Madeleine Delbrel - Santidad Para La Gente de La Calle

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4. MADELEINE DELBRL: SANTIDAD PARA LA GENTE DE LA CALLE - El padre J. Loew, cuyo nombre va ligado a la actividad misionera de vanguardia en los ambientes obreros, ha definido a Madeleine Delbrl como "una mujer preparada por Dios durante treinta aos para hacernos vivir el postconcilio En efecto, aunque su actividad se desarroll en los decenios anteriores al Vat.II muri en 1964, a la edad de sesenta aos. Madeleine Delbrl empez a ser conocida por grupos cada vez ms amplios de cristianos tras la ola de renovacin posterior al concilio. Sin embargo, su popularidad no es an tan grande que pueda dispensarnos de ofrecer algunos rasgos biogrficos esenciales.Hija de un funcionario de los ferrocarriles franceses, tuvo una juventud brillante, ennoblecida por el arte, por la poesa (a los veintids aos obtuvo un premio por un volumen de poesas) y por el estudio de la filosofa. El ambiente influy negativamente en su vida religiosa; perdi la fe. Escriba entonces: "Dios ha muerto; viva la muerte!". Luego, un da se repiti la escena del camino de Damasco; segn nos dice ella misma, "una conversin violenta sucedi a una bsqueda religiosa razonable". La mujer nueva que naci de la prueba de la incredulidad estaba ya marcada por los rasgos inconfundibles que la acompaaran durante toda su vida. H. U. von Balthasar ha descrito su carcter y el de sus escritos mediante una serie de paradojas: profunda seriedady humorsonriente, infantil"saberse en Dios" y anlisis exacto y realista del ambiente social y psicolgico, eclesialidad hasta el meollo de sus huesos y completa libertad frente a losclichseclesisticos. Slo la calidad de su oracin le permiti asumir estas contradicciones en una obra de vida unitaria.Madeleine se sinti aferrada para siempre y se entreg a Dios sin reservas. Pero en vez de consagrarse a l en un carmelo, como pens en un primer tiempo, decidi vivir en medio del mundo el doble amor de Dios y del prjimo. En el corazn de las masas; pero no para un repliegue resignado sobre s misma, sino con la plena conciencia de las posibilidades espirituales que le ofreca la situacin mundana.En su ensayo, que ha servido de prlogo para una coleccin pstuma de sus escritos, desarroll la espiritualidad de los que se reconocen hijos de la ciudad. Lo titulNosotros, gente de la calle:"Hay gente a la que Dios toma y pone aparte.Pero hay otros a los que deja en medio de la multitud, 'sin retirarlos del mundo.Hay gente que realiza un trabajo ordinario, que tiene una familia ordinaria, que vive una vida ordinaria de solteros. Gente que tiene enfermedades ordinarias y lutos ordinarios. Es gente de la vida ordinaria. Gente con la que nos encontramos en cualquier calle.Esos aman la puerta que da a la calle lo mismo que sus hermanos invisibles al mundo aman la puerta que se ha cerrado definitivamente sobre ellos.Nosotros, gente de la calle, creemos con todas nuestras fuerzas que esta calle. este mundo en donde Dios nos ha puesto, es para nosotros el lugar de nuestra santidad".Madeleine atribuy a los cristianos audaces de nuestro tiempo la posibilidad de encontrar en el trfico de la vida ciudadana lo que los ermitaos buscan en el desierto y los religiosos dentro de las paredes de su convento: la contemplacin amorosa de su Seor. Exigi la libertad de vivir codo a codo con los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, con la confianza de que esto no ir en mengua del amor: "Los de la calle estamos segursimos de que podemos amar a Dios todo cuanto l quiera que le amemos... Cada acto de docilidad nos hace recibir plenamente a Dios y dar plenamente a Dios con una gran libertad de espritu. Y entonces la vida es una fiesta".La santidad de la gente de la calle que Madeleine se propuso vivir tuvo coordenadas geogrficas muy concretas. Dejando su familia y su ambiente, con un diploma de asistenta social, fue a establecerse en Ivey, suburbio obrero de Pars. All estuvo ms de treinta aos, hasta el da en que muri. En aquel rincn de la ciudad aprendi a conocer la condicin obrera y la realidad marxista; all tom conciencia de la urgencia misionera. Ivey, deca Madeleine al final de su vida, fue su escuela de fe aplicada. Ella misma describi su experiencia en un libro de ttulo programtico:Ciudad marxista, tierra de misin.En la ciudad comunista de los aos treinta descubri una situacin de agudo conflicto: los cristianos se portaban comouna minora autctona que soporta a un invasor; los sacerdotes y los catlicos notorios eran saludados en la calle con pedradas e insultos; entre los nios se trababan verdaderas batallas en la escuela y en los descampados. La poblacin estaba dividida en catlicos y comunistas; cuando uno llegaba por primera vez, se le exiga que declarase su filiacin y tomase posicin en los bandos constituidos de antemano.Los cristianos que vivan en Ivey daban muestras de haberse acostumbrado a la situacin. Pero Madeleine no la acept. Observando su "ciudad marxista" con ojos no partidistas, se dio cuenta de que entre los catlicos y los comunistas la separacin oficialmente aireada ocultaba toda una trama de relaciones inevitables; la religin viva y la ideologa militante queran la ruptura, pero la ruptura total no exista porque era sencillamente imposible. En esta densa trama humana de relaciones mutuas fue donde se situ Madeleine. Le pareca natural asumir el lugar que se haba asignado con la decisin de hacer de la calle su convento. El trabajo de asistenta social, que desempe con pasin y competencia, la destinaba adems a la participacin plena en la vida de la ciudad.El barrio se convirti en la base misionera de Madeleine. La misin es algo distinto de ese proselitismo que constituye una tentacin para todos los grupos de cuo ideolgico, lo mismo para los cristianos que para los comunistas. Madeleine describi con agudeza la seduccin comunista, sus atractivos reales, la abnegacin heroica de sus militantes, su lucha sincera contra la injusticia. Es comprensible que con toda honradez esos hombres esperasen "convertir" a Madeleine, de la que saban que estaba perfectamente de acuerdo con lo que ellos pensaban "sobre el mundo escandaloso en que hemos de vivir juntos y la eficacia que exigira la supresin de su escndalo".Pero ni por un minuto pens ella en "trapichear con Dios" o en "robarle a Cristo ni uno solo de sus cabellos". La misma Madeleine nos habla de sus disposiciones ms profundas: "He sido y sigo estando deslumbrada por Dios. Me era y me sigue siendo imposible poner en una misma balanza a Dios por un lado y todos los dems bienes del mundo por otro, bien para m o bien para toda la humanidad". Pero habiendo establecido un verdadero encuentro conlos marxistas, inspirados en el atesmo, sobre la base de una misma lucha por la misma justicia humana, Madeleine se encontr en medio del conflicto ms tpico en que hoy se debaten tantos cristianos de nuestro tiempo.En el libro mencionado,Ciudad marxista, tierra de misin,M. Delbrl afronta sin ambigedad la cuestin que se plantea a los creyentes: "Para resistir al peligro marxista y para dar una respuesta apostlica, parece necesario encontrar en la fe los motivos de toda vida misionera, los dos mandamientos de Cristo, inseparables y semejantes, pero de los que el segundo no es tan grande ms que por el hecho de ser la consecuencia del primero. Del riesgo marxista yo no creo que puedan defendernos las normas o las disciplinas. Sus tentaciones son demasiado ntimas para ciertas inquietudes, su sutileza transfiere con demasiada habilidad aspiraciones humanas y necesidades evanglicas incompletas, pero dolorosas... En cuanto a nosotros, quiz conviene que sepamos que, llegada a ese absoluto, la negacin atea, marxista o no, puede abordarse por muchos caminos, pero que su encuentro no puede `probarse' ms que en un solo terreno que le es propio: la roca misma de nuestra fe".La fe vivida en un ambiente ateo se ve continuamente referida por las negaciones y los interrogantes de los no creyentes a lo que es fundamental en la vida cristiana. Teniendo en cuenta esta necesidad de coherencia, Madeleine pudo afirmar que el ambiente ateo es una circunstancia favorable para la propia conversin. En su misma vida la concentracin en lo esencial se expres por la referencia constante a los "dos mandamientos", unidos e interdependientes, y al Evangelio como regla de vida. En l buscaba una simplificacin de todo el ser, un desprendimiento de todas las adquisiciones anteriores para entrar en un tipo de pobreza que capacita para todo tipo de encuentros. Madeleine vuelve continuamente al Evangelio para intentar conformar con l toda su vida; lo considera el nico estatuto del grupo de vida comn del que forma parte y del que es la animadora; lo lee y lo relee, lo copia, lo anota, lo escudria para obedecer a todos sus consejos y para denunciar en su vida todo lo que pudiera romper la semejanza con Jesucristo. Su ideal es "el Evangelio ledo como se come el pan".Por eso mismo el cristiano que tiene su casa en la ciudad marxista o no, pero en el fondo atea se encuentra en una situacin misionera. La misin, segn ella la defina, es el "contacto del amor de Dios y del rechazo del mundo. El cristiano se ve atravesado por lo uno y por lo otro, que se encuentran en l. Entonces no puede menos de sufrir como una tentacin viviente. Pero esta prueba es la participacin en la prueba apostlica de la Iglesia; la Iglesia tiene armas para suprarla; la Iglesia cuenta con la fuerza que puede resistir y triunfar".Por los aos cuarenta la Iglesia francesa sinti una especie de escalofro. Descubri, segn el ttulo de un clebre libro, que se haba convertido en "pas de misin"; el cardenal Suhard fundaba laMisin de Pars.Madeleine, por su parte, no cedi al alarmismo; crea firmemente que la clase obrera lleva dentro de s la misin como una mujer que no sabe que est en dolores de parto y que no comprende nada de sus dolores, paralizando as en su interior el cuerpo que quiere nacer. Reconocer el propio estado significa para la Iglesia comenzar la nueva misin, la que tiene lugar en las calles de la ciudad. Madeleine salud de forma lrica su nacimiento:"En todo tiempo, el Espritu ha empujado al desierto a los que aman. Misioneros sin batel, atenazados por el mismo amor, el mismo Espritu nos empuja a nosotros hacia nuevos desiertos. Desde su duna arenosa, el misionero de blanco ve toda la amplitud de tierras no bautizadas. Desde lo alto de una gran escalinata del Metro, misioneros de chaqueta e impermeable, vemos en cada escaln, cuando la multitud es ms numerosa, un montn de cabezas, gente que se inquieta esperando que abran las puertas del ascensor. Sombreros, gorras, boinas, cabellos de todos los colores. Centenares de cabezas: centenares de almas. Y nosotros all, arriba. Y ms arriba, y en todas partes, Dios".Metida en el "equipo" de vida en comn ese "equipo" que ella descubri bastante antes que el movimiento comunitario posterior al concilio como un valor humano y apostlico, Madeleine vivi en primera persona la nueva estacin misionera de la Iglesia. Y la descubri precisamente en donde otros haban diagnosticado el fracaso definitivo de la aventura del Evangelio. P. Loew fij en una imagen el sentido de su paso entre nosotros; una imagen que le habra complacido a la persona a la que se aplicaba: "Madeleine estaba muy atenta a los signos de la Providencia; a m me agrada ver uno en el nombre que llevaba y en la santa que era su patrona. La maana de Pascua las piadosas mujeres encontraron el sepulcro vaco; los apstoles, al saberlo, acuden, y vuelven a marcharse. Pero Mara Magdalena no acepta ese vaco, no acepta la desaparicin de su Seor; sigue junto al sepulcro, se inclina, mira, no se decide y, finalmente, es la primera en volver a ver a Cristo. As, Madeleine, frente a las negaciones del atesmo. busca ms profundamente, se fa de las palabras de Cristo y. hasta que no se le da la respuesta infinitamente ms hermosa, no abandona lo que parece ser un sepulcro vaco".La paciencia contemplativa de Madeleine, junto con su actividad solidaria con los pobres, realiz el mismo milagro que obraron los ojos de un anciano pontfice, que supo reconocer la primavera en donde otros no anunciaban ms que los rigores del invierno.