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El PAPIRO de los RICOS RENE KRÜGER «MíESEEKJS

Kruger, Rene - El Papiro de Los Ricos

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El P A P I R O de los R I C O S

R E N E K R Ü G E R

«MíESEEKJS

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Con cierta regularidad, los manipuladores de los medios de información aprovechan comercialmente la sensibilidad del mundo religioso por un lado y una cierta veta antirreligiosa o por lo menos crítica de las instituciones religiosas por el otro, y anuncian con frases rimbombantes algún nuevo descubrimiento, supuestamente único y sensacional, relacionado con el campo religioso. Es importante recordar que hasta el momento, en la mayoría de los casos tales anuncios se evidenciaron como totalmente exagerados, cuando no falsos. Ninguna de esas supuestas informaciones sobresalientes y "totalmente novedosas" logró derribar el valor del mensaje cristiano, erradicar la fe de los corazones y las mentes de las personas creyentes o agregar información histórica valiosa y fidedigna. A los manipuladores que distribuyen esos sensacionalismos no les interesa en absoluto el contenido ni si es verdad lo que anuncian. Sólo les interesa vender.

Ahora, la ya larga serie de esas farsas se vio enriquecida por el "papiro de los ricos", anunciado de manera aparatosa y pomposa por un canal de televisión y presentado por su descubridor a nivel mundial con traducción simultánea a más de cuarenta idiomas. Esta vez la cosa parecía tener solidez científica basada en datos de la papirología, la arqueología, la historia antigua y la geografía histórica. Por contar con tanto respaldo académico, ese papiro podría tener efectos fatales para la fe cristiana, pues su contenido cuestiona y desautoriza absolutamente todo lo que dicen los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento.

¿Se trata de algo realmente fidedigno o apenas de un producto más de ese sensacionalismo comercializado que gana mucho dinero vendiéndoles baratijas a personas que tienen preguntas sinceras y profundas y que buscan un sentido para su vida? Déjese acompañar en esta verificación por Jorge del Cántaro, un joven pastor que vive y trabaja en Urdinarrain, Provincia de Entre Ríos, Argentina. A Jorge no le cierran ciertos datos del papiro y de la historia de su recorrido a lo largo de dos mil años. Por ello emprende un largo viaje para verificar punto por punto todas las afirmaciones del papirólogo que publicó ese texto, que -según el canal de televisión que lo promocionó-"por fin revela la verdad sobre los orígenes del cristianismo". Acompañe a Jorge en su vertiginosa búsqueda de la verdad, que hará eclosión de una manera totalmente inesperada.

EDITORIAL

saGepe www.sagepe.com.ar

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Rene Krüger, argentino, es Pastor de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata, Doctor en Teología por el Instituto Universitario ISEDET y por la Universidad Libre de Ámsterdam, Profesor titular de Biblia/Nuevo Testamento en el Instituto Universitario ISEDET (Buenos Aires, Argentina). Colabora como docente invitado y conferencista con diversas instituciones teológicas en América Latina y Europa y con organismos ecuménicos internacionales. Es traductor y editor de diversas obras, autor de numerosos artículos y conferencias sobre temas de su especialidad y de una serie de libros académicos y de divulgación, entre los cuales se destacan los siguientes:

Métodos Exegéticos (con S. Croatto y N. Míguez); Interpretación Bíblica; Gott oder Mammón. Das Lukasevangelium und die Okonomie; Alternativas para un mundo justo. Globalización y pobreza: Perspectivas bíblicas (con S. Croatto y otros); Volver del abismo. Un abordaje pastoral del alcoholismo; Der Jakobusbrief ais prophetische Kritik der Reichen; Pobres y ricos en la Epístola de Santiago. El desafío de un cristianismo profético; Solidarisch Mensch werden. Psychische und soziale Destruktion im Neoliberalismus - Wege zu ihrer Überwindung (con U. Duchrow, R. Bianchi y V. Petracca); Ulrico Zuinglio. Una antología (con D. Beros); Felipe Jacobo Spener. PÍA DESIDERLA,(con D. Beros); Testimonios evangélicos en América Latina (con D. Beros); La diáspora. De experiencia traumática a paradigma edesiológico; Hoy les ha nacido el Salvador; Dios o el Mamón. Análisis semiótico de proyecto económico y relacional del Evangelio de Lucas; El tesoro de las ruinas.

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Otros títulos de Editorial SAGEPE:

EUWW

El tesoro de las ruinas Dr. Rene Krüger

HACÍA, un*/

EVANGELIZACION RESTAURADORA

JORGE A. LEÓN

Hacia una Evangelizacion Restauradora

Dr. Jorge A. León

EDITORIAL saGepe

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EL PAPIRO DE LOS RICOS

Rene Krüger

Hllll EDITORIAL

lililí saGepe Buenos Aires, Argentina, 2010

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Krüger Graf, Rene Joaquín

El papiro de los ricos. - l a ed. - Buenos Aires: Sagepe Editores, 2010.

252 p.; 14,8x22 cm.

ISBN 978-987-25837-0-5

1. Narrativa Argentina. 2. Novela. I. Título

CDDA863

lililí EDITORIAL lililí saGepe

IMPRESO EN ARGENTINA

PRINTEDIN ARGENTINA

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

© 2010 Editorial SAGEPE

Buenos Aires-Argentina

Primera Edición: 2010

Tirada de 1000 ejemplares

ISBN: 978-987-25837-0-5

Diseño deTapa: Sandra Pedace

Prohibida su reproducción total o parcial sin autorización escrita de la Editorial SAGEPE

Se terminó de imprimir en mayo de 2010

por Grancharoff Impresores

Tapalqué 5868, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina

[email protected]

Dedicatoria

Dedico estas páginas a la generación que nos sigue en edad, rogando a Dios que sus integrantes puedan descubrir, practicar y transmitir el Evangelio de Jesucristo, tal como lo testifica la Biblia.

El autor

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índice Dedicatoria 5

Una invitación 9

1. Un anuncio fulminante 13

2. Un contenido extravagante 19

3. Un texto aberrante 37

4. Un manojo de errores 51

5. Una herencia inesperada 61

6. La tumba en Nag Hammadi 73

7. El castillo de Tierra Santa 89

8. EnelAreópago 99

9. En las profundidades de la Ciudad Eterna 107

10. La Cámara de Ámbar 119

11. El fulgor de Berlín 135

12. Psicólogos ilustres 143

13. La Políglota de Salamanca 153

14. La imprenta en la selva misionera 163

15. Un bibliotecario obsesionado 175

16. La Biblia azteca 185

17. El sello de garantía del fraude 203

18. A un paso de la muerte 211

19. El enfrentamiento decisivo 219

20. El golpe final 229

Bibliografía básica de referencia 247

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Una invitación Con cierta regularidad, los manipuladores de los medios de información apro­vechan comercialmente la sensibilidad del mundo religioso por un lado y una cierta veta antirreligiosa o por lo menos crítica de las instituciones religiosas por el otro, y anuncian con frases rimbombantes algún nuevo descubrimiento, su­puestamente único y sensacional, relacionado con el campo religioso. Es impor­tante recordar que hasta el momento, en la mayoría de los casos tales anuncios se evidenciaron como totalmente exagerados, cuando no falsos. Ninguna de esas supuestas informaciones sobresalientes y "totalmente novedosas" logró derribar el valor del mensaje cristiano, erradicar la fe de los corazones y las mentes de las per­sonas creyentes o agregar información histórica valiosa y fidedigna. En un primer momento, el nuevo "producto" suele ser presentado como "un tema que nunca fue dado a conocer", "la verdad jamás dicha sobre los orígenes del cristianismo", "algo que siempre se ocultó pero que ahora salió a luz", y otras fanfarroneadas mediáticas con las que un grupo selecto pretende manejar la opinión mundial, siempre con el objetivo de meter su mano en el bolsillo de la gente y sacarle su dinero. Luego de algún tiempo, en el que esas "noticias" siembran dudas, levantan preguntas cautelosas, provocan turbación y producen buenos ingresos a quienes las venden, suele imponerse una cierta desilusión. Pasado un lapso prudencial, las novedades" dejan de interesar, ya sea porque se evidenciaron como pompas de

jabón, espuma barata o vapor sin solidez; o simplemente porque la gente pierde el interés en ellas. A los manipuladores que distribuyen esos sensacionalismos no les interesa en absoluto el contenido ni si es verdad lo que anuncian. Sólo les interesa vender.

Así pasó con algunas afirmaciones altisonantes sobre los textos del Mar Muer­to; con el 'Código", que fue el producto que más arrasó y que a la vez contenía a mayor cantidad de inexactitudes y falsedades; con una tumba en cuyos osarios supuestamente se encontraban los restos de toda la familia de Jesús; con el Evan­gelio de Judas, un texto de mediados del siglo II pero que fue anunciado como

a verdad sobre el discípulo que entregó a Jesús"; con una inscripción hecha con

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tinta en una piedra que sugería que la concepción de un Mesías muerto y resuci­tado era anterior a Jesús...

Cabe preguntar por qué esos anuncios "prenden" con tanta facilidad. Puede haber múltiples respuestas, vinculadas acaso con el malestar en la cultura, ten­dencias contrarias a las instituciones religiosas, la avidez de novedades, el gusto por lo oculto y esotérico, y también una búsqueda sincera del misterio y de la dimensión trascendental. Las reacciones masivas a tales "productos" hábilmente colocados por los megamanipuladores de la opinión pública deben dar de pen­sar a las Iglesias cristianas y llevarlas por un lado a una revisión de su manera de anunciar el Evangelio de Jesucristo y de ser comunidad; y por otra, a no dejarse ilusionar por aquello que "vende bien", logra éxito impactante, entusiasma y en­canta fácilmente a las grandes masas. La línea divisoria que separa la recepción del misterio divino real de la fantasía patológica es muy débil y difusa. Es fácil confundir "verdad oculta" con trascendencia, "novedad absoluta" con las buenas nuevas del Evangelio, "sentido profundo jamás sacado a luz" con el verdadero sentido de la vida revelado por la Biblia y del que hemos de apropiarnos en un constante esfuerzo personal y comunitario con nuestra práctica de fe y amor.

Le invito, estimada lectora, estimado lector, a prolongar ahora la serie de los sensacionalismos al "papiro de los ricos". Observe cómo este producto se suma a la larga lista de objetos pomposos anunciados con colores chillones y gritos estri­dentes. Vea cómo la cosa parece tener solidez científica basada en datos de la pa-pirología, la arqueología, la historia antigua y la geografía histórica. Precisamente por contar con tanto respaldo académico, ese papiro podría tener efectos fatales para la fe cristiana, pues su contenido cuestiona y desautoriza absolutamente todo lo que dicen los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento. Pero verifique usted por su cuenta si realmente se trata de algo fidedigno o apenas de otro producto fraudulento más de ese sensacionalismo comercializado que gana mucho dinero vendiéndole baratijas a personas que tienen preguntas sinceras y profundas y que buscan un sentido para su vida. Déjese acompañar en esta verificación por Jorge del Cántaro, un joven pastor que vive y trabaja en Urdinarrain, Provincia de En­tre Ríos, Argentina. A Jorge no le cierran ciertos datos del papiro y de la historia de su recorrido a lo largo de dos mil años. Por ello emprende un largo viaje para verificar punto por punto todas las afirmaciones del papirólogo que publicó ese texto, que -según el canal de televisión que lo promocionó- "por fin revela la verdad sobre los orígenes del cristianismo". Acompañe a Jorge en su vertiginosa búsqueda y su valiente publicación de la verdad, no exenta de gravísimos riesgos para su vida, misión ésta que hará eclosión de una manera totalmente inesperada.

Una invitación 11

Agradezco a la Lie. Laura Tolú y al Pastor Darío Barolín por permitirme in­cluirlos como personajes en el desarrollo de la trama; al Prof. Dr. Francisco García Bazán por autorizarme a citarlo y a incluir aquí parte de las explicaciones expues­tas en sus obras El evangelio de Judas y Las tumbas de Jesús (véase la bibliografía); a Andrés Krüger por su asesoramiento en materia de programación; al Profesor Cristian Gómez, Director de Maná, Museo de las Sagradas Escrituras, de México, por permitirme incluirlo en persona en el capítulo sobre este Museo; y a Víctor Krüger, aquí alias Vito del Conde, por acceder a brindar un concierto de guitarra en esta historia.

El autor.

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1. Un anuncio fulminante

Instalado cómodamente en su sillón frente al televisor y saboreando un exquisito mate, Jorge del Cántaro no podía creer lo que estaba anunciando un periodista. Había terminado de ver las noticias; luego recorrió varios canales para ver si pa­saban algún programa religioso, pues en Semana Santa solían exhibirse películas relacionadas con tales temas. Ya eran clásicas e infaltables las películas "Los Diez Mandamientos", "La Pasión", "Ben Hur"; y de tanto en tanto también aparecía algún documental sobre la Síndone de Turín. Al no encontrar nada que le intere­sara, Jorge quiso apagar el aparato y salir a caminar unos minutos por el apacible pueblo de Urdinarrain, que a pesar de su designación oficial de ciudad seguía siendo una gran aldea de espíritu familiar.

Pero en ese momento un periodista deportivo anunció que el canal acababa de recibir una noticia importante, razón por la cual debía interrumpir brevemente su informe sobre goles, primeros puestos, victorias y pérdidas. En pantalla apareció una locutora vestida íntegramente de violeta -vaya a saber si para hacer juego con el carácter litúrgico del día o de pura casualidad— que indicó con voz pausada y cuasi misteriosa que un canal de los Estados Unidos había comunicado a la prensa escrita, radial y televisiva mundial el hallazgo de un papiro "que por fin revelaba la verdad sobre los orígenes del cristianismo". Según la dama en violeta, se trataba de algo sumamente serio, que comprometería la fe de más de mil millones de personas en toda la tierra y que derribaría de un solo golpe unos cuantos dogmas arraigados desde hacía casi dos milenios. Más no quería o no debía decir la dama por el momento. Prometió simplemente que este canal - "el primero, como siem­pre, con todas las noticias" - brindaría un adelanto del sensacional descubrimien­to en la noche del Jueves Santo, y que la información completa sería ofrecida en 'a noche del Sábado de Gloria y el Domingo de Pascua, en transmisión directa y en cadena con el canal asociado de los Estados Unidos. El programa incluiría un reportaje en vivo a quien brindará la revelación, con fotos del papiro, la lectura y raducción de sus principales partes y todas las pruebas científicas del caso.

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Jorge no pudo menos que sacudir la cabeza ante tamaña desproporción. Como si un fragmento de papiro pudiera anular la historia de dos mil años de fe, convicción e investigaciones absolutamente serias. Apagó el televisor y murmuró algunas palabras de bronca. Así como sucedía con las películas religiosas clásicas, también ya era común que casi todos los años en esta época se largaba alguna gansada sensacionalista que supuestamente debía hacer tambalear la religión cris­tiana. Los megamanipuladores de la opinión mundial conocían perfectamente la sensibilidad del mundo religioso cristiano, incrementada y en algunos casos incluso exasperada en los días previos a las grandes celebraciones del año litúrgi­co, fundamentalmente la Semana Santa y la Navidad. Por consiguiente, aprove­chaban con maestría esa veta para ubicar sus productos con bombos y platillos. Cuánto más dramático el anuncio, mejor. El contenido y la comprobación de veracidad no importaban en lo más mínimo.

El anuncio fulminante le había arruinado el día a Jorge. Decidió despejar algo la mente y sus sentimientos y realizar la proyectada caminata. Afuera, un espectacular cielo otoñal desplegaba su calidez sobre Urdinarrain, la tranquila ciudad enclavada en la verde campiña de la Provincia de Entre Ríos, parte de la Mesopotamia argentina. Era un Domingo de Ramos "de lujo", como mejor no se lo podía desear. A la mañana, todas las comunidades cristianas de la localidad ha­bían celebrado la fecha correspondiente; y ahora, a la media tarde, la población se volcaba a las vías públicas. Así lo marcaba la costumbre, pues en las casas no había mucho que hacer. El día libre destilaba relax por todos los poros. Los ancianos disfrutaban del mate, sentados cómodamente en las veredas delante de sus casas. Las parejitas jóvenes recorrían las arterias urbanas en pequeños grupos, algunos alejándose un poco más que otros de las vistas curiosas y los picos entrometidos de quienes las observaban cuidadosamente. Los muchachos solteros practicaban equitación motorizada y hacían tronar los escapes de sus motos. Algunas criatu­ras jugaban a la pelota en las dilatadas calles, y hasta los conductores respetaban el improvisado partido. El sosegado panorama evidenciaba a las claras que sus habitantes lo acostumbraban transformar los domingos por la tarde en extensa zona peatonal, declarando entre todos cuan lejos se encontraba este pintoresco conjunto de gente de las sacudidas masas que se veía obligada a apelmazarse en las caóticas urbes, donde las turbulencias de la cotidianeidad borraban toda frontera entre trabajo y descanso, día laborable y fin de semana, conversación apacible y griterío histérico.

Jorge había llegado a esta localidad hacía dos años, y desde entonces se des­empeñaba en el cargo pastoral, compartiendo la responsabilidad con dos cole­gas más, radicados en las localidades vecinas de Basavilbaso y Gualeguaychú,

± Un anuncio fulminante 15

respectivamente. Se sentía realizado y feliz; realizado vocacionalmente y feliz por la armónica relación con la feligresía de la iglesia. Claro que también sufría ten­siones y algunos cuestionamientos, tenía preocupaciones y ansiedades; pero sabía sobrellevarlos sin mayores sobresaltos.

Mientras caminaba tranquilamente por las anchas veredas, pisando cada tanto las primeras hojas amarillentas que algún vientito otoñal había arrancando de los árboles, Jorge no pudo desprenderse emocionalmente de la increíble afirmación sobre el misterioso papiro que "comprometería la fe de más de mil millones de personas" y que brindaría "la verdad sobre los orígenes del cristianismo". Un seg­mento de papiro, ¿capaz de cambiar la historia mundial? ¿Anular la fe de millo­nes? Jorge sacudió la cabeza. Comenzó a pensar en sus seres queridos, todos ellos portadores de esa fe ancestral e inveterada.

Su madre, Mercedes, era mexicana y de confesión evangélica. Tres décadas atrás, había sido enviada por su Iglesia a una convención sobre literatura cristia­na que se realizaba en Buenos Aires. Allí conoció a un joven librero de nombre Gustavo, también evangélico, hijo de una correntina, Doña Jacinta Arantes, y de un español de pura cepa, Don Javier Gustavo Manuel Filiberto del Cántaro Villalobos y Cuentas, pues, para servirles, Señoras y Señores, con todo respeto. La bisabuela materna de Jorge, Rosina von Kánel, había sido suiza; y el bisabuelo, Pedro Arantes, brasileño. Los bisabuelos paternos, Paulina Segovia y Juan Pablo del Cántaro Villalobos y Cuentas, remontaban su existencia a antiguas regiones españolas. Con estos antecedentes genealógicos, Jorge era un vastago no de un tronco, sino de toda una maraña de árboles, raíces, ramas, hojas y copas. Cuando sus padres lo inscribieron en el Registro Civil, el apellido quedó reducido simple­mente a del Cántaro.

A Jorge siempre le encantó esa designación familiar compuesta de origen ibé­rico. Parecía llevar en su estructura interna alguna reminiscencia de Calderón de la Barca, Francisco de la Alameda, Alvar Núñez Cabeza de Vaca o Luisa Delmonte. Así por lo menos se imaginaba su portador. Pues bien, libros argentinos y mexicanos van y libros vienen, libros fueron y libros vinieron; y el librero Gustavo logró con­vencer a su editorial a que abra un puesto de venta en México. Como los jóvenes tenían buenas intenciones, la madre de Mercedes, Doña Florencia Chávez Gon­zález, y el padre, Don Adán Navarro Cruz, no pusieron objeción alguna cuando luego de la quinta visita el joven argentino pidió formalmente la mano de la única nija. I ues así lo exigía la convención familiar; así lo habían hecho Don Adán y ocios los sujetos masculinos que se habían insertado sucesivamente en el tronco amiliar que hundía sus raíces en la más pura mexicanidad de medio milenio de

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trayectoria, con quién sabe cuántas combinaciones, mezclas, cruces y composi­ciones étnicas y amorosas.

La ceremonia de bendición nupcial fue celebrada en el templo evangélico más antiguo de la capital azteca. Gustavo no salía del asombro ante tamaña forma­lidad que desplegaba el tropel de fieles que acompañaba a la familia de su novel esposa Mercedes Navarro Chávez. No sabía qué debía admirar más, la profunda convicción religiosa de la comunidad en la que estaba incorporada su familia, la cortesía resuelta que todos desplegaban en el trato cotidiano, o la conciencia de la propia dignidad tan típica del pueblo mexicano. Decidió admirar las tres dimen­siones a la vez, y eso le abrió muchas puertas.

Al año se anunció la proyección de la vida en el seno del joven matrimonio; pero antes de que Doña Florencia y Don Adán pudieran verse agraciados con la transformación al estado de abuelos, la editorial de Buenos Aires resolvió cerrar la filial en México, ofreciéndole a Gustavo un puesto de gerencia en Buenos Aires. Los tiempos eran difíciles y había pocas perspectivas laborales; y muy a pesar de todos, la pareja tuvo que resolver su traslado a la Argentina.

Aquí nació y se crió el primogénito de la pareja, Jorge. Desde temprana edad, el muchacho sentía un interés especial por la Biblia. La abuela mexicana le había enviado una versión para niños; y apenas supo leer, la aprendió prácticamente de memoria. Por su interés en la religión, sus compañeritos de la escuela lo llamaban "el cunta"; y aunque él no se cansaba de explicar que en su iglesia evangélica el cura se llamaba pastor, el mote era imborrable. Finalmente no le dio más impor­tancia, y a partir de ese momento los demás también lo olvidaron.

Un año y medio después de su confirmación, Jorge sintió el llamado de Dios al pastorado. Habló con sus padres sobre lo que vislumbraba en su interior. Ellos quedaron gratamente impresionados; y quizá más gratificados aún se sintieron los abuelos mexicanos evangélicos y la abuela correntina, que también era protestan­te, tal como la bisabuela suiza Rosina von Kánel. "Elegiste algo excelente", le dijo el abuelo Javier; a lo cual Jorge respondió con humilde orgullo creyente: "No, Dios me eligió a mí".

Jorge estudió teología en Buenos Aires e hizo un año de intercambio en Chi­cago. Allí pudo perfeccionar su inglés y establecer numerosos contactos con es­tudiantes de todo el mundo, lo cual le abrió enormemente la visión, suminis­trándole un panorama realmente universal de la Iglesia cristiana. Llegó a sentirse miembro de una comunidad mundial y no sólo de su expresión local, lógicamen­te imprescindible, pero siempre reducida. Ya durante su estudio, se comprometió

1. Un anuncio fulminante 17

activamente con la obra social de su Iglesia. Alternaba la dedicación a los libros, las clases y las conversaciones con colegas estudiantes y docentes con prácticas en las comunidades y los proyectos diacónicos. Cuando finalmente llegó el esperado día de colación de grados, se sentía tensionado entre la nostalgia que le producía la conclusión de la etapa altamente gratificante de los estudios y la expectativa ansiosa por poder comenzar con el trabajo sobre el terreno.

Ahora estaba abocado de lleno a su tarea. De a ratos, la inmensidad de la tarea y la responsabilidad de la transmisión del Evangelio le sacudían fuertemente. No en el sentido de que no tuviera firmeza o coraje; sino que pasaba momentos en que se sentía demasiado pequeño ante tamaña misión. Pero sabía que si Dios lo había puesto allí, también le ayudaría a llevar a cabo fielmente su mandato. Con­taba con el apoyo de sus padres, que lo visitaban todas las veces que su tiempo y su economía se lo permitían.

Y sobre todo contaba con el apoyo de su novia, Gladys Frisch Villalba, futura estudiante de historia. Había pasado su infancia y su juventud en Posadas, capital de la Provincia de Misiones. Jorge y Gladys se conocieron en un Sínodo de la Iglesia, en el que Jorge participaba como pastor y Gladys como delegada de un grupo juvenil. Era amor a primera vista; y aquí sí se aplicaba el dicho popular que afirmaba que "En el amor, la distancia es como el viento: apaga los fuegos pe­queños y aviva o enardece los grandes". Proyectaban casarse dentro de un tiempo prudencial, cuya duración era totalmente relativa, no sólo según la teoría secular de Einstein, sino de acuerdo a quién lo pensaba: para los dos, cuanto más breve, mejor; para los padres de Gladys, podría ser un poco más largo. ¿Qué padres quieren que sus pollitos se vuelen tan temprano del nido? Sea como fuere, la expectativa de semejante magno evento y la perspectiva de compartir toda la vida colmaban hasta el borde las conversaciones y los sentimientos de Jorge y Gladys.

Pero en enero Gladys se había ido por un año a Barcelona. Le había tocado la suerte de ingresar a un programa de intercambio estudiantil entre colegios argen­tinos y españoles. Ello por supuesto incrementaba considerablemente la ansiedad

e l a joven pareja, pero ambos se dijeron que estas oportunidades no se ofrecían ocios los días, y por consiguiente había que aprovecharlas, aunque ello los dis-anciaba geográficamente por doce largos meses. Se contactaban diariamente por

correo electrónico y chat, lo cual por un lado bajaba unos grados la angustia y por el otro la subía.

A comienzos de la década de los noventa del siglo XX, los padres de Gladys, en rrisch y Juanita Villalba, habían protagonizado una genial aventura rela­j a con el mito de un tesoro de la antigua Provincia Jesuítica del Paraguay.

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Sobre el contenido de esta aventura, Rubén y Juanita jamás habían querido hablar, por más que sus tres hijos insistieran una y otra vez. Sólo comentaban sus visitas a las ruinas y los museos jesuíticos, exhibían espléndidas fotos y narraban miles de detalles de sus recorridos, agregando algunos datos sobre ciertas experiencias de corte dramático y casi trágico, tales como el acoso de un taxista en San Igna­cio Miní al que Juanita dejó desmayado en su vehículo, la grosería de un yanqui sobre el Puente de la Amistad que fue catapultado al Río Paraná, y un traumático secuestro cuyos autores fueron muertos al día siguiente por una banda rival. Pero el mito del tesoro siguió envuelto en su manto de misterio de siglos. Gladys había heredado el coraje y el espíritu práctico de su madre y la racionalidad de su padre; y vivía su profunda fe cristiana con autenticidad, alegría y convicción.

Ya comenzaba a oscurecer cuando Jorge volvió a su casa. Le esperaba una se­mana llena de trabajo. Pero también de tensa preocupación.

2. Un contenido extravagante

Bastante malhumorado y con una buena dosis de amargura, Jorge se dejó caer pe­sadamente en el sillón frente al televisor y prendió el aparato. El Sábado de Gloria había sido un día difícil. Además de hacer los últimos retoques al sermón para el Domingo de Pascua, también había preparado un tema bíblico para la reunión de jóvenes del martes, se había reunido con las catequistas para elaborar varias clases y el próximo campamento de chicos, y casi sobre la noche fue llamado a darle la Santa Cena a una anciana gravemente enferma.

Pero no era eso lo que le había acumulado la hiél en la sangre y el ácido en el alma. Era la expectativa ante lo que iba presentar esta noche la televisión al mun­do entero. Acostumbrado a farsas hábilmente montadas y ávidamente absorbidas por las masas que las convertían en verdades indiscutibles por el supuesto carácter científico que parecían tener, Jorge esperaba lo peor. El adelanto prometido para la noche del Jueves Santo había sido sólo una repetición de la primera noticia lanzada el Domingo de Ramos. El plato gordo venía ahora, Sábado de Gloria. Y lo que finalmente hizo su aparición en la pantalla fue peor que lo esperado.

A las veinte en punto, el director del canal presentó a Jonny Messer. El pa-pirólogo era un hombre de algo más de treinta años. Estaba vestido de manera deportiva, sobre la cabeza tenía el típico gorro de béisbol y llevaba puesto anteojos oscuros. Se lo veía algo nervioso y bastante inquieto. Se movía constantemente sobre la silla cromada, mientras que sus dedos tamborileaban a toda velocidad sobre la mesa de vidrio esmerilado.

La conversación del director con Jonny era llevada en inglés y pasada con una 'eve diferencia de tiempo al español en subtítulos amarillos. Como Jorge domina­ba perfectamente el inglés, no tuvo necesidad de seguir la traducción. Igualmente 'o hacía a veces, constatando que de tanto en tanto se filtraban errores.

El director informó que Jonny Messer, nacido en Chicago, era docente e inves­tigador privado, especializado en papirología, es decir, el estudio de papiros pro­venientes de la antigüedad. Residía en Nueva York y había hecho un sensacional

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descubrimiento que él mismo iba a presentar en dos programas sucesivos, a emi­tirse esta noche y mañana, como aporte del canal a la celebración mundial de la Semana Santa.

"No conoce el mundo," pensó Jorge; "la Semana Santa no es celebración mundial. Fuera de los ámbitos cristianos, no se la conoce ni se la festeja. Además, los ortodoxos la celebran en otra fecha".

Siguió explicando el director que ante la importancia capital del extraordina­rio descubrimiento, el canal había logrado organizar una cadena televisiva inter­nacional, transmitiendo la presentación simultáneamente en 136 países y en 45 idiomas, ofreciendo la traducción en cada país o región con el correspondiente subtitulado. Explicó que la traducción iba a aparecer luego de un breve lapso de tiempo después de la conversación, debido a que cada traductor debía tipear su versión para convertirla en texto visible. También indicó que estaba previsto rei­terar los momentos culminantes del programa dos a tres veces durante el resto de la noche y en el transcurso del día de mañana, según el interés del público.

Algo le decía a Jorge que ya había visto esa cara detrás de las gafas oscuras. Pero por más esfuerzo que hacía, no lograba recordar dónde ni en qué ocasión o cuándo.

El nerviosismo de Jonny era realmente llamativo. Jorge sólo pudo explicarlo por el hecho de que el joven investigador aparecía quizás por primera vez en la te­levisión. Y ello nada menos que en un programa de alcance mundial. Igualmente parecía demasiado perturbado.

Jonny se agachó, tomó su portafolio que había dejado en el piso, lo colocó sobre la mesa, lo abrió con parsimonia y extrajo una carpeta azul. Luego se puso guantes de goma; y antes de continuar con sus preparativos, el director le pregun­tó con picardía:

—¿A qué se debe tanto aparato y tanta ceremonia? ¿Nos trajo algún bacilo de una nueva epidemia, un gas tóxico o una nueva especie de araña con veneno mortífero?

—No, no, tranquilo, no es nada de eso —replicó Jonny—. Traje un papiro antiguo.

—¿Y para qué esos guantes?

—El papiro tiene casi dos mil años. Hay que tratarlo como sumo cuidado.

¡jn contenido extravagante 21

Tonny abrió la carpeta azul, sacó ocho folios transparentes, cada uno con una hoia de papiro en su interior, y los colocó ordenadamente delante de sí sobre la mesa. Después volvió al portafolio, sacó una lupa de gran tamaño y tres hojas impresas que colocó a continuación de la última hoja de papiro. Después hizo su primera declaración.

En primer lugar, tengo que comunicarle a la humanidad que el cristianismo es una gigantesca falsificación realizada por una secta de Galilea, que se apropió

del mensaje de Jesús y lo transformó radicalmente, adaptándolo a sus propios

fines.

Una bomba no habría producido un cráter mayor que la boca y los ojos del director del canal, inmensamente abiertos como asustados por esta afirmación. Después de un buen rato, el hombre logró tartamudear:

—¿Qué... qué está diciendo? Si eso es cierto, digo, ¿qué... qué haré yo con mi propia religión? Yo soy luterano, todos mis antepasados han sido luteranos desde 1532; ¿y ahora usted me cuestiona toda esa larga historia de cinco siglos? Mi esposa proviene de una familia católica; ¿nos va a cuestionar su historia que tiene unos cuantos siglos más?

—No es mi culpa —replicó Jonny—. Eso es lo que demuestra el papiro que tengo aquí.

Jorge no sabía si la reacción del director era auténtica o teatralizada. Si se trata­ba de una transmisión en vivo, podía ser real; pero de esos periodistas sensaciona-listas se podía esperar cualquier cosa. Lo tenían todo estudiado. En primer lugar, figuraban siempre el efecto y el rating. La verdad era secundaria. O ni siquiera eso. Directamente no importaba.

—Es cierto —reconoció el director—; no estamos aquí para hablar de mi fe personal, sino para escuchar su anuncio. Prosiga.

—Con mucho gusto —dijo Jonny, ya con varios grados de mayor autocon-nanza. Por lo visto, comenzó a disfrutar de su actuación—. Me cabe avisar al distinguido público que hoy le hablaré sólo del contenido de este papiro y del camino que recorrió hasta llegar a mis manos; y mañana leeré partes selectas de este texto verdaderamente sensacional.

Jonny hizo una pausa, y el canal pasó unos anuncios comerciales. Luego de res minutos el papirólogo volvió a aparecer en escena. Tomó pausadamente un aso de agua y comenzó con la presentación del contenido del antiguo texto.

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22 El papiro de los ricos

Afirmó que el papiro evidenciaba a las claras que Jesús de Nazaret había sido hijo de un adinerado empresario de la construcción, cuyo campo de actuación cubría no solamente la aldea natal de Nazaret, sino las ciudades de Céforis, Ti-berías, Capernaúm y varias urbes de la Decápolis, extendiéndose por el noroeste hasta Tiro y Sidón. Luego de una corta carrera como técnico en el negocio de su padre, donde llegó a conocer a mucha gente importante y a apreciar sus aspira­ciones y posibilidades, Jesús Hijo de José optó por abrir una especie de instituto ambulante de formación de líderes, como los había también en otras partes del mundo judío bajo modalidad religiosa y en Grecia bajo modalidad filosófica. Así recorrió su país enseñando el camino del éxito y de la prosperidad, formando un grupo de élite con empresarios jóvenes, reclutados sobre todo en la próspera región de Galilea. Se trataba de dueños de flotas de pesqueros, constructores, maestros, expertos en economía y finanzas, literatos, administradores jerárquicos de oficinas recaudadoras de impuestos, y otros más. Tuvo frecuentes encuentros con personas influyentes, tales como ricos, magistrados, fariseos renombrados, jefes del sistema impositivo e incluso militares romanos. Solía hospedarse en los hogares de estas personas y los alentaba en su búsqueda de éxito, cifrado bajo la designación religiosa de bendición divina.

Formuló sus enseñanzas en forma de parábolas, tales como la de los viñado­res, el rico que tuvo una cosecha extraordinaria, el administrador inteligente, los talentos y otras más. Inculcó la necesidad de realizar cálculos, obtener ganancias, sopesar posibilidades, hacer negocios arriesgados y nunca bajar los brazos. Sus enseñanzas lo revelan como un joven líder rico que adoctrinaba a otros adultos jóvenes en el camino de la prosperidad y del éxito, con la ayuda de Dios.

Juntamente con su grupo de talentosos miembros de la inteligencia local y del empresariado más prometedor, tuvo la idea de hacerse con el poder político de su país, a los efectos de brindar una plataforma independiente para el trabajo, la producción, el negocio y la obtención de ganancias. Para lograr esa meta, debía arrebatar primero el poder de las manos de los romanos, que en ese momento constituían la fuerza imperial de ocupación en Israel. Sus seguidores colaboraban con importantes sumas de dinero para la formación de un grupo de combate bastante reducido, pero sumamente eficaz.

El plan preveía que una vez lograda la independencia militar y política, los líderes debían ocupar todos los puestos de importancia en la administración del país, a los efectos de lograr también la independencia económica y comercial. Ello iba a fomentar un rápido progreso de todos los integrantes y aspirantes del grupo, el cual iba creciendo vertiginosamente.

2. Un contenido extravagante 23

Jonny hizo una pausa, mientras el director hizo poner en segundo plano una serie de fotos de Jerusalén, especialmente de las zonas de excavaciones arqueológi­cas. Luego hizo presentar fotos de artefactos militares de la época de Jesús, toma­das en el Museo de Israel: una coraza romana, cascos, lanzas, espadas, modelos de catapultas, puntas de flechas. Después pasó a la colección de monedas del Museo a los efectos de ilustrar las múltiples relaciones comerciales que se desarrollaron en la tierra de Israel hacía dos mil años. Aparecieron monedas de Siria, Grecia, Roma, Israel; como también varias acuñadas por regentes y gobernadores locales, entre ellos, Poncio Pilato. La cámara se detuvo especialmente en tres monedas, trayéndolas a primer plano: la del "impuesto al César", con la efigie del empera­dor y la inscripción correspondiente; un ejemplar acuñado por Pilato, que chocó gravemente al sentir religioso y nacional de los judíos por su agresiva imaginería; y un ejemplar de la célebre serie "Iudaea capta", acuñada por los romanos luego de la victoria sobre los judíos y la destrucción de Jerusalén en el año 70 de la era común.

Jorge se sintió pésimamente mal. La osada construcción que exponía Jonny Messer le había tocado en lo más íntimo de su fe y de su sentir pastoral. Lo que estaba presentando el papirólogo contradecía todo lo que Jorge y millones de personas habían aprendido desde la infancia y de lo cual estaban convencidos. Y eso que Jonny recién estaba comenzando.

El tipo retomó su exposición. Explicó que el papiro que tenía delante de sí y del cual leerá diversas partes destacadas en el programa de mañana era muy ante­rior a los Evangelios del Nuevo Testamento y contenía la trascripción directa de las enseñanzas y los informes sobre los principales encuentros de Jesús de Nazaret con los empresarios de su entorno. El papiro había caído en el olvido y su conte­nido quedó totalmente sepultado debajo de montañas de relatos de otra historia, construida posteriormente.

—¿Cuál es esa "otra historia", si se puede saber? —preguntó el director del canal—; ¿y qué pruebas hay de su existencia?

—Pues la historia de la Biblia, la que nos contaron hasta ahora, ésa es la "otra historia" —explicó Jonny—. Pero gracias al papiro que descubrí y descifré, ahora se conocerá la verdadera versión de los inicios del cristianismo.

—¿De qué época es ese papiro?

—Yo diría que más o menos del año 35 ó 40 de la era cristiana.

Es decir, fue escrito pocos años después de la muerte de Jesús.

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24 El papiro de los ricos

—Así es —aseguró Jonny—. Es anterior a los Evangelios, lo cual pude com­probar con un estudio paleográfico.

—Perdone mi ignorancia —dijo el director—; ¿podrías explicarnos qué es un estudio paleográfico?

—Con gusto. La paleografía no es otra cosa que el estudio de escrituras anti­guas. Sirve para descifrar y datar textos antiguos.

—¿Y cómo se hace esa datación? Digo, ¿cómo se sabe que este pergamino es de tal o cual año?

—Por comparación de las letras, abreviaturas, anagramas, siglas, etc. con otros textos antiguos que ya han sido datados porque llevan fechas exactas. Como las letras evolucionan, cada época tiene las suyas. Por ejemplo, en épocas pasadas, en algunos países europeos los libros se imprimían en letras góticas. Hoy ya no se usan esas letras.

—Entonces un experto en paleografía es algo así como un detective de escri­turas antiguas —sintetizó el director—. ¿Es así?

—Exacto.

—Me imagino que un paleógrafo no sólo puede descifrar lo que un texto dice, sino también constatar que es verdad lo que dice, ¿no?

—Bueno... este... bien —tartamudeó Jonny—, puede descifrar el texto, y a veces puede certificar la verdad de lo que dice, pero no siempre.

—Y en este caso, ¿puedes certificarnos que es cierto lo que dice este pergamino?

—Creo que sí, porque estudié no sólo su escritura, sino también su recorrido y su contenido.

Jonny hizo otra pausa, en la que la cámara presentó un primer plano de su cara. Jorge notó algunas distorsiones, estirones y temblores apenas perceptibles que recorrían la faz del hombre, como cuando alguien no está del todo seguro de lo que afirma. Lástima que el tipo no se sacaba las gafas. Los ojos son las ventanas del alma; y quien sabe interpretar los destellos que emanan de ellos, tiene acceso a las profundidades del ser. Pero ahí estaban los gruesos cristales de color verde oscuro, vedando todo acceso al interior del papirólogo.

Ahora la cámara se detuvo sobre las hojas del papiro, para luego enfocar los de­dos de Jonny, que seguían golpeando inquietamente la superficie de la mesa. Eran hormigas angustiadas que vagaban sin rumbo, en busca de azúcar inexistente.

2. Un contenido extravagante 25

Jonny retomó sus explicaciones. Jorge esperaba más "revelaciones peligrosas". Efectivamente, el hombre pasó a explicitar su parte propia de la extensa teoría, teniendo la suficiente honradez de aclarar que lo que venía ahora era una re­construcción hipotética de los hechos, que permitía establecer una línea entre lo contado por el papiro con la historia posterior fijada en los Evangelios y en el cristianismo primitivo. Dijo que como sucedía con toda hipótesis de trabajo, él como su creador la mantenía hasta que se demostrara lo contrario.

Según su reconstrucción, basada en algunos datos arqueológicos y en textos de la época, un grupo sectario llamado los "pobres de la tierra", gravemente frustrado por el rápido éxito que tuvo Jesús con su grupo de élite, y como tantos pobres lleno de rencores, envidias y resentimientos sociales contra quienes saben, pueden y tienen, denunció a Jesús ante la autoridad romana. El contenido de la denuncia era el hecho de que Jesús era rebelde político, un "pretendiente al trono" cuyo objetivo era tomar el poder y hacerse rey. Uno de los discípulos de Jesús, Judas, economista y experto en cuestiones políticas, en realidad había sido un infiltrado perteneciente a ese grupo de miserables. Es posible que incluso fuera agente doble perteneciente a los servicios de información de los romanos; o hasta triple, traba­jando también para el establishment de la aristocracia saducea local del templo de Jerusalén. De hecho, Judas vendió la información relacionada con los planes de la toma del poder a las autoridades de Jerusalén, y éstas se conectaron con el gobernador romano. Jesús fue apresado y juzgado primero por el Sanedrín como falso mesías y luego por el gobernador romano Poncio Pilato como rebelde, acu­sándoselo de querer hacerse rey de los judíos. Fue condenado al suplicio de la cruz, una forma de pena de muerte aplicada sólo a esclavos fugitivos, criminales "pesados" y rebeldes políticos. Juntamente con él fueron crucificados dos rebeldes más, miembros de otro grupo de sediciosos. Un cuarto rebelde, Barrabás, que po­cos días antes había dado muerte a un romano, obtuvo su libertad de acuerdo a la costumbre del gobernador de soltar a un preso en la Pascua, a pedido del pueblo.

Jonny prosiguió diciendo que el relato evangélico del sepelio del crucificado demuestra nuevamente su relación innegable con los ricos: su cadáver fue solici­tado al gobernador romano por José de Arimatea, que era miembro del Sanedrín y gozaba de muy buena posición económica. Seguramente pagó alguna coima para obtener el cadáver; y juntamente con otro hombre influyente, Nicodemo, dio sepultura a Jesús en su propia tumba recientemente esculpida en la roca. Por cierto, ceder o prestar una tumba era un gesto para nada frecuente, y apenas usual entre los miembros de la alta sociedad.

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Jonny hizo una nueva pausa. El director solicitó que la cámara mostrara fotos de sepulturas antiguas en los alrededores de Jerusalén. Al instante, aparecieron fotos de la tumba de la familia de Herodes, la reina de Adiabene, los profetas, Absalón, Zacarías, algunos reyes; y luego tumbas anónimas. Casi de paso, Jonny explicó que todas las tumbas conocidas de la época pertenecían a familias encum­bradas, pues excavar una tal tumba en la roca viva o esculpirla por completo por dentro y por fuera como la de Absalón no era nada barato.

Luego de este recorrido por las antiguas necrópolis, el director preguntó cómo siguió aquella historia, reconociendo que el relato comenzó a fascinarlo.

Jonny explicó que según su reconstrucción hipotética, ante el éxito que había tenido la actuación de Jesús, los integrantes del grupo de los "pobres de la tierra" (que también podía llamarse "los miserables de la tierra") se apoderaron de la figu­ra y del mensaje de Jesús, "empobreciéndolos". Hábiles tergiversadores retocaron los relatos de los encuentros de Jesús con personas ricas, cambiando a veces apenas sutilezas y produciendo de esta manera historias con contenido opuesto. Asimis­mo, modificaron diversos elementos de las parábolas y de los discursos públicos para producir historias con un mensaje totalmente contrario. Una vez elaborada una presentación del mensaje y las obras de Jesús diametralmente opuesta a la realidad original, le agregaron el relato de la resurrección, colocándose ellos mis­mos en el papel de testigos. Pero aquí cometieron diversos errores, pues algunos tenían una reputación muy dudosa, como aquella María de Magdala, una mujer de la que se contaba que había sufrido de locura, atribuido en la antigüedad a la supuesta influencia de demonios; o un tal Cefas, posteriormente llamado Pedro, que era un hombre sumamente caprichoso. También introdujeron como testigos a personajes anónimos: "los discípulos", "los Doce", "dos de ellos, que vivían en un villorrio llamado Emaús", "otras mujeres", etc. Con estos datos vagos y difu­sos, en realidad no se podía recurrir a nadie en concreto a los efectos de realizar una comprobación fehaciente. Aparentemente robaron también el cadáver, tal como se indica incluso en uno de los Evangelios, atribuyendo este dato a una mentira de los judíos, pero sin percatarse de que al incluir el dato, se le concedía estatuto de veracidad.

—Si ésta es la verdadera historia —constató el director—, todo lo que hemos estudiado hasta ahora se esfuma como humo de la historia, como una pompa de jabón que ha reflejado lindos colores tornasolados, pero que ahora se revienta y desaparece.

—Así es —aseveró Jonny—; y lo lamento por quienes han construido su vida sobre una equivocación. Pero esto no significa que el mensaje original de Jesús

2. Un contenido extravagante 27

tenga que silenciarse. Al contrario, este papiro evidencia que ese mensaje tiene ahora más fuerza que nunca, pues es una gran esperanza para la humanidad que busca desesperadamente cómo salir de las crisis sociales, económicas y espirituales que la golpean. Con el redescubrimiento del mensaje original, en realidad puede comenzar por fin la verdadera historia del cristianismo, que será la historia de los fuertes, exitosos, emprendedores, ambiciosos y triunfadores.

El director pensó un rato y luego dijo:

—Entonces podemos decir que lo que tú tienes ahí listo para leernos mañana es el "papiro de los ricos".

Jonny tragó en seco. No se había esperado esa calificación de su papiro. Habría preferido llamarlo "el verdadero evangelio", "la historia real" o algo parecido. El director insistió:

—¿No te parece que ese título cabe perfectamente a lo que nos estás trayendo?

Los técnicos, ávidos por toda novedad y hábiles en convertirla inmediatamen­te en verdad, instantáneamente hicieron aparecer el nuevo título del papiro en inglés en la pantalla; y cuando Jonny se percató de que en los monitores que lo rodeaban por todas partes en el estudio mismo figuraba ese título, ya era demasia­do tarde para intentar una corrección. Pues también quienes hacían la traducción simultánea agarraron la onda y pasaron el título a los demás idiomas. Los técni­cos, sagaces y rápidos, supieron introducir esa avalancha babilónica de lenguas en la pantalla; y ahora hubo una rápida sucesión del título en los 45 idiomas a los que se estaba traduciendo la presentación. Jonny sólo logró decir:

—OK, pero conste que ese título se lo dio usted al papiro. El original no tiene ningún título; y si alguna vez lo tuvo, se ha perdido. La primera hoja ya no está completa, le faltan algunas líneas de texto.

En la isla de edición, los técnicos hacían verdaderos malabarismos. De un foco radiante salía ahora el título en un idioma tras otro y en su respectiva escritura, ampliándose paulatinamente hasta llegar al borde de la pantalla. Inglés, español, francés, portugués, griego, hebreo, alemán, ruso, árabe, hindi, japonés, coreano, amárico, malayo, armenio, búlgaro, polaco, húngaro, italiano, danés, sueco, esto­niano, finés, chino mandarín, checo, noruego, rumano, esloveno, afrikaans, letón, lituano, suahili, neerlandés, catalán, guaraní, serbio, éusquera, eslovaco, nepalés, aymará, creóle, bengalí, javanés, ucraniano y turco - la lista parecía interminable.

Luego apareció en pantalla como por arte de magia un mapamundi con la foto superpuesta de Jonny Messer en el centro, y nuevamente el centro irradiaba

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el título en los 45 idiomas, ahora en colores alternados. Frente a la cámara, la cara del papirólogo había tomado un color pálido, como si su foto allá en el centro del mapamundi le hubiera transmitido algún tono venenoso. No parecía muy feliz por hallarse en el centro de la atención mundial. Jorge tuve la sensación de que Jonny se asustaba de su propio coraje o, mejor dicho, del efecto internacional de su presentación, mediatizado por los contornos del mapa y los destellos del título del papiro.

Luego de algunos instantes, que a todas luces se le hacían pequeñas eternida­des a Jonny, el papirólogo comenzó a moverse nerviosamente sobre su silla. El director salvó la situación con la siguiente pregunta.

—Jonny, hasta ahora nos hiciste un resumen del contenido del "papiro de los ricos" y nos presentaste tu hipótesis de reconstrucción de la tergiversación hecha por los "pobres de la tierra". Ahora nos faltan dos cosas. Nos tienes que contar cómo llegaste a descubrir el papiro, y mañana te esperamos a la misma hora para que nos leas los principales pasajes del texto.

Jonny tomó nerviosamente unos sorbos de agua. Al volver a colocar el vaso sobre la mesa, casi volcó el líquido sobrante sobre su papiro. Mientras tanto, comenzaban a llegar los primeros correos electrónicas y las llamadas al canal. El director prometió que una vez finalizado el programa, Jonny y él iban a responder todas las preguntas, pero que ahora tenían que continuar con el relato de cómo el papiro llegó a manos de su ya célebre descifrador.

Jonny abrió nuevamente su maletín y extrajo un viejo cuaderno, colocándolo cuidadosamente sobre la mesa.

—Este es el diario de viaje de mi padre Rich Messer, que en paz descanse — dijo—. El había sido arqueólogo e investigador privado. Fue él quien en realidad descubrió el papiro, luego de seguir sus rastros durante varios años. El papiro viajó por muchos lugares hasta que lo obtuvo mi padre. Pero nunca descifró el texto ni publicó nada al respecto.

—Esto se está poniendo interesante, como una novela policial —comentó el director con una amplia sonrisa—. A ver, cuéntanos esa historia. Hemos conve­nido que mañana, después de la lectura del texto, nos darás todos los materiales para que los podamos colocar en el sitio web del canal: el resumen del contenido, el recorrido, el facsímile del papiro y su traducción completa.

—Así es —aseguró Jonny—; pero recién mañana. No me pida hoy esos materiales.

2. Un contenido extravagante 29

Entonces Jonny comenzó a explicar el recorrido del papiro. Dijo que según el diario de su padre, fallecido hacía varios años, éste había encontrado de ca­sualidad una primera referencia a un papiro que guardaba cierta similitud con los Evangelios, pero que contenía una versión bastante diferente de la vida de Jesús. Esta referencia remitía a una tumba de un monje copto del siglo II de la era cristiana, miembro de una comunidad del convento de San Pacomio en Nag Hammadi, que había pedido ser sepultado juntamente con un códice de papiro con un texto griego, cerrado y sellado, que él guardaba como su tesoro más apre­ciado. En esa misma localidad fueron encontrados valiosos textos coptos en 1945, entre los que había varios evangelios apócrifos. El papiro trataba de Jesús y los ricos de su época. Dado que los demás monjes no entendían griego, no le dieron ninguna importancia al papiro. Al fallecer el monje, sus compañeros cumplieron su último deseo, registrando ese hecho en las actas de su comunidad. El monje fue sepultado en el cementerio cercano al monasterio, y su tumba era la primera de la tercera hilera contando desde la entrada al camposanto, empezando por la izquierda. Todo esto quedó registrado en la crónica del convento. Ésta fue encon­trada y descifrada por el padre de Jonny en 1965 en la tumba del abad del con­vento; pero cuando el arqueólogo se puso a buscar la tumba del monje para dar con el misterioso papiro, resultó que el sepulcro había sido profanado y vaciado ya en la antigüedad. Del papiro, ningún rastro. Mejor dicho, ningún rastro físico, pero sí tenues huellas posteriores en otros textos a lo largo de su extenso recorrido por diversos lugares del globo. Con el tiempo, el padre de Jonny había recopilado todos esos vestigios del recorrido hallados en diversos documentos, siguiendo luego paso tras paso el huidizo documento hasta dar con el mismo.

El segundo lugar donde fue escondido el documento más o menos por el siglo V o VI, fue el túnel excavado por los atacantes que tomaron por asalto el casti­llo de Montfort en el norte de Galilea. Allí quedó por muchos siglos, hasta que aproximadamente en 1920 pasó a una caja de metal instalada en una palmera en el Areópago de Atenas. Se trataba de una especie de buzón de correo clandestino, empleado para comunicaciones entre espías en el tiempo de la Primera Guerra Mundial, y luego olvidado. De allí el papiro pasó a un nicho en una galería lateral de las Catacumbas de Calixto en Roma, a pocos metros del cubículo del diácono Severo. Después de abandonar ese lugar, con total seguridad en la maleta de algún ladrón, comerciante de antigüedades o coleccionista furtivo, fue escondido en 1966 en el doble fondo de la gaveta central del escritorio en la célebre Cámara de Ámbar en el Palacio de Catalina en Pushkin, San Petersburgo, ciudad que en ese momento se llamaba Leningrado. Por motivos desconocidos, pasó luego al arma­rio del archivo en la "Catedral Francesa", el Fmnzósischer Dom, como se llamaba

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en alemán, de la parte oriental de Berlín, que en aquel entonces era la capital de la República Democrática Alemana. Allí fue descubierto de casualidad por un carpintero durante la restauración de la fachada del edificio iniciada en 1967.

Por vías no claras, el papiro llegó luego a Suiza, donde alguien lo adquirió para integrarlo a una colección de otros documentos antiguos, entre los que se hallaba un célebre códice copto encontrado con cinco otros tratados gnósticos en Nag Hammadi. Ese códice llevaba el nombre del psicólogo Jung, en honor del eminente académico. El padre de Jonny encontró este dato en un informe brin­dado a un diario de Zúrich por Ruth Bütli, la bisnieta de Margarita Erni, amiga de infancia del renombrado psicólogo. Decía la nota que un donante anónimo había pagado la friolera de cuatrocientos mil Francos por el papiro. Pero antes de concretar la entrega del valioso documento al fundador del Instituto en persona en enero de 1968, el papiro fue robado y volvió a desaparecer; pero poco tiempo después se halló una referencia al documento en una hoja con anotaciones que algún investigador olvidó entre las páginas de la Biblia Políglota Complutense en la Biblioteca de la Universidad de Salamanca.

Mientras Jonny narraba este periplo, los hábiles técnicos del canal trazaban el recorrido sobre el mapamundi, centrado en el norte de África, el Cercano Oriente y Europa. Pero ahora tuvieron que ampliar el enfoque, pues después de la referen­cia a España, Jonny explicó que de pura casualidad su padre encontró una anota­ción hecha con lápiz en una página del libro La Biblia y su historia del sacerdote jesuita Juan Eusebio Nieremberg, de Colonia, Alemania, libro que fuera editado en la imprenta jesuita de las Misiones del Paraguay en 1775 y que se hallaba en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, Argentina. La nota marginal fue garabatea­da por algún investigador en el capítulo referido a los primeros papiros con textos bíblicos. Como Nieremberg no hablaba del "papiro de los ricos", el investigador completó el listado de testigos antiguos del texto bíblico con este dato. Gracias a este dato suministrado por el estudioso a todas luces neurótico y pedante que no pudo con su genio, el padre de Jonny pudo localizar el siguiente paradero del papiro. Jonny agregó que el libro de Nieremberg fue reeditado en la Argentina en 1967.

Antes de proseguir, el director preguntó algo confundido:

—¿No son demasiadas casualidades y coincidencias? ¡Mira que ya vamos por el cuarto continente!

—No es culpa mía que el papiro haya viajado tanto por el mundo, dejando rastros por todas partes —se defendió Jonny—. Suerte que fue así.

Un contenido extravagante 31

Y continuó con su explicación sobre el peregrinaje del documento. Contó que la nota en el libro de Nieremberg remitía a un bibliotecario que atendía la Colec­ción Jesuítica de la Biblioteca Mayor de la Universidad de Córdoba, Argentina,

e i0 había visto y registrado en algún momento. El padre del papirólogo viajó a Córdoba y encontró efectivamente en 1968 una referencia al papiro en el cuader­no de notas del bibliotecario de la Universidad. El bibliotecario le comentó que un italiano lo había visitado ofreciéndole el documento a un precio exorbitante, pero como la Universidad no lo pudo adquirir, el hombre se marchó rumbo a México, donde esperaba vender su reliquia. El padre de Jonny viajó al país azteca a principios de 1969, y tuvo la enorme suerte de que un viejo conocido lo pusiera sobre la pista de una copia de un fragmento del papiro que se encontraba en el Museo de las Sagradas Escrituras de México. Fue al Museo, revisó la copia y se puso a buscar el original, seguro de que ahora lo encontraría, pues la copia era muy reciente.

—O sea, pudo constatar la existencia de lo que podríamos llamar una "Biblia azteca" —interrumpió el director—. ¡Qué fascinante!

—Bueno, de acuerdo, una "Biblia azteca" entonces. Pero fue sólo una copia del papiro. Mi padre logró ubicar al intermediario que había vendido la copia al Museo, y a través de este hombre dio finalmente con el poseedor del original, un huraño traficante clandestino de objetos antiguos cuya venta era considerada ilícita. En un oscuro restaurante de una calle lateral, a pocas cuadras del Zócalo en pleno corazón de la capital azteca, mi padre adquirió el precioso documento.

—¿Cuánto pagó su padre por el papiro? —preguntó el director. Era la pregun­ta más lógica del momento—. Me imagino que el precio fue muy alto.

—Mi padre nunca quiso hablar de esta cuestión —dijo Jonny en voz baja—. Y su cuaderno no registra absolutamente nada sobre el precio.

Prosiguió informando que su padre llevó el valioso objeto a Nueva York, en­vuelto en ropa sucia para evitar controles aduaneros y policiales; y que lo colocó en su caja fuerte en el Mount Alban Brothers Bank.

—¿Cuál es ese Banco? —interrumpió el director—. Jamás escuché ese nombre.

—Es un banco muy pequeño, filial de una casa matriz mexicana de Oaxaca — dijo Jonny, bajando la mirada—. Casi nadie lo conoce. Por eso mi padre guardó allí el papiro.

Continuó diciendo que poco tiempo después murió su padre. Aquí Jonny agravó su timbre de voz y empleó tono de funebrero, secándose ostentativamente

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una lágrima del ojo izquierdo, lo que le permitió a la televidencia ver por U n

brevísimo instante un poco detrás de las gafas oscuras. Luego dijo que en ese

momento él tenía apenas dos años. Su madre mantuvo su cuenta bancada y ] caja fuerte en el mismo banco, pero él creció sin saber absolutamente nada de] contenido de la caja. Al fallecer su madre, fue convocado por el banco en carácter de heredero único, y recién allí tuvo acceso a la caja, hallando para su enorme sorpresa el valioso conjunto de hojas marrones y el diario de viaje de su padre Tomó todo eso como un signo de la providencia, ya que se había especializado en papirología y estaba en perfectas condiciones de descifrar, transcribir, traducir y editar el texto antiquísimo. Y eso fue lo que hizo.

—Y aquí estoy —dijo, visiblemente aliviado porque se estaba acercando el final de esta primera presentación—. Ahora usted, señor Director, conoce la his­toria y el recorrido de mi papiro; y mañana tendré el gusto de leérselo a usted y al distinguido público.

Dicho esto, recogió con cuidado las ocho hojas del documento, las tres hojas impresas, el diario de su padre y la lupa, colocó todo en su portafolio y agradeció al director. Este lo despidió cordialmente y le aseguró que esta historia no sólo lo haría famoso como descubridor del "Papiro de los ricos", sino que también apor­taría un elevadísimo rating al canal, pues jamás se había emitido un programa con tanto alcance universal y en tantos idiomas en traducción simultánea.

Como escena final, en la pantalla se volvió a ver el jueguito infantiloide del título en todos los idiomas de la transmisión, esta vez saliendo de la boca de Jonny Messer y formando globos con luces destellantes.

Jorge se sentía cada vez peor. Si todo esto era cierto, él había dedicado su vida a una pompa de jabón. Pensó en los años de escuela dominical, las clases de confirmación, los cultos, los estudios bíblicos, los campamentos, las jornadas de formación, los retiros" espirituales, las conversaciones con tantas personas, los libros leídos, los años de estudio de teología. Pensó en la fe auténtica de millones de personas. ¿Todo eso fue en vano? ¿Una fantasía? La búsqueda del agua de vida, ¿una carrera tras un mero espejismo? Eso no podía ser.

Pero ahí estaba el papiro, y quién sabe cuántas sorpresas más se ocultaban en sus trazos apenas legibles. Porque algo de lógica parecía tener la reconstruc­ción del papirólogo. La visita de Jesús a la casa de Zaqueo, ese rico cobrador de impuestos; la sepultura por José de Arimatea en la tumba nueva, ésos eran he­chos contados sin tapujos en los Evangelios mismos. La negación de Judas, cuyos motivos últimos no quedaban del todo claros y que podían ser varios y no sólo

Un contenido extravagante 33

i avidez de dinero, era un dato sumamente desconcertante que ahora parecía revelar parte de su secreto.

Una desesperación se apoderó de Jorge. Una sensación de verdadero pánico. Pensó en la fe de miles de millones de creyentes. Si era falsa y se basaba en un frau­de -cómo Dios podía permitir algo así a lo largo de dos milenios? Investigación tras investigación, centenares de miles de libros teológicos, bibliotecas enteras dedicadas a escudriñar las Escrituras - ¿todo ello nada más que una falsa ilusión, y sólo porque este papirólogo haya encontrado unas hojas marrones con un texto supuestamente emparentado con los Evangelios, pero de signo contrario? ¿Y si el papiro era falso? Peor aún, ¿si era falsificado? Pero, ¿cómo demostrarlo?

La presentación en público del evangelio gnóstico de Judas, de la supuesta tumba de Jesús y de toda su familia, del "Código" y de otras "revelaciones" divul­gadas con una mercadotecnia cuasi perfecta habían evidenciado que las grandes masas -por lo menos, las del mundo occidental- eran ávidas de noticias relacio­nadas con la religión; y cuánto más sensacionalistas y cuestionadoras, mejor eran recibidas. No sirvió de mucho que después las investigaciones de mucha solidez académica demostraran que el evangelio de Judas era de mediados del siglo II y que había sido redactado por un grupo gnóstico, y que por estas condiciones no aportaba absolutamente nada nuevo y distinto a la historia de Jesús y de Judas mismo, sino que sólo contribuía a un mejor conocimiento de los gnósticos del siglo II. Las masas no leyeron estos estudios, sino que se quedaron con las impre­siones recogidas por el programa sensacionalista divulgado por el canal televisivo que presentó la primicia. Poco y casi nada sirviera que especialistas en historia, arte y teología aclararan que el libro sobre el "Código" contenía un centenar de errores garrafales; y que toda esa construcción de una relación de Jesús con María Magdalena, la hija de ambos, el priorato, los códigos en el arte de Leonardo, la limpieza" de los evangelios en la época de Constantino y tantas otras barbarida­

des eran precisamente eso: barbaridades, falsificaciones, mentiras, ofensas al buen gusto de historiadores y personas honestas que buscaban la verdad. El daño ya estaba hecho. Las masas se quedaron con la pseudoimpresión de que el "Código" se basaba en hechos reales. Evidentemente se jugó hábilmente con un doble men­saje: se afirmó que es una novela, pero a la vez se indicó que se basaba en sucesos reales y comprobables.

Vulgus vult decepi, decían los antiguos latinos, "el vulgo quiere ser engaña­do ; pero no sólo el vulgo, sino también el inteligente, el formado, incluso el académico. La mejor comprobación de ello era la adhesión de más de la mitad a e la población a la astrología. Ésta carecía de toda base científica, pero seguía

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ejerciendo su fascinación sobre millones de vulgos, no vulgos, inteligentes, forma­dos y académicos. Desde hacía más de dos milenios y medio, y a pesar de toda la información que la verdadera ciencia de los astros, la astronomía, ponía a dispo­sición de la población, la astrología seguía confundiendo, engañando, mintiendo y embromando a la gente.

Jorge rumió su amargura durante varias horas, sin poder conciliar el sueño. Revolviéndose en la cama como un destornillador sobre un tornillo loco, tuvo que pensar que si era cierto lo del papiro, tenían razón aquellos predicadores que divulgaban la "teología de la prosperidad", aquel verdadero engendro espantoso de pésima interpretación del Evangelio. Afirmaban sus propagadores que la fe auténtica forzosamente debía llevar a la prosperidad, pues el creyente tenía de­recho a exigirle a Dios que lo bendiga ricamente. Y esa bendición era entendida en sentido material, precisamente de progreso, prosperidad y riqueza. Y acaso también de salud. El perdón de los pecados y la vida nueva, ese núcleo del anun­cio evangélico original y siempre nuevo, quedaba en segundo o tercer plano. En esta "teología", la proclamación bíblica fue sustituida por una versión totalmente comercializada que proponía una transacción muy definida: "Da tu ofrenda a Dios para que él te dé prosperidad". Era el viejo esquema llamado en latín do ut des, doy para que des. Pero eso de "dar a Dios" en realidad significada "dar a tal o cual iglesia", y, con mayor precisión aún, "dar al predicador". Y estos hábiles mer­cachifles de la religión se enriquecían fatalmente. Así como hacía medio milenio había habido una "industria del perdón" aceitada con la venta de indulgencias, ahora había una "industria de la prosperidad" lubricada medíante la venta de óleo sagrado, piedras, sal, velas, rosas, cintas, agua del Jordán, arena, cruces del Gólgota, mantos, coronas, varas y cuanto objeto más al que se le podía adosar un gramo de fantasía y locura religiosas. Para estos estafadores de la buena fe, el papiro significaría un triunfo definitivo.

Antes de caer profundamente dormido, Jorge arribó a un enfoque interesante y saludable con relación al "papiro de los ricos". Por lo poco que había soltado Jonny Messer, Jorge tenía la impresión de que no se trataba de un documento au­téntico, sino falsificado, ya sea realizado por algún grupo de la antigüedad como en el caso del evangelio de Judas, donde el grupo gnóstico adaptó tradiciones históricas a su ideología y las amplió; ya sea por alguien inescrupuloso en algún momento posterior. Lo que le dolía profundamente a Jorge no era tanto la posi­bilidad de que el contenido fuera auténtico, pues ésta era remotísima y quedaba casi descartada. Le dolía el efecto a nivel masivo sobre la población, en el sentido de desacreditar una vez más y de la manera más vergonzosa al cristianismo y sus bases. Precisamente por la combinación de credulidad facilista, ingenuidad,

Un contenido extravagante 35

. n o r ancia y agresividad hacia todo lo que era cristiano, mucha gente devoraba rdientemente este tipo de basura. Y más aún si ésta atacaba la fe cristiana, la

Iglesia, la Biblia o la religión en sí.

Eran las cinco de la mañana cuando Jorge logró pasar al sueño. El Sábado de Gloria no había sido ningún Sábado de Gloria.

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3. Un texto aberrante

Eran las seis de la mañana del Domingo de Pascua cuando el despertador arrancó implacablemente a Jorge de lo más profundo del sueño. Jorge se levantó, se pre­paró, juntó sus cosas y emprendió el viaje a la filial más dejada de su domicilio. Jorge iba a predicar sobre el texto pascual de Marcos 16,1-8. A la tarde le tocaba realizar un estudio bíblico sobre Lucas 19,1-10, la historia del encuentro de Jesús con Zaqueo, el acaudalado jefe de cobradores de impuestos. Mientras conducía el vehículo, Jorge no dejaba de pensar en lo que Jonny Messer había dicho sobre aquel encuentro que según el texto bíblico le había cambiado la vida a Zaqueo, como así también la vida de muchos pobres y de gente perjudicada. Confundido por las sandeces del papirólogo y la vez turbado por lo que podía esperarle, pues con seguridad sus fieles le preguntarían sobre el papiro, Jorge primero pensó to­mar otro texto para su estudio; pero luego se dijo que era preferible tomar todo esto como una prueba para su fe, de manera que resolvió mantenerse firme en lo que había preparado.

Efectivamente, el programa del canal había logrado inquietar a mucha gente. Varios feligreses preguntaron a su pastor qué opinaba sobre lo divulgado ayer. La respuesta fue siempre la misma:

—Veamos primero lo que nos van a presentar esta noche, porque hasta ahora no hemos escuchado otra cosa que interpretaciones, pero nada del texto mismo.

Esto conformó a los feligreses, y Jorge se alegró por poder celebrar un culto restivo en el día de la resurrección del Señor. Se dejó contagiar por el mensaje pas­cual y sintió la fuerza que seguía emanando del Resucitado. En plena celebración d e la Santa Cena, mientras la comunidad rodeaba el altar y compartía el pan y e l vino, Jorge se emocionó profundamente. Se sintió fortalecido en su decisión

mantenerse en la fe; y sin poder discernir claramente si la voz provenía de sus Propias intenciones, de la necesidad del momento o de Dios, creyó percibir que staba llamado a volcar sus esfuerzos al fortalecimiento de la fe, en contra de todo lento y marea que pudiera levantar aquel papiro falsificado. Porque ahora Jorge

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estaba más que seguro de que se trataba de un vil engaño. Sólo le faltaban tres pasos: descubrir los elementos que aseguraban que era efectivamente un fraude, verificar las intenciones, y refutar la falsificación de la manera más contundente y masiva posible. El Amén al final de la ceremonia fue un sí de Jorge a lo que per­cibía ser un llamado adicional a su habitual ministerio pastoral: derribar el ídolo del falso "evangelio" propagado por Jonny Messer.

Eran las 18:30 cuando Jorge llegó a su casa. Estacionó el vehículo y guardó sus cosas. Se preparó una frugal cena y se instaló nuevamente frente al televisor. Conectó la videograbadora, instaló un grabador adicional, preparó un cuaderno de apuntes y una lapicera, y se dispuso a esperar las cosas que iban a acontecer en breve.

Eran las 19:35, y cada cinco minutos el canal informaba que puntualmente a las 20:00 dará comienzo a la segunda parte del descubrimiento más sensacional de la historia del cristianismo, hecho por un eminente papirólogo de prestigio internacional y profundo conocedor de la historia antigua, que había logrado descifrar el "papiro de los ricos". Evidentemente ya había quedado instalado el título dado al documento.

A las 19:55 apareció el director y anunció que dentro de cinco minutos la humanidad se iba a enterar del verdadero contenido de la predicación de Jesús, pues después de casi dos mil años de distorsión de su mensaje, por fin un prome­tedor investigador dio con un texto que fue escrito antes que los Evangelios y que cuenta la verdad, toda la verdad y sólo la verdad de lo que había dicho y hecho Jesús de Nazaret.

A las 19:59 la pantalla mostró un enorme reloj transparente proyectado sobre a la imagen del papiro, en cuyo centro titilaba el título: "El papiro de los ricos". A las veinte en punto se escucharon tres solemnes campanazos, se abrió la imagen del papiro con el reloj cuan cortina de teatro, y apareció Jonny Messer. Vestía el mismo atuendo de ayer.

Luego del saludo formal y de una brevísima síntesis de los principales datos del programa anterior, el director invitó a Jonny que leyera los pasajes selectos del papiro y los comentara.

Jonny se puso en posición solemne, tomó en la mano izquierda el primer folio con el papiro y en la derecha una hoja impresa, y dijo con voz profesoral:

—Tal como indiqué ayer, faltan las primeras líneas de la primera hoja. Segu­ramente tenían alguna introducción general. Luego siguen las bienaventuranzas y

Un texto aberrante 39

los ayes, que hasta ahora conocíamos en una versión totalmente diferente en los Evangelios de Mateo y de Lucas. Aquí está la versión verdadera:

"Bienaventurados ustedes, los ricos, porque ustedes heredarán la tierra.

Bienaventurados ustedes, los emprendedores, porque Dios les dará fuerza.

Bienaventurados ustedes, los que arriesgan mucho, porque Dios les premiará.

Bienaventurados ustedes, los que logran producir en abundancia, porque así cumplirán la voluntad de Dios.

Bienaventurados ustedes, los que ponen en movimiento el intercambio co­mercial, porque así todos podrán llegar a tener su pan de cada día. Sobre ustedes está la bendición de Dios.

Pero, ¡ay de ustedes, los que andan mendigando sin querer trabajar! Porque cosecharán el desprecio de todos.

¡Ay de ustedes, los que se quejan y lloran constantemente por las adversidades de la vida! Porque Dios está cansado de estos lamentos.

¡Ay de ustedes, los que sienten envidia de la riqueza ajena y especulan con ella! Porque Dios jamás premiará a los miserables".

Aquí Jonny hizo un alto. Levantó la cabeza y miró al director. A Jorge le pa­recía que lo hizo algo avergonzado. El director no dijo nada. Se había quedado congelado. Sólo logró decir:

—Sigue, por favor.

Jonny tomó la segunda hoja y continuó.

Viendo la multitud necesitada del pan de cada día, y entendiendo que sólo lo tendrá con un buen número de líderes que organizaran producción, trabajo, in­tercambio comercial, amén de una buena política nacional, alzó sus ojos sobre sus seguidores, los jóvenes empresarios; y abriendo su boca les enseñaba, diciendo:

Bienaventurados ustedes, porque pueden escuchar cosas que jamás se dijeron a humanidad, y porque tienen posibilidades extraordinarias de progresar, pues °s les está revelando su voluntad. Cuanto mayor sea la riqueza que ustedes

& en juntar, y cuanto mayor sea el número de ustedes, tanto más habrá para pobres. Aprendan este ejemplo del trabajo del agricultor. Si alimenta a sus

os con trigo fino y buenas frutas, también se podrán alimentar los gorriones que dejan caer los caballos, e incluso habrá algo para las hormigas y los gu-

si en una copa de plata labrada se echa constantemente buen líquido, en

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algún momento se desbordará el líquido, y así también habrá suficiente para los que estén esperando alguna gotita al costado del recipiente. Los perritos también comen las migajas que caen de la mesa de sus amos ricos.

Cuando Jesús terminó estas palabras, sus discípulos quedaron admirados de su sabiduría, porque enseñaba con autoridad y no como los maestros de la ley que sólo sabían dar consejos espirituales y siempre hablaban de las limosnas que hay que dar a los pobres, pero nunca decían cómo hacer para tener suficiente como para poder dar limosnas".

Jonny hizo un alto y miró al director. Este no dijo ninguna palabra. Entonces continuó.

"Uno de sus discípulos, que en su juventud había sido administrador del rey Herodes y que ahora era dueño de una gran bodega de vino, le preguntó: Maes­tro, ¿por qué nos hablas por parábolas? Jesús, respondiendo, les dijo: Porque a ustedes les es dado saber los misterios del reino, pero a los pobres de la tierra no les es dado. Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Por eso les hablo por parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. Bienaventurados los ojos de uste­des, porque ven, y sus oídos, porque oyen.

Otro de sus discípulos, Cefas, dueño de una flota de pesqueros, le preguntó: Maestro, ¿qué quieres decir con las parábolas del caballo y de la copa de plata? Y él les dijo: Ustedes son los caballos, y ustedes deben alimentar su existencia con toda la acumulación posible de bienes y dinero. Entonces, de lo que les vaya so­brando, también podrán alimentarse los miserables, como los gorriones lo hacen con lo que dejan caer los caballos. Ustedes son la copa de plata que se llena de bebida exquisita hasta desbordarse. Cuando logren llenar sus vidas con riquezas cuan excelente bebida, en algún momento una parte de esas riquezas comenzará a desbordarse y llegará a quienes estén esperando alguna gotita al costado de los caminos de ustedes. Pero si antes no se llena la copa, es decir, si ustedes no prosperan, tampoco habrá nada para los que están al borde de los caminos de la prosperidad".

—Fascinante, ¿no le parece? —preguntó el papirólogo—. Es asombroso el parecido con los textos bíblicos, pero fíjese que el sentido es totalmente diferente.

El director siguió callado. Jonny retomó su texto.

"Dijo también a sus seguidores: Había un hombre rico que tenía un mayordo­mo, y éste fue acusado ante él como disipador de sus bienes. Entonces lo llamó y

Un texto aberrante 41

1 diio: 'Qué es esto que oigo acerca de ti? Da cuenta de tu mayordomía, porque

n o podrás ser más mayordomo. Entonces el mayordomo dijo para sí: ¿Qué haré? Porque mi amo me quita la mayordomía. Cavar, no puedo; mendigar, me • vergüenza. Podría rebajar las deudas de los deudores de mi amo, renunciando mi parte de la ganancia en los intereses por esos préstamos; pero con eso cortaré

el flujo del dinero y produciré mayor pobreza. Ya sé lo que haré para que mi amo no me quite la mayordomía.

Y llamando a cada uno de los deudores de su amo, dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi amo? El dijo: Cien barriles de aceite. Y le dijo: Se ha vencido el plazo de devolución, y como no has pagado a tiempo tu deuda, te quitaré tu casa y tu campo y se los entregaré a mi amo.

Después dijo a otro: Y tú, ¿cuánto debes? Y él dijo: Cien medidas de trigo. El le dijo: Nunca podrás cancelar tu deuda con dinero. Por eso trabajarás como es­clavo de mi amo juntamente con tu mujer y tus dos hijos hasta que hayas pagado todo.

Y alabó el amo al mayordomo excelente por haber obrado perfectamente.

Y yo les digo: Ganen todo lo que puedan, usen las riquezas para ganar más, junten y amontonen, pues sólo así harán que éstas nunca falten, ni a ustedes ni a los demás. El que es hábil negociante en lo muy poco, también en lo más es hábil negociante; y el que es incapaz de administrar lo poco, también en lo más es incapaz.

El amor al dinero es el supremo amor, pues juntando y acumulando todo lo posible, a la larga también habrá suficiente para los que menos tienen. Por eso, amar al dinero es la forma más perfecta de amar al prójimo".

Jorge sentía ganas de vomitar. Estaba cada vez más convencido de que todo esto era un gigantesco fraude; pero al mismo tiempo comenzaba a vislumbrar con claridad creciente tres problemas: ¿Cómo demostrar que se trataba de una falsifi­cación mayúscula? ¿Cómo descubrir quién estaba detrás de todo esto y con qué nnes? ¿Cómo evitar que la opinión pública masiva creyera esto? Pues ahí estaba la pantalla mágica y omnipresente que decía: "Esto es cierto". ¡Vaya uno a luchar contra gigantes prácticamente invencibles!

Jonny Messer ya estaba listo para proseguir.

Un comerciante rico le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para progresar ^as y heredar la vida eterna? Jesús le dijo: Gracias por el elogio de 'maestro bue­no'. Veo que has recibido la iluminación para conocer que lo que estoy enseñando

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te ayudará. Ya sabes los principios de un buen comerciante: Trata de ganar todo lo posible, así te sentirás feliz y también podrás ayudar a otros. El comerciante le dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud. Jesús, oyendo esto, le dijo: Aún te falta una cosa: Asocíate con otros comerciantes, productores, agricultores im­portantes y banqueros; y vinculen todas sus ramas entre sí para que no se pierda ninguna ganancia inútil por la competencia, pues sólo la máxima concentración del dinero hará que éste produzca aún más dinero".

El director había seguido atentamente la lectura de la traducción, pero aquí se permitió una interrupción.

—Jonny, esto suena muy moderno —dijo pausadamente—; ¿realmente te pa­rece que Jesús pudo haber dicho esto hace dos mil años?

—Claro que sí —replicó Jonny—; además, no es el único que dijo tales cosas.

El director taladró un poco más.

—¿Cuál es la palabra griega que has traducido como "máxima concentración del dinero"?

Esta pregunta desconcertó momentáneamente a Jonny. Revolvió sus hojas, buscó por aquí y por allá, magulló algunas palabras en griego y otras en inglés, y como esto no convenció al director, éste insistió:

—Muéstrame la palabra en el papiro, así la cámara la puede enfocar para nuestros televidentes.

Jonny se puso unos grados más nervioso, pero el director insistió nuevamente:

—De todos modos, nuestro contrato prevé que hoy nos darás el facsímile del papiro y la traducción completa. Así que, a ver qué dice allí donde tu traducción dice "la máxima concentración del dinero".

Jonny agarró la tercera hoja del papiro y la acercó a la cámara, mostrando con un lápiz una palabra griega que decía: MAMDNAZ.

El director miró atentamente el término señalado. Luego de un rato, dijo:

—No sé griego, pero veo que varias letras son parecidas a las nuestras. Y por deducción obtengo que allí dice mamonas. ¿No es éste el término "Mamón" de la frase en la que Jesús dice que no se puede servir a Dios y al Mamón?

—Eh, bueno, este... sí —tartamudeó Jonny—. Es el mismo término. Pero el papiro dice que la frase de Jesús era bien distinta.

Un texto aberrante 43

-Por qué tradujiste entonces "máxima concentración del dinero"? Según

' enseñaron hace mucho tiempo, Mamón significa lisa y llanamente "dinero".

Jonny tuvo que pensar un rato, y luego dijo en voz baja:

Es cierto, Mamón significa dinero; pero el sentido es ése, y así lo indica el contexto: la máxima concentración de dinero.

¿No te parece que estás sobreinterpretando el término? Pero dejémoslo ahí. Que se peleen los intérpretes. Sigue con tu texto.

Se notaba que Jonny se sentía aliviado. Prosiguió con su traducción.

"Jesús dijo: Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el dueño del viñedo. Todo pámpano que no produce riqueza, lo quitará; y todo aquel que prospera, él lo bendecirá aún más para que lleve más fruto. Ustedes ya son bendecidos por la palabra que yo les he hablado. Permanezcan en esta enseñanza, y ella quedará en ustedes. Como el pámpano no puede prosperar si no se esfuerza, así tampoco ustedes si no se atienen a mi enseñanza.

Yo soy la vid, y ustedes los pámpanos; el que se atiene a mi instrucción, pro­gresará y se volverá feliz, porque separados de esta doctrina nada pueden hacer. El que abandona esta meta, caerá en la miseria como pámpano seco, y será echado al montón de los miserables y pobres de la tierra, y lo echarán al fuego del desprecio, y arderá.

Si se atienen a mi enseñanza, pidan todo lo que quieran, y les será otorgado: salud, dinero, éxito en los negocios, casas lindas, buenos amigos, reconocimiento, familia, vehículos y todas las cosas necesarias para un buen vivir".

Nuevamente Jorge se sintió profundamente fastidiado. Le parecía oír una de esas típicas predicaciones de la "teología de la prosperidad" en alguna "megaigle-sia" con cinco mil asistentes, desesperados unos por su trágica situación socioeco­nómica y otros por su avidez de riquezas, y convencidos de que tenían derecho a obligarle a Dios que les otorgue lo exigido.

Jonny disparó su próximo dardo.

"Un comerciante deTiberías le preguntó: ¿Cuánto se puede ganar? Si compro un objeto a diez dracmas, ¿a cuánto lo puedo vender para seguir siendo honesto y no perjudicar a mi prójimo? Respondiendo Jesús, le dijo: Tú preguntas mal. No debes decir: ¿A cuánto lo puedo vender?, sino, ¿A cuánto lo debo vender? Además, tu base es equivocada. Nunca gozarás de la bendición si partes de tus escrúpulos o del temor a perjudicar a otros. Al contrario, sólo si ganas todo lo que

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puedas, no perjudicarás. Además, a nadie se le obliga a comprar tus mercancías. Entonces, para fijar el precio, debes considerar una serie de factores que inciden en el gasto: el valor de uso, los impuestos, el sueldo de tus empleados, el diezmo para el templo, el riesgo de pérdida de la mercancía, su seguro, una reserva para tu vejez, el premio para tu familia que también se sacrifica por tu negocio, algo para la limosna que debes dar según las enseñanzas de nuestra religión, una reserva para nuevas inversiones, otra para la ampliación de tu negocio, el mantenimien­to de tus edificios y vehículos; y, por supuesto, tu ganancia. Y no te olvides de un monto determinado que creas conveniente para aportar al fondo de nuestro grupo en formación, porque también nosotros, quienes nos dedicamos a divulgar estas enseñanzas, tenemos derecho a nuestro salario.

Pero el comerciante le dijo: Si considero todo esto, tengo que triplicar el pre­cio de la mercancía. Jesús le respondió: Eso no ha de ser tu problema, pues, como te dije, nadie está obligado a comprarte lo tuyo. Y si no tratas de ganar lo máximo posible, pronto te arruinarás a ti y a los tuyos, y no le harás ningún favor a nadie".

Zafado y descarado era lo mínimo que le cabía a ese supuesto texto "jesuano". Una vergüenza sin paralelos en toda la literatura antigua. Ni los más extravagantes grupos marginales, cuyos textos fueron considerados apócrifos, heréticos o cismá­ticos, se habrían animado a inventar semejante tipo de planteos. El texto llevaba el sello del fraude en la cara. Jonny, animado por el director, prosiguió.

"En cierta ocasión, camino a Jerusalén, Jesús vio un olmo y una vid. Entonces se puso a enseñar a sus discípulos, diciéndoles: Miren, esta vid da fruto, pero el olmo es un árbol estéril. Pero si esta vid no se encarama por el tronco estéril del olmo, no puede llevar fruto, pues se arrastra por el suelo, y allí perecen sus frutos. Así sucede con los ricos y los pobres. Los ricos deben preocuparse por producir y ganar todo lo que puedan, así darán sostén a los pobres que se sujetan de ellos como la vid del olmo fuierte. Gracias a lo que los ricos ceden a los pobres, éstos tienen tiempo para orar e inrerceder ante Dios. Pero sólo pueden dar ese fruto porque hay ricos que los sostienen. Por eso siempre debe haber ricos, pues si todos se vuelven pobres, se termina la vida humana en la tierra. Bienaventurados son los que tienen mucho y comprenden que de Dios han recibido la riqueza; porque así podrán ayudar a los pobres".

Aquí Jorge tuvo que pensar un buen rato. Este texto no tenía ningún paralelo, ni positivo ni negativo, con texto alguno de los evangelios. Sin embargo, le pare­cía conocido. En algún momento había leído algo similar en un texto de comien­zos del siglo II de la era cristiana. Se propuso buscarlo oportunamente. Jonny ya estaba largando el siguiente párrafo.

V p Un texto aberrante 45

"Le dijo uno de la multitud: Maestro, di a mi hermano menor que parta conmigo la herencia. Mas él le dijo: Hombre, ¿Quién me ha puesto sobre ustedes como juez o partidor? Para eso tienes la Ley. A ti como primogénito te corres­ponden dos partes y a tu hermano menor, una. Así que no digas que tu hermano ha de partir contigo la herencia. Exígele que te dé lo que te corresponde; y si no accede, estás en tu derecho de hacerle un juicio, cuyas costas deberá pagar él, por no cumplir con lo dispuesto por la ley.

Y les dijo: Miren, guárdense de toda falsa benevolencia, porque la vida del hombre no consisre en lo que regala, sino en lo que puede ganar. Sólo así habrá suficiente para todos.

También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: Derribaré mis graneros y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardado para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Y Dios le dijo: Hombre sabio, has procedido bien, pues cuando vengan a pedirte tu alma, Dios te premiará sobremanera. Pues el que hace tesoros para sí, también es rico para con Dios y para con todos".

Jorge pensó para sí: "Si no fuera tan impúdico todo esto, habría que alabar la habilidad del falsificador". Pero no tuvo tiempo para seguir pensando, pues ya seguía el siguiente texto.

Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad. Y sucedió que un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de los publícanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús. Entonces hizo enviar una misiva a Jesús para rogarle que éste lo visite. Jesús accedió de inmediato y dijo: Alabado sea el Señor, porque este hombre adivinó mi pensamiento. Es necesario que yo visite a todas las personas importantes de esta ciudad, y Zaqueo es una de ellas.

Entonces Zaqueo lo recibió en su cómodo hogar; y puesto de pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, siempre reinvierto la mitad de mis ganancias en nuevos negocios para producir más riqueza, pues sé que esto beneficia a todos; y jamás defraudé a nadie. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa, por cuanto t u también eres hijo de la bendición de Abraham y tienes derecho a disfrutar de l a s promesas dadas al patriarca. Porque yo vine a buscar y a hacer prosperar a los verdaderos emprendedores, y no a quienes sólo pueden quejarse de su situación".

Jonny Messer suministró varios textos más: una versión peculiar de la parábola e los talentos, según la cual Jesús insistió en que hay que hacer trabajar el dinero

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de todos los modos posibles, y que prestarlo para que otros trabajen con él y co­brar por ello buenos intereses no estaba en contra de la ley del Levítico, sino que era una forma legítima de amor al prójimo; una discusión con los fariseos que le preguntaron cuánto se debía dar como limosna, más allá del diezmo obligatorio, a lo que Jesús respondió que la mejor forma de ayudar a los pobres era reinvertir inmediatamente lo ganado en nuevos negocios, y no desparramarlo gratuitamen­te por ahí; un encuentro de Jesús con su madre y sus hermanos, ocasión en la que les invitó a no ponerle piedras en su camino al frente de los jóvenes comerciantes, diciéndoles que éstos son ahora su madre, sus hermanos y sus hermanas, porque ellos hacen la voluntad de Dios; una versión curiosa de la parábola del rico y Láza­ro, el pobre, en la que el rico salía premiado porque no había disipado sus bienes haciendo regalos a Dios y a medio mundo, sino que había hecho prosperar a su país, mientras que Lázaro era recriminado por desear las migajas que caían de la mesa del rico sin hacer nada para ganarse el pan de cada día.

Seguía una versión extraña de la parábola del fariseo y el publicano, en la que el fariseo era alabado por sus esfuerzos religiosos por ser persona honesta, mientras que el publicano era criticado como representante de ladrones, injustos, adúlteros y zánganos de la sociedad.

El remate lo constituyó una versión peculiar de la discusión sobre quién era el mayor:

"En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? Y llamando Jesús a un banquero, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto les digo, que si no se vuelven como este hombre, que pone a disposición de los demás su dinero para que todos puedan trabajar bien, no entrarán al reino de los cielos. Así que cualquiera que se esfuerce como este hom­bre, que arriesga su capital para aumentarlo, que trabaja día y noche, que trata de ganar todo lo posible para incrementar la riqueza, ése es el mayor en el reino de los cielos. Y cualquiera que colabore con un banquero, productor, comerciante próspero, empresario, latifundista, negociante o transportista, será bendecido con prosperidad personal. Y cualquiera que haga tropezar a quienes producen riqueza, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar".

Jonny reiteró que todas estas palabras de Jesús fueron tergiversadas en mayor o menor grado por la secta de los "pobres de la tierra". En ocasiones, lo hicieron de manera muy sutil y apenas perceptible, y otros casos, de forma muy llamativa; pero siempre con el objetivo de acomodar las enseñanzas de Jesús a sus propios fines y a su ideología que ensalzaba la pobreza y la miseria.

fsjjn texto aberrante 47

Jorge tenía unas ganas locas de apagar el televisor. Más aún, de agarrar una silla destrozar el inocente aparato. Por supuesto que no hizo ninguna de estas cosas.

Su impulso irracional tenía una dosis muy profunda de racionalidad. Mediante estos medios masivos de desinformación y manipulación, se divulgaban venenos de todo tipo a velocidad luz por todo el planeta. Pero ésta era la realidad con la due había que vivir, convivir, trabajar y luchar.

Enojadísimo, Jorge vio que el director le felicitaba a Jonny Messer por este eran aporte a la cultura universal y a la búsqueda de la verdad. El papirólogo juntó sus folios y hojas, empaquetó todo en su maletín y quiso despedirse. Pero el director lo retuvo.

—Jonny, no te olvides de lo pactado. Por favor: los archivos con el facsímile y la traducción.

—¿Es realmente necesario eso? —preguntó Jonny, cosa que de inmediato puso sobre advertencia a Jorge—. Ya todo el mundo se enteró de la novedad, y ustedes tienen la grabación de las dos presentaciones.

—Sí, es necesario, porque así lo hemos pactado por escrito y porque te hemos pagado por ello —dijo el director con voz marcial—. No creo que te quieras arriesgar a un conflicto legal. Lamento decir esto ante las cámaras, pero lo pactado es vinculante, y no hacemos excepciones.

Jorge y millones de personas en todo el orbe vieron cómo un amargado Jon­ny Messer sacó un Pendrive del portafolio y se lo entregó con cara agria y cierto temblor en la mano al director. Éste se lo pasó de inmediato a un técnico sentado frente a una computadora, y al instante apareció en pantalla el facsímile del papi­ro, seguido por la versión inglesa.

—Ahora puedes ir tranquilo —dijo el director con voz paternal—. Te deseo todo lo mejor para tu carrera. Gracias por tu colaboración.

Ambos se levantaron y se dieron la mano. Los técnicos enfocaron una vez más la cara de Jonny Messer. Este, seguro de que los micrófonos ya habían sido apagados, dijo en voz baja pero claramente perceptible:

—Por favor, Director, no divulgue mi dirección particular. No quiero que me molesten por esta cuestión.

El director asentó con la cabeza, y ahí terminó el programa.

Este último pedido de Jonny le pareció bastante llamativo a Jorge. ¿Cuál sería el motivo por el que un investigador privado, que supuestamente había hecho un

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descubrimiento sensacional, no quisiera dar a conocer su dirección? ¿Por miedo a los periodistas? ¿O por temor a que alguna persona, lesionada en sus sentimientos religiosos, viniera a enfrentar a quien le produjo tal herida? ¿O había más detras de esta curiosa solicitud? Sea lo que fuere, era sospechoso al máximo que luego de semejante revelación su autor quisiera ocultarse, pues en la era de las guías de teléfono en la red, las máquinas de búsqueda de cualquier cosa en internet, los hackers y los contactos internacionales era muy difícil ocultarse una vez que al­guien publicaba un artículo, diera una entrevista radial o apareciera en televisión.

Luego de sopesar toda una maraña de posibilidades, Jorge resolvió poner sus dudas y su futura acción en oración. Pidió iluminación a Dios; y si bien no sabía por dónde debía comenzar, tenía absoluta claridad sobre lo siguiente: que debía actuar, y rápido. Se sentía llamado a hacerlo en nombre de aquel Señor que había vivido, obrado, predicado sin desmayo y que había entregado su vida por la hu­manidad. No podía ser que un maldito papiro, cuya autenticidad estaba lejos de ser demostrada, pusiera patas arriba dos mil años de fe, historia cristiana, teología y amor al prójimo.

Cuánto más Jorge pensaba en el problema, tanto más se afirmaba en él la de­cisión de hacerle frente a ese monstruo papiráceo de alcance mundial. De chico había soñado algunas veces con ser el héroe de alguna hazaña llamativa, como salvar a una persona de un río turbulento, apagar un incendio, socorrer a un acci­dentado. Ahora parecía haber llegado el momento de realizar algo infinitamente mayor. Al mismo tiempo, se sentía minúsculamente insignificante frente a una gigantesca máquina de producción de falsedades. Si bien ya estaba convencido de que se trataba de eso y de nada más, constantemente se pregunta cómo arremeter contra esa montaña infranqueable. ¿Por dónde empezar? ¿Cómo desenmascarar la falsificación? ¿Cómo dar a conocer el engaño? Porque por ahora se enfrenta un texto a otro; y los dos mil años de historia cristiana no parecían ser ningún argumento para derrocar una opinión contraria, pues ahí chocaban en última instancia dos variantes de fe. Y hablando de variantes de fe, había miles de ésas, si se tomaba en cuenta el gigantesco panorama de la fenomenología y la historia de las religiones.

Jorge rogaba no sólo por sabiduría, sino por alguna brecha en ese muro que se levantaba frente a él y en contra suyo. Pedía por una luz al final del túnel. Por un claro en la jungla infranqueable. No tenía ninguna intención de buscar fama propia. Le interesaba fervientemente la verdad del Evangelio. Nada más, pero tampoco nada menos.

3 Un texto aberrante 49

Cuando pensó en el poder de los medios masivos como la televisión y la in-

t s e sintió minimizado al extremo. ¿Qué podía hacer él desde su humilde ritorio, sentado delante de su simple computadora personal en un pueblito de

I campiña entrerriana? No tenía ninguna fuerza en comparación con esas pode-osas máquinas manejadas por no menos poderosos formadores y deformadores i opinión, con conexiones con todas las redes del mundo y en todos los idiomas. •Nfo era tentar a Dios pedirle ayuda para enfrentar a semejante monstruosidad? De repente, Jorge tuvo miedo ante su propio coraje. ¿Y si Jonny Messer, ciu­dadano del mayor imperio del mundo, enfrentado por un pastorcito rural del Cono Sur de América Latina, se sentía herido o amenazado, y apelaba a tribunales internacionales para anular a su contrincante? Peor aún, ¿si recurría a medios ilí­citos para acallar y liquidar a su rival? "¡Dios mío", pensó Jorge, "a lo que hemos llegado! ¡Tener que temer a la verdad!"

Con estos retorcijones cerebrales, Jorge fue directamente a su dormitorio. No tenía ganas de cenar. Si ayer había pasado por una variante de estado depresivo y hoy había sentido la euforia de un luchador por la verdad evangélico, ahora tenía miedo. Lisa y llanamente miedo. Se encomendó a Dios, apagó la luz contraria­mente a su costumbre habitual de leer algo en la cama, y trató de dormir.

Pero el gusano fogoso del papiro seguía rumoreando en su interior. Jorge pen­só que los expertos en papirología, ciencias bíblicas e historia antigua eran los más preparados y adecuados para reaccionar. Pensando en la nube de expertos, le pare­cía una osadía petulante querer actuar desde su lugarcito tan humilde, siendo que él era una figura absolutamente desconocida. Apenas lo conocían los miembros de su congregación y sus colegas. Ahora bien, hasta el momento no había escu­chado ni leído noticia alguna sobre reacciones del mundo académico. Recordó los impactos de otras noticias similares, como el evangelio de Judas, el "Código", las tumbas, y le sobrevino una duda con respecto a los especialistas. Quizá muchos se callaban porque directamente no les interesaba el cristianismo. Vaya uno a saber.

Tironeado constantemente por los pros y los contras, Jorge perdió finalmente el control sobre sus pensamientos y cayó en un sueño inestable. Soñó que debía llegar a una de sus comunidades filiales donde lo esperaban para celebrar un bau­tismo, pero el lugar quedaba al otro lado de una gigantesca montaña. El único camino pasaba directamente por la cima, y el trayecto era tan empinado que su vehículo comenzó a resbalarse peligrosamente hacia atrás. Entonces abandonó el auto e intentó pasar a pie por un túnel que se abrió de repente frente a él. Pero

conducto se achicaba cada vez más, de manera que tuvo que arrastrarse por el P l s o hasta que en un determinado momento quedó trabado sin poder avanzar ni

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50 El papiro de los ricos

retroceder. Para colmo, la montaña comenzó a moverse y a aplastarlo lentamente, mientras que una horda de espectros no identificables hacía oír sus terroríficas carcajadas y sarcásticas burlas pronunciadas en inglés.

Jorge se despertó sobresaltado. Estaba bañado en sudor. Se había enrollado en la sábana y le costó liberarse del enredo. Las carcajadas continuaban. Eran las de una veintena de jóvenes camino al colegio, pasando frente a la ventada del dor­mitorio de la casa pastoral. Los estudiantes estaban practicando la lista de verbos irregulares del idioma inglés, preparándose para algún examen; y cada vez que uno de ellos hacía un error, los demás soltaban gruesas risotadas.

4. Un manojo de errores Era lunes, su habitual día libre, y Jorge trató de dominar el revuelo producido en su interior por la maraña de pensamientos cruzados, los restos de la pesadilla y el tono pesimista del cielo cubierto de pesados nubarrones. Tomó una larga ducha, más prolongada que de costumbre. Quedó totalmente quieto debajo del saluda­ble chorro de agua; y mientras tanto trató de ordenar medianamente lo vivido, oído, pensado y sentido en las últimas 48 horas. Luego se preparó el desayuno y finalmente se sentó frente a su computadora. Estaba decidido a comenzar la des­igual lucha. Entró al sitio del canal y bajó toda la información disponible sobre el "papiro de los ricos". El webmaster había colocado una nota aclaratoria que indicaba que por ahora aún no se podía bajar la versión digitalizada del facsímile del papiro, y que sólo era posible verlo en pantalla; pero que una vez aclarada la cuestión legal de los derechos de autor y traductor, se colocaría de inmediato el facsímile en versión pdf, a fin de que estuviera disponible para la investigación en todo el mundo.

Jorge imprimió la transliteración, la traducción, las explicaciones adicionales y la transcripción de las dos presentaciones de Jonny Messer. Luego se las rebuscó para contar igualmente con una versión impresa del facsímile del papiro. Trasladó la imagen completa de la pantalla a un documento común e imprimió pantalla tras pantalla. Prefería estudiar el texto en forma impresa para poder marcar deta­lles y agregar sus observaciones.

Primero leyó el texto de las dos presentaciones de Jonny y todas las notas adicionales. Luego se dedicó a la traducción hecha por el papirólogo, y final­mente abordó el papiro griego, primero en su versión transliterada y luego en el facsímile.

Siempre le había fascinado el idioma griego. Asimismo, recordaba muy bien as clases de la materia que lo introdujo al análisis de los textos bíblicos, llamada Métodos Exegéticos. También recordaba cómo había comparado las fotos de los pa-

P ros y pergaminos neotestamentarios de los primeros siglos con el texto impreso

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52 El papiro de ¡os ricos1

de su Nuevo Testamento Griego. En aquel momento se había topado con varias dificultades iniciales. En los escritos de los primeros siglos de la era cristiana, se escribía exclusivamente en letras mayúsculas. En segundo lugar, existía una mo­dalidad llamada "scriptio continua', escritura continua, lo que significaba que no se introducía ningún espacio entre las palabras. Una línea tal era el fiel reflejo de la forma fluida de hablar, pues por lo general tampoco se hacen pausas pronun­ciadas entre palabra y palabra.

QUIENHABLABIENUNIDIOMANONECESITADETENERSELUE-GODECADAPALABRA.

Pero esta costumbre antigua por supuesto entorpecía la lectura actual de los textos. Una tercera dificultad, en comparación con los textos impresos modernos, consistía en la falta de puntuación. Los textos de los primeros siglos de la era cristiana no tenían puntos, comas, dos puntos, signos de interrogación, guiones, etc. Esos signos fueron introducidos recién mucho tiempo después. Y finalmente había una cuarta diferencia respecto a textos griegos actuales: los antiguos no te­nían tildes ni espíritus, que son los signos colocados sobre las vocales para indicar su pronunciación exacta.

Cuando Jorge echó un primer vistazo al texto griego del papiro, se encontró con varias sorpresas. De tanto en tanto, había espacios entre las palabras, como si el copista hubiera aplicado el criterio moderno de la división entre las palabras. Por cierto algunos textos antiguos tenían espacios en blanco cuando comenzaba un nuevo párrafo, pero en el "papiro de los ricos" había espacios en medio de las frases. Asimismo, había algunas tildes, lo cual le pareció más raro aún a Jorge. A partir de ese momento, Jorge puso mayor atención al nivel gráfico, pues sospecha­ba que aquí se estaba presentando alguna pista sospechosa.

Cuando descubrió que en dos casos el copista había empleado la forma latina de la "S" para la letra griega sigma en lugar de la " I " o la más común en la anti­güedad, igual en cuanto a la forma a la "C" latina, se detuvo, fue a su biblioteca, sacó un libro sobre la historia del alfabeto y repasó muy meticulosamente las tablas con todas las formas antiguas de las letras griegas. No pudo hallar ninguna forma parecida a la "S" mayúscula actual para la letra sigma. Recién el paso pos­terior al latín llevó al empleo de la forma "S" para abreviaturas griegas, siendo la más conocida el monograma "IHS", que es la sigla para el nombre de Jesús, según las letras griegas; aunque más tarde el monograma fue interpretado también como abreviación latina de "Iesus Hominum Salvator",/««í Salvador de los hombres.

Un manojo de errores 53

£1 empleo de la curiosa "S" elevó la primera sospecha de Jorge a una primera rteza de que algo olía mal en ese papiro.

Después encontró varios errores de ortografía, verificados cuidadosamente ron ayuda del diccionario griego del Nuevo Testamento. Sin embargo, Jorge sabía nue eso era apenas una prueba de indicio, pues cualquiera hace errores al escribir

al copiar. Pero las cosas se iban sumando.

A esta altura, Jorge resolvió anotar esmeradamente todas sus observaciones, pues ya había hecho tantas que temía olvidarse de alguna a medida que avanzaba.

Un nuevo repaso del texto lo llevó a descubrir las abreviaturas "IC", " 0 C " y "MHP". Sabía que se trataba de siglas de dos a tres letras para los nombres santos, nomina sacra, como se los llamaba en latín. Jorge consultó su manual de métodos exegéticos y otros libros y se informó que ya muy temprano se formó una tradición entre los copistas que consistía en escribir de forma abreviada varios nombres y títulos sagrados que ocurrían con cierta frecuencia en los textos griegos del Nuevo Testamento. Jorge encontró el listado de las 15 abreviaturas constata­das en los papiros griegos del NT, empleadas para Dios, Señor, Jesús, Cristo, Hijo, Espíritu, David, Cruz, Madre, Padre, Israel, Salvador, Hombre, Jerusalén y Cielo. Los copistas marcaban la abreviación mediante una rayita colocada encima de la sigla. Se ha discutido sobre la naturaleza de esas siglas, pues ellas podrían ser me­ras abreviaturas, pero también existía la posibilidad de que los copistas asignaban un significado sagrado a esas palabras colocándoles aquella raya superpuesta.

Las siglas que Jorge encontró en el "papiro de los ricos" correspondían a Jesús, Dios y Madre, respectivamente. Pero luego descubrió algo que le hizo tomar de nuevo su cuaderno y registrar otro dato sospechoso más. Constató que 14 de las 15 siglas en cuestión aparecían en manuscritos griegos de los primeros tres siglos de la era cristiana, a excepción de la sigla "MHP" para Madre, cuyo empleo más antiguo constatado hasta el momento se hallaba en documentos del siglo IV. Pero este papiro incluía claramente esta abreviatura. Entonces cabían varias posibilida­des. Si el papiro realmente era de mediados del primer siglo, evidenciaba un uso extraordinariamente temprano de la sigla para Madre. Si el papiro procedía del 'glo IV, podía tratarse de una copia de un original más antiguo; y si era un texto eado en el siglo IV, entonces los textos del Nuevo Testamento contenían infor-ación más antigua. Y la última posibilidad consistía en que el papiro era una

iticacion moderna o contemporánea cuyo autor no se dio cuenta o no sabía " a la madre no se la abreviaba en el primer siglo. Lo primero quedaba prác-

rnente excluido, pues de haberse empleado "MHP" ya en el siglo I, ¿por qué abia otras menciones antes del siglo IV? Lo segundo también sería insólito,

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54 El papiro de los ricos

pues de ser una copia del siglo IV, ¿por qué no había ningún rastro de la transmi­sión del papiro durante más de tres siglos? La última posibilidad se sumaba a las demás constataciones de errores, con lo cual se profundizaba la hipótesis de una falsificación.

Muy contento con estas primeras luces al final del estrecho túnel, Jorge se pre­paró un frugal almuerzo, salió a pasear unos minutos. Recorrió la plaza del pueblo y luego volvió a su escritorio. Allí se abocó a una nueva lectura de las explicaciones adicionales de Jonny Messer.

Encontró un dato curioso que le hizo dudar de la veracidad general de las afirmaciones del papirólogo. Decía Jonny que el exégeta alemán Adolf Jülicher había publicado en 1941 un artículo intitulado "Papiros antiguos y el Nuevo Testamento" en la revista científica Revue de Qumran, en el que Jülicher afirmaba poseer una noticia acerca de un papiro que mostraba una versión muy diferen­te de las enseñanzas de Jesús, centradas según ese documento en el éxito y el progreso e imbuidas de una actitud totalmente positiva frente a los bienes y la riqueza. Decía Jonny que Jülicher lamentablemente no volvió sobre este tema en sus publicaciones posteriores y que unos meses después falleció, perdiéndose la posibilidad de seguir este rastro; pero que de todos modos la información sucinta era una referencia inequívoca a la existencia del "papiro de los ricos".

Jorge sabía perfectamente que la Revue de Qumran comenzó a publicarse en 1958. La revista se consagraba a los estudios científicos internacionales de los célebres manuscritos del Mar Muerto o de Qumran, los primeros de los cuales fueron descubiertos en 1947, prosiguiendo los hallazgos hasta 1965. Durante sus estudios, Jorge había escrito una monografía sobre los llamados Salmos de Qumran, y conocía muy bien la historia del hallazgo de los textos. Así que la fecha de 1941 proporcionada por Rich Messer era imposible. Quedaba Jülicher, teólogo alemán de quien Jorge había leído una introducción al Nuevo Testamen­to. Consultó su enciclopedia teológica; y he aquí, Jülicher, nacido en 1857, había fallecido el 2 de agosto de 1938 en Marburgo, Alemania. Así que había dos fechas imposibles, una peor que la otra. En 1941 Jülicher, ya muerto hacía tres años, no pudo haber publicado un artículo en una revista que hizo su aparición verdadera en 1958. Ni siquiera concediendo el beneficio de la duda a la indicación de 1941 y transformándola por ejemplo en 1961, podía hacerse creíble la cosa, pues para ese entonces Jülicher ya había fallecido hacía 23 años.

Obsesionado con no dejar fuera de consideración ninguna posibilidad, Jorge consultó en internet el índice completo de la Revue de Qumran. Buscó primero "Jülicher" y luego todas las posibilidades de combinación de "Nuevo Testamento">

Un manojo de errores 55

" iro" y "antiguo", en singular y plural y en varios idiomas. No halló absoluta-nte nada, ni directo ni indirecto ni remoto. Anotó minuciosamente sus cons-ciones y se reclinó muy contento en su silla para tomar otro café. Quizá el

A 'cimo de la jornada. Luego se preparó algo liviano para cenar.

£1 día había pasado volando, pero Jorge aún iba por más. Dos cosas le mo-I staban en especial en el texto suministrado por Jonny Messer: la historia de la alimentación de los caballos combinada con el ejemplo de la copa, y el símil del olmo y la vid. Quiso comenzar por este último. Algo le decía que ya había leído esa alegoría. Pero no recordaba dónde. Sospechaba que fue en algún texto anti­guo, pues ambas plantas remitían al ambiente rural típico de los primeros siglos del cristianismo. Pero como no quería perder tiempo, abandonó la vid y el olmo y se dedicó al asunto de la alimentación exquisita de los caballos y al símil de la copa de plata. Nuevamente tenía la impresión de que ya había leído algo casi igual, pero no en un texto antiguo, sino en uno sumamente actual. Vagamente recordaba que el ejemplo del caballo había aparecido en algún artículo sobre el neoliberalismo, cuyo autor había hecho una crítica rotunda de la teoría expresada con esa imagen. Dado que se trataba de un tema perteneciente al campo de la economía, Jorge resolvió no improvisar ni andar a los tientos, sino informarse adecuadamente para no ofrecer ningún flanco descubierto a eventuales ataques. Tenía un amigo que había estudiado economía y que trabajaba para una organiza­ción no gubernamental que seguía muy de cerca la evolución de la globalización neoliberal. Así que le escribió un correo electrónico y le pidió información sobre la bosta del caballo y la copa que rebosa.

Las agujas del reloj estaban pisando las diez de la noche. De sueño ni hablar. Así que Jorge repasó varias veces todo lo que había descubierto y registrado. La revisión le llevó casi dos horas. Estaba por dar por terminada la larga jornada, cuando el conocido sonido de su computadora le avisó que había entrado un correo electrónico. Era la respuesta del economista. Un informe sintético, denso y muy completo. Completo y profesional hasta en sus más mínimos detalles.

Decía que la teoría del "efecto del goteo", conocida por su formulación en mglés como "Trickle-down", afirmaba que el crecimiento de la economía y el bienestar general de la sociedad aumentaban si crecía la riqueza de los ricos. Esta formulación pertenecía a la retórica política que propugnaba rebajas fiscales, re­acción de los impuestos sobre las ganancias y el ingreso, amén de toda una serie

e beneficios más para los ricos y las grandes empresas, asegurando que de esta manera se beneficiaría la población en general. La fórmula "Trickle-down" apa-rentemente fue creada por el humorista Hill Rogers, que en la Gran Depresión de

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56 El papiro de los ríco^|

los EE.UU., iniciada en 1929, dijo que "el dinero fue apropiado en su totalidad y dado a los de arriba, con la esperanza de que iba a gotear hacia abajo sobre los

necesitados".

Para aclarar su teoría del "efecto del goteo", sus defensores sostenían que si se fomentaba una mayor ganancia de los que más ganaban, éstos invertirían más en todos los frentes, tales como infraestructura, empresas, acciones; y que ello crearía entonces más fuentes de trabajo y abarataría los bienes y servicios. De esta manera, si se favorecía decididamente el enriquecimiento de la capa superior de la sociedad, ello redundaría en beneficio de todos, incluyendo a los pobres. Esta teoría llegó a ser la base del neoliberalismo, de vasta aplicación mundial en la última década del siglo XX.

Pero la cosa no era tan nueva como parecía. En su momento, el economista John Kenneth Galbraith había indicado que este tipo de "economía del goteo" ya se había practicado en los EE.UU. en la década de 1890. Precisamente ahí surgió la "teoría del caballo y el gorrión", al afirmarse que "si se alimentaba a un caballo con suficiente avena, también saldría algo a la calle para alimentar a los gorrio­nes". Galbraith siempre se preocupó por analizar las consecuencias de la política económica de los EE.UU. sobre la sociedad. Denunció que en los años cincuenta del siglo XX, en los EE.UU. se desplegó una economía en franco crecimiento, pero que al interior del país existían enormes desigualdades sociales.

A nivel de la política económica, en los EE.UU. se practicó durante muchas décadas el Laissez-faire, dejando que el mercado actuara en completa libertad, y acompañando este dejar hacer con la reducción de impuestos para los mayores ingresos, la venta de acciones estatales y la aplicación de mecanismos de desregu­lación. Durante algún tiempo parecía que el Laissez-faire concedido a los grandes empresarios proporcionaría a la economía un boom espectacular e interminable de inversiones y crecimiento. Uno de los famosos, que defendían la idea de que el mayor enriquecimiento de la cima de la estructura económica produciría también buenos efectos en las capas inferiores, fue nadie menos que Henry Ford.

Medios demócratas reaccionaron contra esa combinación teórico-práctica afirmando que si se elaborara una legislación inversa cuyo objetivo fundamental consistiera en hacer prósperas a las masas, la prosperidad de éstas fluiría también hacia arriba. Es decir, propugnaban la inversión de la teoría del "Trickle-down".

Las políticas económicas estadounidenses de la época del Presidente Reagan, conocidas como "Reaganomics", también se relacionaban de manera muy estre­cha con el "Trickle-down". Ahora bien, fue evidente que estas políticas no han

^¡jjn manojo de errores 57

nducido los efectos anunciados, ni en los EE.UU. ni en los países emergentes, menos aún en los países pobres. El "Trickle-down" se convirtió en un "Trickle-» pUes el dinero fluyó de abajo hacia arriba y no al revés. Y no de a gotas, sino

e n chorros.

Los críticos de la globalización neoliberal desenmascararon la construcción teórica del "Trickle-down" como altamente ideológica en el sentido de ser una justificación de mayores ganancias de los ricos, y de ninguna manera el sustento teórico de un mecanismo de crecimiento generalizado. Con esa construcción, las clases pudientes querían hacer creer a la sociedad que su propio enriquecimiento redundaría en beneficio de todos. Los defensores de la ideología neoliberal ha­bían expuesto una y otra vez ese estúpido cuento del caballo y los gorriones para convencer al mundo de la necesidad de la acumulación de riqueza posibilitada por la liberalización del mercado, la desregulación y la privatización. Pero un solo ejemplo era suficiente para ilustrar espléndidamente que el mecanismo funciona exactamente al revés: las inversiones internacionales y los capitales "golondrina" siempre se dirigían a aquel punto del globo donde podían explotar aún más a los más débiles, tanto por la endeble legislación social como por las laxas disposicio­nes ecológicas. El resultado no era una mayor distribución de la riqueza, sino un mayor empobrecimiento de las personas de menores recursos, acompañado de la destrucción irreparable de la naturaleza.

Decía el informe del economista que había otro aspecto más que también se relacionaba con la política del "Trickle-down". Hasta hacía poco tiempo, orga­nismos nacionales e internacionales habían hablado —y algunos lo continuaban haciendo- de un mejoramiento de las condiciones de vida en casi todos los países, gracias a la globalización progresiva que puso en marcha el efecto del goteo. Pero también esto era una mentira mayúscula. En la década de los noventa del siglo XX, creció considerablemente el producto interno bruto (PIB) en la mayoría de los países de América Latina, pero también crecieron las diferencias socioeconó­micas internas en esos países. En el año 2000 hubo más pobres que antes, mien­tras que los ricos eran más ricos que antes.

Hábiles políticos, tanto aquellos propiamente dichos como los que maneja­ban la economía, sabían cómo valerse de los índices del PIB. Cuando descubrían algún dato de crecimiento económico del PIB, lo presentaban como indicador d e que sus políticas económicas eran altamente positivas, pues el país progre­saba. Pero el PIB no era capaz de medir y transmitir las transformaciones que Producían empobrecimiento o mermaban el bienestar real y la distribución de la riqueza al interior del país y entre los países. Tampoco era capaz de advertir frente

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58 El papiro de los r/COs

a la destrucción del medio ambiente. No cuantificaba adecuadamente la deserti-ficación, la contaminación, el aumento de tóxicos, la degradación, etc. En fin, ese

instrumento era tan parcial que se lo podía comparar con una columna de luz sin conexión al fluido eléctrico: servía para aferrarse a él y mantenerse supuestamente en pie, pero no para recibir luz.

El informe concluía diciendo que la comparación del caballo bien alimentado y los gorriones que se nutrían de su bosta no sólo era una construcción totalmente engañosa, como quedó a la vista luego de que la aplicación de esa teoría produjo resultados totalmente opuestos a los anunciados. También era altamente ofensiva al comparar a las clases menos pudientes con sucios gorriones que debían vivir de la bosta de los seres "nobles".

Jorge terminó la lectura del informe que agregó una nueva dosis de satisfac­ción a todo lo logrado ese día. Pero antes se imaginó por un breve instante la posi­bilidad de que Jesús pudiera haber creado el ejemplo del caballo, siendo entonces su empleo moderno una especie de reedición actualizada. Inmediatamente des­echó esta posibilidad, pues a diferencia del símil de la vid y el olmo, la ilustración del "Trickle-down" reflejaba fenómenos y pensamientos a todas luces modernos. Además, no existía vinculación literaria alguna entre un supuesto papiro del siglo I y los textos neoliberales del siglo XX, así que cabía negar totalmente una even­tual transmisión "subterránea" a lo largo de un lapso de casi veinte siglos.

De esta manera, la incorporación del ejemplo del caballo y los gorriones, amén de la copa que rebosaba y cuya bebida fina era apenas una variante de "cul­tura alcohólica" de la vil bosta sucia del equino, evidenciaba claramente que el contenido del papiro constituía una burda falsificación. O que al menos contenía partes que de ninguna manera podían ser auténticas, pues pertenecían a épocas muy posteriores.

Llegado a este punrb y comenzando a dormirse sobre sus papeles, Jorge tuvo que pensar en las pavadas mayúsculas del "Código", que postulaba la transmisión oculta y paralela a la "oficial" de asuntos "calientes" durante siglos y siglos, la exis­tencia de sociedades secretas y el "camuflaje" y la simbolización de esos asuntos mediante códigos empaquetados en obras de arte. Y millones creyeron todo eso. Definitivamente el "papiro de los ricos" era una construcción artificial que apela­ba a cierto espíritu contrario al cristianismo, valiéndose para ello de la ignorancia, la estupidez, la credulidad y también de la búsqueda sincera de mucha gente. Al arribar a esta conclusión, se le volatilizó totalmente todo cansancio a Jorge.

4. Un manojo de errores 59

T ree se puso a ordenar los papeles y decidió escribir un artículo con sus ha-5U momentáneo cansancio se había esfumado. Pensó que con seguridad

n o era el único que podía desenmascarar el fraude. Muchos científicos serios rodo el mundo tenían acceso a valiosos materiales disponibles en enormes bi-

,,. t e c as y dominaban más instrumentos y datos que él allá en su tranquilo sitio ovinciano. Pero él se sentía llamado a hacer oír su voz desde este rincón de la

tierra en la que le tocó vivir y trabajar.

Con cierta euforia, Jorge se puso a estructurar el artículo sobre el "papiro de los ricos" y a ordenar los datos descubiertos. Lo hizo con el mayor cuidado y a la vez el mayor respeto posible. Respeto por toda opinión ajena, y cuidado en la constatación de los errores y cosas imposibles que halló en el curioso texto. Pero también redactó su aporte con férrea firmeza: la verdad no se negocia, del Evan­gelio nadie se puede burlar. Jorge repasó una y otra vez todos los elementos y los compaginó de tal manera que el artículo se leía como un diálogo o, mejor dicho, una discusión entre un abogado defensor del papiro y un fiscal que denunciaba y acusaba. Jorge firmó digitalmente el artículo, agregó su nombre, número de documento de identidad, dirección completa, teléfono, correo electrónico y sitio web. No se olvidó de agregar una invitación a escribirle sobre la materia. Luego envío el texto por correo electrónico a la redacción de uno de los matutinos de Buenos Aires, cuyo encargado de la página cultural ya le había publicó diversas notas sobre las Iglesias en la Argentina.

Muy contento con la cosecha del día, pensó que en realidad ahora le faltaba sólo algo descomunal: poder recorrer todos los lugares indicados por Jonny Mes-ser a partir del diario de su padre, y comprobar la veracidad o falsedad de cada una de las afirmaciones. Pues si el periplo del papiro resultaba verídico, cabía la posibilidad de que realmente se tratara de un texto antiguo, sin que eso significara que fuera auténtico. Ahora bien, la antigüedad podía ser un indicio de ello. Pero para realizar una gira tan descomunal le faltaba lo más importante: dinero. No tenia ningún ahorro, y tampoco iba a poder pedir un préstamo para semejante empresa. Realmente, una lástima.

Con estos pensamientos, Jorge finalmente fue a dormir. Las manecillas del reioj marcaban casi las tres de la madrugada.

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5. Una herencia inesperada

Eran las cuatro y media de un nuevo día y Jorge estaba en lo más profundo del sueño, cuando el teléfono sonó fuerte e intrépido. Jorge tenía muchas ganas de dejar sonar nomás el molesto timbre. Ya iba a cesar en algún momento. Común­mente nadie requiere del servicio pastoral a esa hora. Pero las circunstancias no eran "normales". Jorge estaba con los ánimos alterados, los nervios de punta y la atención agudizada. Así que se levantó, fue a su oficina y levantó el tubo.

—Hola, soy Jorge del Cántaro; ¿quién habla?

—Guten Margen, mein Herr, verstehen Sie Deutsch? —decía una voz gutural algo áspera del otro lado.

Tanto alemán entendía Jorge como para responder en inglés que no entendía alemán, pero sí inglés. La voz del otro lado sólo dijo "Watt a moment, please"; y luego de un buen rato se hizo escuchar una voz femenina en perfecto inglés, aunque también con ese acento algo gutural. Dijo que le hablaba de parte del jefe del Departamento de Legados y Herencias del Registro de Personas de Lucerna, Suiza, y que debía informarle sobre un testamento. Le pidió a Jorge que se iden­tificara con nombre y apellido, fecha de nacimiento, número de Pasaporte, do­micilio completo; e incluso pidió el número de teléfono el cual ella misma había discado. Sonaba a pedantería, pero era un requisito necesario.

Como de todos modos era fácil acceder a todos esos datos, Jorge no tuvo re-Paros en suministrarlos. Los indicó con voz temblorosa y expectante, porque no tenia ni la más mínima idea sobre lo que podía venir.

Una vez que la amable dama de Lucerna había registrado y comparado los datos con los que evidentemente tenía a su disposición, le informó al sorprendí-« « u n o W que debía presentarse cuanto antes en el Consulado Suizo en Buenos ^ures a los efectos de retirar allí la documentación correspondiente a la herencia "U e acababa de hacer. Debía llevar su Pasaporte y una constancia de su domicilio, hendida por la Policía local.

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62 El papiro de los ricos

Jorge quedó mudo. ¿Una herencia? Sus padres vivían en Buenos Aires, herma­nos no tenía, sus tíos maternos residían en México y los paternos estaban distri­buidos en diversas Provincias argentinas. Los abuelos maternos también vivían en México y los paternos habían fallecido, lo mismo que todos los bisabuelos y las bisabuelas. Así que por más esfuerzos que hacía, no podía imaginarse de dónde le podía venir una herencia. No tenía ningún amigo que viviera en tierras helvéticas, y tampoco sabía de otros familiares cercanos que hayan planificado algún viaje por Europa muñéndose de camino. En ese caso, tampoco lo habrían llamado desde Suiza para pedirle que se hiciera cargo de una herencia. Así que preguntó cuidadosamente, casi como para no levantar ninguna sospecha sobre su identi­dad, de quién provenía la herencia.

—De su tía bisabuela Roswitha von Kánel —respondió la dama de Lucer­na—; y según el testamento, usted era su pariente preferido, y por eso le dejó todo lo que poseía.

—Ah, sí, claro —fue la respuesta casi muda que Jorge logró tartamudear—. Claro, sí, ah.

—Por designarlo como único heredero y por cumplir con todas las formali­dades exigidas, el testamento tiene plena validez legal. Por ello, la herencia pasa directamente a usted, sin considerar la posibilidad de otros parientes. Le felicito; y tome contacto con el Consulado cuanto antes. Debo informarle que deberá ha­cerlo dentro de los 30 días hábiles a partir del día de la fecha, pues de otra manera el trámite vuelve a Lucerna, y luego tendrá que presentarse aquí en Suiza. Gracias por atenderme, y hasta luego.

—Bien, por supuesto, viajaré hoy mismo a Buenos Aires; gracias, hasta luego.

Un discurso de cierre de expulsiones casi monosilábicas, pero era lo mejor que le salió.

Tuvo que hacer un alto en medio del torbellino desordenado de ideas, sensa­ciones y emociones que lo cautivaban. Antes de dormirse, había deseado contar con el dinerillo necesario para poder recorrer todos los lugares de la supuesta trayectoria del papiro. Pocas horas después, se le presentó esa posibilidad en la que jamás había pensado.

Conocía muy bien a su tía bisabuela Roswitha. Ella había sido profesora de literatura inglesa en la Universidad de Lucerna, lo cual facilitó el contacto epis­tolar con Jorge. Un buen día había llegado una carta a su nombre, enviada por Roswitha, en la que ella le pedía que le contara un poco de su vida, pues quería

Una herencia inesperada 63

omponer un árbol genealógico con todos sus parientes. Y ahí no podía faltar la

a i n a sudamericana. Jorge respondió con gusto, y a partir de allí tuvo un con­tacto epistolar regular con Roswitha durante algún tiempo, espaciándose luego j correo por las dificultades que traía consigo la edad de la tía bisabuela. Luego

intercambiaban saludos en ocasión de los cumpleaños, Navidad, Año Nuevo, y no mucho más que eso. Pero por lo visto la anciana llegó a apreciar muchísimo a su sobrino bisnieto. Tratando de recordar cuándo le había enviado la última carta, Jorge tuvo sinceros remordimientos de conciencia por no haberle escrito más a menudo. Rogó a Dios por su eterno descanso y agradeció por la herencia totalmente inesperada.

Como estaba acostumbrado a elaborar interpretaciones teológicas de todas las cosas, hábito inherente a su manera de ser y a la vez deformación profesional, tomó la herencia como una señal precisa de la posibilidad justa y necesaria para realizar el recorrido del que había soñado, aunque tuvo bastante vergüenza de reconocer esta posibilidad. "Pobre anciana, tuvo que morir para que yo pudiera recorrer el mundo" pensó para sus adentro. Luego suprimió esta idea y sublimó la situación con la edad a la que había llegado Roswitha: 99 años. Realmente una edad bíblica, suficientemente madura como para pasar a mejor vida.

Jorge no tenía ni la más pálida idea acerca del posible monto de la herencia. Sabía que Roswitha había vivido los últimos años en un geriátrico; que su esposo había ocupado uno de los más elevados cargos en la dirección del ferrocarril y que le había dejado a Roswitha una muy buena herencia. Roswitha, por su parte, cobraba un monto considerable como profesora universitaria jubilada. Así que eventualmente habría una buena suma para heredar.

Jorge entró al sitio de una agencia de viaje y realizó un rápido cálculo de lo que podría costar una gira por El Cairo, Israel, Atenas, Roma, San Petersburgo, Berlín, Zúrich, Salamanca y otra gira de Buenos Aires a México y Nueva York. Luego sumó dos días de hotel barato a cada lugar y lo imprescindible para ali­mentación. Realmente sólo lo imprescindible, pues durante toda su vida había vivido muy austeramente; y por más cuantiosa que fuera la herencia que obtu­viera, siempre seguiría siendo modesto y dedicado al ahorro. Esta modalidad era una combinación de la herencia protestante de sus abuelos mexicanos, el carácter peculiar de su bisabuela suiza, la situación de miseria de tantos habitantes de su país y la opción personal por ciertos valores que sobrepasaban profundamente el materialismo imperante de la sociedad de despilfarro por un lado y de cruda indigencia por el otro.

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Luego de haber hecho sus cálculos, Jorge llegó a una cifra de algo más de cinco mil Euros, un monto por cierto inalcanzable para él y su familia. Más aún, tratán­dose de volar de un país a otro, persiguiendo una quimera e intentando atrapar a una fantasía para desenmascararla. También pensó que ese importe le vendría muy bien para un proyecto por cierto muy diferente: adquirir todo lo necesario para equipar un hogar y poder casarse. Si bien Gladys aún era muy joven y quería terminar primero sus estudios antes de casarse, Jorge nunca pensaba sólo en lo in­mediato, sino en lapsos y períodos más largos de la vida. Y una familia en forma­ción necesita algo más que un catre, una cocinita y una muda de ropa. Vagando así por internet, su propio interior y el proyecto de un futuro matrimonio, Jorge se dio cuenta de que todo cálculo era prematuro y que todo dependía de lo que le deparaba la documentación que lo esperaba en Buenos Aires. En una de esas era heredero de un lindo reloj suizo o de una ancestral ballesta. Vaya a saber qué recuerdos había remolcado la buena Roswitha hasta su ancianidad.

Jorge no tenía más ganas de dormir, pero tampoco podía concentrarse como para comenzar algún trabajo. Esperó inquieto hasta las ocho de la mañana y llamó al presidente de la congregación. Le fue totalmente sincero, como correspondía.

—Mire, Presidente, me llamaron de Suiza y me informaron que debo presen­tarme en el Consulado en Buenos Aires, porque mi tía bisabuela de Lucerna me dejó una herencia. ¿Qué hago?

El presidente se desbordó inmediatamente de alegría. Nacimientos, casamien­tos, enfermedades significativas, fallecimientos y suculentas herencias conforma­ban su universo simbólico social preferido, por supuesto con distintos grados de gusto y empatia. Pero ésta era una ocasión por demás bienvenida. Como un feliz casamiento. Inmediatamente explotó eufóricamente:

—Genial, pastor, ¡por fin una noticia sensacional! ¡Cómo se alegrará toda la comunidad por la suerte de su pastor!

Jorge trató de frenar esta euforia.

—Le ruego que no divulgue la noticia, ni antes ni después; no antes, porque no sé de qué herencia se trata; y después tampoco, porque si llegara a haber algo importante, pronto los amigos de lo ajeno invadirán mi casa.

—Claro, tiene razón. Bueno, vaya ya mismo a Buenos Aires. No pierda nin­gún minuto —dijo exaltado el presidente, como si él fuera el beneficiario—-. Tómese el día libre.

—Pero tuve mi día libre ayer —replicó Jorge—; no me quiero aprovechar.

Una herencia inesperada 65

Pero, por favor, usted trabaja más que suficiente y su día tiene doce o más horas de trabajo. Y si tiene que viajar a Suiza a buscar su herencia, puede anticipar

s vacaciones. Desde ya le doy mi permiso. Aunque creo que usted ni siquiera se tomó las vacaciones en enero.

Sí, todavía no las tomé, porque teníamos clases de confirmación y no las

quería postergar.

Ay, esa "neurosis protestante" del cumplimiento del deber, de la construcción centenaria de un superyó vocacional centrado en la exigencia del llamado, el tra­bajo, el rendimiento, la obediencia. Como que no hubiera lugar para la alegría, la libertad y la felicidad en el Reino de Dios.

—Bien, entonces tómese el día libre y planifique cuanto antes su viaje a Suiza. Y no se olvide de traernos chocolates. Déjeme arreglar la cosa, aviso a la comisión directiva y ya está.

Jorge agradeció por el gesto, que era un reconocimiento de su tarea pastoral; empaquetó algunas cosas, fue a la Policía y solicitó la constancia de su domicilio. De allí fue directamente a la terminal de ómnibus, compró un pasaje; y a la me­dia hora estaba sentado en el vehículo rumbo a Buenos Aires. Había decidido no llamar a Gladys antes de obtener claridad sobre la herencia. Un poco por cuidado, otro poco para darle una grata sorpresa, en el supuesto que la cosa daba para eso. El viaje se estiró como nunca. Veía pasar los postes del alambrado y los árboles, vagabundeaba con su vista por los campos, y su mente divagaba por Barcelona, Urdinarrain, Egipto, Lucerna, Nueva York y nuevamente Barcelona. Luego de una noche prácticamente reventada, tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano por mantenerse despierto; pero por otra parte quería dormir un rato para estar fresco al llegar a Buenos Aires. El sueño lo venció cuando el ómnibus cruzó el primer puente del complejo Zarate-Brazo Largo. Una brusca frenada sobre la Avenida General Paz lo despabiló brutalmente, y ya no pudo volver a dormirse.

Poco después del mediodía, el bus arribó a su destino. Jorge tomó un taxi para "egar más rápido al Consulado, pues sospechaba que éste cerraría en cualquier rnomento. A los pocos minutos estaba en la oficina helvética ubicada en la Ave-nida Santa Fe. Subió al piso indicado en la portería, llenó un sencillo formulario a e presentación y fue convidado amablemente a esperar unos minutos. El tiempo avanzaba al paso de tortuga. Leyó tres folletos sobre turismo en Suiza, se repitió °o.os sus datos personales por si se los volvían a pedir, hojeó una revista y volvió

a ^er uno de los folletos. ¿Qué dirá el testamento? ¿Por qué le tocaba a él esa he-eticia? ¿De qué importe se trataría? ¿Cómo manejar un asunto así?

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66 El papiro de los ricos

Al rato, apareció un funcionario en una ventanilla y lo llamó. Luego de volver a registrar muy cuidadosamente todos los datos y de recibir la constancia del do­micilio, le entregó un sobre marrón lacrado, con sellos del Registro de Personas, la Fiscalía de Lucerna, el Ministerio de Economía de Suiza, el Departamento Helvético de Relaciones Exteriores y el Consulado mismo. Claro que Jorge pudo armar este listado recién en su casa, cuando se tomó el tiempo para revisar dete­nidamente la ristra de sellos de esos entes tan importantes.

—Sírvase, aquí está la documentación —dijo el empleado muy amablemen­te—. Pase al gabinete al lado de mi oficina, ahí tendrá más privacidad para revi­sar la documentación. Léala con tranquilidad; y si tiene alguna pregunta, puede llamarme. Después firme, por favor, la constancia adjunta y entregúemela antes de retirarse.

Jorge tomó tímidamente el sobre. Vio claramente delante de si una imagen similar, difundida hacía dos días: Jonny Messer tomando la carpeta axul en cuyo interior se albergaba el terrible papiro. Terrible para la fe de Jorge y de millones, y más terrible aún para los pobres de la tierra de antaño y de hoy. Jorge paso al gabinete, cerró la puerta, tomó asiento y miró disimuladamente hacia los rinco­nes y el cielorraso. No descubrió ninguna cámara. Abrió con sumo cuidado el sobre para no romper accidentalmente el borde de algún documento. Antes de sacar el contenido, reafirmó su decisión de entregar también de esta herencia -sea cual fuere su monto- un diezmo voluntario para la obra de la Iglesia. Lo venía practicando desde el inicio de su ministerio pastoral, y lo hacía no por obligación moral ni religiosa, sino simplemente como agradecimiento voluntario a Dios. Nunca había hecho de esto una bandera de lucha ni una ley para los demás. Pero si alguien le preguntaba sobre cómo, qué y cuánto ofrendar, hablaba del agradeci­miento voluntario resultante de poder quedarse con el noventa por ciento de todo lo que uno recibía. Y así también lo enseñaba desde el pulpito. Por una fracción de segundos pensó: "¿Y si son por ejemplo treinta mil Francos? ¡Tres mil Francos equivalían a casi la mitad del costo total de la gira!" Pero, no, sentía que tenía un compromiso voluntario, y ahí no cabía duda ni discusión.

Sacó el manojo de papeles, todos ellos con membretes oficiales y muy pulcra­mente provistos de los mismos sellos que lucía el sobre. El texto estaba en alemán. Igualmente Jorge repasó línea por línea. Se imaginaba que posiblemente iba a hallar en algún lugar números, cifras, cantidades, si de efectivo se trataba. Luego de una larga introducción con nombres, fechas, domicilios y demás yerbas, llegó a un cuadro con letra remarcada en negritas que contenía un domicilio en Lu­cerna y otro de Zúrich; y acto seguido en alemán e inglés los datos de una cuenta

Una herencia inesperada 67

bancada abierta por Roswitha von Kánel a nombre del beneficiario de la heren­cia: Jorge del Cántaro. Luego brillaba la indicación del estado de cuenta: CHF 163.540.- Adosada al papel con una cinta, había una tarjeta internacional para ooder extraer dinero de esa cuenta desde cualquier banco del mundo conectado a la red. En un pequeño sobrecito cerrado, pegado a continuación de la tarjeta, se encontraba una tarjeta de cartón fino en cuyo reverso figuraba el código personal producido automáticamente por la computadora del banco. Su tía bisabuela y sin duda también su asesor letrado y los demás funcionarios realmente habían pensado en todo. En la última hoja del manojo, un empleado de la oficina había indicado la ubicación exacta de la sepultura de la finada en el cementerio de Lu­cerna. Por si Jorge alguna vez quería visitar la tumba.

Jorge sentía que estaba cerca de un desmayo. Veía manchas negras delante de sus ojos, intercaladas con destellos multicolores. Le brotaba sudor y sentía que se ruborizaba fuertemente. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Quería levantarse, pero no pudo. Las piernas no obedecían las órdenes de su cerebro. Leyó una y otra vez los datos en negritas del recuadro, pero el nombre de Roswitha, el suyo y el importe en Francos seguían ahí. No se trataba de una alucinación o de un espejismo. Lo que no lograba descifrar eran los datos relacionados con los domi­cilios en Lucerna y Zúrich; y lo único que se animó a pensar era que la tía bis­abuela había vivido en esos lugares. Jamás se imaginaba que allí figuraban sendos departamentos, uno de los cuales la anciana había destinado a un fin social de la congregación de Jorge, y el otro para él, "como regalo de casamiento cuando se decida a dar ese paso". De todo ello se enteró recién cuando obtuvo la traducción oficial del documento.

Jorge quedó sentado un largo rato en el gabinete. Demasiados hechos y de­masiadas emociones en apenas cuatro días. Su silencio fue tan prolongado que el empleado del Consulado golpeó la puerta y le preguntó si estaba bien.

—Sí, gracias, todo en orden —respondió Jorge con la voz algo quebrada—; ya estoy listo.

Juntó los papeles, los guardó en su maletín, firmó la constancia, salió del ga­binete, entregó el recibo y se despidió atentamente del funcionario. Este, que no tenía idea del contenido exacto del sobre, notó que Jorge había empalidecido sensiblemente y que temblaba visiblemente. Por experiencias anteriores con here­deros sorprendidos, sospechó que a Jorge del Cántaro podía haberle tocado una Sl»ria cuantiosa. Pero la prudencia del mundo diplomático y sobre todo la reserva helvética le impedían preguntar a Jorge qué había recibido exactamente. La dis­creción era uno de las principales máximas de su código laboral.

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68 El papiro de los ricos

Una vez fuera del edificio, Jorge llamó a Gladys. Por seguridad, apenas le contó lo esencial: que su tía bisabuela Roswitha le había beneficiado en su testa­mento. Que Gladys esperara su llamada a su regreso a Urdinarrain.

Jorge decidió no visitar a sus padres, sino tan sólo llamarlos para decirles que había tenido que hacer un trámite de urgencia en Buenos Aires y que más tarde volvería a comunicarse con ellos. Después tomó un taxi a la terminal de ómnibus. Trató de serenarse todo lo posible. Igualmente el taxista, gran conocedor de la gente y de sus más diversos estados de ánimo, le preguntó si le pasaba algo, por­que lo notaba muy pálido y nervioso.

—No, no es nada; me levanté muy temprano y no pude dormir bien —res­pondió Jorge, diciendo la verdad. O, por lo menos, una parte importante de ella.

En la terminal compró un pasaje en el primer ómnibus que salía a Urdina­rrain. Una vez instalado en el cómodo asiendo, tenía unas ganas locas de volver a revisar el texto del testamento, pero sabía que eso podía ser potencialmente peligroso. Nunca se sabía cuántos ojos más veían cosas que no debían. Resolvió mantener la cuestión en absoluto silencio y compartirla sólo con Gladys, evaluar con ella todas las posibilidades y decidir luego los pasos a dar.

Luego de llegar a su casa, se higienizó rápidamente y llamó de nuevo a Gladys. En Barcelona los relojes ya marchaban hacia la medianoche, pero Gladys había estado esperando ansiosamente la llamada de su novio. Jorge le amplió un poco la información sobre la herencia, sin hablar del monto, a pesar de que Gladys insistió un poco, como era de esperarse. Luego Jorge le resumió el contenido del programa televisivo sobre el papiro y lo que él había descubierto. Finalmente le anticipó que quería verificar la historia del recorrido del papiro, pues sólo así podría obtener eventualmente certeza sobre el verdadero carácter del documento. Estaba dispuesto a invertir en este viaje una partecita de la herencia. Sentía que les debía esto a todas las personas creyentes y principalmente a las necesitadas, ya que de ser cierto lo que decía el papiro, no sólo se caería la fe, sino también el móvil espiritual del compromiso con el prójimo.

Gladys de inmediato estaba de acuerdo. Más aún, manifestó un enorme entusiasmo.

—Entonces podemos vernos en algún lugar de Europa —dijo, y Jorge perci­bía que los latidos de ambos subían a un nivel peligroso—; ¡excelente!

Convinieron en que Jorge le comunicaría todos los datos de su proyectado via­je, apenas los tuviera; y que se encontrarían a su arribo a Frankfurt en el Meeting

5. Una herencia inesperada 69

Point del hall principal del Aeropuerto, desde donde se accedía a los sectores A y B. Luego, sobre el final del viaje, se encontrarían en Madrid para viajar juntos a Salamanca. Gladys prometió abocarse de inmediato a la búsqueda de pasajes aéreos baratos a Frankfurt y a Madrid, como los había en toda Europa.

A la mañana siguiente, Jorge tomo contacto con una agencia de viajes en Buenos Aires y expuso sus pedidos. Pidió un pasaje completo con todos los tra­mos desde Buenos Aires a Europa incluyendo los trayectos a Egipto e Israel, y luego otro vuelo de Buenos Aires a México con una continuación a Nueva York. Solicitó un seguro completo para el exterior. Pidió que la agencia tramitara las visas para Egipto y Rusia. No necesitaba visa nueva para los Estados Unidos, pues la anterior aún era válida. También solicitó reservas en hoteles baratos en las respectivas ciudades. En la agencia le prometieron tener todo listo a última hora del mismo día. Mientras tanto, viajó a Gualeguaychú para probar la tarjeta bancada. He aquí, la cosa funcionaba a las mil maravillas. A su regreso, pasó por la casa del presidente de la congregación para informarle que le había ido bien, y que posiblemente viajaría a Europa dentro de dos días. El presidente explotaba de curiosidad por enterarse del monto de la herencia, pero no se animó a plantear esa pregunta del millón. Jorge tampoco se lo dijo.

A la noche, Jorge recibió un correo electrónico de la agencia de viajes con la confirmación del plan completo del viaje. Repasó tramo por tramo y todas las reservas de hotel. He aquí, la cosa estaba en orden. Un rato más tarde, también recibió el aviso del diario de Buenos Aires sobre la publicación de su artículo en el día de la fecha. He aquí, era la tercera cosa que le había salido bien este día.

Ahora tenía que cumplir un arduo programa de preparativos para poder via­jar al día subsiguiente: hacer una transferencia a la agencia de viaje; empaquetar suficiente ropa, pues prácticamente no contaría con la posibilidad de lavarla de camino; hacerse de información mínima sobre cada lugar; estudiar detenidamen­te todas las indicaciones de Jonny Messer sobre la trayectoria del papiro; buscar e imprimir mapas y planos; preparar la electrónica: computadora portátil, cámara digital, palm, un navegador GPS para toda Europa y un celular de tres bandas, ambos regalos de su futuro suegro, Rubén Frisch. También debía cargar varios textos en la computadora a los efectos de poder realizar comparaciones y verifica­ciones; avisar a sus padres, abuelos y futuros suegros de su proyectado viaje; hacer una lista de direcciones; mandar un correo electrónico a Gladys para comunicarle todos los detalles de su ruta; y mil cosas más.

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70 El papiro de los ríeos

A la mañana siguiente, el teléfono sonó bastante temprano. Era la primera reacción al artículo de Jorge. Un colega de la Iglesia lo llamaba desde Buenos Aires para felicitarlo.

—Siempre fuiste un tragalibros y el más ilustrado en la Facultad, y veo que no dejaste ese vicio —decía con honesta ironía—; pero parece que de vez en cuando eso sirve para algo. Dale fuerte a ese falsificador. Que quede destrozada su soberbia.

—Gracias, pero no será para tanto —dijo Jorge, tratando de poner algo de freno a ese brote de aversión contra el papirólogo—. Estamos contra el pecado, no contra el pecador.

—No me vengas con principios de moralina —respondió el colega—. Todo pecado tiene su autor, y lo que cometió este tipo es demasiado grave. Aprovecha tus conocimientos y tu inteligencia para desenmascararlo públicamente. ¡Que tengas éxito! ¡Me siento orgulloso de ser colega del hombre que en pocos días llegará a ser más famoso que muchos presidentes!

Interesante. Una inyección de ánimo para seguir en el camino iniciado. Al rato llegó otra llamada, esta vez desde Montevideo, donde otro colega había leído el artículo en la versión digital del diario. Y así siguió la cosa casi toda la mañana. Pero al mediodía llegó la primera reacción negativa. Un estanciero, que había leí­do el artículo en el vuelo de la mañana de Buenos Aires a Corrientes, le reprochó por inmiscuirse en cosas que no entendía, refiriéndose a la economía; y lo acusaba de hablar de pura envidia. Concluía su enojada nota reclamando que el zapatero vuelva a sus zapatos, porque de otra manera sufriría las consecuencias de su atre­vimiento. ¡Ufa! Una pálida, la primera, pero con seguridad no la última.

A la noche, el encargado de la página cultural llamó a Jorge para informarle que ante el cúmulo de reacciones al artículo, el director del diario había resuelto abrir un blog especial en internet para fomentar la discusión sobre el tema. Ya se estaban amontonando las primeras reacciones. Jorge fue de inmediato a la computadora y pudo verificar que él se estaba convirtiendo en el foco de una tor­menta. Para colmo, el director destacó con orgullo y en letras rojas en la primera página que Jorge, colaborador asiduo del diario, había comenzado a liderar la oposición al descarado papirólogo desde América Latina.

"¡Dios mío, en lo que me he metido!" se dijo Jorge. Luego cambió la formula­ción a "¡Dios mío, en lo que me has metido!", para terminar diciendo "¡Gracias, mi Dios, porque me has metido en esto!". De inmediato trató de reprimir ese bro­te de soberbia. No todos tienen la oportunidad de convertirse en el centro de la

'5. Una herencia inesperada 71

atención generalizada literalmente de la noche a la mañana. A él le tocó; y «e d l ° cuenta de que para llevar su lucha a buen término, debía evitar todo triunfalismo, todo apresuramiento, toda presunción y toda fanfarronería.

A la mañana siguiente, el blog ya tenía 4.385 entradas. Durante la noche, el diario había abierto un apartado especial para la discusión en inglés. El director le envió un correo a Jorge para pedirle que elaborara una versión en inglés de su ar­tículo; y luego de leer esa nota, Jorge le respondió telefónicamente que cumpü r i a

el pedido durante su vuelo a Europa.

—¿Estás por viajar a Europa? —preguntó el director—. Eso es trágico, pues justo ahora te necesitaríamos aquí. No nos puedes hacer esto.

—Voy a Europa, Egipto, Israel, México y los Estados Unidos para verificar si es cierto lo que Jonny Messer contó sobre la historia del papiro —indicó Jorge—. Con gusto, enviaré luego mi informe al diario.

Ahí mismo pactaron un contrato sobre la publicación de todo lo que Jorge pudiera investigar sobre el papiro. El director se frotó las manos ante la perspec­tiva de lograr un triunfo sobre su rival, el director del canal estadounidense que había publicado la primicia del papiro. Si todo salía bien, él difundiría desde Buenos Aires la primicia de la falsificación del mamarracho. A decir verdad, no le interesaba tanto el contenido, ni estaba en condiciones de percibir la importancia religiosa y teológica del tema. Le seducía la oportunidad única de demostrar que la televisión del Primer Mundo se había equivocado imperdonablemente con la difusión de una estupidez mayúscula.

—Tengo un bombón para ti —dijo el director con voz de Papá Noel—. Mis contactos han averiguado la dirección particular de Jonny Messer. ¿Tienes algo para anotarla?

Jorge tenía algo para anotarla y la anotó cuidadosamente.

—Por ahora, no la divulgaré —dijo el director—; me quiero reservar esta sorpresa para el final de esta historia.

Jorge desayunó rápidamente y luego empaquetó las últimas cosas. Llamó a sus futuros suegros para explicarles el motivo del viaje relámpago, y recibió un decidido apoyo de ambos. Al concluir la conversación, Rubén Frisch le dijo a su esposa Juanita Villalba:

-—¡Cómo se repite la historia! Nosotros nos hemos atrevido a perseguir un tesoro oculto, ¡ahora nuestro futuro yerno se atreve a cazar a un fantasma público!

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72 El papiro de los ricos

A las diez salía el ómnibus a Buenos Aires, y a la noche Jorge debía tomar el avión en Ezeiza. Echó un último vistazo al blog. Dos notas le aceleraron el pulso. Una contenía una amenaza directa al autor del artículo "que tanto se oponía a la verdad sólo porque no quería reconocer que su fe infantiloide descansaba sobre bases equivocadas". La otra nota provenía de Gladys, que apoyaba con elogiosas palabras la lucha por la verdad que llevaba adelante el diario. Gladys había fir­mado ostentativamente como "La novia del líder antipapiro". La tormenta había comenzado a levantar sus decibeles. Quién sabe a qué niveles llegaría. 6. La tumba en Nag Hammadi

Por fin, Jorge estaba sentado cómodamente en su asiento en el vuelo rumbo a Frankfurt. Pero antes de llegar a ese lugar, había tenido que pasar un muy mal momento. Algún empleado de la agencia de viajes se había equivocado al indicar el apellido del pasajero, registrándolo como "Cántaro" en vez de "del Cántaro". A la hora de presentarse en el Aeropuerto, luego de haber pasado por la agencia de viajes para retirar toda la documentación, le dijeron que su apellido no figuraba correctamente en el ticket electrónico, y que así no lo podían embarcar en el vue­lo. Fue en vano que se remitiera a un posible error de la agencia de viaje, al pago inmediato del boleto, a los más sinceros ruegos y nuevamente a la agencia. La joven que lo atendía ponía la típica cara de "lo lamentamos profundamente, pero no podemos hacer nada", que debe frustrar diariamente a centenares de ansiosos pasajeros en todo el mundo. Entonces Jorge tomó su celular y llamó directamente al dueño de la agencia. Lo ubicó en Mendoza, donde estaba pasando unos días de vacaciones con su familia. Le planteó el problema, a lo cual el pobre hombre sólo supo tartamudear alguna disculpa, prometiendo arreglar el asunto de inme­diato desde su conexión a internet. Que Jorge esperara tranquilo. Iba a anular el pasaje mal hecho y comprar uno nuevo, haciéndose cargo de cualquier eventual diferencia de precio.

Faltaban dos horas para la salida del vuelo. Había tiempo para arreglar la cosa. Jorge sacó un libro de su maletín y trató de leer algo, pero se le borraban las palabras. Las letras comenzaban a caminar por las líneas cuan hormigas nervio­sas. Cada rato iba a preguntar si ya estaba listo su nuevo pasaje. La empleada le respondió siempre con la misma cara amable que la computadora indicaba que desde la agencia estaban trabajando en el tema, pero que aún faltaba un rato. Los minutos pasaban a pasos agigantados. Finalmente, faltando apenas 35 minutos para la salida del avión, la dama llamó a Jorge y le dijo que todo había quedado arreglado. Le entregó la tarjeta de embarque, y para su enorme sorpresa Jorge vio la indicación "Business" en el ángulo superior derecho. La empleada le explicó 4U e dado que no había más lugar en la clase turística y no pudiendo usar tampoco

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el lugar del pasaje anulado, pues ése había pasado directamente a la primera per­sona en la lista de espera, la agencia le había pagado un pasaje en clase ejecutiva.

Un Jorge más que contento y agradecido por esta sorpresa agradable enfiló rumbo a la sala de embarque, no sin antes aprovechar aunque sea sólo unos mi­nutos los servicios de la sala Lounge para Business. A los apurones, ingirió un vaso de jugo de tomate y tragó unas nueces. Luego salió corriendo para abordar el avión y se instaló en el comodísimo asiento, disponiendo de todo lo necesario para distenderse, leer, dormir y llegar totalmente descansado a destino.

Según lo convenido, en Frankfurt lo esperaba Gladys, totalmente desbordaba de felicidad. Luego de varios meses de separación temporal y de distancia geo­gráfica de más de once mil kilómetros, el encuentro fue más que emocionante. Después de intercambiar durante un buen rato las novedades personalísimas, Jor­ge, cuyo vuelo a El Cairo salía dentro de cuatro horas, compartió con Gladys la información sobre la herencia y su monto en efectivo, aclarando que aún no sabía qué significaban las direcciones de Lucerna y Zúrich. No había tenido tiempo para hacer traducir el documento. Gladys quedó muda de emoción, con los ojos y la boca abierta y la cara congelada por un buen rato. Le costó volver a la norma­lidad o lo que ella y Jorge podían imaginarse en ese momento bajo este concepto. Después Jorge le resumió nuevamente su investigación; y finalmente le explicó en qué consistía su programa de viaje: recorrer todos los lugares por los que supues­tamente había pasado el papiro, para averiguar sobre el terreno si esa historia era cierta. Después vería cómo seguir.

Gladys escuchó esta catarata de información, sumida en profundo silencio. Jamás había esperado que les sucedieran a ellos todas estas cosas en un lapso tan comprimido de tiempo. Primero el papiro, ese golpe bajo sumamente fuerte y mugriento a su fe y a todo su sistema de valores. Luego, una herencia extraordina­ria jamás imaginada. Y después el viaje de Jorge. Finalmente se animó a plantear una duda.

—Pregunto yo: para desenmascarar el fraude, ¿no alcanza con señalar los erro­res que descubriste en el papiro? ¡Aunque estoy muy contenta que llegaste!

—No, los errores no son prueba suficiente. Casi todos son pruebas de indi­cios, pero no contundentes, aunque la suma total sí puede ser decisiva. Para de­mostrar que todo es una falsificación de dimensiones titánicas -suponiendo que así fuera—, debo verificar paso por paso todos los lugares del supuesto recorrido del papiro, pues Jonny Messer ha usado ese recorrido como parte de su compro­bación de la autenticidad del documento.

6. La tumba en Nag Hammadi 75

Jorge siguió explicando que gracias a la herencia, estaba en condiciones de realizar ese recorrido, y que consideraba que les debía esta inversión a la Iglesia y a la gente en general, pues eventualmente podía colaborar con frenar el crecimiento del fraude y hasta cortarlo del todo, previniendo así que muchas personas caigan en dudas sobre su fe.

Gladys se sentía sumamente orgullosa de lo que estaba realizando su novio. Se ofreció para dar a conocer la dirección del blog del diario de Buenos Aires a todas las personas que conocía, y que realmente eran muchísimas, pues a través de su sitio en Facebook estaba en contacto con centenares de jóvenes, que a su vez conocían a otros tantos, y así sucesivamente. Asimismo, propuso involucrar a sus padres, que también tenían extensas redes de conocidos y amigos en unos cuantos países del globo. A todos les iba a pedir que escriban algún comentario en el blog, apoyando por supuesto la gestión del desenmascaramiento del engaño olímpico que había montado el gringo.

El tiempo arrastraba sin piedad a las miles de personas que recorrían el gigan­tesco Aeropuerto. Llegó la hora de la despedida, y Jorge y Gladys quedaron en mantenerse diariamente en contacto. Jorge prometió enviarle un informe deta­llado sobre lo que lograra descubrir en cada uno de los lugares del trayecto a los efectos de que quedara asegurada una documentación coherente de su propio recorrido.

—Por si me pasa algo —dijo con cara picara—. No quiero que se pierda absolutamente nada. En ese caso, tendrás la obligación de publicar todos mis informes.

Gladys bajó la vista y quedó en silencio por un breve instante.

—Por favor, no hables así. Dios no permitirá que te pase algo —dijo con la convicción que emana de todo deseo ferviente—. Estás por hacer algo grandioso para la obra de Dios, y él no te lo impedirá.

—Bueno, gracias por la confianza, pero prefiero ser realista y asegurarme. Y por sobre todas las cosas, necesito que ores por lo que quiero hacer, y principal­mente por tanta gente que ahora estará dudando de su fe.

Fueron a tomar un café y de allí cada cual se dirigió a su respectiva sala de embarque, Gladys de regreso a Barcelona y Jorge rumbo a El Cairo.

Durante el vuelo, Jorge preparó la versión inglesa de su artículo para enviarla a Buenos Aires una vez arribado al hotel. Luego de volar cuatro horas y diez mi-nutos, el pájaro metálico se posó en la pista del Aeropuerto Internacional de El

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76 El papiro de los ríeos

Cairo, capital del país en el que habían imperado los antiguos faraones con sus incontables miríadas de esclavos. En el viaje al hotel, un abigarrado y aplastante mundo de un sinnúmero de impresiones nuevas le produjo una profunda conmo­ción cultural a Jorge. Sofocado por el movimiento abismal de la metrópolis cuyo pulso rasante se filtraba por todos los poros del hotel y de su propio ser, Jorge cayó de inmediato en un profundo y reparador sueño.

Lamentablemente no disponía de tiempo para aprovechar turísticamente las mil y una maravillas de la capital egipcia. Si quería recorrer todos los lugares del papiro, debía atenerse estrictamente a su plan. Con cierta tristeza pensó en todo lo que estaba desaprovechando, pues Egipto, Israel, Atenas, Roma, San Peters-burgo, Berlín, Zúrich, Salamanca y México ofrecían una cantidad tan inmensa de atractivos para los visitantes que equivalía a un pecado colosal no dedicarse de lleno a conocerlos y admirarlos. Pero ésa era la situación; y sólo le quedaba el consuelo de esperar "tiempos mejores". Ahora la consigna era descubrir huecos, trampas y grietas en la trama del supuesto recorrido del documento.

A la mañana siguiente, luego de un buen desayuno, Jorge tomó un taxi y fue a la estación de ferrocarril. Compró un pasaje a Luxor, pues si bien el tren alargaba en unas cuantas horas su viaje, le daba la oportunidad de conocer algo de la atmósfera en la que vivía la gente del país y ver algo del paisaje, lo cual era prácticamente imposible si se empleaba el aséptico y distanciado avión. El viaje fue muy agradable, si bien también algo agotador por su extensión. Jorge con­versó alegremente con un grupo de estudiantes libios de la carrera de arqueología que iba a conocer el gran templo de Luxor. Una vez en Luxor, Jorge se dirigió de inmediato al hotel, se refrescó ligeramente y aún le quedó tiempo para echarle un vistazo al celebérrimo templo. Éste se levantaba majestuosamente no lejos del gran Río, no menos solemne que el complejo religioso que a pesar de los milenios transcurridos, seguía infundiendo respeto.

El guía explicó en perfecto inglés que el templo de esta ciudad construida sobre las ruinas de la antigua Tebas fue edificado durante la época conocida como "imperio nuevo". Estaba vinculado directamente con el templo de Karnak a tra­vés de una amplia avenida, a cuyos costados se levantaban sendas hileras de esfin­ges. La construcción fue ordenada por los Faraones Amenhotep III y Ramsés II.

—El faraón del éxodo de los hebreos —interrumpió Jorge, contento de poder vincular los datos sueltos con los procesos históricos.

—Exacto —constató el guía—, así dicen.

I g La tumba en Nag Hammadi 77

Prosiguió diciendo que varios faraones más colaboraron con la terminación del templo con decoraciones y bajorrelieves, entre ellos también el célebre Ec-natón y el más famoso de todos, Tutankamón. Incluso el macedonio Alejandro Magno había aportado siglos después su parte en materia de decoración.

Jorge admiró la portentosa fachada del templo que se elevaba muchos metros sobre el nivel del mar de gente que visitaba el edificio. El gigantesco portal de entrada se hallaba flanqueado por las estatuas sedentes de Ramsés II que emitían majestuosidad hoy como hacía tres milenios. Parecían estar dispuestas a levantarse en cualquier momento para retomar como antaño los hilos del país en sus manos. Los visitantes, que tenían una sensación de ser aplastados, apenas medían un poco más que los pies de las estatuas.

El conjunto arquitectónico, formado por la pared exterior de corte trapezoi­dal que se estrechaba a medida que subía de altura, el portal y las estatuas, era la perfecta combinación de mensaje ostentativo, realeza, grandeza, religiosidad pomposa, representatividad suntuosa y fuerza férrea traducida a un impactante volumen lítico. Todo ello hacía sentir muy pequeño al visitante y lo proyectaba fuera de su tiempo, diciéndole que aquí mandaba el alma de una nación cuyos orígenes se perdían en los límites entre el tiempo y la eternidad.

—Aquí había también dos obeliscos —explicó el guía a los silenciosos turistas, avasallados por tanta grandeza del pasado—. Pero nos han robado uno.

—¿Se puede saber quién se lo llevó y dónde se encuentra hoy? —preguntó una dama en inglés con un acento que la delataba como francófona.

—Claro —dijo el egipcio—; y lamento tener que decírselo justamente a us­ted, que tan amablemente me pregunta. Fueron los franceses, que al igual que los ingleses, alemanes y tantos otros saquearon las riquezas arqueológicas de nuestro país y expoliaron nuestra cultura para llenar sus museos. Este obelisco está hoy en París. Lo erigieron en la Plaza de la Concordia en 1833.

—¿Y por qué no exigen que se lo devuelvan? —preguntó un joven.

—Si usted supiera cuántas veces ya hemos tratado de que nos devuelvan por lo menos una mínima parte de todo lo que nos han quitado —dijo amargamente el hombre—. Queremos tramitar incluso la devolución del busto de Nefertiti, que según documentos recientemente publicados, fue sacada de aquí con engaño por los alemanes hace más de un siglo. Hoy es la mujer más famosa y más visitada de Berlín.

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Se produjo un denso silencio, pues muchos de los turistas presentes ya habían recorrido unos cuantos museos del Primer Mundo y sabían muy bien cómo éstos se habían nutrido de antigüedades durante siglos. La rapiña de los depredadores de antigüedades había barrido todos los rincones del mundo pobre y acumulado sus tesoros históricos en las vitrinas del mundo rico.

El guía explicó que el templo disponía de un enorme patio, una vía para pro­cesiones con columnas a ambos lados, salas dedicadas a diversas divinidades, un santuario de la barca y otros espacios religiosos menores. Todo ello formaba un conjunto con cuyas conexiones los arquitectos habían logrado soluciones sobre­salientes. El egipcio explicó también que en el primer patio se construyó mucho tiempo atrás una mezquita que seguía usándose hasta la actualidad, dando así continuidad al carácter religioso del gran espacio.

Ante tamaña grandeza del pasado, que infundía profundo respeto, Jorge de­cidió hacer en algún momento un viaje extenso por todos los lugares célebres del país del Nilo. Siempre le habían cautivado las culturas milenarias; pero una cosa es leer sobre ellas y ver fotos de sus restos arqueológicos, y otra radicalmente diferente es ver personalmente los vestigios, tocarlos, sentirlos, gustarlos, oírlos. Pues también los muros tienen aromas, las piedras gritan, la historia tiene gusto, los templos vibran y las arenas susurran. Sólo es necesario aprender a agudizar los sentidos y querer usarlos para ello.

El día había pasado rápidamente, y un feliz Jorge se dispuso a cenar y a des­cansar. A la mañana siguiente consultó en la recepción del hotel sobre las posibi­lidades de viajar a Nag Hammadi. Había varias, pero la que más le recomendaron para mantener suficiente movilidad era la de tomar un taxi, arreglando previa­mente el precio total de la gira y el día entero, y volver así a la hora que fuere al mismo hotel. Claro, así se aseguraban el cliente. Además, Jorge no estaba con ganas de aventurarse demasiado. No hablaba árabe; y si bien los guías hablaban inglés, consideró que no era recomendable hacerse el gallito y largarse a riesgos desconocidos con final imprevisible, por ejemplo, pernoctando quién sabe dónde en Nag Hammadi. Así que optó por lo más seguro. Pidió un taxi. Cuando éste lle­gó, arreglaron el precio, luego de varios minutos de regateo, como correspondía, pues sin regateo nada se vende ni se compra en ese mundo multicolor de basares, misterios y mística oriental. Impensable en la ordenada Europa occidental. Preci­samente por eso el oriente y el sur les encantan tanto a los occidentales del norte.

El taxi recorrió los pocos kilómetros desde el centro de Luxor al puente so­bre el Nilo, y a los pocos minutos había cruzado la ancestral masa líquida cuya majestuosidad hacía juego con la fachada del templo de Luxor y con la solemne

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estridencia de la arena del desierto que comenzaba ahí nomás, a pocos metros del verde tapiz anclado en la fértil tierra que traía el Río.

—Antes sólo había balsas —explicó el taxista—, y cruzar el río duraba media eternidad.

Jorge estaba tentado a preguntar cuánto duraba la eternidad entera en Egipto, ya que aquí la historia se valía de milenios donde en otros lugares se contaban años, pero prefirió callarse. Sabía demasiado poco de esta cultura tan respetable como para arriesgarse a causar la impresión de una burla. El taxista ya seguía con sus explicaciones.

—El Nilo es nuestro padre, sabe, porque sin él no hacemos nada. También es nuestra madre, porque nos da de comer. Eso siempre fue así, desde hace cinco mil años. Vivimos cómodamente en el "Hotel Nilo", como los chicos de Europa, que no quieren irse del "hotel mamá", porque es cómodo.

Evidentemente el hombre estaba al tanto de los cambios culturales del mundo occidental. Donde dos o tres décadas atrás los jóvenes de 18 añitos se lanzaban a la aventura de tomar las riendas de su vida en las propias manos, ahora sus hijos preferían seguir viviendo con sus padres hasta los 30, 35 y más anotes.

—Donde hay agua, hay vida: plantas, animales y personas —prosiguió el egipcio—. A doscientos metros de distancia se termina todo y comienza el de­sierto mortal.

—¿Cómo es el clima por estos pagos? —preguntó Jorge—. Me imagino que en verano hace un calor brutal.

—Calor no es el término adecuado para lo que pasa aquí —respondió el taxis­ta—. Hay que llamarlo "calorazo infernal", porque así debe ser el infierno, ¿no le parece? La temperatura frecuentemente llega a los 40 grados y más. Pero gracias a ello se conservó parte de nuestra historia. Piense por ejemplo en las momias y los papiros.

—Sí, me imagino que las arenas de Egipto aún guardan muchos misterios.

Jorge sabía que los manuscritos de papiro más antiguos del Nuevo Testamento se habían encontrado en Egipto. El príncipe de los antiquísimos era un fragmento del Evangelio de San Juan del año 125 de la era cristiana. Luego venía un buen lote de las décadas siguientes y de todo el siglo III. Lo mismo valía para los libros ttias antiguos, hechos de pergamino, es decir, cuero de oveja, cabra o antílope, t n el Monasterio de Santa Catalina en la Península del Sinaí, al pie del sagrado

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Monte, el investigador alemán Tischendorf había descubierto una Biblia com­pleta en idioma griego, datada más o menos en el año 350 o incluso antes. Fue otro regalo del clima desértico de Egipto a la ciencia. Luego de una complicada historia y de un rodeo por Moscú, el valioso texto se exhibe ahora en el Museo Británico de Londres, y algunas hojas se hallan en Leipzig. En muchos museos del mundo, una enorme cantidad de papiros provenientes del antiguo Egipto informaba sobre miles de detalles de la vida cotidiana, las creencias y hechos his­tóricos destacados. Parte de ese legado eran precisamente los célebres documentos gnósticos de Nag Hammadi, hallados en 1945.

—Si le interesa, puedo llevarlo mañana al Valle de los Reyes —dijo el taxista, especulando con más ganancia segura—; queda bastante cerca. De noche lo dejo de nuevo en su hotel.

—Veremos —dijo Jorge, que ya sabía que nunca había que responder con un rotundo "No". Siempre era conveniente dejar abierta alguna puerta.

—En ese valle fueron sepultados los faraones de la 18a, la 19a y la 20a dinastía —explicó el hombre—. También hay algunas tumbas de animales sagrados. El valle se llama Uadi Biban Al-Muluk, Valle de las Puertas de los Reyes. Los anti­guos lo llamaban Ta-sekkhet-mdat, Gran Campo. Allí se encuentra la tumba del faraón más famoso de nuestra historia, Tutankamón. Y más al sudoeste se encuen­tra Biban el-Harim, el antiguo Valle de las Reinas, donde fueron sepultadas las reinas de la 19a y la 20a dinastía. Pero sus tumbas no están tan bien conservadas como las del Valle de los Reyes. La roca no es tan sólida allí. Nuestros antepasados llamaban ese lugar Ta Set Neferu, El Lugar de la Belleza. Claro, eran caballeros.

El hombre era una enciclopedia arqueológica viviente. Prosiguió informando a su pasajero sobre muchos detalles sumamente interesantes del Valle de los Re­yes. Jorge trató de obtener más información sobre antiguos papiros, pero en esta materia el taxista patinaba bastante.

Finalmente arribaron a Nag Hammadi, que significaba Pueblo de Alabanza en árabe, como explicó el taxista. Era una pequeña localidad que alcanzó fama mundial luego del descubrimiento de los famosos códices gnósticos en 1945-Jorge sacó sus anotaciones y repasó la descripción del primer lugar según la in­formación de los Messer bajada del sitio del canal en internet. Dado que Messer Padre indicó que había excavado la tumba del abad del convento de San Pacomio, pero que el sepulcro del monje con el misterioso papiro había sido vaciado ya en la antigüedad, Jorge no se hacía ninguna ilusión de hallar un rastro del papiro

^ ; . La tumba en Nag Hammadi 81

en este lugar. Sólo quería verificar si era cierto que en ese cementerio existían las tumbas del abad y del monje.

El taxista estacionó su vehículo cerca de la oficina de turismo de la localidad, donde fue saludado muy alegremente por los empleados. Por lo visto, lo conocían muy bien. Echó para atrás el asiento de su vehículo y le dijo a Jorge que lo desper­tara cuando lo necesitara. A los pocos segundos, ya estaba roncando.

Jorge entró a la oficina, donde lo recibió la frescura del aire acondicionado. Tres guías le ofrecieron de inmediato sus servicios, y una joven le invitó a escuchar una conferencia ilustrada sobre los celebérrimos manuscritos de Nag Hammadi, que estaba por comenzar en el pequeño cine del edificio. En árabe, por supuesto. La entrada costaba diez dólares, y con auriculares para la traducción simultánea al inglés, 25. Jorge tuvo que pagar los 25. Ingresó a la sala, se ubicó en una cómoda butaca y se dispuso a escuchar la presentación. En la sala ya había unos treinta turistas, debatiendo sobre sus impresiones egipcias en una docena de idiomas. Como ya se habían colocado los auriculares, la discusión era llevada a viva voz. Un barullo insoportable.

A la hora señalada, se oscureció la sala y comenzó la proyección. El conferen­cista explicó que los manuscritos de Nag Hammadi constituyen un conjunto de textos de filosofía y creencias gnósticas de una rama especial del cristianismo que no perduró frente a la que podría llamarse "oficial". Habían sido encontrados en diciembre de 1945 al pie del Monte al-Tarif, a unos diez kilómetros al noreste del puente de Nag Hammadi sobre el Nilo. Unos agricultores habían dado de casualidad con el hallazgo de 13 libros, llamados códices, compuestos de un total de unas mil hojas de papiro. Los códices estaban forrados en cuero y habían sido enterrados en un gran cántaro de barro. Aparentemente los hombres encontraron más textos, pero los quemaron. Luego de muchas vueltas, los 13 libros llegaron a los escritorios de los investigadores, que constataron que contenían en total 52 tratados gnósticos, tres textos de un conjunto llamado Cuerpo Hermético y una versión alterada de la República de Platón.

A medida que el conferencista presentaba los datos, iba mostrando en la pan­talla magníficas fotos de la región y de los códices. Explicó que los manuscritos databan de la primera mitad del siglo IV de la era cristiana, pero que se estimaba lúe sus originales fueron redactados en el siglo I o II. Se creía que eran originarios ue Egipto. En algunos casos había indicios de una procedencia de Siria. El idioma ue los textos era el sahídico, un dialecto del copto; pero se suponía que se trataba a e traducciones del griego. No se sabía a quién o a quiénes pertenecía el con­junto. Probablemente se trataba de la biblioteca de alguna comunidad gnóstica.

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También era posible que la colección haya formado parte de la biblioteca del convento de San Pacomio, que se encontraba en las cercanías. A ello remitía el material de encuademación de los libros, que contenía algunas cartas y recibos de los monjes. Si fuera así, lo que no se sabía era es si la colección fue formada por los monjes como fuente de información para su lucha contra herejes gnósticos, o si los textos fueron excluidos como heréticos de la biblioteca del convento.

Jorge constató con agrado la mención de monjes y del convento de San Pa­comio. Hasta aquí, todo coincidía. Pero después el conferencista explicó que el nombre antiguo de Nag Hammadi era Xenoboskion, y que Pacomio había fun­dado aquí en el año 320 el primer monasterio cristiano. Eso ya no coincidía para nada con la indicación de Rich Messer, que hablaba de un monje copto del siglo II, miembro de ese convento. Doscientos años de diferencia eran demasiados. ¿Una equivocación involuntaria, o la primera falsedad de la historia del recorrido del papiro?

El conferencista prosiguió diciendo que en un primer momento 12 de los 13 códices se exhibían en el Museo Copto de El Cairo. El códice fáltame solía calificarse como "Códice de la Fundación Cari Gustav Jung" por haber sido com­prado por un mecenas para esa fundación con sede en la cercanía de Zúrich. Era el único que se encontraba fuera de Egipto. Luego de su publicación, el códice también llegó a Egipto.

Después el conferencista dio algunas muestras de sus conocimientos del idio­ma copto, leyendo ciertos pasajes breves del evangelio de Tomás. Explicó que con seguridad este texto era el más famoso entre los manuscritos de Nag Hammadi. Agregó que entre los miles de documentos en griego y latín descubiertos en 1898 por unos arqueólogos en un basural cerca de la localidad de Oxirrinco, llamada actualmente el-Bahnasa, también en Egipto, había algunos fragmentos griegos con dichos de Jesús emparentados con el evangelio apócrifo de Tomás. Se cree que sus originales fueron escritos entre los siglos I y II, y que los papiros de Oxirrinco que contenían estos textos databan de los siglos III y IV. Destacó que el conjun­to de Oxirrinco contenía copias de libros del Antiguo y 50 copias de textos del Nuevo Testamento como también de diversos apócrifos de ambos Testamentos. Las más antiguos eran de mediados del siglo II, es decir, fueron copiadas apenas un siglo luego de la redacción de los textos del Nuevo Testamento, lo cual era un argumento decisivo a favor de la confiabilidad de la transmisión de este texto sagrado desde la antigüedad hasta el presente.

Volviendo a los documentos de Nag Hammadi, el conferencista mostró una tabla de los 13 códices con los respectivos textos. Destacó la importancia especial

Q. La tumba en Nag Hammadi 83

j e algunos de éstos, tales como el Libro Secreto de Santiago, el Evangelio de Felipe> el Diálogo del Salvador, el Segundo Apocalipsis de Santiago, el Apócrifo de Adán, el Segundo Tratado del Gran Seth, el Apócrifo Gnóstico de Pedro, la Carta de Felipe, el Evangelio de la Verdad, y la versión peculiar de la República de Platón.

Con una buena dosis de orgullo nacional, el conferencista enfatizó que estos códices gnósticos eran los más antiguos textos del mundo en forma de libros, no de hojas sueltas ni de rollos; y que constituían el hallazgo arqueológico más importante del siglo XX para la historia de la filosofía y el cristianismo primitivo, por ser el mayor conjunto de fuentes gnósticas descubierto hasta el momento. So­bre estas fuentes se han desarrollado numerosas investigaciones y se ha producido una inmensa cantidad de artículos y libros e incluso películas.

Pasando a los gnósticos propiamente dichos, el conferencista explicó que ellos no le daban ninguna importancia a la historicidad fáctica de los hechos en sí, sino sólo a su sentido esotérico, cifrado en la palabra "gnosis", conocimiento. Se acercaban a la dimensión divina considerándola como un conocimiento secreto, que se transmitía por medio de la tradición especial y la iniciación. Las raíces del gnosticismo se remontaban a ciertas ideas platónicas, agudizadas por pensadores posteriores, y fusionadas con imaginería religiosa. Sostenían la más tajante divi­sión entre materia mala y espíritu bueno, la trascendencia absoluta de Dios y su separación total de toda forma de materia, un complejo sistema de emanaciones y entes intermedios cada vez menos perfectos entre el Dios supremo y el mundo material, el carácter totalmente negativo del mundo material y su origen no en el Dios supremo sino en una deidad o ente inferior, y la existencia de una "chispa" divina en el cuerpo del ser humano. Cuando esta "chispa" llega a conocer su ori­gen divino, puede comenzar su proceso de liberación de la materia mala del cuer­po. En la gnosis cristiana, se concebía que el Dios verdadero hubiera enviado a su Hijo para liberar a sus fieles de este mundo material malo en el cual se hallaban aprisionados sus espíritus. La salvación no consistía en el perdón de los pecados y la consiguiente vida nueva en el seguimiento de Cristo en amor al prójimo, sino en la adquisición del conocimiento oculto sobre el origen divino de la "chispa" y la manera de librarse de la materia mala, conocimiento éste revelado sólo a ciertos "elegidos".

La concepción dualista y el rechazo del cuerpo material produjeron curio­sos malabarismos con respecto a la encarnación y la pasión, sosteniendo algunos gnósticos que el Hijo de Dios se había encarnado sólo "aparentemente" en Jesús ue Nazaret, pues un cuerpo material era algo indigno para la divinidad. También

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se sostenía que el Hijo de Dios abandonó el cuerpo de Jesús poco antes de la muerte, pues ésta era un hecho indigno de un Dios.

La posición de la Iglesia ha sido muy clara al respecto de estas afirmaciones que se filtraron en la doctrina y la práctica de ciertos grupos. Basándose en el tes­timonio bíblico, la Iglesia sostuvo la creación del universo por Dios, la plena en­carnación, el perdón de los pecados, la vida en amor al prójimo, la formación de comunidad de testimonio y servicio, y la resurrección del cuerpo para vida eterna.

Al concluir la conferencia, Jorge se quedó a conversar un buen rato con el experto. Como quien no quiere la cosa, Jorge le preguntó por el convento de Pa-comio, su cementerio y las excavaciones hechas en ese lugar. El hombre le explicó que Pacomio nació en Latópolis allá por el año 290. Fue soldado y luego se con­virtió al cristianismo en Alejandría, impresionado por el amor de los cristianos de aquella ciudad. Después optó por hacerse monje bajo la orientación del anciano Calamón, y decidió retirarse y vivir como ermitaño, dedicado a la oración y la austeridad. Amplió su proyecto solitario para formar una comunidad de monjes que debían renunciar a todo lo que tenían y ponerlo todo en común. Fundó el convento de Xenoboskion en 320. El movimiento creció rápidamente y se fun­daron varios conventos más. Al morir el fundador a mediados del siglo IV, había 2000 monjes sólo en Alejandría.

El especialista se alegró en gran manera por las preguntas y el vivido interés de Jorge. Acostumbrado a las puerilidades de muchos turistas y a la constante pregunta superficial de algunos norteamericanos por el valor en Dólares de los manuscritos, por fin había dado con alguien con interés científico serio, que sin ser experto en la materia sabía de qué hablaba cuando preguntaba algo. Explicó que luego del sorprendente hallazgo de los manuscritos, científicos de todo el mundo se pusieron a estudiar los documentos. Otros llegaron a Nag Hammadi y revolvieron literalmente, toda la región en busca de más textos. También se excavó el cementerio del monasterio, pero sin hallar ningún texto antiguo.

—¿En qué año se hizo esa excavación? —preguntó Jorge—. Digo, la inspec­ción del cementerio.

—Comenzó el lunes 7 de marzo de 1988. Lo recuerdo perfectamente, porque participé en la excavación de la tumba del abad, que se hizo el miércoles 9 de marzo, y ese día cumplí 38 años. Nací en 1950.

Otra incongruencia. Rich Messer dijo que excavó la tumba en 1965- El egip­cio hablaba de 1988.

tumba en Nag Hammadi 85

__;No encontraron ningún papiro, ningún texto?

. Nada. Absolutamente ningún documento. Puede fijarse en el diario de ampo que publicamos dos años después y que se encuentra en la biblioteca de uestro centro de información. Además, cualquier texto hallado estaría en el Mu­

seo Copto de El Cairo, como los manuscritos encontrados en 1945.

. -Y no puede ser que por ejemplo algún extranjero entre los arqueólogos haya encontrado algo y lo haya llevado al exterior, como lo hicieron tantos otros? •O que alguien haya hecho excavaciones furtivas previas en ese lugar?

Decididamente no. El cementerio estaba intacto; y nuestro equipo se com­ponía de seis egipcios. No había ningún extranjero entre nosotros. Además, aquí ya nadie puede llevarse así nomás nuestras riquezas del pasado. Eso lo hacían an­tes; pero desde 1956 las autoridades de nuestro país controlan severamente todos los sitios arqueológicos.

Jorge intentó obtener más información por otra vía.

—¿Excavaron más tumbas de ese cementerio, o encontraron más textos?

—Excavamos todos los sepulcros que había. Eran dos hileras largas, pero no hallamos ningún texto.

Otro desliz de Rich Messer. Había sólo dos hileras de tumbas, no tres.

Asunto terminado. Jorge sabía lo que quería y debía saber. Se despidió muy cortésmente del egipcio. Su primera estación lo había beneficiado con un resul­tado excelente. El cuento de la crónica del convento en la tumba del abad y del papiro en el sepulcro del monje, la ubicación del religioso en el siglo II y la verda­dera fundación del convento en el siglo IV, el dato de la supuesta excavación en 1965 y de la verdadera en 1988, todo ello constituía ya no un conjunto de errores negligentes, sino una amalgama impúdica de mentiras inventadas. Embustes apa­rentemente coherentes, pero sólo eso: falsedades, construidas sobre datos toma­dos al azar, pero pésimamente enhebrados.

Muy satisfecho con la constatación del primer paquete fraudulento de la lista, Jorge salió del centro de información y quiso dirigirse al taxista para pedirle que lo llevara al lugar del hallazgo de los manuscritos coptos. En la entrada principal del edificio se topó con una gratísima sorpresa. El profesor Darío Barolín estaba por entrar al edificio, en la mano izquierda su infaltable mate y debajo del brazo derecho el termo con el agua caliente. Barolín había sido docente de Jorge. Era esPecialista en ciencias bíblicas y se había hecho un nombre internacionalmente

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respetado gracias a una disertación innovadora sobre el libro del Éxodo. Ambos estallaron en un grito unísono de alegría.

—¿Qué te trae por aquí, Jorge, en este lugar tan alejado de tu parroquia? —. preguntó Barolín.

—Lo mismo pregunto yo —retrucó Jorge—. ¿Viniste a verificar la fecha del éxodo?

—Sí, en cierta manera es así —respondió Barolín—. De tanto en tanto debo reciclarme. Aprovecho un semestre libre de clases para actualizar conocimientos, visitar bibliotecas y sitios arqueológicos, dar clases en el exterior y recorrer mu­seos. ¿Y a ti qué te trae por aquí?

—Algo similar. Descubrí mi interés por textos antiguos, y las publicaciones de Nag Hammadi tienen fama mundial.

—Es cierto, son realmente fascinantes y la mejor entrada directa al mundo gnóstico descubierta hasta el presente.

—Lástima que no estudié copto —dijo Jorge—; para comprender bien esos textos, hay que manejar su idioma.

—¿Viste el programa sobre el "papiro de los ricos" que divulgaron en Semana Santa? —preguntó Barolín—. Todos los años pasa lo mismo. Lo único que les interesa a esos tipos es hacer plata; y si para eso pueden aprovecharse de la fe o las dudas de los cristianos, lo hacen, vendiéndoles alguna supuesta novedad del mundo de las religiones.

—Sí, vi el programa, y me indignó muchísimo.

Jorge estaba tentado a contarle a Barolín que ese papiro era el motivo de su actual viaje; mejor dicho, que su deseo de verificar los datos sobre el recorrido del documento lo llevó a programar el mismo trayecto; pero pensó que era más prudente mantener un perfil bajo.

—Por lo que veo, según lo que publicaron sobre el texto del papiro, ese docu­mento decididamente no es gnóstico —aportó Barolín—. No tiene nada que ver con los textos hallados aquí en Nag Hammadi, ni con el Evangelio de Judas, cuya filosofía es la llamada gnosis setiana, cercana a algunos textos de Nag Hammadi.

—Ah.

—Claro. Yo parto de la siguiente constatación. Hay religiones de estructura histórica y otras de estructura mítica. Las de estructura mítica, como la griega

La tumba en Nag Hammadi 87

la romana, brindan relatos fundantes relacionados con sus divinidades, pero • ubicarlos históricamente, es decir, en el tiempo y en el espacio, y sin testigos ue se puedan consultar. Las religiones de estructura histórica como el Judaismo, I Cristianismo y el Islam, ubican históricamente a sus personajes fundantes y

sus eventos; es decir, indican tiempos más o menos precisos, fechas concretas; y también espacios, lugares reales y testigos existentes. Egipto, el Sinaí, Babilonia, Nínive, Tekoa, Belén, Samaría, Jerusalén, el templo, el Mar de Galilea, son ejem­plos que ilustran esto. En cambio, los textos de Nag Hammadi son atemporales. Prácticamente no contienen datos históricos como lo son narraciones en el espa­cio y en el tiempo. Por eso digo que el "papiro de los ricos" no es gnóstico, porque habla de personas, lugares, tiempos y eventos, como los Evangelios del Nuevo Testamento. Por supuesto que eso no significa que sea real lo que dice. Sólo que no es gnóstico.

—Ahora entiendo.

—Además, es tan "materialista" que da la impresión de que cayó en el otro extremo. Todo gira en torno a la prosperidad, el éxito, la ganancia, el dinero, la riqueza y el progreso.. .Y todo suena tan artificial, que para mí es un monumental fraude.

Jorge se quedó pensando un buen rato en esa constatación. Era cierto. No había pensado en esta dimensión. Eso haría más fácil la demostración de la fal­sedad, pues a un escrito esotérico, gnóstico, metafísico, etc., no había forma de "atacarlo" históricamente. Sólo se podía constatar que transmitía tal o cual idea. Esa idea era una determinada interpretación de una realidad, y ahí se entraba en el terreno de la maraña de las miles de modalidades distintas de comprensión de la realidad. Cada cual y cada grupo tenían derecho a interpretarla a su gusto; pero lo que decididamente estaba vedado era falsificar textos para sugerir una realidad inexistente.

Jorge agradeció a Barolín por este aporte, y los dos rioplatenses se despidieron elusivamente, siguiendo cada cual su camino. Jorge viajó los diez kilómetros al Monte al-Tarif, pero como ya era bastante tarde, no se detuvo mucho; y al rato el taxi puso de nuevo rumbo a Luxor.

Cansado, pero muy complacido por la cosecha del día, Jorge volvió a su hotel. u yuelo a Atenas, desde donde debía tomar el primer avión a Tel Aviv, salía muy

temprano al otro día, de manera que luego de una cena liviana se fue a dormir. or>o con una serpiente cascabel sagrada de tamaño titánico que salió de un anti­

cuo templo sumergido en el Nilo, dispuesta a devorar los frutos de una palmera

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que estaban dispersos por todo el mundo. Un niño beduino, enamorado de la palmera y sus frutos, trató de espantar al gigantesco crótalo con una pequeña va­rita. La serpiente se levantó de modo amenazante mientras movía rápidamente su cascabel, cuyo sonido estridente despertó a Jorge. El sonajero ponzoñoso seguía repicando de manera muy molesta hasta que Jorge saltó de la cama y apagó el despertador.

Se dispuso a enfrentar la segunda ronda del combate con la serpiente. 7. El castillo de Tierra Santa

El vuelo de El Cairo a la capital griega fue espléndido. Jorge tuvo que pasar por Atenas para llegar a Israel, porque no había encontrado ningún vuelo directo de El Cairo a Tel Aviv. Pero no se arrepintió de esta vuelta adicional. Dejar tras sí la bulliciosa metrópolis, ver cómo se achicaba el Nilo, percibir desde arriba el amenazante desierto a ambos lados del río, sobrevolar el apasionante tapiz verde del Delta con sus filigranas lacustres, divisar la enorme urbe de Alejandría y saber que allí abajo se gestó hace más de dos milenios buena parte de los gérmenes de la cultura occidental y adentrarse finalmente en el espacio azur profundo del Mediterráneo, todo ello conformaba un conjunto de otras tantas experiencias esplendorosas que le causaron profundas emociones por la vertiginosidad con la que se sucedían los paisajes. Pequeñas embarcaciones de pescadores, ya apenas visibles por la altura de crucero, se hamacaban cerca de la costa del continente. En sus velas se besaban el aire, el mar, el sol y el recuerdo de la tierra aneja. Mientras el avión cruzaba el Mediterráneo, Jorge pensó en la confluencia de tantas cultu­ras milenarias en este espacio geográfico desde los tiempos más remotos. Egipto, Creta, Fenicia, Israel, Grecia, Persia, Macedonia, Roma, Bizancio, los árabes, los cruzados, los imperios de la modernidad y los del siglo XX, todos se habían en­contrado en este dominio por cierto reducido del globo. Todos habían dejado impregnadas sus huellas en las sucesivas poblaciones y sus respectivas culturas. Más de una vez no fueron meras huellas, sino agudas heridas, tajantes rajaduras y cortantes grietas. Cambiaron etnias, reinos, imperios, estados, lenguas, escrituras, religiones, políticas, economías. Pero lo que nunca cambió era la necesidad de amor, libertad, dignidad y salvación que tenían y tienen todas las personas de aquí y de todo el mundo. ¡Cuánto quedaba por hacer!

Aún con todas estas imágenes en su mente, Jorge cayó en un ligero sueño. De repente sintió cómo el tren de aterrizaje tocó la pista del Aeropuerto Eleftherios "enizelos de Atenas. ¡Atenas! ¡Nada menos que Atenas! ¡No sólo un símbolo de 'a cultura universal, sino una de sus grandes cunas! Pero Jorge no tenía tiempo Para pensar en esta dimensión. Pasó por los diversos controles, fue directamente

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a la sala de embarque de su vuelo a Tel Aviv, y a la media hora estaba sentado en el avión.

¡Israel! Se le estaba por cumplir uno de los sueños más acariciados de su vida: conocer Tierra Santa. Si bien los entrerrianos llamaban cariñosamente así tam­bién a su Provincia, ahora Jorge estaba volando a Tierra Santa con mayúsculas, la meta de peregrinos de todo el mundo desde hace milenios, muchísimo antes de que los turistas modernos descubrieran ese pequeño rincón del orbe para gastar allí su dinero. Y muchos siglos antes de que los cristianos descubrieran Tierra Santa como destino de sus caminatas en busca de los lugares bíblicos, centenares de miles de judíos de las diversas diásporas acudían a Jerusalén para festejar aquí la Pascua y otras solemnidades de su calendario. Desde los tiempos remotos resona­ba todos los años el proverbial saludo pascual judío: ¡Le shand baba Birushalaim!, "¡El año próximo en Jerusalem!"

Entre los pasajeros del vuelo había literalmente de todo. Sacerdotes orto­doxos griegos, un grupo de adolescentes judíos que iba a celebrar su Bar-Mizvá en Jerusalén, turistas de una Iglesia bautista de los Estados Unidos, varias mon­jas africanas, una pastora alemana con un grupo de ancianas, solemnes rabinos, comerciantes dedicados de estudiar cotizaciones, tres arqueólogos escandinavos sumergidos en sus computadoras portátiles e intercambiando información sobre una reciente excavación, turistas religiosos y otros no tanto, vacacionistas, un cuarteto de cuerdas de Haifa que volvía de su gira mundial, e también gente "común y corriente". Muchos llevaban grabados en sus ojos el sello de la expecta­tiva. Era el "efecto Tierra Santa", observable en todas las personas que visitan los lugares religiosos que les son significativas. Se lo constata en las monjas polacas cuando llegan a la Plaza de San Pedro del Vaticano, en los mauritanos que visitan La Meca, en los argentinos ortodoxos de origen ruso que pisan la Catedral de San Basilio en Moscú, en los luteranos de Chicago que arriban a la Iglesia del Casti­llo de Wittenberg, en los presbiterianos mexicanos que entran a la Catedral de San Pedro en Ginebra. Y ni qué hablar de quienes asocian determinados lugares con experiencias extrasensoriales, fuerzas cósmicas, encuentros y visualizaciones, como en el Cerro Uritorco de Córdoba, la Pirámide del Sol de Teotihuacán o el Triángulo de las Bermudas.

Como Israel era Tierra Santa para varias religiones de la humanidad, en ese epicentro confluían todos esos sentimientos a la vez. Judíos, cristianos de todas las confesiones, musulmanes, bahai, drusos, samaritanos y otros vivían de la ve­neración impregnada a lo largo de muchos siglos en los senderos, muros, árboles, espejos de agua, valles y montes. Como no podía ser de otro modo, incluso los

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museos de Tierra Santa destilaban sensaciones religiosas. El saber y el creer en sus más variadas expresiones se abrazaban aquí como en pocos lugares del mundo.

Cuando en el horizonte comenzó a perfilarse la tenue línea de la costa de Israel, una descarga eléctrica se apoderó de los pasajeros. De haber sido posible, más de uno habría sacado la cabeza por la ventanilla para ver mejor. Luego de al­gunos minutos se divisaba ya claramente la costa, y cuando la máquina sobrevoló esta línea, ya a baja altura por el inminente aterrizaje, exclamaciones de euforia llenaron el aire, que eclosionaron en un fervoroso aplauso cuando el avión se posó suavemente sobre la pista del Aeropuerto Internacional Ben Gurión.

Luego de franquear migraciones y aduana, Jorge sentía que por fin había lle­gado a Tierra Santa. El Aeropuerto, como todas las gigantescas terminales aéreas laberínticas del mundo, aún era un sitio demasiado internacional como para per­cibir la idiosincrasia del país. Fuera del edificio, se hacía sentir el viento primave­ral que acariciaba las palmeras, el aire estaba lleno de colores orientales por cuyos poros respiraba el occidente; y a pesar de pisar por primera vez este país, Jorge de alguna manera se sentía en casa. Era su hogar desde hacía dos mil años. Eran sensaciones compartidas por millones que arribaron y seguían arribando a esta tierra, debido a la combinación indescriptible de este y oeste, misterio y experien­cia, hechos conocidos y curiosidad, historia traducida a religión en estado puro y dimensión religiosa convertida en historia. Pero también había olor a guerra y paz, tragedias y promesas, lo divino y lo demasiado humano. En fin, Tierra Santa. Espacio geográfico del encuentro cercano con Dios, suelo santificado por la fe, lugares en los que Dios se dignó a darse a conocer. Pero por supuesto no sólo aquí. En realidad, en toda la tierra. Porque pisar este suelo era pisar la tierra. Ahora bien, aquí se hallaban los orígenes; y por más que alguien sólo haya estado por breves instantes en el lugar de su nacimiento y haya pasado toda su vida en otro lugar, ese terruño de su origen mantiene su fascinación: "¡Aquí nací!" Y los creyentes de las religiones bíblicas sentían que "habían nacido aquí". Tierra Santa era el paraje de su origen espiritual.

Jorge tomó un taxi a la ciudad de Tel Aviv, se dirigió a la terminal de ómnibus y se embarcó en el primer vehículo que salió a Nahariya. Allí fue directamente a un hotel. Por todas partes se ofrecían excursiones, visitas, experiencias breves y más largas, viajes, paseos y salidas, incluso a cualquier hora; pero Jorge estaba tan Heno de impresiones que necesitaba un buen descanso. A la mañana siguiente, 'uego de un suculento desayuno como se acostumbra en Israel, buscó un taxi que 1° pudiera llevar llevara al castillo de Montfort. Por supuesto se puso a regatear el

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precio, pero el taxista era más duro que el egipcio de Luxor. Apenas cedió algún pequeño porcentaje.

Durante el viaje, Jorge le pidió al taxista que le contara algo sobre el castillo. El hombre, un israelí de origen ruso, hablaba poco inglés, pero se hacía entender. Explicó que la fortaleza de Montfort se hallaba sobre un afloramiento de roca en medio de una zona de densa vegetación boscosa. El afloramiento se llamaba El Cuerno, al-Qumyn, en árabe; y se elevaba sobre el Nahal Kezir, el Río Kezir, que en árabe se llamaba Wadi Qurayn, Río del Cuerno. El nombre árabe del castillo era Qal'at Qurayn, Castillo sobre el Cuerno. También se había llamado Franc-Chastian, Monfor y Starkenberg, que fue el nombre alemán de Montfort y signi­ficaba simplemente Monte o Cerro Fuerte. Esta designación germana lo recibió el edificio cuando lo ocuparon los Caballeros Teutones en 1220.

La ruta comenzó a introducirse en un paisaje fantástico. Una tupida vegeta­ción cubría una pronunciada orografía que oscilaba entre romántica y áspera. Cada tanto asomaban manchas de rocas grises y retazos marrones de tierra por entre el manto verde, tomando el paisaje la apariencia de una gigantesca red de camuflaje que escondía quién sabe qué cíclope debajo de sus dobleces. Las sinuo­sidades del trayecto se hacían cada vez más pequeñas a medida que el vehículo trepaba por las laderas, hasta que por fin el taxista hizo un pequeño ademán, diciendo simplemente:

—Montfort a la vista.

Jorge pidió que el hombre detuviera brevemente el vehículo, pues quería to­mar algunas fotos. El panorama era fascinante, casi escalofriante. Frente a él, valle de por medio, se erguía caprichosamente la ruina sobre el promontorio, resistiendo como atalaya que efectivamente había sido los embates del tiempo. A esta distancia, los visitantes que recorrían el complejo se venían como hormigas nerviosas y sin rumbo, vagando de un lado a otro, casi anulados por la masa de historia, selva, muros en ruina, montes y silencio profundo. La impresionante torre de vigía saludaba soberbiamente a quienes se acercaban al castillo por ese lado y desafiaba la mismísima historia en una curiosa competencia para ver quién llegaba más incólume hasta quién sabe qué final. Detrás del torreón, que se erguía sobre un basamento casi semicircular que protegía la punta del promontorio, y algo al costado, dos ojivas ponían un toque gótico a la inmensidad del fuerte. Una plataforma cubría esta parte, en su momento sin duda un entrepiso, pues detrás de ella se levantaba otra pared con dos arcos ojivales en bajorrelieve y puertas me­nores que conducían al resto del imponente edificio que se prolongaba un buen trayecto sobre el promontorio rocoso.

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•Arcos ojivales? ¿Qué hacían esos elementos tan característicos de la arquitec­tura gótica en un edificio de la antigüedad? Pues el informe de los Messer hablaba de los siglos V y VI. Pero quizá refacciones posteriores hayan añadido elementos góticos a una construcción vieja. Jorge quiso preguntar al taxista sobre la materia, pero pensó que no era incumbencia del pobre hombre dominar todos esos deta­lles. Resolvió reservarse la pregunta para algún guía. Volvió al taxi y pidió seguir. El viaje continuó por las sinuosidades del camino, acercándose cada vez más a la fortaleza. Ésta, a medida que comenzaba a levantarse majestuosamente sobre el paisaje, se agrandaba de manera amenazante por encima de la contingencia de los visitantes. Finalmente el taxista detuvo el auto y dijo lacónicamente:

—Hasta aquí llegamos. El resto se hace a pie.

Jorge bajó, respiró muy profundo, y se dispuso a enfrentar la segunda verdad del recorrido del papiro - o lo que fuere. Semiverdad, suposición, invento, men­tira. Quién sabe. Por lo menos, el nombre del lugar coincidía con la indicación de los Messer.

Jorge no tuvo que buscar ningún guía. Cuando se acercó a la entrada del complejo, lo rodearon seis a la vez, cayendo sobre él en una docena de idiomas, pues no podían identificar de inmediato su origen. Un rubio escandinavo de dos metros diez o un norteamericano con bermuda floreada y camisa a cuadros son fáciles de identificar; pero en Jorge confluían muchas raíces y era casi imposible adivinar su origen. Jorge contrató a un guía que hablaba español. Éste le suminis­tró un plano del castillo, y antes de que el guía comenzara con sus explicaciones, Jorge le dijo:

—Leí que también había un túnel que pasaba por debajo del muro. ¿Es cierto eso?

—Sí, es cierto.

—¿Vamos a ver ese túnel? —preguntó Jorge con creciente expectativa.

—Mucho no queda de esa parte de la construcción. Apenas restos. No valen 'a pena.

—También leí que buena parte de la documentación medieval de este castillo se salvó y se halla actualmente en Austria.

—Correcto. Veo que conoce bien la historia local.

-—Sí, un poco, apenas unos fragmentos. Quiero conocerla bien, y para eso he venido a visitar este lugar.

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Iniciaron el recorrido; y justo cuando Jorge quería preguntar en qué época se construyó esta fortaleza, el guía comenzó con su explicación histórica contando que en la primera mitad del siglo XII, el Conde Joscelin Courtenay, de la Orden de los Templarios, hizo construir la fortaleza, que en un primer momento era sólo una granja fortificada. Así lo evidenció la excavación arqueológica de 1926, en la que salieron a luz algunas instalaciones agrícolas al pie de la elevación.

Jorge se quedó perplejo. El informe de Rich Messer hablaba del siglo V o VI; pero según el guía este castillo fue construido recién en el siglo XII. Ahora se explicaban por sí solas las ojivas góticas. Este estilo cuadraba en la fecha de cons­trucción indicada por el guía. Este continuó.

—Lo más llamativo de toda la construcción era la torre principal del castillo, cuyos muros fueron construidos de grandes bloques de roca de hasta 150 x 90 x 90 cm de canto.

Se detuvieron frente a los imponentes restos de la torre.

—Estos bloques son un mudo testimonio de la pericia de los constructores —destacó el guía—. Subir piedras de semejante tamaño y peso hasta este lugar de difícil acceso es muestra de gran ingenio.

Jorge no sabía qué apreciar más: la solemne soledad del lugar, totalmente apar­tado del mundanal ruido; la gigantesca tarea que habían realizado los construc­tores para montar semejante edificio a tanta altura y en un lugar tan solitario; el espíritu que los había movilizado en su afán de asegurar hacia su fuerte todos los lados; o la gigantesca aplanadora de la historia que también había hecho lo suyo en este rincón del orbe. Los turistas parecían insignificantes frente a la mole de si­glos. Algunos, aparentemente mareados por la altura, se sostenían firmemente de la barandilla que protegía los senderos y espacios abiertos, marcando claramente el límite de lo permitidc*en materia de exploración. Otros, algo más corajudos o atrevidos, intentaban trepar por algún muro desafiante cuando nadie los miraba. Y todos sacaban fotos y se hacían sacar fotos a toneladas.

El guía continuó con su catarata de datos. Informó que apenas terminada la edificación, ella fue destruida por Saladino después de su victoria contundente sobre los cruzados en la batalla de los Cuernos de Hattin el 3 y 4 de julio de 1187-Cinco años después, los cruzados volvieron a conquistar la fortaleza y la recons­truyeron. En 1200 murió el dueño original Joscelin, y en 1220 su yerno vendió el castillo a los Caballeros de la Orden Teutónica, que en 1229 la convirtieron en su sede principal en Tierra Santa. El Gran Maestro de la Orden, Hermann von Salza. amplió las defensas de la fortaleza mediante importantes donaciones conseguidas

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en Europa. A este Hermann se le debe el cambio de nombre en Starkenberg, Ja versión alemana del nombre en francés: Montfort, mencionado por primera vez en un contrato firmado por el Emperador Federico II y el Sultán Al-Malik Al-Kamil el 18 de febrero de 1229. En ese momento, el castillo era parte del sis­tema defensivo del Reino de Acre, juntamente con numerosas otras instalaciones fortificadas que los cruzados poseían en el norte de Tierra Santa. Antes y después de la posesión de Montfort, Acre era la residencia oficial del Gran Maestre y a la vez sede del cuartel general de la Orden Teutónica. En 1266, el sultán mameluco Baibars I intentó en vano tomar la fortaleza. Cinco años después, en 1271, volvió con la misma intención, puso sitio al castillo durante siete días, hizo excavar un túnel en la roca por debajo de los muros y penetró al interior de la fortaleza.

Aquí Jorge prestó muchísima atención. El guía había dicho las palabras má­gicas, pero por segunda vez los tiempos no coincidían en absoluto. El hombre prosiguió diciendo que Baibars I destruyó el muro occidental de la fortaleza, atacó los muros interiores y tomó el edificio central. De esta manera conquistó el último bastión de los cruzados en Galilea. Éstos se rindieron, y se les permitió retirarse con todos sus tesoros y los documentos de sus archivos a San Juan de Acre. Copias de estos documentos fueron llevados al Tirol austriaco y constituyen hoy una fuente apreciable de información sobre la historia de Tierra Santa en la época de las cruzadas.

Los mamelucos destruyeron el castillo para evitar su reconquista por los cru­zados, dejándolo en el estado en que se lo ve hoy, salvo algunos pocos restos de edificios que aparentemente fueron construidos en el siglo XVIII durante el man­dato del gobernador beduino de Galilea, Dhabir el-'Amar.

—¿Se hicieron investigaciones sobre esta fortaleza? —preguntó Jorge.

—Sí —respondió el guía—. En 1926, un equipo de arqueólogos de los Estados Unidos realizó una excavación completa del castillo. El equipo descubrió partes de una armadura de los cruzados, un pedazo de un arco, puntas de flechas y lanzas y un casco. Al pie del castillo los arqueólogos descubrieron los restos de otro edificio de los cruzados. Aparentemente fue una granja. En el Río Kezir hallaron los restos de un dique, y se cree que se usaba la fuerza de agua para un molino de cereales. El equipo encontró incluso fragmentos cerámicos y monedas de la época del segundo templo de Jerusalén, lo cual les llevó a pensar que los cruzados usaron materiales provenientes de una antigua fortaleza romana y de otras ruinas de la época.

—¿Y no es posible que haya existido un castillo en este lugar ya en la antigüe­dad?-— preguntó Jorge, queriendo agotar todas las posibilidades.

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—Eso queda excluido, pues Montfort está asentado sobre la roca viva, y salvo esos pocos trozos de cerámica y monedas antiguas, no se encontró ninguna evi­dencia para suponer que aquí había algún edificio anterior.

Mientras hablaban, iban recorriendo la asombrosa ruina. El guía, conocedor de cada detalle, enumeró y explicó detenidamente los restos de la fortaleza: el grueso muro al norte y al oeste de dos metros de espesor, aspilleras, tres cisternas excavadas en la roca y alimentadas por el agua de la lluvia a través de caños, la maciza torre de vigía, una pulcra escalera, algunas habitaciones, un sótano, varias columnas góticas y una prensa para vino. Al este se hallaban los restos de una iglesia. Una fosa de 20 metros de ancho por once de profundidad, excavada en la roca, separaba el cuerno del monte. Frente a la fosa, el guía dijo:

—Y con esto terminamos el recorrido.

Durante todo el paseo, Jorge había sacado innumerables fotos. Era evidente que las modalidades fotográficas habían cambiado. Mientras que una década atrás había que llevar una buena reserva de películas y luego hacerlas revelar y encar­gar copias, ahora se podían sacar miles de fotografías con las cámaras digitales y luego conservar simplemente las más adecuadas, borrando las que no servían o no gustaban.

Jorge se despidió del guía, volvió al vehículo y pidió que el taxista lo llevara directamente a la terminal de ómnibus de Nahariya. De camino, se reclinó, cerró los ojos e hizo un rápido balance del día. Si el castillo fue construido en el siglo XII y si el túnel fue excavado en 1271, el "papiro de los ricos" jamás pudo haber estado en esta fortaleza a partir del siglo V o VI, como afirmada el informe de los Messer, simplemente porque en ese momento no existía la edificación. Segundo error. Segunda mentira. Segundo engaño. Segundo fraude. ¡Oh, Jonny Messer!

Ya era bastante tarde* cuando llegaron a Nahariya, pero Jorge aún encontró un bus para viajar a Jerusalén. Quería tomarse un día para visitar la Iglesia del Santo Sepulcro. No podía ser que viniera a Israel y visitara sólo un castillo de los cruzados. La Iglesia del Santo Sepulcro resguardaba los sitios de la muerte y la resurrección de Jesucristo. Pasar por Tierra Santa y no experimentar por lo menos una pizca del profundo misterio de ese templo y de la Ciudad Santa era como observar un cuadro de Edgar Degas a través de oscuros anteojos de sol, servirse una riquísima porción de torta vienesa con las manos embarradas, bañarse en aguas termales sin sacarse la gruesa ropa de invierno, escuchar una sinfonía de Beethoven mientras afuera pasaba un tren, o tratar de pescar ricos camarones en el Riachuelo de Buenos Aires.

7 SI castillo de Tierra Santa 97

Jorge durmió durante casi todo el trayecto. Se despertó cuando el bus se detu­vo en la terminal de Jerusalén. Allí buscó un hotel, y a la mañana siguiente tomó

un taxi hasta la Puerta de Jaffa. Sólo por las lecturas que había hecho, se conocía cada rincón de Jerusalén como la palma de la mano. Se dirigió directamente a la Iglesia del Santo Sepulcro y pasó varias horas en este fascinante edificio varias veces construido, destruido, reconstruido, quemado, de nuevo reconstruido; y millones de veces recorrido por peregrinos, fieles de todas las denominaciones cristianas, turistas e investigadores. Una densa nube de devoción formada por siglos de religiosidad condensada, mezclada con el agradable aroma del incienso, llenaba los múltiples recovecos del emblemático edificio y constituía una reali­dad incuestionable que se hallaba más allá del bien y del mal de las opiniones divergentes que todo lugar sagrado suele suscitar en arquitectos, arqueólogos e historiadores.

A la tarde, Jorge se dedicó a conocer algunos de los sitios sobresalientes de la Ciudad Antigua de Jerusalén. Concluyó su recorrido en el Muro Occidental, durante siglos llamado Muro de los Lamentos. A la noche volvió a Tel Aviv y se fue directamente al hotel.

Como de costumbre, se conectó a internet para informarle a Gladys sobre los resultados de su investigación del día, pero se llevó un magno susto, porque Gladys le dijo que había varios avisos amenazantes en el blog. Inmediatamente Jorge ingresó al blog. En efecto, allí había una serie de entradas que podían ame­drentar a un espíritu pusilánime, pero Jorge estaba hecho de fibras de acero, no de cristales de azúcar. Una nota ridiculizaba toda la cuestión; otra no ahorraba califi­cativos negativos para quienes se atrevían a poner en duda lo que había publicado el papirólogo; una tercera amenazaba con tomar medidas drásticas si el "líder antipapiro" proseguía en su afán de "destruir" los resultados de las investigaciones de Messer; y una cuarta directamente invocaba el castigo del Cielo para quien tenía "mente de mosquito" y no quería ni podía aceptar opiniones diferentes. Una quinta prometía destruir el blog entero si el director del diario no lo llegaba a cerrar en el lapso de una semana. Una sexta era altamente ofensiva, pues cargaba las tintas contra la "novia del líder antipapiro" y buscaba meter alguna cuña entre Jorge y su novia "que se dedicaba quién sabe a qué cosa allá en España". Esta for­mulación evidenciaba que el autor anónimo vivía en la Argentina o por lo menos n ° en España. "Otro cobarde más," pensó Jorge, "uno de esos que tiran la piedra y esconden la mano". Pero el blog también contenía una larga serie de nuevas aanesiones y felicitaciones de muchas partes del mundo.

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Jorge cerró el programa y la computadora y se quedó pensando un buen rato en el lío en que se había metido. Luego de muchas cavilaciones, fue a la cama, pero no logró conciliar el sueño. Un sinnúmero de imágenes, sensaciones y pre­ocupaciones circulaba a velocidad luz por su intrincada red de neuronas y seguía girando por allí cuando los sentidos ya habían quedado desconectados. Retazos de fantasías amenazantes alternaban con pesadas cortinas de profundo sueño; y Jorge sintió un real alivio cuando el despertador lo arrancó del enmarañado laberinto onírico. Se preparó rápidamente, y media hora después ya estaba en el Aeropuerto para continuar su viaje rumbo a Atenas.

8. En el Areópago

El vuelo sobre el Mediterráneo de intenso color azur fue espléndido. La máqui­na aterrizó en el Aeropuerto Eleftherios Venizelos, ubicado en la localidad de Spata, a casi 40 kilómetros del centro de la capital helena. Este centro se hallaba representado por la Plaza Omonia. El Aeropuerto era muy moderno. Había sido inaugurado en marzo de 2001, y una de las cosas que llamaban la atención de quienes pasaban por éi eran los espacios y servicios especiales para personas con alguna discapacidad.

Si Jerusalén era el foco simbólico en el cual se concentraba la luz para millones de creyentes judíos y cristianos por igual, Atenas era el faro simbólico desde el cual emergían los rayos luminosos de muchas estructuras de la cultura occiden­tal y de la democracia. Jorge comprendía que estaba en la matriz de la lógica y la racionalidad de la humanidad actual. La verificación en el Areópago iba a ser breve, de manera que disponía de suficiente tiempo para conocer la Acrópolis, el Partenón y quizá algún museo.

Una vez fuera del Aeropuerto, se sintió algo mareado por el movimiento de tantas personas, vehículos particulares y oficiales, y tres líneas de ómnibus que llevaban a la ciudad y combinaban con diversas líneas del Metro. Otros vehículos llevaban a los interesados hasta el puerto de Rafina. Como Jorge no tenía ninguna idea sobre las conexiones que debía hacer entre un bus y el Metro para llegar a destino, optó por un taxi. Lo abordó y dijo simplemente:

—Al Areópago, por favor.

El taxista, un heleno con cara de ánfora que parecía recortado de una enciclo­pedia de arquetipos étnico-culturales, dijo solamente "OK" y puso en marcha su vehículo.

Jorge seguía con su mareo por la inmensidad de impresiones atenienses. Estaba ej°s de haber digerido las egipcias, sobre las que se impusieron las de Tierra Santa,

^"lora esa abigarrada mixtura mágica de El Cairo, Luxor, Nag Hammadi, Montfort

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y Jerusalén recibía las explosiones de los prodigiosos impactos helénicos. Luego de un turbulento recorrido, el taxista paró cerca de un majestuoso palacio.

—Llegamos —dijo secamente—. Son treinta y cinco Dólares.

Jorge miró hacia la derecha, luego hacia la izquierda y finalmente hacia atrás. Algo consternado, preguntó:

—¿Y el Areópago?

—Es éste —dijo el tataranieto de los inventores de la filosofía, señalando al palacio.

—¿Cómo?

—Claro. El Areópago. El Supremo Tribunal de Grecia. Se reúne en el Palacio de Justicia Tnemides Melathron en la Avenida Alexandras. Son treinta y cinco Dólares.

Aquí había alguna equivocación. Para abreviar el trámite y sospechando que podría haber dos Areópagos, Jorge explicó que no quería ir a este Areópago, sino al de la Antigüedad.

—OK —murmuró el heleno y volvió a poner en marcha el auto.

Luego de varios minutos detuvo el vehículo frente a un sitio que tenía unos carteles con datos arqueológicos. Bien legible en letras griegas decía Agora. Era una especie de plaza pública. Luego decía Basileios Stoa, y una flecha indicaba el camino hacia allí.

—Ahora son cuarenta y cinco Dólares —dijo el taxista.

—Pero, ¿dónde está el Areópago? No veo ninguna colina —dijo Jorge algo

desesperado.

Por fin el taxista reaccionó. *

—Me hubiera dicho en seguida que quería ir a la colina del Areópago. Yo creí que usted quería ir al Tribunal Supremo, con la pinta de abogado que tiene.

Explicó con frases muy breves que en la antigüedad la junta suprema de Ate­nas se reunía en la colina llamada Areópago, y de allí la institución tomó su nom­bre. Luego de la época clásica, el consejo se reunía en la Basileios Stoa en Iz Agora; y en la época moderna el célebre nombre pasó al Supremo Tribunal que tenía su sede en el Palacio de Justicia. Así que había tres Areópagos. Finalmente el taxista llevó a Jorge a la afamada colina.

—Son cincuenta y cinco Dólares, y se habría ahorrado veinte si hubiera sido

más preciso.

g. En el Areópago 101

Jorge pagó y se despidió. No tenía sentido discutir con el hombre.

En medio de la turbulenta urbe de Atenas, se levantaba frente a él la atractiva colina de roca pura de 115 metros de altura. Contrató a un guía para que le con­tara algo sobre el lugar y la ciudad.

El guía explicó que el nombre Areópago significaba Colina de Ares. Quedaba al oeste de la Acrópolis de Atenas, un punto por demás conocido por turistas y amantes de la antigüedad clásica. Sobre esta colina de Ares se reunía en la antigüe­dad el consejo supremo de la urbe, tomando el nombre de este paraje. El consejo era la institución más antigua de la ciudad. Sus orígenes se perdían en la época mítica de los comienzos de Atenas en un caldo compuesto por elementos legen­darios, mitológicos, divinos, humanos y demasiado humanos, todo ello avivado por el orgullo de las generaciones posteriores. Ya en tiempos históricos, el consejo se componía de líderes de la alta nobleza, transformándose paulatinamente por las reformas de Solón y otros cambios políticos. El consejo velaba por cuestiones sacrales, administrativas y ejecutivas; y sobre todo ejercía la función de tribunal para juzgar asuntos criminales. Pero con el tiempo disminuyó su importancia política, pasando diversas tareas a otras instancias y asambleas.

—Tenga muchísimo cuidado con la subida a la colina —advirtió el guía—; la escalera esculpida en la roca es muy lisa y uno se puede resbalar con facilidad.

Ambos subieron cuidadosamente hasta la cima de la colina. Desde arriba se tenía una hermosa vista sobre la Agora y buena parte de la ciudad. Frondosos árboles bordeaban la colina y trepaban desde sus laderas hasta cierta altura. Pero por más que Jorge se esforzaba por encontrar alguna palmera, sólo veía pinos, cipreses, olivos y otros árboles con hermosas copas.

—¿Qué árboles crecen aquí? —se animó a preguntar Jorge.

—Qué bien que pregunte esto —respondió el guía con visible entusiasmo—; mi padre trabajaba en el jardín botánico, y desde pequeño crecí entre plantas de todo tipo. Conozco todos esos nombres extravagantes. Bueno, en esta región se desarrollan varias especies de pinos y cipreses; higueras, olivos; árboles con nom­bres complicados: abies cephalonica, ficus carica y unos cuantos más, y no hay que olvidar la vid, aunque no es árbol. Nuestros cultísimos antepasados les asignaron importancia medicinal, decorativa, simbólica y religiosa a las plantas; y crearon jardines sagrados para honrar allí a sus dioses. En la época helenística, muchas casas llegaron a contar con amplios jardines. Me imagino que leyó algo sobre el monte Parnaso, plagado de magníficos árboles; y que también sabrá que a lo largo de las avenidas de la Vía Olímpica había bellísima vegetación. Algo que no

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muchos saben es que también había jardines para personas enfermas, porque se creía que las plantas tenían un poder curativo que se desplegaba en contacto con el aire y el sol. Y no se olvide de la Ciudad Jardín de Dafne, un barrio de Antio-quia de Siria. Nuestro mayor botánico de la antigüedad fue Teofastos, un alumno de Aristóteles, que escribió dieciséis tomos sobre las plantas...

—¿Y palmeras? ¿No hay palmeras en el Areópago? —se atrevió a interrumpir Jorge la catarata botánica—. En Israel y en Egipto vi numerosas palmeras en muchos lugares.

—Ah, no, palmeras, no. Nunca hubo palmeras en el Areópago. La palmera crece en la arena y en muchos tipos de tierra, pero no en esta roca. Jamás he visto una palmera sobre esta colina.

Jorge, fiel al principio "en caso de duda, a favor del acusado", resolvió revisar árbol por árbol, por si Rich Messer (o Jonny, pues a esta altura ya dudaba decidi­damente de ambos) se hubiera equivocado de planta. Ahora bien, alguien podía confundir un pino con un ciprés, pero difícilmente un árbol de copa con una palmera. Ésta tenía una imagen demasiado característica como para errar en su designación.

El guía continuó informando que el libro bíblico de los Hechos de los Apósto­les cuenta en el capítulo 17 que el Apóstol Pablo había llegado a Atenas en uno de sus viajes misioneros y que predicó en este lugar. Agregó que algunos creen que en ese texto bíblico el nombre de "Areópago" en realidad no se refería a esta colina, sino al consejo mismo, pero que eso era muy difícil de verificar. Sea como fuere, el Apóstol hizo un célebre discurso, registrado en la Biblia, en el que habló de la reli­giosidad de los atenienses, que incluso tenían un altar para el "dios desconocido ; y que él, Pablo, les venía a hablar precisamente de ese Dios. Luego Pablo desarro­lló la confesión monoteísta judía, hizo un llamado al arrepentimiento y les habló del juicio final sobre toda la humanidad. Después se refirió a la Anástasis, que en su teología significaba la resurrección de Jesucristo y de los muertos; pero que quizá algunos atenienses creyeron que Pablo estaba hablando de una nueva diosa con ese nombre. Algunos comenzaron a burlarse del predicador y otros decidie­ron dar por terminado el discurso. Lo que les habrá chocado fue que Pablo había cuestionado la comprensión religiosa de los atenienses, diciendo que Dios no era algo modelado por manos humanas, sino que los seres humanos fueron creados por él. Cuenta el mismo texto que de todos modos algunos pocos se convirtieron a la nueva fe, entre ellos, una tal Damaris y un tal Dionisio el Areopagita, sin lugar a duda un miembro del Consejo, como lo indica el agregado al nombre.

P ^ 8. En el Areópago ±o3

—Se dice que este Dionisio fue posteriormente el primer obispo de Atenas —concluyó el guía—. Es el Santo Patrono de la ciudad. Ya ve que aquí honramos a nuestros antepasados.

Luego de unos largos minutos contemplativos sobre la cima de la colina, Jorge pagó lo convenido y se despidió del guía, indicando que quedaría un rato más en este interesante lugar para contemplar la hermosísima ciudad, realmente única en el mundo. Este calificativo final era una propina extra para el guía, un ateniense de pura cepa.

Mientras el guía inició su descenso, Jorge empezó a recorrer sistemáticamente la colina, comenzando por la cima. Ésta era una protuberancia rocosa que coro­naba la cúspide de la elevación. Dos escaleras conducían a los visitantes desde una plataforma con piso plano a esta prominencia pelada, áspera y agrietada, que lucía su desnudez cuan gigantesco mastodonte tendido de costado, sin árbol alguno. Allí donde la escalera izquierda se convertía en sendero aplanado, había dos arbo-litos de alguna especie típica del Mediterráneo, pero aún eran pequeños y débiles, por lo cual había que descartarlos. Igualmente Jorge los rodeó y hasta los palpó un poco, golpeándolos con suavidad por todas partes para ver si algún sonido hueco delataría una cavidad. A pesar de disimular esta exploración del tórax ar­bóreo con la toma de abundantes fotografías desde todos los ángulos, el manoseo efectuado por Jorge fue tomado por unos turistas como una especie de ceremonia pseudorreligiosa de algún ecologista algo chiflado. Siempre había gente que no se pierde nada y sabe comentar todo. Luego Jorge descendió por la escalera y comenzó a revisar uno por uno todos los árboles que rodeaban la plataforma. El resultado fue nulo. Acto seguido comenzó a extender su búsqueda a los demás ár­boles, haciendo círculos espiralados cada vez mayores. El penúltimo árbol era un pino muy alto a la derecha de la cresta rocosa, a unos quince metros de la escalera central. A cierta altura lucía una plaquita de metal con una leyenda borrosa. Al ver la placa, Jorge sintió una inyección de adrenalina. Su corazón comenzó a latir más rápidamente y se le aceleró la respiración. Pero todo fue una falsa alarma. Se veía a las claras que la plancha no era la puertita de un buzón, pues dos de los clavitos que la habían sujetado en algún momento se habían caído y manos vandálicas habían tratado de arrancar la laminita, doblándole las esquinas sueltas. Así que se veía perfectamente que detrás de la hoja de metal sólo había corteza del tronco, y ninguna puertita ni ventanita ni nada por el estilo. Jorge trató de des­cifrar la inscripción griega. Logró leer Paulos., Damaris y Dionisios y el año 1974. Evidentemente se trataba de una especie de "ofrenda" de algún peregrino que con esta plaquita había querido honrar la memoria del gran Apóstol y de los primeros leyentes cristianos de Atenas.

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104 El papiro de los ricos

El último árbol era un ciprés, un vetusto ejemplar de su especie, ya medio destartalado porque uno de sus gajos más bajos solía ser usado como hamaca por las criaturas que venían a pasar aquí algún rato libre. Cuando Jorge terminó de palpar el ciprés, el sol ya estaba besando el horizonte. Proyectaba la sombra de los árboles al infinito por el lado opuesto al poniente. Los rayos rojizos del astro rey suscitaban multicolores resplandores al fragmentarse entre las finísimas partículas de polvo que se hamacaban suavemente en el aire. De repente, un sinnúmero de cintas y fajas luminosas atravesaba ese simulacro de bosque que cubría el Areó-pago. Las líneas verticales de la hermosa vegetación se habían transformado en horizontales; pero el espectáculo surrealista duró apenas pocos minutos. Cuando el borde del horizonte se tragó el último retazo del aplanado disco de helio, las tiras se disolvieron de inmediato.

"Así que lo de la caja de metal en una palmera es otro cuento inventado, por­que aquí no crecen palmeras", sintetizó Jorge la primera parte de su investigación areopagita. "Y confundir un pino o un ciprés con una palmera es como tomar a una oveja por un cerdo", resumió la segunda parte.

Tercera invención. Tercera falsificación. Tercera farsa. "Si seguimos así, podría ahorrarme alguna parte del recorrido" elucubró Jorge, para desechar de inmediato la idea. Quería llegar a tener certeza total. Y por supuesto también disfrutar hasta lo último la posibilidad de demostrar que Jonny había mentido.

Jorge bajó del Areópago, tomó un taxi y fue al hotel donde tenía una reserva para dos noches. A la mañana siguiente resolvió dedicar el día a recorrer los pun­tos más sobresalientes de la ciudad, que eran muchos. El segundo día quería visi­tar dos museos, el Museo Arqueológico Nacional y el Kerameikos. Se compró un buen plano de la ciudad, que contenía abundante explicación en varios idiomas, y comenzó por la Acrópolis. Era una elevación del terreno que en la antigüedad ha­bía sido transformada en tina zona fortificada, como en las demás ciudades grie­gas. Allí residía el poder político, económico y religioso de la Atenas clásica. Dado que el oráculo de Delfos había dictaminado en el año 510 a. C. que la Acrópolis debía ser habitada exclusivamente por los dioses, el político Pericles hizo colocar allí templos y estatuas, encargando estos trabajos al escultor Fidias, creador de una gigantesca estatua de Atenea Parthenos, la diosa protectora de la ciudad.

Jorge pasó más de una hora frente a su majestad el Partenón, templo dedicado a Atenea Parthenos. El Partenón era la encarnación marmórea del espíritu clásico y el icono del grado supremo al que había arribado la estética arquitectónica grie­ga. "Inigualable", pensó; "con justa razón sigue suscitando la admiración interna-

8. En el Areópago 105

cional". Efectivamente, en muchos países fue imitado el frente del Partenón para decorar edificios significativos, pero jamás fue superado.

Jorge dedicó tres horas en el museo del Partenón. Luego visitó los restos del templo de Zeus Olímpico, el Olimpeion, a pocos minutos al sureste de la Acró­polis, para dirigirse de inmediato al Agora, centro de la vida pública de la antigua Atenas y cuna de la primera democracia de la historia.

Después tomó un taxi y se hizo llevar al Monte Licabeto, una bella colina de casi 280 metros de altura. En la antigüedad lo había revestido una tupida vegeta­ción, y en su cima se elevaba un templo dedicado a Zeus. En 1880 las autoridades comenzaron a reforestar el Monte. Jorge admiró la blanca iglesia dedicada a San Jorge que se levantaba en la cima del Monte y apreció durante un largo tiempo la ciudad, recorriendo casi todos sus ángulos con su prismático de bolsillo, que siempre llevaba consigo en todos sus viajes. No lejos de este punto se levantaba la Acrópolis, brindando al admirador un espectáculo completamente diferente desde esta perspectiva.

El día comenzó a declinar. Jorge fue a cenar a uno de los típicos restaurantes griegos, disfrutando de los milenarios manjares mediterráneos.

Al día siguiente, honró con su visita atenta al Museo Arqueológico Nacional y al Museo Kerameikos. Ambos habían pasado por un reciclaje reciente y lucían espléndidamente. De regreso a su hotel, viajando con el Metro, hizo un alto en todas las estaciones indicadas en el plano en los cuales se exponían objetos de arte hallados en la construcción del túnel del tren. Un guarda, al ver cuánto le intere­saban estas piezas arqueológicas, le dijo en inglés:

—Donde alguien meta aquí la pala en la tierra, encuentra la antigüedad hecha

mármol.

Claro, siglos y milenios de construcciones superpuestas; y con que cada etapa dejara apenas un pequeño porcentaje de su producción artística, ya había sufi­ciente como para llenar docenas de museos y exposiciones.

Cansadísimo, pero sumamente satisfecho con todo lo vivido en la cuna de la democracia y del espíritu lógico de occidente, Jorge fue directamente al Ae­ropuerto. Le esperaba un breve vuelo a otra ciudad de elevadísimo significado simbólico para el mundo entero: Roma, la Ciudad Eterna.

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9. En las profundidades de la Ciudad Eterna

El ave de aluminio ganaba rápidamente altura en el espacio aéreo helénico. De­bajo de sus alas se extendía un tapiz compuesto por miles de fulgurantes luces. Jorge se imaginaba que debajo o junto a cada manojo de luz había personas que descansaban, cenaban, conversaban, meditaban o tomaban distancia del trajín del día fenecido y se preparaban para el siguiente. Unos instantes después el avión ya sobrevolaba el mar, en cuya profunda negrura se divisaban los contornos lumi­nosos de cruceros y yates en los cuales se hamacaban despreocupados turistas e indiferentes magnates. Los pequeños botes de pescadores, que pululaban de día en las cercanías de todas las costas del Mediterráneo, ya habían regresado a sus seguros puertos. Muy poco tiempo después apareció la línea costera de la bota itálica; y demasiado pronto se divisaron ya los primeros reflejos de la Ciudad Eterna. La mancha de luz crecía paulatinamente, descomponiéndose en esquemas cada vez más identificables; y poco tiempo después la máquina tocó la pista del Aeropuerto de Fiumicino, cuyo nombre oficial era Aeropuerto Intercontinental Leonardo da Vinci.

Un mundo de sensaciones totalmente diferentes asaltó a Jorge. Esto no era ni Egipto, ni Israel ni Grecia. El espíritu latino italiano, tan peculiar y distinto a su vez del latino francés, el latino español, el latino portugués -y ni qué hablar de los muchos espíritus latinos americanos- hervía a cualquier hora del día y contagiaba su vibración hasta al más flemático e imperturbable de aquellos que se introducían en este calidoscopio de emociones, sensaciones, gritos, colores, gesticulaciones, apertura y amor.

Curiosamente Jorge no sentía ningún cansancio. Abordó un taxi frente al Ae­ropuerto y le pidió al chofer que lo paseara un poco por las principales avenidas para llevarlo luego al hotel. Tenía apenas un día para Roma; y con este recorrido nocturno iba a poder aprovechar mejor el tiempo disponible. La Ciudad Eterna

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se le presentó de su mejor lado: un tiempo espléndido, una temperatura templa­da, un tránsito moderado. Jorge disfrutó muchísimo de este recorrido en la cálida noche primavera romana. El taxista lo llevó hasta el Castillo del Santo Ángel, luego cruzó la ciudad hasta la Estación Terminal, pasó frente al Coliseo, el Foro y otros lugares destacados, y finalmente agregó un buen trecho de la celebérrima Vía Apia, para volver luego sobre la misma, pasar frente a la iglesia Quo vadis y arribar al Hotel. Cuando Jorge ingresó a su habitación, el reloj marcaba exacta­mente la medianoche. Al día siguiente se levantó muy temprano, repasó los datos necesarios para el día, tomó un taxi y se hizo llevar a las Catacumbas de Calixto.

Los Messer habían afirmado que el papiro pasó de Atenas a un nicho en una galería lateral de estas catacumbas, a pocos metros del cubículo del diácono Se­vero. Jorge pensó que sería muy difícil hallar algún rastro del paso del papiro por este lugar, pues diariamente pasaban centenares de visitantes por ese intrincado sistema de complejos túneles, galerías, cuevas, pasillos, conductos, nichos, pasa­jes, entradas, grutas y salidas de estos antiguos cementerios de los primeros cris­tianos romanos. ¿Quién podría recordar unas hojas insignificantes de papiro que supuestamente pasaron por este lugar décadas atrás?

Cuando Jorge bajó del taxi para dirigirse a la entrada de la Catacumba, quedó sumamente sorprendido al ver a una joven de la Argentina. Era Laura Tolú, estu­diante de teología de Buenos Aires, a la que había conocido en un encuentro de egresadas y egresados de su Facultad en el cual también participaron estudiantes.

—Hola, Laura; ¿qué estás haciendo aquí en Roma? —preguntó a la no menos sorprendida joven.

—Esperando a turistas que me contraten como guía, para que les enseñe las Catacumbas de Calixto —respondió Laura con una amplia sonrisa que hacía palidecer el sol, pues tamalera la alegría que irradiaba—. Estoy haciendo un año de intercambio aquí en Roma; y como podrás imaginarte, la beca que obtuve no me alcanza. Para sobrevivir, hago este trabajito en mis días libres. Pero no tengas miedo, no te cobraré nada.

—Al contrario, con gusto colaboraré. De paso fomento el estudio de quien se dice que es una de las estudiantes más responsables en esta época postmoderna que se caracteriza por la irresponsabilidad generalizada.

—No será para tanto —dijo Laura, algo avergonzada por tanta alabanza ines­perada—; sólo quiero prepararme bien para mi futura tarea en la iglesia.

9. En las profundidades de la Ciudad Eterna 109

—Está bien —sintetizó Jorge—. Y ahora me interesa todo lo que quieras y puedas contarme sobre esta catacumba.

Jorge pagó los seis Euros de la entrada; y como era su costumbre, estudió detenidamente el ticket. Decía en el reverso "I signori visitatori sonó tenute a prendere visione del regolamento e ad osservarne le norme". "¿Reglamentos y normas, aquí, en un cementerio antiguo?" pensó; pero de inmediato captó. Claro, esto era un gigantesco museo, y todos los museos del mundo necesitaban normas y reglamentos para funcionar.

Ingresaron a la red subterránea e iniciaron el extenso recorrido. Laura comen­zó con sus explicaciones. Se notaba que había estudiado a fondo la historia de este complejo laberinto. Indicó que el sistema llamado en italiano Catacombe di San Callista se hallaba sobre la Vía Apia Antigua y entre la Vía Ardeatina y Vicolo delle Sette Chiese. Esta célebre catacumba es apenas una de un total de sesenta sistemas subterráneos similares. Fue la primera catacumba cristiana comunitaria. El nombre proviene del obispo Calixto I, que falleció en el año 222 y que había recibido del papa Ceferino el encargo de administrar este cementerio, cuyo an­tecedente fue un cementerio al aire libre, propiedad de la familia de los Cecilio. Al convertirse en obispo, Calixto hizo ampliar considerablemente el cementerio. Pero ya antes de la instalación de tumbas cristianas y del empleo de los espacios para las celebraciones cúlticas —y como escondites en tiempos de persecución—, una larga serie de tumbas bordeaba ambos lados de la Vía Apia. El área de la futu­ra catacumba pasó a la administración de la comunidad cristiana a mediados del siglo II. Con el tiempo, se formó un intrincado sistema de galerías con nichos, tumbas, lóbulos, cubículos, cámaras y pasillos que fueron vinculados entre sí.

—¿Cómo se iluminaba este vasto sistema, y de dónde recibía aire fresco? —in­terrumpió Jorge la exposición de Laura.

Laura explicó que cada tanto había una especie de conducto vertical para am­bos fines, iluminación y aireación. La iluminación era muy limitada, pues el cono de luz que se proyectaba desde arriba era más bien pequeño, razón por la cual los cristianos usaban lámparas de aceite.

—La Catacumba de Calixto tiene cuatro niveles, abarca un área total de 15 hectáreas y baja hasta los 20 metros de profundidad —indicó Laura—. La exten­sión de todos sus conductos sumados llega a 20 kilómetros.

—¿Cuántas personas fueron sepultados aquí? —preguntó Jorge—. Me imagi­no que unos cuantos miles.

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—No miles, sino algunos centenares de miles. Se estima que hay más de 350.000 tumbas en el sistema. Como muchas de ellas se usaron varias veces, se calcula que en los tres siglos de uso intensivo hubo más de un millón de sepul­turas. Entre esa enorme cantidad de creyentes quedaron registrados también 16 obispos y unos cien mártires.

Era bastante fresco ahí abajo, además de silencioso. El entorno densamente religioso, resultado del empleo del lugar para morada de fallecidos, celebración de despedidas y de esperanzas y refugio en las persecuciones, lograba algo imposible de esperar en otros lugares turísticos: que los visitantes asumieran una actitud de atención, respeto, silencio e incluso solemnidad.

—Esta catacumba es muy especial —aseveró Laura—. No sólo por su ex­tensión, sino en primer lugar por ser el primer cementerio de la iglesia cristiana romana en formación; segundo, por albergar tumbas de personajes importantes; y tercero, por las importantes pinturas y casi dos mil grafEti.

—¿Dos mil grafEti? ¿Qué dicen?

—Son un libro abierto e informan sobre muchos aspectos de la vida en la antigüedad —respondió Laura—; y sobre todo informan sobre las convicciones tempranas de la fe cristiana y sobre ciertos ritos.

—¿Algún ejemplo concreto?

—Con gusto. Muchas inscripciones funerarias no sólo mencionan el nombre y la edad de la persona, sino también su profesión o actividad. Y junto a las tum­bas de mártires hay numerosos grafEti que contienen los nombres de visitantes piadosos y también de obreros que trabajaban allí, los llamados fossores. En la catacumba de los Santos Marcelino y Pedro hay incluso un mural que muestra a un sepulturero en pleno trabajo, con su típica herramienta para excavar sepulcros, e iluminado por una lámpara de aceite que cuelga de un gancho fijado en la pa­red. Es emocionante. En ocasiones, también se grababan invocaciones a personas consideradas santas o a familiares muy queridos.

— O sea, el culto de los muertos es algo muy antiguo —pensó Jorge en voz alta—; y aquí estamos en el lugar donde vio la luz del mundo.

—Sí, así podría decirse —dijo Laura—; pero para ser más preciso habría que decir "la tenue luz de las lamparitas, y sobre todo la luz de la esperanza".

9. En las profundidades de la Ciudad Eterna 111

Avanzaron cautelosamente por los pasillos, en los que reinaba una combina­ción de profundo silencio, reverencia milenaria y penumbra misteriosa. Laura se detuvo ante un mural, sacó una linterna e iluminó el cuadro.

—Aquí vemos a una persona en actitud de oración, con los brazos tendidos hacia los costados y las manos abiertas. Es del siglo III. Así se oraba en la anti­güedad. Más tarde se introdujo la posición que asociamos hoy con la actitud de oración: las manos juntadas, los ojos cerrados y la cabeza inclinada.

La pintura de la persona orante se conservaba casi íntegramente. Sus ojos abiertos y su postura sincera eran una invitación a unírsela en oración. Jorge des­cifró el nombre "Dionysas" pintado sobre el muro.

—Además de mucha información sobre las prácticas y creencias cristianas, los murales también suministran ejemplos de ciertos conceptos sincretistas —contó Laura—; es decir, de "mezcla" y combinación de ideas. Así, por ejemplo, aparece el ave Fénix, una figura de la mitología, como símbolo de la resurrección.

—¿Cuándo se dejo de usar este cementerio?

—En el siglo V, los cristianos comenzaron a sepultar a sus muertos en tumbas cavadas en la superficie, y así mermó el uso de estos cementerios subterráneos. Pero hasta el siglo VIII los creyentes visitaban regularmente las catacumbas, pues contenían las tumbas de mártires y santos. En la segunda mitad del siglo V fue construida una basílica en la superficie sobre las catacumbas.

Jorge se había acostumbrado a la penumbra y distinguía numerosos nichos en ambas paredes. Iban desde el piso hasta la parte superior del pasillo. Pero todos estaban vacíos.

—¿Dónde fueron a parar los restos mortales de tantos difuntos?

—Muchos fueron trasladados oficialmente como reliquias a los templos cons­truidos posteriormente. Otros fueron llevados por particulares como recuerdos; y sin duda muchos también fueron robados para ser vendidos en algún lugar como supuestas reliquias de santos. Con el tiempo, al no usarse más las instalaciones, muchos túneles fueron abandonados, otros se derrumbaron y todo el sistema cayó en el olvido.

—¿Y cómo fue redescubierto este gigantesco complejo?

—Entre los años 1844 y 1849, el arqueólogo Giovanni Battista de Rossi, vi­sitando una viña, halló algunos indicios que remitían a esta catacumba. En 1852 se realizaron excavaciones que dieron con el cementerio. En 1854, de Rossi halló

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la cripta de los Papas; y en 1856, el cubículo del diácono Severo, con un epitafio que contiene el permiso del papa Marcelino de construir un cubículo doble para el diácono y su familia. Este epitafio, que está cerca de la tumba de Dámaso I, tiene una importancia fundamental, pues es la primera inscripción conocida que llama Papa al obispo de Roma. Severo informa que hizo construir el cubículo con arcosolios "como tranquila morada en la paz para sí y sus seres queridos, autori­zado por su papa Marcelino".

—¿Así dice, "papa"? —preguntó Jorge—. Pensaba que ese título era posterior. ¿Cuándo fue eso?

—Severo actuó entre el 296 y el 304. El epitafio dice "iussu PP sui Marcelli-ni", con la sigla para "papa" en forma abreviada: "PP". Esta sigla la siguen usando los Papas hasta hoy en sus firmas.

Jorge había escuchado algo más, que también tenía importancia fundamental. A pocos metros del cubículo de Severo debía empezar la galería lateral, en uno de cuyos nichos había estado el "papiro de los ricos". Claro, siempre según los Messer.

—¿Vamos a ver ese cubículo? —preguntó casi tímidamente, para no levantar ninguna sospecha.

—Claro que sí. Está muy cerca de la cripta de los Papas.

—¿Quién cuidó todo esto? Me imagino que semejante depósito habrá atraído a más de un cazador de reliquias...

—En 1920 el Vaticano adquirió un área de unas 34 hectáreas que abarcaba las catacumbas de Calixto y otras más. Hasta 1936, los monjes trapenses estaban a cargo del campo, y a partir de entonces, los salesianos. La investigación en sí la realiza la Comisión Pontificia de Arqueología Sacra.

Siguieron caminando en silencio, pasando revista una tumba tras otra y una galería tras otra. Historia densa de despedidas, suelo bañado de lágrimas, paños enrojecidos de las víctimas del fanatismo imperial y de las masas ciegas que se revolcaban en el repugnante lodo del deleite de ver correr sangre. Pero las cata­cumbas también eran atmósfera de devoción, aire fresco de fe, energía plena de certeza de salvación y cántico de gratitud de muchas personas porque Dios les permitió resistir hasta obtener la palma del martirio.

—¿Cuáles son las partes más antiguas de este sistema? —preguntó Jorge.

9. En las profundidades de la Ciudad Eterna 113

—Las Criptas de Lucina y toda la zona de los Papas y de Santa Cecilia. Son del siglo II y de los primeros años del siglo III. Las primeras llevan el nombre de una mujer romana que hizo sepultar al obispo y mártir Cornelio. Gracias al hallazgo de la loza sepulcral de esta tumba, se pudieron identificar estas criptas y la catacumba en su totalidad. Atención, estamos llegando a la cripta de los Papas.

Delante de ellos se abría el espacio históricamente más importante y espiri-tualmente más significativo de la catacumba.

—Este lugar tuvo su origen en el siglo II como cubículo privado y fue trans­formado en cripta en el siglo III, luego de que el espacio fuera donado a la iglesia de Roma —indicó Laura—. Tuvo seis lóbulos de cada lado y cuatro nichos para sarcófagos. A estos dieciséis espacios para difuntos se agregó una tumba monu­mental en la pared del fondo. Entonces se lo usó como sepulcro de los Papas del siglo III. Por ello el arqueólogo de Rossi lo llamó "El pequeño Vaticano".

Una quietud literalmente sepulcral, pero para nada tétrica, vibraba en el aire enrarecido por dieciocho siglos de silencio y ennoblecido por la misma cantidad de centurias de devoción. La historia de la iglesia antigua hablaba a través de las aberturas de los lóbulos y la eternidad volcaba su luz a este mundo a través de los nichos. Dos distinguidas columnas envueltas en ranuras que iban subiendo interrumpían los planos verticales de las paredes laterales. Sus capiteles sostenían la parte superior de cada lado, y una elegante bóveda de medio tonel proporcio­naba un cálido cierre a la cripta. En la pared del fondo había otra tumba más.

—Aquí fueron sepultados nueve Papas y ocho dignatarios —comentó Laura con voz muy baja, como para no inquietar el espíritu de la memoria—. De cinco de los nueve quedaron lápidas, lamentablemente incompletas, pero que igual­mente permiten identificar los nombres.

Jorge se puso a observar las lápidas. Identificó claramente los nombres, todos en griego, pues en aquel momento también se hablaba griego en Roma, además del latín. Eran los Papas Ponciano, Antérote, Fabián, Lucio y Eutiquiano. Cuatro lápidas ostentaban junto al nombre del difunto la designación "epi", de epískopos, obispo. Dos placas indicaban que los difuntos habían sido mártires, es decir, tes­tigos de su fe hasta la muerte.

—En el nicho de la pared del fondo fue sepultado el papa Sixto II, muerto en la persecución del emperador Valeriano —prosiguió Laura—. Sixto II es conside­rado el mártir por excelencia. Fue asesinado mientras celebraba una liturgia. Los otros Papas, de los cuales no quedan lápidas, fueron Esteban I, Dionisio y Félix I.

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114 El papiro de los ricos

—Este lugar tiene pinta de haber sido transformado en espacio cúltico —sos­pechó Jorge.

—Así es —confirmó Laura—. El papa Dámaso, muy devoto de los mártires, transformó la cripta en lo que es hoy. Hizo construir un altar, del cual todavía existe el basamento de mármol; mandó abrir dos lucernarios en el cielorraso y ordenó la instalación de las dos columnas, que sostenían un arquitrabe del cual pendían cruces y lámparas. Asimismo, hizo colocar una lápida de mármol sobre la tumba de la pared frontal que lleva grabada una poesía escrita por el mismo Dámaso. La loza fue reconstruida por De Rossi. Decía así:

"Cuando la espada las pías entrañas de la Madre

traspasaba, aquí el obispo sepultado la doctrina enseñaba.

Llegan de improviso soldados y arrestan allí al sentado en cátedra, mientras los fieles ofrecen

sus cuellos a la guardia enviada. Apenas el anciano

supo que uno quiso arrebatarle la palma, él mismo fue el primero en ofrecerse y dar su cabeza a la espada, para que así a ninguno pudiera herir una tan impaciente rabia.

Cristo, que distribuye los premios de la vida, reconoció el mérito del pastor,

defendiendo Él mismo el resto de su grey".

—Dámaso fue el papa que solicitó a Jerónimo que elaborara una traducción fidedigna de la Biblia al latín —comentó Jorge, feliz de poder brindar también alguna colaboración al panorama histórico—. De allí resultó la versión que pos­teriormente llegó a designarse Vulgata. Pero yo no sabía que Dámaso también era poeta.

Laura pasó por un pasaje bastante estrecho a la izquierda de la placa de már­mol con la poesía de Dámaso, y llamó a Jorge.

—Estamos llegando a la cripta de Santa Cecilia.

Jorge admiró los mosaicos y pinturas murales, entre las que se destacaba una representación de Cecilia en actitud de oración.

9. En las profundidades de la Ciudad Eterna 115

—Aquí, en este nicho, tenemos una copia de la estatua de la Santa, cuyo ori­ginal fue esculpido por Esteban Maderno —explicó Laura—. Las reliquias fueron trasladadas en el año 821 a la Iglesia de Santa Cecilia al otro lado del Tíber. Y ahora pasamos a las capillas de los Sacramentos y a las criptas con los murales del bautismo y la eucaristía.

Al llegar a esa sección, Laura explicó los detalles de las pinturas. En la del bautismo, un adulto volcaba agua con la mano sobre la cabeza de una criatura, parada al lado del mayor.

—Los pintores solían representar la eucaristía como multiplicación milagrosa de los panes y pescados —indicó Laura—, ocasión en la cual Jesús prometió entregar su cuerpo, según el Evangelio de Juan. Seguro que aquí también se cele­braban cenas eucarísticas.

Había tanto para admirar que Jorge no daba abasto. Laura ya lo estaba guian­do al siguiente cubículo.

—Ésta es la cripta de Lucina, con el mural que personalmente más me gusta de todos los que conozco: el del Buen Pastor. Y ahí, en la otra escena de la cena, hay un vaso de vino tinto en medio de los panes, señal de que se trata de la euca­ristía y no de una comida fúnebre. Sigamos, pues el tiempo vuela.

Era cierto. Ya habían pasado más de tres horas allá abajo en las entrañas de la Ciudad Santa. Laura ya comenzó con la explicación del siguiente espacio.

—Este es el cubículo de los cinco Santos —dijo—; que en realidad son seis. Sobre la pared del fondo fueron pintadas seis figuras, pero sólo cinco tienen nom­bres, cada uno seguido por el deseo "en paz". Los orantes se hallan en un jardín con flores, frutos y pájaros, un hermoso símbolo del paraíso.

Jorge se puso a descifrar los nombres: Dionisia, Nemesio, Procopio, Heliodo-ro, Zoé. Se estremecía pensando que se había tratado de personas como él, Laura y todas las demás, de carne y hueso, espíritu y alma, sentimientos y pensamientos, sufrimientos y esperanzas. Y sobre todo de una fe inquebrantable de la que él también era heredero.

—¿Vamos a visitar el cubículo del diácono Severo? —preguntó luego de con­templar un buen rato esa imagen florida.

—Claro que sí. Ya mismo.

Laura lo guió con pasos firmes al lugar tan esperado.

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116 El papiro de los ricos

—Éste es el cubículo de Severo —señaló Laura—. Sobre la placa de mármol que cerraba un arcosolio se halla la inscripción que informa sobre la propiedad del espacio y el permiso papal para su construcción, tal como ya te indiqué; luego indica el objetivo: guardar a los miembros en el sueño para Dios. Después tiene una explicación de enorme importancia para la historia de la doctrina cristiana, pues formulaba con exactitud la fe en la resurrección de los cuerpos. Hablando de su hija Severa, dice: "El cuerpo mortal está sepultado aquí en tranquila paz hasta tanto lo haga resurgir el Señor, quien arrebató el alma casta, recatada y por siempre inviolable con su Santo Espíritu, y que la devolverá (al cuerpo) adornada de gloria espiritual. Vivió nueve años, once meses y quince días. Así pasó de esta vida terrenal".

También aquí Jorge sentía que se hallaba en continuidad directa de la línea de transmisión de la fe. Cambiaron formas, expresiones, imágenes, formulaciones y fórmulas; pero el núcleo permaneció intacto a lo largo de dos milenios, desde la resurrección de Jesucristo hasta la actualidad. Y así seguirá siendo hasta que irrumpa definitivamente el Reino. Salvo que Jonny Messer y su "papiro de los ricos" tuvieran razón.

Jorge, luego de admirar todos los detalles del cubículo del diácono Severo, co­menzó a buscar muy disimuladamente la galería lateral que según la explicación del padre del papirólogo debía comenzar a pocos metros del cubículo. Por fin descubrió una apertura en la pared; y fingiendo un interés bajísimo, preguntó casi con lástima por tener que encubrir su verdadero propósito:

—¿Qué es eso? ¿La entrada a otra galería más?

—Nada de importancia —dijo Laura—. Es un proyecto de galería, descu­bierto por los arqueólogos de casualidad en 1999. Aparentemente los fossores, los sepultureros, querían abrir aquí una galería nueva, pero luego de avanzar unos treinta centímetros abandonaron el proyecto. Tabicaron la entrada con una hilera de ladrillos y la disimularon con arcilla. Los arqueólogos que hicieron el descubri­miento abrieron el cerramiento para que se pudiera apreciar una galería empezada y luego abandonada.

—¿No tenía ningún nicho, ningún espacio para una sepultura?

—Claro que no; los treinta centímetros de largo no permiten colocar ni una urna de bebé. Hay que considerar que dada la consistencia tan frágil del suelo, entre nicho y nicho siempre debía haber unos cuantos centímetros, pues de otra manera se habría derrumbado todo.

g. En las profundidades de la Ciudad Eterna 117

"Es realmente admirable cómo sabe mentir ese tipo" —pensó Jorge—; "dos mentiras en una sola frase, eso es demasiado: el intento de ramal fue descubierto recién en 1999, y en sus 30 centímetros no cabe ningún nicho".

Luego de inspeccionar también las demás paredes en la cercanía del cubículo de Severo, Jorge se dio por satisfecho con el examen. Los Messer habían mentido una vez más. Por aquí no pasó ningún "papiro de los ricos".

Laura y Jorge concluyeron la extensa gira por las entrañas de la Ciudad Eterna. Cuando salieron a la superficie, Jorge tenía la sensación de despertarse en otro mundo. Arriba todo era tan distinto de lo que había visto, sentido y escuchado allá abajo. Los nichos, murales e inscripciones le habían permitido tocar un frag­mento de la eternidad; y esa experiencia le daba mucha paz aquí arriba, en medio del vaivén de la gran ciudad, envuelto en el bullicio de la gente estresada y de los vehículos que circulaban incansablemente por todas las arterias de la urbe. Pero no era la paz de los cementerios comunes que él traía de allá abajo. Era la certeza de que valía la pena vivir y luchar por el nuevo mundo de Dios, como lo habían hecho aquellos que habían sido sepultados en esas catacumbas, en la firme fe en la victoria definitiva del Dios de la vida sobre los poderes infernales e imperiales de la muerte.

Esta certeza valía infinitamente más que el curioso texto de Messer. Y con más razón valía más que las mentiras de quienes intentaban destruirla con ese maldito papiro.

Jorge se despidió muy cordialmente de Laura y le entregó un sobre cerra­do que había preparado disimuladamente durante el recorrido por el laberinto subterráneo.

—Espero que esto te recompense algo de lo muchísimo que compartiste con­migo. Pero me tienes que prometer que lo abrirás recién cuando llegues a tu casa. ¡Y que no te lo roben de camino!

—Pero, ¿cómo me vas a pagar por este recorrido? —dijo Laura con la voz car­gada de emoción—. Yo no quiero nada; fue una alegría para mí poder mostrarte las catacumbas.

—Dejémoslo ahí —concluyó Jorge la simpática discusión—; está bien así.

Jorge abordó un taxi y Laura tomó un ómnibus. Al llegar a su habitación en el internado de su facultad, abrió cuidadosamente el sobre. Su sorpresa fue des-comunal cuando sacó diez billetes de cien Dólares y una simple notita que decía: Me regalaron mucho y lo quiero compartir. Jorge." Temblando de emoción, se

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sentó en la cama y dio gracias a Dios por semejante regalo. ¡Mil Dólares por tres horas de paseo subterráneo! Con este tesoro, ella por fin podía dedicarse de lleno al estudio. Ya no necesitaría trabajar más mientras duraba su estancia en Roma.

Para ese momento, Jorge ya estaba cenando en su hotel. Luego repasó deteni­damente el plano de la ciudad de San Petersburgo y finalmente fue a la cama. A la mañana siguiente le esperaban dos vuelos, uno a continuación del otro.

10. La Cámara de Ámbar

Cuando los dedillos de la aurora comenzaron a correr desde el oriente el velo del negro terciopelo del cielo italiano, Jorge saltó de la cama para prepararse para la continuación de su aventura. A los pocos minutos estaba sentado en el comedor, tomando el desayuno. Luego arregló su cuenta y tomó un taxi al Aeropuerto. Justo cuando el astro rey asomaba por el horizonte, Jorge ingresó por la puerta principal del Leonardo da Vinci. Una hora más tarde despegó su avión rumbo a Frankfurt. Era el primer vuelo de la mañana, y poco a poco el paisaje tomaba co­lor. Mientras sobrevolaban los Alpes, las azafatas sirvieron un rico desayuno. Allá abajo, el clima primaveral europeo ya había hecho desaparecer buena cantidad del ropaje de nieve de la mole alpina, pero igualmente las altas cumbres exhibían de manera espectacular su decoración eternamente blanca.

Al cabo de dos horas de vuelo, el avión se posó elegantemente en la pista de Frankfurt. Mientras esperaba la salida de su vuelo a San Petersburgo, Jorge re­pasó cuidadosamente todos sus apuntes y elaboró un primer informe con todos los datos, listo para su publicación, y se lo envió por mail a Gladys. Después la llamó y le resumió lo vivido y descubierto hasta el momento, no sin antes calmar sus angustias suscitadas por las amenazas que habían llegado al blog. Por lo de­más, Gladys rebosaba de alegría, igual que hacía unos días. Aunque la separación seguía siendo real, subjetivamente la sentía acortada por hallarse ambos en el mismo continente. La inmensidad del Atlántico como de cualquier otro océano constituía una barrera no sólo física sino también psicológica para quienes ansia­ban estar juntos. Saber que el novio estaba apenas a dos horas de vuelo de Barce­lona brindaba la sensación de que estaba ahí nomás, casi al alcance.

A las 11 de la mañana, Jorge continuó su viaje. El vuelo duró dos horas y cuarenta minutos. Cuando la máquina tocó la pista del Aeropuerto Pulkovo 2 de la ciudad de San Petersburgo, Jorge experimentó por sexta vez en pocos días que estaba en otro mundo. Egipto, Israel, Grecia, Italia, Alemania y ahora Rusia: demasiadas impresiones en un tiempo por demás comprimido.

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Jorge fue a una sucursal de banco para cambiar divisas, luego buscó una ter­minal de acceso a internet y envió un correo electrónico a Gladys avisándole que había llegado bien. Tomó algo en la cafetería Shokolatsky y finalmente se dirigió a la salida. Afuera, respiró profundamente el aire desconocido del misterioso país-continente que lo recibía con una agradable brisa. Jamás se había imaginado que algún día podría pisar la legendaria tierra de la fe ortodoxa rusa, los célebres litera­tos, el Ejército Rojo, los Zares, los mejores ajedrecistas, los iconos, el Archipiélago GULAG, el Kremlin, el primer hombre en el espacio Juri Gagarin... y menos aún se habría imaginado viajar a San Petersburgo con una misión tan curiosa cual es la de buscar un supuesto rastro de un papiro de la época de Jesús. Pues el informe de los Messer afirmaba que el papiro fue escondido en 1966 en el doble fondo de la gaveta central del escritorio de la Cámara de Ámbar del Palacio de Catalina en Pushkin, cerca de San Petersburgo. Jorge necesitó unos minutos de concentración para ordenar todos estos pensamientos turbulentos en su fatigado cerebro. Mien­tras tanto, varios conductores de taxis le ofrecían sus servicios, pero sus tarifas le parecían demasiado elevadas.

Volvió a entrar al edificio y se dirigió al puesto de informes. Preguntó por la mejor manera de llegar al centro de la ciudad que no fuera un taxi, y le explicaron dos alternativas: el autobús municipal 13 hasta la estación de metro Moskovskaya y de allí directamente al centro; o el microbús, un taxi de línea o de ruta, com­partido o colectivo, que lucía el simpático nombre ruso de marsbrutka. Como Jorge conocía este sistema de Israel, donde viajó algunas veces con el servicio llamado sherut, optó por la marshrutka. Justo estaba por salir uno de esos vehícu­los. Ya habían subido ocho pasajeros y quedaba un solo lugar, bastante estrecho por cierto. No había espacio especial para el equipaje, así que cada pasajero tenía que arreglárselas con el suyo como podía. Como Jorge siempre viajaba sólo con equipaje de mano, no tuvo problemas. Los demás pasajeros desaparecían detrás de sus enormes maletas y belsos. La marshrutka tomó la Avenida de Moscú, Mos-kovskiy Prospekt, abierta en los años en que imperaba Stalin. Pomposos edificios de aquellos años se alineaban a lo largo de esta amplia avenida cuya prolongación llegaba a Moscú.

A los pocos minutos pasaron frente al Monumento a los heroicos defensores de Leningrado; y un rato después arribaron a una gigantesca plaza desde la cual saludaba una alta estatua de Lenin. Cuando la marshrutka llegó a la plaza céntrica Sennaya Ploschad, Jorge descendió del vehículo. No tuvo que buscar mucho. Su hotel estaba a pocos pasos de allí. Es que se había orientado muy bien previamente.

10. La Cámara de Ámbar 121

Se instaló en la cómoda habitación, repasó sus datos para tener todo listo para la inspección de la Cámara de Ámbar, fue a cenar y luego revisó su correo electró­nico. Se asustó. Ya el primer correo de Gladys suministraba una noticia de ribetes fatales. Contaba que había entrado al blog, donde vio que todo funcionaba como de costumbre: comentarios nuevos, felicitaciones, un poco de bronca, otro tanto de burla, una nueva amenaza y mucho apoyo. Pero una hora después Gladys ha­bía vuelto a ingresar para responder uno de los comentarios, y casi se desmayó por lo que vio. Unos hackers habían atacado el blog, destruyendo el artículo inicial de Jorge y decorando los comentarios con fotos pornográficas y leyendas obscenas.

Jorge ingresó inmediatamente al blog. Efectivamente, era tal como había in­dicado Gladys. Un desastre. Su valerosa y corajuda obra se había convertido en un lodazal. ¿Qué hacer? Sólo cabía pedirle al director del diario que elimine to­talmente el blog. Pero, ¿cómo seguir entonces con la discusión? No podía pedirle al director que montara guardia frente al monitor y ante cualquier ataque recons­truyera el blog.

Agobiado por estas preocupaciones, Jorge se fue a descansar. Es decir, trató de hacerlo. Como los hackers le habían robado la tranquilidad, se puso a pensar en la Cámara de Ámbar. Sabía que le esperaba un día fascinante. Se decía que el esplendor de la Cámara excedía toda descripción.

Luego de un turbulento sueño, compensado en parte por un rico desayuno, Jorge tomó un taxi y solicitó que lo llevara al Palacio de Catalina en Pushkin, en las afueras de la ciudad. El taxista hablaba bastante bien inglés. De inmediato entabló una amable conversación.

—Mucho gusto, me llamo Iván Krapotkin. ¿Conoce la historia del Palacio de Catalina? —preguntó amablemente, mirando de reojo por el espejo retrovisor—. Perdone la pregunta, pero nuestra ciudad tiene tantos puntos de interés para los turistas, que éstos pueden perderse en la jungla de ofertas.

—Sí, tengo alguna información —respondió Jorge—; pero le agradeceré si me quiere brindar algo más. Mi nombre es Jorge.

El taxista mermó algo la velocidad y comenzó con su explicación.

—Tenemos 24 kilómetros hasta Pushkin, así que hay tiempo. El complejo del Palacio se llama Tsárskoye Seló, que significa Villa de los Zares. Es la antigua residencia veraniega de los zares del imperio ruso. Pero más que villa, es un gigan­tesco palacio en medio de un magnífico parque. Allí todo es superlativo, como sucede siempre en Rusia. En las buenas y en las malas. En ese palacio los zares

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recibían a los visitantes ilustres y a la nobleza europea. Hoy el conjunto de edifi­cios y parques, juntamente con el centro de Pushkin, es Patrimonio de la Huma­nidad. En 1708 el zar Pedro I donó estos territorios a su futura esposa, Catalina I, que hizo construir allí una iglesia y el primer Palacio de Catalina. Después se agregaron otros edificios. En 1918 el lugar cambió de nombre a Détskoye Seló, Villa de los niños; y en 1937 pasó a llamarse Pushkin, en honor al poeta. En 1941 el ejército de la Alemania nazi ocupó la ciudad y destruyó muchos edificios, ro­bando valiosas piezas culturales, entre ellas, la Sala de Ámbar, que aquí llamamos Yantarnaya komnata...

—¿Qué? ¿Los nazis robaron la Cámara de Ámbar? —preguntó Jorge asustadí­simo—. Hice este viaje para verla...

—No se aflija, que la verá —lo consoló el taxista—; la Cámara se halla en su lugar histórico en el Palacio.

—Ah. Ya me parecía. Menos mal.

—Después de la Gran Guerra, el complejo de edificios fue restaurado —prosi­guió Iván—. Hasta hoy se está trabajando en algunas partes. No se asuste del flujo de gente. Miles y miles de turistas vienen a visitar nuestras riquezas culturales. Ya estamos llegando.

Iván mermó la marcha y luego detuvo el vehículo frente a un magnífico portal de entrada, con columnas pintadas de celeste y blanco y con una reja dorada. Jorge pagó, y los dos se despidieron como buenos amigos. Cada nuevo visitante que ingresaba al enorme complejo era absorbido de inmediato por un enjambre de turistas de todo el mundo. "No querrán ver todos la Cámara de Ámbar", pensó Jorge para sí. A medida que la masa de gente se acercaba al imponente Palacio de Catalina, la casi infinita fachada celeste con un ligerísimo toque turquesa y con los bordes blancos de los amplios ventanales y los majestuosos portales crecía ante los ojos de los conmocionados visitantes. Todo lucía esplendorosamente. La Or­questa del Palacio daba la bienvenida a los visitantes tocando apasionadamente la pieza folklórica rusa "Kalinka". El cielo primaveral, el aparatoso palacio, el entor­no babilónico de medio centenar de idiomas que competían entre sí y la movida música rusa produjeron un estado de euforia "imperial" muy contagiosa, a la que nadie pudo resistirse.

Jorge se calzó los obligatorios protectores de tela, pues los pisos eran más una fineza lustrada que invitaba a deslizarse flotando que una superficie maciza para pisar sólidamente. Los turistas subieron una magnífica escalera de mármol blanco y arribaron al Gran Salón, la sala de baile del palacio. Medía 47 por 17 metros y

10. La Cámara de Ámbar 123

estaba cubierto de decoraciones de estuco y oro, numerosos espejos y un cuadro que cubría el cielorraso y se intitulaba "El triunfo de Rusia". Luego venían salo­nes, cámaras y piezas, alternando los estilos barroco, chino y clasicista; y una sala de pinturas con 130 obras maestras europeas de los siglos XVII y XVIII. Absolu­tamente todo era rimbombantemente fastuoso: pisos, paredes, ventanales, puer­tas, pasillos, luces, cielorrasos, espejos, adornos, decoraciones, muebles. Luego de tanto ornato superlativo y tanta delicadeza cruzada con exquisitez, de repente el apretado racimo de turistas estaba frente a la Cámara de Ámbar. Justo estaba por comenzar una visita guiada con explicación en inglés y en alemán. Gustosamente Jorge aprovechó la ocasión. La joven guía rusa, que esperaba a los visitantes frente a la puerta del santuario superlativo del palacio, era sumamente simpática. Acom­pañaba cada explicación con una dulce sonrisa.

—Soy Irina Dimova —dijo, rompiendo el hielo con soltura y en excelente in­glés —; estudio arquitectura y me defino como enamorada de la "octava maravilla del mundo", nuestra incomparable Cámara de Ámbar.

Luego dijo la misma frase en alemán, agregando que había aprendido este idioma de su abuela, Ana Catalina Schimpf de Bauer, hija de alemanes del Volga que habían sido expulsados de su aldea de Balzer cuando Stalin liquidó la Re­pública Soviética Socialista Autónoma de los Alemanes del Volga, confinando a toda su familia a Kazajstán. Una injusticia brutal cometida contra indefensos campesinos que habían dado tanto a Rusia durante un siglo y medio en materia de progreso agrícola. Irina volvió al inglés y explicó sus antecedentes familiares en este idioma. Agregó que mejor suerte le tocó a otra rama de las familias Bauer y Schimpf, que a fines del siglo XIX emigraron a la Argentina, estableciéndose en una aldea en la Provincia de Entre Ríos. Allí pudieron vivir, trabajar, criar a sus hijos y practicar su fe cristiana en paz y tranquilidad.

Jorge conocía a los descendientes de ambas familias. Así que preguntó inocentemente:

-—¿Dónde se establecieron exactamente?

—En Aldea Santa Celia, cerca de Urdinarrain —respondió Irina—. Es una aldea de alemanes del Volga.

—Sus descendientes son miembros de mi parroquia —dijo Jorge—. Soy pas­tor evangélico y vivo en Urdinarrain. Si me permite, llevaré sus saludos a los Bauer que abundan por esos pagos. De los Schimpf quedan muy pocos.

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Irina quedó gratamente sorprendida por este encuentro superador de fronteras de continentes y generaciones. Pero no podía detenerse mucho tiempo con estas cuestiones. Invitó a pasar a la cámara y explicó a los estupefactos visitantes que la "octava maravilla" tenía una muy extensa historia. Pero no pudo comenzar inmediatamente con su explicación, pues el suspenso se había apoderado de los pasmados visitantes que quedaron atónitos, aturdidos y boquiabiertos por el es­plendor que los recibía. Miraban lentamente a su alrededor moviendo la cabeza en las tres dimensiones. Parecían maniquíes desmaterializados y trasladados desde su mundo terrenal a un universo totalmente exótico y extravagante.

Centenares de miles de trozos y trocitos de ámbar de color miel, amarillento, naranja, rubio, dorado, amarillo traslúcido, blondo, blancuzco y marrón brillan­te, todos trabajados como filigrana, cubrían íntegramente la sala. Esbeltos cande­labros esparcían un brillo de iconos ortodoxos cuya claridad se reflejaba espléndi­damente en los espejos y se refractaba miles de veces en las superficies del curioso material, sumando más boato a esta increíble maravilla arquitectónica. En los vértices superiores sobresalían pequeños cuadros, mientras que diversas pinturas engalanaban el cielorraso. Varios mosaicos que formaban paisajes con figuras iban enmarcados en una decoración adicional de ámbar más oscuro. Las decoraciones doradas en la parte superior sostenían candelabros que alternaban con angelitos.

Hasta ese momento, Jorge había pensado que el ámbar siempre tenía un solo color, a saber, "color ámbar". Pero era como con las nubes "blancas", en las que en realidad se conjugaba una infinidad de colores. El ámbar se expresaba en múl­tiples tonos.

En un marco circular lucía un escudo hecho de ámbar marrón. Mostraba un águila de una sola cabeza que llevaba una corona. En una garra tenía un cetro y en la otra, un globo con una cruz. Era una versión algo diferente del águila bicéfala del escudo actual de Rusia,, Sobre un esquinero, brillaba un suntuoso reloj colo­cado sobre un complejo pie de metal. Relieves, marcos afiligranados, pequeñas estatuillas, trabajos de oro y otras decoraciones completaban el conjunto de este monumento mayúsculo al refinado gusto de la esbeltez. El fascinante panorama provocó un mutismo cautivo en el revoltijo babilónico del flujo turístico. Todos vivían con la plenitud de sus sentidos el "mito Cámara-de-Ámbar".

Aún embelesado por tanta brillantez, Jorge descubrió algo sensacional. Re­cortándose nítidamente sobre una de las paredes laterales, había un llamativo mueble de madera veteada, pulida y lustrada, de bellísimo color marrón oscuro. Tenía la forma de una gran caja y estaba parado sobre cuatro patas. El frente tenía decoraciones de marquetería. Las incrustaciones eran de madera marrón claro y

10. La Cámara de Ámbar 125

representaban floreros y guirnaldas de flores. Gráciles manijas de bronce en forma de anillos indicaban que el mueble albergaba gavetas. La perfección de la termina­ción de la tapa era tal que allí se reflejaba nítidamente la parte superior de la sala.

"¡Por fin una pista segura, porque ése debe ser el escritorio con la gaveta cen­tral del escritorio, donde fue escondido el papiro en 1966!" pensó Jorge; y trató de imaginarse alguna treta para acercarse al mueble, abrir la gaveta del medio y verificar si realmente tenía doble fondo. Pero por ahora prefirió hacer una inves­tigación ingenua.

—Irina, ¿de qué época es aquel escritorio? —preguntó, señalando hacia el mueble.

Irina miró en la dirección señalada y no pudo ocultar una pequeña extrañeza.

—¿Escritorio? No, eso no es un escritorio. En esta sala no hay ningún escri­torio y nunca hubo uno. Ese mueble es una cómoda, una especie de aparador. Es una obra maestra rusa de los años sesenta del siglo XVIII. Pero decididamente no es un escritorio. Ni siquiera el más excéntrico zar se hubiera atrevido a escribir sobre esa refinada superficie pulida de la tapa que brilla más que un espejo de platino.

Jorge estaba dispuesto a conceder el beneficio de la duda a los Messer y en­tender "cómoda" donde aquellos habían dicho "escritorio". Pero Irina ya estaba presentando el siguiente machetazo que desmantelaba la astuta construcción.

—Ustedes pueden considerarse dichosos por poder apreciar este extraordina­rio mueble, pues estaba perdido durante varias décadas.

—¿Cómo dice? —logró balbucear un turista asiático—. ¿Quién puede hacer desaparecer algo así?

Irina explicó con mucha paciencia que durante la Segunda Guerra Mundial habían sido robadas diversas piezas del mobiliario de la Cámara de Ámbar. Sólo de dos piezas había registro fidedigno: la cómoda en cuestión y un cuadro muy especial, una obra de incrustación de mármol y piedras de colores.

—¿Qué? ¿También se robaron un cuadro? —preguntó una turista africana, para seguir con una amplia sonrisa— Aunque me da algo de satisfacción, porque veo que no sólo el Primer Mundo robó en el Tercero, sino que también se roba en el Norte.

—Efectivamente también han robado un cuadro, pero éste reapareció —dijo Irina y señaló hacia la pared lateral de la sala—. Allá lo ven. En 1997, este mosaico

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florentino fue ofrecido por su poseedor accidental a través de un abogado de Bremen por dos millones y medio de Dólares. Por una infidencia, la policía tuvo noticias de esta oferta, y el jefe en persona se presentó de manera encubierta como supuesto interesado. Antes de concretarse la supuesta venta, la policía incautó la valiosa pieza. Una investigación muy cautelosa evidenció la autenticidad del cuadro; y gracias a las fotos existentes, fue reconocido como perteneciente a la Cámara de Ámbar. Los expertos lo tasaron en tres a cuatro millones de Dólares.

Un murmullo reprimido se apoderó del enjambre de turistas. Más que el valor artístico en sí, las grandes cifras relacionadas con estas obras siempre impactan profundamente.

—¿De qué está hecho ese mosaico?— preguntó un turista con acento italia­no—. Me interesa, porque mi abuelo trabajó en un taller que fabricaba ese tipo de cuadros.

—Los árboles fueron hechos de jaspe siciliano y bohemio —respondió Iri-na—; el suelo, de jade; el cielo, de alabastro transparente; y los demás elementos del paisaje de amatista, lapislázuli y otras piedras semipreciosas.

—¿Quién puede robar algo así? —siguió preguntando—. Me imagino que aquí hay vigilancia.

—Ahora sí, pero este cuadro se extravió en plena Guerra, en 1941, cuando los nazis desmontaron toda la Cámara y se la llevaron.

Era la segunda vez que Jorge escuchaba tal cosa. Se puso visiblemente molesto.

—¿Cómo dice? ¿Los nazis se robaron toda la Cámara?

—Ya les contaré la historia —frenó Irina—; primero termino con las piezas que reaparecieron. Bien, cuando en Bremen finalmente identificaron al hombre que ofrecía el mosaico, éste*aseguró que su padre, un soldado alemán, lo había traído de Rusia. El poseedor actual ni siquiera sabía de qué se trataba. Había encontrado el cuadro en el altillo y lo colgó en una habitación. Recién en 1992 descubrió que el mosaico provenía de la Cámara. Y cuando lo ofreció en venta, la policía lo confiscó. El cuadro era uno de la serie de cuatro que fueron incluidos en la Cámara por mandato de Catalina la Grande.

—¿Y la cómoda? —preguntó Jorge—. ¿También apareció de casualidad?

—Así es —aseguró Irina—. Ahí la historia fue algo distinta. La cómoda fue vendida en 1978 por veinte mil Marcos a una señora de Berlín Occidental por un órgano de la entonces Alemania Democrática, encargado de conseguir divisas

10. La Cámara de Ámbar 127

para las arcas estatales. El órgano también solía vender pinturas, arañas, decora­ciones, bustos y otras reliquias que iban a parar al Oeste a cambio de las codi­ciadas divisas. Cuando la nueva dueña se enteró de la aparición del mosaico en Hamburgo, comenzó a sospechar que su adquisición también podría provenir de la Cámara de Ámbar. Solicitó una revisión por expertos, y el resultado fue indis­cutible: el mueble pertenecía a la Cámara. Figuraba en el inventario de 1940 y fue incorporado a la Sala en 1932. Hasta las marcas ZDU-217 y ZDP-3320 al dorso del mueble coincidían con la anotación en el inventario.

—¿Y cómo siguió la historia? —preguntó Jorge.

—Muy simple: El Gobierno Federal de Alemania tomó cartas en el asunto y devolvió ambas piezas a Rusia en abril de 2000. Y aquí las tenemos de vuelta, sanas y salvas.

Jorge tuvo que respirar profundamente para coordinar la avalancha de datos. El informe de los Messer decía que el papiro fue escondido en 1966 en el mueble de la Cámara de Ámbar. Si aquí jamás había habido un escritorio, el informe de­bía referirse a esa cómoda, el único mueble remotamente parecido a un escritorio. Por lo demás, sólo había sillas, un reloj y lámparas. Si la cómoda desapareció en 1944 y reapareció en 1997, el informe mentía. Una vez más. Salvo que Messer Padre había estado en 1966 en la Cámara y alguien le comentó algo sobre la cómoda...

—Ah, casi me olvido —dijo Irina y continuó—. En 1994 fue rematado en Londres una cabecita de ámbar de unos 15 cm de altura. Posiblemente también pertenecía a la Cámara. Con estos hallazgos más que casuales, el mito fantástico de la Cámara de ámbar parecía convertirse en realidad, pues ahora todos pensa­ban que se iba a hallar la Cámara entera.

—No entiendo nada —digo resignado y confundido Jorge—. ¿De qué está hablando? Entiendo que las tres piezas habían desaparecido, y que el cuadro y la cómoda están de nuevo en su lugar. ¿Por qué dice que la Cámara es un mito fan­tástico? ¿Estamos soñando, o estamos en la célebre Cámara de Ámbar?

—Ah, veo que no conoce las vueltas de la Cámara. De todos modos iba a contar la historia. Bien. Originalmente esta habitación estaba destinada al Palacio de Charlottenburg en Berlín. Fue diseñada por el arquitecto y escultor Andreas Schlüter, que había tenido la idea tan original de decorar las paredes de una de las habitaciones del palacio con pequeñas placas de ámbar. Por mandato del primer rey de Prusia Federico I, en 1706 se les encargó a los expertos en trabajos en ám­bar Ernesto Schacht y Godofredo Turau la realización del costoso proyecto, cuyo

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monto alcanzó la friolera de 30.000 táleros reales. Es que el ámbar era doce veces más caro que el oro. Al morir Federico I en 1713, los trabajos aún no terminados fueron suspendidos por un tiempo. Después la decoración fue instalada en un gabinete del Salón Blanco del Palacio Real de Berlín. Allí se solía reunir el Colegio del Tabaco de la corte.

En 1716, el zar Pedro I el Grande visitó Berlín y vio la Cámara de Ámbar, manifestando el deseo de obtenerla para su colección de arte en San Petersburgo. El hijo y sucesor de Federico I, Federico Guillermo I, quería conquistar al zar como aliado contra Suecia y le hizo grandes regalos, y entre, también la Cámara completa. El zar le devolvió la amabilidad enviándole 55 granaderos de elevada estatura para un regimiento especial.

Los paneles fueron desmontados y trasladados en 18 cajones a Rusia en 1717, donde hubo dificultades en el montaje de las seis toneladas de ámbar. En 1741, la nueva zarina Eíízabeth I, hija de Pedro I, hizo reconstruir la sala en una habi­tación del palacio de invierno. En 1745 Federico el Grande envió algunos agre­gados de ámbar báltico. Una vez terminado todo, la sala fue usada como salón oficial de recepción de visitas. En 1755 hubo un nuevo traslado, esta vez al palacio de verano Tsárskoye Seló; y como el salón previsto para recibirla era mayor, fue necesario agregar 24 espejos venecianos, decoraciones de piedras preciosas, can­delabros dorados y mosaicos florentinos. Sócalos de ámbar al pie de los espejos y decoraciones de estucos en la parte superior, pintados como ámbar, completaban la superficie sobrante. En 1763, Catalina la Grande reemplazó esas pinturas por ámbar verdadero, invirtiendo en ello 450 kilos del precioso material. La Cámara era el orgullo de toda Rusia, carácter que mantuvo incluso tras la Revolución de 1917.

—¿Realmente? —preguntó un anciano—. Casi no lo puedo creer.

—Sí, así fue —respondió Irina—. Cuando el ejército alemán invadió la Unión Soviética, los nazis incluyeron la Cámara en la lista de las obras de arte que debían ser secuestradas. Por el lado local, el encargado de proteger, desmontar y llevar los paneles a un seguro escondite fue Kuchumov; pero al intentar el desmante-lamiento de las placas, las dañó, y entonces simplemente las cubrió con papeles pintados, esperando que los alemanes no detectaran lo que se hallaba detrás de su superficie. Pero no fue así. En septiembre de 1941, los soldados alemanes se apropiaron del palacio, descubrieron los paneles, los desmontaron en 36 horas y los trasladaron en 27 cajones al castillo de Kónigsberg, donde expusieron partes de su robo. Kónigsberg era la capital de Prusia Oriental. Hoy la ciudad se llama Kaliningrado. Un artículo ilustrado en la revista Pantheon reveló que faltaba un

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mosaico florentino. Pero el supuesto reducto seguro de Kónigsberg finalmente fue alcanzado por la guerra en 1944. Dos ataques aéreos ingleses a la ciudad dañaron seis revestimientos de sócalos de la sala; y entonces los paneles fueron nuevamente desmontados y guardados probablemente en cajas en un lugar seguro. Así por lo menos aseguró el cuidador de la sala, Alfredo Rohde. Se estima que ese lugar fue el sótano del palacio. Otros sospechan que Rohde envió las cajas a Alemania. Unos meses después se comenzó con la evacuación de la población. En abril de 1945, el Ejército Rojo conquistó Kónigsberg, pero de la Cámara de Ámbar ya no quedaba ningún rastro. Rohde, por su parte, falleció misteriosamente.

—Pero tantos cajones con semejante peso no pueden disolverse de la noche a la mañana ni desaparecer como por arte de magia— objetó Jorge—. Aquí parece haber gato encerrado.

—Mejor dicho: Ámbar desaparecido. En alguna parte deben haber ido a parar aquellos cajones. Hay más de 100 teorías sobre el destino que les podrá haber tocado, todas ellas basadas en afirmaciones, sospechas y especulaciones. Funda­mentalmente se resumen en dos: los cajones fueron sacados de su escondite antes de la llegada del Ejército Rojo; o descansan hasta hoy en su depósito, por lo visto olvidado, perdido y tapado.

Jorge siguió sin comprender. La Cámara continuaba desaparecida, pero él es-i taba parado en medio de la Cámara.

I —Por lo menos una cosa es segura —indicó Irina—: la suposición de que ¡ los paneles se quemaron no es correcta. El líder de la primera comisión rusa de búsqueda de la sala, Alejandro Brjussow, que había hecho tal afirmación, dijo en 1955 que la sala no se había perdido por el fuego.

El misterio crecía cada vez más.

—La ruina del castillo de Kaliningrado fue demolida por orden de Leonid Breschnew para construir en su lugar la Casa del Soviet de Kaliningrado. Pero

< por problemas de estática no se pudo concluir este edificio, que quedó a me­dio terminar. Dicen que debajo de esa ruina soviética aún existen los cimientos del antiguo castillo con un gran número de sótanos, bunkeres y túneles, donde Podría hallarse el ámbar. Ese sistema subterráneo está lejos de ser investigado y explorado a fondo. Aparentemente algunos accesos fueron dinamitados sobre el final de la Guerra; y ahora hay proyectos de nuevas excavaciones.

—¿Nadie buscó la Cámara? —quiso saber un turista que fotografiaba sin cesar.

L

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—Centenares de personas lo han hecho —aclaró Irina—. Es más. El Minis­terio para la Seguridad del Estado de la entonces República Democrática Alema­nia invirtió millones de Marcos en la búsqueda de los paneles, suponiendo que los mismos fueron llevados al territorio alemán. Esa operación secreta llamada "Puschkin" inspeccionó túneles, montañas, sótanos y casi mil castillos y casas señoriales; controló joyeros y especialistas en ámbar y realizó 130 excavaciones. La última pista que investigaron los detectives hasta el momento del derrumbe de la RDA los llevó a un sistema secreto de galerías subterráneas, en el que 3000 personas habían construido sobre el fin de la Guerra una refinería de combustible para aviones. Ese fue el mayor proyecto secreto de la época nazi, camuflado bajo el nombre clave "Golondrina V", aún no investigado del todo. El resultado de todas estas búsquedas fue siempre el mismo: nulo. Otros buscaron en el Mar del Norte, en submarinos y barcos hundidos y en muchos otros lugares más. Algunos hicieron de la búsqueda la razón de su vida y otros las transformaron en manía. De hallarse los desaparecidos paneles y demás elementos, se calcula que podrían valer hoy unos 125 millones de Euros.

Esta cifra produjo un estallido de asombros y admiraciones. Pero seguía ha­biendo una realidad que no cerraba para nada con lo que los visitantes estaban contemplando: precisamente la abundancia de ámbar por todas partes en esta sala. Sin lugar a dudas se hallaban en la Cámara de Ámbar. Desde el piso hasta el cielorraso, todos los planos, superficies, recovecos, rincones, facetas, ángulos, caras y lados de la sala estaban cubiertos hasta más no poder de planchitas, trozos, paneles, astillas, fragmentos, fajas y molduras del delicado material.

—Discúlpeme, Irina —se atrevió a expresar Jorge—; si los paneles desapare­cieron en 1945 y hasta el momento no fueron encontrados, ¿cómo es que estamos en la Cámara de Ámbar?

—Estaba esperando esa pregunta —dijo Irina con una sonrisa picara—. Esta­mos en la Cámara de Ámbar reconstruida.

—¿Reconstruida? —exclamó el fotógrafo, olvidándose de disparar su cámara.

—Así es.

—-¡Entonces esto es una estafa! —gritó la señora italiana—. Pagué para ver la Cámara de Ámbar, y no una reconstrucción. Voy a hacer una denuncia pública.. •

—Señora, será mejor que la próxima vez lea primero lo que dicen los libros, los folletos turísticos y los anuncios en internet —respondió Irina con calma siberia­na—. Quien se interesa por la Cámara, sabe que ésta aquí es una reconstrucción.

10. La Cámara de Ámbar 131

El reproche dejó boquiabierta a la italiana y a varios turistas más. Irina conti­nuó en el acto.

—En 1976, las autoridades de este palacio resolvieron reconstruir la sala des­aparecida. Para ello se basaron en fotos en blanco y negro del original y en una sola toma en color. Después de algún tiempo, los trabajos fueron interrumpidos por problemas de financiación; pero en 1999 una empresa de gas de Alemania Federal donó tres millones y medio de Dólares, y así los trabajos fueron llevados a buen término. La mayor parte del dinero se fue en salarios. Hasta 1999 traba­jaban unos 20 restauradores; en momentos pico fueron incluso 60. El segundo factor de gasto enorme fue el ámbar mismo. Se requirieron seis toneladas; y de un kilo crudo se pueden obtener apenas 150 a 200 gramos útiles. En el marco de la celebración de los 300 años de San Petersburgo, el 31 de mayo de 2003 el Presi­dente ruso Putin y el Canciller alemán Schróder inauguraron la nueva Cámara.

Irina hizo una pausa. Ahora la Cámara despedía chispas centelleantes.

—¿Así que todo esto fue reconstruido? —se atrevió a decir una joven, soste­niendo la respiración—. ¡Increíble!

—Así es —comento Irina—. Los restauradores hicieron un trabajo excelente en todo sentido. Se han comprometido de lleno con el proyecto y resucitaron técnicas artesanales y tecnologías de los siglos XVII y XVIII, produciendo más de medio millón de piecitas de ámbar.

—¿25 años de trabajo para una sola habitación, y medio millón de piezas de ámbar? —preguntó un setentón con fuerte acento neoyorquino—. ¿Por qué no lo hicieron de material sintético?

No podía haber una propuesta más estrafalaria y grotesca. Una señora dijo con desprecio a su vecina:

—Esa pavada hay que tomarlo como de quien viene. Allá hacen todo de plás­tico barato.

El neoyorquino hizo como que no escuchara. Irina retomó el hilo de la explicación.

—La sala es un símbolo único de las relaciones altamente cambiantes entre Rusia y Alemania. Hasta la inauguración de la reconstrucción, fue un símbolo de la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Ahora es un símbolo lúcido de las excelentes relaciones entre nuestros países. Esta reconstrucción fue un proyecto único en la historia de la cultura.

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Jorge estaba sumido en un profundo silencio. El escritorio no era tal, sino una cómoda; el mueble había desparecido en 1944 y reapareció en 1997; la Cámara entera había desaparecido antes del final de la Guerra en 1945; y la reconstruc­ción fue inaugurada en 2003. Los Messer habían mentido de manera mayúscula. En 1966, año indicado en el informe, no había ni escritorio, ni cómoda ni sala ni nada. Otro punto más en contra de la ampulosa historia, que cada vez más se evidenciaba como historieta de fantasía.

"Valió la pena haber venido a San Petersburgo", caviló Jorge; "tanto para ver la Cámara como para desmantelar otra mentira del informe Messer".

Sumamente contento, Jorge siguió escuchando las explicaciones de Irina sobre los detalles de la decoración. Después de despedirse de la agradable estudiante, completó el recorrido por el Palacio, salió del regio edifico y caminó tranquila­mente hacia el portal de entrada. Una vez fuera del complejo, trató de ubicar algún taxi u ómnibus que lo llevara a San Petersburgo. Grande fue su sorpresa cuando vio a Iván Krapotkin haciéndole seña desde su vehículo estacionado al otro lado de la calle. Se acercó y los dos se saludaron con sincera alegría.

—¿Es casualidad que me haya encontrado?—preguntó Jorge—. No habíamos convenido nada.

—Casualidad a medias —respondió Iván—. Sé cuánto dura un recorrido completo, y entonces suelo volver para esperar a mis clientes.

Jorge abordó el vehículo, y media hora más tarde estaba en su hotel. Convino una nueva salida con Iván para el día siguiente. Alquiló el taxi por todo el día para recorrer algunos de los principales iconos arquitectónicos de la ciudad. Aunque tenía muy poco tiempo, quería disfrutar de algún aperitivo de estos titánicos monumentos culturales.

La cosecha del día había sido excelente. Jorge cenó y luego revisó sus correos electrónicos y el blog sobre el papiro. Seguía destruido y lucía peor aún. Los terribles hackers habían agregado fotomontajes que ridiculizaban absolutamente todo. También había una ristra de leyendas sucias en media docena de idiomas. Y en el centro de la página destrozada lucía una foto de Jorge sentado sobre un dinosaurio, y debajo la inscripción: "Uno que se cree Robin Hood, pero que ter­minará peor que aquel loco. Buen viaje, San Jorge; que te coma el dragón . ¿De dónde se habían enterado del viaje? ¿De dónde habían sacado su foto? ¿A qué alu­día lo del dragón? Jorge se sintió pésimamente mal. Estrujado y aplastado. Tenía la impresión que su extensa gira al servicio del desmantelamiento de la mentira de Jonny Messer iba a terminar en la nada. Que se estaba esforzando inútilmente.

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Que no era ni siquiera un pequeño David, mientras que el ciclópeo Goliat se erguía más y más. Que no podía seguir luchando contra tantos enemigos que las tenían todas a su favor. Ya estaba por llamar a la oficina de su línea aérea para cancelar el resto del recorrido y volver lo antes posible a Buenos Aires, cuando el inconfundible sonido de su computadora anunció que alguien se había conectado con el programa de chateo. Era Gladys. Justo a la hora precisa.

Gladys de inmediato se dio cuenta del pozo en que se hallaba Jorge. A éste le costaba formular con meridiana claridad lo que había cosechado en el día, y más le costaba hablar sobre el blog. Finalmente dejó traslucir que tenía ganas de abandonar todo.

—Ustedes, los hombres, son todos iguales —protestó vehementemente Gladys—. Ante la menor dificultad tiran la toalla. Ahora que me entusiasmé yo también, no vamos a parar hasta desmantelar pieza por pieza la construcción de los Messer y demostrarle al mundo que la verdad es bien otra.

—¿Al mundo? ¿No te parece que ese zapato nos queda inmensamente grande? —planteó Jorge—. Me conformaría con muchísimo menos.

—No, en absoluto. Dije al mundo. Nada menos. Y ahora te diré lo que de­bes hacer —respondió Gladys, que aparentemente se había preparado un guión completo—. Primero le solicitas al director del diario que elimine el blog. Luego le escribes a tu amigo Marino y le pides que te explique qué es eso del "paraguas impermeable" para proteger una computadora. Te acordarás que una vez me ha­blaste de este programa que estaba desarrollando Marino. Si logró terminarlo, que te ayude a proteger el blog. Una vez que el director del diario abra de nuevo el blog con tu artículo, que Marino tome cartas en el asunto, y así ya nadie podrá tocar indebidamente el sitio.

Jorge no sabía qué decir. Gladys era una caja de sorpresas. Recordaba vaga­mente que su amigo le había comentado algo de su "paraguas impermeable" para proteger computadoras. Marino era el hijo de uno de sus profesores, Joaquín del Conde, y manejaba la computadora como pocos. Era un brillante programador, que ya desde temprana edad se había atrevido a inventar programas matemáticos, graficaciones inauditas y complejos juegos que luego repartía entre sus amigos. Efectivamente la solución podía pasar por Marino.

Jorge y Gladys siguieron chateando un buen rato. Luego Jorge envió un pri­mer correo a Marino, planteándole su problema; y después se tiró a la cama. Se sentía pisoteado por diez elefantes. Dio gracias a Dios que Gladys lo había sacado

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del pozo. Su depresión momentánea se había volatilizado; y tuvo ligera vergüenza ante sí mismo por haber querido abandonar su emprendimiento.

A la mañana siguiente, Iván lo buscó muy temprano. Jorge preparó su equipa­je, entregó la llave, pagó y se marchó. Luego del extenso recorrido por la ciudad, Iván lo llevaría directamente al Aeropuerto para tomar el último vuelo de la noche a Berlín.

Recorrieron la ciudad de punta a punta, deteniéndose en los lugares más lla­mativos: la Fortaleza de Pedro y Pablo, la Catedral de San Isaac, el Museo Ruso, el Museo Hermitage y un buen número de monumentos y estatuas. Al llegar a la Avenida Nevsky, Jorge pidió bajar unos minutos. Quería palpar esa sensación de dejarse arrastrar por la abigarrada multitud que fluía por la principal vía co­mercial, financiera y neurológica de la ciudad. Una vuelta por el Malecón del Río Neva con su hermosa vista de los palacios y monumentos más emblemáticos de San Petersburgo completó la gira, acompañada en todo momento por la experta explicación de Iván. El viaje a Pulkovo 2 fue breve; el embarque, rápido; y el vuelo de dos horas a Berlín, tranquilísimo. El Aeropuerto de Tegel quedaba en plena ciudad. Jorge tomó un ómnibus y descendió casi frente a su hotel.

Por la diferencia horaria entre San Petersburgo y Berlín, Jorge tenía un buen tiempo a su favor, así que luego de haberse registrado en el hotel, decidió hacer una excursión por la espléndida ciudad de Berlín, cuyo placentero clima meteo­rológico y humano lo envolvió de inmediato con una cálida bienvenida. No pudo resistir la tentación de ir a ver la "Catedral Francesa", en la que al día siguiente le tocaba continuar con su quij oteada detectivesca. Tuvo que caminar apenas 15 minutos para recibir una primera impresión nocturna sobre su próxima meta. Volvió a su hotel pasada la medianoche.

11. El fulgor de Berlín A las cinco y cuarto, el primer rayito audaz del sol berlinés se filtró por la ventana de la habitación de Jorge, haciéndole cosquilla en el párpado izquierdo. De un salto Jorge estuvo de pie. Siempre había tenido ojos muy sensibles, acaso dema­siado delicados, pues un poco de luz blanca, una brisa o un polvillo invisible lo hacían lagrimear de inmediato. Era tan sugestionable que incluso una conversa­ción sobre la pupila, el iris o el nervio óptico provocaba el mismo efecto. Ahora ya no podía pensar en seguir durmiendo. Pero como a esa hora apenas funcionaba algún servicio de emergencia en la ciudad, optó por revisar su correo electrónico.

Encontró la respuesta de Marino, enviada hacía apenas unos minutos por el noctámbulo amigo al otro lado del Atlántico. Decía que justo había terminado su invento, y que en ese mismo instante estaba preparando la solicitud de paten-tamiento, aún sabiendo que la concesión tardaría en llegar unos cuantos meses. Pero mientras tanto su invento gozaba de una protección provisional. El Paraguas impermeable era un programa que se instalaba adosado a un sitio, una página o un blog. Funcionaba al estilo del conocido cortafuegos, un programa protector para los peligros que acechaban desde la red. Si un atacante intentaba modificar el blog, el Paraguas devolvía el golpe y creaba una falsa pantalla en el monitor del hacker, haciéndole creer que estaba logrando su objetivo en el blog ajeno. Esa falsa pantalla quedaba registrada al estilo de una máscara en un archivo vinculado al blog con el número de IP del atacante; y todas las veces que el hacker ingresaba de nuevo al blog supuestamente desvirtuado, atacado o destruido, la máscara le hacía creer que estaba teniendo éxito. Si ingresaba al blog desde otra computadora y veía el blog intacto, podía creer que su dueño lo había arreglado en el ínterin.

Pero esto era sólo una parte del solemne engaño. Vinculado al Paraguas im­permeable venía un contraprograma que introducía una lanza espía en la com­putadora del atacante que le borraba exactamente la mitad de todos los archivos de texto y de las imágenes, y además le aceleraba el dispositivo que controlaba el movimiento del ratón, volviéndolo totalmente inmanejable.

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Para completar las astucias del Paraguas, su programador había incluido otro detalle. Cada vez que alguien abría el blog, un cartel informaba las direcciones IP desde las cuales se había intentado violentar el blog.

Jorge tuvo que leer varias veces estas explicaciones. Mientras tanto miraba cada rato su reloj para no perder ningún minuto del tiempo dispuesto para la tarea del día. Pero como aún faltaba más de una hora para el desayuno, conti­nuó leyendo con relativa tranquilidad. Le encantaba la computación, pero de programación entendía poco y nada. Tomó su cuaderno de campo y se hizo un esquema, dibujando el servidor del diario, el blog, el Paraguas y el monitor de un imaginado atacante. Luego trazó las líneas de conexión entre estos elementos, agregó las flechas de idas y venidas de señales, y por fin creyó comprender el fun­cionamiento del genial programa de Marino.

Abrió el chat y trató de comunicarse con Marino. El trasnochador seguía firme al pie del cañón. Jorge le agradeció enormemente por toda la explicación y le pre­guntó cómo seguir. Marino le indicó que debía pedirle al director del diario que volviera a abrir el blog, por supuesto arreglado y con el texto original; y que para colocar el Paraguas necesitaba la clave de ingreso al blog. Jorge registró cuidadosa­mente cada paso indicado. No debía permitirse ningún error. Luego de escribirle al director del diario, fue a desayunar.

Caminó nuevamente los quince minutos desde su hotel a la Plaza de los Gen­darmes. Llevaba bien grabado en su memoria que según el informe de Messer, por motivos desconocidos el "papiro de los ricos" pasó de la Cámara de Ámbar al armario del archivo en la "Catedral Francesa", siendo descubierto allí casualmente por un carpintero durante la restauración de la fachada del edificio iniciada en 1967.

Arribó a la Plaza y se tqpó con los dos llamativos edificios que a primera vis­ta parecían ser muy idénticos, designadas coloquialmente "Catedral Francesa' y "Catedral Alemana", respectivamente. Cada construcción se hallaba ceronada por una cúpula sobre un majestuoso tambor con columnas que se levanta so­bre un edificio cuadrado con frentes por tres lados flanqueadas por majestuo­sas columnas. Jorge se paró entre ambos edificios y comenzó a inspeccionarlos detalladamente, pues le intrigaba la gran semejanza entre ambos componentes del conjunto arquitectónico. Al rato, comenzó a descubrir una serie de detalles diferenciados; pero como no estaba aquí para realizar estudios arquitectónicos, abandonó la comparación y dirigió sus pasos a la "Catedral Francesa". Primero quiso conseguirse un folleto turístico o algún libro con una buena descripción del edificio; pero cuando vio que unos cuantos turistas comenzaron a reunirse junto

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a un guía que llevaba un cartel que anunciaba "Catedral Francesa, visita guiada en inglés, una hora de duración", optó por esta modalidad. Se acercó, pagó los cinco Euros que costaba el tour y esperó unos diez minutos hasta la hora fijada.

—Buenos días, damas y caballeros; soy Charlie, como el ex Checkpoint —sa­ludó el guía, granjeándose de inmediato la simpatía del nutrido grupo—. Les doy la bienvenida al conjunto arquitectónico más impactante y majestuoso de Berlín: la Plaza de los Gendarmes con sus dos "Catedrales" y el Palacio de Conciertos. Lo que ustedes admiran aquí es el mayor fulgor arquitectónico de la Capital de Alemania. Y para que quede claro de entrada, las "Catedrales" no son iglesias pro­piamente dichas, sino edificios con una torre con cúpula, sin función religiosa...

—¿Cómo dice? —preguntó una señora con marcado acento francés—. Siem­pre me habían contado que aquí había dos iglesias, una de la congregación alema­na y otra de los refugiados de Francia...

—Tiene razón, señora —calmó Charlie los ánimos—; pero permítame ex­plicar la cuestión. Las torres son construcciones adosadas a iglesias. Vayamos en primer lugar a la verdadera iglesia francesa.

Dirigió al abigarrado enjambre de trotamundos hacia la parte posterior de la "Catedral". Unos pocos escalones conducían a una sencilla y a la vez solemne entrada. Charlie abrió la pesada puerta que giraba muy lentamente en sus goznes, y el racimo de gente se volcó a un edificio en forma de nave rectangular limitada por secciones semicirculares.

—Estamos en la iglesia francesa de Friedrichstadt; y como pueden ver, el in­terior es sumamente sencillo, sobrio y austero, como todas las iglesias calvinistas —explicó Charlie—. Esta iglesia fue construida entre 1701 y 1705 por las autori­dades de Berlín para los refugiados franceses hugonotas, que fueron recibidos en esta ciudad hacia fines del siglo XVII al ser expulsados de Francia por el Edicto de Nantes. Por aquellos años, los refugiados constituían una cuarta parte de la población de Berlín. En el diseño de la iglesia, el arquitecto se basó en el modelo de la iglesia hugonota francesa de Charentón, destruida en 1688.

—Charentón-Saint-Maurice —completó la dama francesa, que no pudo con su genio—. Usted debe saber que mi esposo es profesor de historia de la iglesia en la Facultad de Teología de Estrasburgo, y su hobby son los templos franceses.

—Gracias por la aclaración —respondió Charlie con elegancia—. Sigamos. Ustedes pueden imaginarse que tantos refugiados con otra lengua y de fe calvi-

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nista despertaban no sólo simpatía en Berlín, sino también cierta resistencia entre los locales que eran luteranos.

—Pero la rivalidad no sólo era religiosa, sino que en esa época los berlineses eran más atrasados en materia de manufacturas, industria y comercio —metió nuevamente su pico la consabida dama—. Eso produjo mucha envidia y rivalidad.

—Es cierto. Con el objetivo de mantener la paz entre ambos grupos, las auto­ridades también hicieron construir una iglesia para los locales, llamada entonces iglesia nueva. Es el conjunto llamado "Catedral Alemana" que hace juego con la "Francesa". Posteriormente, entre 1780 y 1785, por mandato del rey prusiano Federico II, se adosaron esas torres con cúpulas a las iglesias. En 1817, se produjo una unión de luteranos y reformados; y la comunidad francesa pasó a formar par­te de la Iglesia Evangélica de la Antigua Unión Prusiana. Pero ya antes de esa fecha la comunidad calvinista había adoptado tradiciones luteranas. Instaló un órgano en 1753, integró himnos en su repertorio originalmente limitado a los salmos e hizo colocar algunas pocas decoraciones en el templo.

Charlie hizo una pausa, durante la cual los visitantes recorrieron silenciosa­mente el espacio sagrado cuya mayor ostentación era su sencillez. Luego les invitó a proseguir el recorrido. Salieron por la misma puerta de acceso, rodearon el edi­ficio e ingresaron por la parte delantera al Museo Hugonota.

—Las iglesias propiamente dichas transfirieron sus respectivos nombres a los conjuntos completos de los cuales se habían vuelto apenas la "parte posterior" — prosiguió el guía—. La designación de "catedral" para la torre sin función religio­sa no se deriva en este caso de una sede episcopal, sino que proviene de la palabra francesa dome, que significa cúpula.

—Si estas construcciones no cumplían función religiosa, ¿para qué las levanta­ron? —preguntó un hombre con bermuda colorida y un gigantesco pañuelo con el que se secaba ininterrumpidamente el sudor que le emanaba de todos los poros.

* —La verdadera función de esas atractivas torres con cúpula eran el despliegue

pomposo y el impacto urbanístico —indicó Charlie—. El modelo lo suministra­ron las iglesias gemelas con cúpulas en la Piazza del Popólo de Roma y la iglesia Sainte-Geneviéve de Paris, el actual Panteón, y algunos otros edificios, amén de la tradición de la arquitectura palladiana. Sobre el lado occidental en la Plaza de los Gendarmes y entre ambas iglesias se halla el bonito Palacio de Conciertos, y frente a este Palacio se levanta la estatua del poeta alemán Friedrich Schiller. En esta Plaza se instala todos los años un mercado navideño en el que se venden ar­tesanías, juguetes, masas, dulces, decoraciones navideñas...

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—.. .y abundante Kitsch —completó la frase un japonés—; ¡así como nos gusta comprarlo!

—Me gusta su comentario —asentó Charlie—; yo no lo habría podido for­mular mejor. Volvamos a la construcción de esta torre. Para su edificación, la co­munidad francesa tuvo que ceder su cementerio, recibiendo como compensación el derecho de usufructo perpetuo de la torre que hoy es propiedad de la Ciudad de Berlín. En el siglo XIX, la torre albergaba las viviendas del sacristán y del por­tero, como también una escuela completa. Desde 1935, funciona aquí el Museo Hugonota de Berlín, que da testimonio de la inmensa importancia que tuvo esta corriente inmigratoria y religiosa para la historia de la ciudad.

—¿Y las Guerras? Tengo entendido que aquí hubo mucha destrucción por los bombardeos —comentó el japonés.

—Exacto. La "Catedral Francesa" fue destruida en la Segunda Guerra Mun­dial. Luego de la reconstrucción de la Iglesia de Friedrichstadt, también fue re­construida la torre con su cúpula entre 1981 y 1987.

Jorge justo estaba mirando dos gordas Biblias francesas expuestas en una vi­trina del Museo cuando el guía dijo esta frase. Aquí había algo que le interesaba vivamente. Haciéndose un poco el distraído, preguntó con cara inocente:

—Disculpe, Charlie, ¿cuándo dijo que se hizo la reconstrucción?

—La torre y la cúpula fueron reconstruidas entre 1981 y 1987. Para la cele­bración de los 750 años de Berlín en 1987, se colocó un carillón con 60 campanas en la cúpula de la "Catedral". El 9 de noviembre de 1989 sobrevino la caída del Muro de Berlín; y finalmente se renovó la fachada de la "Catedral Francesa" entre 2004 y 2006 con un costo total de seis millones de Euros. El 25 de agosto de 2006 fueron concluidas esas tareas.

Jorge había escuchado lo que necesitaba saber. Quedó desenmascarada otra mentira más de los Messer, que habían informado que el papiro fue descubierto aquí durante la restauración de la fachada en 1967. Igualmente decidió plantear una pregunta adicional.

—En algún lugar leí que hubo una restauración en la década del sesenta del siglo veinte...

—No, decididamente que no —replicó Charlie con vigor—; en aquel enton­ces, absolutamente nadie pensaba en la restauración de este edificio. En esos años, las autoridades de la República Democrática Alemana, porque de ésta se trataba,

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tenían que enfrentar otros problemas y necesidades. Y ahora les quiero explicar lo que exhibe este Museo.

Jorge siguió las explicaciones con interés algo menguado, pero no totalmente apagado, pues aquí se encontraba con los testimonios de la confesión protestante de la rama materna de su familia. La mayoría de los protestantes mexicanos eran de origen calvinista, al igual que los refugiados que fueron recibidos en Berlín cuando hacía tres siglos la corona francesa había optado por encerrarse en su pro­pio atraso y expulsar a los hugonotes progresistas.

Al concluir la visita, Charlie agradeció personalmente a cada turista, lo cual le proporcionó mayor simpatía aún y más propinas adicionales. Jorge salió del edificio y recorrió muy lentamente de punta a punta la majestuosa Plaza de los Gendarmes. Charlie no había exagerado. El espacio exhalaba verdaderamente un monumental fulgor. Jorge admiró el Palacio de Conciertos y luego la "Catedral Alemana". Como disponía de suficiente tiempo, visitó la exposición permanente sobre la evolución de la democracia parlamentaria en Alemania, instalada desde 2002 en este edificio.

Luego de comer algo liviano en un restaurante cercano, cruzó nuevamente la Plaza para visitar algunos puntos llamativos más de la esplendorosa Berlín. Ya estaba saliendo del perímetro, cuando vio a un vendedor ambulante con un gorro de piel, parado a la sombra que estaba proyectando la "Catedral Francesa". Un llamativo cartel en alemán, inglés, francés y ruso anunciaba "Copias del Papiro de los Ricos". Sumamente sorprendido, Jorge dirigió sus pasos al improvisado puesto de venta. El hombre había amontonado unos cuantos rollos de papel amarillento sobre una mesita plegable. En el centro un rótulo decía "10 Euros". Jorge le pre­guntó en inglés si hablaba este idioma, ya que él no sabía alemán. El vendedor asintió con la cabeza e inmediatamente desenrolló uno de los papeles y se lo mostró a Jorge. >

Un solo vistazo bastó para que Jorge se diera cuenta del engaño. Era una simple hoja en formato A4, terminada rápidamente con alguna impresora domés­tica. Lucía la primera página del papiro, bajada directamente del sitio del canal estadounidense.

—Cómprese un ejemplar de recuerdo —insistió el vendedor con un fuerte acento que sonaba a Europa Oriental—; es un hermoso souvenir de la "Catedral Francesa", porque este papiro fue descubierto aquí en 1967 y ahora tiene fama mundial. Fíoy ya vendí más de veinte. Éstos son los últimos ejemplares que me quedan. Por diez Euros se puede llevar el suyo.

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—Ah, sí; ¿y cómo encontraron este papiro justo en este lugar?

—Alguien lo olvidó en la caja fuerte de esta iglesia; y cuando renovaron la fachada del templo en 1967, el arquitecto que dirigía la obra descubrió el valioso documento. Dicen que fue escrito por un apóstol de Jesús, me imagino que usted sabe quién era ese Jesús. El fundador de la iglesia cristiana.

—En verdad, muy interesante —respondió Jorge con cara de inocentón—. ¿Y qué diría usted si yo le digo que la fachada del templo se renovó recién 40 años después de 1967? ¿No lo sabía? Dígame, ¿usted tiene permiso para montar aquí un puesto de venta ambulante?

El improvisado ataque al espurio mamarracho surtió efecto inmediato. El ven­dedor, que olía una amenaza peligrosa para su lucrativo negocio con el fraudulen­to impreso, abrió sorprendido los ojos, se quitó su gorro de piel, murmuró algo en un idioma eslavo y tartamudeó una explicación.

—Es que... bueno... mire... de algo hay que vivir. Veo que usted conoce la historia, así que le puedo confiar que sé muy bien que esto es puro invento. Pero la gente quiere llevarse un souvenir de la "Catedral". Antes vendía llaveros y va­sos berlineses; pero unos californianos me preguntaron dónde podían conseguir copias del "papiro de los ricos" que había sido encontrado en esta "Catedral"; y con la falta de trabajo y la recesión, sabe, señor, olí un buen negocio. Entonces me informé sobre el "Papiro" y... bueno, cambié de ramo. Usted sabe, señor, la gente quiere ser engañada y además paga por ello. A muchos les gusta que les mientan, y yo vivo de eso. Un negocio perfecto. Esta hojita no le hace mal a nadie.

—Pero difunde una mentira sobre Jesucristo y el cristianismo —replicó Jor­ge—; ¿le parece que eso es algo tan inocuo?

—Jesús no me paga ningún sueldo, y yo no puedo vivir del aire y del amor. Así que, ¿se va a comprar un ejemplar o no?

—No. Me lo imprimo yo mismo. Y ahora debo irme, pues me pidieron una entrevista en la Radio de Berlín sobre el "Papiro". Me parece que tendré que con­tar que lo están vendiendo a diez Euros detrás de la "Catedral Francesa"...

Dicho eso, saludó y se fue con rápidos pasos. Antes de meterse en una ca­lle lateral, volvió a mirar para atrás. El vendedor ya no estaba más en su lugar. Jorge se dirigió a la Avenida Unter den Linden, la recorrió unas cuadras y luego negoció con un taxista una gira de tres horas por las principales arterias de Ber­lín. No se trataba de un taxi tradicional. Se parecía a esos triciclos a tracción de sangre humana de la India y China, con un mecanismo de bicicleta movida por

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el conductor. Pero a diferencia de los vehículos orientales, los "City-Cruiser" de Berlín tenían un motorcito eléctrico de apoyo para el arranque y trayectos empi­nados. Jorge pasó tres horas espléndidas. Su conductor era un libro abierto que le explicaba detenidamente las bellezas de su ciudad.

Cansadísimo, pero muy contento, volvió a su hotel. Tuvo que pensar que el informe de los Messer seguía un patrón perfectamente identifícable: los lugares mencionados existían; muchos detalles eran correctos, pero no todos; y sobre todo no coincidían los tiempos. Pareciera que todo estaba hecho para "cazar bo­bos". Claro, buena parte de los turistas tomaba fotos de los lugares; pero pocos se dedicaban a revisar la historia y las líneas de tiempo.

Mañana le esperaba una nueva hazaña a Jorge, esta vez en tierras helvéticas.

12. Psicólogos ilustres

Jorge se levantó muy temprano, empaquetó sus cosas y tomó el ómnibus al Aero­puerto de Tegel. Media hora después estaba sentado en la sala de embarque, y una hora más tarde el aparato pintado de rojo y blanco se elevó rumbo a Zúrich. El vuelo duró una hora y 30 minutos, un tiempo casi insuficiente para disfrutar del desayuno y del precioso tapiz verde que se extendía allá abajo.

En el Aeropuerto de Kloten, Jorge tomó un tren que lo dejó en la estación central de Zúrich. Con calma caminó los pocos metros a su hotel y se instaló cómodamente. Como aún era temprano, aprovechó la oferta de desayunar. In­mediatamente se sintió a gusto en esta ciudad; y aunque no podía explicar en qué consistía la diferencia con respecto a Berlín, notaba que estaba en otro ambiente. Ni mejor, ni peor, pero sí diferente.

Como aún le quedaba suficiente tiempo, Jorge resolvió atender su correo elec­trónico y ver por dónde andaba el trámite del blog. El director del diario le había escrito que su webmaster había rehecho íntegramente el blog gracias a las copias de seguridad que se hacían diariamente. También le envió las claves para ingresar a la estructura del blog. Jorge fue al blog, y efectivamente éste estaba intacto. Transmitió de inmediato las claves a Marino. En la Argentina eran las cinco de la madrugada, un momento hermoso para dormir en este mes de mayo; pero Mari­no igualmente seguía despierto frente a sus aparatos. Prometió instalar el Paraguas impermeable y de paso informó que había logrado enviar su invento a la oficina de patentes, solicitando un trámite ultrarrápido por intermedio de Ricardo, un brillante abogado de origen armenio, gran amigo de la familia. Marino prometió que dentro de una hora iba a estar lista la instalación del sistema de protección. Jorge le preguntó si se podían seguir enviando comentarios como de costumbre al blog; y qué pasaba con aquellos que tuvieran contenido obsceno, injurioso u ofensivo. El genio había pensado también en esto. Explicó que le había pedido un listado de los términos groseros, sucios y vergonzosos en los principales idiomas occidentales a su padre; y que luego colocó esta larga lista a la manera de filtro

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selectivo en el programa, de manera que si un comentario contenía uno de esos vocablos, el programa lo descartaba automáticamente.

Jorge no supo cómo agradecerle a Marino por su ayuda. "Lástima que por ahora no podemos difundir absolutamente nada de todo esto, porque este in­vento será una sensación mundial", fue su razonamiento antes de cerrar la com­putadora y emprender el camino al Instituto Jung, pues por ahí debía comenzar la búsqueda. Había encontrado el sitio del instituto en internet. Quizá podían suministrarle allí algún dato o rastro.

Jorge tomó un tren de Zúrich a Küsnacht, sede del Instituto, y caminó unos diez minutos desde la estación del ferrocarril, siguiendo el plano que había solici­tado en el hotel. De camino al Instituto, recapituló los datos del informe Messer. Decía que alguien había comprado el papiro por cuatrocientos mil Francos para donarlo a un instituto dirigido por el psicólogo Jung. También aclaraba que Rich Messer había hallado este dato en un informe proporcionado a un diario de Zú­rich por la señora Ruth Bütli, bisnieta de la amiga de infancia del psicólogo Jung, llamada Margarita Erni. El informe concluía con un dato decepcionante: antes de ser entregado al instituto, el papiro fue robado y desapareció de la vista.

La puerta principal del Instituto aún permanecía cerrada. Pero justo cuando Jorge quiso tocar el timbre, la secretaria de la recepción abrió la puerta. Era una dama alta y delgada y lucía un impecable vestido blanco, con un prendedor en forma de escarabajo egipcio de amatista violeta con patitas y antenas de plata. Jorge no pudo determinar la edad de la señora. Quizá ya estaba muy cerca de su retiro.

—Grüezi wohl! —saludó amablemente la dama en dialecto suizo alemán.

Al percatarse que la primera visita de la mañana no entendía el dialecto local, cambió de inmediato al inglés.

—Mucho gusto, soy Christa Lüniger —se presentó la dama—; soy jubilada, pero sigo atendiendo de tanto en tanto como voluntaria la Secretaría del Institu­to. Bienvenido. Pase, por favor. ¿En qué puedo servirle?

Jorge entró a la sala de recepción y explicó que estaba interesado en historia antigua y que se había enterado de la existencia de un manuscrito copto que lle­vaba el nombre del ilustre psicólogo Jung. Buscaba más información sobre este documento y la colección entera.

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—Oh, entonces tengo una noticia buena y una mala para usted —respondió la dama acompañando ambos epítetos con una mímica insuperable: una sonrisa fulgurante y una mueca de desánimo total, respectivamente.

—Dígame entonces primero la mala —pidió Jorge.

—La mala es que el Códice Jung, pues así se llama el documento, ya no se halla en Suiza, sino en Egipto. Y la buena es que le puedo contar todo lo que le interese sobre Jung mismo, este Instituto y el Códice. Algunas lenguas malas me consideran una especie de "archivo viviente", y eso que recién tengo 87 años...

—¿87 años? ¡No lo puedo creer! —dijo Jorge con cara asombrada—. Le daba muchísimo menos.

—Ah, veo que usted es un verdadero galán, que para agradar a una dama se atreve a mentir. Deben quedar muy pocos de su tipo. Hoy la gente es agresiva, provocadora y violenta.

—No, créame, se lo digo con total honestidad. Le felicito. Bien, si tiene un poco de tiempo, cuénteme algo sobre Jung, el Instituto y el Códice.

—Con muchísimo gusto. Cari Gustav Jung nació el 26 de julio de 1875. Estudió medicina en Basilea, y de 1900 a 1909 fue psiquiatra en Zúrich, donde introdujo juntamente con Eugen Bleuer el psicoanálisis de Freud a la psiquiatría local. Pero después de seis años de amistad con su colega austríaco, Jung rompió con éste en 1912...

—¿Por qué?

—Por diferencias teóricas en sus respectivos enfoques profesionales. A partir de ese momento, Jung creó su propia psicología analítica. En 1904 se casó con Emma Rauschenbach. Tuvieron cinco hijos. En 1935 fue designado profesor de la Universidad de Zúrich y en 1944 pasó a enseñar psicología en la Universidad de Basilea. Vivió aquí en Küsnacht, y aquí también fundó este Instituto que lleva ahora su nombre. ¿Puedo servirle un café?

—Con mucho gusto. Soy cafetero. En mi país se toma muchísimo café, y en la patria de mis abuelos maternos hay por lo menos cincuenta maneras de prepararlo...

—Ah, disculpe mi curiosidad, ¿puedo preguntarle de dónde viene usted? — dijo la dama con delicadeza—. Veo que no es suizo; pero no logro distinguir su procedencia. Usted habla demasiado bien el inglés como para delatar su origen.

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—Gracias, no es para tanto. Vengo de la Argentina; mis abuelos maternos son mexicanos; y por el lado paterno soy una mezcla de Argentina, España, Brasil y Suiza. Mi árbol genealógico es una enmarañada jungla.

—¿Suiza también? Así me gusta —dijo la dama—. Y le digo algo más: quienes habitamos la Confederación Helvética somos también una mezcla impresionan­te. Cuatro etnias, cuatro lenguas oficiales (y para entendernos entre nosotros a veces tenemos que hablar inglés), dialectos de otros dialectos, cada Cantón con sus tradiciones... pero nos entendemos. Espere, que le hago un café. ¿Con leche y azúcar?

—Sí, por favor.

La dama salió de la sala y a los pocos minutos volvió con una bandeja con dos tazas y un platito lleno de bombones de chocolate. Se sirvieron, y luego la dama continuó.

—Jung creó este instituto como fundación sin fines de lucro en 1948 para fo­mentar la formación de cuadros en psicología analítica y psicoterapia. El instituto continúa haciendo esta tarea, cultivando la herencia del fundador, desarrollando su sistema y completándolo con los resultados de nuevas investigaciones.

—Vi en internet que ofrecen cursos, conferencias y seminarios.

—Así es. El instituto es un lugar de encuentro para estudiantes, investigado­res y docentes de todo el mundo. También tenemos una biblioteca con más de quince mil libros y revistas especializadas. Aquí recibimos todo lo que se publica a nivel mundial sobre la psicología y la psicoterapia de Jung. Nuestro fundador ha sido un gran pensador que puso sus esfuerzos al servicio de la humanidad.

Hizo una pausa para permitir que esta síntesis sobre Jung se impregne en la comprensión del visitante. Insistió que Jorge comiera otro bombón -era el sex­to—, ya que tenía dos cajas mis en la gaveta de su escritorio.

—Los tengo que cerrar bajo llave, son demasiado tentadores para quienes tra­bajan aquí —dijo la dama con una sonrisa picara—. Los reservo para visitas muy especiales, como usted.

—Muchas gracias. Cuénteme, por favor, algo sobre el manuscrito copto con el nombre de Jung.

—El llamado Códice Jung pertenece a un conjunto de trece códices hallados en Nag Hammadi, en Egipto —dijo la señora—. Se trata de literatura cristiana gnóstica en versión copta. Uno de esos códices se les escapó a las autoridades y

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parece que fue vendido a un coleccionista particular en los Estados Unidos. Gilíes Quispel, un historiador holandés, se interesó por ese códice y decidió comprarlo en nombre del Instituto en 1952.

—Ah.

—El códice contiene la Oración del Apóstol Pablo, el Libro Secreto de San­tiago, el Evangelio de la Verdad, el tratado sobre la Resurrección y el Tratado Tripartito. Son textos de incalculable valor para conocer la filosofía y la teología gnósticas. Perdón, ¿sabe lo que es eso?

—Sí, estudié teología y soy un enamorado de los primeros siglos del cristianismo.

-—¡Oh, así que estudió teología! Le felicito. Tengo un hijo que también estu­dió teología. Fue pastor en Friburgo y en Ginebra. Se jubiló el año pasado. Le sigo contando sobre el Códice. En homenaje a nuestro fundador, nuestro Director Meier decidió ponerle el nombre de "Códice Jung". Jung se opuso a ello y dijo que no quería ser el centro de una celebración, y que tampoco quería que el Códi­ce sea bautizado con su nombre. Pero ya era demasiado tarde. El 15 de noviembre de 1953 -y lo recuerdo como si fuera ayer— estábamos de fiesta en el Instituto. Hicimos una celebración pública para festejar la compra del Códice y ponerle el nombre previsto. Una vez publicado el texto, el manuscrito fue devuelto a Egipto, como corresponde, ¿no le parece?

Sin esperar una respuesta, la dama tomó las dos tazas, las colocó con elegancia sobre la bandeja y marchó a la cocina. Al rato volvió con las tasas llenas. El aroma del café se fusionaba con la emanación característica de una biblioteca, mezcla de papel, tinta de imprenta y peso de décadas. Jorge se sentía totalmente en casa. Era bibliófilo, bibliómano y caféfilo, todo junto.

—Seguramente usted sabtá —continuó la señora— que en el año 2000 Frie-da Nussberger-Tchacos adquirió otro códice copto, que contiene el evangelio gnóstico apócrifo de Judas y otros textos. Lo llamó "Códice Tchacos" en honor a su padre Dimaratos Tchacos, y lo transfirió a la Fundación Mecenas para el Arte Antiguo, de Basilea. Como usted puede ver, Suiza se preocupa por rescatar documentos coptos antiguos.

—Sí, conozco ese texto y también su historia. Y ya que estamos, me permito preguntarle algo —dijo Jorge lentamente, tratando de elaborar una formulación adecuada—. En algún lugar leí que alguien compró otro códice de papiro para

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entregarlo directamente al fundador del Instituto Jung en persona, creo que en enero de 1968. ¿Qué hay de cierto en esto?

—Ah, ¿de dónde salió este dato?

—Recuerdo que la nota decía que la información fue brindada por Ruth Büt-li, bisnieta de Margarita Erni, amiga de infancia de Jung.

—No conocía esta historia, pero la información que usted me da contiene varios errores y confusiones.

La dama hizo una pausa y observó de reojo y con cierto condimento de picar­día a Jorge, mientras éste hacía un esfuerzo descomunal para aparentar serenidad imperturbable. Por dentro hervían todos sus nervios. Nuevamente había llegado muy cerca de una pista, y otra vez se anunciaban incorrecciones.

—En primer lugar, Jung falleció en 1961 —retomó el hilo la señora—; para ser bien exactos: el 6 de junio de 1961. Lo recuerdo perfectamente, porque fue el cumpleaños de mi hermano. Ahí tenemos un primer error. Yo conocía a Ruth Bütli; fue secretaria honoraria de la Universidad y colaboraba ocasionalmente con nuestro Instituto, pero ella falleció en 1965. Ahí tiene el segundo error. Ruth Bütli, por su parte, no fue bisnieta, sino nieta sobrina de Margarita Erni. Tercer error. Y Margarita Erni no fue amiga de infancia de Jung, sino del pastor y psi­cólogo Pfister. Cuarto error. Por otra parte, Margarita permaneció soltera, jamás tuvo hijos ni adoptó alguno. Así que difícilmente pudo haber tenido una nieta. Evidentemente alguien confundió un montón de datos.

—¿Dijo Pfister? ¿Quién fue Pfister? —preguntó algo desconcertado Jorge, pensando en una nueva pista—. Reconozco que no lo conozco.

El semblante de la amable dama cambió ligeramente de matiz, como no que­riendo creer que alguien no .conociera a Pfister. Pero era tan cortés para no hacerle sentir a Jorge su ignorancia.

—Oskar Pfister fue un pastor y psicoanalista suizo, nacido en 1873 y fallecido en 1956. Fue compañero de escuela de mi padre. Lo llegué a conocer personal­mente. Fue hijo de un pastor reformado; estudió teología, psicología y filosofía en Basilea y Zúrich y se doctoró en filosofía. Durante muchos años fue pastor. Tuvo interesantes contactos con los socialistas religiosos, ese grupo de Leonardo Ragaz; usted seguramente los conoce.

—Sí, leí algunos textos de Ragaz. Su planteo y su lucha por la paz me parecen sumamente desafiantes.

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—Me alegra que le interese este campo. Yo también lo siento así. Sigo con Pfister. Durante tres décadas mantuvo una intensa correspondencia con Freud. Discutieron muchos temas teológicos y religiosos. Fue pionero de la psicología suiza. Lo peculiar de su trabajo fue su combinación de teología y psicología, como dos disciplinas que consideró compatibles. Aplicó la psicología en la cura de al­mas de sus fieles. Eso le trajo varios problemas con las autoridades eclesiásticas, que lo sometieron a interrogatorios, pero Pfister siempre salió triunfante. Tam­bién incursionó en la aplicación del psicoanálisis en el campo de la educación.

—¿Tuvo contacto con Jung?

—Pues, claro —dijo la dama—; los dos entablaron una hermosa amistad. Sos­pecho que además de la psicología, también los unía el hecho de ser ambos hijos de pastores. Pfister se hizo miembro de la Asociación Psicoanalítica de Zúrich, fundada por Jung. En 1919, creó la Sociedad Suiza de Psicoanálisis, juntamente con Emil Oberholzer y Hermann Rorschach...

—¿El Rorschach del famoso test? Lo hice una vez hace años.

—Exacto. El Rorschach que creó el test que lleva su nombre.

—Dígame —dijo pausadamente Jorge, mientras tomó otro bombón, posible­mente el octavo—; a excepción del austríaco Freud, ¿todos los psicólogos ilustres fueron suizos?

—Bueno, digamos humildemente que no todos, pero sí unos cuantos.

—¿Y ese papiro o, digamos, supuesto papiro?

—No sé absolutamente nada de otro papiro —afirmó la dama—. Le aseguro que conozco cada personaje, cada gaveta, cada hoja, cada libro y cada registro de este Instituto; pero jamás escuché algo de un papiro que se haya querido integrar a nuestra Biblioteca en 1968.

—Le creo. Me dio suficientes muestras de su brillante memoria y sus conoci­mientos enciclopédicos.

Los dos siguieron conversando un rato más sobre el Instituto, su fundador, los programas que se ofrecían y la vasta biblioteca. Afuera, los rayos atrevidos del sol primaveral esbozaban millones de figuras constantemente cambiantes sobre la su­perficie del hermoso Lago de Zúrich. Cuando Jorge finalmente quiso despedirse, la dama lo sorprendió con una oferta:

—¿Está muy apurado o tiene tiempo para permitirme invitarlo a almorzar? Conozco un estupendo restaurante a orillas del Lago.

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150 El papiro de los heos

Jorge aceptó con muchísimo gusto. La dama cerró la puerta del Instituto, y ambos caminaron los escasos cien metros hasta el restaurante, donde disfruta­ron de un exquisito almuerzo. Luego de dos agradables horas, Jorge se despidió sumamente agradecido de Christa Lüniger. Tomó el tren a Zúrich, y una hora más tarde estaba instalado en su habitación en el hotel y sacó un balance. Jonny Messer o su padre -a esta altura, realmente no importaba quién de los dos— había mentido una vez más. La sarta de falsedades olía cada vez peor.

Prendió su computadora y se conectó con Gladys. Grande fue la alegría allá en Barcelona. Se contaron las novedades del día; y luego Jorge, con tono eufórico, le comunicó que tenía pensado elaborar un primer informe sobre la gira y colocarlo ya mismo en el blog, a lo cual Gladys le respondió que eso no era recomendable, pues si los datos de los lugares faltantes se evidenciaban como ciertos, el blog perdía todo crédito; y, además, una vez concluida la gira y recopilada toda la información, el golpe de efecto sería muchísimo mayor si todos los datos de los Messer se evidenciaban como inexactos. Jorge tuvo que darse cuenta que Gladys tenía razón. Ella había pensado un tramo más allá del arrebato extático producido por los primeros éxitos. Confirmaron el próximo encuentro en Madrid-Barajas para viajar juntos a Salamanca, y se dieron mutuamente las buenas noches.

A la mañana siguiente, Jorge tomó un tren a Lucerna y fue directamente al cementerio de la ciudad. Sentía la obligación moral, familiar y espiritual -y por qué no, también económica- de visitar la tumba de quien le había beneficiado de tal manera. Al estar en posesión de la identificación, encontró el sepulcro al breve tiempo entre las interminables hileras de sepulturas del camposanto. Hasta la necrópolis exhalaba perfección suiza. Jorge quedó más de una hora frente a la tumba de Roswitha von Kánel, meditando en silencio sobre el paso de las genera­ciones y agradeciendo a Dios porque esta anciana le había posibilitado hacer algo en defensa de su fe. Luego volvió caminando hasta la estación del ferrocarril; pero antes de tomar el tren a Zúrich, decidió disfrutar primero de la espectacular vista del Lago de los Cuatro Cantones y del barrio antiguo de la ciudad.

Llegó a Zúrich cuando ya no faltaba mucho para la hora de la cena. Recorrió la larga vía desde la estación hasta el Lago de Zúrich, luego fue a cenar y finalmen­te volvió a su hotel, disponiéndose a descansar. Al día siguiente le tocaba hacer dos vuelos, primero a Frankfurt y luego de allí a Madrid. Si bien había conexión directa de Zúrich a Madrid, por cuestiones de la compañía su pasaje tenía esas idas y venidas. Durmió relativamente mal, atribulado por un sueño rarísimo. Jonny Messer apareció en la televisión con un juego de naipes y anunció que iba a adivinar la mala suerte de quienes no confiaban en él. Sacó tres cartas al azar

V 12- Psicólogos ilustres 151

y las enseñó a la cámara. Eran las láminas 2, 10 y 5, respectivamente, del test de Rorschach, con algunos retoques. En la primera, Jung y Pfister, tomados de las manos y ambos con gorros frigios diseñados por Rorschach, bailaban alrededor de una fogata que había hecho Freud. Allí se estaba quemando el "papiro de los ricos". Cuando Jonny vio el fuego, se asustó y lo quiso apagar, pero no logró su cometido. En la segunda carta, dos cangrejos azules salían de una biblioteca anti­gua y se dispusieron a comer a un enanito que llevaba una lanza y estaba sentado sobre un diminuto caballito blanco. La figurita había saltado desde el público al televisor y blandía exasperadamente su lanza. Jonny tuvo que esquivar unos cuantos lanzazos. En la tercera carta, una polilla negra comenzó a comerse la vestimenta de la pequeña figura, transformándose de repente en un vampiro que quiso chuparle la sangre al enano para participar así en el festín de los cangrejos. Entonces el enanito comenzó a crecer hasta alcanzar una estatura gigantesca, y entonces liquidó con su lanza a los cangrejos y al vampiro. Mientras tanto, Jung y Pfister seguían danzando alrededor del montículo de ceniza al que quedó redu­cido el papiro. Se reían a carcajadas del "adivino". Este, ante el total descontrol de su función y la súbita aparición de Freud y Rorschach en persona que se le acercaron con gigantescas jeringas, tiró las cartas al piso y escapó corriendo.

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13. La Políglota de Salamanca

Cuando Jorge se despertó, anotó cuidadosamente todos los detalles del sueño. "Tengo que hablar con algún profesional sobre esto; me intriga lo que me está queriendo decir mi inconsciente", pensó en voz alta, mientras preparaba sus co­sas. Dejó el hotel, fue a la estación del ferrocarril, tomó el primer tren a Kloten y se dispuso a enfrentar una nueva etapa de su aventura.

El vuelo a Frankfurt duró algo menos de una hora. Después de dos horas de espera, Jorge abordó el aparato rumbo a Madrid-Barajas, donde arribó luego de dos horas y treinta minutos de espléndido vuelo. Los 1470 kilómetros pasaron literalmente volando. Jorge disfrutó especialmente del panorama de los Pirineos. Siempre había querido ver esta curiosa formación orográfica. Ahora la aprecia­ba desde arriba bajo el cálido sol del mediodía. Tal como lo habían convenido, Gladys lo estaba esperando en el hall principal del Aeropuerto. Pero no había llegado con las manos vacías. Firme como un faro en medio de una masa casi infi­nita de gente, Gladys sostenía un enorme cartel con una inscripción en castellano, escrita con letras griegas: Bl£V(3£VÍ5o AÍSep Av"riTTC(TTÍpO. La sorpresa de Jorge fue mayúscula. La gente pasaba frente al cartel, algunos trataban de descifrar la curiosa leyenda, otros tomaban fotos, una chica le preguntó a Gladys qué decía la inscripción, y un hombre llegó a leerlo en voz alta a sus compañeros de viaje.

—"Bienvenido, Líder antipapiro"; pues, oye, hombre, esa niña debe ser la hija de algún personaje griego importante —dijo con marcado acento gallego—. Pero no puedo imaginarme de qué país será. ¿Vosotros tenéis alguna idea?

El grupo continuó su marcha y se perdió en la muchedumbre, y Jorge tuvo que abrirse paso entre la marea interminable de pasajeros. Cuando por fin estaba con Gladys, celebraron efusivamente el reencuentro. Luego de algunos minutos muy personales, se dirigieron a la salida del Aeropuerto y tomaron un ómnibus a Madrid. Durante el recorrido de los doce kilómetros, Gladys no paraba de hablar. Es que se le desbordaban el corazón, la mente, la boca y nuevamente el corazón. Ambos se sentían muy felices y llenos de energía. En la Capital, tomaron un taxi

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a la Estación de Tren de Madrid-Chamartín. Aún les quedaba media hora hasta la salida del cuarto de los cinco trenes diarios a Salamanca. Fueron a tomar un café y Gladys seguía hablando, contando, conversando, informando, preguntando y platicando.

El tren partió puntualmente. Estaba totalmente repleto. Mitad turistas y mi­tad estudiantes. Desde hacía siglos, Salamanca atraía a estudiantes y visitantes. Luego de un viaje tranquilo de dos horas y casi treinta minutos estaban en la singular urbe junto al Río Tormes, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1988; en 2002, Capital Europea de la Cultura y en 2010, Ca­pital Europea del Deporte. Grandes honores para una gran ciudad, aunque ella propiamente dicha tenía apenas 155 mil habitantes y su área metropolitana sólo llegaba a los 207 mil.

Jorge y Gladys fueron a un hotel, dejaron sus cosas y se dispusieron a dar un paseo por la grandiosa urbe.

—Tengo entendido que Salamanca es Patrimonio de la Humanidad —dijo Gladys, mientras caminaban por una pintoresca vía—. ¿A qué se debe esta honra?

—A su patrimonio arquitectónico —respondió Jorge—. Tiene dos catedrales, la Vieja y la Nueva; la Plaza Mayor, la Universidad, las Escuelas Mayores, el Con­vento de San Esteban y varias reliquias culturales más.

Encontraron un restaurante con mesas al aire libre y macetones gigantes con flores de todo tipo entre las mesas. Unos faroles sostenidos por columnas de hie­rro forjado regalaban una luz amarillenta y envolvían a los comensales que apro­vechaban la cálida noche salmantina. Casi todos eran jóvenes. Claro, el mayor imán de la ciudad era su celebérrima Universidad.

Luego de asfixiar el hambre más urgente, Jorge con un calderillo bejarano y Gladys con patatas revueltas, le tocó el turno a Jorge de contar sus múltiples peri­pecias tras la verdad sobre el papiro. Pinchando con su tenedor un pimentón con perejil que sobró del manjar de Gladys, dijo finalmente:

—Como ves, hay una especie de patrón en la historia de los Messer. Los luga­res existen, muchos datos son reales, pero siempre hay detalles que no coinciden. Esto es así sobre todo con las fechas indicadas, que no concuerdan con las reales. Tengo la impresión que se trata de una gigantesca historia fabricada específica­mente para este fin.

— O para algún otro —replicó Gladys—; qué sé yo, quizá Jonny tomó una novela de viajes y la aplicó a su papiro.

13. La Políglota de Salamanca 155

Jorge no había pensado en esa posibilidad. La suposición parecía tener lógica. Se propuso tenerla en cuenta.

—¿Y qué haremos mañana? —preguntó Gladys—. Me cuesta enhebrar todos los pasos.

—Mañana iremos a la Biblioteca de la Universidad de Salamanca. El informe Messer indica que alguien halló una referencia al papiro en una hoja con anota­ciones que algún investigador dejó entre las páginas de la Biblia Políglota Com­plutense en dicha Biblioteca.

—¿Cuándo fue eso?

—En 1968.

—¿Te parece que aquella hoja aún se halla en esa Biblia? —reparó Gladys—. Estamos a más de cuatro décadas de aquel momento.

—Claro que no tengo ni la más mínima esperanza de encontrar la hoja —res­pondió Jorge—; pero quizá algún bibliotecario recuerde algún dato, una huella, una pista. Esos tipos suelen ser archivos ambulantes.

Volvieron al hotel, se instalaron y descansaron de manera espléndida. Luego de un fabuloso desayuno emprendieron la marcha a su destino de este día. A medida que cruzaban la ciudad, Jorge iba informando a Gladys sobre la célebre Universidad de Salamanca.

—Aquí se encuentra la universidad más antigua de toda España. Fundada en 1218, fue la primera de este continente que obtuvo el título de Universidad en 1253. Su fama se equipara a las Universidades de Oxford, Salerno, Bolonia, La Sorbona, Padua, Cambridge, Montpellier. Se formó a partir de las Escuelas de la Catedral. Aquí se discutió sobre la viabilidad del plan de Cristóbal Colón de llegar a Oriente navegando hacia Occidente. Después se discutió sobre si los aborígenes americanos tenían plenos derechos o no. Muchas innovaciones del derecho tuvieron lugar en esta Universidad. La fama de este centro era tal que cada año llegaban miles de nuevos estudiantes, y su flujo de dinero le vino muy bien a la monarquía.

Jorge hizo una pausa y tomó algunas fotos del portal de la Universidad. Luego continuó.

—Aquí estudiaron las primeras estudiantes universitarias del mundo: Lucía de Medrano y Beatriz Galindo, que también llegó a dar clases. Durante la ocupación francesa, que tan bien nos vino a los independentistas latinoamericanos porque la

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corona española estaba ocupada en otras cosas y no pudo intervenir militarmente en sus colonias, se robaron muchísimos libros de esta Universidad. Con los siglos, una buena parte volvió a sus estantes originales.

—¿Conoces a gente famosa que haya pasado por aquí?

—Claro: Fray Luis de León, Fray Bernardino de Sahagún, San Juan de la Cruz, Francisco de Vitoria, Santo Toribio de Mogrovejo...

—¿Tantos santos? ¡Pobres profesores!

—Aquí fueron estudiantes y docentes comunes. Recién después fueron cano­nizados. Sigo. Antonio de Nebríja...

—¿El de la primera gramática del castellano?

—Exacto. Continúo: Hernán Cortés, el Cardenal Mazarino, Luis de Góngo-ra, Miguel de Unamuno, Calderón de la Barca.

—¿Cortés, el conquistador de México; y Gongora, el gran poeta?

—Así es.

—¿De dónde sabes tantas cosas sobre la Universidad de Salamanca?

—En 2002, nuestro profe Joaquín del Conde participó en el Congreso Bíbli­co Español, realizado aquí en Salamanca; y a su regreso nos presentó un amplísi­mo informe sobre el evento y la ciudad.

Llegaron al edificio de la Biblioteca de la Universidad. Tuvieron que esperar unos minutos hasta que el portero abriera con parsimonia el solemne portal. Lo hizo a las 8,30 en punto, con cara plenamente consciente de la importancia de "su" Biblioteca. Una vez abiertos y asegurados ambos batientes, el portero anun­ció con voz aparatosa:

—Damas y caballeros, en diez minutos comienza una visita guiada a la Bi­blioteca. Quien de vosotros tenga intención de participar, pues, que se anote con nombres y apellidos, dirección, teléfono y número de documento en la lista que se halla sobre la mesa de entrada.

—¿Anotarse así para una visita guiada? —preguntó Gladys—. ¿Es necesario eso?

—Aparentemente es así —respondió Jorge—. Me imagino que es para res­guardar mejor el patrimonio de la Biblioteca. Es decir, para prevenir que los libros salgan a "pasear".

13. La Políglota de Salamanca 157

En ese momento hizo su aparición el guía, un hombre de bastante edad, de estatura muy baja y con voz chillona. Se movía constantemente, como si tuviera mercurio en alguna parte de su cuerpo; y cada tanto se elevaba sobre la parte de­lantera de sus pies, sumando así varios centímetros a su reducida estatura.

—Buenos días, damas y caballeros. Mi nombre es Julián Juan de Sahagún del Valle, como el Patrono de esta ciudad, San Juan de Sahagún. Vosotros podéis llamarme simplemente Don Juan.

—"Don Juan", ¿como el de Tirso de Molina? —preguntó una dama de la cuarta edad—. ¡Pues me pongo colorada!

—No tema, bella dama —respondió Don Juan—; nadie tiene por qué temer. Os doy la bienvenida a la primerísima Universidad de nuestro país, del continente y seguramente del mundo entero. Vosotros os halláis en el centro más docto y sublime, sagrado y probado del saber universal. Como sin duda todos vosotros debéis saber, la excelencia académica de esta Universidad está fuera de toda duda, gracias a su nivel de exigencia, de lo cual dan elocuente testimonio las frases históricas Quod natura non dat, Salmantica non praestat, y Multos et doctíssimos Salmantica habet.

Hizo una pausa para poder respirar, porque por haber hablado muy rápida­mente había tragado aire y ahora le faltaba fuelle. Sus citas suscitaron un mur­mullo mal disimulado de unos que preguntaban qué significaban esas frases y de otros que se las traducían.

—Permitidme ayudaros —cantó un anciano—: Eso significa Lo que la natura­leza no da, Salamanca no presta; y Salamanca tiene muchos y doctísimos.

Don Juan continuó de inmediato.

—Y ahora os conduciré a la Biblioteca de esta prestigiosa casa de altos estu­dios. Debéis considerar que los profesores son el cerebro pensante de toda Uni­versidad; pero, ¿qué sería el cerebro sin la columna vertebral? Pues, escuchad, la Biblioteca es la columna vertebral; y estoy seguro que vosotros estáis de acuerdo con esta afirmación.

Miró a su alrededor; y al ver que varios asentían en silencio, hizo seña para que la gente lo siguiera. Luego de un breve recorrido, el grupo ingresó a la sala de exposiciones especiales de la Biblioteca.

—Estamos en el verdadero santuario de esta institución del saber —anun­ció Don Juan, haciendo una profunda reverencia como ante un altar—-: su

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magnificencia, la Biblioteca. En 1450, el alemán Johannes Gensfleisch, llamado Gutenberg, creó la primera imprenta con tipos móviles. Su primer libro impreso fue la Biblia; y a partir de esa fecha no ha cesado la impresión de Biblias. Pero el primerísimo lugar lo ocupa España, gracias al benemérito cardenal Francisco Ji­ménez de Cisneros, que es el padre espiritual de su majestad, la Biblia Políglota...

—Disculpe, Don Juan, ¿Políglota o Biblia Complutense? —preguntó una dama.

—Esta obra, bella dama, es la primera edición políglota de una Biblia com­pleta; y fue preparada por un equipo de sabios que se concentraron en Alcalá de Henares. Alcalá en latín es Complutum. Allí existía la Universidad fundada por Cisneros, la Complutense. Y esa Biblia se llama políglota porque incluye versiones en diversos idiomas. Cisneros y su equipo comenzaron con el trabajo en 1502 y lo finalizaron 15 años después. El producto de su tarea fue más que magnífico.

—¿Tantos años para un libro? —preguntó un visitante con camisa florida—. Hoy un libro se edita en un par de meses.

—Sí, claro, con el ordenador —aclaró Don Juan con tono irónico—; y con rotativas veloces, correctores automáticos y quién sabe cuántos enseres más; pero hace medio milenio se hacía todo a mano. Pues, oíd lo que hizo Cisneros. Com­pró manuscritos antiguos, convocó a los mejores sabios y teólogos en toda Europa y les encomendó compilar una Biblia políglota...

—¿Con qué fin? —preguntó el mismo tipo florido—; digo, ¿para qué una

políglota?

—Para "avivar el decaído estudio de las Sagradas Escrituras", como dijo Cisne-ros mismo. Y ahora os pido que forméis un círculo en torno a aquella mesa larga cubierta con un paño negro.

El grupo obedeció en silencio. El guía comenzó a levantar cuidadosamente el paño, lo dobló y lo colocó sobre una silla. Los visitantes pudieron apreciar una mesa tipo vitrina cubierta por un grueso vidrio, debajo del cual se hallaban seis tomos gigantescos, todos ellos abiertos. Unos fluorescentes amarillentos sedo­sos difundían una luz agradable, casi demasiado suave como para ver todos los detalles.

—Aquí podéis apreciar los seis tomos de la Biblia Políglota Complutense, joya de la Biblioteca de nuestra Universidad.

13. La Políglota de Salamanca 159

Un escalofrío académico y museal recorría a todos los presentes. Algunos sos­tuvieron la respiración, como para no empañar el grueso vidrio de seguridad que protegía a los vetustos volúmenes del libro sagrado.

—Cisneros integró en su equipo a varios judíos convertidos al Catolicismo, que se hicieron cargo de la edición de los textos hebreos y árameos; a especialistas en griego y latín; y a dos tipógrafos. Con ellos formó un equipo que no tenía ningún antecedente similar.

Los presentes estaban admirando en silencio reverencial las páginas abiertas de la Políglota.

—Como vosotros podéis apreciar, la Biblia Complutense consta de seis volú­menes. Los cuatro primeros contienen el Antiguo Testamento. Cada página está dividida en tres columnas: el texto hebreo en la parte exterior, la Septuaginta en la interior con texto latino interlineado, y entre ambas la Vulgata.

—Disculpe, Don Juan —dijo un joven con fuerte tono caribeño—; ¿puede explicarme lo que son la Septuaginta y la Vulgata?

—Pues, claro, hombre. La Septuaginta es la traducción del Antiguo Testa­mento al griego, elaborada entre los siglos III y II antes de Cristo; y la Vulgata es la traducción al latín, hecha por San Jerónimo algunos siglos después de Jesucristo. En el Pentateuco, la Complutense ofrece también el texto caldaico o arameo del Tárgum Onkelos y su traducción al latín.

—¿Por qué colocaron el texto latino en el centro? —preguntó Gladys.

—Eso lo explica el editor en el prefacio: la sinagoga hebrea y la Iglesia de oriente de habla griega están colocadas como los dos ladrones a ambos lados de Jesús en la cruz, representado por el latín de la Iglesia romana.

—Vaya criterio —murmuró Gladys al oído de Jorge—; no lo comparto para nada.

—¡Qué trabajo magnífico! —exclamó Jorge, mientras miraba detenidamente la primera página del primer tomo. Comenzó a deletrear el texto hebreo—: Be-reshit bard Elohim...

—Muy bien, jovencito, le felicito —se apuró a decir Don Juan—; no son muchos los que saben leer hebreo. Le recomiendo que venga a estudiar Teología a nuestra Universidad.

Gladys tosió fuertemente, cerrándose la boca con un pañuelo descartable. Casi estalló de risa.

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160 El papiro de los ricos

—El quinto tomo contiene el Nuevo Testamento —prosiguió Don Juan—, en su versión griega original y en la Vulgata. El sexto tomo contiene diccionarios de todas estas lenguas y una gramática hebrea. El Nuevo Testamento estaba listo en 1514, pero el editor quiso esperar la terminación del Antiguo, que fue conclui­do en 1517. La Políglota Complutense tiene el mérito de ser la primera edición impresa del mundo de la Septuaginta y del Nuevo Testamento en griego...

Jorge no pudo dejar esto así. Se atrevió a interrumpir la exposición.

—Pero mientras tanto, Erasmo de Rotterdam, que se había enterado del pro­yecto de Cisneros, editó en 1516 su Nuevo Testamento griego, obteniendo un privilegio de publicación exclusiva por cuatro años del Papa León X y del em­perador Maximiliano I, y así le ganó de mano a Cisneros. Y fue éste el texto que usó Martín Lutero para producir la versión alemana del Nuevo Testamento, la primera que se hizo desde el original griego.

Don Juan lo miraba a Jorge con enorme sorpresa y cierto disgusto nacionalista mal disimulado.

—Pues veo que sabes más de lo que aparentas —reconoció el guía—; sí, la­mentablemente Erasmo logró lanzar al público su edición antes que Cisneros. Hasta hoy le guardamos cierto rencor por eso. Por el privilegio otorgado a Eras­mo, nuestra Complutense española no pudo salir al público antes de 1520. Y lue­go hubo algunos problemitas por la herencia de Cisneros, de manera que recién en 1522 se logró una difusión amplia.

—Para ese momento, Erasmo ya había publicado la tercera edición de su Nue­vo Testamento —comentó Jorge, echando algo más de pimienta a orgullo nacio­nal de Don Juan.

El guía hizo como si no hubiera oído el comentario. Prosiguió en tono solemne.

—Lamentablemente el Cardenal falleció en julio de 1517, cinco meses des­pués de terminarse su magna obra. Dicen que no la llegó a ver. Pero quiero que os quede claro que el retraso se debió a motivos políticos y por ciertos litigios por la herencia de Cisneros, y no a alguna incapacidad de los editores españoles.

—¿Cuánto costó la publicación? —preguntó el hombre florido.

—50.000 ducados, una verdadera fortuna —respondió Don Juan.

—¿Cuántas copias se imprimieron? —inquirió Gladys.

13. La Políglota de Salamanca 161

—600 en total. Unas cuantas se perdieron en un naufragio, pero varias fueron a parar a las principales bibliotecas europeas y tuvieron gran influencia en las ediciones posteriores de la Biblia. Actualmente se conservan sólo 123 de las 600.

—¿No hay peligro que aquí alguien estropee o que manipule indebidamente estos magníficos ejemplares que estamos admirando? —preguntó Jorge, como para ir afilando los dardos que necesitaba colocar.

—Pues, jovencito, eso queda totalmente descartado —subrayó con vehemen­cia Don Juan—. Tenemos alarmas y cámaras por todas partes, nadie puede le­vantar el vidrio de la mesa para sacar los tomos, y por consiguiente tampoco es posible que alguien los toque. Esos libros sólo se pueden mirar y admirar, jamás manipular. La última vez que hemos abierto esta mesa-vitrina fue en 1998, por­que se había extendido un hongo debajo del vidrio. Y la vez anterior fue en 1945, cuando descubrimos unos diminutos insectos cerca de un libro. Se hizo una lim­pieza a fondo, y luego, como ya dije, hasta 1998 nadie tocó nada.

—Gracias —respondió Jorge—; eso me deja más tranquilo.

—¿Más tranquilo? ¿Por qué?

—Usted sabe, me interesa que se conserve de manera perfecta el patrimonio histórico de cada lugar, y soy bibliófilo y de a ratos también bibliómano. ¡Admiro su tarea, Don Juan!

El guía, bastante apaciguado por estas palabras empalagosas, se olvidó del trance de Erasmo; y prosiguió con su tarea. Gladys y Jorge siguieron con mu­cho interés las explicaciones. Jorge se sentía plenamente realizado. La referencia a la hoja olvidada por algún lector en la Biblia Políglota Complutense era otro invento más de los Messer. El público sólo tenía acceso visual a esta Biblia. Era imposible meter una hoja en un libro inaccesible, resguardado por vidrio grueso y protegido por alarmas.

Ya eran casi las 10,30 cuando terminó la visita guiada. Los turistas agradecieron cálidamente a Don Juan, y éste se sintió plenamente satisfecho cuando Gladys le dijo que jamás había aprendido tanto en una visita como en el día de hoy.

—Pues es usted muy amable conmigo, señorita —dijo Don Juan—; y el buen mozo a su lado, con esos brillantes conocimientos que debo reconocer que posee, tiene un gran futuro por delante con una persona como usted.

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162 El papiro de los ricos

Jorge y Gladys fueron a una librería cercana para comprar algo algún buen libro sobre la Universidad. Luego dirigieron sus pasos al mismo restaurante donde habían cenado.

—Ayer cené algo de Béjar —respondió Jorge cuando el mozo les preguntó qué deseaban—. Pero no recuerdo el nombre exacto.

—Pues de Béjar tenemos huesillos de Béjar, un manjar hecho de azúcar, ha­rina, aguardiente, aceite de oliva, huevo y condimentos; calderillo bejarano; cor­dero lechal al estilo de Béjar, que son paletilla y pecho de cordero con diversas especias; paletillas de cordero a la bejarana hecha en cazuela de barro...

—Me gustaría este último plato —interrumpió Gladys—; tráigamelo, por favor.

—A mí también —coincidió Jorge—.

El almuerzo fue una fiesta espectacular. La cocina española seguía siendo una delicia. A cabo de dos sensacionales horas continuaron su recorrido por la esplén­dida ciudad, cuya majestuosa arquitectura destilaba historia en estado purísimo. Luego de la extensa jornada, volvieron muy contentos a su hotel, no sin antes haber pasado nuevamente por el conocido restaurante para probar otro manjar bejarano.

Se despertaron muy temprano. Prepararon sus cosas, pagaron y fueron a la estación de tren. Tres horas después estaban en Madrid. Se tomaron el día en­tero para conocer las maravillas de la Capital española, tan pródiga en riquezas arquitectónicas, historia plasmada en docenas de edificios imponentes y museos espectaculares. A la noche, Gladys tomó el tren a Barcelona, mientras que Jorge se alojó en un hotel en el centro de la ciudad.

14. La imprenta en la selva misionera

A la mañana siguiente, Jorge tomó el primer vuelo de Madrid a Frankfurt. Allí tenía conexión con el vuelo a Buenos Aires. Preparándose para el largo viaje de trece horas y media a Ezeiza, repasó en la sala de espera una vez más su cúmulo de datos. Le faltaba muy poco para llegar al final de la lista de lugares indicados en el informe de los Messer.

Por fin llegó la hora del embarque. Jorge subió el avión y se instaló. El aparato estaba casi lleno. Con puntualidad envidiable, el pesado Jumbo se puso en movi­miento, despegó y tomó rumbo a la Perla del Plata.

Dos horas después, el tapiz ocre del suelo hispano se extendía nuevamente a treinta mil pies debajo del avión. Jorge tuvo que pensar en los muchos bosques que seguramente habían existido aquí hasta la época de la conquista, cuando en España comenzaron a talarse los árboles. Pero no sólo en España. ¡Cuánta destrucción trajo consigo el avance de la "civilización"! Muerte de seres huma­nos, animales, plantas, recursos naturales, suelos, ríos, regiones, culturas, lenguas, sociedades, países enteros... Mientras Jorge mascaba en su interior esta devasta­ción de proporciones universales, sintió que crecía su enfado; y más aún acumuló bronca cuando pensó que el "papiro de los ricos" colaboraba con la justificación de esta maldita destrucción de la creación de Dios. Este desagrado se convirtió en un empujón adicional para su propósito de denunciar la falsedad de la construc­ción de Jonny Messer, en caso de evidenciarse la misma como tal.

Un rato después pudo observar la costa sudoccidental de la península ibérica y la espuma del Atlántico, ese vasto "Mar Océano", al decir de la época de la conquista. Se imaginaba aquellas diminutas carabelas que ponían su proa rumbo al sudoeste para volver meses después con lo que se extraía a sangre y fuego de las tierras americanas: productos agrícolas y cantidades escandalosas de plata y oro. Allá, al otro lado del "Mar Océano", quedaban muertos vivos y sobre todo muertos bien muertos, viudas, huérfanos, africanos esclavizados, tierras arruina­das, minas vaciadas, suelos estériles, plantas y animales exterminados. Y al este del

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164 El papiro de los ricos

gigantesco Atlántico, la acumulación creciente de la riqueza expoliada producía capital, ganancia, más riqueza, lujo y derroche.

Con estas meditaciones, ni siquiera el excelente almuerzo quería saber bien. Jorge tampoco pudo dormir. Es que no estaba cansado. Tomó su computadora portátil, la abrió y se puso a examinar toda la documentación sobre el papiro acu­mulada en los últimos días. Luego revisó una vez más los archivos con los folios del papiro, y finalmente comenzó a redactar su informe. Con eso pasó gran parte del largo día, en el que por viajar de oriente a occidente, siguiendo la marcha aparente del sol, el tiempo de luz se prolongaba cinco horas más de lo común.

Jorge decidió dormir un rato. Se despertó cuando el capitán anunció el próxi­mo aterrizaje en Ezeiza. Media hora más tarde, el aparato se posó en la pista del Aeropuerto, y Jorge sintió un enorme alivio. Había hecho una gira gigantesca, pero aún no estaba listo. Aún debía verificar tres indicaciones más del informe de los Messer. En primer lugar debía buscar el libro La Biblia y su historia del jesuíta Juan Eusebio Nieremberg, editado en la imprenta jesuítica de las Misiones del Paraguay en el año 1775. Jonny Messer indicó que su padre había hallado casualmente en ese libro una anotación hecha con lápiz en la página en la que Nieremberg presentaba los primeros papiros con textos bíblicos. Al no mencionar el "papiro de los ricos", algún investigador completó la lista de textos con este papiro, indicando que el papiro había pasado por las manos de un bibliotecario por la Universidad de Córdoba.

¿Por dónde empezar? Nunca había estado en la Biblioteca Nacional. No cono­cía a nadie allí; y por experiencia sabía que siempre era mejor averiguar primero todo lo posible sobre el objeto en cuestión y recién entonces enfocar la búsqueda directa. Así que decidió dirigirse a su Facultad para conversar con su ex profesor de historia. Tomó un taxi y fue al barrio Flores. La Administración de la Facultad aún atendía, así que preguntápor la posibilidad de hospedarse por dos o tres días. Lugar había, y así pudo instalarse inmediatamente. Llamó a Gladys y le informó de su feliz llegada a tierras argentinas.

—Se nos hará muy larga la espera —dijo con voz casi quebrada—; ¿por qué no haces pronto otro viaje relámpago a Europa?

—Buena idea —reflexionó Jorge—; una vez que termine con el papiro, veré si puedo.

—Querer es poder —retrucó Gladys—; aunque igual ya no falta tanto para que yo regrese. Apenas medio año y unos días.

14. La imprenta en la selva misionera 165

Continuaron conversando un buen rato, hasta que Jorge notó que Gladys se estaba durmiendo. Las palabras le brotaban como burbujas espesas. Claro, eran casi las cuatro de la madrugada en Barcelona.

Luego de una larga ducha, Jorge vio que ya era hora de descansar. Su propio ritmo tenía un adelanto de cinco horas. A pesar de ello, no pudo dormir ensegui­da. Durante un largo rato estuvo luchando con una tormenta de sentimientos, pensamientos y ponderaciones que lo tironeaban de todos lados. Pensó sobre su vida, corta hasta ahora en años pero riquísima en vivencias; sobre su espléndida relación con Gladys, que pintaba cada día mejor y prometía un futuro feliz y sa­tisfactorio; sobre su fe y su vocación pastoral, que se habían vistos sacudidos en un primer momento por el impacto del anuncio de Jonny Messer, pero que con cada paso que estaba dando en esta gira considerable se afirmaban más y más; sobre los motivos que habría tenido el papirólogo para divulgar semejante historia; sobre la fe de miles y acaso millones de personas, que quizá se sentían muy cuestionadas, tal como había pasado debido a las falsedades garrafales divulgadas por el "Códi­go". Pensó también en las familias de humildes agricultores de su congregación, que desde hacía tiempos inmemoriales vivían su sincera fe y su amor a Jesucristo; y en las criaturas de la Escuela Bíblica, que allí aprendían semana tras semanas los primeros pasos en la vida comunitaria. Pensó en los pobres del mundo y los condenados de la tierra, hundidos aún más por el papiro. Entrando finalmente en esa inexplicable fase de intersección entre el estado consciente y el sueño, ya sin distinguir entre el manejo intencional de los pensamientos y el ser arrollado por el inconsciente que se hacía presente de manera codificada, se vio a sí mismo subien­do una empinada montaña, balanceando peligrosamente sobre una cresta y con horribles abismos a cada lado. Un pasito en falso, un leve descuido, y se convertía en alimento del precipicio. Pero ahí estaba la imagen de Gladys, flotando alegre­mente a su lado y teniéndolo firmemente de su mano izquierda. Y también había otra figura, indescifrable, transparente, casi sin contornos visibles, que sostenía su mano derecha. Cuando el camino se hacía dificultoso o infranqueable o cuando él se inclinaba peligrosamente hacia uno u otro lado, ambas figuras lo volvían a enderezar. El marcaba el ritmo de la marcha, y las imágenes lo sostenían. Ya no faltaba mucho para llegar a la cumbre. De repente, una cabra montesa salto a la fascinante escena. Llevaba atado un cencerro al cuello que hacía sonar de manera ensordecedora con sus locos brincos. Jorge se despertó con un gran susto, pues la cabra intentaba derribarlo; y la loca campanilla sólo quedó silenciada cuando Jor­ge logró apagar el despertador. No sabía dónde estaba, en Salamanca, en Buenos Aires, en Frankfurt o en la alta montaña. Poco a poco, su espíritu volvió a su cuer-

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166 El papiro de los ricos

po. Entonces tuvo que pensar muy aceleradamente en el simbolismo metafórico de la caminata sobre la cresta.

Se preparó, salió a desayunar y luego volvió para consultar al docente. Este lo recibió con mucha alegría, pues todo ex estudiante que ejerce felizmente su pro­fesión es una confirmación del trabajo docente bien cumplido.

Jorge le explicó que buscaba asesoramiento sobre la imprenta jesuítica del Paraguay y los libros salidos de dicho establecimiento.

—Mira —dijo el profesor luego de unos segundos—, sobre esta materia me parece que será mejor que lo consultes a mi colega Joaquín del Conde...

—Pero Joaquín es docente de ciencias bíblicas y no de historia.

—Sí, pero uno de sus campos de investigación particular son las reducciones jesuíticas. Sé que el año pasado dictó una conferencia en el Paraguay, creo que en San Ignacio Guazú, sobre la imprenta jesuítica y los diversos libros que fueron editados allí. Juntó un cúmulo de materiales sobre este tema y lo conoce a la perfección. Escribió una novela sobre el mito del tesoro jesuítico, en la que empa­quetó todos los aspectos del sistema reduccional.

Jorge agradeció al docente, y luego de compartir con él cómo le estaba yendo en el trabajo, se despidió para ir a buscar a Joaquín del Conde. A esa hora, éste solía merodear por la Biblioteca, revisando publicaciones periódicas y libros re­cientemente ingresados. Efectivamente, encontró a Joaquín detrás de una monta­ña de libros, mediando entre las páginas impresas y el teclado de su computadora portátil. Ya estaba concluyendo su trabajo. Comenzó a cerrar libros, revistas y la computadora.

Se saludaron con sincera alegría. Luego, Jorge expuso su consulta.

—Busco información sobffe el libro La Biblia y su historia del sacerdote jesuíta Juan Eusebio Nieremberg, de Colonia, Alemania. El dato que tengo es que el libro fue publicado en la imprenta jesuíta de las Misiones del Paraguay por el año 1775.

—Mira, Jorge, eso suena muy interesante —respondió Joaquín con tono dis­creto—; pero así a simple vista te digo que en esta información ya hay tres errores. Si tienes tiempo, te explico la cosa con lujo de detalles.

—Claro que tengo tiempo. Me tomé el día entero para esta averiguación.

—Tengo que terminar unos trámites urgentes que me llevarán casi todo el día. Recién me desocuparé a la noche. Te invito a un concierto de guitarra en el Teatro

14. La imprenta en la selva misionera 167

San Martin. Lo dará mi sobrino Vito del Conde. Luego vamos a cenar, y ahí te cuento todo lo que quieras sobre Nieremberg.

Era una oferta tentadora. Jorge estimó que un buen concierto de guitarra no le vendría mal. Convinieron la hora de salida, Joaquín prometió conseguir una entrada para Jorge, y cada cual fue a lo suyo. Una hora antes del concierto se en­contraron en la puerta principal de la Facultad, y de allí fueron al Teatro. La sala estaba repleta hasta el último lugar. La atmósfera destilaba expectativa mayúscula, pues lo que la gente leía en el folleto que había recibido a la entrada prometía algo sensacional.

Quince minutos después, un locutor se paró delante de la pesada cortina aún cerrada y presentó a Vito del Conde.

—Buenas noches, damas y caballeros —dijo el hombre enfundado en un im­pecable traje negro—. Tengo el grato honor de presentarles a un joven guitarrista muy prometedor, cuyo nivel artístico multiplicado por su humildad está en re­lación inversamente proporcional a su edad. Es Profesor Superior de Guitarra, y sobre todo es un eximio músico. Casi lo llamaría tímido, y creo que es mejor así. Ya hemos tenido demasiados artistas, deportistas, políticos y otros, cuyo en­greimiento era inversamente proporcional a su verdadera capacidad. Disculpen estos divagues, pero quedé sumamente entusiasmado cuando Vito me brindó una pequeña prueba de su arte. No puedo con mi genio.

El hombre hizo una pausa artificial y miró las puntas de sus dedos. Luego prosiguió.

—Vito del Conde nació en Buenos Aires en 1988; y teniendo aún muy tem­prana edad, sus padres fueron a vivir al Paraguay. Allí hizo la primaria y la se­cundaria. A los ocho años se inició en la música con guitarra popular y canto, realizando varias presentaciones radiales y en eventos del sur del Paraguay. A los doce años ingresó a un conservatorio para realizar estudios de guitarra culta. Allí se recibió de Profesor Superior de Lenguaje Musical. Desde hace varios años se presenta en festivales y concursos de renombre, en los que fue ganador y logró re­conocimientos de importancia. Entre sus maestros figuran destacados guitarristas de Argentina, Chile, Paraguay, Brasil, Costa Rica, Inglaterra. Es Profesor Supe­rior de Guitarra Clásica, pero me dijo que también toca otros instrumentos, en­tre ellos, la mandolina. No cometo ninguna infidencia si les cuento que estudió hotelería, recibiéndose hace algunos meses. A los 16 años comenzó a organizar por cuenta propia Festivales Internacionales de Cuerda con músicos de Paraguay, Argentina, Uruguay y Brasil, contando para ello con el apoyo más incondicional

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y total de sus padres. Mientras otros jóvenes no saben cómo "matar el tiempo", Vito lo invierte en el estudio y en brindar alegría a muchas personas a través de la música. Eso de por sí ya merece nuestro más fervoroso aplauso.

Una larga ovación fue la respuesta del público a este anuncio. Cuando volvió a imperar la calma, el locutor prosiguió.

—Vito del Conde tiene un extenso curriculum de actuaciones internaciona­les. Con toda seguridad ustedes disfrutarán esta noche de la música de alguien que en un par de años figurará en los primeros puestos mundiales del arte de la ejecución de este bello instrumento, que es símbolo de nuestra identidad nacio­nal; y no sólo de la nuestra, sino también de la de nuestros países vecinos. Hoy nos deleitará con un repertorio singular: música renacentista adaptada a guitarra, Bach, himnos religiosos alemanes e ingleses, canciones folklóricas del Paraguay y nuestra querida Marcha "San Lorenzo". Con ustedes, entonces, ¡Vito del Conde!

Se abrió el telón, y Vito del Conde apareció en el escenario, guitarra en mano. Estaba elegantemente vestido con un traje oscuro y una camisa blanca. A pesar de estar acostumbrado a actuar en público y a recibir ovaciones, evaporaba timidez por todos los poros. "Realmente, mejor así" pensó Jorge. Cuando el público hizo silencio, Vito fue a la silla, acomodó sus partituras y comenzó con su concierto.

Jorge había escuchado mucha música buena a lo largo de su vida, pero la excelencia de la habilidad con la que Vito manejaba el instrumento no tenía parangón. "Manejaba" ni siquiera era la expresión adecuada. Hacía sonar, cantar, modular, solfear y recitar la guitarra. Un poema musical tras otro salía de esas seis cuerdas. El público vibraba. El edificio mismo comenzó a centellear, tal era la conmoción melódica y humana que permeaba la atmósfera.

Cuando al cabo de una hora llegó el momento de la Marcha "San Lorenzo", el público acompañó la magistral ejecución con su tarareo. Los acordes finales de la distinguida marcha se mezclaron con los aplausos y los gritos de quienes pedían algún adicional. Por supuesto lo recibieron. El joven guitarrista, puesto de pie, levantó la mano y esperó que el público volviera a hacer silencio. Dijo simplemente:

—Bueno, voy a tratar de brindarles algo más. Espero que les guste.

Por lo visto llevaba en su ser una veta que se deleitaba en brindar sorpresas. Acomodó su silla, volvió a sentarse, hizo una pausa y puso una cara como si estu­viera pensando "¿Qué podré tocar?", y entonces comenzó con los característicos toques de "Pájaro Campana". La sorpresa era mayúscula. Generalmente esta pieza

14. La imprenta en la selva misionera 169

suele ser parte del repertorio regular de quienes ejecutan música paraguaya; pero este picaro se la reservó para el final. Se veía que sabía trabajar muy bien con gol­pes de efecto. Además, la ejecución fue sensacional. Quien cerraba los ojos, creía escuchar de a ratos una orquesta completa de arpas y guitarras sobre el escenario.

Vito fue aplaudido por un público eufórico que se levantó de sus butacas. Unos cuantos subieron al escenario y lo abrazaron, algunas chicas le tiraron flores e incluso prendas de ropa, y una dama de la alta edad media gritó entusiasmada: "Querido, ¡te adopto!". Vito no sólo había mostrado alta destreza, técnica impe­cable y habilidad sin par en el manejo del instrumento. También le había puesto calor de vida a su música. La gente suele sentir cuando un artista vierte su ser en su obra. Quien es músico de corazón, extrae de su instrumento la metamorfosis de su alma.

La sala se vació muy lentamente. Joaquín del Conde y Jorge esperaron pa­cientemente hasta el final, pues no tenían ningún apuro y debían esperar a Vito. Finalmente apareció éste, en una mano el estuche con la valiosísima guitarra, en la otra un bolso azul con sus pertenencias. Los tres tomaron un taxi y fueron a un pulcro restaurante en la calle Lavalle, en pleno corazón porteño.

Comentaron ampliamente el espléndido concierto, y tanto Joaquín como Jor­ge no ahorraron elogios para el joven artista. Luego se dedicaron a la opípara cena. Al llegar el momento del postre y el café, Joaquín volvió al tema de interés de Jorge.

—A ver, dame de nuevo los datos sobre ese libro, y veamos cómo seguir.

—Me interesa saber todo lo posible sobre el libro del sacerdote jesuíta alemán Juan Eusebio Nieremberg, La Biblia y su historia, publicado en la imprenta jesuíta de las Misiones del Paraguay en 1775, y reeditado en la Argentina en 1967. Se halla en la Biblioteca Nacional.

Joaquín ni tuvo que pensar para enumerar los errores de ese dato. Eran por demás evidentes.

—No sé de dónde obtuviste esta información, pero está plagada de errores. En primer lugar, Juan Eusebio Nieremberg no fue alemán, sino español. Su padre fue tirolés y su madre, de Bavaria. Ellos sí fueron alemanes, de ahí el apellido alemán. Pero Juan Eusebio nació en 1595 en Madrid y murió allí en 1658. Jamás salió de España. Segundo, nunca escribió libro alguno sobre la historia de la Biblia. Tiene una obra llamada Libro de la vida de Jesús crucificado, impreso enjerusalén con su sangre; pero no es un libro de historia bíblica ni de historia de la Biblia. Tercero, la

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imprenta misionera funcionó en varios lugares del sistema reduccional jesuítico-guaraní, en plena selva misionera, desde 1700 hasta 1727. No existe ningún libro publicado en las Misiones después de esa fecha.

Jorge no salía de su asombro. Muy original la construcción de los Messer, pero en alguna parte siempre había algún gancho que impedía el avance. Sólo había que encontrar esa arista. Joaquín bebió el resto de su café; y cuando Jorge quiso responderle, le dijo:

—Aún no terminé. En cuarto lugar, Carlos III decretó en 1767 la expulsión de los Jesuítas de todos los dominios españoles, y al año siguiente se efectivizó rigurosamente esta maltita orden en todo el Río de la Plata. En 1773, el Papa Clemente XIV dio el golpe final, disolviendo la Compañía de Jesús con el Breve Dominus ac Redemptor noster. Así que la fecha que te dieron, 1775, es falsa e imposible en todo sentido. Quinto, no hubo ninguna reedición de libros de Nie-remberg en 1967 en la Argentina.

Jorge sintió admiración por Joaquín, que manejaba casi jugando semejante cantidad de datos tan complejos. Luego de unos segundos, preguntó:

—¿Podría tratarse de otro libro de Nieremberg, publicado en la imprenta misionera?

—El único libro de Nieremberg editado en esa imprenta es la obra De la dife­rencia entre lo temporal y eterno, crisol de desengaños; con la memoria de la eternidad, postrimerías humanas, y principales misterios divinos.

—¿Un título tan largo para un libro? —preguntó Vito—. ¡Me quedo con la música!

—Mira, en la época barroca muchos libros tenían títulos mucho más largos que éste —aclaró Joaquín—. Bien, esta obra fue publicada en 1705.

Jorge hizo otro intento.

—La persona que brindó la información, ¿no pudo haber visto esa obra en la Biblioteca Nacional?

—Imposible. Eso queda totalmente descartado —cortó Joaquín enfáticamen­te esta posibilidad—. De ese libro existen sólo dos ejemplares en el mundo. Uno pertenece a un coleccionista particular aquí en Buenos Aires, y el público no tiene acceso a su biblioteca. El otro se halla muy bien guardado y asegurado en el Museo de Lujan.

14. La imprenta en la selva misionera 171

—Si el Papa Clemente disolvió la Compañía, ¿cómo es que sigue habiendo Jesuítas? —preguntó Vito, confundido por tantos detalles.

—Sí, ésas son las vueltas de la historia —respondió Joaquín—. Resulta que en 1814, el Papa Pío VII restableció la Compañía de Jesús en todo el mundo. Ahora bien, la creación de aquella imprenta fue una hazaña incomparable. El General Bartolomé Mitre dijo lo siguiente sobre este emprendimiento: "La aparición de la imprenta en el Río de la Plata es un caso singular en la historia de la tipografía, después del invento de Gutenberg. No fue importada: fue una creación original. Nació o renació en medio de las selvas vírgenes, como una Minerva indígena armada de todas sus piezas con tipos de su fabricación, manejados por indios salvajes recientemente reducidos a la vida civilizada, con nuevos signos fonéticos, hablando una lengua desconocida en el nuevo mundo, y un misterio envuelve su principio y su fin".

Joaquín hizo una pausa y después continuó.

—La imprenta fue creada en aquella selva misionera por dos sacerdotes, el Padre austríaco Juan Bautista Neumann y el Padre español José Serrano. Para su trabajo misionero, los Jesuítas debían contar con material impreso en idioma guaraní, pues en las misiones sólo se hablaba esa lengua. Así fue que editaron cate­cismos, libros de oración, sermones, gramáticas, diccionarios, manuales litúrgicos y cosas similares...

—¿Quedó algo de todo eso? —interrumpió Vito, a quien comenzó a interesar la materia—. Conozco las ruinas de Trinidad y Jesús, y allí sólo hay piedras y algunas imágenes. El resto se lo robaron los corruptos de siempre.

—Se conserva una decena de libros salidos de la imprenta misionera —indicó Joaquín—. Y quiero agregar que la imprenta editó dos obras del guaraní Nicolás Yapuguay, un tomo de sermones y una larga explicación del catecismo. Por su parte, a pesar de su título en castellano, el libro de Nieremberg fue publicado íntegramente en guaraní, traducido por el Padre José Serrano.

Jorge pensó un buen rato en la abrumadora cantidad de falsedades relacio­nadas con el supuesto libro sobre la Biblia y su historia. En realidad, se sentía sumamente satisfecho. No sólo por la excelente cena luego del grandioso concier­to, sino por este postre adicional con información tan precisa como no la habría conseguido en ninguna parte o sólo tras largas búsquedas.

Los tres permanecieron un buen rato en silencio, cada cual reflexionando so­bre lo vivido y conversado. De repente se le ocurrió algo genial a Jorge.

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—Vito, si te invito a venir un fin de semana a nuestra iglesia de Urdinarrain para dar un concierto de guitarra, ¿aceptarías? ¡La selección del repertorio queda a tu cargo y todos los gastos corren por cuenta mía!

Vito no tuvo que pensar mucho.

—Por supuesto. Pongámosle fecha al concierto.

Jorge sacó su agenda y la revisó.

—Digamos, el primer fin de semana de junio -expectante.

—Ndaipóri problema, como decimos en el Paraguay problema.

—Trato hecho —cerró Jorge ese punto.

—Me parece excelente —constató Joaquín.

Jorge comenzó a sentirse cansado. El día había sigo demasiado largo. Elaboró una cuidadosa formulación para cerrar la conversación.

—Te agradezco, Joaquín, por estos datos. Me ayudaste mucho.

—No hay nada que agradecer —replicó Joaquín con tono algo misterioso—. Espero que mis aclaraciones puedan serte realmente muy útiles.

Esto sonaba un poco raro, pero Jorge atribuyó el tono a la avanzada hora.

—Si necesitas que te ponga los datos por escrito, lo haré con mucho gusto. Sería una pequeña colaboración para tu tarea...

Esto desconcertó del todo a Jorge. Evidentemente Joaquín sabía bastante más de lo que aparentaba. »

—Me imagino que mañana vas a viajar a Córdoba y pasado a México —rema­tó Joaquín sus extrañas elucubraciones—. Te deseo que tengas un rotundo éxito.

Jorge prefirió no decir más nada. Al fin y al cabo el blog era público. Lo demás podría ser cálculo lógico. Quien había tomado nota de la lista de lugares del in­forme Messer, sabía que después del libro de Nieremberg seguía el cuaderno del bibliotecario de Córdoba y luego la copia del papiro en México. Pero Jorge optó por el silencio. Aún no había llegado al final de su investigación, y todo canto de gloria antes de la victoria podía derivar en un gran fiasco. Sólo osó decir:

—Veremos.

—propuso con mirada

—dijo Vito—: no hay

14. La imprenta en la selva misionera 173

Joaquín asintió con una mirada comprensiva. Pero agregó con profunda sabi­duría, ésa que nace de la fe inamovible:

—Si un joven como Vito puede alabar a Dios con música tan hermosa que a su vez afirma la fe, esta fe no puede ser mentira como lo dice ese "cuchillo" yanqui.

—¿Qué "cuchillo" yanqui? —preguntó Jorge algo confundido.

—Ese Messer. Messer significa cuchillo en alemán. Te toca demostrar que es apenas un cuchillo de goma.

Un cierre singular para una jornada espectacular.

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15. Un bibliotecario obsesionado

El día amaneció con un cielo envuelto en sábanas grises que anunciaban llovizna. Jorge empaquetó una muda de ropa, su computadora portátil y sus anotaciones, fue a la Terminal de Ómnibus de Retiro y se embarcó rumbo a Córdoba. Instala­do en el confortable ómnibus coche cama, repasó los datos para la siguiente etapa. Decía el informe de Messer que la supuesta nota en la obra de Nieremberg -de la que ya sabía que no existía- remitía a un bibliotecario encargado de la Colección Jesuítica de la Biblioteca Mayor de la Universidad de Córdoba que había visto y registrado el papiro; que Messer Padre había encontrado efectivamente en 1968 una referencia al papiro en el cuaderno de apuntes del bibliotecario; que este hombre le informó que un italiano había querido venderle el papiro, pero por el precio exagerado que pedía el poseedor no se concretó el negocio; y que entonces el traficante abandonó el país y se fue a México. Todo esto sonaba muy enmara­ñado y parecía seguir un patrón que tenía forma de espiral: la información giraba en torno a un determinado punto, alejándose sin embargo de ese punto por quién sabe qué fuerza centrífuga.

Luego de ocho horas de viaje, el ómnibus arribó a Ciudad de Córdoba. Una amplia terminal construida en forma de arco o media luna recibía y despedía un flujo constante de buses que conectaban esta ciudad con todo el país. Jorge había pasado una vez por esta terminal cuando tenía cinco o seis años, en viaje de vacaciones con sus padres. Tenía unos vagos recuerdos de aquel viaje, pero por supuesto no de la terminal.

Media hora después estaba en su habitación en el hotel en pleno centro de La Docta., como solía llamarse esta ciudad en honor a su antiquísima Universidad. También se llamaba La Ciudad de las Campanas. La noche invitaba a pasear por el centro de la prestigiosa urbe, una de las más veteranas de la Argentina, fundada el 6 de julio de 1573. Jorge recorrió varias calles y luego fue a descansar.

A la mañana siguiente, fue el primero que ingresó al edificio de la Biblioteca de la Universidad cuando ésta abrió sus puertas a las ocho y treinta de la mañana.

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176 El papiro de los ricos

Preguntó por la Colección Jesuítica, recibió la información, y a los pocos minutos ingresó al célebre recinto. Una joven estudiante atendía a los interesados en dicha sección.

—Buenos días, encantado —se presentó Jorge—; soy Jorge del Cántaro. Vine a conocer la Colección Jesuítica.

—Buenos días, bienvenido; me llamo Cristina Fader.

—Disculpe: Fader... ¿Cómo el célebre pintor?

Una picaresca sonrisa recorrió la cara de Cristina. Jorge tenía la impresión de que el rostro tomaba los colores de un cuadro de Fernando Fader. Conocía todas las obras de este artista, nacido en 1882 y fallecido en 1935; hijo de padre alemán y madre francesa, criado en Mendoza, educado en Francia y luego en Alemania, donde estudió pintura; pero fundamentalmente argentino porque eligió serlo. Radicado en Mendoza y posteriormente en Córdoba, se pasó gran parte de su vida pintando las bellezas de su país. Este impresionista por antonomasia supo captar como pocos el misterio mendocino, el paisaje rural, el panorama serrano, el alma de un árbol, las entrañas de un estanque, el tul del cielo tapado, la hirsuta maraña de gajos verdes o secos, la tristeza de la plena luz, la incógnita del otoño, el entresijo de la existencia solitaria y las figuras criollas entrelazadas e identificadas con el paisaje.

Cristina dijo simplemente:

—Usted no es el primero que pregunta. Todos los que saben que nuestro país tuvo un pintor de apellido Fader me preguntan lo mismo. A veces digo que lo adopté como bisabuelo, porque me enamoré de su obra tan genial.

Construyendo sobre este puente de una común pasión, Jorge solicitó a Cristi­na que le suministrara un poco de información sobre la Universidad de Córdoba y su Biblioteca. Cristina, que estaba acostumbrada a cumplir deseos extravagantes relacionados con libros antiguos y raros planteados por investigadores de todo el mundo, se alegró que esta vez venía alguien con otras inquietudes. Como a esta hora de la mañana aún no había otros interesados, se tomó todo el tiempo nece­sario para informar a Jorge sobre la prestigiosa Universidad.

—Nuestra Universidad Nacional de Córdoba es la más antigua de la Argenti­na y la cuarta que fue fundada en este continente. La primera del país en cantidad de estudiantes, profesores y facultades es la de Buenos Aires; la de Córdoba es la segunda. La ciudad tiene el nombre de La Docta por el hecho de contar con la primera universidad del territorio argentino.

15. Un bibliotecario obsesionado 177

—¿Cuándo fue creada?

—Comenzó con el Colegio Máximo fundado por los Jesuítas en 1610. En 1621, el Colegio obtuvo la autorización de conceder grados; y en 1622 fue decla­rada inaugurada la Universidad. Lamentablemente los Jesuítas fueron expulsados de aquí por el nefasto Decreto del infeliz monarca Carlos III de España, que arruinó una brillante evolución cultural, no sólo aquí, sino también en todo el territorio de las treinta reducciones guaraníes. Cuando los Jesuítas volvieron a Córdoba en 1860, sus bienes se habían perdido para la Compañía de Jesús. La Universidad pertenecía al Estado; el templo de Córdoba había sufrido pérdidas y deterioros considerables; y las estratégicas estancias estaban en manos ajenas.

Cristina hizo una pausa, durante la que Jorge tuvo que pensar intensivamente en sus futuros suegros, que habían convertido los valores del sistema reduccional en la razón de su vida.

—Durante un siglo y medio, la Universidad enseñaba filosofía y teología. Después fueron incorporados estudios sociales y de leyes. Una vez producida la independencia y comenzándose con la organización del país, las universidades de Córdoba y de Buenos Aires pasaron a depender del gobierno nacional. En el proceso de aplicación de reformas académicas, en 1864 también se eliminaron los estudios de teología de esta universidad. Posteriormente de abrieron varias facultades nuevas: ciencias exactas, matemáticas, medicina. En 1918 se produjo el movimiento de la Reforma Universitaria que transformó a las universidades en autónomas, un valor mantenido hasta la actualidad. Así llegamos a 1969 con el conocido Cordobazo, un levantamiento social con participación de estudiantes y obreros. Mientras tanto, se había creado toda una serie de nuevas facultades: psicología, arquitectura, humanidades, economía, odontología, química, lenguas.

—¿Cuántos estudiantes tiene actualmente la Universidad?

—Aproximadamente cien mil, y seguro algo más. Mucha gente llega a hacer su posgrado en Córdoba, pues se invierte mucho en investigación. La Universi­dad y el Colegio Monserrat también han formado a un participante en la Revolu­ción de Mayo de 1810, que fue Mariano Moreno; a dos miembros de la Primera Junta, Juan José Paso y Juan José Castelli; a tres presidentes de la Nación y a tres gobernadores de esta Provincia. Además, a un número considerable de investiga­dores de primerísimo nivel.

Una galería realmente significativa de egresados, que se sumaba a la excelencia académica, la experiencia de siglos y el honor de ser "La Primera".

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178 El papiro de los ricos

—El complejo llamado Manzana Jesuítica fue declarado patrimonio de la hu­manidad por la UNESCO en el año 2000. Abarca el Colegio Máximo, el Colegio de Monserrat, el Noviciado, la Iglesia, la Capilla Doméstica y la Residencia de los sacerdotes. En el antiguo Colegio Máximo se hallan hoy el Rectorado de la Universidad y la Biblioteca Mayor

—Realmente, un complejo enorme —constató Jorge—. ¡Lo que habría sido de todo esto si no hubiera sobrevenido la expulsión de la Compañía!

—Cierto. Córdoba fue el corazón y la capital de la antigua Provincia Jesuítica del Paraguay, que abarcaba el actual Paraguay, parte del Uruguay, una gran región de la Argentina y una zona de Río Grande do Sul en el actual Brasil. Original­mente se extendía a una región hoy boliviana y a Chile, pero Chile fue separado de esta Provincia jesuítica en 1625 como Viceprovincia. A la Manzana Jesuítica se agregan las cinco estancias: la Casa de Caroya, en 1616; Jesús María, en 1618; Santa Catalina, en 1622; Alta Gracia, en 1643; y La Candelaria, en 1683.

—¿Las famosas estancias jesuíticas?

—Sí —respondió Cristina—. Fueron adquiridas y puestas en funcionamiento para sostener las actividades de los colegios. A la vez también tenían un sentido misional. Allí se criaba ganado; se cultivaban frutas, verduras, trigo y maíz; había reservas de agua, talleres de teñido, herrería, carpintería, tejido e incluso una fá­brica de jabón y una panadería.

— O sea, con estas instalaciones los Jesuítas podían funcionar de manera autó­noma —constató Jorge—. ¡Qué organización!

—Exacto. Efectivamente funcionaban así. Practicaban lo que hoy se llama "soberanía alimentaria". Por eso no había pobres en su radio de influencia. Había trabajo, estudio, producción material y espiritual, adoración; y la gente vivía en ámbitos protegidos.

Mientras Cristina estaba explicando todo esto, Jorge vio un cuaderno antiquí­simo, bastante gordo, con tapas marrones y bordes desflecados. Estaba colocado sobre una mesita puesta a un costado del escritorio central. Allí también yacían otros libros vetustos, evidentemente esperando turno para ser restaurados.

—¿Y ese cuaderno? —preguntó con tono intencionalmente distraído—. ¿También es de la época jesuítica?

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—No, es mucho más reciente —respondió Cristina, tomando cuidadosamen­te el cuaderno y colocándolo delante de Jorge—. Pero igual tiene un siglo com­pleto. Pertenecía a un bibliotecario allá hacia fines del siglo XIX.

—¿Se puede saber para qué guardan un cuaderno de un bibliotecario en una Biblioteca histórica tan prestigiosa como ésta?

—Es una larga historia —aclaró Cristina—. Aquí trabajó durante muchísi­mos años un bibliotecario llamado Teófilo Reuter. Tenía un famoso cuaderno en el que registraba visitantes, investigadores, préstamos, salida y entrada de libros, ofertas de libros y también algunas compras que hizo el director de la Biblioteca.

Jorge sintió un cosquilleo en alguna parte del cuerpo. Prestó suma atención a cada palabra que decía Cristina. Esta prosiguió.

— Reuter registró también datos personales de los lectores y hasta resúmenes de conversaciones con algunas personas que frecuentaban la Biblioteca. Tenía una letra microscópica, de manea que el volumen de casi 200 hojas le duró varios años. Esos apuntes constituyen un verdadero tesoro para los historiadores, y ya han venido varios a consultar el célebre cuaderno del obsesionado hombre.

—-¿Cuándo fue eso? —preguntó Jorge—; digo, ¿cuándo trabajó aquí ese Reuter?

Jorge se había puesto muy ansioso porque parecía estar a un paso de un regis­tro certero del papiro, acaso el único hasta el momento.

—Hace más de un siglo. Teófilo falleció el 31 de diciembre de 1899; y tres días antes, el 28 -que la inocencia le valga- él mismo había publicado una semblanza de su famoso cuaderno en un suplemento cultural de un diario de Córdoba.

Así que se trataba de otra pista falsa. El bibliotecario había existido, su cua­derno existía, pero nuevamente las fechas no coincidían en absoluto. El informe Messer hablaba de 1968; el bibliotecario había fallecido casi setenta años an­tes. Posiblemente Rich Messer leyó aquel suplemento cultural y sobre esta base armó su historieta. Igualmente Jorge quería cerciorarse bien, pues asistiéndole el beneficio de la duda a Messer Padre, podría pensarse que éste encontró un registro del papiro en la libreta y agregó la historia del bibliotecario en persona, "resucitándolo" en cierto modo luego de siete décadas. Así que osó decir con cara artificialmente tímida:

—Ya que el cuaderno es tan célebre, ¿puedo mirarlo?

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180 El papiro de los ricos

—Por supuesto —respondió Cristina—. Sólo deberá tener un poco de cuida­do con los bordes, que se están deshilachando. Lo traje para enviarlo juntamente con esa pila de libros al restaurador.

Cristina tomó el cuaderno y se lo dio a Jorge. Éste comenzó a hojearlo con sumo cuidado, esperando encontrar alguna referencia al papiro. En ese momento, llegó un docente y pidió varios libros. Eso le dio un tiempo adicional a Jorge, pues mientras Cristina estaría ocupada con el profesor, él podía revisar con tranqui­lidad la libreta. Se tomó todo el tiempo posible para hacerlo. Pero por más que revisara página por página, no encontró en ningún lugar algo relacionado con el término "papiro". Como la mayor parte de las anotaciones consistía en listas de libros, la búsqueda fue fácil. Cuando a los veinte minutos el docente se despidió, ya le faltaban pocas páginas a Jorge.

—No tengo apuro con el cuaderno —dijo Cristina, al ver que Jorge se lo quería devolver—; vale la pena que conozca este objeto tan curioso de un hombre obsesionado y cautivado por listas y registros. Casi lo llamaría fanático.

Jorge volvió a dedicarse a la libreta y al rato terminó su examen. Nada. Ab­solutamente nada. Con el mismo cóctel de siempre de expectativa frustrada y al mismo tiempo alivio, cerró cuidadosamente el cuaderno y comentó:

—Muy interesante. Un trayecto de historia visto a través de los ojos de un bibliotecario.

—Cierto, pero ojos un poco desquiciados.

Jorge hizo varias averiguaciones sobre el fondo de la Biblioteca, hojeó el catá­logo entero y preguntó acerca del sistema de consultas y préstamos. Luego agra­deció por toda la información recibida y se despidió muy contento. Como tenía suficiente tiempo, resolvió recorrer el centro de la ciudad. Siempre ávido por conocer cosas nuevas, se pasó toda la tarde dándose baños culturales en la urbe tan culta. Apreció la interesante arquitectura cordobesa, visitó un museo y pasó un buen rato hasta poco antes de la salida de su ómnibus en una enorme librería, donde repasó las publicaciones recientes sobre diversos campos de su interés. De allí fue directamente a la terminal de ómnibus, abordó su vehículo, cenó y se dur­mió muy contento. Se despertó cuando el ómnibus estaba entrando a la terminal de Retiro.

Fue directamente a su habitación en la Facultad, pues debía preparar algunos detalles para su próximo viaje. Restaba la exploración en la tierra azteca. Llamó

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a Gladys y le informó sobre las novedades cordobesas, y conversaron sobre mil cosas que sienten los enamorados.

Jorge pasó el resto del día sintetizando todos los resultados de sus investigacio­nes y preparó un largo artículo, dejando abierta la parte correspondiente a México y al banco neoyorquino. Pensaba colocar el texto de inmediato en el blog y pu­blicarlo también en el diario impreso, en caso de obtener en México y en Nueva York el resultado que era de esperarse.

Después abrió el blog para repasar los últimos comentarios, y quedó grata­mente sorprendido por el enorme apoyo internacional que estaba recibiendo. Pero también le dolían ciertas púas malintencionadas clavadas allí por personas que emanaban odio y rencor. En cierta manera se había acostumbrado a esos comentarios, pues constituían una minúscula minoría en el mar de aportes posi­tivos; pero igualmente había tenido que aprender una dura lección: un tipo que profiere amenazas peligrosas es más alarmante que mil personas que sonríen; un criminal con armamento pesado desparrama más amenazas que una masa de diez mil personas pacíficas. Una crítica infundada o un comentario hiriente, en el caso del blog, le resultaba más doloroso que diez notas de aprecio y apoyo.

Esta vez el aguijón venía en una carta enviada por nadie menos que un colega jubilado de su propia Iglesia. Entre otras barbaridades, decía:

"Jamás comprendí la evolución que tomaron nuestra Iglesia y el 'cristianismo ecuménico' a partir de 1968, cuando tuvo lugar aquella conferencia del Consejo Mundial de Iglesias en Uppsala. ¿Por qué tuvieron que darle importancia tan decisiva al desarrollo económico y social, e insistir tanto en la justicia y la paz internacional? Lo que se divulgó allí y luego por todas partes como el 'gran des­cubrimiento actual del cristianismo', a saber, el amor al prójimo, era más viejo que Matusalén. Ya era una norma en tiempos del Antiguo Testamento; y, además, tiene claramente un lugar secundario. El principal mandamiento enseña a amar a Dios. Lo primero, primero; el amor a Dios está por encima de todo. Jesús dice claramente que el mandato del amor al próximo viene en segundo lugar. Menos mal que el evangelista Mateo aclaro eso con mucha precisión. Marcos capítulo 12, versículo 31 dice simplemente "el segundo", hablando del mandamiento de amar al prójimo; Mateo capítulo 22, versículo 38 aclara que es sólo un poco parecido, o sea, no es igual. 'Parecido' nunca puede significar 'igual' ni 'del mis­mo rango'. Es decir, es algo totalmente secundario, porque se halla colocado en segundo lugar. Es inferior, de menor valor, imperfecto. Y por ser secundario, el amor al prójimo jamás puede convertirse en un 'programa' de la Iglesia, como lo hizo el movimiento ecuménico. Y quienes ahora no pueden aceptar que el 'papiro

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de los ricos' diga algo diferente de aquello a lo que estaban acostumbrados, ten­drán que aceptar una dura realidad: el verdadero cristianismo es una filosofía del éxito. Es para los triunfadores; y no tiene nada que ver con esa postura cabizbaja de quienes se autoflagelan con cara lastimera y que esperan conseguir méritos regalando todos sus bienes, en vez de trabajar y hacer trabajar".

Esto no podía quedar así. Por más colega que fuera, si estaba equivocado, debía recibir una aclaración. Jorge fue a la Biblioteca de la Facultad y revisó el texto grie­go original de la cita indicada. Vio que la palabra griega traducida comúnmente por semejante en realidad significaba de la misma naturaleza o del mismo tipo; de igual valor, de igual poder. El amor a Dios es el primer y gran mandamiento; y el segundo es, entonces, de la misma naturaleza, y no algo "inferior". Se trata de dos mandamientos iguales. Son las dos caras de la moneda de un único compromiso de amor. Eso también lo ratificó apóstol Pablo en su carta a los Gálatas en el ver­sículo 14 del capítulo 5: Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Pero la púa ladina del colega venía al final de su carta, donde decía:

"Siempre tuve la impresión de que el enemigo de Dios insufló a toda la cris­tiandad ese espíritu herético de la exageración del compromiso social y del amor a los pobres, que no es otra cosa que querer salvarse por las obras. Ya no hablan de otra cosa que de la opción por los pobres, el amor a los marginados, la dedicación a los excluidos; como si eso fuera el evangelio. Al contrario: el evangelio es para los que se esfuerzan, sudan, luchan y batallan. Me alegra que el papiro demuestre que yo siempre tuve razón. En su origen, el evangelio no fue lo que ustedes hicieron de él."

Eso era gravísimo. Jorge tuvo que pensar con amargura que ese colega se pasó la vida entera predicando algo en lo que ni él mismo creía; y que ahora, por un estúpido, maldito y falsificado papiro, desestabilizaría y confundiría a toda la gente que él mismo había engañado durante cuarenta años.

Jorge tuvo que refrenarse para no volcar al teclado toda su bronca ante seme­jante bobada. Trató de ser lo más objetivo posible, pero igual no lo logró del todo. ¿Quién lo puede, cuando le atacan tan frontalmente la estructura de su fe, su vida y su vocación; llevando a cabo ese ataque no sobre bases firmes, sino sobre un monumental fraude? Jorge redactó cuidadosamente su respuesta a este comen­tario insólito. Aclaró con mucha precisión el sentido del término "semejante" y dejó claramente establecido que este vocablo indicaba que el mandato del amor al prójimo era de la misma naturaleza que el mandamiento del amor a Dios. Lo

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uno no funcionaba sin lo otro. Ése era el "programa" de Jesús; y ése ha de ser el "programa" de toda persona que quiera ser discípula de Jesús. Por más "papiros de los ricos" que surjan.

Colocó su aclaración en el blog y se fue a descansar. En los próximos días debía superar las últimas barreras. Su expectativa crecía a medida que perdía el control sobre sus sentidos, hasta caer en un profundo sueño.

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16. La Biblia azteca

Jorge se despertó muy temprano. Desayunó rápidamente y se trasladó en taxi a Ezeiza. Hoy le tocaba un vuelo espectacular de unas diez horas, sobrevolando el noroeste argentino, Chile, Perú, el Pacífico y México. Todo a plena luz del día.

Jorge abordó el avión, colocó su equipaje en el compartimiento superior y se ubicó en su espléndido asiento. El avión comenzó su carreteo, y unos instantes después ya estaba en el aire.

Al lado de Jorge viajaba un señor corpulento, vestido muy elegantemente. Cuando terminó de desayunar, pidió un coñac y se puso a leer un libro. Jorge miró de reojo y vio que se trataba del "Código". El caballero a su vez también miró de reojo lo que estaba leyendo Jorge en su computadora, y cuando vio que la pantalla exhibía la imagen de un papiro, decidió que había llegado la hora de entablar una conversación.

—Disculpe, veo que está estudiando un papiro —dijo con acento mexica­no—. El libro que estoy leyendo también habla de papiros.

—Ah, ¿sí? ¿De qué papiros?

—Mire, no recuerdo todos esos nombres raros. El autor habla de unos escritos que encontraron hace unas décadas en unas cuevas cerca del Mar Muerto y de un cántaro hallado en Egipto, que estaba lleno de papiros, o algo así.

—Son los rollos del Mar Muerto o textos de Qumrán por un lado; y por el otro, los códices de Nag Hammadi.

—¿De dónde sabe eso? —preguntó el hombre con admiración—. ¡Lo veo tan jovencito! Ah, disculpe, aún no me he presentado: Me llamo Victorio González Hernández y soy mexicano de pura cepa.

—Encantado de conocerlo. Soy Jorge del Cántaro, de la Argentina. Mi bis­abuelo materno, mexicano, también era de apellido González. En una de esas, salimos siendo parientes. Usted está leyendo el "Código", ¿no es cierto?

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186 El papiro de los ricos

—Exacto, y realmente es un libro brillante. Dice la verdad sobre el cristianis­mo. Saca a luz cosas que nunca se dijeron. Por ejemplo, que Jesús estaba casado con María Magdalena y que el matrimonio tenía una hija llamada Sara, que dio origen a la dinastía los merovingios en Francia. Sus descendientes viven hasta hoy en el país galo...

—¿Y usted cree esas cosas? —preguntó con tono punzante Jorge, con unas ganas locas de decir "pavadas" en lugar de "cosas".

—Pero, claro —se defendió el agredido—; cómo no lo voy a creer, si el libro lo comprueba. Bien al comienzo, el autor indica que todas las descripciones de arte, arquitectura, documentos y rituales de su libro son totalmente fidedignas. Entonces tiene que ser cierto lo que dice. Además, cita los libros en los que se basa su historia.

Jorge no sabía bien por dónde empezar a refutar esas trenzas de pavadas, in­ventos y mentiras que constituían las fibras de las que estaba hecha esa novela. En eso, el pasajero le proporcionó el hilo preciso.

—Dice el autor que el emperador Constantino mandó realizar un Concilio en el año 325 para decretar que Jesús era Dios o Hijo de Dios, no recuerdo bien cómo dice; y que luego ordenó destruir todos los evangelios anteriores a su época y sólo permitió que se incluyeran en la Biblia los cuatro evangelios que conocemos hoy. Y después dice que algunos escritos se salvaron de la destrucción ordenada por Constantino. Son los manuscritos del Mar Muerto y los de Egipto, que cuentan la verdad sobre Jesús, mucho antes de que se decretara que debía ser Dios. Allí es solamente un ser humano común y comente. Por eso la Iglesia oculta esos textos.

—Mire, caballero, no tengo la intención de ofenderlo, pero ya que veo que usted tiene interés en estos temas, me permito explicarle algunas cosas —dijo Jor­ge, reclinándose cómodamente en su asiento—. Se ve que el autor del "Código" jamás leyó un libro bueno sobre los textos del Mar Muerto. En ningún lugar esos rollos mencionan a Jesús. Es que la mayor parte de ellos proviene de la época an­terior a Jesús. Desde 2001, hay acceso totalmente libre a todos los textos, no hay ninguno que se esté ocultando, y cualquiera puede comprobar que no contienen ninguna mención de Jesús, la Virgen María, los apóstoles o quien fuere de los personajes del Nuevo Testamento. Por otra parte, en la actualidad se conocen 118 papiros con textos del Nuevo Testamento. La mitad de ellos proviene del tiempo anterior a Constantino. Y ninguno contiene un texto diferente del que tienen los evangelios, de los que dice el "Código" que son falsificados. Por otra parte,

16. La Biblia azteca 187

mientras que los evangelios de la Biblia son del siglo I, ningún texto gnóstico es anterior al siglo II. Y hay muchos de los siglos III, IV y V. A mediados del siglo II la absoluta mayoría de las comunidades cristianas ya había aceptado que hay cuatro evangelios inspirados y sólo cuatro. Es falsa la afirmación del "Código" que sostiene que en el año 325 se eligieron esos cuatro entre más de 80 evangelios. Jamás hubo 80. En el Concilio de Nicea tampoco se decidió si Jesús era Hijo de Dios o no. Eso ya se afirmó desde los primeros comienzos del cristianismo. En la Biblia hay 40 menciones de Jesús como Hijo de Dios. La discusión en Nicea era sumamente complicada, pues trataba sobre lo que en aquel momento se llamaba "esencia" del Hijo y del Padre. Pero esto es demasiado complejo para el autor del "Código". Este simplemente copió lo que dice una de sus fuentes, el libelo intitu­lado Santa Sangre, Santo Grial: que en Nicea se decidió por voto que Jesús era un dios, no un profeta mortal. Pero de hecho los cristianos de los siglos anteriores a Constantino leían el mismo mensaje que nosotros leemos hoy: que Jesucristo, el Hijo de Dios, murió en la cruz por el perdón de los pecados; y que resucitó para dar vida a todos los que creen en él.

Victorio rumiaba lentamente la catarata de información y trataba de encon­trarle un común denominador. Volvió a la carga con otra pregunta.

—Pero igual la Biblia no dice que Jesús es Dios...

—Disculpe, pero ahí usted se equivoca grandemente. Por más que no les guste a muchos, el Nuevo Testamento contiene afirmaciones tajantes en este sentido. El Evangelio de Juan dice que la Palabra, es decir, Jesucristo, es Dios; y el discípulo Tomás exclama en el mismo Evangelio: ¡Mi Señor y mi Dios! En su carta a los Ro­manos, Pablo dice literalmente: ... vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas. En otro lugar dice nuestro Gran Dios y Salvador Jesucristo. En la carta de Pedro dice nuestro Dios y Salvador Jesucristo. Y puedo seguir enumerando más textos.

—¿Le parece? —preguntó algo confundido Victorio—. Mire que el libro dice otra cosa.

—Sé que el libro dice otra cosa, pero por más que lo diga, no es verdad lo que afirma. Los hallazgos de papiros de los primeros siglos, mucho antes de Constantino, refutan las afirmaciones ridiculas, falsas y mentirosas del autor del "Código"...

—Pero el autor dice que se basa en libros serios...

—Se basa en libros, pero para nada serios. Si hay algo que brilla por su ausen­cia en ese pasquín, son los libros serios de historia y de arte. En cambio, abundan

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188 El papiro de los ricos

los inventos, chucherías de esoterismo y teorías pseudocientíficas de conspiración sobre el Santo Grial, el supuesto Priorato de Sión y cosas similares. Esas "fuentes" del "Código" se basan parcialmente en los documentos falsificados por un tal Pierre Plantard y no tienen ninguna seriedad académica. El autor del "Código" no sabe absolutamente nada de historia antigua, de manuscritos y de teología cristiana. Sus supuestos "hechos y realidades" no son otra cosa que pompas de ja­bón. Uno las toca con un solo hecho científico, como la existencia de papiros an­teriores a Constantino que tienen exactamente el mismo texto que los evangelios de la Biblia, y esas pompas estallan. Cuando asumió Constantino, el cristianismo ya se había extendido por todo el imperio romano. Ni siquiera queriendo, el em­perador habría podido destruir todos los textos que ya estaban en circulación. Y le reitero que ningún papiro evidencia retoques intencionales para convertir a un "simple hombre" en un "Dios".

El interlocutor quedó pensando un buen rato. Esto era algo nuevo para él. Casi demasiado. Pidió algo para tomar, hojeó por un breve momento su libro, y volvió a la carga.

—El "Código" dice que el evangelio de Felipe califica a María Magdalena como esposa de Jesús.

—Mire —dijo Jorge con una calma que comenzaba a ser sospechosa y que fá­cilmente podía irritar a cualquiera—, ése es un texto apócrifo del siglo III. Es uno de los códices gnóstico de Nag Hammadi. Allí no dice esposa, sino que se emplea una palabra aclarada por el término griego "koinonós", que designa camarada, compañero, en masculino y femenino; pero no en el sentido de pareja, novio o es­poso, sino de alguien con el que se tiene algo en común, como en la camaradería o el compañerismo.

—Pero el autor dice que todo aquel que conoce el idioma arameo podrá con­firmar que esa palabra significaba esposa...

—Justamente ahí tiene una doble prueba de que el autor afirma estupideces. El evangelio de Felipe no está escrito en arameo, sino en idioma copto. El copto no tiene absolutamente nada que ver con el arameo. Y la palabra "koinonós", del idioma griego, no designa esposa. Para hablar de la esposa, el griego usa la pala­bra "gyné" y no "koinonós". En el texto de Felipe, "koinonós" significa algo así como hermana en el sentido espiritual. Si quiere, le doy más ejemplos de errores. El "Código" llama "rollos" a los textos de Nag Hammadi, pero en realidad son códices en forma de libros. En las ediciones ilustradas en alemán e inglés del "Có­digo", aparece una fotografía de un rollo de Qumrán, doblemente invertida: esta

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patas arriba e invertida de lados. Si ésa es la "seriedad" del libro, ¡muchas gracias! Prefiero una historieta.

—¿No hay otros textos confiables que digan algo sobre un matrimonio de Jesús?

—Nada, absolutamente nada, ni en la Biblia ni fuera de ella.

El hombre pensó un rato. De repente se le iluminó la cara. Se había acordado de algo.

—El evangelio de Felipe dice que "Jesús besaba frecuentemente a María Mag­dalena en la boca". ¿Qué me dice de esto?

—Ya me esperaba esta cita. Allí donde el "Código" dice boca, el papiro está dañado y no queda ninguna letra de la palabra original. Boca es sólo una recons­trucción. Es pura suposición. Por el espacio que ocupaba la palabra desaparecida, también es posible que haya dicho frente o mejilla.

—Pero un beso es un beso...

—De ninguna manera. En los primeros tiempos del cristianismo, un beso no necesariamente tenía un significado erótico o connotación sexual, sino que también era una forma de saludarse. En varias epístolas del Nuevo Testamento el apóstol anima a sus lectores a saludarse con el beso sagrado. Acuérdese que hasta Judas besó a Jesús. Y en otra oportunidad, Jesús le reprochó a un fariseo de no haberlo saludado con un beso.

—Ah, pues mire, yo no sabía todo eso.

—Así que en la antigüedad un beso pudo haber sido un simple beso de her­mandad o de saludo, así como los besos y abrazos de saludo en muchos lugares de América Latina. Pero no le recomiendo saludar así a un inglés o a un alemán.

Victorio soltó una carcajada. Se paró de un salto e improvisó una estilizada parodia uni-bipersonal de un inglés recibiendo un beso de un mexicano. Varios pasajeros lo miraron con cierto asombro. Cuando volvió a instalarse en su asiento, Jorge continuó con su explicación.

—Hay algo más con respecto al famoso beso. Aun aceptando la reconstruc­ción de la palabra faltante como boca, ese beso no tiene nada que ver con una escena erótica. El texto de Felipe es un producto gnóstico. La gnosis distingue en­tre los que pueden conocer y comprender la verdad y aquellos que no lo pueden. El verdadero saber sólo es alcanzable por iniciados. Los cristianos "normales" no saben ni conocen nada. El ser humano es salvado por el conocimiento, no por la

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fe; y ese conocimiento puede transmitirse simbólicamente por un beso. El beso simboliza que dos personas tienen la misma "onda" de conocimiento. Sería algo así como un ritual de iniciación en la sabiduría revelada. Quien recibe el beso, recibe una revelación especial.

—¿Así que yo no recibiría ningún beso? —preguntó Victorio con cara de picaro—. Digo, porque me considero cristiano "normal".

—Beso gnóstico, seguro que no —devolvió Jorge la derivación jocosa, notan­do que la resistencia de Victorio se estaba disolviendo—. Sobre otros besos no me corresponde opinar.

—Está bien —acotó Victorio—. Consultaré a mi esposa al respecto.

Estaban sobrevolando la región de Calama, al norte de Chile. Debajo del avión comenzaron a desplegarse los inmensos rectángulos de color verdoso y tur­quesa de la gigantesca mina de cobre. Desde la altura, los cuadriláteros parecían cultivos de hortalizas. Victorio sacó unas fotos, sin apagar el flash de su cámara, obteniendo por supuesto sólo reflejos del destello en la ventanilla del avión. Lue­go retomó la conversación.

—Disculpe: ¿no le molesto con mis preguntas? Es que nunca tuve oportuni­dad de platicar sobre estas cosas con alguien tan instruido como usted.

—De ninguna manera me molesta. Comente y pregunte todo lo que quiera. Siempre y cuando no se sienta molesto con mis respuestas... Agrego que esos tex­tos gnósticos no tenían ningún interés histórico en datos biográficos. Son meras colecciones de dichos gnósticos puestos en boca de Jesús. Compararlos con los evangelios canónicos es desconocer las respectivas intenciones de ambos.

Victorio parecía comprender, pero quiso asegurarse un poco mejor.

—El Jesús de esos textoS gnósticos, ¿no es acaso más humano que el de los evangelios de la Biblia?

—Al contrario. El Jesús gnóstico no es un ser de carne y hueso, mortal, hu­mano; sino un ser etéreo, místico, esotérico, espiritual, un héroe celestial, una figura que se distancia totalmente de la vida común y corriente. Por más que no le guste al autor del "Código", fueron los evangelios que él considera fraudulen­tos y mandados a hacer por Constantino los que conservaron la humanidad de Jesús, juntamente con su divinidad. En los textos apócrifos, Jesús es presentado con poderes sobrenaturales ya desde su nacimiento, con acciones espectaculares y

16. La Biblia azteca 191

desconcertantes, con sabiduría misteriosa y esotérica brindada sólo para iniciados, y con distancia total de la gente del pueblo.

—Pero los gnósticos estimaron mucho el liderazgo de las mujeres...

—Sí, eso dicen los neognósticos y los autores que no investigan bien. Quieren ser "políticamente correctos". Lo que pocos dicen es que el último versículo del evangelio copto de Tomás, también un texto gnóstico y apócrifo, afirma exacta­mente lo contrario. Ahí el Jesús gnóstico dice que impulsará a María para hacerla varón. Y termina diciendo que "cualquier mujer que se haga varón, entrará en el Reino de los cielos".

—¡No puede ser!

—Sí, puede ser y es así. La gnosis, por más que algunos la consideren avan­zada y progresista, estaba "pegada" a la cosmovisión de la antigüedad en la que la mujer jugaba el papel de un ser inferior y subordinado al varón. Gran parte de la gnosis era machista y elitista; y además odiaba el cuerpo por ser material. Por ende también odiaba la sexualidad. Desde muy temprano, los cristianos rechaza­ron mayoritariamente las tendencias gnósticas, enemigas del cuerpo y de toda la creación. Gracias a Dios, ese tipo de pensamiento no ha entrado al canon del NT.

En ese momento, Victorio se acordó de otra afirmación del "Código".

—El autor dice que el Tetragrama YHVH, el nombre de Dios, se compone del masculino Yah y de Havah, que es una palabra previa al hebreo que significa Eva", y que eso muestra una tendencia andrógina.

—Eso es totalmente necio y evidencia la incomprensión del autor. El concepto de Dios, cuyo nombre impronunciable se representa con el Tetragrama YHVH, es absolutamente trascendente. Dios interviene en la historia y en la vida de las personas, pero no está atado a nuestras dimensiones. Creó al ser humano como varón y mujer; pero él mismo no está sometido a los sexos y géneros humanos.

—¿Y cómo es la cuestión con Leonardo da Vinci? —preguntó Victorio, cada vez más inseguro del las "verdades" del "Código"—. Dice el libro que este pintor sabía del casamiento de Jesús con María Magdalena y lo comunicó en forma codi­ficada a la posteridad, colocando a María Magdalena al lado de Jesús en su cuadro de la última cena. Ambos forman una "V", que es el símbolo de lo femenino.

—Mire, ningún experto de arte acepta la afirmación del "Código". Si ese jo­ven no es Juan, ¿dónde está entonces ese discípulo? ¿Le parece que Leonardo se

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habría atrevido a pintar sólo once discípulos? Y con respecto a la "V", esta letra no es ningún símbolo femenino.

—¿Y el Santo Grial? —preguntó Victorio, ya bastante distendido—. El autor dice que el cuerpo de María Magdalena es el Santo Grial por ser el recipiente de la "sangre real" de Jesús.

—Todas las especulaciones sobre el "Santo Grial" como copa de la última cena de Jesús son leyendas que fueron construidas y divulgadas recién en la Edad Media. No tienen ningún arraigo en la realidad de aquella cena. Igualmente fan­tasiosa es la interpretación del "Código" de trasladar el "Grial" al cuerpo de María Magdalena.

Victorio solicitó otro coñac. Bebió unos sorbos y retomó la conversación. Por lo visto, había quedado fascinado con las aclaraciones de Jorge.

—¿Qué me puede decir sobre el Priorato de Sión?

—El "Código" dice que los Templarios guardaron el secreto del matrimonio de Jesús y que al ser destruidos en el siglo XIV, el Priorato de Sión se hizo cargo de guardar esa documentación tan "peligrosa" para la Iglesia. También afirma que Leonardo da Vinci, Isaac Newton, Descartes y Víctor Hugo fueron miembros de ese club de notables. Es otra mentira mayúscula. En 1956, un estafador de nom­bre Pierre Plantard inventó el Priorato. Más tarde atestiguó bajo juramento que no existe ningún Priorato. Plantard reconoció que había falsificado documenta­ción y que había mentido.

—¡Ufa! —exclamó Victorio—; ¿Así que eso tampoco es cierto?

—No. Toda esa construcción ficticia es una baratija literaria. Es una macedo-nia, una pseudohistoria mezclada con una teoría de la conspiración de la Iglesia contra la "verdad" de ese supuesto matrimonio de Jesús con María Magdalena. Es más: es pseudohistoria paranoide. Así suele fantasear alguien que sufre de delirio paranoide.

—Disculpe mi ignorancia: ¿Qué significa "paranoide"?

—El delirio paranoide es un síndrome algo atenuado de la enfermedad llama­da paranoia, y se caracteriza por egolatría, manía persecutoria, recelo, suspicacia y alta agresividad. Fíjese, todo eso coincide con lo que sucede en el "Código": la teoría de una conspiración en contra de la verdad, recelo y alta agresividad contra la Iglesia y la Biblia. Súmele las falsedades que divulga el libro y el monumento

16. La Biblia azteca 193

egolátrico que se quiso construir el autor, haciéndole creer al público que por fin alguien había descubierto "la verdad", y entonces obtiene el cuadro casi completo.

—¿Por qué sólo casi?

—Porque la parte faltante la pone la gente —aclaró Jorge con cierta dosis de resignación—. Hay muchísima información académica sumamente sólida que desmantela punto por punto las falsedades del "Código", pero mucha gente pre­fiere seguir creyendo lo que dice ese mamarracho.

Había llegado el almuerzo, y ambos se dedicaron por un buen rato a esta parte "prosaica" de la vida. Una vez terminado, Victorio se levantó a caminar un rato por los pasillos del avión, luego volvió a su lugar y se durmió. Así permaneció du­rante casi dos horas. Se despertó cuando sirvieron una merienda liviana, y retomó la conversación.

—Jorge, me quedó algo en el tintero. Leí que en algún idioma, no me acuerdo cuál, le cambiaron el título de "Código" por el de "Sacrilegio".

—Fue en la versión alemana. Me parece toda una metáfora no intencionada, pues el libro en sí es un verdadero sacrilegio contra la verdad, la investigación seria, la fe sincera de millones de personas, la honestidad e incluso el buen gusto.

Victorio asintió lentamente con la cabeza y mantuvo un largo silencio. El avión comenzó su descenso. Se acercaba el final del viaje. Victorio puso el broche final a la larga conversación:

—Jovencito, le agradezco enormemente por haberme dado tantas explica­ciones interesantes. Debo reconocer que usted me convenció. Volveré a leer el "Código", pero con una mente muy crítica. Y si me lo permite, transmitiré sus explicaciones a mis amigos. Algunos de ellos son fanáticos del "Código", como lo era yo.

El piloto anunció que en 20 minutos aterrizarían en el Aeropuerto de México. El personal comenzó a preparar la cabina, y el nerviosismo habitual ante la inmi­nente llegada al destino se apoderó de muchos pasajeros. A la derecha del avión se divisaba a cierta distancia el conjunto orográfico más famoso del país azteca: el volcán Popocatépetl y la montaña Iztaccíhuatl. Iztaccíhuatl significaba en náhuatl "Mujer blanca"; el nombre popular era "La mujer durmiente" por el perfil de la masa que se parece a una mujer acostada. El nombre náhuatl del volcán Popo­catépetl significaba "Montaña que humea". Haciendo honor a ese nombre, justo cuando Jorge había enfocado con su cámara la cumbre del volcán, éste lanzó una fumarola grisácea al cielo. Jorge pudo tomar rápidamente varias fotos del singular

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194 El papiro de los ricos

fenómeno. Victorio se sentía a sus anchas brindándole información detallada so­bre ambos macizos. A los pocos minutos comenzaron a verse debajo del aparato los primeros trazados de la gigantesca mancha urbana de más de veinte millones de habitantes. Algunos cerros sobresalían de la enorme planta de la ciudad, y unos instantes después aparecieron los edificios altos del centro del Distrito Federal. El avión se inclinó suavemente hacia la izquierda y realizó un elegante arco, luego del cual el piloto apuntó la nariz del aparato hacia la pista principal del Aeropuerto Internacional Benito Juárez. Un minuto después, exactamente a las 18:00, la hora prevista, el tren de aterrizaje hizo contacto con el suelo. "Estoy en casa - en una de mis casas" pensó Jorge. Con madre mexicana, México también era su patria.

—Espero que nos encontremos de nuevo en algún rincón del planeta — dijo Victorio al despedirse de Jorge—; ha sido un viaje genial. Muchas gracias, nuevamente.

Estando en la larga fila para pasar por migraciones, Victorio, que estaba dos metros delante de Jorge, se acordó de otro tema más.

—Cuando volvamos a encontrarnos, le voy a pedir que me explique qué es eso que llaman el "papiro de los ricos". En Semana Santa, vi un programa sobre este hallazgo, pero no entendí gran cosa.

Jorge sintió que una descarga eléctrica le recorría todo el cuerpo. Tratando de mantener la calma, pero logrando su cometido sólo a medias, sacó una tarjeta de su bolsillo y se la dio a Victorio.

—Tome, aquí le dejo la dirección de un blog sobre ese papiro. Fíjese en el artículo que está en este blog y luego mándeme su comentario a mi correo elec­trónico, que es fácil de recordar: [email protected]

—Espere, me lo anoto —dijo Victorio, sacó una lapicera y anotó la dirección al dorso de la tarjeta—. Gracias. Le escribiré.

En ese momento, uno de los funcionarios de migraciones terminó de atender a un pasajero y dijo: "El siguiente, por favor", y Victorio tuvo que adelantarse. A Jorge le tocó otro lugar, y entonces perdió de vista al ex entusiasta del "Código". Pasó por migraciones y aduana, y finalmente pudo saludar a su abuela Florencia Chávez González y a su abuelo Adán Navarro Cruz. Se habían visto la última vez en el acto de clausura cuando Jorge terminó sus estudios de teología. Por proble­mas de salud de la abuela, no pudieron viajar a su ordenación al pastorado, así que llevaban varios años sin verse. Los tres hablaban ininterrumpidamente a la vez, pues había miles de novedades familiares que merecían ser intercambiadas.

16. La Biblia azteca 195

Ya en el vehículo y rumbo a su casa en el histórico barrio de Coyoacán, el abuelo planteó la pregunta que había venido rumiando todo el tiempo.

—Además de venir a visitarnos a nosotros, me imagino que tienes más moti­vos para viajar a Europa y a México. ¿Puedes explicarnos las razones de tu viaje?

—Sí, claro. Estoy haciendo algunas investigaciones —dijo pausadamente Jor­ge—; y mañana debo visitar el Museo de las Sagradas Escrituras México.

—Excelente. Puedo llevarte allí, si quieres —respondió el abuelo con cara de anciano sabio—; pero estoy seguro que no encontrarás nada de lo que estás buscando.

Adán logró lo que se había propuesto. Jorge preguntó confundido:

—¿A qué te refieres?

—A lo que indicó el gringo sabelotodo sobre el Museo de las Sagradas Escrituras.

A todas luces, el abuelo sabía más de lo que aparentaba. Jorge preguntó admirado:

—¿Quién te comentó lo que estoy investigando?

—"Un pajarito", como dicen ustedes en la Argentina. Hoy los pajaritos son digitales y viajan con velocidad luz. Algunos vienen por correo electrónico, otros por teléfono.

Un código misterioso tras otro. Un camión se acercó peligrosamente al vehí­culo de los Navarro, de manera que la abuela gritó con desesperación:

—Adán, ¡no hables tanto y conduce con más cuidado! Pueden conversar en

casa.

Ante esta justificada interrupción, Jorge prefirió no seguir preguntando. Lo hizo recién cuando luego de arribar al hogar de los Navarro, estaban cómodamen­te sentados a la mesa, listos para cenar.

—Abuelo, ahora me tienes que contar qué es lo que sabes de mi investigación.

—Gladys me mandó la dirección de tu blog; y como vi el programa en Sema­na Santa, me siento orgulloso de tener un nieto que tiene el coraje de un David para enfrentarse con un Goliat.

—Adán, sentir orgullo es pecado —corrigió en el acto la abuela—. Debes decir: "Doy gracias a Dios por el coraje que le dio a nuestro nieto .

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—Bueno, sea como tú dices —concedió Adán—. Doy gracias etc.

Jorge no salía del asombro. Su abuelo estaba a la altura de las circunstancias.

—Abuela, ahora me toca a mí —dijo Jorge—. Doy gracias a Dios por los abuelos que tengo.

Como ya no había nada para ocultar, pues evidentemente Adán no sólo había estudiado toda la materia sino que también había recibido información adicional de Gladys, Jorge brindó un amplio informe a sus abuelos. El abuelo creció varios centímetros al enterarse de todos los descubrimientos que había hecho su nieto, mientras que Florencia, la abuela, sazonaba la exposición con comentarios teoló­gicos que nacían de su fe sincera y auténtica.

—Aquí en México quiero verificar si es cierto que el papiro pasó por el Museo de las Sagradas Escrituras —concluyó Jorge la larga exposición—. El informe dice que Messer Padre pasó por México a comienzos de 1969, que aquí un amigo le indicó que en el Museo se guardaba una copia de un pedazo del famoso papiro, que verificó que efectivamente existía esa copia, que ubicó a la persona que había vendido la copia al Museo, que a través de ella encontró al traficante de antigüe­dades que poseía el original, y que le compró el papiro. De aquí el documento pasó a Nueva York.

—Bien, vayamos entonces mañana al Museo —concluyó el abuelo la larga jornada—. Que descanses bien.

—Será bueno que prepares algún estudio bíblico para la noche —agregó Flo­rencia—. Nuestra comunidad quiere conocerte.

—¿La comunidad? —preguntó Jorge con cierto asombro—. ¿Qué les conta­ron de mí?

—Ya verás —respondió Adán—. Sólo te adelanto que todos te admiran.

A la mañana siguiente, Adán llamó al Museo para anunciar la visita, y luego fue allí con Jorge.

—Encantado de conocerlo, Pastor —saludó el Profesor Cristian Gómez, Di­rector del Museo —. Es un privilegio para nuestro Museo que usted nos honre con su distinguida visita.

—Igualmente encantado —contestó Jorge—; pero el privilegio es mío. No tenemos un museo así en mi país.

16. La Biblia azteca 197

—Pues, entonces ha llegado el momento para que usted organice uno —res­pondió el encargado—. Desde ya, le ofrezco toda mi humilde colaboración.

Jorge no sabía si la afectuosa formulación de la salutación era mera formalidad o algo más. Pidió al director que le explicara el objetivo, las características y los contenidos del Museo.

—Esta institución se llama Maná, Museo de las Sagradas Escrituras, Asocia­ción Civil; y es conocida popularmente como Museo de la Biblia. La entidad fue creada para facilitar el estudio y el análisis de la Biblia —comenzó el encarga­do—. El Museo posee actualmente más de 1.200 Biblias en más de un centenar de idiomas y toda una serie de documentos adicionales. Además de ediciones en las lenguas bíblicas originales, griego, hebreo y arameo, hay Biblias europeas de los siglos XVI y XVII que pertenecieron a grupos perseguidos por la Inquisición; tenemos ejemplares en la mayoría de los idiomas occidentales: latín, castellano, alemán, ruso, catalán, inglés; en idiomas asiáticos como hindi y coreano; y por su­puesto en los idiomas indígenas de nuestro propio país: tzotzil, huasteco, chinan-teco, náhuatl, variantes zapotecas, y otros. Quiero destacar que el Museo posee un ejemplar de la Biblia que perteneció al emperador Maximiliano de Habsburgo; una Biblia del Oso, que fue la primera Biblia completa en español traducida de los idiomas originales y publicada en 1569; asimismo, la primera traducción ca­tólica al español de 1790 como también la primera Biblia impresa en América, en 1831. Constantemente estamos adquiriendo más ejemplares.

Mientras el Director daba estas explicaciones, iba mostrando a Jorge los ejem­plares de las Sagradas Escrituras.

—Me doy cuenta de que ustedes realmente aman la Biblia —dijo Jorge con total sinceridad—. Esto es más que un museo. Es un santuario del libro sagrado.

—Tiene razón —asintió el Director—. No somos fanáticos, pero estamos convencidos de la enorme importancia que tuvo este libro para la cultura occiden­tal y mundial. Prosigo contándole. Poseemos Biblias en los más diversos soportes modernos, tales como discos compactos, audiocintas, microfichas y en sistema braille. También tenemos candelabros, un shofar hebreo de cuerno de carnero, videos, material informativo, diccionarios, gramáticas. Hacemos exposiciones y conferencias públicas en iglesias, bibliotecas, universidades, museos e incluso en el sistema de transporte público, pues aún no tenemos un espacio propio para una exposición permanente. También tenemos una exposición itinerante que muestra la historia de la Biblia a lo largo de cuatro milenios intitulada "Del Papiro a la

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198 El papiro de los ricos

Computadora" y que ha sido exhibida en varias Universidades, colegios, iglesias y escuelas en diferentes lugares del país.

—¿Quién sostiene todo este inmenso trabajo? —inquirió Jorge—. Puedo imaginarme que no es barato mantener todo esto y ampliarlo constantemente.

—El Museo es sostenido por una Asociación Civil formada por cristianos y judíos.

—¿Quién tuvo la idea o quién llevo adelante la iniciativa de esta magnífica obra?

El Director bajo la cabeza, pues no era su modalidad colocarse en primera plana, pero no le quedó otro remedio que reconocer que él era el fundador del Museo. Luego prosiguió con sus explicaciones:

—Con el objetivo de apoyar todo el trabajo el Museo, se ofrecen varios servi­cios educativos: diplomados, licenciaturas y maestrías en ciencias bíblicas y filo­sofía de la religión.

—¿Qué materias enseñan? —preguntó Jorge con vivo interés.

—Estudios de los idiomas bíblicos hebreo, arameo, griego y latín; introduc­ciones a las escrituras hebreas y griegas; cursos sobre los libros históricos, pro-féticos y poéticos hebreos; arqueología bíblica; cursos sobre los evangelios, las epístolas y el Apocalipsis; clases de historia de la iglesia, museografía; e incluso ofrecemos una carrera de música.

—Es decir, prácticamente podrían funcionar como una facultad de teología —acotó Jorge—. ¿Cuál es el impacto de todo esto en la sociedad?

—Excelente —respondió el Director—. Es un trabajo de extensión cultural, que desmitifica el acceso a la Palabra de Dios. El reconocimiento es tal que una Universidad otorgó valor curricular a la Licenciatura en Lenguas Bíblicas y otros cursos y seminarios con un enfoque bíblico.

Con cada elemento nuevo que aportaba el Profesor Gómez, Jorge sentía que aquí estaban a años luz de unos cuantos países del resto del continente en materia de divulgación científica de la Biblia y su historia. El Director prosiguió.

—El ciclo de conferencias explicativas toca temas como la formación del ca­non bíblico, la formación de los libros bíblicos, los manuscritos más antiguos, los llamados textos apócrifos y su relación con los textos canónicos. Pero venga, ahora le muestro el shofar.

16. La Biblia azteca 199

El Director fue a una vitrina y sacó con cuidado el valioso instrumento.

—Pruébelo sin miedo —dijo, entregándoselo a Jorge—. Es un tipo de trom­peta que se usa en varias fiestas judías, tales como Rosh Hashaná, que es el Año Nuevo Judío; y en Yom Kipur, el Día del Perdón.

Jorge tomó el instrumento con sumo cuidado, lo acercó a la boca y comenzó a soplar. Pronto pudo sacar un sonido claro. Luego se lo devolvió al encargado.

—¿Me permite preguntarle algo? —dijo con tono tímido—. ¿Es cierto que este Museo posee la copia de un fragmento de un papiro del primer siglo de la era cristiana?

—¿Una copia del supuesto "papiro de los ricos"? —respondió el encargado, sin evidenciar sorpresa alguna por esa pregunta—. Mire, vi el programa sobre ese papiro en Semana Santa, y ya vinieron varias personas a preguntarme. Pero todo lo que se dijo en el programa sobre nuestro Museo es mentira. Jamás adquirimos una copia de tal papiro, no sabemos absolutamente nada de algo así, y sobre todo no coinciden las fechas.

—¿Qué fechas? —preguntó Jorge.

—El papirólogo dijo que su padre vio esa supuesta copia de ese supuesto papi­ro en 1969. Todos esos supuestos son inventos. En ese entonces no existía ningún museo de la Biblia en México. Nuestro Museo fue fundado recién en el año 2000.

—¿Recién en el 2000?

—Sí. En el año 2000 después de Cristo, y según el calendario gregoriano, para mayor precisión. Hace una década. Tres décadas después del año indicado por los Messer. Le reitero que en lo que respecta a México, todo es un invento.

"No sólo lo que respecta a México" pensó Jorge para sí, "todo lo es". Pero consideró mejor no entrar en detalles. Nunca es bueno adelantarse eufóricamente a los hechos.

—Le agradezco por esta información —dijo Jorge con cara aliviada—. Quería tener certeza sobre este punto. Dígame, ¿tienen un sitio en internet?

—Tenemos una dirección en Facebook y estamos trabajando en la creación de un buen sitio. Nos puede encontrar en http://www.facebook.com/pages/Mana-Museo-de-la-Biblia/111369572118 y puede comunicarse con el museo a través del correo electrónico [email protected] y plantearnos lo que le inte­rese. Con mucho gusto trataremos de responder todo lo que podamos.

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200 El papiro de los ricos

Siguieron recorriendo las demás salas y vitrinas del Museo, y Jorge se cargó de tanto entusiasmo que decidió hacerle caso al Director y encarar la creación de un museo similar en la Argentina. Pensó que su Facultad de Teología sería el lugar más adecuado para ello.

El tiempo había pasado volando, y el abuelo y su nieto se despidieron del Pro­fesor Gómez como viejos conocidos. Se habían dado cuenta de que compartían una montaña de sentimientos, saberes y preferencias, siempre en torno a la Biblia. Por su parte, el Director era no un libro, sino toda una biblioteca abierta en ma­teria bíblica. A todas luces dominaba su amplio campo. Jorge tenía la impresión que ambos, el Museo y su fundador y Director, estaban hechos el uno para el otro. Constituían una simbiosis perfecta de saberes no tan fácilmente accesibles, amor a la Palabra de Dios, entusiasmo por su divulgación y profunda sabiduría que emanaba de la fe formada y sustentada por el Libro de los libros.

La abuela los estaba esperando con un delicioso almuerzo mexicano, que se es­tiró hasta las cuatro de la tarde. Luego Jorge preparó un estudio bíblico. Cuando terminó, ya era hora de ir a la iglesia.

Cuando ingresó al templo bellamente iluminado, la comunidad entera se puso de pie y lo recibió con enorme alegría. Jorge quedó mudo de asombro. No se había esperado tal bienvenida. El pastor local pronunció unas palabras vibrantes y explicó a la comunidad que Jorge era el autor del artículo del celebérrimo blog -así dijo literalmente— que divulgaba la verdad sobre la difamación más absurda de la fe cristiana.

Pero esa explicación no era necesaria. Todos conocían el contenido del blog. Evidentemente el abuelo Adán había dado buena manija al asunto. Jorge no pudo desarrollar su estudio bíblico, pues la comunidad tenía docenas de preguntas so­bre los evangelios, el papiro, las historias falsificadas, la relación de pobres y ricos en la Biblia y muchos puntos mas.

Cansadísimo y a la vez contentísimo, Jorge volvió al domicilio de sus abuelos.

—Ahora me queda realizar una sola investigación —-dijo Jorge antes de ir a dormir—. Pasado mañana viajaré a Nueva York.

—¿Qué te queda por investigar? —preguntó Adán—. Por supuesto que te ayudaré.

—Jonny Messer dijo que el padre colocó el papiro en una caja fuerte en el Mount Alban Brothers Bank de Nueva York, filial de un banco de Oaxaca. Así que debo ir a verificar este dato.

16. La Biblia azteca 201

—Si lo del Mount Alban Brothers Bank es cierto, el Banco debería figurar en alguna guía de teléfono de México —reflexionó el abuelo—. Esto lo podemos chequear desde aquí. Quizá te ahorres el viaje a Nueva York, y así nosotros po­dremos contar unos días más con tu grata presencia. Vayamos a consultar la guía telefónica de Oaxaca.

—No, hagan esa revisión mañana —dijo la abuela—; ya es hora de descansar. Buenas noches.

Tenía razón la abuela. El día había sido largo, como todos los anteriores. Así que fueron a descansar. Los tres durmieron el sueño de los justos. Se despertaron relativamente tarde; y luego de un copioso desayuno, Jorge y Adán se instalaron en el escritorio de la casa y comenzaron a revisar una docena de guías de teléfono. El resultado fue siempre el mismo. En ningún lado figuraba un Mount Alban Brothers Bank. Luego de dos horas de búsqueda infructuosa, Adán resolvió lla­mar a un viejo conocido, que había trabajado hacía más de medio siglo de telegra­fista en el correo central. Luego de explicarle con mucha paciencia lo que quería averiguar, el amigo prometió hurgar en sus viejos archivos y devolver la llamada.

A la hora llamó.

—Tuve suerte. Encontré algo. Quizá te sirva —dijo con voz temblorosa por la edad—. Efectivamente existía un Mount Alban Brothers Bank, pero no en Oaxa­ca ni en lugar alguno de México. Se trataba de un pequeño banco neoyorquino creado por dos hermanos, hombres de finanzas, amantes ambos de la arqueología y entusiastas del sitio arqueológico de Monte Albán de Oaxaca. De allí proviene el nombre tan curioso. Pero ese banco quebró en la gran depresión de los Estados Unidos, y su capital se esfumó totalmente en 1930, hace ocho décadas. Encontré la dirección en una vieja guía de teléfonos de bancos que usábamos en mi trabajo. Los demás datos los saqué de un libro sobre la historia de los bancos.

Adán agradeció afectuosamente a su amigo. Colgó el teléfono y transmitió la información a Jorge. Éste la registró cuidadosamente en su cuaderno de campo. En breve tiempo, habían quedado desmanteladas dos mentiras más de los Messer.

Cuando ambos salieron de la oficina, la abuela ya los estaba esperando con la cena. Antes de dedicarse a este placentero disfrute, Jorge llamó a la agencia de viajes y canceló el vuelo a Nueva York. Ahora disponía de tres días enteros para conocer algo más de la fascinante Ciudad de México.

Los tres días fueron espectaculares. Bajo la sabia guía de su abuelo, Jorge llegó a conocer no sólo las atracciones celebérrimas del Distrito Federal, sino también

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los rincones menos conocidos, pero no menos pintorescos y expresivos de la his­toria y el presente de México.

El sol ya dibujaba sombras muy estiradas sobre el panorama urbano y se dis­ponía a ocultarse debajo del horizonte, cuando al final del tercer día Adán llevó a su nieto al Aeropuerto.

—Me has proporcionado un distinguido privilegio —dijo Adán, mientras Jorge bajaba del vehículo para ingresar a la Terminal Aérea—. Me has permitido colaborar contigo en el desenmascaramiento del mayor fraude del siglo XXI.

—Espera, abuelo; todavía no hemos terminado. No cantemos gloria antes de la victoria. Aún puede pasar cualquier cosa. La vida está llena de imprevistos.

Cuánta razón tenía el joven Jorge.

17. El sello de garantía del fraude Jorge se despertó cuando los primeros rayos del sol comenzaron a acariciar la punta del ala izquierda del avión. Estaban sobrevolando el noroeste argentino. Al rato trajeron el desayuno. Cuando finalizó esta ceremonia, el capitán avisó que estaba iniciando el descenso para aterrizar en aproximadamente veinte minutos en Buenos Aires. Como siempre en este momento de un vuelo, un curioso ner­viosismo se extendió entre los pasajeros, que llegó a su fin cuando el aparato se posó sobre la pista de Ezeiza.

Jorge tomó un taxi a la terminal de ómnibus de Retiro y abordó el primer ómnibus que salía a Urdinarrain. Después de pasar por el complejo de puentes de Zarate y Brazo Largo, intentó redactar la última parte de su artículo, pero no pudo concentrarse. Así que optó por mirar el paisaje, archiconocido por cierto, pero igualmente saturado con algunas sorpresitas: una cigüeña, una bandada de loros, hermosas flores en los bañados y esteros, un arroyo desbordado, camalotes; y, ya sobre el trayecto final entre Gualeguaychú y Urdinarrain, incluso un ñandú.

Al llegar a su domicilio, tuvo que ventilar un largo rato la casa. Los muchos días de encierro se hacían sentir. Mientras se preparó algo para comer, le vino una especie de iluminación.

En el papiro había aún un dato que hasta ese momento no había podido ubicar. Era la historia de la conexión entre la vid y el olmo, aplicada a la relación entre pobres y ricos, en el sentido de que siempre debía haber ricos para poder sostener a los pobres; y pobres, para poder orar por los ricos. Jorge había cons­tatado que en la Biblia no existía paralelo alguno para esta imagen. Igualmente el relato le parecía conocido. Ahora, mientras pelaba unas papas, se acordó que la comparación de la vid y el olmo se hallaba en un escrito del siglo II intitulado Pastor de Hermas, redactado quizá entre los años 130 y 140. El Pastor pertenecía a un conjunto de textos llamados "Padres Apostólicos". Jorge dejó las papas, se lavó las manos y fue a su biblioteca. Tras buscar algunos minutos, halló lo que buscaba.

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204 El papiro de los ricos

Al comparar la traducción al inglés hecha por Jonny Messer con la versión castellana en su edición de los Padres Apostólicos, Jorge encontró tantas similitudes que fue directamente a los respectivos textos griegos. Para su enorme sorpresa halló una serie de coincidencias literales de manera que quedaba descartada cual­quier coincidencia. Se le escapó un "¡Viva!", pero inmediatamente le asaltó una duda: ¿No podía ser acaso que Jesús haya creado esta breve analogía y que la mis­ma no haya llegado a entrar a los Evangelios canónicos, sino que fuera transmitida por otras vías hasta llegar al autor del texto del siglo II? La honestidad académica de Jorge tenía que ceder aquí el beneficio de la duda, aunque de hecho él estaba nuevamente ante un indicio más que se agregaba a los anteriores. Recordó que los autores patrísticos Tertuliano e Ireneo de Lyon citan al Pastor de Hermas como Escritura; y que también aparecía como parte del Nuevo Testamento en dos edi­ciones del mismo, llamados Códice Sinaítico uno y Códice Claromontano el otro. El autor del texto, por su parte, parecía provenir de círculos judeocristianos del siglo I. La obra contiene cinco visiones de género apocalíptico, doce mandamien­tos sobre virtudes cristianas y humanas en general, y diez comparaciones.

Jorge buscó un comentario a los textos de los Padres Apostólicos y repasó los datos sobre el Pastor de Hermas. Vio que en este escrito los ricos eran invitados al arrepentimiento y llamados a usar la riqueza a favor de los pobres y necesitados. Para Hermas, la riqueza era una dádiva de Dios que debía ser usada en beneficio del pobre. Por medio de la riqueza, los ricos podían realizar obras buenas, y por eso la riqueza podía ser útil. El rico era considerado pobre espiritualmente, y el pobre en lo económico era comprendido como rico en lo espiritual. Cuando el rico daba al pobre y el pobre oraba por el rico, ambos realizaban la obra de Dios. Hasta aquí la teología del Pastor de Hermas.

Jorge constató que allí no había ningún cuestionamiento de la riqueza ni de su procedencia. Simplemente se decía que la riqueza provenía de Dios. Este escrito del siglo II estaba a años luz de aquella radicalidad del Evangelio de Lucas y de la Epístola de Santiago. Estos textos canónicos cuestionaban a los ricos como clase, denunciaban la apropiación ilegítima de la fuerza de trabajo de los jornaleros, desenmascaraban el afán de acumulación, anunciaban la total inutilidad del ate­soramiento y del carácter trágico y mortal de esa actitud. En cambio, en el Pastor de Hermas había una yuxtaposición paradójica de la riqueza espiritual del pobre y la riqueza material del rico. Evidentemente la situación socioeconómica y tam­bién teológica de las comunidades cristianas se había desarrollado en la dirección denunciada y temida por Santiago y contra la que éste había levantado su voz: los ricos se transformaron en miembros muy bien establecidos y poderosos de la comunidad, y su incorporación era comprendida y justificada con la teoría de la

17. El sello de garantía del fraude 205

dependencia mutua entre el rico y el pobre. El Pastor de Hermas agregó a este es­quema la teoría del equilibrio. Esto encuadraba de alguna manera en la ideología del "papiro de los ricos", aunque éste reflejaba la última etapa de esas vueltas de tuerca hacia la total "rehabilitación" de los ricos y la anulación de todo cuestiona­miento de los mecanismos de apropiación y uso de la riqueza.

Jorge se puso muy contento con lo que había descubierto. Terminó de pelar sus papas a altas horas de la noche.

Al día siguiente, quiso emprender la última embestida. Repasó de nuevo todas sus anotaciones y la manera cómo había estructurado su artículo con los datos obtenidos. Cada escala del estudio del texto y del viaje fue una nueva evidencia que el "camino del papiro" era una construcción artificial para engañar a la gente. La historia aparecía como basada en datos que sonaban reales, pero que eran una mezcla de fragmentos de realidad con mucha ficción, y siempre había algún de­talle o varios que no coincidían con el relato. Sobre todo las fechas evidenciaban abismos garrafales desde algunas décadas hasta unos cuantos siglos.

De repente, Jorge sentía que su desenmascaramiento no cerraba del todo. Para casi todas las fallas o errores del relato de los Messer podía inventarse alguna excusa o explicación. Jorge se asustó enormemente cuando se dio cuenta de que su triunfo, que le había parecido estar al alcance de la mano, aún estaba a cierta distancia. Incluso parecía alejarse. "Es como que me falta algo", pensó, "un 'sello de garantía' del fraude".

No daba más de saturación. Estaba harto. Todos los datos cuidadosamente elaborados y las posibles excusas comenzaron a revolotear en su cabeza, formando un torbellino de ideas contradictorias. Jorge se levantó, abandonó el escritorio y se dirigió al jardín. Quería desconectarse. Necesitaba urgentemente una pausa. Creativa, en lo posible. Se sentó debajo de un árbol de paraíso sombrilla, planta­do por su antecesor en el cargo pastoral; cerró los ojos y permaneció en silencio. Estuvo así un largo rato, perdiendo la noción de tiempo y tratando de no pensar nada. Pero justamente cuando alguien hace tal esfuerzo, parece que los pensa­mientos se conjuran contra la voluntad y aparecen con mayor presión. Cuando alguien se propone no pensar en elefantes rosados, estos curiosos bichos no se van más de la imaginación. Igualmente Jorge consiguió serenarse hasta tal punto que se dijo que revisando punto por punto desde el principio toda la cuestión, quizá descubriría algo nuevo, algún dato no visto la primera vez, alguna pista conside­rada de menor importancia pero finalmente decisiva.

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206 El papiro de los ricos

Volvió a su escritorio y abrió la imagen del papiro en la computadora. Decidió revisar el curioso documento letra por letra, punto por punto, línea por línea, centímetro por centímetro. Aprovechó para ello la función de ampliación de la imagen. Cuando estaba llegando casi al final de la primera hoja sin haber descu­bierto nada nuevo ni llamativo, miró el reloj y se asustó. Había tardado una hora con esa revisión. Se le iba a ir el día entero y media noche con el papiro entero. Y aún le faltaba una última línea de la primera hoja.

"No importa el tiempo que invierta", se dijo, "o hacemos bien las cosas o no las hacemos". Fue a prepararse un café. Cuando volvió a su computadora, quiso pasar a la segunda hoja del documento, pues estimó que no encontraría nada en la última línea de la primera. Pero tras una brevísima duda prefirió examinar también esa última línea con el mismo esmero de siempre.

Lo que descubrió allí bien al pie de la página, prácticamente escondidito, lo alteró de tal forma que volcó su taza de café sobre el teclado. Una parte del chorro del aromático líquido pardo se buscó su camino entre las teclas, otra parte superó el borde de la mesita y se volcó sobre el pantalón de Jorge. No prestándole aten­ción a este hecho y sin sentir el líquido caliente sobre la piel de sus piernas, amplió todo lo posible la imagen y luego la movió cuidadosamente varias veces hacia arriba y hacia abajo, hacia la derecha y la izquierda. No había duda alguna: en el borde inferior izquierdo del papiro, apenas visible, había una finísima estrellita roja de cinco puntas. No la había visto antes. Claro, era sumamente diminuta. Cada rayita tenía a lo sumo un milímetro, de manera que la estrellita no llegaba a medir dos milímetros de diámetro. Lo más llamativo era la construcción de la estrella. No estaba formada por pequeños triangulitos, al estilo de las estrellas del mar o como suele representarse gráficamente una estrella. Estaba formada por cinco líneas que convergían en el centro.

Jorge quedó mirando durante varios minutos la figurita. Muy vagamente re­cordaba haber visto en algún lugar exactamente el mismo garabato decorativo. Y no precisamente en un objeto de casi dos mil años de antigüedad, sino en uno muy reciente. Pero por más esfuerzo que hacía, no lograba recordar dónde había visto este mismo simbolito. Era de suponerse que si un papiro que provenía del primer siglo de la era cristiana ostentaba una determinada marca que también aparecía en un objeto mucho más reciente, el nuevo repetía el rótulo del antiguo. O el objeto antiguo no era tal, sino que delataba que era nuevo y sólo artificial­mente "antiguo".

Por fin Jorge se levantó, tomó un baño y se puso un pantalón nuevo. Luego limpió cuidadosamente el teclado, desarmándolo íntegramente y quitando hasta

17. El sello de garantía del fraude 207

el último vestigio de café de cada tecla y los pequeños resortes. Cuando limpió la tecla de la "P", le vino la tan ansiada iluminación. Por fin se acordó dónde había visto la curiosa estrellita. Estaba seguro de que poseía un papiro moderno con ese mismo signo, uno de esos papiros en blanco que se venden en los países orientales y en bazares europeos que comercializan productos de Oriente. Cuando estaba en Chicago, se lo regaló un profesor que había ido a dictar unas conferencias en Jerusalén. El docente había adquirido el papiro en un bazar cercano a la Puerta de Jaffa, en la Ciudad Vieja de Jerusalén. Jorge siempre había querido escribir algunos versículos del Nuevo Testamento en el papiro. Pero cuando concluyó los estudios, el papiro quedó guardado en alguna gaveta, esperando sus versículos. Jorge no lo tocó nunca más. El papiro había venido en un sobre especial con una leyenda que indicaba que se trataba de una pieza de importación elaborada en Alejandría, Egipto. Allí un enamorado de las antigüedades, instalado en un barco en el Nilo, fabricaba papiros modernos con el mismo procedimiento con el cual se habían elaboraban los papiros en la antigüedad. Pero, ¿dónde había quedado ese papiro?

Jorge revolvió desesperadamente todos sus cuadernos de apuntes y demás pa­peles guardados desde la época de sus estudios. De paso aprovechó para hacer un poco de limpieza en su escritorio y tiró unos cuantos papeles al tacho de basura. El resultado de su búsqueda fue nulo. Desde las gavetas revueltas esta nulidad se trasladó al ánimo de Jorge, pues ahora todo dependía de una miserable estrellita sobre un papiro seguramente ya deshilacliado y desteñido. Quizá ya ni siquiera lucía esa marca. Habían pasado ocho largos años y tres mudanzas desde que Jorge había recibido ese souvenir oriental.

Jorge hervía de frustración, rabia, bronca e incluso cólera. Era un náufrago aferrado de un papiro humedecido que se le deshacía entre las manos. Había invertido su tiempo, sus esfuerzos, su dinero y sus vacaciones en una investiga­ción cuya comprobación final dependía de cinco misérrimas rayitas rojas de un milímetro de extensión. Claro que podía presentar todas sus investigaciones al público a través del diario de Buenos Aires y de su blog; pero sospechaba que Jonny Messer iba a refutar buena parte de los descubrimientos hechos, cambian­do simplemente las fechas y disculpándose por algunos errores cometidos en el fragor de la batalla. Ni siquiera estaba en juego el honor de Jorge. Estaba en juego el evangelio mismo.

"Voy a quemar este montón de basura", pensó Jorge, tomó el tacho y se dirigió al patio. Allí tenía una pequeña salamandra de hierro fundido, usado en décadas pasadas para calefaccionar la casa en invierno y luego reemplazada por calefacción

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a gas. Ahora cumplía una función decorativa entre dos arbustos en el jardín. De tanto en tanto, Jorge quemaba allí papeles o cartón.

El ser humano tiene una relación muy peculiar con el fuego. En las capas más profundas de la conciencia colectiva deben estar grabadas las imágenes y sensa­ciones de las primeras fogatas de la incipiente humanidad, que brindaban calor y protección a los más remotos antepasados. La fascinación del fuego se transmitió a toda la humanidad. Millones vibran ante un despliegue de luces de todo tipo, fuegos artificiales, aparatos que producen o simulan fuego o simplemente una vela prendida sobre una mesa de cumpleaños o de Navidad.

Jorge abrió la puertita de la salamandra y comenzó a introducir los residuos en el receptáculo. Luego prendió fuego al papel. Las llamas rojas y naranjas se entre­lazaban con el humo blancuzco que ellas mismas producían. Hoja tras hoja iba a parar al pequeño infierno. Ya faltaban pocas. Justo cuando Jorge quería meter las últimas dos o tres, sonó el teléfono. Arrojó los papeles al piso, pues no quería perderse el espectáculo de la quema, y fue al escritorio. Atendió, colgó el teléfono y volvió a tu tarea fogosa. Juntó las hojas tiradas y ya las estaba por introducir a la salamandra, cuando por segunda vez en esta tarde quedó alterado. Entre dos hojas con apuntes ya inútiles, abrochadas por las cuatro esquinas cuan sobre protector que envolvía otra hoja algo más pequeña, asomaba una puntita amarilla. Era el papiro del bazar de Jerusalén.

Ir al escritorio, buscar la estrellita en el papiro de Messer y comparar la figurita supuestamente tan antigua con la estrellita en el papiro nuevo comprado hace pocos años en Jerusalén, eran los eslabones superpuestos de una misma acción desarrollada en segundos. No había ninguna duda. El papiro moderno lucía exac­tamente la misma estrellita. Evidentemente era alguna marca de fábrica.

Por fin Jorge tenía la prueba decisiva de que se trataba de un fraude, pues la posibilidad de que un papiro de,,casi dos mil años y un papiro actual elaborado para turistas llevaran la misma identificación en cuanto a forma, tamaño, color y lugar, seguramente era de una a un millón de millones. Una nueva inspección quitó el último resto de duda referida a la posibilidad de que el papiro moder­no llevara una estrellita copiada de un papiro antiguo. Con suficiente aumento, se veía claramente que la estrellita en el papiro de Jonny Messer no había sido trazada con algún estilo o pincel, sino que había sido impresa sobre el papiro. Igual que la estrellita sobre el papiro moderno comprado en el bazar. Ahora todo quedó aclarado. El papirólogo mentiroso, estafador, engañador, fraudulento, em­baucador y tramposo se había conseguido varias hojas de papiro comercializado y escribió en ellas un texto de su propia cosecha. Un engendro inventado por él

17. El sello de garantía del fraude 209

mismo. Jorge hizo la prueba final y revisó las ocho hojas. Todas llevaban la misma marquita en el mismo lugar.

Siempre le había ofendido muchísimo a Jorge cuando alguien le mentía o lo tomaba por bruto o estúpido. Trataba de ser honesto y sincero con todos, y espe­raba lo mismo en el trato por parte de los demás. Pero esto ya era el colmo. Un supuesto experto en papiros antiguos le "vendió" un cuento mayúsculo. A él y a la humanidad crédula y ávida de extravagancias. A ese tipo no le había importado en lo más mínimo tergiversar totalmente la verdad histórica.

Jorge dividió sus sensaciones en una mitad de bronca por el engaño y en otra mitad de inmensa alegría por haber desenmascarado absolutamente toda la farsa. Pero no eran mitades geométricamente definidas. Se entrelazaban como todo en la vida. De a ratos, Jorge tenía la sensación de haber cometido una locura muy extravagante con su enorme gira; pero luego sentía la satisfacción del deber cum­plido. La estrellita del papiro era lo que tanto había necesitado y pedido. Con in­mensa alegría llamó a Gladys y le dijo tan sólo que había descubierto finalmente el sello de garantía del fraude. No le quiso adelantar por teléfono en qué consistía ese sello. Lo iba a publicar en un extenso artículo en el diario y en el blog.

Esta vez se preparó una cena espectacular. Primero pensó salir a cenar en algún restaurante, pero tenía ganas de ordenar sus sentimientos y pensamiento, y para eso no convenía meterse en la bulla de la calle y de los locales. Además, tenía ganas de volver a llamar a Gladys. Tenía tanto para contarle que necesitaba la seguridad del hogar para hacerlo. Y así lo hizo.

Luego preparó sus anotaciones y dispuso todo para terminar mañana a prime­ra hora el artículo con el cual se proponía dar la estocada final. El tiro de gracia.

Ya eran casi las doce de la noche cuando Jorge revisó el blog y leyó los nuevos comentarios. Había un par de entradas muy acidas, pero ya ninguna con palabras zafadas. A todas luces, el filtro instalado funcionaba muy bien. Y después seguían las declaraciones positivas, entusiastas y hasta devotas. Una en especial suscitó el interés de Jorge. Decía:

"Bravo, San Jorge, ¡así se hace! En mi juventud -ya hace siete décadas- fui miembro de la Liga de San Jorge, y aún conservo una lámina con el Santo de mi devoción. ¡Felicitaciones! ¡Nunca vi a alguien con tanta inteligencia y tanto cora­je! ¡Termina de una vez con ese dragón!"

Jorge conocía vagamente la leyenda de San Jorge y el dragón. Fue a su enci­clopedia y se enteró que aquel Santo del siglo III era oriundo de Capadocia, hoy

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Turquía; que había sido militar del ejército romano en tiempos de Diocleciano, el emperador romano que intentó liquidar totalmente el cristianismo; y que se negó a ejecutar la orden de persecución sangrienta de los cristianos, sufriendo por ello el martirio. Lógicamente se lo veneró por esta defensa heroica de la fe cristiana; y paulatinamente se formaron leyendas en torno a esta figura audaz. La más co­nocida es la de la victoria sobre el dragón, surgida en el siglo IX. Algunos habían proporcionado una interpretación religiosa de esta leyenda: el Santo representaba a los creyentes, el caballo blanco simbolizaba la Iglesia y el dragón era la suma de todo lo que se oponía a Dios y su obra.

Ahora Jorge comprendió lo que le había intentado transmitir su inconsciente a través del sueño en Zúrich. Por fin sabía quién era el pequeño jinete con la lan­za, que había liquidado a los cangrejos y al vampiro y que hizo retroceder a Jonny Messer. Sólo le faltaba identificar las jeringas de Freud y Rorschach.

18. A un paso de la muerte

Jorge durmió tan bien como nunca en las últimas semanas. Con toda tranquili­dad se preparó un buen desayuno, y luego se puso a terminar su informe final, repasando nuevamente punto por punto los errores cometidos por el papirólogo y las mentiras divulgadas con respecto al recorrido del papiro. La primera parte del artículo contenía la enumeración de las faltas en el papiro mismo; la segunda era su propio relato de viaje, destacando en qué puntos había mentido el informante. Terminó su tarea sobre el mediodía. Luego de una última lectura, envió el artículo juntamente con una serie de fotos al diario de Buenos Aires y una versión algo abreviada al blog. A la vez anunció que prepararía en un par de días un análisis teológico del papiro para desenmascarar también la "teología de la prosperidad" sobre la que estaba construida la ideología divulgada por ese fraude superlativo.

Una hora después, comenzó la batahola de comentarios, correos electrónicos y llamadas telefónicas. El director del diario le avisó que estaba negociando una publicación conjunta y paralela del artículo con una serie de diarios internaciona­les y con varios canales de televisión. Claro, suculentos honorarios y derechos de autor y edición de por medio.

—Vamos a fundir a nuestros "colegas" del norte que le dieron micrófono y cámara a Jonny Messer —dijo con un tono de satisfacción superlativa—; éstos no se embarcarán nunca más en semejante aventura. Te tocará una buena tajada de la ganancia.

—No me interesa el dinero, sino que se conozca la verdad —respondió Jorge secamente—. Ya tengo mi satisfacción.

Unos minutos después, Jorge recibió una amenaza por teléfono.

—Te vamos a mandar al infierno —dijo una voz ronca—; ya dijiste demasiado.

Lamentablemente Jorge no tenía identificador de llamadas en su teléfono de escritorio como para poder denunciar la llamada y permitir su rastreo. Al rato, llegaron varias llamadas más del mismo tenor. Eran un repaso de los sinónimos de

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212 El papiro de los ríeos

matar, liquidar, sacrificar, extinguir, apagar, oscurecer, aniquilar, destruir, sofocar, hacer desaparecer y muchos más. Jorge tragó en seco.

A la hora de la merienda, comenzaron a entrar correos electrónicos de intimi­dación y de amenazas abiertas. Un tipo que firmaba como "El vengador" anunció "medidas drásticas"; otro le puso un ultimátum: "O cierras hoy mismo el blog, o te cerramos la boca para siempre"; y un tercero, que firmaba como "El Matón a Sueldo", lisa y llanamente avisó: "Hoy es tu penúltimo día".

En un primer momento, Jorge no le asignó importancia a esta ola de adver­tencias y amenazas. Pero poco a poco un escalofrío recorrió primero su psique, luego su mente y finalmente su cuerpo entero. ¿A qué se debía tanta agresividad? ¿Qué intereses se jugaban con ese maldito papiro? ¿Era sólo una maquinación de alguien que quería colocarse en primera plana en los medios internacionales, o había algo más detrás de este fraude?

"Sea como fuere", pensó Jorge, "yo continúo. Ahora con más decisión que antes".

Decidió no esperar más con el análisis teológico, sino poner manos a la obra. Pero para este artículo no le alcanzaba su propia biblioteca. Debía volver a hurgar en la Biblioteca de su Facultad. Así que fue a la terminal de ómnibus y sacó un pasaje a Buenos Aires para la mañana siguiente.

El día amaneció de manera espléndida. "Hoy será un gran día", fue el primer pensamiento de Jorge cuando abrió la ventana y respiró aire fresco. Media hora después, ya estaba sentado en el confortable ómnibus, viajando rumbo a Buenos Aires.

Trabajó arduamente durante todo el día en la Biblioteca. Fotocopió una mon­taña de materiales y tomó numerosos apuntes; y cuando cerró sus carpetas y su computadora portátil, consideró que había obtenido una excelente cosecha. Empaquetó sus cosas y se dispuso a regresar. Al salir de la Facultad, le parecía que alguien lo estaba observando desde un vehículo verde oscuro estacionado junto a la vereda. Hizo como si no hubiera visto el vehículo, cuyo ocupante inmediata­mente subió la ventanilla polarizada impidiendo que se lo reconociera desde afue­ra. Jorge se alejó de la Facultad y se dirigió a la Avenida Rivadavia, donde tomó un colectivo urbano hasta Liniers. Allí debía abordar el ómnibus interurbano a Entre Ríos. En cierto momento creyó ver el vehículo verde oscuro a cierta distancia de­trás del colectivo. Se sentía bastante cansado luego de una jornada tan completa, de manea que resolvió no prestarle más atención al asunto y alegrarse en cambio por una buena cosecha de datos nuevos que llevaba en su mochila.

18. A un paso de la muerte 213

Al rato, le pareció ver el vehículo sospechoso delante del colectivo, alejándose con cierta velocidad. Eso le dio más tranquilidad. Sin embargo, cuando descendió del colectivo en Liniers, tuvo la difusa sensación de que lo estaban observando y siguiendo. "No seas paranoico" se dijo a sí mismo; pero no pudo deshacerse de la sensación de que una figura huidiza se le había pegado a los talones. A esa hora, se movían miles de personas en las calles y veredas de Liniers. Era un barrio densamente poblado, con muchísimos negocios de todo tipo y una terminal de ómnibus con movimiento tumultuoso. Un concierto turbulento de bocinazos, gritos, música a todo volumen, ronquidos de motores, vocinglería y alaridos in­asibles se mezclaba con luces, sombras y destellos. Y ahí, en medio de esa jungla, parecía moverse también una sombra sospechosa.

Efectivamente, luego de que Jorge caminara una cuadra y media, la sombra se le acercó, lo tomó del antebrazo derecho con el puño izquierdo, apretándolo férreamente; y Jorge sintió el frío hierro de la boca de una pistola en su cuello. Con voz ronca ordenó la sombra:

—Ninguna palabra, si no, bum, y quedas frito.

Jorge quedó congelado. Era el polo opuesto a frito. Siempre había temido un asalto, pero nunca se lo había imaginado de esta forma. La sombra iba enfundada en un saco muy largo, cerrado hasta arriba y con el cuello levantado; llevaba un oscuro sombrero de fieltro que le tapaba la frente y ocultaba parte del rostro de­trás de oscuras gafas. Era, pues, imposible verle la cara.

—¿Qué quieres? —osó decir Jorge con el corazón en la boca—. No tengo dinero, y no llevo nada de valor. Te equivocaste de víctima.

—Silencio, dije —gruñó la sombra con voz apenas perceptible—; no nos inte­resa tu dinero. Ya verás lo que queremos. Y tú sabes muy bien por qué.

Siempre con la pistola puesta en el cuello de Jorge, la sombra lo guiaba len­tamente hacia un vehículo oscuro estacionado a pocos metros de ahí. A Jorge le parecía que el hierro del arma era algo grande para ser la boca de un revolver o una pistola común. Mirando muy disimuladamente de reojo hacia abajo, vio con espanto que tenía puesto en el cuello la boca de un silenciador colocado sobre el caño de la pistola. Una pesadilla tremenda. Esto complicaba enormemente cual­quier intento de fuga. Un disparo normal alertaba a mucha gente y dificultaba la huida del asesino; pero si el criminal trabajaba con un silenciador, podía llevar a cabo su nefasto objetivo sin temer que más que una o dos personas se percataran del hecho, pudiendo escabullirse de inmediato entre los transeúntes como si nada hubiera pasado.

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214 El papiro de los ricos

Ya casi a un paso del auto, la sombra le dijo:

—Cacareaste demasiado sobre un papel viejo. Ahora te vamos a enseñar que con nuestros clientes no se juega.

Jorge se obligó a permanecer totalmente quieto. Interiormente estaba tenso como nunca antes en su vida. Sabía que cualquier movimiento brusco disminuía sus posibilidades de vida. Hizo un intento de calcular sus posibilidades de escapar, pero tuvo que aceptar que las mismas eran prácticamente nulas. La sombra abrió la puerta trasera del coche, empujó brutalmente a Jorge al interior del vehículo y bloqueó ambas puertas traseras con un control remoto que llevaba colgado del cuello. Luego sacó las llaves del auto de su bolsillo, abrió la puerta del conductor, se ubicó en el asiento y arrancó el motor, siempre con la pistola en la mano y listo para sofocar cualquier intento de resistencia por parte de Jorge. Una gruesa reja entre el asiento delantero y el trasero dividía el interior del coche en dos compar­timentos, de manera que era imposible pasarse de uno al otro.

La sombra aceleró a fondo y el vehículo pegó un salto hacia delante. Las rue­das chirriaron sobre el asfalto y levantaron un repugnante humo gris oscuro. Jorge llevaba una minúscula tijerita colgada del llavero ubicado en el bolsillo izquierdo de su pantalón. Calculó que si lograba sacar esa tijerita, podría clavársela a la som­bra en el brazo derecho, o incluso herirlo en la espalda o la nuca para que soltara momentáneamente la pistola, para luego intentar una fuga. Pero inmediatamente se acordó del clásico "clic" que había escuchado cuando la sombra bloqueó las puertas traseras del auto. Igualmente se animó a meter sigilosamente la mano iz­quierda en el bolsillo y comenzó a buscar su tijerita. Pero no había calculado con la astucia de la sombra. El nefasto delincuente había instalado varios espejos retro­visores en el vehículo, además del espejo central. Podía controlar todo el espacio. Jorge no se había percatado de la existencia de esos espejos. Evidentemente no estaba ante un ladronzuelo de gallinas, sino ante un experimentado secuestrador y matón a sueldo.

—Saca la mano del bolsillo, pues te fulmino aquí mismo —dijo con voz ronca el perverso criminal—. Y ahora te mantienes absolutamente quieto allí. Rápido, o te pego un tiro.

No le quedó otra alternativa a Jorge que obedecer. Se encomendó ferviente­mente a Dios y se preparó para lo peor, jurándose que iba a vender su vida de la manera más cara posible. Sin proponérselo, en fracción de segundos Jorge hizo un repaso completo de su vida. Pensó en Gladys, su corta edad, sus padres, sus abuelos, su comunidad en Entre Ríos. Pensó en el lío en que se había metido por

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propia voluntad. Pero no se arrepintió de su proyecto de desenmascaramiento del maldito papiro. Si éste era el precio que debía pagar por defender su fe y la verdad cristiana, pues que así sea. Supuso que Dios se manejaba con otras dimensiones de tiempo, incomprensibles para la mente humana. Las medidas humanas suelen colisionar con las divinas como en un acelerador de partículas.

Pocos metros más adelante, se produjo una tal colisión, vaya uno a saber de qué dimensiones. Pero quedó claro que las masas enfrentadas eran bastante más voluminosas que las de meras partículas subatómicas. Cuando el vehículo del secuestrador se acercó a la tercera bocacalle, que no contaba con semáforo y por consiguiente era un verdadero caos, Jorge se percató que desde la izquierda se aproximaba un enorme camión. Dedujo su tamaño por el bramido imponente del motor. Tirándose hacia el lado derecho del asiento trasero, grito con fuerza:

—¡Nos van a chocar, cuidado, idiota!

El idiota, que también estaba escuchando el ronquido amenazante del camión, pero que no pudo distinguir de qué lado venía éste, titubeó por una fracción de segundo, perdió el control y, en lugar de frenar, aceleró e intentó doblar hacia la izquierda. Quizá pensó que el vehículo venía del lado derecho. Eso ya nunca se podrá averiguar. Qué lástima.

El impacto fue colosal. La titánica trompa del camión se incrustó en el costa­do izquierdo del coche y lo comprimió con conductor y todo. El encontronazo torció la carrocería entera e hizo que se abriera la puerta trasera del lado derecho. Con la rapidez de un relámpago, Jorge aprovechó la oportunidad para escabullirse por la tan bienvenida apertura. Una vez fuera del coche, se tiró al suelo, gateó hacia atrás, se metió entre la gente que a esa hora llenaba de a miles las veredas y calles; luego se incorporó, se quitó el saco para camuflarse un poco, caminó en zigzag y se dirigió lo más rápidamente posible a la terminal de ómnibus. Todo ello con su mochila a cuestas, con su computadora portátil y un centenar de fotoco­pias y datos recopilados en la Biblioteca de la Facultad. Abordó el ómnibus, que ya estaba listo para salir, se enchufó en su asiento y se tapó con el saco, haciéndose el dormido.

En el lugar del horripilante suceso, inmediatamente se había formado un grueso enjambre de gente alrededor de los dos vehículos que se habían besado tan apasionadamente. La escena era espasmódica. Nadie había tomado nota del pasajero fugado. Todos gritaban, gesticulaban, vociferaban y braceaban a la vez. Cada cual contó el accidente a su manera, no faltando las típicas exageraciones del caso. El costado izquierdo del coche se parecía a una laucha metálica pasada

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por una máquina de picar carne. Efectivamente, lo era también en el sentido literal, pues los metales habían picado carne. Al ratito llegó la policía y acordonó la escena. Luego vino una dotación de bomberos en una unidad de rescate y co­menzó a trabajar con sierras eléctricas, teniendo que cortar las chapas retorcidas y los hierros sensualmente entretejidos para poder liberar los restos descuartizados de quien en vida había sido "el Señor Sombra". La falta de iluminación adecuada hizo lo suyo para agregar una dosis de aterrador espanto a la horrible escena. La penumbra siempre agranda los espectros. Varios espectadores tomaron fotos con sus celulares, y a los pocos minutos también se presentó un reportero gráfico. La novedad era imperdible. Mientras que el periodista grababa en vivo el rescate de los restos descuartizados que los bomberos sacaban del retorcido conjunto de me­tales, le brotaban las más sádicas comparaciones, que tanto agradan al morbo de una sociedad enfermiza llena de repugnantes vetas sadomasoquistas. El conjunto formado por segmentos del cuerpo destrozado y metales ensortijados tenía pinta de un termincttor aniquilado, tal como había aparecido hacia el final de aquella película.

Cuando los bomberos habían desembrollado el último vínculo entre metales y partes originalmente humanas, Jorge ya estaba a casi 200 kilómetros de la luc­tuosa escena. Cuando las rotativas comenzaban a escupir las primeras hojas de la edición matutina de los diarios chillones con la información sobre el accidente nuestro de cada día y de cada noche, Jorge comenzó a guerrear con una mons­truosa pesadilla. Iba galopando en un hermoso caballo bayo sobre una tranquila llanura. A lo lejos, una cadena de montañas proyectaba una solemne silueta sobre el cielo brillante. De repente, otro jinete comenzó a perseguir a Jorge. Estaba montado sobre un cuadrúpedo salido del taller de algún zoólogo discípulo de Frankenstein. Tenía patas de oso, cuerpo de hiena, cola de cascabel y cabeza de yacaré. El jinete, enfundado en un poncho color sangre todo desflecado, estaba preparando un lazo gigantesco. Cuando Jorge se percató que el terrible engendro no venía en son de amistad, imprimió más velocidad a su corcel. Pero el horrible espantajo hizo lo mismo. Cuando estaba cerca de Jorge, hizo girar el lazo varias veces sobre su cabeza para arrojarlo finalmente sobre su víctima, que no tuvo posibilidad de zafar. El lazo, formado por repugnantes serpientes, se cerró alre­dedor de Jorge. Un increíble olor putrefacto llenó toda la llanura. En la lejanía comenzaron a temblar las montañas. Jorge sentía cómo el lazo lo sofocaba más y más. Palideció y se dio cuenta que el trágico final era inevitable. Totalmente inmovilizado, con ambos brazos atados al cuerpo por el pavoroso lazo, sólo le quedaba esperar que el monstruo diera un tirón para arrancarlo de su caballo y luego rematarlo con quién sabe qué arma. Apresado por el maldito lazo, Jorge se

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retorcía una y otra vez; y sólo cuando giró totalmente hacia su lado derecho, su propio peso dejó suelta la manga de su campera con la que se había envuelto, y así pudo deshacerse del abrazo sofocante. Bañado en sudor y temblando como una hoja, se incorporó de un salto, chocando el compartimiento superior del ómnibus y cayendo de nuevo sobre su asiento. La confusión no quería terminar. Luego de un buen rato, se percató de que el ómnibus estaba entrando a la terminal de Urdinarrain. Allí terminó el viaje.

Tambaleando, bajó del vehículo y caminó las pocas cuadras a su casa, donde se metió inmediatamente a la cama. Por supuesto, no halló tranquilidad, pues debía sospechar que quienes estaban detrás del mandato de la sombra no escatimarían ningún esfuerzo hasta conseguir sus fines. Sobre la identidad de éstos sólo podía especular, pero sus cavilaciones no anunciaban ningún final feliz. Dormir así le resultó imposible. Se retorcía y giraba en la cama cuan barrena enloquecida. Tras muchísimo reflexionar, tomó una decisión tajante.

Hasta ese momento, Jorge había tratado de tomar sus decisiones en lo po­sible por consenso con la gente con la que le tocaba trabajar. Pero esta vez no había nadie a quien preguntar. Ni siquiera se animaba a consultar a Gladys. Sus conexiones de internet o de teléfono podrían estar pinchadas. Así que tomó una decisión él solo. Una determinación drástica, definitiva y definitoria, jugándose por todo o nada. La iba a ejecutar a primera hora de la mañana. Pero antes debía preparar cuidadosamente un texto. Así que saltó de la cama y se puso a trabajar.

Primero preparó un largo escrito para enviarlo esta vez como carta pública a los principales diarios de América Latina y en versión inglesa a los EE.UU. y a Europa, denunciando nuevamente, con más detalles y con todas las letras el en­gaño cometido por el papirólogo. Pero después recordó su contrato con el diario de Buenos Aires, y se detuvo. No podía hacer arreglos personales sin consultar al director del diario. Ya estaba sintiendo como su yo desaparecía en un abismo depresivo cuando de repente le vino una idea mucho más brillante que la de la carta pública. Se imaginó que sería sumamente efectivo enfrentar directamente a Jonny Messer en persona. Si el papirólogo mismo reconociera públicamente su gigantesco fraude, el golpe de efecto sería inmensamente mayor. Entonces termi­nó su informe, repasando punto por punto todos los errores y las falsedades que había descubierto tanto en el papiro mismo como en el relato de su trayectoria. Después preparó un testimonio muy cuidadoso de lo que le había pasado en Buenos Aires, imprimió dos copias y colocó una en un sobre para despachárselo a Ricardo, el abogado amigo de su familia, con el pedido de publicar el informe y de dar los pasos legales necesarios en caso de que él no llegara a volver sano y

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salvo del enfrentamiento que tenía por delante. Después elaboró sendas versiones inglesas de ambos textos y también las imprimió.

Cuando hacia el oriente una tenue línea de color tibio comenzó a poner algo de luz en el cielo nocturno, Jorge había concluido su trabajo. Fue a dormir una hora y luego hizo varias llamadas telefónicas. Tuvo suerte. Consiguió un pasaje. Juntó un poco de ropa y sus documentos y se embarcó a Buenos Aires.

19. El enfrentamiento decisivo

Jorge llegó a la terminal de ómnibus de Retiro cuando las agujas del reloj marca­ban las dos y media de la tarde. Aún tenía suficiente tiempo, así que decidió llevar personalmente el sobre a la oficina de Ricardo. Este lo recibió con mucha alegría, porque por regla general el contacto entre ambos se realizaba por correo electró­nico. Mientras Jorge le exponía su situación y su plan, Ricardo tomó cuidado­samente nota de todos los datos. Repasaron juntos el testimonio de lo ocurrido en Liniers, luego Jorge le proporcionó todos los datos relacionados con Jonny Messer y le pidió que actuara inmediatamente si al tercer día no recibía noticias. Ricardo quiso convencerle de que debía tomar inmediatamente medidas, pero Jorge lo frenó.

—La "sombra" está muerta; y cualquier actuación puede poner sobre aviso a los del norte. Primero enfrento al autor del mamarracho, y luego veremos.

Jorge firmó un poder con el que el abogado podía obrar en su nombre, se despidió de su amigo y tomó un taxi a Ezeiza. Allí esperó pacientemente la salida de su avión. Aprovechó el tiempo para repasar por enésima vez su informe am­plio. Finalmente llegó la hora de salida. Al abordar el avión, Jorge tomó un diario del montón que estaba a disposición de los pasajeros. Se acomodó en su asiento, se encomendó a Dios como en todos sus viajes y demás emprendimientos, y se dedicó al diario. El avión comenzó su carreteo hacia la pista de despegue, y a los pocos minutos estaba en el aire.

Al llegar a la tercera página, Jorge quedó altamente sorprendido. Había allí un amplio informe con abundantes fotos sobre la acción de las fuerzas de seguridad luego de un accidente ocurrido en la noche de ayer en Liniers. Contaba que des­pués de un choque en el que el único ocupante de un vehículo particular quedó literalmente descuartizado al impactar sobre el lado izquierdo de su coche un camión que circulaba a alta velocidad por una calle lateral de Liniers, la policía encontró una pistola cargada y con silenciador. Alertado por este último "detalle" no muy frecuente en asaltos comunes y debiendo sospechar que se trataba de un

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220 El papiro de los ricos

integrante de una banda dedicada a secuestros extorsivos, el investigador a cargo del caso sometió el vehículo a una revisión muy profunda, hasta dar con una agenda en la que figuraba una dirección en Morón. Previendo la posibilidad de un choque violento con más integrantes de una eventual banda de criminales, la policía arribó al lugar con refuerzos, rodeó primero la manzana y luego la casa, y procedió a tomar el reducto. Como era de esperarse, los agentes fueron recibidos por una lluvia de balas, respondiendo de inmediato. En la balacera, un cabo re­sultó herido en el brazo izquierdo, mientras que los dos delincuentes que habían abierto el fuego resultaron muertos. La revisión de la guarida evidenció que los malvivientes habían instalado en el sótano una especie de calabozo para personas secuestradas, no habiendo empero nadie en el refugio. Un detenido examen de la casa produjo otro resultado inesperado, a saber, el descubrimiento de una lista de las próximas tres víctimas de la banda. Como título del macabro listado de­cía simplemente "Liquidar". Allí había un juez, conocido por su decidida actua­ción en contra de narcotraficantes internacionales; un periodista famoso por sus constantes denuncias de casos de corrupción; y un pastor de Entre Ríos. La lista indicaba los nombres y las direcciones de los dos primeros, que inmediatamente fueron puestos bajo protección; con respecto al pastor, la escueta anotación sólo decía que "estaba publicando cosas sobre un antiguo documento, que molestaban a nuestro cliente en los EE.UU." Ahora bien, decía la noticia, en la Provincia de Entre Ríos vivían muchísimos pastores. Vaya uno a saber a cuál se refería la indicación. Por de pronto, las autoridades no podían seguir esta pista. También fueron encontrados sesenta mil dólares en billetes grandes y una agenda con va­rios números de teléfono de los EE.UU., que ahora estaban siendo investigados.

"Gracias, Señor" logró exclamar Jorge. "¡De lo que me salvé! ¡De lo que me salvaste!"

Ahora estaba segurísimo de que detrás del "papiro de los ricos" no estaba el Evangelio ni el interés académico o el amor a la verdad. Ahí se jugaban intereses muy gruesos y sucios de la peor calaña. Jorge comenzó a vislumbrar que su ac­tuación de destape de todo ese gigantesco engaño había puesto en peligro esos intereses. Debía tratarse de intereses titánicos, ya que sus defensores hacían todo lo posible para silenciar definitivamente a quienes los cuestionaban, aunque fuere un inofensivo pastorcito rural. Pero por lo visto, este pastorcito había dado en el blanco. Con sus descubrimientos y sus publicaciones, había metido el dedo en la llaga del gran capital.

Jorge sacó cuidadosamente la hoja del diario y la guardó en su bolso de mano. Se la iba a mostrar al papirólogo. Aunque quizás éste haya sido sólo un títere más

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movido por quién sabe qué señores ocultos, que por lo menos sepa lo que produ­jo su juego. Y que se cuide, porque lo que intentaron hacer con Jorge, también podrán aplicárselo a este idiota útil e inútil a la vez.

Jorge disfrutó de la cena como pocas veces en un viaje. Incluso solicitó otro postre, que le fue concedido gentilmente. Luego descansó espléndidamente.

Estaba amaneciendo cuando el aparato se posó en la pista del Aeropuerto John Fitzgerald Kennedy de Nueva York. Situado en Long Island a unos 20 Km. al noreste de Manhattan, este Aeropuerto era uno de los tres de la ciudad y el del mayor número de vuelos y pasajeros, distribuidos en sus nueve terminales.

Jorge tomó un taxi al centro de Manhattan. A los 30 minutos estaba frente al departamento del falsificador del siglo o acaso del milenio. El edificio no tenía nada de espectacular. Puerta común, timbre sencillo, dos ventanas que daban a la calle, cortinas que impedían las miradas curiosas al interior de la vivienda. Nada indicaba que ahí moraba el descifrador del papiro "más sensacional de toda la historia". Mejor dicho, el falsificador más osado de los últimos dos milenios. Ahora el pastor de Entre Ríos le colgaría una espada de Damocles en el roñoso cielorraso.

Jorge se encomendó a Dios y apretó el timbre. Una débil voz dijo "Just a mo-ment, please"; después se escucharon pasos amortiguados de pantuflas, ruido de llaves, la cerradura y el clásico chirrido de bisagras secas a las que les faltaba aceite. Jorge colocó de inmediato su pie derecho entre el marco y la puerta. Un truquito para evitar que el tipo le cerrara la puerta delante de las narices.

El papirólogo aún no se había vestido del todo. Sin las gafas oscuras y el ma­quillaje de la presentación en televisión, su aspecto era endeble, casi enfermizo.

—Yes? —preguntó Jonny, repitiendo su pregunta cuando Jorge no contestó de inmediato—. Yes?

En ese momento, Jorge se acordó dónde había visto a este tipo: en Chicago, en algún programa ecuménico de estudiantes de teología de diversas facultades, mientras pasó allí su año de intercambio. Pero aún no dijo nada.

Jorge se presentó con nombre y apellido y dijo muy decididamente y con voz severa, que no admitía ninguna discusión:

—Vine de la Argentina para hablar sobre el papiro.

—¿De dónde obtuviste mi dirección? —preguntó Jonny muy sorprendido—. Yo no se la di a nadie.

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—Eso no interesa. No sólo obtuve tu dirección, sino muchísimas cosas más. Y ahora quiero pasar. Tenemos que hablar.

Jonny abrió la puerta e hizo pasar a su visita. Condujo a Jorge a su pequeño escritorio donde había un estante con libros caóticamente apilados y un escritorio que exhibía un desorden infernal. Para que Jorge pudiera sentarse, Jonny primero tuvo que sacar ropa revuelta, papeles, un maletín y varios libros del sillón para las visitas. Luego él mismo tomó asiento frente a su anárquico escritorio y esperó que su visita iniciara el bombardeo. Sabía de qué se trataría.

Jorge se tomó todo el tiempo del mundo. Su vuelo de regreso partía a la no­che, así que podía conversar todo el día con el mentiroso número uno de Nueva York. Miró detenidamente los títulos de los libros, un cuadro chillón y una tribu de figuritas de plástico, imitaciones baratas de las esculturas clásicas de la Venus de Milo, el Laocoonte y la Victoria de Samotracia. Kitsch a la enésima potencia. Mientras Jorge examinaba el entorno, Jonny no se atrevió a mirarlo. Seguramente estaba pensando en las respuestas que daría a las eventuales preguntas sobre el papiro. Jorge decidió sorprenderlo con una pregunta astuta. Calculó que si Jonny había participado en aquel programa ecuménico de Chicago, en ese momento habría sido estudiante de teología de alguna Iglesia. Evidentemente había inte­rrumpido su carrera, pues ahora no era ministro religioso.

—¿Por qué abandonaste tu estudio de teología? —preguntó Jorge con voz tajante—. En el encuentro de Chicago parecías muy convencido de tu vocación.

Jonny se había esperado cualquier cosa, menos esta pregunta.

—Porque... porque tuve un problema vocacional, eh... una cuestión personal de pareja —tartamudeó—; y no quise seguir esa carrera. ¿De dónde sabes eso?

—¿Y entonces tomaste venganza de Jesús, difamándolo y tergiversando el Evangelio? ¿No te das cuenta del daño que le hiciste a la obra de Dios?

Jonny agachó la cabeza y no dijo nada. No necesitaba preguntar a qué venía la pregunta de Jorge. Con cada segundo que pasaba, le quedaba más claro a qué había venido su visita.

Jorge abrió su bolso de mano y sacó las doce páginas de la versión inglesa de su informe. Antes de darle el paquete a Jonny para que éste lo leyera, le dijo con voz categórica:

—Todo lo que vas a leer ahora en dos documentos quedó registrado en Bue­nos Aires en una copia en manos de mi abogado; y éste tiene instrucciones para

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publicarlo y tomar todas las medidas necesarias para actuar judicialmente a través de los resortes internacionales si yo no estoy de regreso mañana a primera hora en la Argentina. Toma, ahora lee esto.

Jonny tomó tímidamente el manojo de páginas y comenzó a leer. Cuando había terminado la primera página, Jorge lo interrumpió.

—Conozco lo suficiente los sucios métodos de la mafia —comentó solemne­mente, haciendo un esfuerzo para no desesperarse con el recuerdo de lo que le había pasado hacía 36 horas—. Pero antes que a mí, primero te tocará a ti. Mi abogado tiene todos tus datos: dirección, teléfono, celular, correo electrónico, IP, número de identificación, tarjeta de identidad, carnet de conductor, tarjeta verde, pasaporte, número de tu cuenta bancaria, número de título de propiedad de tu casa; y también todos los datos de tus amigotes.

Jorge se sentía espléndidamente bien en su rol. Toda la bronca acumu­lada le salía ordenadamente por la mirada severa, la voz firme y la actuación convencidísima.

Jonny continuó leyendo. Luego de la cuarta página se atrevió a preguntar:

—¿Cómo me encontraste?

—Ya te dije que eso no interesa. Sólo te digo que todos tus datos están prepa­rados para ser entregados a la justicia.

Jonny Messer tragó en seco y siguió leyendo. En una parte se agarró fuerte­mente de la silla, expiró profundamente, comenzó a sudar, soltó la silla, clavó las uñas en sus piernas y dijo algo en voz muy baja. No sonaba muy melodioso. El aire a su alrededor estaba por estallar. Jonny siguió leyendo. Terminó luego de 40 largos y ansiosos minutos. Quedó deshecho. Un trapo mojado tirado en el piso. No quedaba absolutamente nada del gran papirólogo de fama mundial que "por fin había descubierto la verdad sobre los orígenes del cristianismo".

—Ahora leerás el segundo informe —dijo Jorge con tono punzante—. Y lue­go confesarás. Después te diré lo que tendrás que hacer.

Jorge sacó el segundo manojo de hojas de su bolso. Eran sólo seis. Contenían el testimonio del secuestro. Adosó la hoja del diario y entregó el paquete al pa­pirólogo. Éste lo tomó y se abocó a la lectura. Luego de haber leído las primeras líneas, se puso pálido como una hoja de papel y comenzó a temblar visiblemente. Por estas reacciones, le quiso parecer a Jorge que era evidente que Jonny no te­nía nada que ver con el secuestro. La lógica decía que quienes habían ordenado

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el secuestro y con seguridad el posterior asesinato del líder antipapiro eran los mismos quienes habían encargado la confección del papiro. Jorge decidió asestar otro golpe.

—No tenías ningún motivo de traicionar a Jesús y sus principios de solida­ridad por tu problema vocacional personal. Hiciste un daño inmenso a la fe de millones de personas y especialmente a los pobres de la tierra.

—¿A los pobres?

—Sí, a los pobres de la tierra. Justificaste su explotación con tu maldito papi­ro, y ahora ellos serán las víctimas de más dureza.

La mirada de Jonny se puso vidriosa. Era evidente que estaba rumiando tro­zos muy rígidos en su interior. Lentamente volvió a la lectura. Cuando terminó las seis hojas, miró brevemente las fotos del diario. No entendía el texto, pero tampoco hacía falta. Las imágenes del vehículo destrozado y de los fragmentos segmentados de la sombra eran por demás elocuentes.

—Eso es lo que ahora te tocará a ti —dijo Jorge con expresión muy seria—. Ya que no me pudieron liquidar, te silenciarán a ti, pues les podrás estorbar.

El efecto de estas palabras se adosó al de la lectura de las muchas páginas y del impacto de las fotos. Jonny perdió el control sobre sus brazos y los dejó caer. Colgaban del torso cuan extremidades de una marioneta abandonada. En efecto, era exactamente eso.

—Ellos me ofrecieron mucho dinero, muchísimo —dijo finalmente con voz ahogada—. Un millón de Dólares. Me dijeron que yo era el único que podía elaborar un texto así en griego Koiné de la época del Nuevo Testamento para que pareciera real. Me trajeron un bosquejo en inglés, y yo lo completé a partir de los textos bíblicos, y entonces me dieron el dinero...

—¿Quiénes son "ellos"?

—No lo sé. Sinceramente no lo sé. Se contactaron conmigo a través de un abogado del que ni siquiera sé el nombre. Tampoco tengo su dirección. Apenas tengo el número del celular del jefe de ese grupo. El abogado me dijo que me lo daba sólo para algún caso de extrema urgencia, por ejemplo, si él mismo se murie­ra; pero que no me atreviera a divulgar ese número ni a usarlo para llamadas co­munes, pues entonces era hombre muerto. El abogado me explicó que se trataba de un grupo anónimo de empresarios petroleros y de la industria de armamento. Me dijo que sus clientes veían amenazados sus negocios, sobre todo en América

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Latina, donde había mucha resistencia a sus empresas, pero no sólo de parte de algunos políticos, sino también de muchos cristianos.

—¿Qué resistencia?

—Resistencia a la globalización, al sistema neoliberal, al flujo de capitales, a la extracción del petróleo por empresas extranjeras, a la venta de armamentos y cosas así. De economía no entiendo nada, pero recuerdo estos términos.

—¿Y entonces?

—Entonces sus clientes solicitaron que se elabore algo que desacredite al cris­tianismo y su prédica de la solidaridad.

Era lo que Jorge había intuido. Resolvió aplicar una vuelta de tuerca más. No estaba seguro que lo que iba a decir tenía solidez, pero igualmente se atrevió. Pues la cosa tenía lógica.

—Es la misma gente que fomenta la "teología de la prosperidad", ¿no es cierto?

Jonny abrió asustado los ojos. Evidentemente el argentino se las sabía todas.

—Algo así dijo el abogado. Sus clientes apoyaban con donaciones a ciertos predicadores de esa teología, sobre todo en América Central y en el Brasil.

—Así es. Eso ya lo sabemos —constató Jorge. Ese engendro se ha extendido cuan cáncer maligno por muchos países del globo. Y tu maldito papiro iba a dar­les la razón a estos salvajes.

—Para componer el texto, me indicaron que leyera varios sermones que me mandaron. Tenían que ver con esa teología.

Se produjo un largo silencio.

—¿Qué harás ahora? —preguntó Jonny, despertándose poco a poco de la anestesia inicial—. Puedo imaginarme que tienes algún plan.

—Muy cierto —respondió Jorge—. Y no sólo uno. Tengo unos cuantos. Mi abogado iniciará acciones contra ti y el canal de televisión por fraude interna­cional. Lo hará en nombre de varias Iglesias, facultades de teología y editoriales cristianas. Las organizaciones ecuménicas internacionales con sede en Ginebra presentarán cargos por difamación y calumnia de la fe cristiana. Todas ellas reci­birán copias de mi informe. Te llevarán al Tribunal Internacional de La Haya por engañar a la opinión pública mundial. Cada uno de los países del recorrido del papiro que inventaste tan burdamente te hará un proceso por difamación de su patrimonio cultural y por colocarlos en el papel de sospechosos de haber hecho

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226 El papiro de los ríeos

desaparecer un documento supuestamente valioso. Mi abogado tiene orden de enviar copias de mi informe a los Consulados de estos países. Además, tres de es­tos países te demandarán porque afirmas estar en posesión de un papiro que ellos consideran su patrimonio nacional.

—¿Qué países?

—Eso no te lo diré. Pero te aviso que sus cárceles son horribles.

Cada frase había sido un taladro en el corazón de Jonny. Jorge se había reser­vado una aplanadora completa para el final. Dijo con voz muy fuerte:

—Y como si todo esto fuera poco, serás denunciado y juzgado como autor moral del secuestro a mano armada con intención de asesinato. Creo que sabes cuál es el castigo que te espera.

Jonny sintió caer un pesado martillo de mil toneladas de puntiagudo acero sobre su cabeza. Pero de repente levantó muy lentamente la cabeza. Sus ojos ad­quirieron un brillo feliz. Sonrió levemente y dijo:

—Te ofrezco diez mil Dólares por tu silencio. Me das tus informes, firmamos un pacto de silencio recíproco, retiras los papeles de tu abogado y te quedas con los diez mil. También te pago tu viaje.

La respuesta de Jorge fue inmediata.

—Ni lo pienses.

Jonny no podía creer que alguien rechazara diez mil Dólares así nomás. Au­mentó su oferta a veinte mil, y como Jorge no se tragaba la carnada, de repente le ofreció cien mil. En ese momento, estalló algo en Jorge. Toda la ira acumulada durante semanas, que había ido aumentando a lo largo de toda su extensa gira y que llegó a un punto culminante cuando estaba en poder de la sombra que lo secuestró, se abrió paso de golpe cuan río torrentoso débilmente contenido por un dique de barro. Terminó su paciencia. Explotó todo en él. Se incorporó de un salto, gesticuló vehementemente y gritó con vos estremecedora:

—Ni si me ofrecieras tu sucio millón. Me distancio de los corruptos como tú y tu asquerosa mafia y de todos esos capitalistas salvajes, chupasangres inmorales, que llenan tu país y también el mío y mi continente entero. Yo lucho por un nuevo mundo y no por empeorar el existente. Te puedes meter tu dinero donde quieras. No lo quiero ni lo necesito. Es dinero robado a los pobres. Es el sueldo de Judas. Hay sangre pegada en ese dinero. Sangre de gente honesta y trabajadora.

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La bronca lo había teñido de color morado. Estaba realmente alterado. Ni él mismo se conocía así. Quiso gritar algo más, pero no le salía nada. Tardó un buen rato hasta calmarse.

—¿Qué quieres que haga entonces? —preguntó Jonny tímidamente.

—Decir la verdad —gritó Jorge—. Publicarás por todos los medios, empe­zando por el canal televisivo que desparramó tu mentira, que cometiste fraude. Enviarás tu declaración sobre tu fraude firmada con puño y letra a las radios, los canales de televisión, las redes sociales, los diarios y las revistas nacionales e inter­nacionales y también a mi blog.

—Pero entonces terminaría hoy mismo mi carrera —replicó Jonny—. ¿De qué viviré?

—Esa carrera ya terminó hace rato cuando aceptaste fabricar esa maldita fal­sificación. Tendrás que buscarte un trabajo honesto. Y ahora quiero ver el diario de tu padre.

Jonny no se había esperado este pedido. Pero como ya estaba tan amedrenta­do, ni siquiera preguntó por la razón de esta curiosa exigencia. Abrió la gaveta de su escritorio, extrajo un cuaderno azul y se lo dio a Jorge. Jorge lo revisó deteni­damente y luego dijo:

—No sólo mentiste con respecto a Jesús y la Biblia. También mentiste sobre tu padre.

—Sí, dije algunas cositas que no eran ciertas —respondió Jonny con voz muy baja—. Esto es un bosquejo para una novela de viaje que había querido escribir mi padre.

—El texto de tu padre no tiene nada que ver con lo que dijiste sobre el papiro.

—No. Aproveché las indicaciones sobre lugares turísticos y arqueológicos que había registrado mi padre, y le agregué algunos datos...

—Falsificaste pésimamente las cosas. Entreveraste las fechas y muchos datos, y alguien desprevenido podía creer que se trataba de un recorrido verídico. ¿Te das cuenta para qué hice mi extenso viaje por tantos países? Y ahora prende tu computadora. Te mostraré algo.

Jonny prendió el aparato, y Jorge entró al blog. Cuando Jonny vio la inmensa cantidad de comentarios que apoyaban al autor del artículo inicial y que hablaban peste del falsificador del papiro, se dio cuenta que su carrera académica realmente había llegado a su ocaso. Lo mejor estaba en el último comentario colocado en el

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blog. Hasta Jorge se quedó sorprendido. Era una carta abierta de un estudiante neoyorquino, dirigida al presidente de la Universidad en la que trabajaba Jonny. Decía lo siguiente:

"Señor Presidente: ¿Cómo usted puede seguir teniendo en su cuerpo docente a un mentiroso de semejante calibre? Es una vergüenza pública que un falsario de tal magnitud ejerza la docencia en un país con tradición democrática, manchando de esta manera el prestigio académica de nuestra prestigiosa Universidad."

A ello el presidente en persona había respondido igualmente con una nota pú­blica diciendo que acababa de ordenar una investigación; y que en caso de eviden­ciarse verdadero lo que denunciaba el blog, Jonny Messer no sólo será despedido, sino que se le abrirá un juicio por parte de la misma Universidad.

Era el broche de oro. Jonny quedó sumido en una especie de letargo depresivo. Tardó muchísimo en volver a la realidad. Tras mucho cavilar, logró formular su frase final:

—Bueno, voy a confesar la verdad; pero te pido que me des una semana de plazo para que pueda formular acertadamente mi descargo.

-—Descargo, nada. La verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad. Y nada de una semana. Te doy tres días, a partir de hoy. Si al cabo de estos tres días no recibo tu declaración pública, pongo en marcha todo lo que te anuncié. Aquí tienes mi tarjeta con mi dirección de correo electrónico y mi teléfono de Urdina-rrain. No te doy mi celular, pues vaya a saber qué tipo de localizadores tiene esa mafia mugrienta que financió tu fraude. Hasta luego. Ha sido un placer conversar contigo.

Jorge no esperó ninguna respuesta del hombrecillo totalmente quebrado. Tomó un taxi y fue directamente al Aeropuerto. Se pasó la tarde en las librerías del inmenso edificio, poniéndose aj tanto de las últimas novedades. Finalmente abordó su vuelo de regreso. Estaba muy contento.

20. El golpe final

Mientras volaba de regreso a su patria, Jorge durmió el sueño de los justos. Había abandonado las comarcas de los despiertos pocos minutos después de la cena. Se despertó siete horas después cuando se prendieron lentamente las luces del avión para el servicio del desayuno.

Se sentía contento por volver a su país; pero también sumamente cansado, agotado por tanta concentración durante las últimas semanas. Estaba fatigado por tantos vaivenes, pero a la vez inmensamente satisfecho con la conversación con el falsificador. Ahora sólo cabía esperar dos días más. Había dejado a un papirólogo totalmente quebrado y arruinado allá en Nueva York. Estaba convencido de que esa marioneta, ahora asustadísima hasta las médulas, iba a confesar su fraude. Pero jamás llegó a imaginarse el resto.

En Ezeiza, tomó un taxi y se hizo llevar a la terminal de ómnibus. Allí com­pró un pasaje a Urdinarrain. Llamó rápidamente a su abogado para avisarle que estaba de regreso, y que todo había salido bien. A los quince minutos salió su ómnibus. Segundos antes de la partida del vehículo, cuyas puertas se estaban ce­rrando lentamente, Jorge escuchó vagamente a un vendedor ambulante de diarios que gritaba una nueva noticia para aumentar su venta. Logró escuchar tan sólo "Sensacional papiro...", pero en ese se cerraron las puertas, el conductor aceleró suavemente y el vehículo se puso en marcha.

Jorge ya había escuchado y leído tanto sobre el "papiro de los ricos", que por el momento no le interesaban más noticias sobre papiros y menos sobre aquellos que se vendían como sensacionales. Estaba seguro de que ya no le quedaba más nada por hacer. Que los medios sigan publicando sus disparates y que los vende­dores ubiquen sus diarios donde pudieran. Él estaba harto y saturado de tantos dislates absurdos. El ómnibus aún no había abandonado los límites de la Ciudad de Buenos Aires, cuando Jorge ya estaba durmiendo de nuevo. Se despertó cerca de las tres de la tarde, cuando el vehículo entró a la terminal de Urdinarrain. A pe­sar de haber dormido más de cuatro horas, sólo tenía ganas de seguir descansando

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y de dormir por única vez en tantas semanas sin interrupción hasta el día siguien­te. Fue tambaleando a su casa y se sintió aliviado por no encontrar a nadie en el camino. De carácter extrovertido y de tendencia social por regla general, ahora sólo quería silencio y tranquilidad.

Mientras desempaquetaba sus pocas cosas, prendió la televisión, porque igual le había quedado la espina del grito del vendedor ambulante "Sensacional papi­ro... ". Justo comenzaba el noticiero de las cuatro de la tarde.

No podía creer lo que informaba el noticiero. Decía que en una sencilla con­ferencia de prensa a última hora de ayer, Jonny Messer, el supuesto "descubridor" del también supuesto "sensacional papiro de los ricos", confesó su fraude. El pa-pirólogo dijo que construyó una historia ficticia para hacerse famoso, pero que luego de ver el daño que había hecho a la fe cristiana, decidió reconocer públi­camente su fraude y pedir disculpas a Dios y a la humanidad. Cuando un perio­dista le preguntó por qué llegó a confesar de repente el engaño tan astutamente tramado, explicó que fue llevado a esta confesión por un blog de un amigo de la Argentina, el pastor Jorge del Cántaro, que tras una larga y paciente investigación había descubierto todos los errores del papiro y las mentiras de la historia de su recorrido a lo largo de dos mil años. Jonny aprovechó la ocasión para agradecer públicamente a Jorge por haberle hecho ver que había cometido algo gravísimo. También pidió disculpas a los gobiernos de los países indicados en la historia del recorrido del papiro. Pidió perdón a la memoria de su difunto padre por haber falsificado su diario de viajes. Especialmente pidió disculpas a los pobres y hu­mildes de toda la tierra por haberlos difamado con ese supuesto "evangelio de los ricos". Finalmente agregó que ya presentó su renuncia indeclinable a su cargo como docente en la Universidad.

Jorge corrió a su computadora, la prendió y buscó rápidamente las últimas noticias en internet. Era cierto: la nueva noticia estaba dando la vuelta al mundo. En todos los países la estaban publicando. En el idioma que uno buscara. Jorge también encontró la versión digital del diario ofrecido por el vendedor en Retiro. El título decía: "Sensacional papiro resultó ser fraude mayúsculo".

El líder antipapiro lamentó no haber prendido su videograbadora durante la presentación de la noticia, pero se consoló con la idea de que con total seguridad el canal iba a volver a pasar la misma noticia en el siguiente noticiero. Por las dudas, ya preparó el aparato. Como premio consuelo, encontró en una de las noticias en internet sobre la confesión de Messer un enlace a un artículo en un suplemento cultural de un prestigioso diario de Buenos Aires, publicado unos días atrás. O sea, antes de la caída del papiro. Allí un prestigioso profesor de historia bíblica

20. El golpe final 231

Y de los primeros siglos del cristianismo reflexionaba sobre la gran recepción de noticias como las del papiro. La relacionaba con un malestar cultural general, que es caldo de cultivo para la invención de fantasías que supuestamente revelan una novedad total sobre algo archiconocido. Decía el autor que a comienzos de la década de los noventa del siglo XX, fueron bestsellers varios libros con contenidos supuestamente académicos sobre los rollos del Mar Muerto. Pero estos libros en realidad eran totalmente extravagantes y ridículos.

Luego hizo furor una película sobre los estigmas, que mezclaba de manera muy confusa estas curiosas marcas con elementos de posesión demoníaca y con los intentos de silenciamiento por parte de la Iglesia de un texto de un evangelio apócrifo, cuando en realidad se trataba de tres cuestiones que no tenían ninguna vinculación entre ellas. Además, el texto citado era muy conocido, pues provenía del evangelio copto de Tomás, y jamás la Iglesia lo había querido silenciar.

Varios años después, apareció un osario con una inscripción que lo convertía en depósito de los huesos de Santiago, caracterizado como hijo de José y hermano de Jesús. Nuevamente surgieron especulaciones de todo tipo, a favor y en contra, sobre lo que podía ser y lo que no debía ser.

Algún tiempo después, alguien publicó el "Código", una novela que se convir­tió en bestseller mundial y que contaba una historia supuestamente comprobada, pero en realidad íntegramente falsificada sobre un matrimonio de Jesús con María Magdalena, y con información sobre su supuesta descendencia.

Al poco tiempo, salió a luz otra gansada, esta vez por partida doble: se publi­có un libro sobre la "estirpe o dinastía de Jesús" y se hizo una película sobre el descubrimiento de la supuesta "tumba familiar de Jesús". La información carecía totalmente de solidez científica. Se trataba de una sarta de combinaciones estéri­les, vanas especulaciones, malas interpretaciones, desconocimiento de la historia del cristianismo de los siglos I y II y pésimos análisis de los datos arqueológicos. Consecuentemente, al poco tiempo se durmió la noticia.

Después vino la publicación del evangelio de Judas. En vez de destacar el valor de ese texto para la investigación del movimiento gnóstico de mediados del siglo II, del cual procedía su autor, los que comercializaban la noticia anunciaron con bombos y platillos que se trataba del "evangelio perdido", "el evangelio prohibi­do", "una novedad que cambiaría para siempre nuestra concepción del discípulo que entregó a Jesús", "una visión totalmente diferente de la historia de la pasión", y otras sandeces y bobadas insostenibles. El texto en cuestión no tenía que ver absolutamente nada con la época de Jesucristo ni con los relatos evangélicos. Era

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un producto de ¡deas gnósticas que se formaron muchísimo tiempo después. El documental que acompañaba la presentación en público de ese texto estaba lleno de sugestiones y datos improvisados. Más que un interés certero en la verdad, quienes montaron el espectáculo habían evidenciado la intención de subirse al tren del "Código" y su danza millonada. Ahora bien, los sólidos análisis de los errores del "Código" y de la sobreinterpretación del Evangelio de Judas habían desmantelado en buena parte los colores chillones de ambos proyectos, y cierto tiempo después el sensacionalismo comercial ya era historia. Pero sus promotores habían hecho fortunas a partir de la ingenuidad casi mundial.

Luego apareció una noticia sobre el descubrimiento de una palabra escrita con tinta, no grabada, sobre una piedra de la época neotestamentaria, que parecía indicar que la idea de un Mesías muerto y resucitado existía ya antes de Jesús. Según su descubridor, ello supuestamente negaría originalidad a la enseñanza cristiana. Señalaba el artículo que la noticia se basaba en la interpretación de una sola palabra en esta inscripción, nada segura; que una escritura con tinta sobre piedra era una rareza total y muy fácilmente sujeta a falsificación; y que incluso si fuera verdadera esa idea sobre un Mesías muerto y resucitado ya antes del hecho de Jesucristo, este dato no modificaba absolutamente nada de las afirmaciones del Nuevo Testamento.

Después encontraron en una tumba en los alrededores de Jerusalén un au­téntico sudario de la época de Jesús, junto a unos pocos restos del muerto al que envolvía la tela. Los restos no habían recibido la típica segunda sepultura al año de la muerte de acuerdo a la costumbre imperante, cuando se sacaban los huesos y se los colocaba en un osario. Se estimó que no se procedió a realizar esta ceremonia porque el hombre murió de lepra y tuberculosis, según el análisis de ADN prac­ticado sobre los huesos; y que por lo contagioso de la lepra, la entrada al nicho fue sellada con argamasa. La tela y los restos humanos parecían carbonizados. Por hallarse sepultado junto a Anas, dh sumo sacerdote pariente de Caifas, se cree que se trató de un sacerdote. Una vez divulgada la noticia, inmediatamente se dijo que el sudario tenía una forma completamente diferente de la tela de Turín, y que eso cuestionaba todo lo dicho sobre ese sudario, la sepultura de Jesús y la resurrección. Como si una cosa tuviera algo que ver con la otra.

Proseguía diciendo el autor que en la época actual, altamente tecnificada y sofisticada, mucha gente evidenciaba una cierta tendencia a creer lo curioso, es­trafalario y raro. Cuando se anunciaba un descubrimiento sólido, fruto de me­ses o años de paciente investigación y experimentación, casi nadie reaccionaba. Pero si se anunciaba algún descubrimiento exótico, por más banal que fuere, o

20. El golpe final 233

algún efecto mágico de una sustancia extravagante, la gente acudía en masas. Las librerías estaban llenas de libros sobre ondas misteriosas, criptografía, ángeles, cristales, interpretación de sueños (que no tenía nada que ver con el trabajo psi-coanalítico), energías, pirámides y mil cosas más que ofrecían seguridad para esto o para aquello. En cambio, lo serio y probado "no vendía". Y daba de pensar que varios de los "descubrimientos" vendidos con tonos sensacionalistas apuntaban a la dimensión religiosa. Evidentemente la "industria de Jesús" vendía muy bien. Todo ello era peor aún en internet, pues allí cualquier persona podía publicar lo que se le antojaba, sin riesgos ni gastos. Y ahora, decía el artículo, había irrumpido en escena el "papiro de los ricos". Todas estas cosas supuestamente revolucionarias no eran otra cosa que sensacionalismo comercializado, sin ningún fundamento serio. Constituían una respuesta del mercado a la búsqueda posmoderna de senti­do, respuesta hueca construida sobre la porosidad de la información globalizada. Al atacar los fundamentos del cristianismo, estos fraudes del portentoso circo mediático en realidad atacaban todas las religiones que proporcionaban sentido a la vida humana y a la sociedad como también trascendencia a las personas. Muchos ataques se dirigían particularmente a la afirmación de la resurrección de Jesucristo. Quitándole esa dimensión a la fe cristiana y por ende privándole a la humanidad de esa posibilidad trascendente, de hecho se reducía al ser humano a una masa informe de carne, a un material muerto, a un conjunto de tejidos desti­nados a la destrucción. Se le quitaba toda proyección a valores tales como el amor, la justicia, la solidaridad, la esperanza, la vida eterna. Precisamente porque Dios se hizo pleno ser humano en Jesucristo y porque en la resurrección en aquel do­mingo de pascua lo divino se vinculó inseparablemente con lo humano, lo eterno con lo temporal, el espíritu con el cuerpo, lo estable con lo débil, sólo por ello hay esperanza para la humanidad. Por eso nuestro cuerpo, nuestra carne, nuestra debilidad, nuestro mundo material y nuestras preocupaciones tienen pleno valor.

Preguntaba el autor: "¿Cuándo la gente tomará conciencia de que se trata de sensacionalismo inflado? ¿Acaso cuándo se evidencie que el papiro también es una falsificación? Pues sin duda llegará ese momento. ¿Cuántos más quieren que se los engañe?" La última frase del artículo era un suspiro que mientras tanto había recibido respuesta: "¡Dios quiera que alguien derribe de un solo golpe el fraude del 'papiro de los ricos'!"

Jorge leyó con inmenso placer esta nota. Recordaba un análisis análogo he­cho cierto tiempo atrás por Francisco García Bazán, investigador de primerísimo nivel internacional y especialista en gnosticismo, editor de la versión española de los textos de Nag Hammadi y de otros textos apócrifos. En su análisis sobre el supuesto osario familiar de Jesús, García Bazán había hecho advertencias muy

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similares sobre la comercialización de productos sensacionalistas lanzadas por el circo mediático con el solo objetivo de ganar caudales, sin importarle en lo más mínimo la verdad.

Al concluir su lectura, Jorge agregó mentalmente la vergüenza que significaba el enorme mercado religioso de aceite, sal, piedras, varas, rosas, cintas, mantos y cuanto elemento más cargado de falsas promesas hechas a personas de búsqueda sincera. Asimismo pensó en los engaños de la "teología de la prosperidad" con sus promesa de una vida libre de enfermedades, estrés, vicios, problemas matri­moniales y laborales, pero llena de bienes de todo tipo. Claro, sólo para donantes generosos, no "simplemente" personas de fe. Crédulos que llenaban las arcas de los mayoristas y monopolistas de estas empresas religiosas. Jorge también recordó aquellas noticias de dominio público que relacionaban estos emporios religiosos con la acusación de lavado de dinero, evasión de impuestos y malversación de fondos, actos repudiables cometidos contra la buena fe, la convivencia y la ética; atentados infames contra el tejido social y la esperanza de las personas honestas.

Jorge se quedó un largo rato frente a la pantalla, pensando en todo esto; y sólo cuando se dio cuenta de que se estaba cayendo de la silla, se desconectó de estas cavilaciones y decidió tomarse un merecido descanso. No daba más. Súbitamente hizo eclosión el cansancio de las últimas semanas. El golpe sensacional de la con­fesión del falsificador del papiro agregó una alta dosis emocional al agotamiento de Jorge. Casi tuvo que arrastrarse hasta la cama. Aún vestido, quedó tirado sobre su lecho y se durmió profundamente. El reloj marcaba las seis y media de la tarde.

Eran las once y media de la mañana siguiente cuando Jorge comenzó a desper­tarse muy lentamente. Estaba sumido en un aturdimiento casi total y le costaba enormemente salir del mismo. Cuando finalmente logró mirar el reloj, creyó que se estaba aproximando la medianoche. Pero luego percibió el centelleo del sol que se filtraba por las persianas aún cerradas de las ventanas, y entonces comprendió que había dormido 17 horas de uns tirón.

Quiso ir al baño para refrescarse un poco y sacar los últimos tirones de amo­dorramiento de sus ojos, cuando sonó el teléfono. No tenía ganas de contestar. Aún estaba de vacaciones; y para casos de emergencia pastoral estaban sus colegas de Basavilbaso y de Gualeguaychú. Así que dejó que el teléfono sonara una y otra vez. Finalmente no aguantó más. Triunfó su exagerado sentido del deber. Allá, al otro lado del hilo o de la señal satelital, podría haber alguien que lo necesitaba justamente a él y a nadie más.

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Caminó lentamente a su escritorio, se sentó, levantó el tubo con la mano izquierda y tomó una lapicera con la derecha, dispuesto a registrar el dato o el pedido que alguien quería transmitirle con tanta premura.

—Hola, habla Jorge del Cántaro.

—Helio, it's me, Jonny Messer, from New York —respondió una voz débil—. You remember...

Jorge tuvo que hacer un esfuerzo adicional para concentrarse. La llamada lo había tomado totalmente por sorpresa. De alguna manera, estaba esperando no­ticias de Jonny, pero no había estado preparado para recibirlas tan rápido.

—Seguramente no te tengo que decir que confesé —dijo Jonny con cierto tono de alivio—, habrás visto la información en la televisión, los diarios y en in­ternet. Pero me pareció necesario decírtelo también personalmente. Te agradezco, Jorge.

Se produjo un largo silencio. Ambos sentían que había ocurrido algo muy serio.

—Dios te ha usado como su instrumento privilegiado —dijo Jonny con voz casi quebrada cuando retomó la conversación—. Primero me tocó ser el papi-rólogo más famoso, ahora soy el mentiroso más famoso, mientras que tú eres la celebridad que salvó al cristianismo. Te felicito. En cambio, para mí se ha puesto definitivamente el sol.

—No —dijo Jorge—, no es así. Por reconocer públicamente tu tramoya, de­mostraste que eres una persona rescatable. Y te aclaro que yo no salvé ningún cristianismo. Sólo quise conocer la verdad y compartirla. Jesucristo no necesita abogados que lo defiendan. Sólo quiere testigos.

Entonces Jonny contó que apenas se había ido Jorge, llamó al número del jefe del grupo anónimo y le dijo que quería devolverle el millón de Dólares, pues había experimentado algo así como una conversión religiosa dándose cuenta del mal que había hecho. El jefe le dijo que no le interesaba ese dinero. No tenía ma­nera de registrarlo legalmente, y además quedaría delatado públicamente porque era fácil rastrear las vías de una transferencia. Así que Jonny se quedara nomás con su miserable "sueldo de Judas"; y si le parecía bien, que se reventara como le ocurrió a Judas. A él y a sus amigos no les afectaba un millón de Dólares. Era lo que gastaban al cepillarse los dientes a la mañana.

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236 El papiro de los ricos

Jorge no podía creer lo que le estaba contando Jonny. Pero Jonny se había reservado algo más para el final. Un golpe extra. Un golpe final.

—Entonces decidí donar el millón de dólares a alguna institución cristiana que atendiera niños de la calle en la Argentina, ya que fue un argentino el que me hizo reconocer mi estupidez— dijo el papirólogo con la voz ya algo más estable—. Te pido que organices una fundación en tu país para poder recibir y encauzar la donación. Envíame cuanto antes los datos de la cuenta bancaria de tu Iglesia, así podré realizar la transferencia. También te comunico que mañana abandonaré mi país y me iré a trabajar por el resto de mi vida como voluntario a una escuelita en un pueblo en Tanzania, donde mis abuelos habían sido misioneros hace 60 años. Thank you for your help. God bless you. Good bye.

Sin esperar respuesta alguna, Jonny cortó la comunicación. Al escuchar el "clic" al otro lado de la línea, a Jorge se le cayó el tubo del teléfono de la mano. El tubo arrastró el aparato entero al piso. El cable a su vez tumbó un portalápices y un florero, volcando el agua y las flores sobre un montón de papeles que dormían sobre el escritorio. Totalmente desconcertado, Jorge volvió a colocar las cosas en su lugar, buscó un trapo y limpió someramente su escritorio.

Completamente pasmado, con un desorden total en sus pensamientos y sen­timientos, Jorge quedó parado un largo rato frente al escritorio, mirando el telé­fono, las flores, los papeles mojados y otra vez el teléfono, como si de allí pudiera salir alguna respuesta a las miles de preguntas que tenía ahora. ¿Por dónde em­pezar? ¿Qué hacer? ¿Cómo hay que hacer para organizar una fundación? ¿Cómo asegurar todo esto legalmente? ¿Cómo encauzarlo? ¿Con quiénes trabajar? ¿Era éste el proyecto definitivo que le había tocado a él? ¿Se trataba de un proyecto de vida? ¿Por qué le habían tocado tantas cosas juntas?

Preguntas y más preguntas, y por ahora ninguna respuesta. Incapaz de ordenar siquiera someramente su propio listado de confusión, prendió la pequeña radio portátil que tenía sobre el escritorio. Le encantaba escuchar música instrumental mientras trabajaba. Pero ahora no podía ni quería trabajar. Quizá la música ten­dría algún efecto terapéutico. Y así fue. La emisora regalaba el Aleluya del Mesías de Hándel a su audiencia. Cuando el radiante Aleluya se despegó del coro que lo cantaba con convicción envidiable y se elevó para formar un firmamento de ala­banza cósmica por encima de todas esas pequeneces a las que se abocaban tantos espíritus minúsculos, Jorge se decidió llamar a Gladys. Necesitaba escuchar su voz, cariñosa y firme a la vez, receptora y orientadora al mismo tiempo. Disco el número, pero no respondía nadie. Lo probó varias veces. Pensó que en su con­fusión quizá había cometido algún error al discar el largo número. Pero no obtuvo

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ningún resultado positivo. Ni siquiera estaba prendido el contestador automático. Intentó con el celular, y tampoco logró nada.

En ese momento, alguien tocó el timbre. Jorge tenía la sensación de que sona­ba tímido, como si la persona ahí afuera dudara un poco. Por supuesto sabía que se trataba de una impresión totalmente subjetiva. El cable no podía transmitir sentimientos o temores, sino sólo impulsos eléctricos. ¿O quizá sí? Las persianas seguían cerradas, de manera que podría suponerse que nadie sabría que él había regresado de su viaje. Jorge fue a la puerta, pero de repente pensó que quizás sería mejor no atender a nadie en este estado de confusión, producto de todo lo que había pasado en los últimos días. Mientras aún estaba parado indeciso frente a la puerta, volvió a sonar el timbre, esta vez con estridencia decidida. Jorge se con­venció de que debía atender, sea quien fuere. Volvió al escritorio, tomó el llavero y quiso abrir la puerta. Por supuesto se confundió de llave. Era un manojo de nervios. Recién el tercer intento dio con la llave correcta. Abrió la puerta.

Afuera estaba Gladys, con un pequeño bolso de viaje en la mano.

—¿Qué... qué...? —fue lo único que pudo tartamudear Jorge—. ¿Cómo...?

Por tercera vez en dieciocho horas, Jorge no podía creer lo que estaba viviendo.

—Apenas se enteraron de la confesión de Jonny Messer —aclaró Gladys—, mis padres me llamaron para decirme que me pagaban un viaje relámpago para que viniera a felicitarte personalmente porque lograste derribar el embuste construido por ese falsario.

Gladys hizo una breve pausa y continuó con su explicación.

—Mamá y papá llegarán esta tardecita desde Posadas. Mamá organizó por teléfono una gran cena para esta noche en el comedor que está sobre la ruta. También van a venir tus padres de Buenos Aires y tus abuelos de México. En este momento, está por aterrizar su avión en Ezeiza. Tus padres los buscan en el aero­puerto y los traerán a Urdinarrain. Mientras volabas desde Nueva York a Buenos Aires, te convertiste en celebridad internacional. En todo el mundo se habla de ti. Fíjate en internet. Me siento orgullosa de ser la novia del "Líder antipapiro".

Jorge se puso pálido. Temblaba como una hoja sacudida por un tornado. De golpe, su semblante cambió a púrpura. No tenía ningún control sobre su aspecto. Comenzó a lagrimear. Sacó un pañuelo y se refregó vigorosamente los ojos.

—¿Puedo pasar? —preguntó la novia del "Líder antipapiro".

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238 El papiro de los ricos

En medio de estas turbulencias de información, sentimientos y exterioriza-dones, Jorge ni siquiera se percató de que Gladys aún seguía parada ahí en la vereda. Cuando se dio cuenta de ello, la tomó del brazo y la introdujo de un salto de la casa. Una vez adentro los dos y como no le quedaba ninguna mano libre, Jorge pegó un enérgico puntapié a la puerta. El marco crujió cuando la hoja se cerró estruendosamente.

—Ahora el mundo es nuestro —logró decir con voz temblorosa—. Gracias a Dios.

Gladys sólo pudo asentir con la cabeza.

En ese preciso instante, volvió a sonar el teléfono.

—¡Otra vez! —exclamó Jorge—. ¡No termina nunca ese teléfono!

Jorge estaba harto. No de las fascinantes novedades con las que se había llena­do su día, sino de eventuales nimiedades y menudencias o de posibles curiosos. Pero el teléfono no tenía la culpa de sonar y sonar. Era un simple transmisor. Como el timbre no paraba de molestar, Jorge finalmente volvió a su escritorio y levantó el tubo. Quizá Jonny Messer lo llamaría de nuevo para agregar alguna novedad. Pero era el presidente de la congregación.

—Hola, pastor, ¿cómo le va? ¡Tanto tiempo! Nos tendrá que contar todos los detalles de su viaje. También me interesa la herencia que le tocó. Pero todas las co­sas a su debido tiempo. Lo llamo por un asunto urgente. Espero no incomodarlo demasiado. Sé que acaba de llegar su novia. Usted estará muy ocupado. Disculpe la molestia.

¡Increíble! ¿Cómo se enteró el presidente de la llegada de Gladys? Jorge prefirió no preguntar, porque sabía que aquí incluso las paredes, las columnas de luz y los árboles no se perdían detalle alguno de lo que pasaba en el ejido. También era consciente de que las casas pastorales tenían paredes de vidrio. A veces le moles­taba que la gente le sirviera en bandeja hasta los más insignificantes detalles de su vida y de la de los demás. Pero no era por maldad. Era simplemente su manera de ser. Así que puso buena cara -mejor dicho, buena voz- al tiempo nublado y preguntó:

—¿En qué puedo servirle?

—Mire, pastor, me enteré que la familia de su novia le está preparando una cena en el comedor sobre la ruta; y me parece que lo que usted logró se merece que se lo agradezca toda la comisión directiva de la congregación. Por eso me

20. El golpe final 239

atreví a hablar con el dueño del comedor y convenimos en hacer la cena en el patio de la iglesia. El tiempo es hermoso, podemos cenar al aire libre. En el patio cabe más gente que en el restaurante. El comedor seguirá con la atención de su familia, pastor; y la comisión se encargará de sus propios gastos.

—Bueno, Presidente, ya que se tomó el trabajo de organizar y arreglar la cosa, estoy de acuerdo. Solo espero que no tengamos problemas con el dueño del comedor.

—De ninguna manera. Al contrario, el hombre tendrá más clientes. Nos ve­remos entonces esta noche en la iglesia. La comisión también quiere conocer a Gladys. Hasta luego.

—Gracias, hasta pronto.

Jorge no sabía qué decir. El presidente no sólo se había enterado de los detalles de la cena, sino también del nombre de Gladys. Y eso que Jorge siempre había sido muy cauto con los detalles de su vida privada.

Informó brevemente a Gladys sobre el cambio ya arreglado por el presidente. Gladys sólo le preguntó si quería tomar primero unos mates o si prefería al­morzar. Jorge optó por el mate. Fueron a la cocina y lo prepararon; pero apenas habían tomado dos o tres, volvió a sonar el teléfono. Otra vez Jorge estaba en la tentación de dejarlo sonar, pero nuevamente se levantó y atendió.

—Hola, pastor, bienvenido en Urdinarrain. ¿Sabe quién soy?

Jorge tuvo que confesar que no reconocía al interlocutor por su voz.

—Discúlpeme, pero tengo muy mala memoria auditiva. Suelo recordar mejor las imágenes que los timbres de la voz.

—Soy Fernando, el presidente del club de básquet.

—Ah, claro —respondió Jorge—; ahora lo reconozco. Gracias por la bienvenida.

—Mire, pastor —dijo Fernando—; vayamos al grano. Sé que usted está muy ocupado con una visita muy agradable. Lo llamaba por la cena de esta noche. Me enteré que la congregación lo agasajará en el patio de la iglesia; y como usted siempre apoyó nuestro club, quisiéramos compartir con usted y sus familiares este evento; por eso proponemos trasladar la cena al salón del club...

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—Mire, Fernando —interrumpió Jorge—; estaba previsto cenar en el come­dor sobre la ruta, y luego el presidente de la congregación convino con el dueño del comedor el traslado a la iglesia. No quiero anular ese arreglo ya hecho...

—No se haga problemas —dijo Fernando—, ya hablé con ambos, con el due­ño del local y con el presidente. Ambos están muy de acuerdo con mi propuesta. Nuestro club pagará los gastos de sus miembros.

—Entonces que sea así como ustedes acordaron.

—Gracias, pastor; nos veremos entonces esta noche. Saludos a Gladys de parte mía.

Jorge colgó el teléfono y quedó mudo. Esto era increíble. Una cena familiar se había convertido en una cena de la iglesia para transformarse luego en fiesta del club de básquet. Mientras tomó otro mate, tuvo que admirar la habilidad de los líderes del pueblo. Cualquier ocasión les venía bien para juntar a su gente y festejar.

—Ahora voy a ducharme y luego quiero un poco de paz —comentó, mientras tomó apuradamente otro mate, anticipándose a más llamadas y propuestas—. Espero que ahora nos dejen tranquilos.

—No nos quejemos de la cordialidad de la gente —apaciguó Gladys—. Se ve que te aprecian.

—Sí, está bien...

Y volvió a sonar el ruin teléfono.

—Basta —dijo Jorge resueltamente—. Sólo falta que ahora se agregue algún sindicato de conductores de carretas...

El teléfono seguía con su estridejicia testaruda. Jorge se vio obligado a atender.

—Sí, habla Jorge del Cántaro...

—Felicitaciones, pastor, buen día o buenas tardes, no sé si ya almorzó, pero nuevamente felicitaciones. Usted es nuestro héroe...

—Disculpe —interrumpió tímidamente Jorge, que no conocía esa voz—; ¿con quién tengo el gusto de hablar?

—Ah, disculpe, en el apuro no me presenté. Soy Haydee, la nueva secretaria del club de fútbol...

"No.. . realmente basta" pensó Jorge en su interior. "Ya alcanza".

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—.. .y como nos enteramos de la fiesta que le harán esta noche en el club de básquet, también queremos participar, porque usted siempre estuvo del lado de nuestro club.

—¿Cómo dice?

—La cosa es muy simple. Tenemos unos cuatrocientos miembros...

—Pero tantos no entran en el salón del club de básquet...

—Tranquilo —dijo Haydee—, está todo bajo control. Nuestro secretario ha­bló con el presidente del club de básquet y se pusieron de acuerdo en realizar la cena en nuestra cancha de fútbol. Ya están llevando las mesas y sillas...

—Pero el presidente del club de básquet había hecho un arreglo previo con el presidente de la congregación, y éste a su vez con el dueño del comedor —dijo Jorge con voz tímida—; creo que hay que respetar ese convenio.

—Le dije que todo estaba bajo control —replicó Haydee con tono triunfan­te—. El secretario también habló con los otros dos que usted nombró. Todos están de acuerdo. Nuestro club pagará los gastos de sus miembros. Bueno, nos veremos esta noche. Saludos a su novia y nuevamente felicitaciones por lo que usted logró.

Esta vez el "clic" del corte de la comunicación no brindó ningún alivio. Gladys, que había seguido silenciosamente toda la conversación pegada al segundo teléfo­no de la casa, no podía ocultar su inmensa satisfacción.

—Alégrate, Jorge; tú dijiste que ahora el mundo es nuestro. ¡El mundo es algo más amplio que un pequeño comedor!

Jorge quedó abatido sobre su silla. Era una hoja de lechuga marchita. Tenía la impresión de haber sido aplastado por un tractor muy pesado. La catarata de eventos y sorpresas le había quitado el aire. Para colmo, volvió a sonar el teléfono.

—Esta vez no atenderé —dijo con voz casi asfixiada—. Y aunque sea el Secre­tario de las Naciones Unidas.

—Entonces atiendo yo —respondió Gladys con tono que no permitía discu­sión—. Y si es para ti, te pasaré la llamada.

Dicho y hecho. Gladys atendió con suma amabilidad, y luego de escuchar unos segundos, dijo con suficiente volumen como para no dejar duda de la pre­sencia de Jorge en la sala:

—Jorge, el intendente quiere hablarte.

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Jorge tomó el tubo con malas ganas. Tuvo que hacer un esfuerzo adicional para que su voz sonara aproximadamente normal.

—Buenas tardes, intendente.

—Hola, pastor —respondió el intendente—. En primer lugar, le felicito de parte de nuestro Municipio. Es una honra contar con ciudadanos como usted. Mire, sé que estará cansado del viaje, pero quiero comunicarle que hemos resuelto ampliar un poco su cena familiar...

—Perdón, ya lo han hecho otros: la congregación, luego el club de básquet y finalmente el club de fútbol...

—Ya lo sé, y está bien que lo hayan hecho —respondió el intendente—; pero ya hemos hablado con toda la cadena, y todos los presidentes están de acuerdo con lo que resolvimos.

—¿Se puede saber lo que resolvieron? —preguntó Jorge muy tímidamente.

—Por supuesto. Para ello lo estoy llamando. Consideramos que toda la ciudad tiene derecho a festejar con su ciudadano tan ilustre; así que dispuse invitar a la población a compartir una cena a la canasta; usted sabe, cada persona o cada fa­milia trae algo para comer, porque el comedor no dará abasto con tanta gente...

—¿Y si la gente no cabe en la cancha de fútbol?

—Ya está prevista la solución —explicó el intendente—. Ordené poner a dis­posición los extensos terrenos de la vieja estación de ferrocarril. Allí caben cinco mil personas. En este momento, estamos invitando a la población a través del canal de cable y la radio y también con tres vehículos que están recorriendo las calles con altoparlantes.

—Bueno, que sea lo que usted disponga —dijo con tono resignado Jorge, dejando caer el tubo del teléfono.

Gladys acomodó el teléfono y trató de animar a su líder antipapiro.

—Esto es sensacional. Quién sabe lo que seguirá mañana.

En ese momento sonó el timbre de la puerta. Esta vez atendió Gladys. Con alegría inmensa saludó a sus padres y hermanos. La presencia de los seres queridos reanimó los desinflados ánimos de Jorge. Más aún, cuando a los pocos minutos volvió a sonar el timbre e hicieron su aparición sus padres y los abuelos mejicanos. Todos hablaban, gesticulaban, se saludaban, se abrazaban, reían y lloraban a la

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vez. El momento del encuentro era interminable. Luego de un buen rato de tan agradable desorden, la abuela mexicana Doña Florencia pidió silencio.

—Les propongo que hagamos una oración para agradecer a Dios por esta re­unión familiar, como no la tuvimos desde hacía mucho tiempo. Recordemos que el motivo último y fundamental que hizo posible este encuentro fue la búsqueda apasionada de la verdad y la defensa empedernida del evangelio que llevó adelante mi querido nieto Jorge. Adán, tú eres el mayor en edad, te toca hacer la oración.

Todos quedaron en silencio y juntaron sus manos. Mientras Adán agradecía a Dios con fervientes palabras que le brotaban de lo más profundo de su fe, Jorge vio pasar a modo de película acelerada todas las imágenes de lo que había vivi­do en las últimas semanas. Le parecía increíble cómo cada pieza del gigantesco rompecabezas se había enlazado con el siguiente elemento hasta formar el cuadro completo de la evidencia final de que Jonny Messer había pergeñado un espectral engaño. Luego de una palabra de bendición formulada con solemnidad por el abuelo Adán, los sentimientos de los miembros de la improvisada iglesia hogareña eclosionaron en un sincero, candido y familiar "Amén".

El tiempo avanzaba inexorablemente. Una vez instaladas, las visitas se some­tieron a las correspondientes ceremonias de aseo y a los demás preparativos para la noche.

Finalmente llegó el gran momento. Todos se trasladaron a los terrenos del ferrocarril, donde los empleados del municipio habían instalado un improvisado palco para Jorge y sus familiares. Cuando Jorge vio la tarima, la asoció con un cadalso, pues seguía sintiéndose mal con tanto circo por algo que él había hecho meramente por su convicción de fe y de ninguna manera para figurar en prime­ra plana. Pero tuvo que reconocer que era justo y digno festejar el resultado de esos esfuerzos, y decidió tomar todo este espectáculo montado por las autorida­des locales como una sincera expresión de alegría. También pudo imaginarse que muchos llegarían a este encuentro sin saber de qué se trataba, qué significaba el "papiro de los ricos" y cuáles habrían sido sus consecuencias; pero eso tampoco tenía tanta importancia a la hora de festejar.

Poco a poco llegó a llenarse el gigantesco espacio. Por supuesto que no alcan­zaron las mesas hechas de simples tablones y caballetes, ni las sillas y los bancos traídos de todas las instituciones de Urdinarrain. Muchas familias trajeron sus mesitas y sillas plegables, y unas cuantas personas quedaron paradas, cosa que a nadie le incomodaba. Lo que interesaba era el encuentro festivo. Cada treinta metros había una consola de sonido, y unos muchachos estaban tendiendo los

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últimos cables para que todos los presentes pudieran escuchar los infaltables dis­cursos que debían pronunciarse esta noche.

La excelente cena iba intercalada con las habituales palabras de bienvenida y de reconocimiento de la hazaña de Jorge, adhesiones y un sinnúmero de saludos, entre ellos, uno enviado por el Pastor Presidente de la Iglesia de Jorge. Hablaron los demás pastores del pueblo y el sacerdote. Llovían felicitaciones y congratula­ciones. Era lo habitual; y como siempre, toda esa batahola de cortesía iba estre­chamente fusionada con el deseo de los respectivos autores de colocarse personal­mente en el haz de luz de los reflectores. También fueron leídos cuatro mensajes que llegaron por correo electrónico, y Jorge no pudo menos que sospechar que detrás de los mismos estaba nadie menos que Gladys. Pues de otra manera no se podía explicar semejante publicidad. Un mensaje de Christa Lüniger, la amable secretaria del Instituto Jung de Suiza, decía: "Jorge: Luego de su visita comencé a hilar fino, y no me equivoqué. Usted me entiende. Le felicito". El director del Museo de la Biblia de México decía algo similar. Joaquín del Conde, el profesor de teología de Buenos Aires, dijo simplemente "Ahora sé quién podrá ser mi sucesor en la Facultad"; y Vito del Conde, el eximio guitarrista, anunció la com­posición de una pieza para dos guitarras, al estilo de una payada, intitulada "El baqueano", con un texto sobre un baqueano que encuentra el camino correcto a pesar de las huellas mentirosas dejadas por un delincuente. El público seguía y aguantaba todo esto con paciencia estoica y grandiosos aplausos, ingrediente infaltable del ritual de tales fiestas.

Pero las sorpresas no terminaron allí. Una vez concluidos los discursos y ya pasada la medianoche, cuatro jóvenes subieron a una anciana en una silla de rue­das al palco. Todo el mundo la conocía simplemente como Doña Catalina. Era una especie de abuela del pueblo. El encargado de los equipos de audio le alcanzó un micrófono, y Catalina le pidió a Jorge que se acercara. Luego le entregó un paquete. *

—Tome, pastor, le traje un regalito. Ábralo. Espero que le guste.

Jorge tomó el paquete y lo abrió con mucha expectativa, ante el silencio ex­pectante de miles de personas.

—Sólo sé que es un Nuevo Testamento —dijo la anciana—; pero nunca pude leerlo, porque no conozco esas letras.

Con inmensa sorpresa, Jorge vio que se trataba de un Nuevo Testamento grie­go, un ejemplar intacto de la primera edición del texto griego hecha por Erasmo de Rotterdam en 1516. Una rareza total y absoluta en el país y acaso en toda

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América Latina. Jorge jamás se había imaginado que en la tranquilidad entrerria-na podía hallarse un ejemplar de aquella celebérrima edición.

—Me lo dejó mi abuelo, que fue pastor en Francia —dijo la anciana—. Me encomendó que lo cuidara muchísimo y que jamás lo vendiera, aunque llegaran a ofrecerme mucho dinero, porque era un libro inmensamente valioso. Dijo que algún día iba a aparecer alguien que lo iba a merecer, y que entonces se lo regalara. Ese momento llegó ahora. Lo que usted hizo por nuestra fe es impagable. Como este libro. ¿No le parece?

—Abuela, no sé cómo agradecerle este descomunal regalo. Pero yo no hice nada especial. Sólo quise averiguar la verdad.

—Dejémoslo ahí —dijo la abuela—; usted hizo algo único. Dios lo bendijo con sabiduría, fe y coraje; y usted supo emplear bien esos talentos. Que Dios lo siga guiando como hasta ahora, y que este libro le ayude en su tarea.

El singular gesto de la anciana sobre el escenario emocionó al público presente más que todos los discursos, ya olvidados a esta altura. Aunque Erasmo y su edi­ción del Nuevo Testamento eran enigmas indescifrables para la absoluta mayoría de los presentes, la escena de Catalina entregando un libro a Jorge era por demás conmovedora. La ovación fue larga y entusiasta.

Cuando comenzó a mermar el aplauso y los celebrantes se dedicaron al postre y a retomar sus respectivas conversaciones, pues siempre había suficiente material para las mismas, Jorge volvió a su lugar junto a Gladys y le preguntó con voz muy romántica:

—Gladys, ¿quieres casarte conmigo?

Inmediatamente se produjo un profundo silencio. Varias miles de personas miraban expectantes a la pareja sobre el escenario. El tiempo se congeló y las es­trellas se detuvieron en su milenario movimiento sobre la esfera del firmamento.

—Por supuesto —respondió Gladys en el acto—. Ya estaba esperando esta pregunta.

—¿No te molesta que te lo esté preguntando justo aquí y en este momento?

—Al contrario. Es la coronación más sublime de toda la hazaña.

En su entusiasmo festivo y enteramente sumidos en sus sentimientos, los dos no se habían dado cuenta de que el operador de los equipos de amplificación no había apagado los micrófonos que estaban delante de ellos. La pregunta radical de Jorge y la apasionada respuesta de Gladys resonaron con todos los decibeles

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posibles por el amplio espacio, de manera que todo el público fue testigo del bre­vísimo pero sustancioso y decisivo diálogo. Jorge y Gladys recién se percataron de esta transmisión en vivo cuando un aplauso estruendoso e interminable y miles de gritos de júbilo se elevaron desde las festivas mesas al terciopelo oscuro del cielo nocturno, clavándose en las cuatro estrellas de la Cruz del Sur que vigilaban desde lo alto la escena envuelta en la tibieza de la noche otoñal.

No le quedó otra alternariva a la feliz pareja que ponerse de pie y concluir la espléndida velada con un largo abrazo, fusionando de manera inseparable sus emociones, su fe y su gratitud.

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