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AD (oordtnadas dt un probltma Por ENRI UE DOMINGUEZ PERELA

Arquitectura Hispana Altomedieval. Coordenadas de un problema

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Aproximación a los problemas de catalogación que aún existen sobre los restos arquelógicos de esa época

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(oordtnadas dt un probltma Por ENRI UE DOMINGUEZ PERELA

AROUITEaUIIA HISPANA

ALTOHEDIEVAl (oordtDadas dt un probltma

Por ENRIQUE DOMINGUEZ PERELA

El mantenimiento de algunos de los más importantes núcleos urbanos en época altomedieval permitió la persis­tencia de la "tradición clásica" durante un lapso de tiempo más dilatado de lo que fue normal en el resto de Europa.

DESDE hace muchos años se tiene la costumbre de señalar el comienzo de la Edad Media

en el momento en que el Imperio Romano sucumbe institucional­mente. De esta manera, el año 476 se convertía en la frontera de dos fases históricas de características bien distintas : Antigüedad y Medioe­vo. El desarrollo de las investigacio­nes y la pérdida de importancia relativa de la visión institucionalista de la Historia, muy pronto, pondrían de manifiesto las limitaciones de aquella articulación, de forma que hoy sabemos que esta fecha no fue más que un punto de inflexión en el desarrollo de los pueblos mediterrá­neos, dentro de una fase de transi­ción que había comenzado mucho antes y que culminaría con la expan­sión del Islam y la dinastía caro­lingia.

Las características políticas, socia­les y económicas que definían al Mundo Antiguo habían comenzado a alterarse a partir de las grandes cri­sis del siglo III. El sistema de produc­ción esclavista inició su declive al paralizarse el proceso de expansión territorial; este factor y las continuas luchas por el poder fueron SOC¿i­

vando la capacidad económica del Estado de manera que, poco a poco, decayeron los canales comerciales y las actividades "industriales" desa­rrolladas en las ciudades. Ello obligó a una incesante migración de la ciu­dad al campo, en donde cobraron nuevo ímpetu las relaciones de clien­tela, claro antecedente de las de

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dependencia personal prefeudales. También a causa del empobreci­miento del Estado, las provincias fueron constatando que, cada vez en mayor medida, poco podían esperar de aquél, y así fueron materializán­dose, en la práctica, verdaderas si­tuaciones de independencia econó­mica en las zonas más alejadas de Roma. El cambio en la actitud reli­giosa tampoco fue brusco y radical: ya desde el siglo II empiezan a cobrar importancia social los influjos orien­tales, entre ellos, el cristianismo irá asentándose cada vez con más fuer­za hasta que, a comienzos del siglo

Baños de Cerrato (Palencia) .•

IV, acabe desplazando al Panteón tradicional.

Una vez referida la situación histó­rica gener'il, cabe señalar que el desarrollo oe las Instituciones, no obstante, tiene una importancia fun­damental para el objeto de estas líneas. El Edicto de Milán supuso el punto de arranque de una situación nueva: las estructuras oficialistas van a modificar la orientación de su mecenazgo hacia los nuevos tem­plos cristianos. Y es por ello que, para la Historia de la cultura mate­rial, suele considerarse el año 313 como frontera que separa el "arte antiguo" de una nueva concepción que se desarrollará de manera conti­nua durante varios siglos. Ahora bien , este cambio radical, como ya hemos indicado, y al margen del pro­ceso de cristianización más o menos rápido, no vino acompañado de nin­guna modificación brusca paralela en el resto de los aspectos socio­económicos.

De ahí que las nuevas iglesias se realicen con unos presupuestos cul­turales que, básicamente, son los mismos que habían hecho posible los últimos templos paganos. La hipotética cristianización de un can­tero o de un "arquitecto" no tenía por qué alterar sus respectivos usos constructivos, más allá del mero cambio de funcionalidad arquitectó­nica del nuevo edificio que realiza­ran. Es por ello que hoy en día tienden a verse el "Arte Paleocris­tiano" o el "Primer Arte Cristiano" como simples prolongaciones de la Cultura Bajo Imperial.

Sta. María del Naranco (Oviedo). ~

Sta. Maria de Melque (Toledo).

BAJO IMPERIO Y APARICION DEL CRISTIANISMO EN HISPANIA

Decía Gómez-Moreno, en su obra Iglesias Mozárabes (1919), que ... "Nuestra unidadfue impuesta una y otra vez, baj.o romanos, bajo godos y bajo árabes, para regular las operaciones del fisco. El pue­blo español quizá no tuvo con­cepto nacional hasta los tTempos modernos, y ciertamente que no le tiene aún cumplido." Las raíces del "Estado de las Autonomías", ras­treadas de adelante hacia atrás pue­den seguirse hasta la Protohistoria. Limitándonos al siglo IV vemos có­mo la división administrativa ro­mana prefiguraba los grandes nú­cleos básicos que integran la Penín­sula en el momento presente, si exceptuamos aquellas zonas (Cor­nisa Cantábrica) cuya asimilación era más teórica que real. En base a ello podemos distinguir las siguien­tes áreas culturales:

1.-El norte astur, cántabro y vas­cón, escasamente romanizado, inte­grado por un conjunto de pueblos de origen problemático y de economía fundamentalmente ganadera.

2.-Gallaecia, baluarte de los pue­blos de tradición celta, poco afec­tada en sus bases por la romaniza­ción, también llegó al siglo IV con una economía fundamentalmente agraria.

3.-La Carthagine!1sis (Mesetas

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castellanas y Levante sur), mejor do­tada de comunicaciones que las regiones anteribres, fuentes de una importante riqueza cerealista y de materias primas, había de configu­rar, en el aspecto de la romanización , un punto intermedio entre las ante­riores y las restantes. A partir del siglo III se acentuará la orientación agraria de esta amplia zona en la que se integran unos cuantos núcleos urbanos.

4.-La Tarraconensis (deducien­do la zona vasca) va a manifestar­se como uno de los grandes re­ductos de la romanización hispana. La facilidad de comunicaciones, la riqueza y benignidad natural ha­brían de ser las bases de la prosperi­dad de sus núcleos urbanos, cuyos magníficos restos han llegado has­ta nosotros.

5.-La Lusitania. Otra de las zo­nas más romanizadas, con gran peso de los grandes núcleos urbanos y con un fuerte potencial económico. Los últimos años del Imperio la afec­taron de manera desigllal , mientras al norte la tendencia agraria es clara, Mérida parece mantener su creci­miento a unas cotas muy elevadas.

6 .-La Bética, con unas condicio­nes geográficas muy similares a las de la región anterior, debió tener, en época romana, un esplendor todavía mal conocido. Señalaba Bermúdez Pareja, que entre los restos materia­les encontrados en Córdoba, eran

más importantes los de tradición romana que los califales. Los proble­mas de la tardoantigüedad no pare­ce que consiguieran agotar su capa­cidad económica, de manera que el proceso autárquico no se vio acom­pañado de un radical empobreci­miento urbano: las "villae" andalu­zas son mucho menos abundantes que, por ejemplo, las castellanas.

Lógicamente esta heterogenei­dad habría de verse reflejada tanto en los restos materiales del siglo III como en los posteriores. Así, por ejemplo, en Castilla ofrecen cierta riqueza las villas tardoimperiales mientras son pobres los vestigios arquitectónicos de las ciudades; por el contrario, en la Bética o la Lusita­nia sus núcleos urbanos presentan una cierta pujanza constructiva en época tardía. En consecuencia, el punto de partida de la arquitectura hispanocristiana era bien distinto, por lo que se refiere al "factor local cultural", en las áreas antes mencio­nadas. Sintetizando esta situación para toda la Península durante los siglos IV y V, podemos distinguir dos grandes corrientes: la agraria, gene­ralmente en alza, y la urbana deca­dente, pero estancada y aún en crecimiento en algunos puntos muy concretos (Mérida, Córdoba, Tarra­gana, etc.). Sabiendo que la "cultura clásica", a pesar de poseer una eco­nomía de base eminentemente agra­ria, se materializa en las ciudades y

Sta. María de Lebeña (Santander) .

que las estructuras típicamente me­dievales se concretizan en el campo, podemos deducir que la continui­dad cultural, en lo que se refiere a la arquitectura, será mayor allí donde los núcleos urbanos sean capaces de mantener su pujanza.

Una vez establecidos estos pará­metros, entramos en contacto con uno de los problemas más importan­tes que se encuentra quien desea aproximarse al estudio de la arqui­tectura de estos años: a partir del siglo IV los fenómenos de superposi­ción material van a ir eliminando sis­temáticamente los restos más anti­guos; la primitiva iglesia se asentará sobre el viejo templo, la nueva ocu­pará el solar de la primera, la mez­quita surgirá donde antes había una iglesia y así sucesivamente. Este fenómeno, sensible también en el campo pero menos activo, impide que podamos conocer cómo eran las grandes iglesias metropolitanas, de manera que las pocas edificacio­nes de época paleocristiana que han llegado a nuestros días, mayoritaria­mente, pertenecen al ámbito rural, con lo que se perdieron los "testigos" más importantes de la corriente más unida a la "tradición clásica".

Ya hemos mencionado que el paulatino proceso de descomposi­ción del Imperio se verá reflejado en las diferentes áreas en su inevitable orientación autárquica. Este hecho ha de manifestarse en el terreno

material en la destrucción de los moldes unificadores que unos años antes podía imponer una adminis­tración fuertemente centralizada. El núcleo que consiga mantener con una cierta cohesión un ámbito geo­gráfico limitado, se verá condenado a desarrollarse por sí solo, acredi­tando en lo material un predominio, cada vez mayor, de los componentes culturales locales de las zonas seña­ladas anteriormente. Ello, como se comprenderá fácilmente, introdu­cirá otro de los grandes problemas en el análisis de los restos materiales de estos años: la imposibilidad de encontrar Linos patrones unitarios suprarregionales rígidos.

Si a partir de estas bases intenta­mos el estudio de los restos de las primeras iglesias hispanas, constata­remos cómo su concepción arqui­téctonica se adapta a un hecho avalado documentalmente: la lle­gada de las primeras comunidades cristianas por vía marítima proce­dentes del norte de Africa. Y como allí, en Hispania van ~ darse un con­junto de estructuras que, salvo en algunos casos muy limitados, sólo tienen en común su subordinación a los condicionantes litúrgicos, de ma­nera que no es posible hablar de una "basílica hispana" igual que no se puede tipificar una "basílica afri­cana": espacios basilicales -en sen­tido amplio-, a veces dobles ábsi­des, habitaciones en la cabecera,

San Miguel de Escalada (León). Detalle.

columnas o pilares -reaprovecha­dos o nuevos-, ábside circular o plano -empotrado o exento-, etc. , son características que permiten definir una manera de construir, pero que impiden estructurar unas tipologías y su consiguiente secuen­cia evolutiva, o dicho de otra forma : las construcciones de esta época (siglos IV a VI) , en conjunto, ofrecen unos rasgos fundamentalmente cul­turales poco relacionables con el concepto que hoy tenemos de "es­tilo".

Por si ello fuera poco, todavía hemos de encontrarnos con proble­mas singulares, como el más cono­cido de Santa Eulalia de Bóveda. Tradicionalmente considerada co­mo un edificio cristiano, ha sido entendida por el Profesor Blázquez, como... "un ninfeo, un edificio público dedicado al culto de las ninfas, cuya protección se bus­caba con vistas a utilizar las aguas medicinales y obtenet beneficios terapéuticos_" No es difícil suponer que los lugares sacralizados de anti­guo fueron cristianizados a partir del siglo IV, superponiendo una iglesia sobre un templo, o incluso, modifi­cando la advocación de los viejos recintos como parece ser el caso de Santa Eulalia.

EPOCA VISIGODA

Cuando los visigodos, familia occidental de los godos, llegan a la

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ARQUITErrURA HISPANA ALTOHEDIEVAL Península Ibérica, en la que se asen­tarán definitivamente, venían prece­didos de un largo peregrinar por los confines del Imperio. En el siglo I están en la desembocadura del Vís­tula, al siglo siguiente iniciarán una lenta emigración hacia el sudeste hasta que son admitidos en los lími­tes del Imperio en el siglo IV, sin que la relación resulte satisfactoria, lo que provoca sucesivos enfrenta­mientos, así como algunas incursio­nes de pillaje en la zona balcánica. Por fin, a comienzos del siglo V, con la ruptura del poder imperial, sa­quean Roma para pasar luego a fun­dar el reino visigodo de Tolosa que durará desde el año 419 hasta el 507, momento en el que, por pre­sión de los francos, son desplazados hacia el sur, estableciendo el reino hispanovisigodo. Decía Ortega y Gasset que cuando este pueblo llegó a la Península Ibérica estaba ebrio de romanismo y hay que admi­tir que, tras tantos años de comuni­cación con el Imperio, no podía ser de otra forma. No en vano, la pri­mera toma de contacto entre hispa­nos y visigodos había tenid~ lugar cuando éstos fueron encargados por Roma para poner orden en la Penín­sula tras las oleadas del siglo V.

Sin reiterar en lo ya expuesto en las primeras líneas, hemos de resal­tar un hecho cierto: independiente­mente de la escasa importancia rela­tiva de la aportación étnica ger­mánica, ésta debió de verse reflejada en una nueva realidad social. Sabe­mos que salvo los visigodos y los sue­vos, el resto de los pueblos extran­jeros fueron eliminados de una u otra forma . Los segundos, al inte­grarse en la zona gallega debieron de producir en ella una transforma­ción endógena. Los asentamientos visigodos están documentados, fun­damentalmente, al norte de la línea que une Mérida con Toledo. En defi­nitiva, las invasiones del siglo V, al margen de sus acciones ocasionales, sólo incidieron socialmente en el norte peninsular; de esta forma, las ciudades más importantes de la Bé­tica pudieron seguir desarrollándose de manera continua. La orientación agraria de estos pueblos no tenía

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San Miguel de Lillo (Oviedo).

por qué chocar con los intereses de los patricios hispanos. A la vez, su instalación como estamento militar había de ocupar un vacío insuficien­temente cubierto desde la disolu­ción del Imperio.

¿Cómo afectó globalmente este fenómeno al desarrollo de la cultura hispana? Sabemos que mantuvie­ron o readaptaron la legislación pre­cedente. Ya hemos hablado de la continuidad entre la clientela ro­mana y los vínculos personales ger­mánicos. Hasta hace poco se pen­saba que los vestigios de los siglos VI y VII que han llegado hasta nuestros días reflejaban la materialización de la cultura visigoda; hoy en día, tanto en el caso hispano como en el resto de Occidente, tienden a explicarse tales realizaciones como fruto de las culturas autóctonas, anquilosadas y empobrecidas por las razones ya señaladas. Además, la cultura espe­cífica que poseía el pueblo visigodo, antes de entrar en contacto con el romano, se materializaba en los ob­jetos propios de los pueblos nóma­das: ajuar personal (orfebrería), en donde incluso se reflejan no pocas influencias romanas y orientales, obtenidas durante los siglos IV y V.

Conviene ahora mencionar un· problema del que habíamos prescin-

dido y que tiene proyección tanto en esta época como en sus colaterales: la pobreza documental. La falta de testimonios literarios incide en va­rios campos. Descartada la posibili­dad de encontrar un documento que certifique el momento de construc­ción de una iglesia o monasterio, hemos de conformarnos con refe­rencias indirectas; pero la aparición en un manuscrito de una construc­ción concreta sólo sirve para probar su existencia en ese momento. Una iglesia podía llevar realizada cien años antes de apare~er en los docu­mentos que han llegado a nuestras manos. Este fenómeno resulta parti­cularmente interesante en los siglos a los que nos referimos, ya que la documentación existente es consi­derablemente más abundante, siem­pre dentro de la escasez, para el siglo VII que para los anteriores.

Como en la época paleocristiana, en ésta, las escasas iglesias conserva­das se adscriben al ámbito rural. ¿Puede, a partir de ellas, deducirse cómo serían el resto de las edifica­ciones de estos años? De acuerdo con la línea de razonamiento que lle­vamos, la respuesta debe de ser negativa; tal vez, como manifestara Schlunk, San Juan de Baños, gra­cias a su mecenazgo regio, pudiera

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Plantas de Iglesias Hispánicas: A.-Basílica de Algezares (Murcia). B.-Basílica de Son Peretó (Manacor). C.-Santa Eulalia de Bóveda (Lugo) . D.-San Pedro de las Puellas (Barcelona). E.-Basílica de San Pedro de Alcántara. F.-Sta. María de Tarrasa.

entenderse como un reflejo de las hipotéticas grandes iglesias toleda­nas; pero ¿podría decirse que, por ejemplo, en Córdoba se construiría de igual forma que en León? ¿Acaso se puede pensar que las Jíneas ur­bana y rural se fundieron en una sola? La idea que tenemos a través de los restos conservados, cuadra mal con las descripciones de Isidoro de Sevilla, en las que se nos habla de edificios ricamente decorados.

Las iglesias más significativas de época visigoda que hoy conocemos se distribuyen en un ámbito geográ­fico muy limitado (Norte de la Me­seta castellana y Norte de Portugal). Esta circunstancia podría haber faci­litado su uniformidad cultural gra­cias a un soporte social relativa­mente homogéneo y sin embargo, no puede pedirse mayor variedad. Unicamente el arco de herradura y el uso de algunos elementos decorati­vos parece unirlas, mientras que las separan diferentes maneras de en­tender el espacio arquitectónico, los sistemas constructivos, el uso o no de temas animados, su mayor o menor dependencia de fórmulas clásicas. Esa diversidad rto impide que podamos establecer una línea de dependencia con modelos preté­ritos a los que ha llegado a sumarse

un factor "nuevo": el incremento del influjo bizantino, que, en realidad, viene a materializar la secular de­pendencia oriental de la iglesia his­pana. Este hecho concuerda con la ocupación de una importante franja peninsular por las tropas de Bizan­cio, de manera que así quedaban garantizados los contactos entre los dos extremos del Mediterráneo.

Queda aludir a otra importante cuestión: el reino suevo. Indepen­diente hasta el año 585, coinci­diendo con la llegada a suelo pe­ninsular de los bizantinos, pone en marcha un complejo proceso mo­nástico, por mediación de Martín de Braga, personaje que había estado en Oriente, y del que, hasta la fecha, no se han podido identificar sus edi­ficios correspondientes, si bien po­demos pensar en la posibilidad de que tal origen puedieran tener algu­nos restos considerados mozárabes, concentrados en· los alrededores de León, Valladolid y Zamora. La fuerte impronta bizantina de las series de capiteles de collarino sogueado de Peñalba, Escalada (pórtico) y pue­blos de los alrededores, San Román de Hornija, San Cebrián de Mazote, Santa María de Lebeña y Sahagún, podrían explicarse mejor admi­tiendo su realización en el siglo VI

que vinculándolos a las problemáti­cas comunidades mozárabes que, tal vez, reacondicionaran viejas iglesias en el siglo X.

Para cerrar el "capítulo visigodo" falta referirse a una de las iglesias que más polémicas han suscitado: Quintanilla de las Viñas. Esta pe­queña ermita, supuestamente reali­zada .a finales del siglo VII o prin­cipios del VIII, plantea algunos de los enigmas más curiosos de la arquitec­tura de estos años. En primer lugar, sorprende el fuerte carácter oriental de algunos de sus motivos decorati­vos del exterior, entre los que se intercalan letras con un sentido inex­plicable todavía. En su interior, sus relieves, realizados con una técnica pobre, representan a un conjunto de personajes; entre ellos se distinguen sendas representaciones del "Sol" y la "Luna", que han sido explicados de diferentes maneras. Para unos autores obedecen a una intención maniquea, mientras que para otros son una exégesis alegórica de Cristo (Sol) y la Iglesia (Luna). Sin embargo, lo más sorprendente es la inscrip­ción conservada en uno de ellos: "+ OC EXIGUUM EXIGUO OFFLO FLAMMOLA VOTUM" (yo, lamo­desta Flammola ofrezco este pe­queño presente). Resulta que esta

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Plantas de Iglesias Hispánicas : A.-Basílica de Marialba (León) . B.-Basílica de Cabeza de Griego. Saelices (Cuenca) . C.-Basílica de Casa Herrera (Mérida) . D.-Basílica de Son Bon (Menorca) . E.-San Pedro de Tarrasa . F.-San Miguel de Tarrasa.

mujer podría corresponder con una documentada en tiempos del Conde Télliz, con lo que, tal vez, había que pensar que las citadas representa­ciones fueron realizadas dos siglos después de construida la iglesia.

LA APARICION DEL ISLAM

Casi por el mismo camino que lle­garon a la Península Ibérica las apor­taciones culturales más importantes (fenicios, griegos, romanos, cristia­nismo y bizantinos), por vía marí­tima, va a aparecer la cultura islá­mica en un rápido proceso expan­sivo que, por la misma época y con poco más de cincuenta años desde su sintetización, está llegando casi a la India. El profesor Martínez Montá­vez opina que, entre las razones más importantes para justificar este fenó­meno, debe de contarse el factor social como determinante, por lo que el Islam tiene de redención frente a la incipiente tendencia feu­dalizante. No es éste el marco más adecuado para analizar problema tan complejo, pero en cambio sí parece importante indicar algunas variables que se muestran ligadas a esta nueva modificación superes­tructura\.

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Pocos son los historiadores que no defienden el profundo descon­tento social de la sociedad hispana para con sus autoridades visigodas, las fuentes históricas así lo refieren y la realidad así lo certifica. En poco más de cinco años toda la Península Ibérica, a excepción de los núcleos tradicionalmente marginales, pasa a control del poder islámico centrali­zado en Damasco a través del norte de Africa, en proceso paralelo a los de la cristianización y orientalización preislámica. Sin embargo, el fenó­meno de islamización social no se resolvió con rapidez, otorgando a la sociedad andalusí una serie de ras­gos que la van a diferenciar de otros pueblos culturalmente hermanados. Más allá de los factores comunes a toda sociedad del siglo VIII , en la Península Ibérica. va a mantenerse una mayor preponderancia del esta­mento indígena, hasta tal punto que algunos de los nuevos ocupantes, llegados con carácter militar, van a recibir tierras de escasa calidad rela­tiva alejadas de los centros del po­der. La superposición de los nuevos dignatarios, por su propia natura­leza, permitió que la organización eclesiástica hispana permaneciera prácticamente inalterable durante

todo el siglo VIII . Se seguirán cele­brando concilios, patrocinados por el propio emir, la mayor parte de los nobles conservarán sus propieda­des, tampoco se presionó directa­mente a los "protegidos" cristianos para que renegasen de su fe . No obs­tante, el norte de Africa y la Penín­sula Ibérica, vuelven a unirse ins­titucionalmente en las esferas polí­tica y religiosa, como ocurriera des­de casi la época de Augusto, de forma continua, exceptuando el pe­ríodo visigodo.

Como sucediera con la cultura clá­sica, la islámica, a pesar de su base económica agraria, se manifestará como esencialmente urbana, y así, será en las ciudades en las que su capacidad creadora quede más arraigada. Parece que en los prime­ros años de este siglo VIII , las realiza­ciones materiales islámicas fueron escasas, se construyeron algunas mezquitas, se repararon construc­ciones civiles, quizás alguna militar y poco más. Prácticamente nada de ello ha llegado hasta nosotros y de lo poco que se conserva resulta verda­deramente difícil diferenciar lo preis­lámico de lo islámico, por la sencilla razón de que los nuevos poderes no van a modificar las concepciones

Santiago de Peñalba (León).

constructivas tradicionales, al igual que sucediera con la llegada del poder visigodo. LógiCamente, a par­tir de este momento, los cristianos van a ceder en su impulso.construc­tivo religioso como consecuencia de la nueva situación política. Por su parte, el Estado islámico, como ya había ocurrido en Oriente, asumió e hizo suyos cuantos elementos cultu­rales ajenos no eran antagónicos a sus convicciones religiosas, ofre­ciendo uno de los casos más signifi­cativos de "culturización recíproca" que conoce la Historia.

Refieren las crónicas que, a me­diados del siglo VIII, un príncipe de. la dinastía omeya escapa de la ma­tanza a que es sometida su familia, y consigue refugiarse en Al-Andalus, en donde mantenía buenos lazos de clientela. Las diferentes familias árabo-andaluzas, cual partidos polí­ticos, aprovechan la aparición de este príncipe para modificar su ante­rior equilibrio. La llegada de Abd al­Rahman 1 a la vieja Bética va a suponer la ruptura de los vínculos de relación política con el podef central, que ahora (período abas0 pasa a Bagdad. Al poco de hacerse con el poder, según los relatos islámicos, este príncipe va a promover la cons-

trucción de la Gran Mezquita de Córdoba. Las fuentes históricas, es­tudiadas minuciosamente por don Manuel Ocaña, recogen una serie de fenómenos aún hoy problemá­ticos:

1.- La mezquita se sitúa en el mismo lugar en el que se ubicaba la antigua iglesia de San Vicente que, a principios de siglo, fue dividida en dos mitades para que pudiera ser empleada por las comunidades cris­tiana e' islámica como consecuencia de los pactos de capitulación. Se tra­taba de una "iglesia grande". La zona cristiana era la más occidental.

2.- Treinta años después, hacia el 756, Abd al-Rahman 1 compró la mitad que restaba en poder cristiano para derribarla y construir en su solar la Gran Mezquita. Aunque los textos son ciertam~te confusos, parece deducirse' que compró la vieja iglesia por cien mil dinares, cos­tando la construcción de la nueva mezquita ochenta mil.

3.- Todos los trabajos duraron un solo año (demolición y cons­trucción).

De esta referencia documental pueden, entre otros, extraerse los siguientes problemas:

a) Resulta extraño que se pagara

más por la vieja iglesia que lo que costó la construcción de la propia mezquita, sabiendo, además, que la posible negociación se afrontaba desde el poder.

b) No parece factible que fuera realizable, ni en nuestros días, una construcción de la entidad de la mezquita en un solo año, incluso admitiendo que se contaba con gran abundancia de restos "prefabrica­dos".

Tal vez, siguiendo este razona­miento, Gómez Moreno, en su cono­cido artículo sobre el origen del arco de herradura, aventuró que al me­nos el lienzo de muro que subsiste en esta primera mezquita correspondía a la vieja iglesia de San Vicente, si bien rectificó esta opinión, a la vista de los resultados a.rqueológicos, en su tomo del Ars Hispaniae: "A gran profundidad aparecieron mosai­cos romanos y cimientos de casas, encima, a unos 55 centímetros del piso moderno, la capa de un edifi­cio ruin, con solera de hormigón y paredes de mampostería malafor­mando tres naves, dirigidas de oriente a poniente, cuyo ancho total no pasaba de 12 metros; y, ya en el patio, a dos de profundidad, la ruina de otro edificio romano tardío: gran pórtico rematado en exedras, habitaciones a su parte oriental y delante cinco colum­nas ... ni su situación ni su aspecto corresponden a 10 que se bus­caba". Sin embargo, todavía persin­ten otros problemas sin desentrañar. No parece lógico que siendo la igle­sia de San Vicente un edificio grande que se repartió entre musulmanes y cristianos tuviera tres naves de 12 metros, además, la nueva mezquita se caracteriza por aportar escasos elementos innovadores a la tradi­ción hispana; todas las columnas, así como los capiteles proceden de obras anteriores, el sistema cons­tructivo obedece al mismo concepto estructural que el acueducto de Mé­rida y el arco de herradura está docu­mentado en la Península desde épo­ca romana. Por otra parte, las fuen­tes recogen que, en el año 855 (setenta años después) , Muhammad 1 se vio obligado a reformar la puerta de San Esteban (Bad al-Uzara) por el avanzado estado de alteración de la piedra. Ciertamente, resulta difícil aceptar que una caliza, por mala que fuera, durara solamente setenta años ...

En cualquier caso, la mera existen­cia de la mezquita permite intuir de qué manera los nuevos dignatarios

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Sta. Comba de Bande (Orense) .

se plegaron a los modelos urbanos preexistentes a los que se superpu­sieron los nuevos condicionantes de carácter oriental.

EL RESURGIMIENTO CRISTIANO Y LA ISLAMIZACION DEL SUR DE LA PENINSULA

Ya hemos visto cómo los reductos ajenos al poder musulmán se cir­cunscriben a los mismos ámbitos geo­gráficos que habían sióo refractarios a romanos y visigodos. La cornisa cantábrica va a incubar un movi­miento de oposición que, con el paso del tiempo, acabará por impo­nerse en toda la Penísula. Lógica­mente, el punto de partida cultural de aquellos marginales del siglo VIII no podía ser muy elevado; pocos son los vestigios romanos de importan­cia de aquella zona que nos permi­tan hablar de un elevado nivel de desarrollo; parece que el Imperio consiguió establecer un equilibrio inestable en base a una leve infraes­tructura. No por ello puede pensarse que la zona permaneciera en estado de salvajismo, como se ha llegado a plantear en algunas ocasiones desde posturas radicales, aunque su situa­ción material no resistiera la más leve comparación con zonas más romanizadas o islamizadas.

Sin embargo, a esta situación había de sumarse un factor que fue incrementando su peso específico con el paso del tiempo: el elemento religioso. Ya señalamos cómo la igle­sia pasó a depender básicamente de

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Mezquita de Córdoba. Detalle del Mihrab .

las autoridades musulmanas. Esto no debió de complacer a algunas dignidades que optaron por emigrar al norte tratando de potenciar un centro antagónico a Toledo y Cór­doba : Santiago de Compostela. Es a partir de estos años cuando se co­mienza a extender la tradición del viaje del Apóstol. También es en este momento cuando surge el Beato de Liébana y sus conocidos comenta­rios al Apocalipsis. En suma, se con­taba con una cierta infraestructura cultural, con un cierto soporte reli­gioso y con un indeterminado ele­mento humano, tal vez relacionado con la· vieja estructura social visi­goda. El hipotético despoblamiento del valle del Duero había de contri­buir a la "creación" de un ámbito geográfico vacío de poder, hacia el que se orienta la política expansio­nista de los "reyes" asturianos, posi­blemente estimulados y apoyados por la dinastía carolingia.

Al cúmulo de problemas de carác­ter objetivo ya enumerados, hay que añadir ahora uno nuevo de claras connotaciones "subjetivas": la carga político-cultural a que fue sometida esta fase en épofas todavía dema­siado recientes: don Pelayo, la Re­conquista, Covadonga, etc. Hasta qué punto tal carga incide en el aná­lisis de la arquitectura de estos años es cuestión difícil de concretar. Entre los restos conservados, los edificios más significativos son: Santa María del Naranco, San Miguel de Lillo, Santullano de los Prados, Santa Cristina de Lena y el Monasterio de Valdediós. Los dos primeros apare-

cen documentados en época de Ramiro 1, los otros presentan refe­rencias mucho más problemáticas. Ante esta realidad material, el primer factor que sorprende es la actividad expansiva de una cultura hipotética­mente descolgada de las grandes corrientes de la época (compárense estas construcciones con los restos andalusíes del siglo IX).

También en este caso existen pro­blemas documentales. Para la iglesia de San Miguel contamos con varios testimonios escritos; el primero el ara de Santa María, conservado en la iglesia de este nombre y que hoy nadie niega que correspondiera a aquella iglesia, en él se lee: "Cristo .. . por medio de tu siervo Ramiro .. . renovaste esta iglesia deteriorada por la gran antigüedad ... en el año 848" (cronología corregida), mien­tras que el Epitome Ovetense (883) yen la crónica de Sebastián (885) se recoge que Ramiro construyó esa misma iglesia y palaciOS en el monte Naranco. Como conciliar estas dos noticias es tarea difícil que a don Vicente José González García le sugirió la posibilidad de admitir como buena la primera documenta­ción, esto es, que San Miguel es una obra anterior a Ramiro, hipótesis que está más en concordancia con la realidad histórica del reino astur. De esta situación podemos, a la vez, extraer una conclusión sobre los problemas que se vienen suscitando en lo que llevamos planteado y que seguirán apareciendo: la escasa fia­bilidad de las fuentes documentales · vertidas en las crónicas más oficialis-

Mezquita de Córdoba. Detalle de la Mezquita de Córdoba. Detalle de la ampliación Mezquita de Córdoba. Ampliación de zona primitiva. de al-Hakam 11. Abd-al-Rahman 11.

tas de la Alta Edad Media. El interés en potenciar la imagen de un perso­naje determinado parece más im­portante que el de ajustarse a la realidad; tampoco puede descar­tarse que, en aquellos momentos, no se distinguiera con mucha precisión la diferencia que existe entre "reno­var" y construir. En el supuesto de que admitiéramos, para el caso de San Miguel, su total construcción en época de Ramiro, en paralelo al pro­blema ya planteado de la Mezquita de Córdoba, habremos de deducir que en ambos casos, como han puesto de manifiesto las investiga­ciones arqueológicas, no es posible encontrar rastros de la antigua cons­trucción y no parece lógico pensar que en el momento de su realización se levantaran las cimentaciones, de donde habremos de considerar que en los dos edificios se reaprovecha­ban éstas para sus funciones especí­ficas , lo que implica que, como mí.' nimo, una parte de la planta de esta? construcciones estaba prefijada por los esquemas pretéritos.

El problema de Santa Cristina de Lena ofrece otras coordenadas, la falta de referencias documentales no permite ser tan categóricos, aun­que sí se puede sospechar que esta­mos ante un caso similar al de San Miguel. Muy distinto es el tema de Santa María del Naranco. Se ha explicado su existencia en base a las relaciones de la monarqlllía astu­riana con sus vecinos de Francia, ya que las concomitancias de esta vieja dependencia palacial van más allá de lo puramente superficial; no

puede descartarse esta probabili­dad, aunque en todo caso, un solo edificio no puede ser suficiente para significar a una cultura.

El resto de las construcciones as­turianas, salvando Santullano, con sus fuertes dependencias de la tradi­ción hispanorromana, no parece que planteen, en una primera apro­ximación, nuevos elementos cultu­rales específicos, a excepción de reafirmar la, cuando menos, fuerte impronta de los modelos preceden­tes (del siglo IV al VII) en este tipo de edificios. Sin embargo, no por ello podemos dejar de referirnos a una de las iglesias más problemáticas de este grupo, la iglesia de San Tirso, que conserva un vano con alfiz. Sus precedentes s610 podrán encon­trarse en Córdoba, de acuerdo con los restos que han llegado hasta nuestros días, en la problemática portada de San Esteban. (No parece lógico pensar que, por el contrario, este elemento pase de aquí al arte califal) . Manteniendo la línea de razonamiento anterior, podemos deducir que este tema, al igual que otros muchos, estaba sólidamente re­cogido en la tradicióp hispana y que no ha sido capaz de conservarse más que en unos muy contados edificios, entre los que podría considerarse la propia mezquita de Córdoba y éste de San Tirso de Oviedo, en cuyo caso habría que incrementar la valo­ración de la tradición autóctona en detrimento de las aportaciones de la cultura islámica, lo que no parece entrar en contradicción con lo que llevamos visto.

Los modelos de estas iglesias, salvo el caso de Santa María, no pre­sentan especiales características co­munes, si exceptuamos un tipo de mampostería sumamente burdo, a base de piezas irregulares solamente reforzadas por sillares en puntos comprometidos de la estructura, como es frecuente que se siga ha­ciendo, todavía hoy, en zonas geo­gráficas próximas, por lo que puede relacionarse su construcción con corrientes tradicionales carentes de elementos de significación cultural. Su edificación en el siglo IX es lógi­camente posible, aunque también a esquemas preestablecidos, para vol­ver a poner en su primitiva función estas viejas iglesias, si es que en algún momento llegaron a estar abandonadas. Por otra parte, la acti­tud de los "reyes" asturianos, empe­ñados en retomar el legalismo del Estado Visigodo, les habría de hacer presa fácil de la mímesis más literal hacia las tradiciones hispánicas, e incluso, en una situación de este tipo, no les haría demasiado bien intentar fórmulas excesivamente in­novadoras. Conviene señalar que la estructuración en planta de las igle­sia, a la manera asturiana, viene apa­reciendo documentada arqueológi­camente en zonas como León (San Isidoro) y Santiago de Compostela, así como en algunas de las iglesias llamadas mozárabes. Sin embargo, no se puede negar la posibilidad de que a partir de Alfonso 11, la cultura asturiana materializara su clara ex­pansión en realidades arquitectóni­cas de cierta importancia, como el

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AROUITECfURA HISPANA ALTOr1EDIEVAL vasto programa urbanístico de Oviedo que suele atribuírsele. Sin embargo, al margen de todas las cuestiones cronológicas, puede de­ducirse que por estos años se desa­rrolla un fenómeno de gran impor­tancia: el Estado asturiano asume las tradiciones precedentes (posible­mente ruarales) para, de ellas, obte­ner un prototipo de iglesia urbana que hará fortun<;\ en puntos tan aleja­dos entre sí como León o Santiago de Compostela y que permanecerá vigente hasta la aparición del Ro­mánico.

Pocos son los restos hispanoislá­micos atribuidos al siglo X, lo cual no deja de ser sorprendente si tenemos en cuenta que Córdoba está sumida en el proceso que va a culminar en la creación del Califato. Claro que tal circunstancia puede explicarse en base a los procesos de superposición cultural destructiva, ya menciona­dos y mucho más activos frente a los restos islámicos. Las crónicas, por su parte, son muy par.cas a la hora de señalar construcciones en estos años. Sin duda las más importantes son la ampliación de . Ia Mezquita Mayor de Córdoba y otro caso signi­ficativo: la alcazaba de Mérida. La ampliación del siglo IX, básica­mente, repite las pautas anteriores, su variante más destacada, a nivel formal , aparece en la simplificación de los viejos "modillones" converti­dos ahora en gruesos boceles. Tam­poco está exenta de problemas la primera ampliación de la Gran Mez­quita: todavía hoy resulta difícil justi­ficar la existencia de esos boceles en las dos galerías laterales de la pri­mera construcción. Y aún más: ¿có­mo justificar la mayor sencillez de esta ampliación en un momento en el que el asentamiento islámico está perfectamente afianzado? incluso el tamaño de esta ampliación es el más reducido cuando, de acuerdo con todos los investigadores, se realizan conversiones masivas.

En el caso de la alcazaba de Mé­rida, nuevamente nos topamos con un caso semejante al de San Miguel y al de la Mezquita de Abd al­Rahman I. La vieja fortificación de esta díscola ciudad, tras varios en-

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Quintanilla de las Viñas (Burgos).

frentamientos armados, habría sido desmantelada para, según una ins­cripción conocida, ser reconstruida en el año 835. Sin embargo, a cual­quier persona que visite el referido recinto no se le puede escapar que en él se manifiestan, al margen de restauraciones modernas, un con­junto indeterminado de métodos constructivos diferentes, que impo­sibilitan su edificación en un único momento histórico. Podríamos pen­sar que fueran construcciones pos­teriores pero, sin embargo, parece más lógico deducir que la susodicha muralla fue objeto de una sucesión de reformas y destrucciones de difí­cil precisión cronológica. No se ol­vide que para inutilizar una forti­ficación basta con "aportillarla" en unos pocos puntos, como compren­dieron en el siglo XV los Reyes Cató­licos. En todo caso. tampoco aquí es posible determinar elementos espe­cialmente significativos en su as­pecto innovador, como para pensar en algún tipo de aportación ajena a la tradición hispánica.

EL SIGLO X. APOGEO ISLAMICO y EL PROBLEMA DE LA ARQUITECTURA CRISTIANA

Contrariamente a lo que hemos

venido planteando hasta ahoa, la implantación del califato en Cór­doba va a venir acompañada de una clarificación en todos los terrenos de la cultura material, de manera que comienza a manifestarse concor­dancia entre fuentes documentales y restos arquitectónicos. Códoba se convierte en una de las más grandes capitales del orbe, su máximo digna­tario se erige en califa; su expansión llega al extremo de que se constru­yen dos grandes ciudades palatinas: al-Zahra y al-Zahira; la Mezquita Mayor de Córdoba se transforma en una de las más hermosas del Islam y todo ello en el curso de escasamente setenta años. El crecimiento es de tal magnitud que sólo puede ser expli­cado en base a un desarrollo econó­mico exorbitado, acompañado de una presión fiscal que se empezó a poner en marcha a mediados del siglo anterior. El poderío militar del califato no posee parangón en la Península. La cultura hispanoislá­mica se manifiesta absolutamente desbordante frente a los pobladores del norte.

La actividad de los califas en el terreno de la arquitectura se refleja, dentro del ámbito urbano, en tres vertientes: la militar, la religiosa y la palatina. En la arquitectura militar se

San Miguel de Escalada (León).

San Cebrián de Mazote (Valladolid). Detalle del interior. San Cebrián de Mazote (Valladolid).

mantienen prácticamente los mis- conoció una fase de clara expansión monjes de procedencia andalusí. mos parámetros de la tradición ante- con el primer califa, otra de manteni- Camón Aznar matizó aquella teoría rior. La arquitectura religiosa tam- miento con al-Hakam 11 y una ter- acuñando el término "arquitectura bién sigue dentro de las coordena- cera de nueva reactivación en tiem- de repoblación" para referirse a este das conocidas, si bien ahora el fuerte pos de al-Mansur. A la muerte de período, entendiendo que la mayo­proceso expansivo req uiere una res- este gran general, el califato saltó por ría de las iglesias del siglo X se puesta adecuada tanto en cantidad los aires como traca de feria, hecho implantaban en zonas repobladas como en calidad. En cincuenta años mil pedazos políticos, repartidos por por cristianos y previamente aban­se construye el gran alminar, se la geografía peninsular entre los donadas por sus viejos ocupantes reforma el patio y se amplía dos innumerables reinos de Taifas. musulmanes. El profesor Bango veces la gran mezquita con las carac- En la Hispania cristiana, durante Torviso, unos años después, replan­terísticas conocidas por todos: se el siglo X, se asiste a un proceso de teó nuevamente el problema. Re­olvidan las reutilizaciones, aunque concentración de fuerzas que se va a cientemente han ido apareciendo se mantengan las fórmulas prece- manifestar en el siglo XI mediante un nuevos datos que alteran la tradicio­dentes que ahora son engrandeci- fuerte progreso territorial, pero que nal visión de estos años. das, sobre todo en las "partes no- durante el propio siglo X es incapaz Comencemos por repasar la "cues­bIes", mediante mosaicos o relieves de reaccionar ante la pujanza califal. tión documental"; San Miguel de la de ejecución cuidadísima. La arqui- · Para este período pocos son los res- Escalada arroja un problema que tectura palatina va a recoger la an- tos materiales que permiten sospe- nos es muy familiar: "Este local, de cestral tradición de los dignatarios char o conocer su actividad cultural antiguo dedicado en honor del omeyas, haciendo construir dos ciu- propia. El insigne arqueólogo e his- arcángel Miguel y erigido en pe­dades de nueva planta. Como se toriador Gómez-Moreno, a princi- queño edificio, tras de cae'" en rui­sabe al-Zahira todavía no ha sido pi os de siglo, planteó .una estruc- nas, permaneció largo tiempo de­localizada, mientras que lo que co- turación que, básicamente, ha per- rrotado, hasta que el abad Alfon­nocemos de al-Zahra es harto signifi- manecido inalterable hasta nuestros so, viniendo con sus compañeros cativo: la riqueza de sus materiales, días. Sin embargo, el avance de las de Córdoba, su patria, levantó la la perfección de sus elementos per- investigaciones ha ido poniendo de arruinada casa_ .. creciendo el nú­miten que hagamos volar la imagi- manifiesto un conjunto de proble- mero de monjes, erigióse de nuevo nación sobre lo que debió de ser una mas que permiten entrever la necesi- este hermoso templo con admira­ciudad de verdadero ensueño ro- dad de realizar algunos retoques. ble obra, ampliado por todas par­deada de jardines, fuente~ y otros Las iglesias atribuidas a este período tes desde sus cimientos. Fueron objetos placenteros. se denominaron mozárabes por su concluidas estas obras en doce

En un estudio de conjunto se relación con los modelos del sur y meses, no por imposición autorita­puede decir que la actividad califal por su hipotética asociación con ria ni oprimiendo al pueblo, sino

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Mezquita de Córdoba. Cúpula ante el Mihrab.

por la vigilancia insistente del abadAlfonso y de losfrades ... en la era 951 {fecha corregida de nues­tro calendario, 913)." Esta inscrip­ci6n, hoy perdida, pero recogida en varias publicaciones, da fe y se em­plea para atribuir su construcci6n al siglo X. No parece que en la línea del razonamiento q~e llevamos sea ne­cesario recalcar los problemas que plantea: rapidez de ejecuci6n, con­tradicci6n entre reconstrucci6n y construcci6n de nueva plañta, etc. El problema se vuelve a repetir en los mismos términos para San Martín de Castañeda: "Este local, de antiguo dedicado a San Martín, y erigido en pequeño edificio, mantúvose caído mucho tiempo, hasta que el abad Juan vino de Córdoba ... Eri­gió desde los cimientos la arrui­nada casa y labróla con obra de piedra; no por imposiciones auto­ritarias, sino con la insistente vigi­lancia de los monjes,jueron ejecu­tadas estas obras en cinco meses, en el año 921."

No se conservan documentos so­bre San Cebrián de Mazote, que G6mez-Moreno supone igualmente de la primera mitad del siglo X. Para San Román de Hornija, por el con­trario, se cuenta con un dato docu­mental de mediados del siglo XII, si bien suele admitirse que el edificio fue reconstruido en el siglo X. Santa María de Bamba está documentada en el siglo X, sin que se posean más datos sobre el momento de su cons­trucci6n. El caso de Santiago de

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Peñalba le result6 inexplicable al propio G6mez-Moreno, ya que exis­te una lápida de consagraci6n fecha­da en el año 1105. El caso de Bo­bastro tampoco es diáfano. Recien­temente el profesor Vallvé ha puesto de manifiesto la falta de correspondencia entre el "Bobas­tro" de los relatos islámicos y el reducto arqueol6gico que hoy cono­cemos por el mismo nombre ... Y así podríamos llegar hasta el infinito, sin perder de vista las recientes investi­gaciones del doctor Caballero en Santa María de Melque y San Pedro de la Mata que parecen poner en evi­dencia la existencia de estas cons­trucciones, al menos, en el siglo VII.

El análisis de sus estructuras re­fleja el mantenimiento de hábitos de época visigoda: falta de una tipolo­gía espacial clara -subordinada a los ritos litúrgicos, que son los mis­mos del siglo VII-, uso del arco de herradura -ahora algo más peral­tado-, empleo de mamposterías de carácter tradicional, ubicaci6n ru­ral... Quizá el fen6meno de la arqui­tectura "mozárabe" pudiera expli­carse más satisfactoriamente admi­tiendo que, en el siglo X, se pone en marcha un proceso de recristianiza­ci6n del valle del Duero, que pre­tende entroncar con la tradici6n preislámica y que se materializ6 con la puesta en funcionamiento de vie­jas iglesias anteriores arruinadas y con la creaci6n de otras nuevas empleando restos de aquellas que no pudieran ser reparadas (caso

claro de San Miguel de la Escalada y de San Cebrián de Mazote). De esta manera podríamos comprender fá­cilmente las escasas relaciones que existen entre este grupo de iglesias y las corrientes asturiana y cordobesa. Así, la arquitectura cristiana del siglo X daría continuidad y epílogo a la vieja corriente hispana de arquitec­tura rural.

PARA TERMINAR

En las líneas anteriores se han ido desgranando algunos de los proble­mas que más limitan el conoci­miento de la arquitectura hispánica altomedieval y que orientan el cami­no de la investigaci6n actual y futura . Naturalmente, los vestigios de esa manifestaci6n cultural están ahí pa­ra admirar y subyugar a propios y extraños más allá de cualquier cues­ti6n "científica" que, en ocasiones, puede ocupar un papel secundario, puesto que, como el lector habrá podido deducir, el establecimiento preciso en el tiempo de la construc­ci6n de, por ejemplo, una iglesia, puede tener menor significaci6n que su adscripci6n y uso en una fase cul­tural determinada. Los ejemplos que hemos repasado apuntan precisa­mente en esa direcci6n: certifican la persistencia de la "tradici6n clásica" en un lapso cronol6gico más dila­tado de lo que fue normal en el resto de Europa, gracias al mantenimiento de algunos de los más importantes

Mezquita de Córdoba. Puerta San Esteban.

núcleos urbanos. De esta manera, la dicotomía zona cristiana·-cultura ru­ral e Islam-cultura urbana van a con­dicionar el desarrollo hispano de varias formas : entre los siglos VIII al X, mitigando la transición del mundo antiguo al medieval y posterior­mente, introduciendo los factores particularistas de la sociedad his­pana, basada sobre unos estratos poblacionales fuertemente impreg­nados de "orientalismo", gue se manifestarán más adelante median­te la arquitectura mudéjar. Los res­tos arquitectónicos y arqueológicos parecen certificar este fenómeno, a pesar de que para algunos casos la carencia de elementos materiales obligue a deslizarse por el terreno de la suposición. Las iglesias utilizadas en el siglo X, fueran reconstruidas o simplemente reparadas, recogen la tradición preislámica rural, comQ ya habían hecho las asturianas. Por el contrario, las grandes construccio­nes del califato parecen revitalizar el intuido esplendor preislámico de las ciudades de la Bética, dándolas con­tinuidad hasta llevarlas a unas cotas inimaginables en el norte mediterrá­neo, bajo unos condicionantes que eran prolongación de fases prece- · dentes. Así puede entenderse la fre­cuentísima reutilización de piezas (columnas, basas, cimacios y capite­les) en todo el período al que nos estamos refiriendo, exc'eptuando la época califal, en la que sin embargo, también se aprecian reaprovecha­mientos ocasionales, fenómeno éste

Medina al-Zahra (Córdoba) . Detalle de una pilastra.

al que hemos aludido muy somera­mente y que, sin duda, introduce otro de los grandes problemas de catalogación. Por último y como muestra del continuismo cultural mencionado, no está de más recor­dar que fue precisamente el empera­dor de Bizancio quien envió ope­rarios para realizar los magníficos mosaicos de la Gran Mezquita de Córdoba, dando feliz culminación a una "hermandad" que duraba qui­nientos años, por encima, incluso, de concepciones religiosas diferentes.

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