrendamiento), sino también el costo del trabajo (la masa salarial de los peones rurales), pero además la inversión de capital fijo (por razones que no tengo tiempo de desarrollar ahora, esta última siempre fue la pata más floja del trípode en el campo francés pre-industrial). También el prado señorial, que era exiguo a principios de la Edad Moderna, triplicó su tamaño durante el XVIII.

El siglo XVIII asiste también a la emergencia de una nueva generación de Roncherolles, mucho menos paternalista en su trato con los campesinos que las generaciones anteriores. ¿Se acuerdan que la última clase yo aludí a la ruptura del idilio entre campesinos y señores que se percibe durante el Siglo de las Luces? Acá tienen un ejemplo palmario. Fíjense por ejemplo la nota que el barón de aquel momento, Michel de Roncherolles, envía en 1759 a sus vasallos de la aldea de San Nicolás. Cito: “Tengo la intención de poner fin a las libertades que mis ancestros os han permitido para apacentar vuestros animales en una parte de mi prado situado en el valle. Deseando dedicar este prado para mi propio usufructo, tengo la intención de poner fin al aprovechamiento que vosotros venís disfrutando. Y dado que la bondad y tolerancia de mis ancestros es la única fuente de este aprovechamiento, reclamo mi derecho a prohibiros el acceso desde hoy en adelante”. Durante siglos los campesinos de esta aldea habían ingresado en aquella sección del prado señorial, con la benevolente y tácita anuencia de los señores. De un momento a otro, sin embargo, el barón, imbuido por los ideales fisiocráticos del momento, decidió cortar abruptamente el atávico beneficio. Los campesinos trataron de resistir judicialmente. Se asesoraron, pero pronto comprendieron que no tenía ningún sentido litigar. La razón estaba claramente de parte del señor. Aquellas eran tierras de su reserva, y por lo tanto podía prohibirles el ingreso si lo deseaba. ¡Qué diferencia entre este Barón de Roncherolles, que impide a sus campesinos ingresar en su reserva, y aquellos otros señores que veíamos

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durante la clase del viernes pasado, participando del folklore campesino y defendiendo la cultura local frente a los embates del estado y de la Iglesia moderna!

Esta nueva tendencia al incremento de la sección no forestal de la reserva se vio potenciada cuando los Roncherolles tuvieron que vender la baronía en 1767. Tras un breve interregno, el dominio fue comprado por un tal Antoine Caillot de Cauqueraumont, uno de los máximos exponentes de la nobleza de toga, de la noblesse de robe de Normandía. Era, de hecho, miembro del Parlamento de Rouen. Sociológicamente hablando, la noblesse de robe era un fenómeno típicamente francés. Prácticamente no tiene equivalentes en el resto de Europa. Se trataba de un funcionariado ennoblecido, burócratas que habían comprado sus cargos (cargos que ennoblecían), y que en tanto propietarios patrimoniales de los mismos los transferían a sus hijos por vía hereditaria. Se trataba de una nobleza con una mentalidad proto-burguesa, diferente de la visión del mundo de la nobleza tradicional, llamada nobleza de sangre o de espada.

Pues bien, Antoine Caillot, tras adquirir la baronía, continuó con las grandes compras de tierras. Así pudo llevar el prado de 30 a 40 ha. Para 1789, la sección no forestal de la reserva ya no contaba sólo con dos grandes granjas sino con seis, seis grandes impulsores del capitalismo agrario en el área, seis potenciales receptores de renta capitalista del suelo.

No conforme con maximizar los ingresos de la reserva, Antoine Caillot comenzó también a mirar con detenimiento el complejo feudal tradicional, con la esperanza de extraer algún tipo de beneficio material de aquel olvidado componente de la vieja baronía. Ordenó en 1780 concluir el terrier que los Roncherolles -siempre muy lentos en estas cuestiones- habían comenzado en 1740. Antoine Caillot necesitaba un catastro fidedigno porque quería que sus funcionarios volvieran a percibir las tasas de mutación enfitéuticas. Y además tenía intención de ejercer el retraite feodal, un derecho que tenían los señores feudales en Normandía. El laudemio era un tributo enfitéutico oneroso, pero que no tenía carácter anual sino que se pagaba cuando la tenencia cambiaba de mano. Era, sin embargo, un tributo feudal que tenía importancia económica, pues no se veía afectado por la inflación (consistía en un porcentaje fijo del precio de venta de la tierra). Ahora bien, para poder cobrar las tasas de mutación había que tener en claro quiénes eran enfiteutas y quiénes no en la baronía. Y para ello se necesitaba el terrier. En cuanto el retraite feodal, se trataba de un privilegio señorial que tenía las siguientes características: cuando un enfiteuta sacaba a la venta su dominio útil, si el señor local emparejaba el mejor precio de compra ofrecido por un particular, el tenente estaba obligado a venderle a él su dominio útil. El señor podía entonces sumar al dominio directo que ya poseía el dominio útil que acaba de adquirir, y sumar dicha tierra a la reserva señorial.

Sin embargo, esta suerte de retorno al feudalismo -un claro ejemplo de lo que ha dado en llamarse “la refeudalización del Siglo de las Luces- llegó demasiado tarde para producir efectos observables. Para cuando estalle la Revolución, resultará muy claro que el 90% de

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los ingresos que la baronía de Pont St. Pierre producía cada año provenían de la explotación comercial de la reserva, de formas económicamente determinadas de propiedad, es decir, de la venta de la madera en el mercado y de los cánones anuales que pagaban los seis grandes arrendatarios instalados en la reserva. Solo el 10% de los ingresos anuales provenían del decadente complejo feudal, del “feudalismo de manual” como lo llamo yo.

Este dato resulta extremadamente significativo, porque implica que cuando la Revolución Francesa suprima el señorío banal en 1789, y cuando haga lo propio con el señorío dominical (el régimen enfitéutico) en 1789, con esas dos medidas estará afectando solamente cerca del 10% de los ingresos de señoríos como el de Pont St. Pierre, que existían por miles en toda Francia. Ninguna de estas dos “aboliciones” afectará a las reservas de los antiguos señoríos feudales, que eran las únicas tierras que el señor podía considerar como propias dentro de las extinguidas jurisdicciones. Por supuesto que la Revolución terminó apoderándose de todos modos de las reservas de muchos antiguos señoríos por otra vía, por medio de las confiscaciones que sufrieron los nobles que migraron, los que se pasaron a la contrarrevolución o simplemente aquellos de quienes se sospechaba que lo habían hecho. Pero no en ningún caso la Revolución ordenó la expropiación en masa de la propiedad territorial de los antiguos señores. Muchos antiguos nobles lograron sobrevivir a las turbulencias revolucionarias y alcanzaron el siglo XIX transformados en importantes terratenientes. Fue la Revolución la que los convirtió de señores feudales en latifundistas, porque ninguna de las medidas anti-feudales afectaba las reservas de los viejos dominios.

Fíjense también en otra cuestión importante: la transformación de la baronía de Pont St. Pierre de aquello que era a fines del siglo XIV (un gran dominio feudal) en aquello otro en que se convertirá a fines del siglo XVIII (un gran latifundio explotado según la lógica del capitalismo agrario) se había consumado mucho antes de 1789. No fue un producto de la Revolución. Había comenzado a producirse durante el siglo XVI, gracias a la intensificación de la explotación comercial de la sección forestal de la reserva. Y terminó de completarse durante el XVIII, gracias a la creación de un gran dominio cerealero en la sección no forestal de ese mismo espacio .

No estoy sugiriendo que la Revolución no realizó ningún aporte a la consolidación del capitalismo agrario. Por el contrario, fue la Revolución la que transformó a la mayoría de los arrendatarios de las reservas señoriales en propietarios plenos del suelo que explotaban. ¿De qué manera? Con las reservas que se expropiaron a los nobles considerados enemigos del nuevo régimen revolucionario o con las que se obtuvieron gracias a la desamortización de las propiedades eclesiásticas, se creo el fondo de los denominados “bienes nacionales”, miles y miles de hectáreas que fueron sacadas a la venta al mejor postor en los primeros años de la Revolución. Se ofrecían en grandes bloques, y por ello los únicos que pudieron comprarlos fueron los antiguos arrendatarios de las señores feudales, que gracias a esta medida continuaron muchas veces cultivando las mismas tierras de siempre, sólo que ahora

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transformados en dueños plenos del suelo en lugar de trabajarlas como simples inquilinos (como habían hecho durante siglos). Como ven, no es un aporte menor el que hace la Revolución. Pero también resulta evidente que las principales modificaciones estructurales del sistema productivo habían comenzado y concluido mucho antes de mayo de 1789.

Yo me pregunto entonces ¿dónde había quedado el feudalismo en el campo francés a fines del siglo XVIII? ¿Qué se había hecho de él? ¿En dónde se había refugiado? Si nos ponemos a buscarlo, es probable que para 1770 o 1780 lo encontremos mucho más en los aspectos superestructurales del sistema que en los estructurales: en los títulos de nobleza que ostentaban la mayoría de los señores, en el tratamiento honorífico que recibían, en el escudo de armas que adornaba la fachada de sus residencias, en la veleta que coronaba las torretas de los castillos, en el monopolio de la caza y de la pesca, en los palomares y en las conejeras, en los estanques artificiales, en los derechos bizarros y curiosos, en la justicia feudal, en las tasas de mercado, y en no muchos lugares más. Para 1780, en gran parte del campo francés el feudalismo era poco más que una cáscara vacía.

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Bueno, ya sabemos que las fuentes a partir de las cuales obtenían sus ingresos los titulares de Pont St. Pierre a fines del siglo XVIII eran muy distintas de aquellas otras de las cuales extraían sus ingresos los señores tardo-medievales. Pero lo que no sabemos aún es si los ingresos que la baronía producía a fines de la Edad Moderna era iguales, mayores o menores a los que producía a fines de la Edad Media. En otras palabras, ¿cuán costosa fue la transición de este dominio hacia su forma capitalista? El problema que tenemos que tratar de resolver ahora es el de los ingresos reales de la baronía durante nuestro período.

Siempre resulta muy difícil medir los ingresos reales de cualquier emprendimiento productivo agrario en el universo industrial. Es mucho más sencillo medir los ingresos nominales. Yo podría decirles, por ejemplo, que los ingresos nominales de Pont St. Pierre hacia 1650 eran trece veces más elevados que los de 1398. ¿Pero de qué me sirve esta cifra, si entre uno y otro punto de comparación se encuentra un periodo inflacionario de 150 años de duración? Para medir ingresos reales necesito puntos de referencia, y éstos no siempre resultan fáciles de conseguir .

Pues bien, un historiador norteamericano, Jonathan Dewald, que es quien más ha estudiado este rincón de Normandía y en particular este señorío, al que le ha dedicado un libro completo, propone un método para reconstruir los ingresos reales de la baronía. El procedimiento es imperfecto, a mi entender, porque descansa demasiado en un factor como son los precios de mercado, lo cual genera distorsiones estadísticas. Pero también es cierto que no existen muchas otras alternativas metodológicas a las que él propone.

Lo que Jonathan Dewald sugiere es convertir los ingresos nominales que produce la baronía en un año determinado en alguna medida de valor real. Él elige dos, el precio del trigo y el

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precio de las aves de corral. Aclaro que estamos hablando de carne blanca de elevada calidad y valor, es decir, de un objeto propio del consumo suntuario señorial, codornices, faisanes, perdices, u otras aves silvestres o de criadero para abastecer la mesa de un gran potentado rural. Lo que Dewald propone, entonces, es tomar los ingresos nominales de cualquier año, por caso 1508, 1633 o 1745, y preguntarnos qué cantidad de trigo o aves de corral podían adquirir los barones si hubieran deseado dedicar la totalidad de dichos ingresos a la compra de estas mercancías.

Comencemos con el test de las aves de corral. Lo que descubrimos es que, para la primera década del siglo XVI, con sus ingresos anuales totales el barón podía comprar ya un 75% de las aves de corral que hubiera podido adquirir hacia 1398. Para 1570 la situación ha mejorado notablemente: por entonces podía comprar un 75% más de aves de corral que a fines de la Edad Media. Y para 1780 ya podía comprar un 300% más de carne blanca que en la última década del siglo XIV. Desde esta perspectiva, parece claro que la baronía había podido ya superar las consecuencias de la profunda crisis tardo-medieval para mediados del siglo XVI.

Ahora bien, existe una dificultad seria con este primer test. No sirve para responder la pregunta que nosotros queremos respondernos, relacionada con la evolución de los ingresos reales del dominio. Nos permite reconstruir un fenómeno relevante, pero que no es el que no interesa en este momento: el poder de compra de bienes suntuarios que poseían los barones en diferentes momentos de la Edad Moderna. La carne, tanto la roja como la blanca, era de los pocos productos de los que la baronía no se autoabastecía, una de las pocas mercancías que el barón compraba en grandes cantidades en el mercado. Este test, sin embargo, nada me dice nada de la capacidad de estos señores de apoderarse del principal producto generado por la economía agraria local, que era el trigo. No me dice nada de la capacidad de la baronía de controlar la producción de trigo. Normandía en general, y Pont St. Pierre en particular, no se especializan en la producción aves de corral: se trataba de una provincia y de un dominio cerealeros.

Hagamos entonces el otro ejercicio, y vamos a ver que los resultados son extremadamente diferentes. Yo descubro que durante todo el siglo XVI, el señor de Pont St. Pierre nunca pudo con sus ingresos totales comprar más del 55% del grano que podía comprar a fines del XIV. Hacia 1650 la situación mejora un tanto: el señor podía comprar el 66% del grano al que hubiera tenido acceso en 1398. Y si avanzamos un siglo, hacia 1750 vemos que la situación había empeorado ligeramente: la cifra estaba un tanto por debajo del 66% anterior. Sólo a partir de 1780 la baronía hubiera podido, con sus ingresos anuales totales, adquirir un volumen de trigo superior al de finales del Medioevo.

Ahora resulta claro, pues, que la transición de Pont St. Pierre hacia la modernidad fue más más lenta, costosa y difícil de que lo que imaginábamos. Sólo recién en la segunda mitad

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del XVIII, cuando el dominio se orientó claramente hacia la producción para el mercado, pudo recuperar el peso sobre la economía local que tenía a fines del siglo XIV.

Quedan expuestas también algunas de las fallas de este test propuesto por Jonathan Dewald. Permite comparar ingresos que la baronía obtenía en determinado momento contra otros que el mismo dominio conseguía en un momento diferente de su historia. Pero no permite comparar estos ingresos con el volumen total de riqueza generado por la totalidad de los productores directos cuyas fincas se encontraban dentro de la jurisdicción del señorío. En términos de precios de mercado, Pont St. Pierre se apodera de más trigo a fines de la Edad Moderna que a fines de la Edad Media. Pero ¿la producción total triguera de la totalidad de los productores de Pont St. Pierre era igual hacia 1780 que hacia 1390? Lamentablemente nunca lo sabremos, por lo que la reconstrucción del peso que la baronía tenía sobre la economía local en diferentes momentos de la Historia Moderna también resulta muy difícil de determinar.

Lo que sí tenemos en claro es que la posibilidad que Pont St. Pierre tuvo de apoderarse de más cantidad de trigo, en términos absolutos, hacia fines del siglo XVIII que hacia fines del siglo XIV, fue consecuencia de las transformaciones en el sistema productivo que hemos analizado durante la clase de hoy.

ESTUDIANTE: (INAUDIBLE)

PROFESOR: Para comprender el verdadero peso que la economía de este señorío tenía en el área, yo debería poder medir no solamente los ingresos del barón sino también la producción total de grano generado por todos los productores dentro la baronía. En la baronía estaba la reserva pero también existía gran cantidad de otros productores de grano cuyas tierras no pertenecían al señor. Si digo que a fines de la Edad Moderna el barón se apoderaba de dos toneladas de trigo, y que a fines de la Edad Media se apoderaba de una sola tonelada, mucho no me sirve el dato si no llego a saber cuantas toneladas de trigo producía la baronía en su conjunto. Porque si a fines de la Edad Media la baronía producía 50 toneladas de cereal, de las cuales el barón se quedaba con una, y a fines de la Edad Moderna el dominio producía 200 toneladas, de las cuales el titular se quedaba con dos, la recuperación que en un principio sospechábamos no sería tal. Aunque en términos absolutos los ingresos del señor habían aumentado, en términos relativos su impacto sobre la economía local había descendido. Los documentos no nos dan datos suficientes para realizar este tipo de análisis comparativo.

2° ESTUDIANTE: ¿Esta evolución se puede transpolar a los señoríos eclesiásticos?

PROFESOR: Sí, perfectamente. Los señoríos eclesiásticos tenían una única particularidad respecto de los laicos. Por lo general eran más ricos que estos últimos porque amén de los tributos feudales perciben el diezmo eclesiástico, una importante variante de la renta del

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suelo que por lo general los nobles laicos no percibían (con excepciones como la que vimos ayer, respecto del duque de Osuna en España).

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Bueno, me queda una última cuestión por analizar: el peso que la mentalidad señorial tuvo en la fase final de la transición hacia el capitalismo agrario.

Los barones de Pont St. Pierre introdujeron a los gallos de aldea en la reserva, y por ello nos sentimos autorizados a caratularlos como impulsores del capitalismo agrario en el área. Ahora bien, si no queremos quedarnos con una visión excesivamente moderna de estos señores feudales, tenemos que recordar que esta simbiosis que estamos viendo a fines del siglo XVIII, entre un feudalismo de tipo decadente y un capitalismo agrario ascendente, tenía sus límites. De ninguna manera los señores de Pont St. Pierre era empresarios schumpeterianos avant la lettre en el 1700. De hecho, el régimen señorial, a raíz de sus mismísimas características estructurales –la mentalidad, después de todo, es una estructura– no podía evitar, mientras continuó existiendo, poner severos obstáculos al pleno despliegue de las fuerzas productivas agrarias y a las estrategias de acumulación a los agentes del capitalismo agrario. Ya dijimos que a fines del XVIII el feudalismo se había refugiado en los elementos superestructurales del sistema. Podemos agregar ahora que por entonces también estaba enquistado en la mentalidad señorial, en un ethos señorial particularmente resiliente y resistente a los cambios de época.

El primer límite que la mentalidad feudal ponía a los impulsores de la modernidad agraria se relacionaba con la cuestión clave de la inversión. Las siguientes cifras resultan contundentes: durante el año agrícola 1515-1516, el señor gastó en la baronía 2882 libras, de las cuales sólo destinó 61 libras, es decir, el 2,1% de dicho gasto, al mantenimiento y conservación de un capital fijo tan básico como eran las cercas, los caminos, los puentes y los molinos. Con buena voluntad, yo podría agregar a este porcentaje un 5% que el barón gastó aquel año en la plantación de una nueva vid en la reserva. De esa forma, el gasto total en inversión fija para 1515-1516 ascendería al 7%. Pero ese mismo año, este potentado destinó un 15% del gasto total al embellecimiento del viejo castillo, y un 11% a la compra de carne roja. Es decir, dedicó un 24% del gasto al consumo suntuario, y apenas un 7% a la inversión. Resulta evidente que estos señores estaban presos de una mentalidad particular que los constreñía. De alguna manera, es como si no hubieran podido evitar destinar la mayor parte de sus ingresos al gasto improductivos. Por algo los Roncherolles se funden a mediados del siglo XVIII, y se ven obligados a desprenderse de la baronía. El problema residía en los gastos, no en los ingresos. Gastaban en forma desmedida, pródiga, y por razones que veremos durante una de las clases de la semana próxima, no podían dejar de comportarse de esa manera, porque las pautas culturales que determinaban el comportamiento público de un gran señor eran muy diferentes de las que regían la conducta de un profesional burgués. La reproducción simbólica de la nobleza en tanto grupo exigía

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un dispendio de recursos que, paradójicamente, aún cuando reforzaba el sistema de dominación incrementando el prestigio y la influencia de los aristócratas, los ponía siempre al borde de la ruina económica.

ESTUDIANTE: ¿No hay una tendencia opuesta que contrarreste esta mentalidad, como de aburguesamiento?

PROFESOR: Sí, pero este fenómeno no tendía tanto a dar en esta clase de nobleza, sino más bien en la nobleza de toga, en un personaje como en Antoine Caillot, por ejemplo. Pero en la nobleza tradicional era más difícil que se vieran comportamientos públicos por parte de la aristocracia ligados al ahorro, al ascetismo, al cuidado de los recursos escasos, etc.. Esto se va a ver en la clase que viene.

Bien, retornando al tema de la inversión, este porcentaje del 7% que acabamos de ver resultaba ridículo. Se calcula que para conservar en buen estado un molino durante el Antiguo Régimen hacía falta invertir en él cada año el 20% del producto bruto que generaba.

Para comienzo del siglo XVIII este handicap en materia de inversión ya se había vuelto peligroso: comenzaba a afectar, y mucho, a los ingresos señoriales. En 1739 el Barón de Roncherolles reconoce en una carta que hasta que no se reparara el camino que desembocaba en el burgo capital, no iba a poder percibir los derechos de mercado, porque la gente no podía llegar hasta el mercado de los días sábados.

El estado de los molinos banales era lamentable a principios del 1700, tan lamentable que ya no existían 3 sino 2 molinos, pues uno se había venido abajo por falta de reparaciones. En 1714 esta desidia provocó una tragedia, una disputa entre un agente del señor y un vasallo, que terminó con la muerte del primero. Según un testigo presencial del altercado, “algunas personas estaban diciendo que por qué se nos obliga a venir a este molino si no está en buenas condiciones, si no tiene pesas, no tiene medidas ni tiene mesas”. Por lo que el testigo entendió, claramente, que algún hombre del señor del señor estaba discutiendo con un vasallo a causa de la banalidad del molino.

Los edificios de la reserva también estaban en pésimas condiciones por entonces. En 1768, el suegro de uno de los dos arrendatarios que por entonces tenía la reserva, le escribe una carta a Antoine Caillot, quien acababa de comprar el señorío y no era responsable de nada de lo que sucedía, en la que le decía lo siguiente: “la mayoría de los edificios carecen de puertas, los pisos están casi en ruinas, la prensa para las manzanas no ha podido utilizarse este año, los dos establos están sin techo y sus cimiento se están derrumbando”. Como consecuencia, le informa el suegro del arrendatario al nuevo señor, la mayoría de la cosecha se había perdido. Caillot de Cauqueraumont, contra su voluntad, debió aceptar entonces una reducción del 40% del canon que dicho productor debía pagar aquel año en concepto de arrendamiento.

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Como ustedes pueden ver, este comportamiento de los señores está reflejando valores económicos básicos de esta clase señorial. Estaban presos de una determinada manera de ver el mundo, que en cierto sentido les impedía ver que existía una relación directa entre la inversión en capital fijo y el incremento de los ingresos señoriales.

El problema de la inversión comenzó a resolverse cuando Antoine Caillot de Cauqueraumont compró la baronía. No sólo aumentó el porcentaje de inversión anual, sino que llegó incluso a experimentar con la supresión del barbecho, es decir, con lo que se llamaba el sistema Norfolk, la rotación cuatrienal, que era el fundamento de la revolución agrícola a la inglesa. Más de vanguardia en materia agronómica no se podía ser para en el siglo XVIII.

Pero aun así, incluso durante el gobierno de Caillot, que tenía una visión más burguesa del mundo, la tensión entre la exigencia de una administración más racional y las metas extraeconómicas típicas de cualquier señor feudal continuó sin resolverse. Ello se observa en relación con la cuestión de los monopolios recreacionales. En particular dos, que Antoine Caillot defendió con todas sus fuerzas: el monopolio de la caza y la cría de conejos. Ambos privilegios feudales resultaban muy dañinos para los productores directos que habitaban en la baronía, entre los que cabe incluir a los arrendatarios de la reserva. Cuando en 1788 se redactaron en Pont St. Pierre los cahiers de doléances, los célebres cuadernos de queja que iban a presentarse en la Asamblea de los Estado Generales en mayo de 1789, en uno de ellos leemos: “varios granjeros y otros con tierras cerca del bosque se quejan de que las alimañas, conejos, siervos, y otros, dañan considerablemente sus cosechas”. Ahora bien, lo que estos campesinos no entendían era que la caza era mucho más que un problema económico o deportivo. Era un hecho social, y como tal expresaba la distancia que existía entre la nobleza y los plebeyos, las prerrogativas políticas y los privilegios sociales de la aristocracia feudal. Es por ello que Antoine Caillot, más allá de su obsesión por aumentar la producción y los ingresos de la baronía, no estaba dispuesto a perder o a resignar ninguno de los monopolios recreacionales. En tanto flamante señor feudal, en algún sentido manifestaba por entonces el típico fanatismo de los conversos.

La otra esfera en la cual la mentalidad señorial puso muchos obstáculos al desarrollo de la economía agraria se relaciona con el control de los mercados. En materia de política económica la actitud de la baronía era abiertamente intervencionista. El principal de los mercados manipulado por el poder feudal local era el granario. Los agentes del señor no sólo exigían que todas las compraventas de grano, harina o pan, debían tener lugar en los espacios autorizados, sino que además imponían precios máximos a la comercialización de estas mercancías. Esta decisión establecía un claro límite a las estrategias de acumulación de los agentes del capitalismo agrario en la región, incluidos a los arrendatarios de la reserva del señor. Hasta el final mismo del Antiguo Régimen, pues, la baronía siguió funcionando como una suerte de embajadora, de representante institucional de una manera

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prefisiocrática de entender la economía, mucha más guiada por valores éticos, morales e políticos, que por la defensa del pleno despliegue de las fuerzas del mercado.

El señor tomaba estas decisiones un poco porque compartía estos valores con gran parte de los habitantes del ámbito rural, pero también por razones prácticas, por temor a que estallaran motines del hambre en tiempos de carestía . Fíjense lo que pasa en 1735, en el marco de un conflicto entre la baronía y los principales comerciantes de grano locales. Parece que varios de estos mercaderes tenían por entonces un comportamiento claramente especulativo. El fiscal del tribunal señorial había detectado, de hecho, una serie de maniobras irregulares que denuncia ante los magistrados: durante varios sábados previos, los grandes compradores de grano al por mayor habían ingresado muy temprano al mercado y se habían llevado prácticamente la totalidad de las reservas. Cuando llegaron los compradores minoristas ya no encontraron cereal, o tuvieron que pagarlo a un precio muy elevado. Para colmo de males, uno de estos agiotistas se burló en la cara de la turba que lo increpaba, diciéndoles: “Bastardos, el sábado que viene voy a hacer que paguen el grano más caro todavía”. En consecuencia, el tribunal feudal de Pont St. Pierre dictó una ordenanza que prohibía a los comercializadores de grano ingresar al mercado de los días sábados antes de las 12:30 del mediodía, para permitir que los pequeños consumidores pudieran satisfacer sus necesidades sin sufrir ningún tipo de maniobra especulativa.

En 1738 se produce otro conflicto, pero esta vez entre la baronía y los productores de grano. El fiscal señorial de aquel entonces volvió a detectar una maniobra de mercado inusual: durante las semanas previas los principales productores de la baronía habían llevado muy poca cantidad de cereal al mercado, por lo cual el precio había comenzado a aumentar más allá de lo tolerable. Lo jueces feudales dictaron en consecuencia una norma que ordenaba a los 22 principales productores de grano de la baronía –entre los que se encontraban los dos arrendatarios de la reserva señorial– enviar la totalidad de sus reservas de grano al mercado del sábado subsiguiente. Quienes desobedecieran debían pagar a la corte feudal una fuerte multa. Y para que nadie adujera ignorancia de la norma, los jueces enviaron a un sargento señorial para que se apersonara en cada de los domicilios de estos grandes productores para comunicarles la decisión del tribunal.

ESTUDIANTE: Cuando los productores llevaban toda su producción de granos al mercado ¿no se desplomaba el precio?

PROFESOR: Claro. A eso me refiero cuando digo que el intervencionismo señorial en materia económico, hijo a su vez de una mentalidad específica, ponía obstáculos a las estrategias de acumulación de los agentes regionales del capitalismo agrario.

Lo interesante es que este episodio ocurrió al mismo tiempo que los ministros de formación fisiocrática del viejo Luís XV habían convencido al monarca para que liberara el mercado de granos a nivel nacional. Ello había sucedido en 1764. El argumento de estos consejeros era que la libertad de mercado potenciaría la producción agrícola en toda Francia. Lo que

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en realidad consiguió una decisión tan abrupta, sin anestesia, fue disparar el precio del cereal en los principales mercados urbanos, provocando con ello el estallido de la denominada Guerra de las Harinas entre abril y mayo de 1775, el motín del hambre más importante de la historia europea (para entonces hacía un año que Luis XV había muerto, y quien debió hacer frente a esta explosión de violencia fue el novato Luis XVI).

El otro mercado intervenido por el poder feudal en la baronía de Pons St. Pierre era el protoindustrial. La protoindustria aparece como actividad económica en esta baronía a comienzos del siglo XVIII. Se trataba de una industria rural a domicilio especializada en la producción de hilo de algodón. Una vez que la industria dispersa puso un pie en el señorío, comenzó a crecer de manera notable. Se estima que para 1788 la mayoría de los habitantes de los dos principales pueblos de la baronía, el burgo de Pont St. Pierre y el de La Neuville, vivían de la actividad protoindustrial.

Ahora bien, al igual que sucedía con el grano, el poder feudal local no solamente demandaba que todas las transacciones y compra-ventas de la materia prima y del producto terminado tenían que tener lugar en el mercado de los días sábados, sino que además pretendía regular los precios. Aquí el objetivo del señor no era tanto evitar que estallaran motines populares sino continuar percibiendo los derechos de mercado, para lo cual necesitaba bloquear la conformación de un mercado libre protoindustrial. Por supuesto que los conflictos entre los agentes de la industria rural y la baronía fueron constantes. En 1769 el fiscal del tribunal feudal presentó a los jueces un memorial en el cual, detrás de una retórica que aparentemente defendía la libertad del mercado, se exigían mayores controles por parte del barón. El fiscal decía que la libertad resultaba esencial para el florecimiento del comercio, y sin embargo a renglón seguido sostenía que para que dicha libertad se hiciera realidad todas las transacciones tenían que desarrollarse en el mercado de los días sábados. Pero lo interesante es el tenor del argumento que aparece al final del memorial. En este fragmento el fiscal sugiere a los jueces que debían exigir a los mercaderes protoindustriales “establecer los precios del algodón crudo (es decir, de la materia prima) y del hilado (es decir, del producto terminado) en su verdadero valor y en relación con la legítima ganancia, sin que puedan establecer precios desproporcionados, bajo pena de una multa de 50 libras”. Llama la atención ver a estos oscuros agentes feudales, en un oscuro rincón del campo francés, tratando de inmiscuirse en la estructura de costos de los empresarios de la industria rural a domicilio. Los agentes del barón estaban tratando de regular la relación costo-beneficio de la actividad. Los jueces aceptaron la sugerencia del procurador, y aprobaron una norma que incluso hicieron registrar en el Parlamento de Rouen.

Siete años después, en 1776, el mismo fiscal volvía a elevar otro informe ante los mismos magistrados, en el que se quejaba de que con sus actitudes los empresarios protoindustriales se comportaban como si fueran “los amos de los precios”. Me parece simbólica la fecha de redacción de este segundo informe: 1776 es la fecha de la creación del Virreinato del Río de

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la Plata, de la Independencia de los EE.UU, pero también de la publicación de La Riqueza de las Naciones de Adam Smith, el primer gran monumento del liberalismo temprano, libro que recomendaba políticas económicas opuestas a lo que los agentes señoriales estaban llevando adelante en Pont St. Pierre.

El poder feudal tuvo que repetir estas regulaciones relativas a la protoindustria en 1729, 1738, 1747 y 1761, y nosotros sabemos que cuando la misma norma se repite en períodos cortos de tiempo es muy probable que ello se deba a que no se la esté cumpliendo. Era una lucha cuerpo a cuerpo la que entablaban el poder feudal y la industria dispersa. En ocasiones los jueces feudales mandaban a sus sargentos a emboscar a los agentes protoindustriales de madrugada, en la afueras de sus viviendas o de sus locales, con la esperanza de descubrirlos in fraganti comerciando fuera de los espacios autorizados. El ingenio de los mercaderes para tratar de evitar el pago de las tasas de mercado no tenía límites. En una ocasión llegaron a montar un campamento de tiendas un par de kilómetros antes del burgo capital, para interceptar a los campesinos que iban al mercado y exigirles que vendieran el hilado allí mismo, evitando de esa forma el pago de las coutumes. Algunos campesinos llegaron a denunciar actos de vandalismo contra sus fardos de hilo o algodón, de los cuales resultaban sin duda responsables los servidores de los comerciantes, que con estas prácticas mafiosas avant la lettre trataban de obligarlos a evitar la comercialización en el mercado sabatino.

Con todo lo dicho hasta acá queda claro que la mentalidad feudal siguió teniendo capacidad para poner obstáculos al pleno despliegue del capitalismo agrario, pero también, como acabamos de ver, a las estrategias de acumulación de los agentes de la protoindustria, que era otra de las vías privilegiada de penetración de las relaciones sociales capitalistas en el campo, hasta el mismísimo colapso del Antiguo Régimen. Éste será otro de los grandes aportes que la Revolución hará a la consolidación del capitalismo agrario en Francia: la eliminación del señorío banal y de los comportamientos señoriales que esta vieja institución conllevaba.

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