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Cadencia REVISTA INDEPENDIENTE DE CICLISMO Y EXPRESI ÓN NÚMERO 5 PRIMAVERA el desierto de Túnez diario de un fixer SAHARA el pueblo olvidado

Cadencia Mag #5

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Revista independiente de ciclismo y expresión. Sahara, el pueblo olvidado. El desierto de Túnez. Diario de un fixer. Rompepiernas de Pinares

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Cadencia REVISTA INDEPENDIENTE DE CICLISMO Y EXPRESIÓN NÚMERO 5 PRIMAVERA

el desierto de Túnez diario de un fixer

SAHARA

el pueblo olvidado

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PRIMAVERA 2015 Índice nummer funf

RELATO Diario de un fixer

PORTADA Sahara, el pueblo olvidado

viaje Túnez, la llamada del desierto

imágenes Pinares y senderos

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Escena final Mad Max, salvajes de autopista (1980).

El 15 de mayo se estrena la cuarta parte de Mad Max, la mítica pelí-

cula que dio a conocer a Mel Gibson, el cine australiano y el

culto por la estética apocalíptica. Después de 30 años del estreno de

la última parte, bien merece la pe-na recordar la saga entera de Mad Max. Y de entre todas la primera

(en realidad la única buena).

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Editorial ANIMALES POLÍTICOS

Montamos en bici para esca-

par de la realidad. Para vol-

ver a sentirnos libres en

nuestras ajetreadas vidas o

simplemente por placer. La

bici es una forma de evadir-

nos de la realidad, por tanto.

Para la mayoría. Pero tam-

bién y cada vez más, todos

formamos parte de un siste-

ma, de una globalidad.

“Todo está interrelacionado”,

que se dice. Entonces, ¿todo lo que hacemos tiene influencias externas y

repercusiones en nuestro entorno? Yo diría que sí.

La bici que nos compramos está fabricada en algún sitio y por unas per-

sonas. Pasa unos aranceles que alguien establece. Se vende a través de

un distribuidor en unas condiciones, con sus impuestos y eso. Y monta-

mos en esa bici por sitios en los que se permite (o no) circular libremente.

Junto a otros vehículos más potentes que los nuestros. Usamos la bici

para disfrutar, sí. Pero podríamos disfrutar de otras muchas maneras, y sin

embargo elegimos una que no contamina, que es sostenible, y que bene-

ficia nuestra salud y la de la naturaleza. Ya se sabe eso de que si uno es

feliz contagia a los demás. En definitiva, elegir montar en bici no es un

acto aislado ni egoísta ni hedonista. Como todos los actos de una criatura

social como nosotros, son actos sociales. Y un acto social es, por esencia,

político. ¿Bicis y política juntas? Pues es posible que también, así es.

Vienen meses de elecciones, de discursos, promesas y monsergas . Y todo

ello no necesariamente es política. Habrá que estar bien atentos a esos

individuos que dicen ser políticos, a ver quién de ellos habla de cosas co-

mo “medio ambiente”, “sostenibilidad”, “naturaleza” y por supuesto de

“bicicletas”. Hasta ahora no he oído estas palabras en boca de ningún

pomposo aspirante a los tronos del reino. ¿Empezarán pronto a hablar y

pensar globalmente o seguirán metidos en su micromundo de poder?

Happy trails. Alfonso.

Cadencia

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Dear diary:

Un compañero va en bici a la oficina to-

dos los días. La verdad es que tiene que

molar ir en bici. Evitas el tráfico y el me-

tro, haces ejercicio y está de moda la bici.

Creo que voy a comprarme una. Él me ha

recomendado una como la suya, que es

la que más de moda está.: Una fixie.

PERSONAJE

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Cuesta unos 800 euros. No

me parece mucho dinero.

La semana pasada me com-

pré el iPhone 6 y van a ser

muchos gastos este mes, pero

me lo puedo permitir, ¡qué

coño!

Día 1

Bueno, ya tengo la bici.

Ahora necesito saber cómo

demonios se utiliza este ar-

tefacto… La verdad es que

no me subo a una bici des-

de que iba a pasar el ve-

rano a la playa con mis pa-

dres… Eso de que el freno

sea a contrapedal no venía

en las instrucciones. Creo

que mi compañero de tra-

bajo se ha quedado conmi-

go…

Oh, wait! En esa tienda por

la que paso todas las ma-

ñanas para ir al curro sue-

lo ver gente con bicis como

esta. Me juntaré a ellos co-

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mo el que no quiere la cosa, a

ver si me meto en su grupito de

colegas. Parecen bastante enro-

llados y tienen una estética que

me mola. Mañana me pondré

mis Oakley Frogskin y me paso

por allí.

Día 2

Ya me han enseñado cómo se

frena con mi bici. De momento

llevaré los pedales de platafor-

ma (creo que se dice así) que ve-

nían con la bici. Pero quizás

cuando sepa más me ponga

unos “automáticos”. Estos tíos de

las bicis tienen un lenguaje bas-

tante extraño. Menos mal que

los chicos de la tienda me expli-

can algunas cosas, como lo que

es un “globero” o qué significan

las cartas esas que se ponen en

los radios de las ruedas. Apren-

der a llevar esta bici con estilo

es mucho más fácil sabiendo este

tipo de cosas. Creo que me em-

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pieza a gustar eso que llaman

“la cultura ciclista”. Bueno,

¡mañana ya es sábado! La se-

mana que viene empezaré a pre-

pararme para ir en bici al tra-

bajo. La verdad es que la bici es

preciosa y queda fenomenal a la

entrada del loft. Me gusta mi-

rarla mientras preparo la cena.

Día 5

Después de un fin de semana ti-

rado en casa, ya me he decidi-

do. Tengo que empezar a usar la

bici para ir al trabajo. Mañana

empiezo. Ya lo tengo todo: zapa-

tillas, tejanos de pitillo, camisa,

chaleco de tweed, guantes de re-

jilla (que me costaron una pas-

ta en un mercadillo). Y por su-

puesto la gorra. La compré en

Internet por 50€ y pone Molteni.

No sé qué significa, pero me gus-

ta porque combina con la bolsa

de bicimensajero de 250€ que me

compré en eBay. Creo que con es-

to ya lo tengo todo. Si me acuer-

do luego en casa, engrasaré la

cadena. Creo que se dice así, es

que ya voy aprendiendo la jerga

ciclista…

Día 6

Mi primer día de ir en bici al

trabajo. Entre el iPad, los cascos,

la cadena para atar la bici, un

kit antipinchazos, bomba y el

tupper con la comida, iba más

cargado de lo normal, y la bol-

sa pesaba. Pero conseguí bajar

la bici hasta el portal y montar-

me en ella. Los primeros semáfo-

ros y calles son llanos, y no hay

mucho tráfico. La bici frena

bien, pero algunos coches me pi-

tan. Debe ser porque voy muy

despacio y ocupo el carril cen-

tral de la calzada. Deben en-

tender que soy nuevo en esto.

Ahora entiendo por qué los ci-

clistas odiamos a los conducto-

res. ¡Me siento tan solidarizado

con todos los ciclistas...! Las pri-

meras subidas me han costado

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un poco. Pero me viene bien pa-

ra coger forma. Tengo que subir

de pie sobre la bici casi todo el

camino, y eso me hace ponerme

fuerte. Noto cómo el aire fluye

por mis pulmones. Descubro un

nuevo rostro de mi ciudad por

la mañana. Los repartidores de

mercancías van al mercado…

mientras la gente camina a pa-

so de robot sin fijarse en nada…

¡Tan distinto a ir en bici! No

puedo creer que yo antes fuera

así de anodino como ellos. Llego

al trabajo un poco transpirado

pero exultante. Soy un ciclista

urbano.

Día 9

Eso de que la bici no tenga mar-

chas es muy cool pero las calles

de subida son un poco coñazo.

Si pillo el semáforo anterior en

rojo no puedo ir con inercia su-

ficiente y me quedo atrancado a

mitad de la calle. La bolsa en la

espalda se me escurre constante-

mente y no me deja balancear-

me sobre la bici. Y la gorrita de

Molteni me aprieta. Noto los cal-

zoncillos sudados y el culo me

duele cuando me siento en el si-

llín de cuero. Pero disfruto sien-

do de los pocos que van a traba-

jar en bici. Mi compañero ya me

mira de otra forma, como con

#noalpostureoenbici

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respeto. Pertenecemos a un mis-

mo clan y usamos un mismo có-

digo. Creo que voy a empezar a

ponerme spoke cards en los ra-

dios. Me juego el tipo todos los

días con los coches, y eso me ha-

ce estar orgulloso de ser un fi-

xer. Me estoy curtiendo a base de

hacer kilómetros y kilómetros en

las duras calles de la ciudad. Al

final con la broma, cada día

me hago 6 o 7 km de ida y vuel-

ta. Y el fin de semana he queda-

do con los chicos de la tienda

para hacer una salida por el

parque de debajo de casa.

Día 11

Un puto coche casi me pasa por

encima al incorporarse a la ca-

lle sin verme. He querido bajar-

me de la bici y decirle algo, co-

mo “WTF!!” o “¿Perdonaaa? ” pe-

ro me he hecho un lío al frenar

hacia atrás y casi me caigo.

Además estaba lloviendo y he

llegado al curro con el culo em-

papado y los pies calados. La go-

rrita Molteni de 50€ no es nada

impermeable. Y un autobús que

pasaba al lado me ha salpicado

en un charco de al menos medio

metro de profundidad. Me digo

a mí mismo que este es el estilo

de vida de los ciclistas urbanos.

#noalpostureoenbici

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Y que si hacen

esto en Lon-

dres por qué

no lo vamos a

hacer aquí.

Menos mal

que ya es fin

de semana y

toca aparcar

la bici. Paso

de ir con los

de la tienda.

Hay algunos

que hasta jue-

gan al polo

en bici… es-

tán bastante

pirados. Y voy

a buscar en

Internet un

sillín nuevo.

Ese de cuero que pone Brooks me

tiene hasta la p***.

Día 15

Estoy de los repartidores que van

al mercado hasta las pelotas.

Son unos auténticos hijos de pe-

rra. No dan el intermitente, se

incorporan cuando les da la

gana, giran sin mirar… ¿Y las

viejas! ¡Esas sí que son cabronas!

Se ponen a cruzar la calle

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cuando les sale de los cojones.

¡Pero si tienen 90 años! ¿Qué se

creen, Dora la Exploradora?

Luego están los que van con las

bicis del ayuntamiento. ¡No sa-

ben montar! ¡Se pican conmigo

porque me ven con mi fixie y se

creen que me van a ganar!

Bueno, muchos me adelantan,

pero eso es porque yo voy disfru-

tando de la ciudad… Aunque la

verdad es que cuesta disfrutar

de ir en bici hasta el trabajo…

Entre los autobuses, las motos,

los coches… Con lo a gusto que

iría en el metro escuchando mis

cascos y leyendo el móvil,

twiteando… Eso es algo que no

puedo hacer montando en bici,

claro!

Día 18

A la mierda, no puedo más con

esta bici de mierda que pesa co-

mo su puta madre para subirla

a casa, hay que atarla a una

farola como si fuera un puto pe-

rro, y encima tienes que sudar

como un cerdo para moverla.

Echo de menos mi móvil, leer

twitter y facebook en el metro, el

20 Minutos… ¡y las escaleras me-

cánicas! Esa maldita bici a me-

dio hacer y sin frenos es un puto

peligro, joder. Han estado a

punto de atropellarme veinte ve-

ces, he pasado por charcos, los

pájaros me han cagado el sillín

en la calle, me han pitado, in-

sultado, y una chica casi me sa-

ca un spray antiviolador un día

que me metí 5 metros por la ace-

ra. Los putos fixers están zum-

baos y son unos posers, sólo los

veo montados en bici cuando

van al parque, dando una vuel-

ta a un árbol para lucir su bici

y haciéndose selfies. No, la bici

no es para mí. Prefiero ir en me-

tro pero seguro. Eso sí, la bici me

la quedo. Que en el piso queda-

rá de puta madre colgada en la

pared.

Con cariño a todos los Posers Cad*

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SAHARA

El pueblo que España dejó atrás

Uno no se explica cómo, pero la gente puede vivir desde hace casi 40 años en un lugar inhóspito, desangelado y perdido de la mano de Dios. Los campos de refugiados del Sahara occidental se levantan en territorio argelino y mauritano, y en él sobreviven desplazadas cientos de familias en condiciones extremas. Muchas de ellas aún conservan su pasaporte español.

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En 1976 España abandona los territorios

que conformaban su antigua colonia del

Sahara Occidental, que había sido consi-

derada hasta ese momento como una

provincia española más, permitiendo la

invasión militar del territorio saharaui

por parte del Reino de Marruecos con la

conocida "marcha verde". El 27 de febre-

ro de aquel año, coincidiendo con la sali-

da del último soldado español de los te-

rritorios, el pueblo saharaui, que desde

hacía años reclamaba su independencia

apoyados por la comunidad internacio-

nal a través de diversas resoluciones de

la ONU y del Tribunal Internacional de

La Haya, proclama la República Árabe

Saharaui Democrática (RASD).

Así comienza la guerra entre el Frente

Polisario, legítimo representante del

pueblo saharaui, y el Reino de Marrue-

cos; guerra para la que se alcanzará un

alto al fuego en 1991 a través de la for-

mulación de un plan de paz para el

Sahara Occidental mediado por la ONU

y la OUA. Dicho plan prevé la celebra-

ción de un referéndum de autodetermi-

nación en el que el pueblo saharaui pue-

da decidir libremente su destino: mante-

ner su integración en el reino de Ma-

rruecos con un estatus de región más o

menos autónoma, o bien definirse como

un estado propio que conllevaría la de-

volución del territorio ocupado por Ma-

rruecos en 1976. Desde entonces, los per-

manentes obstáculos puestos por la ad-

ministración marroquí han ido retrasan-

El pueblo que España dejó atrás

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do el proceso hasta llevarlo a la situación de es-

tancamiento en el que se encuentra en la actuali-

dad.

En 1976 se inició por tanto el éxodo saharaui: han

pasado por la frontera entre el Sahara Occidental

y Argelia miles de hombres y mujeres saharauis

que abandonaron su tierra ante la invasión y con-

secuente represión marroquí. Los que consiguie-

ron atravesar este desierto se instalaron en la

hammada argelina de la región de Tinduf.

Treinta y ocho años después, aproximadamente

200.000 personas, en su mayoría mujeres, niños y

jóvenes, viven en una situación de refugiados so-

portando un exilio que se prolonga indefinida-

mente en el desierto argelino. En medio de unas

condiciones precarias y de extrema dureza y es-

perando la realización del ansiado referéndum,

estas personas sobreviven sin poder regresar a su

lugar de procedencia debido fundamentalmente a

dos motivos: la colonización por parte de Ma-

rruecos de ese territorio, y el despliegue de una

frontera militarizada entre el Sahara marroquí

(ocupado) y el Sahara “liberado”, que consiste en

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un muro de más de 2.700km de longitud y un sis-

tema defensivo mediante minas antipersona, va-

llas y búnkeres con la finalidad de impedir el pa-

so de la población.

¿Quiénes son los saharauis?

En la sociedad saharaui de los campos de refugia-

dos la vida es dura. Lo primero que llama la aten-

ción al recién llegado es la poca cantidad de hom-

bres que hay. Esto se debe a que los hombres son

los que normalmente se ven obligados a emigrar

y buscar trabajo en el extranjero. Las mujeres

fueron las que levantaron los campos de refugia-

dos mientras los hombres luchaban contra Ma-

rruecos en la guerra del Polisario de 1976, y son

las que hoy en día generalmente se encargan de la

economía doméstica y gran parte de la adminis-

tración de los recursos. Los hombres son los en-

cargados de obtener los recursos trabajando en

condiciones a menudo precarias, bien dentro de

Argelia, en Marruecos de forma temporal o irre-

gular, en España como emigrantes o en otros lu-

gares.

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La ocupación en los propios campos de refugia-

dos es minoritaria, existiendo tan solo una parte

de funcionariado de la RASD, en forma de perso-

nal administrativo y técnico, y de servicios bási-

cos informales o en pequeños comercios.

Por tanto, las mujeres junto con una cierta elite de

hombres y mujeres que han podido formarse o

trabajar en el extranjero y han vuelto a los cam-

pos (médicos, profesores, etc), forman una parte

destacada de la sociedad saharaui en los campos

de refugiados. Otro grupo estaría compuesto por

el funcionariado de la RASD (República Árabe

Saharaui Democrática, las siglas de este estado

sin nación reconocido por 84 estados), que forma

un grupo propio por su “prestigio” social, y un

tercer grupo lo formaría la población que no ha

tenido contactos destacados fuera de los campos,

que ha nacido en el campo de refugiados, o que

no forma parte del aparato político-diplomático

de la RASD. A grandes rasgos y generalizando,

este sería el retrato social de los campos de refu-

giados saharauis.

Aparte de esto, la identidad saharaui es bastante

homogénea. Sí existe una parte de los saharauis

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que viven en el Sahara Occidental (ocupado por

Marruecos) que defienden la integración de la

provincia dentro de Marruecos, pero su peso polí-

tico es irrelevante en el movimiento saharaui. Se

da por sentado que se trata de grupos afines a

Marruecos por vínculos comerciales o económi-

cos. Su peso no es determinante en el movimien-

to de oposición y lucha saharaui.

Una lucha de 40 años

La lucha del pueblo saharaui se centra en los últi-

mos 40 años en recuperar el territorio que les fue

arrebatado por Marruecos tras el abandono de la

colonia por parte de España. Los más veteranos

de los campos de refugiados conocieron el hecho

de ser provincia de España. Eran funcionarios de

Correos o personal administrativo del estado.

Muchos conservan su pasaporte o DNI español.

Y es que, efectivamente, eran ciudadanos españo-

les como cualquiera de nosotros que, de la noche

a la mañana, se quedaron sin su derecho funda-

mental de tener un lugar en el que vivir libre-

mente y sin ser perseguidos.

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El reino de Marruecos lleva a cabo desde enton-

ces una estrategia sistemática de acoso a la pobla-

ción saharaui. En el Sahara ocupado, los saha-

rauis no tienen acceso a sus propios recursos, su-

fren la marginación y unas condiciones de vida

marcadas por la separación de las familias, mu-

chas divididas entre los campos de refugiados.

En estos campos de refugiados, que se levantan

en medio del desierto con los mismos nombres de

las ciudades y pueblos del Sahara ocupado (Dajla,

Smara), es donde más se nota el activismo y las

ansias de libertad y reencuentro con sus herma-

nos en el oeste. El Frente Polisario realiza accio-

nes diplomáticas para conseguir el reconocimien-

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to internacional de la RASD y el desbloqueo de

la misión de Naciones Unidas, cuya ineficacia es

de sobra conocida. Pero los progresos son extre-

madamente escasos.

Por ello se aprecia en los últimos años una cre-

ciente fuerza por parte de los jóvenes hacia el

cambio y sobre todo, hacia una vuelta a la lucha

armada para intentar resolver el conflicto estan-

cado. Pero por el momento no ha originado un

movimiento de oposición radical suficientemente

organizado. Quizás sí sea un componente que se

añada a lucha saharaui, por norma de carácter pa-

cífica y resistente, a medio plazo.

Esto es una realidad que lleva estancada casi 40

años. La responsabilidad que tiene España hacia

este pueblo es innegable, pero se ve repetidamen-

te comprometida por los intereses económicos de

España con Marruecos. Mientras España mira a

otro lado, y Marruecos neutraliza activamente a

la población, el pueblo saharaui sigue en una tie-

rra de nadie. Un lugar al que llegaron provisio-

nalmente pero en el cual llevan 40 años. Un lugar

que simboliza un gran fracaso en los derechos hu-

manos y en la historia de dos países. Cad*

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TÚNEZ

La llamada del desierto Todo viaje surge de una inspiración, de un mo-mento de lucidez. En mi caso, el desierto del Sahara me venía llaman-do desde hace un tiempo. Había estado en Egipto y en Jordania con la mo-chila, pero necesitaba al-go más. Y sobre todo, unir la par-te de viaje “mochilero” con la de hacer un viaje en bici.

viaje

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Quería salir de ese turismo alternativo a lo

Lonely Planet, que ya es tan de masas como el de agencias de viaje, y además hacerlo con la bici. Sin arrastrar unas alforjas a cuestas, con libertad total de movimiento. Así que me fijé en un pe-queño país mediterráneo del que ya tenía buenas referencias: Túnez.

Lo primero que hice fue averiguar si Túnez ofre-ce algo para hacer en bici. La idea era llegar en tren o en bus a los pueblos más cercanos al de-sierto y desde alli hacer rutas o excursiones de un día. Es decir, llegar a un sitio, montar la bici y conocer la zona.

Descubrí que Túnez ofrecía buenas posibilidades para hacer MTB. Pero en este tipo de viajes, al-rededor de un 80% lo forma el componente “ya veremos con qué me encuentro”, y precisamente eso es lo que lo hace atractivo. Aún así hay que dejar el mínimo de cabos sueltos antes de llegar al sitio. Me hice con un buen mapa, horarios de trenes, datos de alojamiento y diseñé un itinera-rio básico para 12 días de viaje. Eché mano de una bolsa especial para transportar la bici des-montada, metí lo imprescindible en una mochila, junto con el Camelbak de 3 litros, y cuando quise darme cuenta ya estaba en el aeropuerto.

Llegué a Túnez un domingo a mediodía. No te-nía hotel reservado, así que cogí un taxi, meti-mos la bici con ayuda del simpático taxista y nos dirigimos a Sidi Bou Said, un pequeño pueblo costero de casas blancas y ventanales azules.

Una vez en el hotel saqué mi Heckler de la caja, donde la había traído en el avión, y comprobé que había llegado perfectamente –uff, qué ali-

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vio.. La monté y fui a dar los primeros pedales. La sensación era extraña. ¡Llegar a un país, soltar la mochila y coger la bici! Esto es mucho mejor que hacer turismo, y con el aliciente de estar montando en bici en un sitio extraño.

Al día siguiente bajé hasta Túnez capital y cogí el tren hasta Gabés, 450 km al sur. Moverse con 28 kg de peso entre la mochila y la bolsa con la bici no era nada fácil, pero gracias a los taxis no

tuve que hacer casi nin-gún trayecto a pie durante mucho rato. La red ferro-viaria de Túnez es muy buena, y pude colocar mi bolsa misteriosa sin pro-blema en el vagón de pri-mera con aire acondicio-nado. Cinco horas miran-do el paisaje y estaría en el interior del país.

En tren al desierto

Hasta el tercer día de via-je no llegaba a una zona interesante para hacer en bici. Matmata es conocido por ser uno de los lugares donde George Lucas rodó Star Wars. El paisaje em-pieza a ser desértico. Se empiezan a ver senderos y pistas que se pierden en el horizonte pelado y ro-coso, y las sombras de los árboles brillan por su au-sencia.

Un día a media tarde fui hasta Ta-mazret, un pequeño pueblo bereber

a 15 km de Matmata. Algo tranquilo y llano para poder hacerlo a la hora de más calor. Los pueblos bereberes son muy particulares, con estrechas ca-lles empedradas que tienen la finalidad de crear corrientes de aire y refrescar el ambiente seco. Y como en todos los pueblos y ciudades árabes, de tanto en tanto el silencio se ve interrumpido por la llamada a la oración –muecín- desde las mez-quitas.

Es buen momento para tomarse un té a la menta.

Las calles de Sidi Bou Said ofrecen un laberinto al que es difícil

de resistirse.

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En los alrededores del pueblo veo varios cami-nos que conducen a pequeños palmerales. De-cido seguirlos a ver hacia dónde van, y así es-trenar los polvorientos caminos tunecinos.

Después de un buen rato entre las piedras y trialeras de algunos caminos, vuelvo a Matma-ta por unas pistas paralelas que he visto al ve-nir. A izquierda y derecha veo las viviendas típicas de la zona, casas trogloditas excavadas en la tierra, siempre para evitar el sol y el vien-to. Las áridas montañas de tierra y roca sólo albergan algunos matorrales, y los rebaños de cabras transitan milagrosamente entre los ris-cos, llevándose a la boca un puñado de mato-jos. De repente veo un estrecho sendero a mi derecha, que baja y se pierde de vista al poco. No me lo pienso y me tiro a por él. Me da lo mismo que vaya a donde vaya. Resulta ser un singletrack divertidísimo lleno de curvas y pe-queños peraltes, bordeando el filo de unos montículos. La tierra está compacta aunque de-masiado seca para lo que acostumbramos por nuestras latitudes. Y así paso toda la tarde has-ta llegar de nuevo al hotel y zambullirme en la piscina viendo la puesta del sol.

La jornada siguiente la dediqué a recorrer las estribaciones del Gran Erg, el extremo oriental del Sahara. Desde Matmata hacia el sur sólo es posible moverse en 4x4 o louage, furgonetas de transporte colectivo. Negocié atravesar unos 150 km de desierto en 4x4 hasta Ksar Ghilane, un oasis peculiar en esta parte del desierto, ya que las dunas que lo rodean son de un tono ro-jizo muy intenso.

La pista se adentraba cada vez más en un pai-saje desolado, donde sólo se veían los restos es-queléticos de algunos gasoductos y algunas ca-ravanas de camellos que campaban a sus an-

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chas por el horizonte. Las tribus beduinas nóma-das pastorean a los camellos, y desde la pista se pueden ver las jaimas en las que acampan.

En Ksar Ghilane puedo dar una vuelta con la bi-ci, pero empiezo a comprobar que pedalear en la finísima arena es prácticamente imposible. El esfuerzo de avanzar entre la arena bajo el sol es demasiado, y sólo puedo adentrarme unos cien-tos de metros entre las dunas e intentar otear al-go más allá del horizonte inhóspito. Desde Ksar Ghilane seguimos en el 4x4 hasta Douz, siguien-do las pistas que bordean el desierto. En las cua-tro -calurosas- horas de trayecto el amable con-ductor me cuente la vida y milagros de la socie-dad tunecina, y aprendo un poco más sobre la gente este país.

La puerta del desierto

Uno de los objetivos del viaje era llegar a Douz, un lugar que simboliza la entrada al desierto pa-ra la mayoría de expediciones y viajes organiza-dos en 4x4 o camello. El pueblo es pequeño pero muy enfocado al turismo, aunque como en la mayor parte de Túnez el ambiente es muy tran-quilo y agradable, al menos en el mes de mayo. Douz también se encuentra en medio de un oa-sis, y fuera del pequeño reducto de calles y casas sólo hay arena y más arena. La vida se concentra en el zoco, algunos cafés y el mercado.

Llega el día más esperado del viaje. Hacer una ruta por el desierto. En mi mapa figuran varios pueblos que se extienden a unos 20 km de Douz hacia el suroeste, internándose en el desierto. Hay una pista medio asfaltada que atraviesa es-tos pueblos, y es la única forma de transitar en el desierto sin recurrir a los camellos. La ruta es llana y con un agradable viento de espalda que me hace poner el plato grande todo el camino.

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Soy consciente de que a la vuelta tendré este mismo viento en contra, pero me dejo llevar. Atravieso el primer pueblo, Zaafrane, sin ape-nas esfuerzo. La pista se queda a veces oculta por la arena que arrastra el viento. A menudo se atraviesan pequeños lagos salados. El firme es duro así que puedo salirme de la ruta aden-trándome en el verdadero desierto. La sensa-ción es fantástica.

Los kilómetros pasan y pasan y cada vez me siento más aislado de la civilización y más atraido por ver qué hay más allá. Bebo agua a cada pocos minutos, ya que aunque hay algunas nubes, el sol es implacable. El turbante que lle-vo puesto en la cabeza me aisla completamente del sol y es fresco. Sigo pedaleando hasta Al Fauar, a 45 km de Douz. Alrededor de este pe-queño pueblo, con sus calles medio enterradas por la arena y el viento, no hay más que un mar de dunas de tonos ocres, muy diferentes de las rosadas de Ksar Ghilane, unos cientos de kiló-metros más al este.

El amigo Sirocco

Tras una breve parada, es hora de volver a Douz por donde he venido. Pero esta vez con un invitado: el viento, que ahora deja de ser un aliado y hace difícil siquiera abrir los ojos tras las gafas de sol. Las historias de tuaregs que ha-bía leído eran ciertas. El peor enemigo en el de-sierto no es el sol, o la falta de agua. El viento del desierto, el famoso Sirocco, es más podero-so que todos ellos.

Los minúsculos granos de arena que levanta el viento entran por cualquier recoveco de la ropa, las gafas, las botas, y pueden erosionar algo más que la piel poco a poco, imperceptiblemen-te. Las fuerzas para seguir adelante pedalada

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tras pedalada, frente al viento y las dunas, en medio de un paisaje desolado, vacío, y con el sol en su punto más alto, se agota al ritmo de un re-loj de arena.

Pedalear 45 km contra el viento del Sahara re-quiere tomárselo con mucha calma. Olvidar los amagos de calambres, dosificar el agua y beber regularmente pequeñas cantidades. Pero sobre todo, como muchas otras veces en la montaña ante una dura subida o un largo camino de vuelta cuando tienes las fuerzas justas, no parar, ir poco

a poco. Canturrear una canción, pensar en cual-quier cosa… liberar la mente. Poco a poco van cayendo los kilómetros sin darse cuenta, hasta llegar a la meta.

Supongo que este es el encanto del desierto que siempre había oido. Por eso tanta gente repite y vuelve al desierto una y otra vez. ¿Qué sentido tiene poner a prueba la resistencia de un ser hu-mano en un lugar tan extremo? Quizás sea esa exigencia de superarse a uno mismo, el liberarse de todo y sólo centrar tu esfuerzo en cada paso o

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cada pedalada que das. Y eso que sólo fue una breve ruta de unas horas.

Al día siguiente estuve rodando en el oasis de Douz, un enorme palmeral en el que se cultivan todo tipo de productos, y por supuesto dátiles. El oasis está ordenado en pequeños senderos que comunican las parcelas, y resulta divertido ir por los estrechos caminos de tierra compacta, donde a menudo hay regueros y pequeños saltos.

Además el ambiente es mucho más suave y fres-co, obviamente. Así me recupero de los 90 km que, con la tontería, hice el día anterior por el de-sierto.

Espejismos y final del viaje

Al salir de Douz hacia el noroeste atravesé Chott el Jerid, un lago salado por el que cruza la carre-tera hacia Tozeur. A la orilla derecha el suelo era blanco y refulgente, y la escasa agua que había en el fondo estaba teñida de tonos rojizos por los minerales. La orilla izquierda, en cambio, era de un intenso azul que se fundía con el cielo, y no existía la línea del horizonte. Un paisaje mágico en el que era fácil ver espejismos sobre el agua.

Hubiese estado bien atravesar esta carretera en bici, pero la sola idea de pasar casi 100 km bajo un sol abrasador, sin puntos de agua dulce y un

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tráfico denso, hizo que disfrutara del viaje en fur-goneta con las ventanillas bajadas y departiendo con los tunecinos que viajaban conmigo.

En Tozeur también hice una excursión a Nefta, tan sólo a 35 km de la frontera con Argelia. No imagino un modo mejor de recorrer su laberinto de callejuelas que con la bici. Se mezcla la basura con la delicada riqueza de las mezquitas, las espe-cias de los restaurantes con el aroma del té; el hu-mo de las sishas con el de los ciclomotores.

Así es Túnez. Una mezcla armónica entre desier-tos y vergeles. Ciudades costeras para los turistas y lugares recónditos para los aventureros. Sende-ros y pistas interminables que se adentran en el horizonte.

Una vez que he probado el desierto quién sabe si

me habrá picado el gusanillo y tendré que volver

algún día. Como dicen los árabes: Insallah. Cad*

Túnez: 9,9 millones de habitantes.

Moneda: dinar. 1 dinar equivale a 0,7 euros aproximadamente.

Visado: no es necesario.

Red ferroviaria: Socité National des Chemin de Ferres Tunisia

(www.sncft.com.tn). Billete Túnez-Gabés (450 km): 14 euros. Se

pueden transportar bicicletas siempre que estén desmontadas y

viajando en primera, ya que hay más espacio en los vagones.

Transporte de bicicleta: no supone coste extra en el avión, a

menos que se supere el peso máximo por pasajero (20 kg en

turista y 30 en business). Recomendable embalar la bici en una

caja. Desmontada y sin aire en ruedas y suspensiones.

Clima: muy seco. En los meses calurosos, entre el mediodía y las

6 de la tarde no hay actividad en el país.

Horario: el mismo que en España (+1 GMT).

Platos típicos: shawarma, kebab, brick, crêpes, tagine, couscous.

Viajando en bici por Túnez

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imágenes

II ROMPEPIERNAS DE PINARES (NAVALENO, SORIA)

Pinares y senderos

La comarca de Pinares, en Soria, es una comunidad activa e inquieta con la bici. Lo tienen fácil: salen de casa y tienen una de las masas forestales más importantes de la península. La Rom-pepiernas de Navaleno es una de esas rutas-pedaladas-pruebas con sabor a auténtico MTB. Escondido, duro y bello MTB entre bosques y senderos.

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Fotos: Pinalea.com / Red Comarca de Pinares

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―No seas decadente y pedalea. Cadencia

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