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 2da Carta de amor: No hay sino una humareda que se levanta del cenicero, más que fumar es observar el humo que traza siluetas en la habitación con reminiscencias de pasados momentos y charlas interminables, siempre agradables al calor de un cuerpo ausente. Estoy aquí escribiéndome, vengo llegando del mercado, de caminar por una ciudad sucia donde la miseria del hombre se incrusta en las paredes de edificios que recuerdan buenas épocas, algunos indigentes se lanzan en esos pisos mugrosos tratando -me digo- de dejar correr hacia tierra tanta soledad y desasosiego. Las aceras son huecos y en los huecos hay esperanzas que nadie osa tocar, nadie ve, en pleno trópico es una sociedad en i nvierno que espera una primavera, los observo, no me inmiscuyo ni me adentro en su histori a, solo observo y en medio de la turbulencia exterior caigo en cuenta que mi corazón se encuentra henchido con la fragancia de ella, con su cuerpo q ue no he tocado ni conozco sino por su palabra. La dibujo sin forma alguna y se hace presente en las agujas de un momento su infatigable presencia, sonrío aún ante aquella realidad de ciudad ausente, sí, ausente de mi recorrido donde la sombría sociedad no consiguió por mucho que intentó encontrar un resquicio para introducirse a atormentar mi alma enamorada. ¿De quién, enamorada? -sorprendido ya no- de una mujer que no está sino en el pecho, tan en el fo ndo que ya no soy yo sino parte de ella, mejor dicho de dos hechos este uno que añora en la imagen su profundo vientre y su mirada extensa. Es Amor a lo grande me respondo, buscando hasta alguna duda que no consigo ni cuando me decido entre tomates peras o manzanos. Me gustan los manzanos, son jugosos y tiernos, buenos para la ensalada. Seguramente al estilo capresa porque hablar de mozarella solamente no tiene sentido. Ella sigue conmigo, no tiene

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2da Carta de amor:No hay sino una humareda que se levanta del cenicero, ms que fumar es observar el humo que traza siluetas en la habitacin con reminiscencias de pasados momentos y charlas interminables, siempre agradables al calor deun cuerpo ausente. Estoy aqu escribindome, vengo llegando del mercado, de caminar por una ciudad sucia donde la miseria del hombre se incrusta en las paredes de edificios que recuerdan buenas pocas, algunos indigentes se lanzan en esos pisos mugrosos tratando -me digo- de dejar correr hacia tierra tanta soledad y desasosiego. Las aceras son huecos y en los huecos hay esperanzas que nadie osa tocar, nadie ve, en pleno trpico es una sociedad en invierno que espera una primavera, los observo, no me inmiscuyo ni me adentro en su historia, solo observo y en medio de la turbulencia exterior caigo en cuenta que mi corazn se encuentra henchido con la fragancia de ella, con su cuerpo que no he tocado ni conozco sino por su palabra. La dibujo sin forma alguna y se hace presente en las agujas de un momento su infatigable presencia, sonro an ante aquella realidad de ciudad ausente, s, ausente de mi recorrido donde la sombra sociedad no consigui por mucho que intent encontrar un resquicio para introducirse a atormentar mi alma enamorada. De quin, enamorada? -sorprendido ya no- de una mujer que no est sino en el pecho, tan en el fondo que ya no soy yo sino parte de ella, mejor dicho de dos hechos este uno que aora en la imagen su profundo vientre y su mirada extensa. Es Amor a lo grande me respondo, buscando hasta alguna duda que no consigo ni cuando me decido entre tomates peras o manzanos. Me gustan los manzanos, son jugosos y tiernos, buenos para la ensalada. Seguramente al estilo capresa porque hablar de mozarella solamente no tiene sentido. Ella sigue conmigo, no tiene nombre porque es su decisin no tenerlo, los tomates no son la prioridad, porque el amor a dos es un comienzo de siglos que conocemos aunque a veces negamos. Hay incertidumbre en la distancia pero no tragedia, eso si ternura ertica, tenerla sera soar la alborada porque me da por ser romntico, y creer en la ilusin, en la fuerza de eso que no quiero deletrear pero que se hace agua salada en un bautismo de sobrada dulzura, me gusta escucharla en mi interior al lado de una copa de vino, como este Malbec que me dijo no tomar hasta hoy, hasta que mi mente se aclare... nos encanta el vino es seguro y las chimeneas, y lo cerezos en flor. La mujer que yo amo no necesita deshojar flores canta Serrat, o eran quiero y margaritas?, en las maanas sin maquillaje, despeinada, es salvajemente atractiva como una leona que se acomoda a mirar un paisaje, con su carcter recio que no permite sino delicadeza en la mirada masculina, orgullosa, en una fragilidad tan suya, tan femenina que siempre est deseando que la cuide y la proteja sin decirlo, no porque no pueda hacerlo sola sino porque es su manera de acercar el amor que le tengo. Es as esta mujer, es letra esculpida en pirmides y es la palabra que valiente se levanta en la madrugada a pasear su tribu, que decir de su humanidad? sufre con las hormonas o una bendita sciatica cuando se entristece por una prdida no esperada, cuando la sacan de su centro ruge enardecida, hasta que en su furia pierde el sentido de la causa, entonces cambia y se levanta adolorida del grito de una sombra, con el gusto de haber pasado lo peor y recomenzar su jornada. Hay muchas cosas en ella, son las misma de otras mujeres pero es ella quien las hace diferente, una vez me pidi que no la esperara, la verdad no la espero, no me interesa pasar el da llorando su abrazo o deseando sus besos, perdiendo mis instantes de placer en una artimaa del destino que simplemente mortifica, al contrario la siento y la amo con infinita sinceridad, amarla es un placer que no se compara con su ausencia, no merece que lo pierda en estpidos arrebatos. Ahora lo comprendo, es solo con su cuerpo que quiero recorrer mis labios y sudar mis sentidos. La llevo dentro como se lleva algo muy propio me entienden? tan ntimo que no la quiero para mi sino para su mundo, para lo que ella quiere y busca, tampoco es exigencia que lo demuestre, es como un amante que atraviesa la calle y la encuentra en una foto de Madrid, o en alguna otra en la Cordillera, el resto no tiene sentido, basta con amarla y saber que existe entre flores amarillas y rojas, o que cada vez que muestra su cara es un mar de cicatrices de vida, de arrugas de existir que la hacen mejor, se convierte en la mejor fruta de un jardn. Mientras, termino el vino y olvido el trabajo que me haba propuesto terminar, olvido las calles sucias, el rincn del indigente, olvido el exterior y concibo que no vale la pena programar ni marcar el rumbo sino dejarse ir con el licor del corazn y dormir abrazado a la seguridad de encontrarla entre los muros de una libertad sin condiciones. As es de bella.