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Meditaciones sobre la vida Divina en Nosotros

Meditaciones sobre la vida Divina en Nosotros · 2014-11-13 · 5 Judith Rodrigues Dias CIELO Y TIERRA Meditaciones sobre la vida Divina en Nosotros VERSIÓN ESPAÑOLA: Faber Miquelin

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Meditaciones sobre la vida Divina en Nosotros

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CAPA: http://pixabay.com/static/uploads/photo/2013/07/13/13/53/sunset-

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CIELO Y TIERRA Meditaciones sobre la vida

Divina en Nosotros

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Judith Rodrigues Dias

CIELO Y TIERRA Meditaciones sobre la vida Divina en Nosotros

VERSIÓN ESPAÑOLA:

Faber Miquelin

Humanitas Vivens Ltda

Una Instituición a Servicio de la Vida!

Sarandi (PR) - Brasil 2010

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Copyright 2010 by Humanitas Vivens Ltda

EDITOR:

Daniela Valentini / José Francisco de Assis DIAS

CONSEJO EDITORIAL:

André Luis Sena dos SANTOS / Anna Ligia CORDEIRO BOTTOS

Márico Pedro CABRAL

VERSIÓN ESPAÑOLA:

Faber Miquelin

REVISIÓN ORTOGRÁFICA

Maria Cristina de Siqueira Freitas

PORTADA, DIAGRAMACIÓN Y DESIGN:

Agnaldo Jorge MARTINS

Datos Internacionales de Catalogación en la Publicación (CIP)

Bibliotecaria: Ivani Baptista CRB-9/331

El contenido de esta obra, así como los argumentos presentados, es

de responsabilidad exclusiva de sus autores, no representa el punto de

vista de la Editora, sus representantes y editores.

Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida o transmitida por

cualquier forma y/o medios o archivada en cualquier sistema o banco

de datos sin el permiso por escrito del Autor y de la Editora

Humanitas Vivens Ltda.

Calle Ipiranga, 255 B, CEP: 87111-005, Sarandi – PR – Brasil. www.humanitasvivens.com.br – [email protected]

Teléfonos: (44) 3042-2233 – 9904-4231.

Dias,Judith Rodrigues D541c Cielo y tierra: meditaciones sobre la vida

divina em nosotros / Judith Rodrigues Dias.

Version espanola Faber Miquelin. --

Sarandi, Pr : Humanitas Vivens, 2010.

128 p.

ISBN 978-85-61837-25-9

Modo de acesso: www.humanitasvivens.com.br

1.Divindade – Meditações. 2. Dimensão

humana. 3. Vida divina – Meditações. 4.

Religião.

CDD-DIR 4.ed. 231

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Agradecimientos

Agradezco a todos los que me ayudaran de alguna manera

para que este libro resultara en realidad, en especial a Eliana

Alves Greco e Faber Miquelin.

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ÍNDICE

Introducción ...................................................................

PARTE I: DIMENSIÓN HUMANA ............................

1. Origen del Hombre ......................................................

2. Libertad y Responsabilidad .........................................

3. El amor y el matrimonio ..............................................

4. El Sexo ..........................................................................

5. El Inconsciente ..............................................................

6. Unidad Universal de Todos los Seres ...........................

PARTE II: DIMENSIÓN DIVINA .................................

1. Somos de Origen Divina ................................................

2. Oraciones Positivas o Negativas ...................................

3. Cielo e Infierno .............................................................

4. ¿Demonios o Endemoniados? .........................................

5. Jesús de Nazaré es Dios .................................................

6. La Misericordia de Dios es Infinita y Eterna .................

7. Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo ...............................

8. Santísima Trinidad: Familia Divina ................................

9. El Bien viene de Dios y el Mal viene del Hombre ...........

10. ¿Ángeles o Angelicales? ...............................................

Conclusión ...........................................................................

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Introducción

En este libro cuento mis experiencias espirituales. No

es “la intelectual”, tampoco la “Psicóloga” escribiendo.

Todo lo que escribí lo hice durante mis oraciones y mis

momentos diarios de intimidad con Dios, Sabiduría Infinita

que habita toda criatura.

Soy apenas una voz que clama:

¡Dios existe! Él es único, Señor y Creador de todas

las cosas. Es infinitamente bueno y misericordioso. Siempre

creo y sigue creando. Todo lo que creo y crea también es

bueno y eterno.

Él se pone en cada criatura, por más pequeña que ella

sea. Es amor, por eso nosotros también lo somos, porque Él

“está” en nosotros. Es simple y es “padre”. Estuvo y

siempre estará presente en todo.

En Él no existe contradicción, error o incoherencia.

Todo sigue su curso – dirigido por Él -, todo concurre para

el bien, para el placer, para la alegría y la felicidad; por más

difícil que eso nos parezca.

Dios habla con nosotros hoy, así como siempre habló

y seguirá hablando, porque Él es el mismo “Ayer, hoy y

siempre”. Por eso, podemos, hoy, recibir nuevas

informaciones sobre cosas antiguas, porque recibimos de

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acuerdo con nuestra evolución y con el momento en que

estamos viviendo.

Somos hijos de Dios, no necesitamos implorar,

simplemente pedir. Él siempre da todo lo que pedimos, pero

no es suficiente pedir de la boca para fuera. Es necesario

querer de verdad y pedir con el corazón. No estoy diciendo

que necesitamos de una grande fe, más que simplemente

necesitamos querer.

Lo que escribo nos es objeto de investigación, por eso

no cito fuentes ni bibliografía.

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PARTE I

DIMENSIÓN HUMANA

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1. Origen del Hombre

Nosotros somos eternos. Como espíritus, no tuvimos

inicio ni tendremos fin. La “fuente” que nos dio origen es el

propio Dios, no importa cuál es el término utilizado para

identificarlo. Por eso nuestro “ser” es perfecto porque es

esencia divina en nosotros. Somos de hecho hijos legítimos

de Dios, y Él nos quiere con amor ilimitado y eterno.

Somos eternamente libres, aunque no tengamos

consciencia de eso. Elegimos lo que somos y todo lo que

nos dice respecto. Entonces somos los únicos responsables

por todo lo que nos ocurre y también por lo que somos

físicos, mental y emocionalmente. Cuando nos quejamos de

algo, estamos intentando pasar para los otros nuestra propia

responsabilidad.

Cuando “elegimos nuestros padres”, nuestro objetivo

puede hasta haber sido ayudarles, pero después, muchas

veces, nos dejamos llevar por los abuelos, padres,

ancestrales e incluso por personas que conviven con

nosotros y, entonces, hacemos elecciones inadecuadas, y

hasta perjudicamos a los otros y a nosotros mismos.

En la concepción, en el momento de la unión del

óvulo y del espermatozoide, nuestro “yo espiritual” viene

hacer parte de esa unión. Cuando dejamos nuestro físico,

volvemos para el mundo espiritual no como “un trozo”, pero

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sí como personas enteras, normales, con más experiencia.

Eso no significa mejores, simplemente más experimentados.

Con la muerte, nuestra libertad aumenta, porque el

cuerpo físico nos limita demasiado, haciendo con que,

muchas veces, hasta nos olvidemos que no somos apenas

materia y que tenemos este cuerpo en esta fase de la vida.

Existe, sin duda, diferencia entre el “antes” y el “después”,

pero esa diferencia es bastante menor que acostumbramos

suponer.

En esta concepción existe el encuentro del yo

espiritual, óvulo y espermatozoide. El yo espiritual contiene

una “marca indeleble” – presencia – de Dios, por eso tiene

todas las cualidades divinas. Por ejemplo: libertad,

responsabilidad, inteligencia, sabiduría, salud, bondad,

amor; todas ilimitadas y eternas. El óvulo trae en sí, en su

núcleo, el inconsciente, que es el único, pero, al mismo

tiempo, con marcas especiales, conteniendo todas las

herencias

de la madre ya seleccionadas por el espíritu. El

espermatozoide, así como el óvulo, también trae consigo el

inconsciente.

En la concepción se inicia la formación del cerebro,

del cual depende la mente consciente, que sólo existe

gracias al funcionamiento de él. Durante los primeros cinco

meses de gestación, el niño sólo tiene memoria

inconsciente. Así mismo tiene poder de decisión, es libre

para elegir, registrar, sentir, programar o no el futuro. Él

sabe, desde la concepción lo que es cierto y lo que es

erróneo. Es libre para tomar partido en una pelea entre sus

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padres, por ejemplo. Pero se eso ocurre hasta el quinto mes

de gestación, sólo se queda en él, y él jamás tendrá

recuerdos de eso conscientemente.

La mente consciente es adquirida gradativamente

desde la concepción, pero sólo podemos decir que ella

existe de hecho a partir del quinto mes de gestación. Es

solamente a partir de esa edad que el niño puede percibir

cognitivamente alguna cosa. Él percibe todo siempre, pero

lo que pasa hasta el quinto mes de gestación se queda

solamente en la memoria inconsciente, y él sólo se enterará

caso esa memoria sea activada.

El desarrollo del inconsciente tiene inicio en la

concepción, existiendo desde el quinto mes de gestación,

pero el niño sólo será capaz de recordarse de algo a partir

del nacimiento. Pudiendo recordarse del propio nacimiento

durante el primer año de vida. Quedando ese

acontecimiento, desde entonces, solamente en la memoria

inconsciente.

A los cinco años, el niño puede tener su mente

consciente totalmente desarrollada, quedando, entonces, con

la capacidad mental equiparada a de un adulto. La mente

consciente funciona como un tipo de protector de

influencias externas. De esa manera, el niño, hasta el quinto

mes de gestación, está más vulnerable a las influencias de

los padres. Esta influencia puede ser negativa o positiva,

tornándose gradualmente menos sujeta hasta el quinto año

de vida.

Él puede, hasta el cinco años, si lo quiere, entender el

porqué de todo que se pasa consigo mismo y también con

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las personas con las cuales convive. Eso porque, hasta esa

edad, el inconsciente está mucho más abierto. Siendo el

inconsciente común, él sabe, por ejemplo, el porqué de la

agresividad del padre o de la sumisión de la madre. Y,

sabiendo el origen de los comportamientos de los padres, el

niño puede entender y perdonar hasta mismo cuando es

agredido.

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2. Libertad y Responsabilidad

El niño, desde la concepción, puede hacer elecciones

inadecuadas, pero siempre “sabe” lo que hace y castigase

por todos sus errores, pues, además de libre, también es

responsable. Es él quien, en una situación traumatizante,

elige traumatizarse o no, y aun si guardará resentimiento

hacia las personas responsables por esa situación. Por

ejemplo, en una situación de conflicto, de pelea entre sus

padres, cuando la madre está embarazada, quién decide lo

que sentir y lo que hacer consigo mismo es el bebé. Aunque

esté en el útero materno no puede ser considerado víctima,

pues cabe a él la decisión, no importando cual sea la

situación entre sus padres.

El inconsciente es siempre igual, no importa la edad

del niño o da la persona. Es como un banco de datos que son

manipulados, en el principio, por el espíritu y, más tarde,

cuando el niño ya posee la mente consciente, él manipula

“conscientemente” su inconsciente.

Quién ejerce el comando es el consciente. Por eso,

pueden haber reacciones referentes a la “vivencia” –

experiencias – anteriores, pues en el inconsciente, todo es

presente y está tan activo como se estuviera pasándose aquí

y ahora. Por ejemplo, una persona que ha pasado treinta

años siendo pesimista, y/o que ya ha heredado ese

pesimismo de sus ancestrales, no logra simplemente, tan

rápido, dejar de ser pesimista. Es necesario que él

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reprograme su inconsciente, si no lo hace, jamás será, de

hecho, una persona optimista

El funcionamiento de nuestro organismo es “fruto” de

nuestro inconsciente, pero este es programado por nuestro

consciente. Somos los únicos responsables por todo lo que

se pasa con nosotros, por más absurdo que eso nos parezca.

Por eso, no somos víctimas en situación alguna.

El adolescente está en una fase de grandes cambios

físicos que normalmente lo deja asustado. Ese es un período

de transición entre el “ser” niño y el “ser” adulto. En

general, él no se siente niño, pero, siente, a veces, ganas de

jugar. Sin embargo, cree que ponerse a jugar será una

vergüenza, porque eso puede señalar que todavía no ha

crecido. Piensa que, no siendo más niño, tiene que ser

adulto, pero no está preparado.

Quiere tomar tan en serio el “ser” adulto que, muchas

veces, vuélvase más riguroso que los propios adultos, llegan

incluso a dar consejos a sus padres.

Esa es una época de la vida en que nosotros menos

nos conocemos, pues empezamos a sentir cosas que son de

la fase adulta y, al mismo tiempo, seguimos teniendo

sentimientos característicos de la infancia.

Lo que hace falta para que los adolescentes hagan las

paces consigo mismos y con la vida es saber que en

nosotros lo que ocurre, siempre, es una suma. Es decir,

nunca dejamos de ser niños, eso siempre estará en nosotros.

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El adolescente, así como el adulto, tiene presente y

activo dentro de sí todo lo que se ha pasado hasta esa edad.

Tiene condiciones de asumir nuevas responsabilidades,

pero, debe recordarse que el normal para él es lo que está

sintiendo.

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3. El amor y el matrimonio

Dios no nos ha creado como cosas que se hace sin que

pueda elegir u opinar como quiere ser. Él nos crea y nos

construye según nuestra voluntad. Nosotros no hemos sido

creados, lo estamos siendo. No somos productos acabados,

estamos en constante progreso. Somos nosotros que

elegimos todas las cosas, y es Dios quien nos las da. Pero

tenemos poca consciencia de esa libertad de elección

mientras vivimos, por eso, muchas veces, responsabilizamos

a Dios y al destino por lo que somos, tenemos o hacemos.

Creemos que somos víctimas del acaso.

Sucede con nosotros sólo lo que permitimos o

dejamos que suceda, y nada, absolutamente nada, que esté

fuera de nuestro control, que no tenga sido elegido por

nosotros y que no sea de nuestra entera responsabilidad.

Dios desea nuestra felicidad, pero nos ha hecho libres, y es

haciendo uso de esa libertad que podemos elegir vivir

infelices

Somos libres no solamente en el inicio de nuestras

vidas, pero si durante toda nuestra existencia. Si así es,

somos nosotros que elegimos amar una persona y vivir con

ella por toda la vida o amar y vivir lejos. Amar y vivir

felices con quien amamos, amar una persona y vivir con otra

o amar a alguien y vivir solo.

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El amor verdadero es recíproco. No existe amor

genuino, es decir, aquel capaz de hacer con que dos

personas se dispongan a vivir juntas por toda la vida, en una

sola persona. O las dos personas se quieren mutualmente o

el amor no puede existir.

El verdadero amor es un sentimiento fuerte, es

respecto mutuo, es comprensión, donación, es querer el bien

del otro, es querer estar juntos en todos los momentos, es

dar la vida (si necesario), es ver y comprender las

limitaciones, es percibir las virtudes y las debilidades, es no

confundir la persona del otro con sus actos, es

incondicional. De hecho, el verdadero amor es

inconfundible.

Es el amor que determina la existencia o no del

matrimonio. La autoridad religiosa como representante de

Dios, bendice lo que es realizado por el amor de los dos, lo

que es una unión de almas. Entonces, donde no existe amor,

no existe el matrimonio.

El amor autentico es eterno, así, una pareja que se ha

amado, se ama y se amará para siempre, aunque tengamos la

impresión de que el amor se ha ido: al amor es

“indisoluble”.

Muchas veces confundimos el ser con el hacer, por

eso confundimos la persona amada con sus acciones y eso

nos hace pensar que el amor se acabó, sólo porque no

aceptamos su conducta o los hechos de la otra persona.

Existen personas que eligen querer a todas las otras

con la misma intensidad, es decir, no querer a nadie de

manera especial. Podemos decir que esas personas no sirven

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para el matrimonio, pues, no hacen distinción, tornando

imposible dedicarse a alguien en particular.

Querer a alguien de manera especial no significa no

querer a los otros, porque el amor es infinito tanto en

duración cuanto en cantidad de sus objetos.

El matrimonio es realizado en el “alma” y no pude ser

confundido con atracción física o interés de cualquier otra

especie. Es una suma de fuerzas, es ponerse más fuerte. Es

hacer parte de alguien, es sentir el dolor, la alegría, la

tristeza, la felicidad y el placer con el otro, no importando se

están físicamente juntos o no. Cuando uno se siente malo,

sin saber la causa, el otro debe, se posible, verificar que es

lo que pasa, pues él o ella puede estar necesitando ayuda.

La armonía conyugal no depende sólo del amor, pero

si del comportamiento, porque amar y demostrar ese amor

son cosas muy distintas, es vivir ese amor. Una pareja que

se ama puede pasar la vida entera peleando, viviendo en un

verdadero infierno, mientras otra pareja que están juntas por

algún tipo de interés puede vivir en armonía. Por lo tanto, el

amor no puede ser mensurado por las acciones, por el

relacionamiento, pero si por los sentimientos que “brotan”

del espíritu, porque, en la superficie, en la consciencia,

puede ser mezclado o confundido con sensaciones

momentáneas generadas por conflictos en el

relacionamiento y que nada tiene que ver con la falta de

amor.

Muchas parejas, estando confusas por problemas en el

relacionamiento, se separan y pasan la vida entera separada,

buscando, cada uno para un lado, encontrar su pareja ideal y

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no lo encuentran, porque no saben o descubren demasiado

tarde que la cuestión está en el relacionamiento y no en el

amor.

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4. El Sexo.

El sexo es un tema que está preocupando mucha

gente, pues cuando se habla mucho sobre algo es porque eso

nos molesta. El sexo o la malicia sexual está en casi todo: en

los culebrones, en los chistes, en las charlas entre amigos y

en muchas otras situaciones.

Considerase que la persona que no tiene relaciones

sexuales siempre, o por lo menos periódicamente, no es

saludable, y si no está enfermo, se volverá pronto.

Ser hombre o ser mujer no significa ser sexualmente

activo. Lo que hace el individuo ser hombre o ser mujer no

es tener o no relaciones sexuales. Todo en nosotros tiene su

debido lugar y cuando no es así generase conflictos.

Dios ha creado el sexo sabiendo de la confusión que

íbamos hacer con eso, pues cuanto mayor la inclinación al

sufrimiento, mayor el rechazo o la desfiguración de aquello

que puede colaborar con la felicidad. Por eso existe tanto

conflicto sexual. Siendo el sexo una grande fuente de placer

y sintiéndose, el ser humano, culpable por muchas cosas, así

necesitando de castigo y no de placer, nada mejor que

convertirlo en pecado, en algo malo, exactamente el opuesto

del que ha sido creado por Dios.

Creo yo que el sexo ha sido creado no sólo para la

procreación, pero si también para el placer. Si nosotros que

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somos humanos nos quedamos contentos con la felicidad de

nuestros hijos, ¿por qué Dios no se quedaría?

Somos libres y tenemos “medios” para hacer de

nuestra vida un infierno o un paraíso, sólo depende de

nosotros. Así como podemos usar las manos para bendecir,

también podemos usarlas para matar. Todo está a nuestra

disposición y podemos usar para el bien o para el mal.

Incluso los alimentos se ingeridos adecuadamente nos

proporcionan la vida, pero se lo ingerimos de manera

inadecuada, esos pueden nos matar. El sexo no es el único

regalo de Dios que, muchas veces, usamos para el mal, él es

apenas más uno.

Cuando estamos sanos, somos buenos para nosotros y

para los otros, somos amigos, responsables, contentos y

buscamos hacer solamente aquello que genera la felicidad.

Amamos todas las cosas y todas las personas, sabemos y

hacemos sólo lo que es mejor para nosotros y para los otros.

Sentir atracción física por alguien que, por alguna

razón, no puede ser nuestro, es lo mismo que tener ganas de

robar. Querer es diferente de hacer. El sentir proviene de los

impulsos y el hacer proviene de la razón. Puedo sentir ganas

de pegar a alguien, aunque este no tenga hecho nada de

malo, pero no puedo y no debo hacerlo. Si una persona que

está casada se pone a distribuir aleatoriamente sus cosas,

seguramente su pareja va a sentirse robada, y eso puede

generar una grande pelea e infelicidad para los dos. El

mismo se pasa con el sexo. Para todo existe un límite. La

medida depende de cada uno. La razón debe estar siempre

aliada a la voluntad. Evitar conflictos no hace mal a nadie.

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La expresión “ojos que no ven, corazón que no

siente” es usada muchas veces, para justificar traiciones en

el matrimonio. Eso es un gran engaño, porque a veces

aquello que no vemos nos hace más daño, pues la otra

persona sabe que pasa algo, mismo que no sepa exactamente

lo que está pasando. Eso crea un gran conflicto, porque la

persona traicionada, además de todo, siéntese engañada,

pues se fuera eso delante de sus ojos, tendría derecho a

defensa.

Cuando una persona hace algo mal, que daña a

alguien, es ella la primera a castigarse, para disminuir su

sentimiento de culpa. Lo hace inconscientemente, pero deja

muy claro para su pareja que algo malo está pasando.

Además de enseñar, de alguna manera, que es culpada, y

permitir que la otra lo sepa, existe el inconsciente que es

común a todos, por lo tanto, todo lo que pasa a uno de los

dos la otra persona siente.

Normalmente las personas no tienen consciencia de

todo que se pasa con las otras, sin embargo, existe una

comunicación especial entre los amantes que facilitan

“saber” lo que pasa con el otro. Eso dificulta demasiado que

una persona oculte algo, pues ella tiene el inconsciente

común y normalmente quiere ocultar de la persona que sabe

más que las otras (persona amada) y todavía portase de

manera que la denuncie. Por eso, por lo más que intente

engañar, tarde o temprano percibirá que ha perdido su

tiempo. Eso porque su pareja no sólo ha percibido lo que se

pasaba, pero si también se ha quedado afligido, y el

relacionamiento, que se quería preservar, está totalmente

arruinado .Y por fin, la persona que pensaba estar

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engañando u “ocultando”, a la otra, percibe que sólo logró

engañar a sí misma y a nadie más.

Nadie es capaz de ocultar nada de nadie, si alguien

piensa que está logrando eso está solamente engañando a si

propio. Cuando nos portamos de manera que perjudica los

más perjudicados somos siempre nosotros mismos.

Todo lo que da placer de hecho, que no sea un mero

“placer” físico, pero sí que implica el alma y que no genere

sufrimiento a nadie, es un regalo de Dios, es una bendición

del Padre, que debe ser disfrutado sin culpa y sin miedo.

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5. El Inconsciente

El inconsciente es un código genético que está

localizado en el interior de cada célula. En él está grabado el

pasado, el presente y el futuro en materia de experiencia de

vida, que puede haber sido o venir a ser vivida, por toda la

creación y de todos los tiempos. En otras palabras, el

inconsciente es único y común a toda creación, no

solamente a la humanidad.

Es haciendo uso de nuestra eterna libertad de elección

que elegimos el bien o el mal, pues todo está a nuestra

disposición.

Analizando que en el inconsciente está grabado el

pasado completo y el futuro también completo, llegamos a

la conclusión de que todo es un eterno presente, así

podemos hacer uso de cualquier información, no importa si

pertenece a un pasado o a un futuro igualmente distante.

Podemos elegir cosas buenas o malas, así como

alguien que va al supermercado con dinero suficiente para

comprar todo lo que desea, eso, imaginando un

supermercado que tenga de todo.

Somos libres para elegir lo que queremos, sin

importarnos con cuales fueran las elecciones de nuestros

padres o antepasados, pero, en la mayoría de las veces,

intentamos imitarlos.

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Para activar nuestra memoria inconsciente basta

relajarnos y entonces entramos en contacto, no sólo con

nuestro inconsciente, pero si también con cualquier persona

y incluso con cualquier criatura y de cualquier tiempo, pues

el inconsciente es único. Por eso, cuando cometemos un

error o practicamos una acción buena o mala, interferimos

en la orden de todo el universo, pero en especial la de

nuestro ser.

Somos la integración del yo espiritual con todas

nuestras experiencias. No existe el pasado, todo está en

nosotros como un eterno presente.

Es nuestra mente consciente que ejerce el comando,

pero somos constantemente influenciados por experiencias

pasadas registradas en nuestro inconsciente.

Las experiencias negativas o positivas están todas

grabadas o registradas. Nuestra felicidad o infelicidad sólo

depende de nosotros, de nuestras elecciones.

Podemos ejercer, mentalmente, mucha influencia

sobre los otros. Sin embargo, esa influencia es ejercida

sobre todo por nuestro consciente, por nuestro pensamiento.

Por lo tanto, podemos colaborar positivamente con todo el

universo, principalmente con las personas que conocemos,

pues somos de alguna manera, responsables por todas.

Aún hablando del inconsciente, podemos decir:

imaginemos un grande libro, con muchas páginas. En este

libro están impresas palabras o frases que podemos leer o

ver, pero para hacerlo necesitamos hacer un pequeño

esfuerzo, como hacemos con las marcas que llamamos de

marca de agua. Durante nuestra existencia vivimos aquello

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que elegimos y, así como vamos haciendo nuestras

elecciones, destacamos las marcas, haciendo que se queden

más legibles. Así, hacemos con que nuestra página sea

diferente al de las otras personas. Si quisiéramos podríamos

imitar los otros, pues tenemos acceso a todo el libro.

Somos libres, pero, a veces nos dejamos llevar por

cosas que nuestros padres, abuelos o ancestrales (no importa

la distancia, el libro es el mismo) hicieran, es decir,

vivieran. Si nos comportamos de esta manera, damos

secuencia a comportamientos que escogemos libremente y

que acusamos a los otros como responsables por todo lo que

se pasa con nosotros, poniéndonos a la condición de

victimas del destino.

Podemos ser únicos, porque infinitas son las

posibilidades a nuestra disposición. Dios nos ha hecho

únicos, pero, nos ha dado plena libertad de elección y es

haciendo uso de esa libertad que elegimos imitar los otros.

Comparando el inconsciente con un ordenador,

decimos que la energía que permite su funcionamiento es la

energía vital. Pero, además de la energía, es necesario que se

tenga un instructor y asistencia técnica. Lo que intento decir

es que no podemos hacer absolutamente nada sin Dios, y Él

nos daría un “ordenador” tan eficiente se eso hiciera con que

no necesitásemos más del Él, porque nos ama y nos quiere

muy cerca de Él.

Somos sabios a la medida que tenemos consciencia de

cuanto dependemos de Dios – no importa cual el nombre

dado a Él. Por lo más que intentamos, jamás vamos lograr

apartarnos o volvernos independientes, porque Él es nuestra

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esencia. Creer que podemos vivir sin Dios es lo mismo que

decir que un ser vivo puede vivir sin vida.

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6. Unidad Universal de Todos los

Seres

Nosotros, con Dios y todo el universo, somos sólo

uno. El universo es un ser individual, así como una ameba

unicelular. Como se dice en aquel refrán: “el tamaño no

significa nada”.

El universo, constituido por una infinidad de galaxias

conteniendo, cada una, muchos mundos y cada uno de esos,

una infinidad de seres de todas las especies, es vivo. Todo

tiene vida, aunque para nuestros ojos, no crezca, no se

desarrolle o se mueva. Además de lo que vemos o sabemos

que existe, hay muchas otras realidades vivas en el universo.

Por ejemplo, agua, aire o tierra, no sólo contienen seres

vivos en eses elementos, como ellos propios tienen una

especie de vida, porque Dios vive en todo, y Él es la propia

vida. Existe una enorme cantidad de seres que están

totalmente lejos de nuestra comprensión.

Nuestro consciente, que nos permite tomar

conocimiento científico de las cosas, no nos da posibilidades

de jamás abarcar todo, porque, conscientemente, somos

mucho limitados. Muchas veces hasta pensamos que sólo

existe aquello que conocemos. Lo que está lejos de nuestra

comprensión creemos que puede ser fantasía, producto de

nuestra imaginación.

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Decir que en el fuego no hay vida en virtud del calor

es lo mismo que pensar que en el hielo no hay debido al

frio. Afirmar que sólo existe aquello que, de alguna manera,

puede ser visto o experimentado por nosotros es tan verdad

cuanto un ciego decir que no existe lo que él no puede ver.

En nuestro mundo hay mucha incoherencia, mucha

falta de raciocinio. Porque, si, pacatos seres humanos,

viviendo en una comunidad aislada, se creen los únicos del

planeta, del universo, eso nos resulta muy cómico y los

consideramos “ignorantes”. Sin embargo, no nos damos

cuenta que hacemos exactamente la misma cosa cuando no

acreditamos en aquello que no vemos.

Hubo un tiempo en que la luna era venerada como un

dios y aún sigue siendo por algunos pueblos. Se en esta

época alguien afirmase que algún día el hombre pisaría en

ella, ¿qué podría suceder?

Pensando en la gran evolución de la humanidad no se

puede entender porque tantas personas aún dudan de la

existencia de vida fuera de la Tierra. Aquí, en la Tierra, creo

yo que existen regiones habitadas por personas que son

totalmente ignoradas por nosotros. Y que también ellas no

saben que existimos, sin embargo, existimos y ellas

también. De esta manera nos comportamos en relación a los

otros mundos y a las otras dimensiones exactamente como

eses pocos de la Tierra que piensan ser los únicos.

Muchas mujeres dicen para sus maridos o para otras

personas que sus maridos pueden traicionarlas cuanto

quieran, siempre que ellas no lo sepan. Dicen que el marido

traicionado debe ser el último a saberlo. Es de esa manera

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que muchos de nosotros nos comportamos en respecto a los

extraterrestres. Negamos el obvio. Afirmamos que no vimos

lo que todos sabemos que sí. Así exponemos al ridículo

aquel que tienen coraje de afirmar que lo vieron. Todos

sabemos, pero, negamos. Y quien dice la verdad es llamado

loco, desequilibrado. ¿Hasta cuándo mantener esta situación

de “marido traicionado”?

¿Por qué tenemos tanto miedo de admitir el obvio?

¿Por qué seguir insistiendo que somos los únicos del

universo? ¿Qué pasa con alguien que piensa ser el más

atrasado y descubre otro que sabe menos y que ese puede

aprender mucho con él?

Así como en nuestro cuerpo existen células más

viejas y más jóvenes: una que nace, otra que muere, el

mismo pasa con el universo. Hay mundos más viejos y más

jóvenes. Unos naciendo y otros muriendo.

Imagínate que las células o los órganos de nuestro

cuerpo, de repente, empiezan a hacer de cuenta que los otros

órganos o células no existen. Sería, seguramente, un grande

lío. Imagínate el corazón fingiendo que los pulmones no

existen o el contrario y, después de todo, aún creer que ha

sacado ventaja, que ha sido listo, realista o precavido.

Acostumbramos decir que: “es más fácil dar visión a

cien ciegos que enseñar la luz a una persona que no quiere

ver”. Eso es, seguramente, una gran verdad, pues aquel que

quiere, todo puede. Pero, aquel que no quiere nada, nada se

le puede hacer.

Mientras no resolvemos abrir los ojos para la realidad,

la misma que llamamos de fantasía de desocupados, nuestro

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relacionamiento con los extraterrestres se pondrá cada vez

más en conflicto. Así como los niños que, muchas veces,

hacen tonterías para llamar la atención, el mismo está

pasando con los extraterrestres, mientras fingimos

ignorarlos.

Cuanto más rápido dejamos de fingir de muertos, más

rápido tendremos la oportunidad de vivir en paz. Podemos

lucrar mucho con eso, pues tenemos mucho que aprender y

enseñar en un relacionamiento harmonioso con ellos.

Dios es como un padre de familia que quiere a todos

sus hijos y os comprende, mismo cuando hay peleas entre

ellos. Él está, al mismo tiempo, en todo el universo, es como

si todo estuviera se pasando en una misma casa. Por lo

tanto, nuestro relacionamiento con los extraterrestres es lo

mismo que lo de hermanos, hijos del mismo padre y misma

madre, viviendo juntos, pero que no se comprenden y fingen

que no saben de la existencia unos de los otros.

En una escuela, normalmente, existe un único

director, y los alumnos pasan por diversos niveles. Es raro

un alumno entrar en la escuela para estudiar un sólo año.

Los mismos maestros, muchas veces, enseñan en diversas

aulas, y un alumno puede tener el mismo profesor varios

períodos seguidos.

El bueno caminar de una escuela depende de la unión,

del amor y disciplina por parte de todos: director, maestros,

alumnos y los demás empleados. Una escuela jamás será

considerada modelo caso no haya en ella personas

dispuestas a cooperar unas con las otras, teniendo como

objetivo común la formación de los alumnos. Eso sólo será

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posible se cada uno donar el mejor de sí objetivando

siempre el mejor para todos.

Además de la necesidad de todos los miembros de la

escuela estar unidos entre sí, aún es necesario que haya

intercambio de informaciones y de interés entre las diversas

escuelas. Se la comunicación dentro de una misma escuela

es de importancia vital para todos y es también importante

la comunicación entre las escuelas de todo el país y del

mundo, seguramente, no sería el caso de despreciar el

intercambio de informaciones entre escuelas

interplanetarias.

En un intercambio de informaciones, cuanto mayores

las diferencias entre las partes, mayor el crecimiento de

todos. Siempre que quieran sumar conocimientos.

Así como los alumnos tienen formación mejor cuanto

mayor la comunicación interna y externa de la escuela,

serán mejores ciudadanos los individuos que sean más

unidos dentro y fuera de su país, es decir, que también

intercambien informaciones con los demás países. El mismo

pasa con las personas de un mundo que no solamente

buscan ser unidas entre sí, pero sí con las de otros mundos,

no importando si poseen o no aspectos físicos semejantes.

Forma física no debe ser llevada en consideración,

pues tenemos en nuestro propio medio personas muy

distintas unas de las otras. Y todavía convivimos con los

animales que nos permiten conocer formas muy variadas. Si

paramos para pensar, llegaremos a la conclusión de que

somos tan diferentes y que ser diferente es la regla y no la

excepción. Para ver eso, no es necesario ir lejos, ni tampoco

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a otros países. Por lo tanto, no hay porque asustarnos con la

forma física de nuestros hermanos de otros planetas.

Nuestras mayores diferencias son apenas en el

aspecto físico. Nosotros mismos, durante nuestra vida,

pasamos por tantos cambios que nos hacen sorprendernos.

No sólo pasamos por las diferencias normales debido a las

diversas fases del desarrollo físico, como también podemos

ponernos gordos o delgados demasiado, a tal punto de que

alguien no nos reconozca, hasta por nuestros familiares.

Existen también nuestras reacciones internas que nos hacen

cambiar de cara a todo rato.

Acostumbramos rotular los seres según sus formas

físicas, olvidándonos que lo que realmente los identifica es

su “carácter espiritual”. El aspecto físico es superficial y

pasajero, entonces no puede servir de identidad a nadie. Eso

tanto es verdad que existen criminales perseguidos por la

policía que viven en el medio de las personas y, muchas

veces, junto a sus propios perseguidores, ellos no son

reconocidos porque el físico sufre muchas transformaciones.

Los criminales, o cualquier persona que quiera pasarse

desapercibida, no se esconden aún más por causas

espirituales, pues, muchas veces, demuestran un

“comportamiento raro” que les denuncia.

El físico es como la ropa que, en el invierno, puede

nos hacer parecer más grandes que en el verano debido a su

grosor. Espiritualmente somos todos iguales, todos

hermanos, porque venimos del mismo Padre. No hay

diferencia entre las plantas y los seres más desarrollados que

acostumbramos llamarles ángeles o santos. La diferencia

entre los vegetales y los ángeles es solamente una cuestión

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de tiempo. Así como es la diferencia entre los niños de la

guardería y los doctores, un embrión humano y una persona

adulta.

Dios habita en toda la creación. Todas las cosas y

todos los seres superiores o inferiores vienen del mismo y

único ser, que es Dios. No importa que nombre damos a Él.

Todo que nace, crece, envejece y muere tiene vida,

tiene espíritu, tiene personalidad propia, mismo que poco

desarrollada. Vida y espíritu es la misma cosa. La muerte no

existe, pues el espíritu no muere, por lo tanto, todo que vive

es eterno.

Cuando miramos con los ojos físicos, vemos

solamente el físico. Se este se modifica, no lo reconocemos.

Por ejemplo, se busco a un alumno desconocido de alguna

escuela, lo buscaré entre los que están uniformados y lo

encontraré se esté portar el uniforme. Pero, se lo conozco, lo

encontraré aunque esté sin uniforme.

Miramos a todo con “ojos físicos” por eso vemos

tantas diferencias. Atribuimos valores pensando como seres

físicos que ven solamente la materia. Pero, si recordamos

que somos espíritus y miramos con “ojos de espíritu”,

notamos la homogeneidad de todos los seres. Vemos que

somos, de hecho, hermanos, no importando ser vegetales,

animales o humanos.

La armonía universal no depende apenas del buen

relacionamiento entre los humanos, pero si también los

demás seres vivos del universo. Comparando la familia –

pequeña célula familiar – con el mundo y la Humanidad

entera con el Universo, observamos que, así como no

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podemos afirmar que una familia es sana y feliz sin tener en

cuenta todos los miembros de la familia, no podemos hablar

del Universo ni de la unión de los pueblos sin que

consideremos la relación entre los planetas y sus habitantes.

Comparando nuestro cuerpo con el universo y cada

célula con un mundo, diremos que así como sólo hay salud

si existir un perfecto equilibrio entre las células, el mismo

sucede en el universo que se torna más sano a medida que

aumente la unión y la armonía entre los “mundos”.

Pensar que somos los únicos del universo es lo mismo

que considerar que somos autosuficientes. Eso es tan poco

sano cuanto lo sería se las células de nuestro cuerpo

actuasen como seres libres e independientes.

Sin embargo, así como las células, sabiendo o no,

trabajan como un equipo y con el mismo objetivo, todos

nosotros, de todos los planetas, teniendo o no consciencia de

ello, trabajamos, para el mismo fin: la perfección de cada

uno y de todos. Es decir, la perfección de todo el Universo.

Todo que vive, crece y progrese. La perfección, que es el

objetivo de todos, puede ser retardada o acelerada,

dependiendo de cada uno. Todos, sin excepción, lo lograrán.

Pero no en el mismo espacio y tiempo, el camino es lo

mismo, mas la duración del viaje sólo depende del viajero.

Cuando decido hacer un viaje, elijo la fecha, el camino, el

tipo de transporte. Todavía elijo las ropas que voy a utilizar

durante el trayecto. Se hace frío, utilizo ropas de frío y se

hace calor elijo ropas de calor. Cuando elegimos todo de

manera adecuada, seguramente, nos sentiremos más

contentos de que se actuamos de manera diferente.

Realmente, son muchos los caminos para llegar a un mismo

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sitio. Son muchas maneras de ir hacía allá. La elección es

del viajero. Durante la caminata no debemos tener miedo de

ayudar los que nos piden, pues, a veces, nos engañamos en

respecto a nuestro vehículo que puede averiarse, y entonces

seremos nosotros que necesitaremos ayuda. Ayudar los que

necesitan aumenta nuestro círculo de amistad que genera

aumento de recursos y probabilidades de un viaje más

seguro, confortable y feliz. Caminando en caravana todos se

sienten más protegidos, porque uniendo las fuerzas nos

tornamos más fuertes. Siguen en frente sin miedo de las

intemperies, de las dificultades que puedan surgir. Eso

puede ser válido para nuestro viaje en busca de la

perfección, y puede ser válido para nuestra vida actual, o

todavía, para cualquier cosa que nos proponemos a hacer.

Somos más felices a medida que nos ponemos en armonía

con nosotros mismo, y eso sólo es posible si, de alguna

manera, hacemos las paces con nuestra familia, nuestra

comunidad, nuestro país, mundo, demás planetas,

dimensiones, Universo y Dios.

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PARTE II

DIMENSIÓN DIVINA

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1. Somos de Origen Divina

Nuestro espíritu “contiene” la presencia de Dios.

Somos sus hijos legítimos. Él nos ama con infinito amor.

Somos “eternos” y hemos sido creados a su imagen y

semejanza.

Somos libres para elegir todo en nuestra vida, hasta

mismo “nuestros padres” y “nuestro sexo”. Si somos libres,

¿cómo concebir el Pecado Original? ¿Somos libres para

todo menos en respecto a eso? ¿En este caso, dónde estaría

nuestra libertad? Si eso fuera verdad, no seríamos libres, si

no lo fuéramos, no seríamos responsables. Sólo puede ser

responsable quien es libre, quien tiene otra opción y así

mismo elige lo que es erróneo. Quien no es libre no puede

ser responsabilizado, porque no es culpable, es víctima.

Existen herencias negativas que son elegidas por

muchos, durante muchos años. Elegimos cosas, hasta

mismo, del inicio de la humanidad. Como ya he dicho, son

elegidas y no necesariamente heredadas. Pueden ser

elegidas o no, depende de cada uno.

Tenemos muchos problemas: conflictos, registros

negativos o pecados. Algunos de esos han sido heredados

por nosotros, otros tuvieran su origen en nosotros. Durante

nuestra vida podemos nos libertar de muchas barreras, pero,

si lo queremos, podemos acumular muchas otras, sólo

depende de nosotros.

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Son nuestros descendentes que nos eligen como sus

ancestrales y, además de eso, ellos pueden elegir o no tener

los mismos problemas que nosotros. El hecho de que

seamos de origen Divina no significa que no necesitamos

estar en comunión con Dios por medio de la oración. Él nos

hace a partir de Sí mismo para que fuera imposible nos

apartarnos de Él. Pero, quiere que estemos juntos no sólo

porque somos parte de Él, pero si porque queremos estar

con Él.

Así como la autoridad religiosa no hace el

matrimonio, pero si lo bendice, también no es por el

bautismo que uno tornase hijo de Dios, porque él ya lo es.

Creo que, así como Dios quiere que la pareja reciba las

bendiciones por medio de la iglesia, también quiere que

nosotros, Sus legítimos hijos, seamos bautizados. No para

nos convertirnos en hijos, pero si para asumirnos

públicamente que aceptamos serlo.

Las gracias divinas son inherentes a nosotros, porque

“Dios está en nosotros”. Sin embargo, logramos bloquearlas

con las elecciones negativas.

No vamos a la escuela adquirir inteligencia, pues esta

ya nos pertenece. Lo que necesitamos y lo que buscamos es

adquirir conocimientos y, de esta manera, desarrollar y tener

consciencia de nuestra inteligencia.

La mayoría de las personas no saben y no se

preocupan en saber los nombres, como funciona, o para que

valgan sus propios órganos. Pero eso no hace con que ellos

se pongan resentidos y paren de funcionar o al menos se

molesten. Lo mismo pasa con las personas que no saben que

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tienen Dios “dentro de sí”, que fueran creadas por Él. No

saben o no aceptan que Él existe, ni por eso dejan de tener

Dios dentro de sí y de recibir todo lo que necesitan para

vivir y ser felices.

Así como, para que nuestros órganos funcionen en

perfecta orden, no necesitamos, necesariamente, conocerlos,

el mismo se pasa con nosotros en relación a Dios que nos

ama de manera incondicional y que no priva a nadie de sus

gracias, porque conoce íntimamente e integralmente a todos

sus hijos.

Nosotros, que somos humanos, amamos a todos

nuestros hijos, sin importarnos si se portan como nos

gustaría que se portaran, imagínate Dios con Su infinita

bondad y misericordia.

Sería muy bueno se tuviéramos con nuestros hijos un

excelente relacionamiento y si ellos nos conocerán

profundamente, porque así tendríamos una comunicación

auténtica y especial con ellos. Sin embargo, no dejamos de

amarlos o de protegerlos si no lo hacen. Y tampoco les

castigamos si no corresponden a nuestros deseos. ¿Como

podemos creer que Dios puede castigar a alguien por estar

fuera del ideal? ¿Pero, quién sabe cuál es el ideal?

Porque somos hijos de Dios y porque tenemos en

nosotros Su presencia, somos buenos y no somos capaces de

practicar cualquier acto de maldad, excepto si estamos

“enfermos”. Se nosotros comprendemos que nadie en

“sana” consciencia, tiene capacidad de practicar el mal,

porque perjudica más a si mismo que a los otros, pues se

pune por todo mal practicado y/o deseado no importa contra

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quien, ¿por qué creemos que Dios sería capaz de punir o

condenar sus hijos cuando Él sabe todo y los ama sin más?

Queremos a nuestros hijos aunque no sean

exactamente aquello que nos gustaría que fueran. Podemos

intentar instruirlos, pero ellos pueden o no aceptarlo. No

debemos obligarlos y hacer con que se comporten según

nuestras expectativas. Así es Dios en relación a nosotros. Él

nos ama y desea el mejor para nosotros, pero jamás nos

obliga a nada, porque Él sabe que lo que realmente importa

es lo que viene del espíritu y no lo que viene de exterior.

Los hijos aportan mucho de los padres y son hijos por

las buenas o por las malas. Una vez hijos, siempre hijos.

Aunque se rebelen, peleen o perneen jamás dejaran de

serlo. Las características de los padres que están en los

hijos, desde la concepción, son inherente a ellos

eternamente. Lo que puede suceder durante la vida es la

manifestación o no de ciertas características, pero eso no

significa, en caso negativo, que no las posean.

Así como son los hijos en relación a los padres,

somos nosotros en relación a Dios. Las características

divinas están en nosotros independiente si la queremos o no,

si la demostramos durante la vida o no.

Los dones que acostumbramos llamar de dones del

Espíritu Santo son inherentes a nosotros, son herencias

divina para nosotros, así como son las características de

nuestros hijos. Si son manifestados o no, durante nuestra

vida, depende de nosotros, de nuestra aceptación y

“disponibilidad”, no manifestarlos no significa, en ninguna

hipótesis, no poseerlos.

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El comportamiento de los hijos en relación a los

padres determina el relacionamiento entre ambos, que puede

variar de pésimo a excelente, pero jamás va a determinar si

son o no hijos. Eso no depende de la manera de ser ni

tampoco de querer, es algo inmutable.

Así como las acciones de los hijos en relación a los

padres no interfieren en el hecho de ser hijos, también

nuestros comportamientos no determinan si somos o no

hijos de Dios.

Creer que sólo los bautizados son hijos de Dios es

pensar que los que tienen religión son mejores que aquellos

que no la tiene.

Si no fuéramos hijos de Dios, Él sería para nosotros

un desconocido, tan desconocido que no tendría nada que

ver con nosotros, y eso haría que no o deseáramos como

Padre. Entonces, nadie se bautizaría, pues no tendría porque

hacerlo.

Somos hijos legítimos de Dios, bautizados o no. Él

nos quiere con un amor eterno e infinito, mismo cuando

tampoco sabemos que Él existe. Dios nos ama de una

manera incondicional, y que no depende de nuestro

comportamiento, no depende de bautizarnos o no.

Así como existen personas que viven sanas, que

actúan de manera correcta sin nunca tener aprendido, pero

que lo hacen de manera instintiva, otras tienen consciencia y

prefieren hacer sólo lo que aprenderán como cierto. Todavía

existen aquellas que saben lo que es cierto, pero eligen vivir

de manera diferente perjudicando a sí mismo y a las otras

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personas. Así es en respecto a la vida de modo general y

también en respecto a la religión.

Lo que nosotros, bautizados, deberíamos hacer es

buscar instruir aquellos que desconocen lo que creemos ser

la “Verdad” y intentar crear el deseo de mudanza en quien

sabe que vive de forma errónea, pero que no quiere o no

tiene fuerzas para cambiar. Pero, debemos siempre

recordarnos que no somos mejores que los otros y que los

no bautizados son tan hijos de Dios cuanto los bautizados.

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2. Oraciones Positivas o Negativas

Cualquier pedido es una oración, consciente o

inconsciente. Para avaluar nuestras oraciones basta observar

lo que se pasa con nosotros en nuestro cotidiano, nuestra

vida. Todo es fruto de nuestras oraciones, que pueden ser

positivas o negativas.

Todo deseo es una oración. Toda acción en favor de

algo es una oración. Tomar una medicina con el objetivo de

aliviar un dolor es un pedido de cura, es una oración. Sin

embargo, si el objetivo es negativo también es una oración.

El trabajo es un pedido a Dios de cosas necesarias,

importantes para la vida. La alegría es un agradecimiento.

Querer que un dolor se vaya es un pedido de cura. Desear no

ver o no tener visto alguien o algo es un pedido de ceguera.

Así como desear ver lo es para poder ver.

Si una mujer embarazada toma un vaso de agua con el

objetivo de causar un aborto, el bebé podrá de hecho morir.

En este caso lo que hace el feto morir es la intención, es el

deseo de destruirlo, que ha sido aceptado por él. Sin

embargo, si la madre, llevada por algún motivo que no sea

el deseo real de matar, ingerir veneno puede que no

provoque daño algún. En otra palabra, un vaso de agua, que

por su composición química, es inofensivo, puede matar,

mientras tanto un veneno pode no dejar rastro como si no

tuviera sido ingerido.

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El peor de los venenos es el deseo de destruir o

destruirse. Desear morir es un pedido de enfermedades o de

medios para llegar al objetivo. La enfermedad, así como un

accidente de cualquier tipo, no pasa de un instrumento

utilizado para suicidarse.

Desear vivir es un pedido de salud, paz y alegría, es

una grande y poderosa oración de cura y de todo más de que

se necesita para la realización del objetivo.

Cuanto más grande el número de optimistas, alegres y

sanos, más grande será la bendición sobre todos, porque

reciben de acuerdo con que desean. Mas, las personas que

estando en el medio de las otras, estuvieren deseando el mal,

no harán uso de las gracias que son para todos, pero si los

que la quieren.

Muchos se rebelan por tener la impresión de que Dios

no los escucha y así argumentan: “Yo rezo demasiado y

nunca recibo lo que pido y conozco personas que no rezan y

son mucho más felices”

Lo que pasa es que piden una cosa con la boca

mientras el corazón desea otra. Siempre que eso pasa, quien

gana es el corazón. Dios oye y atiende siempre, hasta contra

Su voluntad, porque respecta nuestra libertad. ¿Por qué

contra Su voluntad? Porque Él desea locamente nuestra

felicidad, pero cuando no la deseamos, a Él sólo queda la

opción de dejarnos ser infelices.

Dios quiere que recemos por nosotros y también por

los otros – vivos o muertos – pero quiere que nuestra

oración sea una unión de la mente, del corazón, y de la boca.

Quiere que sepamos que estamos rezando, que deseemos

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que nuestra oración sea atendida y que enseñemos eso con

nuestro comportamiento.

Cuando rezamos por los otros, quien más se beneficia

somos nosotros mismos, porque quien desea cosas buenas

para los otros también las desea para sí. La persona para la

cual intercedemos sólo recibirá la gracia si ella lo quiere.

Podemos pedir todo lo que queremos, para nosotros y

para los demás. No hay necesidad de sentir vergüenza por

pedir cosas “pequeñas”, “banales”, creyendo que va a

molestar a Dios con cosas sin importancia. Todo lo que nos

hace falta, aunque parezca insignificante, es de un valor

inmenso para Dios. Él da más atención que nosotros en las

cosas que deseamos. ¿Si todo es dado por Él, por qué no

tomamos conciencia de eso y pedimos sin miedo todo lo que

necesitamos?

Además de tener bien claro lo que pedir, es necesario

también saber el porqué y para qué. No debemos hacer

nuestras oraciones o pedidos sólo por hábito, por estar

acostumbrados, porque este tipo de comportamiento resulta

en pedir siempre y recibir nunca. Tornase en pedir sólo por

pedir, sin el menor deseo de recibir.

Para que un pedido sea sincero y verdadero es

imprescindible que sepamos lo que realmente queremos y, si

lo que queremos es, de hecho, el mejor para nosotros en

aquel momento, es decir, debe ser un acto consciente e

inteligente.

Todo lo que queremos o deseamos, no importa si se

refiere a cosas buenas o malas, es una oración. Aunque lo

sepamos o no. Nada, en absoluto, sucede fuera de Dios.

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Existimos porque Él nos ha hecho; vivimos porque Él

quiere que vivamos. Él está en todo. Es imposible huir de

esa realidad.

Hay personas que piensan que rezar es una señal de

debilidad, “es cosa de mujer”. Eso es ignorancia, porque

somos, se comparados a Dios, infinitamente pequeños.

Muchas veces ocurre el contrario, creemos que somos

demasiado pequeños y sin importancia para que Él se ocupe

de nosotros. De verdad que somos pequeños y que Dios es

infinitamente grande, pero también es verdad que Él es

bueno, justo y misericordioso y, todavía, es nuestro Padre y

Amigo.

No necesitamos preocuparnos con la importancia de

Dios, porque no somos nosotros que “subimos” hacía Él,

pero es Él quien baja hasta nosotros, es Él quien habla

nuestra lengua.

Nuestra comunicación con Dios mejora a medida que

pasamos a conocer mejor a nosotros mismos y a los otros.

Cuando no somos capaces de mirar para dentro de nosotros

y oír nuestras propias quejas, también no nos es posible

tener un buen relacionamiento con los otros y con Dios. No

nos quedamos bien con Dios sin primeramente quedarnos

bien con la vida y con los otros.

No debemos dejar que nuestras oraciones se queden

por cuenta de los deseos inconscientes, porque muchos son

los registros negativos en nuestro inconsciente y que

funcionan como verdades incontestables para nosotros.

Cuando no recibimos lo que pedimos, podemos

preguntar por qué. Puede que tenemos registros

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inconscientes contrario al que estamos pidiendo o es

impaciencia nuestra o, todavía, puede ser el ideal para

nosotros. La respuesta vendrá de acuerdo con la capacidad

intuitiva de cada uno. Unos pueden ver mentalmente a

alguien respondiendo. Otros pueden recibir la respuesta en

forma de pensamiento que parece invención de la propia

mente. No importa la forma, nuestra pregunta será siempre

contestada.

Aprendemos que agradecer a alguien que nos da algo

o que nos hace algún favor hace parte de una buena

educación. Tenemos eso como una cosa natural y nos

resulta raro cuando alguien se porta de manera diferente.

¿Es cierto que tenemos la misma costumbre en respecto a

Dios? ¿O aprendemos a agradecer a unos y no lo hacemos

con otros? ¿O todavía depende de lo que recibimos o

debemos agradecer por todo? ¿Si somos capaces de

agradecer lo que nos dan, que muchas veces, ni se trata de

una donación desinteresada, por qué no agradecer a Dios

por todo lo que somos, tenemos o hacemos, sabiendo que

todo es dado por él?

Somos naturalmente gratos. Cuando negamos eso,

creamos dentro de nosotros un conflicto que bloquea

nuestro recibimiento de las bendiciones, porque pasamos a

sentirnos culpables, haciendo que deseemos para nosotros

cosas malas para castigarnos a nosotros mismo y así

aliviarnos de nuestra culpa.

Existen personas que aparentemente no saben rezar.

Se consultadas sobre eso, confirman que no rezan, sin

embargo, viven una vida de oración natural. Es decir, sólo

desean el bien para sí y para los otros y, de esta manera,

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viven según la voluntad de Dios, aunque no tengan

consciencia de lo que hacen.

También existen personas que creen estar haciendo la

voluntad de Dios, porque siguen lo que está escrito. Olvidan

que Dios, además de los ojos, nos ha dado inteligencia y

raciocinio, es decir, nos dejó el don de la razón para que

pudiéramos creer en Él, no porque nos han dicho que Él

existe, pero sí porque o descubrimos por nosotros mismos,

por medio de nuestra propia experiencia.

Testificamos Dios a la medida que respectamos las

diferencias individuales, principalmente en respecto a los

dones de cada uno. No entender que el otro es diferente de

nosotros es ver Dios como incompetente. Es no respectar el

creador, que, además de tener creado, está en la criatura.

Dios quiere a todos igualmente con amor eterno e

infinito. Habla con cada uno según su capacidad de

comprensión. Respecta nuestra libertad de elección, a

nuestra manera de ser y a nuestra forma individual de

comunicarnos con Él. Quiere que sepamos rezar, pero

principalmente que sepamos amar. Rezar es pedir, es

agradecer, es elogiar a Dios. Agradecer y alabar – elogiar-

resulta en nosotros una grande alegría, una sensación de

plenitud, de belleza interior que genera una poderosa

energía capaz de nos hacer ilimitados, porque eso aumenta

el poder de Dios en nosotros y entonces somos capaces de

hacer, ver o sentir cosas increíbles, que son vistas por quien

nunca tuvo tales experiencias como locuras o cosas

demoníacas.

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Somos divinos, por eso, ilimitados y capaces de todo

lo que nos es propio. No debemos asustarnos cuando

suceden “cosas raras”, aparentemente imposibles. Eso

debería ser normal y no la excepción. La manera con la cual

estamos acostumbrados, viviendo como se fuéramos apenas

materia, es decir, limitados, eso sí es la excepción. Somos

divinos y capaces de experiencias y obras divinas.

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3. Cielo e Infierno

Cuando morimos, no vamos a un sitio llamado cielo o

a un sitio llamado infierno, porque ambos son solamente un

estado de espíritu o estado interior y no un sitio donde viven

los espíritus.

Después de muerto no necesitamos de un lugar fijo,

predeterminado, para vivir. El espíritu, como la persona

viva, puede elegir donde vivir, pues sigue libre.

La muerte es una especie de viaje que no es

necesariamente un viaje, porque el espíritu puede, si quiere,

permanecer en la tierra o visitar los vivos siempre que

desear o cuando sea necesario. Existe normalmente, un

grande lazo de unión entre todos los familiares.

Cuando alguien se muere, difícilmente se aparta

totalmente de sus familiares. Los espíritus, normalmente,

tienen obligaciones y algunas tareas para cumplir en

respecto a sus familiares, así como son mutualmente

responsables mientras viven. Nuestras responsabilidades

con los familiares y con personas más cercanas no

disminuyen cuando morimos.

Los muertos tienen obligaciones con nosotros así

como tenemos con ellos. No hay separación, estamos más

unidos que podemos imaginar.

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Los ciegos no pueden vernos. ¿Es cierto que piensan

que están solos?, ¿que sólo existen ellos y que los demás es

imaginación? Así como ellos no pueden decir que los otros,

aunque no pueden ver, no existan, también nosotros no

podemos afirmar que no existe aquello que no vemos, pues

somos tan ciegos para el mundo espiritual, para otras

dimensiones, cuanto ellos.

Como es fácil criticar a los otros, rotularlos de

ignorantes o de deficientes, mientras nosotros creemos ser

listos, sabios. Somos más sabios a medida que descubrimos

que no sabemos nada.

Si creemos saber todo, corremos el riesgo de

encerrarnos para nuevas lecciones e informaciones. Por lo

tanto, es necesario que sepamos lo cuanto es insignificante

nuestro saber. Debemos estar siempre atentos para aprender.

Quien piensa que sabe el suficiente y nada tiene que

aprender es el mayor de los ignorantes, pues, cuanto más

aprendemos, más descubrimos como es efímero nuestro

conocimiento.

Nadie va a la escuela cuando piensa saber todo.

Todos tenemos cosas que enseñar, pero mucho más que

aprender. Nuestra vida debe ser un aprendizaje constante.

Cuando eso no ocurre, no hay progreso. No necesitamos

sentir vergüenza cuando nada sabemos sobre algún tema

que creemos que los otros lo saben demasiado. A veces,

aquel que piensa no saber nada tiene más conocimiento que

uno que afirma saber todo. Podemos y debemos sentir

vergüenza, si, cuando, aunque no sepamos, fingimos saber,

privándonos de aprender.

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Aquel que tiene consciencia de tener mucho que

aprender es humilde. Acepta ayuda. Si sufre, deja que los

otros se acerquen para ayudarlo y, muy pronto, puede estar

libre de sus infortunios. Sin embargo, se es el caso que

alguien finge saber todo, no existe alguien que lo pueda

ayudar, no hay abertura, nadie se acerca. Eso es “infierno”

Quien acepta ayuda también la ofrece, eso hace que

todos crezcan, progresan. Eso es estar en el cielo, es hacer la

voluntad del padre.

Nosotros necesitamos unos de los otros tanto cuanto

las células de nuestro cuerpo dependen unas de las otras.

Ningún órgano se quedaría sano si empezara a comportarse

como se no necesitara más de los otros, como si fuera único

e independiente.

No hay en ningún sitio del universo un único ser que

no dependa de los otros para vivir. Somos más sanos a

medida que reconocemos esa verdad y entramos en mayor

armonía con los otros, es decir, con todo el universo y con

Dios.

El flujo de energía vital recorre e inunda el universo,

así como la sangre en nuestro cuerpo. Aquellos que quieren

negar esa interdependencia universal bloquean, de alguna

manera, esa energía. No apenas impiden que ella circule

libremente, pero sí se cierran para ella.

Así como ningún órgano o célula de nuestro cuerpo

consigue vivir bien, sano sin una excelente circulación

sanguínea, el mismo pasa con las personas que se cierran

para la energía divina.

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Todos nosotros, sin excepción, dependemos unos de

los otros para vivir y ser felices. Nadie es feliz con odio a

quien sea. Sentir odio a alguien es lo mismo que odiar a sí

mismo. El otro es una extensión nuestra, es un “otro yo” es

como se fuera una parte de nosotros. Es por eso que el

“otro” nos mueve demasiado.

Eso no significa que somos víctimas. Si cada uno de

nosotros hiciera solamente su propia parte, el universo se

convertiría, y todos seriamos mucho más felices. Son

nuestras acciones que tienen más influencia sobre nosotros,

por ese motivo nos vale la pena seguir luchando por

nosotros y también por los otros.

Estar en el cielo significa estar bien con la vida, estar

en armonía consigo mismo, con el universo y con Dios.

Dios está en todo, por lo tanto, está con todos. Pero

solamente está con Él aquel que busca estar con la verdad.

Quien hace todo que esté a su alcance, por sí y por los otros.

A veces estamos con personas que “no están” con nosotros,

pues, mismo estando juntos a nosotros, no nos perciben. De

manera semejante se pasa con Dios, qué mismo estando con

nosotros, muchos no están con Él.

Unos son felices trabajando bajo el sol ardiente,

mientras tantos otros se sienten desgraciados estando en el

máximo conforto posible a un ser humano. Bajo idénticas

condiciones unos son más felices, otros menos, otros

totalmente infelices. Nuestra felicidad o infelicidad depende

realmente de cada uno de nosotros. No depende de los otros,

de Dios y de nadie más.

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Si dependiera de alguien sería injusto, porque no

tenemos poder sobre nadie excepto nosotros. Nosotros nos

hacemos más o menos felices, delante del que se pasa con

nosotros. Nunca el contrario, pues, delante de una misma

situación, cada uno reacciona de manera diferente al otro.

La muerte de un padre, por ejemplo, puede ser vista por un

hijo como una desgracia, mientras tanto, su hermano ve la

misma situación como un regalo para todos. Entonces,

dentro de una misma familia, bajo idénticas condiciones,

uno puede estar en el infierno y otro en el cielo.

Estar en el cielo o en el infierno depende de cómo

encaramos los hechos, aquello que ocurre con nosotros, y de

nada más. Se dependiera de los acontecimientos, todos

aquellos que pasaran por idénticas circunstancias serían

igualmente felices o infelices.

El cielo, así como el infierno, es un estado interior de

felicidad o de infelicidad que depende únicamente y

exclusivamente de nosotros. Y que puede ser cambiado,

también por nosotros, cuando lo queramos.

Sólo Dios hace acontecer. Sólo Él es capaz de todo.

Pero, si Él no hace nada en contra nuestra voluntad es como

si fuéramos nosotros que hiciéramos. Sin nosotros, sin

nuestra “permisión”, Él nada hace por nosotros. Sufrimos o

gozamos porque queremos o porque necesitamos.

El sufrimiento es una especie de medicina amarga

usado por nosotros para nuestra cura. La dosis depende de

cada uno, de acuerdo con nuestra educación. Si creemos que

algunas gotas son suficientes, así lo será, si creemos que son

necesarios algunos frascos, así lo será. La medida es nuestra

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y de nadie más. Dios nos da solamente aquello que

“necesitamos”, según nuestra voluntad: “sea hecho según tu

fe...”

Acontece con nosotros solamente lo que queremos o

lo que permitimos que acontezca. Y pase lo que pase, es

siempre el mejor para nosotros, en aquel momento.

El infierno es una especie de “hospital” donde las

personas o espíritus que están “enfermos” son tratados. No

para sufrir eternamente, pero si para que se recuperen lo más

pronto posible.

Si tenemos una pequeña verruga, necesitamos de una

pequeña cirugía. Para eso, no necesitamos tampoco de

internamiento. Pero, si nuestro mal es un tumor en el

cerebro, el sufrimiento es más grande, y los cuidados

necesarios también lo serán. Por lo tanto, nuestro

sufrimiento es la permanencia en el hospital.

Así como algunos pacientes se recuperan más rápidos

que otros, el mismo pasa con los espíritus “enfermos”.

Unos se libertan de sus males mucho más rápido que otros.

Hay algunos obedientes, otros rebeldes que no siguen los

consejos “médicos” de manera adecuada. Normalmente,

aquellos que os siguen se recuperan mucho más rápido que

aquellos que, pensando que saben más que los otros, actúan

de manera inadecuada, complicando su estado de salud y

retardando su recuperación. Dios, en su infinita bondad y

misericordia, ama a todos igualmente. Incluso los más

rebeldes de sus hijos. Para Él no existe diferencia de color,

raza o credo. Ama hasta mismo aquellos que no creen en Él;

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aquellos que ni al menos saben o creen que no son apenas

materia, que creen que “quien puede más llora menos”.

Dios es un Padre muy amable, es bueno, es

misericordioso, es amigo y hermano de toda la humanidad.

Todos los seres del universo son Sus hijos. No hay entre

nosotros legitimados o adoptados, o todavía, otros, que no

sean nada de eso. Somos todos iguales delante de Dios.

Somos todos sus hijos, pues fuimos generados por Él. No

hay privilegiados entre nosotros.

Somos todos hermanos, parte del mismo “Todo”.

Tenemos la misma esencia. Somos de la misma esencia. No

hay mejores o peores, buenos o malos, elegidos o

rechazados, pobres o ricos, para Él.

Lo que existen son momentos, fases o estados

diferentes. Cada uno vive el suyo. Se da de acuerdo con lo

que tiene. Se Carga un fardo conforme sus fuerzas. Eso

podemos observar en un camino de hormigas: existen más

grandes y más pequeñas. Algunas transportan trozos de

hojas u objetos más grandes, y otras, más pequeños. Existen

aquellas que, en el tamaño son iguales, pero que, por algún

motivo, no cargan la misma cantidad o no andan con la

misma velocidad. Hay todavía, algunas que apenas caminan

juntas, pero, transportan a sí mismas. Por lo tanto, cada

hormiga tiene su manera de ser y de actuar. Puede que el

fardo de la hormiga que, aparentemente, no transporta nada,

sea más grande que de aquella que lleva el mayor trozo o

una hoja entera.

El mismo pasa con nosotros, por eso no nos cabe

juzgar o condenar a nadie, ni a nosotros mismos. Sólo Dios

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sabe el porqué de todas las cosas. Sólo Él conoce nuestras

diferencias y nuestras razones. Sólo Él sabe porqué

actuamos de esta o de aquella manera. Hay un tiempo para

cada cosa. Una razón de ser de cada comportamiento

nuestro. Una explicación que sólo a Dios importa. Para

nosotros debe importar solamente el amor, la comprensión,

la aceptación, de nosotros mismos y de los otros. Una

búsqueda constante de la verdad y de la perfección.

Aceptación no significa pasividad. Cada momento es

único y cada peldaño corresponde a un anterior y a un

posterior. Todas las acciones, actitudes o gestos pueden ser

mejorados. Nadie, excepto Dios, es perfecto. A nosotros no

nos cabe juzgar y, mucho menos, condenar a nosotros

mismos o a alguien.

Sólo a Dios cabe juzgar, pero condenar no es de su

carácter, porque juzga con conocimiento de las causas. Sabe

que, tarde o temprano, todos encuentran el camino que es la

búsqueda constante de la perfección, que es la práctica más

constante del amor.

No existe un “sitio” llamado cielo conforme

aprendemos en nuestro catecismo, cuando éramos niños.

Dios, realmente, nos ha hecho a Su imagen y semejanza. Y,

así, como él que no se jubila, nosotros también no

jubilamos. Nuestro mayor placer, nuestra verdadera

felicidad está justamente en servir a Dios y a los hermanos.

¿Cómo podemos creer que, después de un pequeño

período de vida que, debido a nuestro egoísmo, no tenemos

tiempo para recordar de más nada, sólo de nosotros mismos,

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iremos al paraíso? Si nuestra misión, que nos realiza como

hijos de Dios, mal tendrá empezado.

Somos hijos “legítimos” de Dios, por eso existimos y

somos felices a medida que hacemos la voluntad del Padre

que es servir siempre. No nos realizamos como personas si

queremos negar nuestra naturaleza divina que sólo se sacia

con servir.

Nuestra misión, así como nosotros, es “eterna”, luego,

no tuvo inicio ni tendrá fin. Seremos felices si hagamos

solamente aquello que nos hace felices. Eso sólo acontece

cuando entendemos que todo que hacemos para los otros es

para nosotros que lo hacemos. Cuando hacemos cosas

malas, nos sentimos mal y, cuando hacemos cosas buenas,

nos sentimos bien. Somos uno con Dios y con todo el

Universo.

Cualquier cosa que pasa a uno interfiere en el todo.

Si apenas uno está enfermo, no podemos decir que estamos

sanos. La mejora de uno significa la mejora de todos. Eso,

con todos los hechos, pues no hay diferencia entre vivos y

muertos, porque la muerte no existe. Es apenas el pasaje de

un estado más limitado para un de más libertad.

Estar en el paraíso es sinónimo de estar bien, de estar

de acuerdo con la voluntad de Dios, de estar junto a Dios.

No hay separación física entre quien está en el paraíso y

quien está en el infierno, porque así como estar en el cielo es

un estado de espíritu, estar en el infierno también lo es.

La misericordia divida es infinita, no hay crimen que

no tenga perdón. La bondad de Dios es tan grande que la

maldad humana desaparece delante de ella. Dios quiere que

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luchemos por la vida que nos dio, sin embargo, no debemos

olvidarnos que nuestro verdadero “yo” no muere y que el

sufrimiento o la felicidad no termina con la muerte.

El Amor de Dios por nosotros es mucho más grande

que podemos imaginar. Pensar que Él nos ama de acuerdo

con nuestro comportamiento es reducir ese amor a un valor

menor que nuestra propia capacidad de amar. Hasta nosotros

mismos somos capaces de notar la diferencia entre las

personas que amamos y sus acciones.

Dios nos hizo por amor y con amor y, se fuera

posible, Él o nosotros mismos, nos condenar eternamente,

no nos tendría hecho.

Dios nos ama con Amor Eterno y, como hijos, imagen

y semejanza del Padre, también amamos. Bastando, para

eso, que estemos sanos, porque estar enfermo es una señal

de falta de amor para consigo mismo, y quien no ama a sí

mismo también no es capaz de demostrar amor a los otros.

Quien está sano y feliz desea para los otros todo el bien que

está dentro de sí. Eso es verdadero tanto en relación a los

muertos cuanto a los vivos.

Quien práctica el mal, está enfermo, necesita de cura

y no de condenación. Si estuviera sano, sabría que el mal

perjudica más a quien lo práctica que a aquel que debería

sufrir la acción.

La capacidad de Dios de perdonar es infinita, pero el

perdón tiene la medida de nuestro deseo de ser perdonados,

es decir, la medida es nuestra. Él respecta nuestra libertad de

elegir y nos da solamente aquello que podemos recibir.

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No debemos tener prisa para morir, no es esta la

voluntad de Dios. No podemos decir que vivimos cuando

apenas pasamos, atropelladamente, por la vida, como si

estuviéramos haciendo de mala voluntad un favor para

alguien. Si ponemos una tarta para asar y no la dejamos

asarse, tranquilamente, en el horno durante el tiempo

suficiente y a la temperatura ideal, seguramente vamos

estropearla. Así es nuestra vida, debemos vivir intensamente

cada momento, aprovechando todos los momentos, pues

nada se repite. Cada experiencia es única. Lo que perdemos

está perdido para siempre.

También no debemos dejar para mañana lo que

realmente podemos hacer hoy. Todo en su tiempo, cada cosa

tiene su hora, tenemos el momento cierto para nacer y para

morir. Querer morir antes de la hora es lo mismo que comer

la “tarta” cruda, no vale. La muerte no es solución para

ningún problema. Nuestros sentimientos siguen intactos,

porque hacen parte del alma y no del cuerpo.

Para que podamos, de hecho, “ir” al “paraíso”, es

necesario que lleguemos “allá” a la hora cierta, porque,

como ya he dicho anteriormente, todo tiene el momento

cierto para suceder. Así como la tarta necesita de un tiempo

para asar, el bebé para gestar, el huevo para empollar, la

semilla para germinar, necesitamos de esta vida para nos

preparar y entonces, a la hora cierta, entraremos en el

“paraíso”.

“Infierno” es un estado de espíritu, es un intenso

sufrimiento que no necesitamos estar muertos para

experimentarlo. Pero, después de la muerte, eso es

intensificado, porque, mientras se vive, la persona cree que

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la muerte es la solución para todos sus problemas y,

después, percibe que ha perdido el tiempo, porque ellos

siguen presentes. Frustrada, cae en desespero, creyendo que

jamás logrará cambiar, que todo está perdido, porque no

conoce su propia potencialidad, no sabe vivir

diferentemente.

Debemos recordarnos, en respecto a los “muertos”,

que ellos están tan vivos cuanto nosotros. Ellos nos quieren

y necesitan no solamente de nuestras oraciones, pero sí

también de nuestro amor. No necesitarían nos echar de

menos demasiadamente, porque están muy cerca, pero

nosotros, no sabiendo o no creyendo, los despreciamos,

teniéndolos como “muertos” y muy distantes.

Ese comportamiento aumenta mucho el sufrimiento

de todos. Los vivos, muchas veces, culpan Dios por haber

“llevado” sus entes apreciados y, inconscientemente,

siéntense despreciados por los muertos. Mientras tanto esos

son casi que totalmente abandonados por los vivos.

Nosotros nos comportamos de manera egoísta,

pensando mucho más en nosotros mismos, creyendo que

hemos sido despreciados, cuando en realidad, somos

nosotros quien los despreciamos.

Existen personas que niegan no sólo la comunicación

entre los vivos y los muertos, como entre Dios y los

hombres. Aún así, piensan que son religiosas y que creen en

Dios. Decir que Jesús ha resucitado y al mismo tiempo

afirmar que no podemos oírlo porque Él no habla con nadie

es incoherencia, es negar la resurrección. No hace ningún

sentido resucitar y quedarse mudo y distante.

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Es raro como muchas personas creen que Dios, en

una época distante, habló a Su pueblo, les instruyó e inspiró

a muchas personas, pero niegan y dudan que Él pueda

hacerlo hoy. Llegan al ridículo de afirmar públicamente que

“quien dice que oye Dios está loco y necesita ser internado”.

Creer que Dios, en una época distante, habló e instruyó a su

pueblo y no creer que Él sigua haciendo lo mismo hoy y lo

seguirá haciendo mañana es dudar del poder y de la

esperanza de Dios, que es infinito en todo. ¿O es cierto que

la cuestión es Su pueblo? ¿Existe, por casualidad, algún

pueblo que no sea de Dios? ¿O alguna criatura por menor

que ella sea? ¿Estaría Dios jubilado? ¿O aquel pueblo

necesitaba de eso pero no nosotros? ¿No necesitamos

porque somos demasiado importantes o poco importantes?

Seguro que es por alguna diferencia. ¿Es cierto que Dios nos

abandonó porque nos hemos convertido en “mayores” y por

eso Él no se fía más de nosotros, o sería porque somos un

caso perdido?

Si Dios es el mismo ayer, hoy y siempre, y nosotros

somos Sus hijos tanto cuanto “Su pueblo”, pues, entonces es

obvio que pueden acontecer hoy las mismas cosas que

acontecían antiguamente. Sin embargo, hoy, así como

antiguamente, Dios habla o enseña apenas para algunas

personas, porque, para que pueda hablar, es necesario que

alguien esté dispuesto a oír.

Teniendo en cuenta la manera como las personas de

hoy si portan en respecto una con la otra, en que se refiere a

la comunicación entre Dios y los hombres, podemos

imaginar como se portaban en el tiempo en que aquellas

personas, inspiradas, escribían las verdades en las cuales

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muchos se las creen hoy. Es decir, así como hoy, muchas

personas no creen, lo mismo se pasaba antiguamente.

Estamos acostumbrados a creer solamente en aquello

que de alguna manera tenemos experiencia – vemos con

nuestros ojos – y todo lo que está fuera de eso tendemos a

descreer y hasta mismo rechazar. Eso es mediocre, es dudar

de Dios, es no querer ver que la belleza de “todo” está,

justamente, en la diferencia de cada “parte”. Así como son

las piezas de un rompecabezas, cada una tiene su sitio y sólo

queda bien en aquel sitio, somos nosotros con nuestras

diferencias individuales que nos permiten formar un todo

harmónico y bello, donde cada uno ocupa su lugar.

Así sería si aceptásemos que ser diferente es la regla y

no la excepción. Cada criatura es única, especial e

irrepetible. Nadie está sobrando o no hace falta. Todos

tenemos una misión que si no cumplimos dejaremos un

vacío. Porque cada uno, por lo más que se esfuerce, hace

solamente su propia parte y nunca la del otro.

Aceptar que unos son diferentes de los otros no

significa pensar que unos son pequeños e ilimitados,

mientras otros son más capaces. Ser diferente es hacer la

misma cosa o pasar por la misma experiencia de otra

manera. Si una persona afirma tener visto u oído a Dios, no

debemos pensar que ella está loca, o pensar que ella no es

igual a nosotros. Dios da a cada uno de acuerdo con su

capacidad de recibir y según, no solamente, su manera de

ser, más también conforme el momento en que está

viviendo.

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Creer que Dios sólo se deja ver y sólo habla con los

muertos y que Él habló con los vivos, pero que hoy no sigue

hablando, es creer en un Dios injusto y que trata de forma

diferente a sus hijos; es no comprender la grandiosidad de

su amor; es nos saber que somos de origen divina, por eso

ilimitados; que somos eternos, hijos legítimos de Dios,

buenos, y que Él está en todo y en todos. Creer que sólo

vemos u oímos a Dios después de la muerte, cuando

estemos en el cielo, es incentivar la voluntad de morir. Es

provocar miedo a Dios, porque estamos acostumbrados a

tener miedo a todo lo que es desconocido, mismo cuando

nos dicen que ese desconocido es muy bueno.

Dios nos ha creado por amor, y sólo quien ama es

capaz de comprender que, cuando se ama se quiere estar

junto de la persona amada, siempre. Él permanece junto a

nosotros, aunque no lo creemos.

Nosotros, en nuestro cuerpo físico, estando sanos,

logramos tener experiencia del Amor de una manera muy

especial que nos hace sentir buenos. Eso provoca en

nosotros el deseo de estar cerca, de proteger y de charlar con

quien amamos. Buscamos, cuando posible, hacer eso. Si

cuando morimos, acabase nuestra limitación física y todo el

amor que sentíamos permanece o es intensificado, ¿por qué

no creer que los fallecidos estén cerca de los vivos,

amándoles y protegiéndolos mucho más que antes?

Tratamos de la misma manera a los vivos, a los

muertos y a Dios. Sólo hablamos con quien queremos o

necesitamos hablar y para eso es necesario que estemos

disponibles. Nadie lo hace, si lo hace, no tiene consciencia

de aquello que no conoce. No oye, o cree que no se oye,

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aquello que se imagina no tener sido hablado. No se percibe

o no se ve aquello que piensa o se cree que no existe o no

sabe que existe.

Para que podamos comunicarnos eficientemente con

alguien, es necesario que acreditemos que ese alguien pueda

comunicarse con nosotros. Es necesario que queramos nos

comunicar. Los “fallecidos” sólo se comunican con quien,

de alguna manera, está preparado para comunicarse con

ellos. Y Dios sólo habla con quien esté dispuesto a oír.

Ningún Ser, estando sano, habla consigo mismo creyendo

que está hablando con alguien, tampoco habla cuando sabe

o piensa que nadie le está oyendo. Y no sería Dios que iba

hacerlo.

Si queremos oír a Dios, Él habla con nosotros, sin

embargo, si no queremos y no comprendemos que Él quiere

hablar y que somos nosotros que no queremos oír, debemos,

por lo menos, respectar quien lo “quiere” y “oye” a Dios.

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4. ¿Demonios o Endemoniados?

Existe un único Dios que es Señor y Creador de todas

las cosas. Infinitamente Bueno y Poderoso. Todo creó y crea

a Su gloria, placer y auto realización.

Un ser que es infinitamente bueno sólo crea cosas

buenas, seres buenos. ¿Si Dios, siendo bueno, sólo crea

cosas buenas y, siendo Dios, es el único Creador, quien

tendría creado el “demonio”? ¿Si Dios está presente en todo

lo que crea, cómo explicar la existencia de un ser “malo” –

llamado demonio – creado por Él?

No existe mayor “abuso” que creer en la existencia de

demonios personalizados, como entidades espirituales.

Todavía más grave es creer que ellos han sido creados por

Dios y, al mismo tiempo, afirmar que ese Dios es

infinitamente Bueno.

Existen personas capaces de practicar muchas

maldades, pero aún así no podemos decir que son malas,

pues Dios habita en todo, en toda su creación. Tenemos

muchas dificultades en asumir nuestras propias flaquezas,

nuestras maldades. Es muy cómodo transferir nuestra

responsabilidad para el “demonio”, que no es nada más que

una “personificación” mental y literaria de la maldad del

hombre, para que fuera responsable por todo lo que somos

capaces de hacer, pero, no de asumir.

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Es impresionante como existen personas que ven la

presencia y la interferencia de demonios en casi todo, hasta

mismo donde la presencia de Dios es obvia. Cuanto más

fuerte la presencia de Dios, más ella es vista como

“demoníaca”, pues más extraña ella se pone. Principalmente

porque las personas siéntense indignadas de una mayor

intimidad con Dios.

Los que practican culto al “demonio” vuélvanse

realmente nocivos, tanto para sí mismos cuanto para los

otros, porque, en realidad, cultuan el mal y, como no

asumen lo que hacen, es más fácil practicar actos tan

bárbaros. Las personas sanas que toman conocimiento de

esas grandes barbaridades, no logrando aceptar que seres

humanos sean capaces de practicar esos actos, se atribuyen

al “demonio”.

Es fácil matar, cometer violación sexual, traicionar el

cónyuge, robar y practicar muchos otros actos de violencia

cuando la culpa tiene el “demonio”. Siendo la culpa del

demonio el mayor responsable es el propio Dios, pues, sin

duda, Él es el Creador. Imagínate como deben se sentir

injustificados los que cumplen condena por crímenes

“cometidos por demonios”, y cuanta culpa tiene el

responsable por el arresto del “inocente”.

Ninguna persona, estando sana, comete cualquier tipo

de crimen contra sí misma o contra las otras. Estando sana,

es buena, pero, aun estando “enferma”, sigue siendo una

“criatura” libre y, siendo libre, puede y debe ser

responsabilizada por todo lo que hace. Pero, mismo siendo

responsable, debe ser tratada como alguien que está enfermo

y que por eso necesita de cura.

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Ayudar o tratar a quien necesita no es sólo un gesto

de bondad o de justicia, es una señal de inteligencia, pues el

enfermo no sólo puede hacer mal a sí mismo, a su familia y

para toda la comunidad, como también interfiere

negativamente en el mismo universo de que todos nosotros

hacemos parte, y, cuanto más sanos todos estén, mejor será

para todos.

Dios cuida personalmente de cada uno de nosotros.

Nos quiere demasiado y por eso insiste en cuidar

personalmente de todos. Está siempre presente en todo y en

nosotros. Todo puede hacer, por eso no necesita ayuda para

guardar o proteger sus hijos. Él nos ha creado en

condiciones de igualdad y quiere que unos intercedan por

los otros, no importando si están vivos o muertos. Así como

nosotros rezamos por los fallecidos, ellos también

interceden por nosotros, haciendo, hasta mismo, el papel de

“ángeles” de la guardia.

Es Dios que, delante a un pedido de socorro, hace que

el necesitado reciba ayuda. Quien socorre lo hace por

orientación divina y no por ser ángel de la guardia, pero

podemos decir que es un ángel de la guardia, porque

socorre.

No logrando entender la grandiosidad del poder, de la

bondad y de la misericordia divina, el ser humano,

sintiéndose pequeño e indigno, ha inventado un ser con una

única función: guardar o proteger una única persona. Eso

facilita, pues, si tengo un ángel de la guarda sólo para mí,

significa que yo no estoy tomando u ocupando el protector

de nadie. Si no merezco que se ocupen de mí, realmente,

necesito de alguien que nada más tenga que hacer que no

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sea cuidar de mí. Yo puedo hasta creer que estoy haciendo

un favor cuando doy trabajo.

Así como creer en entidades llamadas “demonios” es

un absurdo de fe, acreditar en otras llamadas “ángeles de la

guardia” también lo es. Es crear ídolos, es idolatría, es robar

la escena de Dios.

Quien cree en demonio está dudando de la bondad y

de la misericordia de Dios. Quien cree en ángeles de la

guardia está dudando del poder y de la capacidad de Él de

dar cuenta de su creación.

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5. Jesús de Nazaré es Dios

Jesús es Dios, pero también fue hombre tan humano

cuanto nosotros. Como Dios eligió morir en una cruz porque

era la peor y más injusta manera de morir en aquella época.

Lo hizo para dar ejemplo de coraje, fuerza y humildad.

Vendo que los hombres no más miraban para dentro

de sí mismos, dificultando la comunicación con Dios o con

la sabiduría interior – que significa la misma cosa -, Dios

decidió tornarse humano. Porque siendo hombre, visible a

todos, podría enseñarnos sobre Sí mismo. Hablando como si

fuera otra persona, sobre el Padre. Si Jesús hablara sobre sí

mismo, nosotros tendríamos aún más dificultad de

comprender y de creer en Él.

Él predicó y enseño sobre el amor y la bondad del

Padre para con todos Sus hijos. Habló que Su Amor es

incondicional y Eterno. También enseño que Dios habita en

el interior de todas las criaturas, cuando dijo: “Cuantas

veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a

mí me lo hicisteis.” (Mt. 25,40). Pero pocos lo entenderán.

Dios habita en cada uno de nosotros. En el interior de

cada criatura puso un poco de Sí. Por eso, todo que tiene

vida debe ser tratado con mucho respeto.

Nosotros somos un con Dios y con todo el universo.

Además de habitar en todo, nos hizo con un único

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inconsciente. Debido a eso, todo que pensamos hacer a los

otros lo haremos a nosotros mismos. Nadie sufre más la

acción que aquel que la práctica. Si la acción es buena,

siéntese gratificado, si es mala, se punen hasta sentirse

justificado.

Nosotros nos punimos siempre que cometemos o

deseamos cometer algún hecho que esté fuera del bien

absoluto.

Siendo de origen divina, “imagen y semejanza de

Dios”, jamás descansaremos. Mientras un sólo alma esté

sufriendo es una parte de nosotros que sufre. Somos cada

vez más impulsados a ayudar a medida que estemos de bien

con la vida y con nosotros mismos.

Dios no es propiedad de ninguna religión. Es Padre,

es Creador y Señor de toda la creación. Sin disminuirse Él

se dona, Se reparte, tornase presente e instalase en el interior

de cada criatura. Él existe independiente si creemos o no.

Está presente en todo, aunque no o vemos en nada. Es, al

mismo tiempo, masculino y femenino, humano y divino. Es

bueno, por eso nos da libertad de elegir.

Sin embargo, cuando elegimos el mal, nos punimos y,

el bien, nos gratificamos. Es decir, cuando usamos nuestra

libertad para hacernos el bien, somos felices y, cuando

usamos para el mal, somos infelices. Si conscientemente

deseamos hacer el mal, o el bien, es como si ya lo

tuviéramos practicado.

Es eternamente misericordioso, bueno y justo. Está a

nuestra disposición veinte cuatro horas al día y eternamente

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para ayudarnos a mejorar, pero, tiene prisa, porque nos ama

y nos quiere felices.

El Señor Absoluto de toda la Creación. Infinitamente

grande y poderoso, no tiene competencia. Nada le pasa

desapercibido, es indiferente o acontece sin que Él lo

permita. No aprueba el mal, pero respeta la libertad de quien

lo practica. Es Amor Total, es el Bien Absoluto.

Él está en todo, en toda la Creación, por eso es el

Bien, es fuerte y permanente, mientras tanto el mal es débil

y pasajero. Cuando decimos que alguien es mal, estamos

mintiendo, porque somos todos buenos. Quien “está” malo

está enfermo y necesita ayuda para volver a condición

original y verdadera, que es ser bueno.

Dios habla con nosotros y nos orienta para el bien, sin

cesar. Los que no creen llaman eso de “insight”, intuición,

consciencia, casualidad, presentimiento, aviso de más allá u

otros términos.

Jesús es Dios, que vivió en este mundo bajo forma

humana, como un hombre común, pobre, trabajador y

alborotador. Vivió en una época muy difícil para cualquier

uno que quisiera hablar de Dios. A menos que fuera sobre

los dioses de la mayoría. Principalmente la dominante.

Cualquier uno que quisiera hablar de un Dios diferente era

considerado loco, hereje, revoltoso y rebelde. Y, en especial,

amenazaba el poder de los gobernantes.

Ellos no entendían casi nada además de dinero y

poder. Vivían como rivales, enemigos. Delante uno del otro

fingía amistad y por detrás se mostraban como realmente

eran. Estaban siempre planeando algo malo unos en contra a

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los otros. No se podía fiar de casi nadie, pues cada uno sólo

pensaba apenas en sí mismo, queriendo siempre dominar,

deseando ser el mayor y pensado ser el mejor.

Normalmente, cuando se unían, era para tramar algo contra

la vida de alguien o destruir cualquier cosa que os

amenazase perder la posición. Cualquier uno que les

reprendiese por sus crímenes sería considerado culpable, por

eso juzgado y, sin duda, Condenado. El juicio era mera

formalidad. Ya se sabía, anticipadamente, que el reo sería

condenado.

El juicio era para ellos una especie de festín que daba

a muchos la oportunidad de vengarse, tirando al supuesto

criminal toda la rabia que alimentaban unos a los otros y que

nada tenía que ver con el reo en cuestión. Fue en este medio

que Dios eligió nascer y vivir. Nada fue por casualidad. Eso

no significa que los criminales no erraron o que tengan sido

obligados a actuar de aquella manera. Ellos estaban

acostumbrados a hacer lo que hicieran a Jesús, y Dios lo

sabía.

Jesús vivió como un ser humano común. Pero, en

ningún momento, mintió para defenderse o acusó a los

demás para librarse de algo. No intentó comprar a nadie y

no negó lo que predicaba. Nació pobre para enseñar que,

aunque fuera pobre, podía vivir dignamente. Aunque tenga

nacido como nació, es posible sobrevivir sin robar, sin

mentir y sin desear el mal para los otros.

Enseñó a aquellos que no sabían “todo”, es decir, que

tenían consciencia de que eran pobres de saber. Sólo hay

Maestros donde hay discípulos. Sólo se habla para quien

tiene oídos. Hijo de madre soltera, situación irregular,

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dificultades, prejuicio, pobreza, persecución, inseguridad,

miedos, peligros. Todo eso Jesús enfrentó para enseñar el

mundo que es posible vivir aunque sea en situaciones tan

difíciles, complicadas y arriesgadas.

No nació pobre para enseñar que debemos ser pobres.

No fue perseguido para que también lo fuéramos. No murió

en la cruz para enseñar que es así que se debe morir. Nació

pobre, porque, como Él mismo dijo: “Son los enfermos que

necesitan de médico”. Son los que “no saben” que necesitan

de profesor; son los “débiles” que necesitan de fuerza. No

fue perseguido porque era Dios, pero porque era así que

ellos trataban a todos aquellos que se portasen como Él se

portó. Murió en la cruz porque, según la opinión de la

época, era lo que Él merecía, no por lo que era, pero si por

lo que hacía, lo que predicaba.

No hacía falta ser Dios para morir en una cruz, pues

con Él fueran crucificados dos hombres más. Él eligió morir

así, no porque precisara, pero sí, porque, como Dios, Él lo

quería. Él vino para vivir entre pobres, no apenas de dinero,

pero si también de felicidad. Libertad y conocimiento.

Murió entre los ladrones, marginales, para enseñar que los

excluidos son hijos de Sus hijos así como los que viven

según Su voluntad.

Somos todos hermanos, amados y queridos.

Independiente de nuestro comportamiento. Así como los

padres se preocupan más con los hijos “desviados”, Él se

preocupa con nosotros. Nos da según nuestras necesidades y

jamás despresa a alguien por cualquier que sea el tamaño,

gravedad o la cantidad de sus errores.

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Él no vino para cobrar o para exigir cosa alguna de

nosotros. Vino por Amor y para enseñarnos lo que es amar.

La humanidad en general, y en especial de aquella región y

época, estaba muy confusa. Las personas no sabían más lo

que era cierto y lo que era erróneo. Estaban muy

desorientadas, perdidas como niños sin padres. No que Dios

las tuviera despresado, pero si porque era así que se sentían.

No sabían que Dios, sobretodo, es Padre amoroso y eterno

que todo puede y todo hace por Sus hijos, que los ama y

perdona a todos incondicionalmente.

Cuando en la cruz, Él dijo “Padre, perdónalos porque

no saben lo que hacen”, no fue por Él o porque, si no lo

dijera en aquel momento, ellos no serían más perdonados.

Lo dijo porque la culpa que los dominaba era muy grande.

Sería muy difícil, para ellos, creer que pudieran ser

perdonados. Nos daba el ejemplo de perdonar, incluso a los

que nos quitan la vida. Si ellos supieran lo que hacían, no lo

harían.

En aquella época era una costumbre ofrecer a Dios, o

a los dioses, sacrificios. Las gracias eran consideradas

proporcionales a la importancia de la víctima. Esa

costumbre era muy antigua y perduraría todavía por miles

de años si algo muy serio no sucederá, si una víctima muy

especial no fuera ofrecida en sacrificio por todos. Este fue

sólo más uno de los motivos por los cuales Jesús Se ofreció

como víctima para la “salvación” de la humanidad. Dios

podía salvarnos de otras maneras, por otros medios, pero era

la manera como ellos estaban acostumbrados. No pararían

de matar, de sacrificar inocentes, humanos y animales, pues

esta era la única manera que conocían para obtener perdón y

gracias de que necesitaban.

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Con su muerte, también nos dio el derecho de sernos

felices, curados, perdonados. La humanidad cargaba muchos

sentimientos de culpa por errores del pasado. No solamente

en el aspecto individual, pero si también en el colectivo. Era

necesario que encontráramos una explicación en la cual

pudiéramos creer que las puertas del Cielo serían

nuevamente abiertas para nosotros, porque con tanto

sentimiento de culpa jamás nos perdonaríamos. A menos

que encontrásemos una víctima capaz de llevar sobre si

todos los pecados.

¿Cómo entender que Dios es tan bueno a punto de

perdonar tantas barbaridades cometidas por nosotros, si el

propio Dios no nos dijera y enseñara eso de manera

concreta, real y convincente? Entregarse a la muerte era la

mejor manera de convencer los que fueran convencidos que

Él es bueno, es amor, es perdón y misericordia.

Sin embargo es necesario recordar que nuestro Cristo

no vino para la salvación de todos, pero solamente de los

que en Él creen. Eso no significa que los otros no tengan

salvación, porque la bondad de Dios es infinita y eterna. No

faltan motivos para los otros que no creyeran vivir según su

voluntad de Dios.

Mucho de los que creían en Jesús pensaban que los

que no creen están condenados al infierno. Eso es pequeño,

mezquino, pues Dios es bueno y también inteligente. No

podría jamás dejar de salvar aquellos que, por alguna razón,

no logran creer que Jesús es Dios.

Por fin, ¿Él vino para nos salvar o para nos condenar?

Es obvio que vino salvar. Y, si Su venida fuera causa de

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condenación para alguien, Él no tendría venido. ¿Es cierto

que Dios no sabía lo que estaba haciendo? ¿Los que no

creen no merecen el Amor de Dios así como los otros?

Dios podría, si lo quisiera, nacer muchas veces en

muchos sitios. Pero, aún así, existiría quien no lo iba dar

importancia o no lo iba tomar conocimiento de ningunos de

esos “nacimientos”. Pero, mismo así, tendrían derecho a las

mismas gracias divinas así como los otros.

Dios no quiere solamente la salvación de muchos,

pero sí de todos. Por lo tanto, aquellos que no lo creen

tienen el mismo derecho porque son Sus hijos. Por más que

intentemos negar, el Dios de los creyentes es el mismo de

los otros. Si quien no creerá no alcanzara la salvación, Él no

habría nacido para salvar la humanidad, pero si para

condenarla, pues pocos tienen consciencia de que casi nada

saben sobre Él.

Jesús es el propio Dios encarnado o, en términos

físicos, es el hijo de Dios. Es la propia Divinidad que se nos

ha presentado bajo forma humana para que pudiéramos

verlo y así creer en Su existencia. Sin el físico igual que

nosotros, no podría ser considerado persona como nosotros,

por lo tanto, capaz de hablar nuestra lengua y de nos

comprender. Aún así, después de tantos años, aún no

logramos “probar” quien de hecho Él era.

¿Es o era?

Interesante como muchas personas predican que Jesús

hubo resucitado, pero cuando a Él se refiere es siempre con

el verbo en el pasado, como si Su resurrección jamás tuviera

sucedido. Cuanta incoherencia, por fin, ¿resucitó o no?

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Él no resucitó porque es Dios, para probar que

solamente Dios es capaz de hacerlo, pero si para enseñar y

probar que la muerte no existe, que es simplemente un

pasaje, una transformación. Así como Él, nosotros también

somos eternos, pues somos sus hijos.

Pocas veces afirmaba que además de humano era

Dios, porque no tenía consciencia de ello. Si lo tuviera, no

sería humano igual que nosotros. No es Dios por haber

resucitado, ha resucitado porque es Dios. Él ha hecho

afirmaciones aparentemente absurdas: “El que en mí cree,

las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores

hará”, enseñándonos, con eso, que somos capaces; lo que Él

hacía no era cosa específica de un Dios, pero accesible

también a nosotros. Estaba simplemente enseñándonos

como hacerlo. Cuando a Él le llamaban “Bueno”, y Él decía

“¿Por qué me llaman bueno? Sólo existe un Bueno, es decir,

Dios”, no estaba diciendo que no era Dios, pero si

enseñando que bueno, de hecho, sólo Dios. Ellos no sabían

quien Él era, por eso no podían considerarlo Bueno.

No necesitaba probar quien era, porque eso lo

descubrirían más tarde. Lo que enseñó fue que Dios es

Bueno, es Padre, es Misericordioso, que somos todos Sus

hijos y Él habita en nosotros; que así como él, somos

capaces de hacer cosas extraordinarias. Porque lo que hacía

no era apenas posible para Dios, pero si también para todos

sus hijos. El único comportamiento no extensivo a nosotros

es Su resurrección, porque no nos es necesaria. En este

hecho Él estaba apenas siendo profesor. Estaba

enseñándonos que la muerte es demasiado insignificante y

que, aunque la vida sea muy importante, la muerte jamás

debe ser vista como el fin.

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Los milagros que hacía no dejan de tener valor porque

también podemos hacerlos. Si significa algo tan

extraordinario de manera que dudemos de su existencia, en

los días actuales, mejor sería cambiar la definición.

Dios habita en el interior de cada criatura. No apenas

hoy, pero siempre. Pero, hoy, parece habitar más que

antiguamente, porque hay un continuo progreso en todo. Las

características divinas existentes en nosotros se hacen notar

de forma más clara, evidente, casi concreta; así como los

utensilios utilizados por los seres humanos eran más

pesados y mas deslustrados y hoy son diferentes, el mismo

se pasa con nosotros, que también éramos más rústicos y

“deslustrados”. Por eso no dejábamos transparentar la

divinidad en nosotros. Caminamos para la perfección, por lo

tanto, para una mayor espiritualización, para una mayor

transparencia. Es así como muchos utensilios que eran

deslustrados hoy enseñan con nitidez lo que va en su

interior, el mismo se pasa con nosotros. Caminamos a pasos

largos para esa transparencia, para enseñar de qué estamos

hechos, lo que hay en nuestro interior.

El progreso de manera general, muy visible en

nuestro mundo, es una prueba de la evolución del ser

humano. Lo que hacemos es nada más que la proyección de

nosotros mismos, un reflejo de nuestro interior. Enseñamos

al mundo lo que somos por dentro.

Él no inventó ni creó lo que hacía. Apenas enseñó,

afirmó, demostró una realidad hasta entonces ignorada por

muchos. Muchas cosas hasta ya habían sido enseñadas, pero

el aprendizaje no era suficiente.

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Según las Escrituras, Él “demostraba Autoridad”, y

esta generaba confianza y respecto, provocando mayor

abertura, receptividad y, consecuentemente, mayor

aprendizaje.

No fundó ninguna religión. Enseñó, a todos que

quería aprender, muchas cosas esenciales a la vida. Por

ejemplo, que no somos huérfanos, no somos malos, que

nuestro origen no es malo, no nacemos para el sufrimiento y

tampoco para hacer que los otros sufran. Enseñó que

tenemos un Padre, bueno, misericordioso y que nos hizo a

su imagen y semejanza. Todavía enseñó que el amor genera

la unión y la falta de ella genera separación, las divisiones.

Quien ama acoge, une. Quien divide, separa, no ama, no

hace la voluntad del Padre. Predicó y vivió solamente el

Amor. Sólo pertenece a Su religión quien busca hacer lo que

Él enseñó.

Jesús no nació para nos salvar, pero para nos contar

que nuestros pecados no ofenden a Dios, solamente a

nosotros mismos; que a pesar de todos nuestros pecados, Él

sigue nos amando; que las puertas de la Casa de Dios están

y seguirán abiertas para todos.

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6. La Misericordia de Dios es

Infinita y Eterna

La humanidad está sufriendo, porque está se sintiendo

sola y abandonada. Siéntese incapaz y, al mismo tiempo,

cree que tiene que buscar la vida sin ayuda. El ser humano,

de manera general, piensa ser mayor suficientemente para

cuidar de sí mismo. Pero, así como los hijos adultos no

dejan de ser hijos y se benefician demasiado del

relacionamiento con sus padres, el mismo se pasa con

nosotros en relación a Dios. Nadie es suficientemente mayor

para no necesitar de Él.

Muchos padres rezan para los hijos y hasta los

protegen sin que ellos sepan. Dios, más que los padres,

cuida de todos, no importando si sabemos o si queremos su

protección.

Él ama infinita y eternamente a todos Sus hijos. A

toda Su creación. Es pura bondad, es infinita sabiduría y

misericordia. ¿Cómo creer que Él sea tan vengativo a punto

de negar a Sus hijos su perdón?

Nosotros somos buenos, porque tenemos su presencia

en nosotros. Si es bueno el entero es bueno también la parte.

Examinando una gota de agua, podemos tener idea de

como es un océano. Analizando una chispa, imaginamos

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como es una hoguera. Teniendo en las manos un pequeño

cubo de hielo, arriesgamos decir como es un ventisquero.

Si la gota de agua nos da la idea de como es el

océano, la chispa, de la hoguera y el hilo del ventisquero,

¿por qué la bondad humana no nos daría la idea de la

bondad Divina?

La misericordia de Dios es infinita y eterna. Que eso

sea verdad, muchos concuerdan, sólo que no paran para

pensar lo que eso significa. A veces, paran, pero no para

descubrir lo que Dios habla sobre eso, pero si, para intentar

explicar aquello que aprenderán como verdad.

Existen muchas explicaciones para todo. Cuando

alguien está llorando, por ejemplo, y no quiere que nadie

sepa, puede decir, entre otras, esta: “he cortado cebolla”. El

hecho de podernos explicar de manera convincente no

significa que la verdad no pueda ser otra.

Si el infinito huye de nuestra comprensión y eterno es

algo que no tuvo inicio ni tendrá fin, ¿cómo podemos

limitar la misericordia divina, diciendo que se no nos

arrepentirnos hasta la muerte, seremos condenados

eternamente?

Cuando los hombres, pensando hacer justicia, llevan

alguien a la muerte, muchos perciben en ese gesto una señal

de ignorancia y no de justicia. Sin embargo, cuando eso

ocurre, es decir, cuando el hombre mata, él mata solamente

el cuerpo. Condenar al “infierno” es matar también el alma.

Delante eso, preguntamos quien sería peor: ¿el hombre que

mató el cuerpo o Dios que aniquiló el alma? ¡Qué

confusión! Todo tiene su precio. Pagamos de acuerdo con

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nuestras deudas. El castigo, que no pasa de auto castigo

tiene exactamente el tamaño de la infracción cometida.

Salvo que se quiera pagar más.

Nuestra capacidad de cometer errores llega a ser

mezquina delante de la Divina capacidad de perdonar. Esta

vida es infinitamente pequeña si comparada con la

espiritual. Si nuestros errores son tan insignificantes, el pago

también debe ser.

Cuando un niño entra en la escuela, puede tener

muchas dificultades y, muchas veces, hasta pensar que es

“burro”. Sólo después de cometer muchos errores, logra

aceptar alguna cosa. El profesor debe ser muy paciente para

acompañar el ritmo del niño. Caso no sea así, el proceso de

aprendizaje queda perjudicado, y ella puede, hasta mismo,

no lograr a aprender.

Nuestros errores, así como de los niños, no pasan de

intentos para acertar. Unos aprenden más rápido que otros.

La facilidad o dificultad, muchas veces, huye de nuestra

comprensión. De la misma manera se pasa en la vida.

¿Un maestro impaciente a punto de expulsar a un niño

con dificultades de aprender puede ser llamado de bueno?

¿Dios sería bueno si condenara Sus hijos al Suplicio Eterno?

¿No estaría privándonos de aprender? Cuando un profesor

echa a un alumno a la calle, este no es su hijo, y existen

otras escuelas. Por lo tanto, él no perdió su única

oportunidad de aprender. Pero, el mismo no pasa en

relación a Dios, porque Él es único, y una vez expulsados,

será para siempre.

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Dios es perfección absoluta, es nuestro modelo

mayor. A propósito, un padre ser modelo no es novedad.

¿Es cierto que existe algún padre que tiente como norma

perdonar solamente algunos tipos de errores o sólo hasta

determinado punto? Y si ese padre existiera, ¿sería cierto

considerarlo perfecto? ¿Podríamos decir que sea un buen

ejemplo para sus hijos?

Perdonar solamente algunos tipos de errores es algo

interesante, pues, si se perdona los más graves, podría, sin

duda, perdonar los más leves. Y si se perdonara solamente

los más leves, no hay en eso ninguna ventaja, porque quien

soporta los más graves, puede soportar los más leves.

A nosotros nos resulta extraño cuando un padre se

porta de esa manera, ¿Cómo podemos atribuir a Dios un

comportamiento de esos? Acostumbramos medir la salud

psíquica y/o emocional de una persona, de acuerdo con la

manera con la cual actúa delante de situaciones conflictivas.

Cuanto más se mantienen “enteras”, más es considerada

sana. Si delante de un determinado acontecimiento, vuélvase

extremamente nerviosa y cambia radicalmente de opinión,

eso no será visto como un comportamiento normal.

Como podemos ser tan incoherentes: si una persona

humana demuestra desequilibrio, ¿cómo podemos atribuir a

Dios tal hecho?

¿Decir que Él ha creado el hombre para la

inmortalidad, para gozar de las riquezas del paraíso, pero es

necesario que no cometa errores y que pida perdón hasta la

hora de la muerte, no sería considerarlo loco,

desequilibrado?

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Afirmar que Dios es bueno, es Justo y, al mismo

tiempo, creer que Él no perdona todos los pecados o no

perdona siempre puede generar en nosotros muchos

desequilibrios y hasta mismo mucha maldad. ¿Si Él, que es

bueno, portase de esa manera, quien somos nosotros para

practicar el bien o sernos justos?, ¿Qué incentivo tenemos

para ser buenos?, ¿Qué garantía tenemos para intentar?

Es muy difícil hacer copia perfecta cuando el original

no lo es. Dios es realmente Bueno y perdona, no solamente

algunos errores, pero si todos. Creer que existen pecados

que Él no perdona es llamarlo de débil, de incapaz, es

disminuirlo. Si existieran pecados que Él no perdonaría, sin

importar el motivo, no podría ser llamado de bueno ni de

grande.

Y si tuviera límite de tiempo para perdonar, no

podríamos decir que Su bondad y misericordia son eternas.

Dios es Justo. Acostumbramos afirmar eso, pero ¿lo será en

realidad? Decimos que Él es justo, sin embargo atribuimos a

Él comportamientos, que, si practicados por los hombres,

nuestra opinión cambia completamente.

Si padres expulsan de su casa una hija soltera por

estar embarazada, no faltará quien os acuse y defienda la

hija. Existe, incluso, alguien para acogerla. Qué bien,

logramos percibir lo que es cierto, justo, y lo que es erróneo.

Pero que malo, no raciocinamos de la misma manera en

respecto a Dios.

Con nosotros mismos somos más racionales y justos

de que con Dios. Creemos que las personas que están cerca

a nosotros son nuestros semejantes. Así nos ponemos en su

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lugar. Sin embargo, creemos que Dios está distante, que no

se parece en nada con nosotros, por eso no se puede saber

como Él es. Y lo que conocemos de Él, por medio de otras

personas, ya es lo bastante para percibir que cuanto menos

le molestamos, mejor, pues es muy complicado y

temperamental.

Es cierto que los otros son nuestros semejantes,

nuestro igual, un otro yo. Pero, nadie está más cerca de

nosotros que Dios. Nadie es más coherente, más lógico y

comprende más de nosotros que Él.

Cuando cometemos un error, es normal termos una

excusa para justificarlo, tanto para nosotros cuanto para los

otros. Pero, muchas veces, pensando ser listos, creemos que

merecemos castigo eterno. Esta es una grande equivocación.

Realmente, cometemos muchos errores y admitir

sinceramente es necesario. Sin embargo, Dios, que no

simplemente sabe más que nosotros, pues sabe todo, sabe

incluso nuestro origen, no tiene dudas de que seamos

capaces de progresar, de mejorar en todos los sentidos.

Acostumbramos decir que todo tiene su precio. Pero,

una misma mercancía, por ejemplo, a veces, tiene muchos

precios diferentes. Varía de una tienda para otra, eso dentro

de la misma ciudad, de un estado para otro y aún de un país

para otro. También existen cosas muy semejantes y que por

eso es muy difícil percibir la diferencia y poder justificar la

variedad de precios.

Más sutil que la diferencia de las cosas y más

variables que sus precios, somos nosotros. Podemos

cometer un gran error y sernos condescendientes o cometer

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una pequeña falta y aplicarnos un gran castigo. Eso varia de

una persona para otra y de un momento para otro.

Muchas personas afirman que la enfermedad es

consecuencia del pecado, y de alguna manera tiene razón,

porque pecar es “salir de la línea”, salir del camino, es

romper la armonía. Y no habría enfermedades si no hubiera

inarmonía. Eso causa culpa y la consecuencia es el auto

castigo. Sin embargo, el pecador necesita a alguien que le

ayude a volver para el camino, para su estado armónico, y

no de un empellón que o tire todavía más lejos.

En nuestra realidad física, también, quien sale de la

senda puede dañarse demasiado. No son pocos los

accidentes que se pasan cuando salimos del camino. Existen

servicios de emergencia que, invariablemente, trabajan día y

noche, porque no se tiene hora para dañarse.

Cuando un servicio de emergencia deja de atender a

alguien por algún motivo y el paciente muere o que tenga su

estado de salud agravado, muchos son los cuestionamientos

y, generalmente, se concluye que los “socorristas” fallaran.

La vida es de hecho emergencia máxima, no importa

el tamaño del crimen, pecado o error practicado. ¿Pero, si

esa vida es de tan gran importancia, aunque sea menor que

un abrir y cerrar de ojos en la eternidad, no sería de suponer

que la vida espiritual fuera más importante? ¿Si los

empleados del servicio de emergencia están equivocados,

cometen crimen cuando, por alguna razón, no cumplen su

papel, podríamos nosotros, persona sensata, aceptar que

Dios pueda condenar a alguien al infierno, fuego o suplicio

eterno?

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Hay por parte de autoridades religiosas muchos

comentarios en respecto a esa cuestión: “dos pesos y dos

medidas”. Cuando condenamos los hombres porque no

lucharan o porque no salvaran vidas, incluso de animales, y,

al mismo tiempo, atribuimos a Dios un comportamiento

infinitamente más criminoso que es matar almas, ¿no

estaríamos nosotros utilizando de “dos pesos y de dos

medidas”?

Para todo en esta vida existen muchas explicaciones.

Muchas maneras de entender la misma realidad. Una

palabra puede tener varios significados. Cada uno puede

interpretarla de forma distinta. Justicia es una de esas

palabras. Unos roban, otros matan, en su nombre. Además,

las mayores barbaridades son siempre cometidas con la

intención de hacer justicia.

Si charlamos con un ladrón y este sea sincero, va a

decir que la vida, el mundo, Dios, son todos muy injustos

con él. Lo que él ha hecho o lo que hace, es nada más nada

menos que justicia. Así también proceden los que matan.

Hay todavía, aquellos, que hacen las leyes o las ejecutan,

pero que a veces roban o matan creyendo hacer justicia.

Justicia, muchas veces, es confundida con venganza.

¿Pero, qué es justicia? ¿Sería sinónimo de venganza? Hacer

justicia debería significar hacer el bien a alguien que lo

merecía, pero que no lo recibió.

Estamos tan acostumbrados a confundir el mal, el

castigo, la venganza con la justicia que hasta Dios tiene

hablado, por medio de muchos profetas actuales, en esos

términos, porque sólo así somos capaces de comprender.

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Es muy difícil creer que somos responsables por todo

lo que se pasa a nosotros. Estamos acostumbrados a acusar y

a responsabilizar los otros, a sentirnos víctimas de la vida,

de Dios, del destino: nos parece imposible cambiar eso.

Cambiar de actitud, de vida, transformarse o convertirse,

exige de nosotros coraje y fuerza de voluntad. Es mucho

más fácil acomodarse, incluso en el sufrimiento, que tomar

una actitud. Si podemos acusar a los otros y pasarnos por

“victimas” ¿por qué cambiar? Saber y creer que somos los

únicos responsables por todo lo que pasa a nosotros es algo

muy serio.

Condenar nos remite a la idea de paralizar, perdonar

nos remite a libertar: significa ¡viva, va a la lucha, coraje!

Como estamos acostumbrados a echar la culpa a los demás,

queda más fácil decir que Dios no nos perdona que asumir

que equivocamos. Así que, no luchar es un error doble,

porque la única manera de arreglar un error es haciendo

algo. Sólo se equivoca quien hace algo, pero también es la

única manera de acertar. Cuando en una prueba contestamos

todas las cuestiones, podemos nos equivocar en algunas,

pero si al revés, por miedo de no acertar, dejamos la prueba

en blanco, sólo nos queda una certeza, la nota es cero.

Nosotros consideramos la muerte “un punto final”, o

término de todo. La realidad puede no ser bien así. Cambiar

la ropa nos modifica mucho, pero seguimos siendo los

mismos. A veces, estando llenos de problemas, hacemos un

viaje para olvidalos. Pero es frustrante, porque, cuando

llegamos al destino percibimos que os llevamos con

nosotros.

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Hay mucha gente viviendo en la luz de la muerte con

la intención de librarse de todos sus problemas y encontrarse

con Dios. Cuando esperamos ansiosamente por algo,

normalmente, el resultado es frustrante. La mejor manera de

esperar es viviendo cada momento como si fuera el único.

Quien no vive hoy en la luz del futuro jamás será feliz.

Quien quiere encontrar a Dios hoy, difícilmente lo

encontrará mañana.

Tenemos la presencia de Dios, no somos “dioses”,

pero Sus hijos. Por eso es imposible apartarnos de Él,

porque Él es parte de nosotros. En respecto a la cuestión “si

Él perdona o no”, decimos que: si no fuéramos libres ni los

únicos responsables por todo lo que pasa con nosotros, aún

así podríamos contar, seguramente, con su perdón, porque,

estando presente en nosotros, no nos perdonar o

condenarnos sería el mismo que apartarse de Sí mismo.

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7. Dios es Padre, Hijo y Espíritu

Santo

Muchas personas argumentan que la Santísima

Trinidad es “compuesta” por Dios Padre, Hijo y Espíritu

Santo, no porque ven en eso algún fundamento, pero si

porque fue así que aprenderán. Cambiar, realmente, no es

fácil. Es muy fácil creer, ciegamente, en aquello que está

escrito, porque eso nos liberta de responsabilidad, una vez

que no hemos sido nosotros quien o escribió. Como

acostumbramos decir: “vendo lo que compré, no me

comprometa”.

Tenemos mucha dificultad en aceptar el diferente, el

nuevo. Eso asusta, paraliza, choca, desestabiliza, provoca

miedo. Miedo a errores, miedo a que hablen de nosotros,

miedo a exponernos, miedo al ridículo de ser diferente. Dios

es conforme nuestras necesidades. Si necesitamos de Padre,

Él es Padre, si necesitamos de madre Él es madre, si

necesitamos de amor, es Amor.

La idea de un Dios Padre, seguramente, nos fue

pasada debido a una sociedad paternalista y machista y una

total desvalorización de la mujer y de la figura femenina de

manera general.

La idea del Espíritu Santo fue introducida como la

única manera de explicar que Dios, aunque sea Persona, está

también en nosotros, porque es muy difícil entender que

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Dios está en todo y al mismo tiempo. Principalmente, que Él

pueda estar también dentro de nosotros.

No debemos creer que lo que está escrito es la única

verdad, porque esta no es estática. No es igual ni para toda

la humanidad en el mismo tiempo, mucho menos para todos

los tiempos. Ella cambia conforme la capacidad de

comprensión de los pueblos, de la humanidad de manera

general.

No nos debe importar si Dios es Uno o Trino. Lo que

realmente importa es que somos todos buenos, porque

hemos sido hechos por un Ser que es pura bondad y

misericordia. Mientras nos preocupamos con las personas

Divinas o con Su forma, nos olvidamos de su esencia. Y Su

relación con nosotros, que es lo que de hecho importa,

queda perjudicada.

Acostumbramos discutir sobre la Santísima Trinidad,

mientras nos olvidamos que Dios está en nosotros, que está

nos oyendo y, muchas veces, intentando hablar. No tenemos

tiempo para oírlo. Estamos muy ocupados discutiendo algo

de manera intelectual que no tiene nada que ver con

nosotros y tampoco con el propio Dios.

Muchos alegan que la tercera persona de la Santísima

Trinidad es de hecho el Espíritu Santo, porque Jesús muchas

veces hizo referencias a Él. Sin embargo, se olvidan de

pensar un poco más en eso.

Si Jesús hubiera dicho que Él propio vendría consolar

y santificar, nadie lo comprendería. Iban querer verlo en la

forma que estaban acostumbrados. Y si dijera que el Padre

era consolador, también no entenderían, porque no podían

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creer que Dios Padre pudiera ser así tan disponible a punto

de, personalmente, consolar a Sus hijos. También, no era

posible entender que ese Padre pudiera estar dentro de Sus

hijos. Lo que Jesús dijo era la única verdad que algunos

estaban preparados para oír. No podía ser de otra manera,

pues ellos no eran capaces de comprender.

Nosotros no charlamos con un niño de la misma

manera que charlamos con un mayor. Si un adulto que

recibió una determinada información cuando niño quiere

hacer esa información valer para su vida adulta, eso nos

resulta muy extraño y seguramente vamos llamarlo de

inmaturo o cosa semejante. Es exactamente eso que estamos

haciendo cuando tomamos como verdad solamente aquello

que ha sido hablado por Jesús mientras estaba presente,

físicamente, entre los hombres.

Cuando nuestros padres, viejitos, demuestran

dificultad de actualizarse, nosotros les llamamos

retrógrados, sin embargo es así que estamos nos

comportando cuando no aceptamos que Dios nos dé nuevas

informaciones sobre Sí mismo o sobre cualquier otro tema

que hasta ese momento dejamos de un lado. No debemos

dudar de que lo que está escrito fue inspirado por Dios. Pero

necesitamos recordar que Él inspiró una verdad escrita por

personas condicionadas a un tiempo y cultura determinado,

es decir, seres humanos como nosotros. Lo que escribieran

fue de hecho inspirado por Dios y son verdades eternas,

pero tarde o temprano, tiene que ser decodificadas o

actualizadas según la época en que la humanidad esté

viviendo.

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Hubo época en que era considerado totalmente

imposible al hombre llegar a la luna, o que fuera posible

tener un ordenador que hiciera lo que se hace hoy, o un

medio de transporte tan eficiente como lo que tenemos. En

aquella época, quien lo dijera sería llamado loco y, quizás,

hasta quemado vivo por afirmar esos absurdos. Sin

embargo, eso es realidad.

Es interesante observar que la humanidad acepta sin

problemas la modernización, el progreso en muchos

sectores de la vida. En respecto a Dios la humanidad cree

que no puede cambiar nada. ¿Si quien está vivo desarrolla,

crece, cambia, piensa de esta manera no sería lo mismo que

considerarlo muerto o inanimado? ¿Si Él no puede hablar

hoy, es cierto que realmente habló ayer? La humanidad está

pasando por un período de cambios y de grandes

revelaciones, aunque, a veces, aparentemente

contradictorias. Dios está, de hecho, portándose de manera

muy evidente, muy clara. Eso significa que la humanidad

está, de alguna manera, preparada para lo que está se

pasando. ¿De alguna manera? Porque solamente algunos

enseñan, en ese momento, capacidad para comprender lo

que está se pasando. Sin embargo, Dios actúa de esa forma

sabiendo que jamás todos estarán preparados.

En una escuela, no se deja de enseñar adecuadamente

para el “último año” porque todavía tiene gente en el

primero. Si fueran esperar que todos lleguen al último, eso

jamás se pasaría, porque muchos no logran acompañar el

ritmo de los otros. Cada uno tiene su propio ritmo. Sería

ignorancia querer que todos sean iguales.

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Está ocurriendo algo muy curioso en respecto a la

abertura para nuevos conocimientos, para nuevas

revelaciones de Dios. Aquellos que son mas religiosos no

están se abriendo para el nuevo. Los otros que, muchas

veces, son mal vistos por parte de los religiosos están más

abiertos y son los que más aceptan las instrucciones divinas

de la actualidad.

Eso puede estar se pasando por la siguiente razón:

aquellos que no aceptan las religiones debido a cosas o

detalles que no concuerdan, salen en busca de la verdad y

cuando la encuentran la aceptan. Y aquellos que aunque no

concuerdan fingen concordar y tampoco aceptan

cuestionamiento, argumentan que lo que está escrito es la

única verdad.

Creer, ciegamente, en todo lo que está escrito, sólo

porque está escrito, sin cuestionar si es o no verdad, sería lo

mismo que comer todo que nos ofrecen, porque “si nos

ofrecen es bueno y sabroso”. Una cosa es ser verdad, y otra

bien distinta es “ser verdad hoy”. La Santísima Trinidad

jamás fue predicada o enseñada por Jesús. Él apenas se

refería al Dios Padre para nos enseñar que tenemos un Padre

Celestial, y no para decir que ese Padre era la primera

persona de la Santísima Trinidad. Dijo que Él y el Padre son

uno y lo mismo, por lo tanto, afirmó que es Dios.

Pero en ningún momento, Él habló que era la segunda

persona de la Santísima Trinidad. Se refería al Espíritu

Santo como el Paráclito, el consolador. Sin embargo, jamás

afirmó que Este era la tercera persona de la Santísima

Trinidad. La Santísima Trinidad fue una conclusión del

hombre que creía que Jesús es el Hijo de Dios y no el Dios.

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No aceptan que Él haya usado un género catequístico,

haciéndose nuestro hermano para nos enseñar que Dios es

nuestro Padre.

No nos debe importar si Dios es Uno o Trino. Eso no

hace diferencia para nosotros, pues también somos uno con

Él y todo el Universo. ¿Qué es lo que importa si son tres

personas en uno sólo Dios si Él está en todo? Mientras

muchos teólogos pasan la vida entera intentando probar que

Él es Uno aunque sea Trino, hay una infinidad de personas

infelices, no porque no lo sepan, pero si por no tener,

tampoco, oído hablar que Él existe. No saben que tienen un

Padre Misericordioso, por eso siéntense perdidas,

desprotegidas y desamparadas.

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8. Santísima Trinidad: Familia

Divina

Dios es modelo completo, perfecto en todo. Es

esencia pura, matriz excelente absoluta. Es el todo de todo.

Es la perfección máxima, el poder absoluto, la esencia

mayor. Máximo de los máximos.

Nuestra vida, aquí en la Tierra, es un ensayo para la

otra vida. Cuando los artistas se proponen a hacer un

trabajo, presentar una función, por ejemplo, tienen en mente

un modelo a ser seguido, un objetivo a alcanzar. Al

contrario, no habría progreso, pues no sabrían cual dirección

seguir. Todos los ensayos pretenden llegar al objetivo, que

es la perfección cada vez mayor.

Así es la vida. Vivimos un ensayo y tenemos un

modelo a seguir, a imitar. En el teatro, hay una lucha

constante por la perfección, por agradar siempre más. En la

vida, caminamos para la perfección y agradar a Dios es

nuestro objetivo aunque no lo creemos. Eso, para muchos,

es visto como falta de libertad, pero no lo es. Esta es

nuestra realidad. Lo que nos quita la libertad es creer que no

somos libres.

Si tenemos un propósito, el único objetivo es

realizarlo. Existe una infinidad de medio y de maneras para

alcanzar a ese objetivo. Somos nosotros mismos que

elegimos como hacer. Hay medios más prácticos, más

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rápidos, más eficientes y otros menos. Depende de nosotros,

de nuestra elección. Podemos llegar “allá” dentro de algunas

horas, días, semanas, meses o años. La elección es nuestra.

Nuestra vida tiene origen en una familia sea más o sea

menos perfecta. Pero siempre es una familia. Ningún ser

humano existe, viviendo aquí, sin haber tenido un padre y

una madre. Observamos durante nuestra vida que las

personas son más o menos sanas, equilibradas, dependiendo

de su origen. Incluso de su vida familiar actual. Concluimos

con eso que la familia es más importante de lo que se

piensa.

Si la familia es tan importante, ella es imprescindible

para nuestra existencia. ¿En ese caso, cómo queda la idea

de que Dios es modelo en todo para nosotros? Cuando no

tenemos modelo, no tenemos referencial, no tenemos como

seguir en frente. Cuanto más claro el objetivo, más firme,

más rápido caminase en su dirección.

Cuanto más sana la familia, más sanos son sus

miembros. Eso significa que todos nosotros, de alguna

manera, precisamos de una familia. Siendo nuestra vida un

ensayo en busca de la perfección, debe existir, en el plano

espiritual divino, una familia que pueda ser modelo ideal.

Hay, en nuestro medio, una búsqueda constante de valorizar

la figura femenina que, a pesar de todo, aún está un poco

desvalorizada, aunque hoy esté bien mejor que

antiguamente. Pero, hay “mucho suelo por delante” para que

ella alcance su debido valor.

¿Es cierto que hace falta un modelo adecuado? ¿O ya

existe y todavía no nos enteramos? Acostumbramos afirmar

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que una casa sin mujer no tiene gracia, que un toque

femenino es siempre bienvenido, que la mujer es el “pie

derecho” de la casa, y otras cosas más. A pesar de todo, ella

sigue siendo tratada como objeto desechable. Cuanto más

femenina, más expuesta está al riesgo de ser vista como

masculina, “lesbiana”. No existe respeto. Cuando piensa

buscar sus derechos, los pierde, pues toma como suyos los

derechos de los hombres. Pasa a luchar por cosas que no le

tocan, pero si a los hombres.

Una mujer que sabe lo que son ropas femeninas y

necesita de ropas, lucha por ellas, es decir, por ropas

femeninas. Pero, si no lo sabe, puede que, por falta de

conocimiento, luche por ropas masculinas.

Derechos iguales no significa que las mujeres deben

“vestir la misma ropa” que los hombres, pero que deben

“vestirse” tan bien cuanto los hombres. La lucha, la

búsqueda, debe ser para suplir sus necesidades no para

equipararse a los hombres. Es más o menos como si un hijo

mayor y otro menor, por tener los mismos derechos,

pidieran a los padres ropas exactamente iguales. Es así que

muchas mujeres se comportan cuando piensan estar

defendiendo sus derechos, exigiendo igualdad a los

hombres.

Nosotros, seres humanos, en general, somos muy

apresurados. Casi nunca estamos contentos con nosotros.

Cuando empezamos hacer alguna cosa, luego en seguida

cambiamos para otra. De manera desordenada, mezclando

todo, normalmente, lo que logramos es un gran alboroto y

nada más.

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Así, hacen muchas personas que eligen y después se

quedan en duda si hicieran o no la elección correcta; si

siguen o no con la elección hecha. Así pasan toda la vida

sin saber, exactamente, lo que son y lo que quieren.

Si tenemos consciencia de nuestra libertad de elección

y de nuestra eternidad, queda bien más fácil asumir lo que

somos. Somos lo que elegimos ser. Si así escogemos, no lo

hicimos por acaso. Por eso, debemos hacer el posible para

ser, de hecho, aquello que elegimos.

Es raro darnos cuenta de dos cosas al mismo tiempo.

En general, cuando queremos hacer todo de una vez,

principalmente si son cosas antagónicas, resulta que no nos

sale bien cosa alguna. Si así es en la vida de manera general,

seguramente lo es también en respecto al sexo. Una persona

que se gradúa en medicina, por ejemplo, no se realiza

profesionalmente si después de graduada pasa a ejercer la

profesión de ingeniero.

El organismo de la mujer está preparado apenas para

ser mujer y lo del hombre para ser hombre. Eso es ley divina

y natural. No se trata de querer condenar a nadie, pero

apenas de informar, de esclarecer y recordar que cada cosa a

su tiempo; hay un tiempo para cada cosa.

Una familia completa, sana, es compuesta por un

hombre que ejerce consciente e inconscientemente el papel

de hombre/padre, una mujer que ejerce lo de mujer/madre e

hijos que ejercen solamente el papel de hijos.

Hay mayor armonía familiar a medida que cada uno

de sus miembros más se acerque del ideal, de su propio

papel. Esa armonía es verdadera, es real, no sólo entre los

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miembros de la familia, pero si también dentro de cada

individuo. Como si cada uno fuera una familia. Esto ocurre

todavía con la sociedad que es una especie de familia. Cada

nación, cada planeta es una familia, y el universo es la

Familia Mayor.

A medida que convivimos mejor con nuestros

familiares, convivimos mejor con nosotros mismos, con los

demás familiares, con la sociedad, con el Universo y con

Dios. Cada persona tiene dentro de sí una familia, pues, para

ser sana, ella necesita estar bien o estar de bien con su

padre, con la madre y con el hijo que está dentro de sí

mismo.

¿Si la persona humana es así tan completa y

compleja, podría Dios, que es completo en todo, ser apenas

masculino?

Dios es todo. Es infinitamente grande, pero,

infinitamente pequeño. Es más grande que el universo y más

pequeño que un átomo. Muchos teólogos pasan la vida

discutiendo. Unos quiere probar que Él es un ser personal o

una persona. Otros intentando probar que Él es pura energía,

porque entienden que, para que esté al mismo tiempo en

todo el universo, es necesario que sea pura energía. Ellos

todavía no se dieran cuenta que están perdiendo tiempo,

porque discuten la misma cosa. Todos están con la verdad.

Sus premisas son verdaderas. El único gran error de todos es

pensar y afirmar que sólo ellos conocen la verdad y nadie

más.

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Todo lo que afirman en respecto a Dios es verdadero,

porque Él es Todo, es decir, además de persona, también es

energía.

Nuestra vida en la Tierra es de hecho una réplica del

Cielo. En la Tierra vive el hombre, señor absoluto de todo.

La mujer casi no es notada. A ella se refiere como “la mujer

del fulano”, “la madre del mengano”, la amante, la hija del

Zutano” y así sigue. Intentase cambiar, pero el progreso

todavía es muy pequeño. Eso se pasa porque nos hace falta

un modelo en el cielo. Por eso, así es: en el cielo, manda

Dios, el grande masculino, y en la tierra manda el hombre,

un pequeño ser, pero, masculino.

Si Dios, siendo masculino, reina sobre todo el

Universo, ¿por qué no habría el hombre de reinar sobre todo

en la Tierra? Delante de eso, preguntamos ¿por qué tanto

miedo de competencia? Entonces, ¿Cuál es el peligro?

¿Quién estableció el masculino como Señor en el cielo y en

la tierra?

Dios es todo, pero si lo clasificamos como “espíritu”

no es masculino tampoco femenino. Luego, afirmar que es

masculino es falso. Si podemos decir que es masculino,

podemos perfectamente y con toda certeza decir que es

femenino.

La mujer sólo será respetada cuando superar el valor

que tiene. Para reconocer su propio valor, no necesita y no

debe compararse al hombre. Su valor existe independiente

del hombre. Quien sabe el valor que tiene no intenta ser

igual o mejor que nadie.

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Una pareja formada por personas que reconocen su

propio valor, es decir, que saben cuanto son importante, es

una pareja de personas “enteras” que están juntas por amor

y porque quieren construir una familia. No en la búsqueda

de algo que les hace falta, porque quien busca en el otro

apenas aumentar su propio valor o sentirse más importante

va a traer para si alguien que esté en las mismas

condiciones.

Así, serán solamente competidores los que están

juntos por interés y no por amor que es la base de toda

unión. Valorizar la mujer no significa, en ninguna hipótesis,

disminuir o desvalorizar el hombre, apenas reconocer que

ella tiene también su valor. El hombre no pierde con eso, al

revés, gana mucho.

Debido a prejuicios, ideas o sentimientos de que la

mujer no tiene tanto valor cuanto el hombre, muchas

mujeres intentan vengarse. Aunque eso ocurra

inconscientemente puede provocar muchos conflictos y

aumentar la confusión sexual entre nosotros.

Dios o la Divinidad, siendo nuestro modelo, no debe

seguir pasando apenas por masculino, porque ofrece

condiciones para que la humanidad jamás reconozca que la

mujer es importante igual que el hombre.

Jesús afirmaba que quien Lo vía, vía también el

Padre. Quien Lo conocía, conocía también el Padre, porque

los dos eran una sola persona. En respeto a su Madre, no

dijo casi nada, sin embargo, todos sabemos que la mujer era

muy mal vista. Él hizo algunos intentos de valorizarla, pero,

respecto a Su madre, según lo que está escrito, Él no era

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muy gentil. Eso nos deja una pregunta: ¿Jesús, realmente, se

comportaba de esta manera en respecto a Su madre? Quizás

lo hiciera, porque lo que hizo ya fue lo suficiente para que lo

mataran.

.Dios es completo, entero, perfecto. Para Él o por Él,

no hace diferencia lo que pensamos de Él. No necesita de

esposa o hijo, no necesita de una familia. Somos nosotros

que necesitamos de padre, madre y hermanos, por eso sería

muy importante si tuviéramos en el “cielo” una Familia

Divina como modelo.

¿Qué es el Espíritu Santo sino la acción de Dios en

nosotros? Si Dios es Padre, es Espíritu y es Santo, por lo

tanto, puede ser llamado de Espíritu Santo. El Hijo es,

también, Espíritu y Santo, luego, puede, todavía, ser

llamado de Espíritu Santo. ¿Por qué necesitamos de una

tercera persona con la misma denominación? Si en el Padre

“contiene” el Hijo y en el Hijo “contiene” el Padre y los dos

son Espíritus y son Santos, podemos afirmar que ambos nos

envuelven o nos invaden son Su Soplo. ¿Por qué llamar

también a Este de Espíritu Santo y afirmar que es una

tercera persona?

La acción de Dios en nosotros es muy importante. Si

es o no una persona eso no nos importa. Nuestro modelo de

menor sociedad, esencial y necesaria para nuestra

supervivencia y salud es la familia. No podemos afirmar que

una familia está completa cuando tiene apenas el padre y un

hijo. Por lo tanto, la Trinidad, el ideal para nosotros, hoy

sería Dios Padre, Madre e Hijo, siendo así un modelo ideal

de familia y de sociedad para todos.

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9. El Bien viene de Dios y el Mal

viene del Hombre

El bien es fuerte y el mal es débil, porque Dios es el

bien. Por eso el bien es eterno y el mal es pasajero.

Nada existe fuera de Dios. Él está en todo. Como si

estuviéramos zambullidos, sumergidos en Él. Somos todos

hermanos, porque somos todos hijos de Dios. Salimos, o

sea, estamos en el mismo útero. Nuestro desespero es

simplemente falta de información, falta de fe. ¿Si estamos

zambullidos, humedecidos por Él, por dentro y por fuera,

por qué tener miedo o ponernos nerviosos o desesperados?

¿Por qué practicamos hechos que sólo nos hacen mal,

nos hacen sufrir, si quien practica el mal es quien más lo

recibe? El mal practicado contra alguien o alguna cosa se

revierte infaliblemente contra quien lo practicó. No se

refiere a algo que puede o no acontecer, es algo de

inmediato, pero que normalmente no hacemos conexiones

con lo que hemos hecho. Eso nos da la impresión de que no

somos libres, sin embargo, es exactamente aquí que se ve

nuestra libertad, pues, como hijos de Dios, no seríamos de

hecho libres si no pagáramos por todos nuestros errores.

Podemos usar nuestra libertad para hacer el mal, pero como

consecuencia el mismo mal, quizás con “otra cara”, nos

atinge.

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Conscientemente, las personas en general no saben

que el mal hecho a los otros es revertido a sí mismo como

auto castigo. Inconscientemente, pero, todos lo saben.

Practicar cualquier acción mala contra los otros es el mismo

que buscar sufrimiento para sí propio.

Quien practica el mal se pune, sufriendo más de lo

que hizo sufrir, porque sufre no sólo por lo que de hecho

hizo, pero si por lo que pretendía hacer. Lo mismo acontece

a quien hace el bien, no sólo recibe por lo que hace, pero si

también por lo que tenía intención de hacer.

El mal, de hecho, no existe, es cuestión de

interpretación, de punto de vista. La Justicia Divina está

presente en todo. Lo que muchas veces llamamos de castigo

o desgracia es siempre lo mejor para nosotros, en aquel

momento. Nuestra manera de ver el mundo, nuestra

capacidad de juzgar las cosas, nuestra comprensión de los

hechos es muy pequeña delante de la realidad. Eso no

significa que se debe cruzar los brazos y esperar que todo

acontezca por sí sólo. Debemos luchar por aquello que

creemos ser el cierto, la verdad, el bien. Pero lo que pasa a

nosotros es siempre lo mejor posible en aquel momento, lo

que no significa que debe seguir se pasando.

Dios nos ama, cuida de nosotros, nos protege, nos

envuelve. No dormita, no descuida, no duerme. No se

impacienta, no se aparta y no se enfada con nadie. El bien

viene de Dios, y el mal viene del hombre. El bien es como la

fuerza, la energía, el camino o el caminante. El mal es

apenas las espinas de la caminata.

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Dios es el bien y quiere para nosotros la felicidad. Él

sabe que el bien siempre vence y que el mal es pasajero

igual que las travesuras de un niño, que puede, metiendo el

dedo en la toma de corriente, sufrir un choque, pero que

aprende que no se debe hacerlo.

Quien roba es, de alguna manera, robado. Robar y

matar es, de hecho, la misma cosa, porque quien mata quita

la vida a alguien y quien quita lo que es de otros está

robando. Al portarse así, atrae para si algo semejante para

aliviar su culpa.

El cierto, así como el erróneo, es cosa muy relativa.

Depende de la educación y también de la evolución de cada

uno. Por ejemplo, si aprendemos que matar pajaritos es

crimen contra la naturaleza y la vida y así mismo lo

hacemos, este hecho va a pesar en nuestra consciencia y

puede traernos como consecuencia algún sufrimiento como

auto castigo.

Sin embargo, si aprendemos que pajaritos existen

para que sean muertos por nosotros, no vamos sentirnos

culpables. Cortar un árbol puede ser un crimen para uno y

para otro no ser más que un procedimiento normal, común,

habitual, que no resulta en ninguna culpa.

Hubo una época en que los hombres mataban unos a

los otros e incluso comían sus carnes, y eso no era erróneo

para ellos, porque no habían aprendido que no debían

hacerlo. Pero, hoy, muchos saben, tienen consciencia de que

matar un animal o destruir un árbol sin motivo justo es

pecado, es crimen, es mal y resulta en auto castigo

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Nadie puede dar aquello que no tiene. Cuanto más

aprendemos, más nos es cobrado, porque más tenemos para

dar. Un profesor no puede aplicar una prueba o exigir de sus

alumnos un aprendizaje que ellos todavía no lo tuvieran.

Así como, en una misma clase, unos alumnos

demuestran saber más que otros, lo mismo se pasa en la

vida, en nuestro mundo, donde la noción o consciencia de lo

que es cierto y de lo que es erróneo varía demasiado de uno

para otro. Un comportamiento totalmente condenado por

unos es tranquilamente aceptado por otros como algo

normal. Esa diferencia de valores genera muchos conflictos.

Hace que unos condenen otros por errores, visto como muy

graves por los primeros y practicados, hasta mismo de

manera ingenua, por los segundos.

Sería muy importante si hubiera una mayor

comunicación entre todos los pueblos, naciones, para que

esa discrepancia pudiera ser amenizada. La falta de

comunicación hace la situación agravarse, porque

difícilmente nos recordamos que los valores “del otro”

pueden ser diferentes de los nuestros. Lo que es cierto para

nosotros ni siempre lo es para otros. Y lo que es pecado o

erróneo para unos, muchas veces, no lo es para otros. Por

eso facilitaría mucho saber “como es el otro”, cuáles son sus

valores, es decir, que es cierto y que es erróneo bajo su

punto de vista o según su educación y sus orígenes. Es

obvio que debemos tener normas generales que sirvan para

todos, pero, al mismo tiempo, es necesario tener en la mente

esa cuestión antes de condenar a alguien por acciones que

juzgamos erróneas, porque para el otro es normal y buena.

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Si los componentes de un cuerpo de jurados tuvieran

dentro de sí, de manera clara y bien definida, la diferencia

de valores, seguramente muchas personas que hoy llenan las

celdas estarían felices y sanas junto a sus familiares. La

población nada tendría a perder con eso, porque la gravedad

del error es equivalente a nuestra manera de verlo. En otras

palabras, lo que es considerado un crimen por los jurados

puede no ser ni dudoso para el reo.

En la familia, muchas desavenencias podrían ser

evitadas si considerásemos las diferencias de cada uno. Lo

que está mal, lo que hace daño a la esposa en el

comportamiento del marido puede ser visto por él de manera

completamente diferente. Lo mismo se pasa con el marido

en relación a su esposa. En relación a los hijos, los padres se

sorprenden si piensan que los valores de ellos son iguales a

los suyos. Cada uno es único en todo, por eso, si quieren

conocerse es necesario mucho diálogo, respeto y

comprensión entre todos.

La familia es de hecho una pequeña sociedad, donde

cada uno es diferente al otro. Son exactamente esas

diferencias que hacen con que todos crezcan y aprendan a

convivir unos con los otros y, de esta manera, estén

preparados para vivir en el mundo.

Los gobernadores, y demás jefes de estado, debería

ser elegidos entre los que más comprenden y respetan las

diferencias individuales. Nadie da aquello que no posee. De

nada sirve querer que el político sea un excelente

gobernante simplemente por haber sido escogido por el

pueblo. Si al elegirlo nadie pensó que no era suficiente

conocerlo, pero que el principal era saber si él conocía los

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“demás”. No basta conocerlo, es necesario, primeramente,

que él conozca y sepa respetar la manera de ser de las otras

personas. Para eso, no necesitamos ir lejos, basta observar

como el candidato trata sus propios familiares,

principalmente sus hijos.

La maldad es, nada más nada menos, que

comportamientos o actitudes que hacen daño a alguien.

Comportamientos que son vistos como inadecuados por

muchos y, especialmente, por los que sufren sus

consecuencias, pero que no pasan de acciones malas y nada

más. Acciones que vienen siempre de individuos que

piensan, por alguna razón, que están ciertos.

El objetivo del maleante no es hacer el mal, pero si,

vengarse por males que los otros han hecho. Luego, quien

practica el mal tiene intención de hacer el bien para sí

mismo. Como hechos son apenas hechos y no pueden ni

deben ser confundidos con las personas que os practican, no

podemos afirmar que el “mal”, de hecho, exista, porque sólo

lo practica quien está enfermo, pues nadie es malo, todos

son hijos de Dios, Él es Bueno.

Si así es, todos son buenos y no pueden ser vistos

como malos, sin recuperación, porque todos tienen cura. El

“Mal”, mientras esencialmente “Mal”, no existe. El bien es

permanente, es eterno. Ser bueno es la regla, el normal, el

sano.

No solamente los jefes políticos deberían ser elegidos

entre los que más entienden de personas y de sus diferencias

individuales, pero si también los profesores, padres,

pastores, rabinos, etc., es decir, todas las personas que de

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alguna manera sean responsables por un mayor número de

personas.

Dios es nuestro todo, por lo tanto es nuestro modelo.

Él respeta la manera de ser y de actuar de cada uno de

nosotros. Es paciente, sabe esperar. Sabe que uno más

temprano y otros más tarde, unos por un determinado

camino y otros por otro, todos llegarán a la perfección.

Jamás igualada a la perfección de Dios, pero aún así es un

estado de gran perfección. Si nuestro modelo actúa de esa

manera, sin cobrar nada además de que podemos dar, sin

exigir cambios rápidos, sin establecer límite de tiempo,

respetándonos en todo y amándonos siempre, ¿será que

estamos intentando imitarlo?

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10. ¿Ángeles o Angelicales?

Ángeles son buenas personas y no importa si están

muertas o vivas, es decir, si están o no físicamente presentes

en este mundo.

Nuestro espíritu no está totalmente pegado a la

materia. Así como en pensamiento somos capaces de estar

en otro sitio, también podemos, espiritualmente, estar en

otro sitio al mismo tiempo.

Nuestro espíritu puede, aunque esté vivo y despierto,

cumplir tareas que sólo se refieren al espíritu. Pero, lo que

pasa con este, normalmente, queda solamente en el

inconsciente, o sea, no tomamos consciencia.

A nosotros nos resulta extraño que nuestro espíritu

ande por el universo ejecutando tareas desconocidas para

nuestra mente consciente. Sin embargo, bajo la visión del

espíritu, eso es una cosa normal, natural, así como es para

nosotros caminar de la habitación para la cocina en nuestra

casa.

Los espíritus son mejores o peores porque se

encuentran en este estado. La bondad así como la maldad es

una característica del espíritu y no del físico. Nadie mejora o

empeora cuando se muere.

Hay una grande interdependencia entre físico y

espíritu, pero eso no impide que el espíritu cumpla su

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misión como espíritu y como un ser humano común. Mismo

estando despierto, nuestro espíritu logra ejecutar tareas que

sólo a él concierne, pero actúa de manera mucho más libre

mientras dormimos. En este estado, no hay preocupaciones

con el físico, pero, estando despierto y en actividad, el físico

puede estar corriendo riesgos. Una persona mientras

conduce, por ejemplo, necesita estar atenta para que no sufra

un accidente.

Nuestro “espíritu” al ejecutar tareas inconscientes,

para nosotros no sale, de hecho, del cuerpo. Mismo estando

“aquí”, está también allá. Se refiere en estar, al mismo

tiempo, en más de un sitio y de hacer más que una cosa por

vez.

Conscientemente somos más limitados, pero, aún así,

logramos ejecutar diversas tareas al mismo tiempo. También

somos más relacionados a materia, somos más materia. Así

como el físico, también el consciente es limitado. Y así

como el espíritu, el inconsciente es libre e ilimitado. Si nos

apegarnos a materia, al físico, al palpable, al probable

científicamente, nos convertimos, de hecho, en algo muy

pequeño y limitados. Si al revés, permitámonos ver además

de que nuestros ojos son capaces, nuestra capacidad

aumenta infinitamente, convirtiéndonos en seres ilimitados.

Espiritualmente no hay diferencia entre vivos y

muertos. Las diferencias sólo existen para los vivos.

Normalmente no vemos los espíritus, pero ellos nos ven y

ven otros espíritus.

Mientras estamos vivos, tenemos la impresión que los

muertos están más juntos de Dios que nosotros, pero eso no

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es más que un gran engaño. Ellos están juntos de Él igual

que nosotros. Si no somos capaces de ver a Dios en esta

vida, el simple hecho de dejar este cuerpo no nos garante

encontrarlo.

Dios ama todos igualmente, y no importa si vivos o

“muertos”. Él no hace distinción entre uno y otro estado, si

para los espíritus ya no hay diferencia, para Él mucho

menos.

Así como los ángeles son simplemente buenas

personas, demonios son solamente espíritus que pueden

estar o no apenas en el estado espiritual. De la misma

manera que espíritus sanos salen para ejecutar tareas sanas,

los espíritus enfermos salen para hacer o que sienten ganas

de hacer, lo que les atrae: maldades.

Pedir al ángel de la guardia es lo mismo que contratar

una persona como protectora. Seguramente el ángel puede

proteger mejor que una persona encarnada debido a su

condición. Podemos pedir protección a los ángeles. No

podemos, entonces, confundir ese pedido con oración a

Dios. Simplemente porque ángeles son personas iguales a

nosotros, confundirlos con Dios es idolatría.

Dios no tiene privilegiados que estén juntos a Él para

ejecutar tareas especiales. Él está junto y, al mismo tiempo,

arriba de todos los seres vivos del universo. No hay seres

perfectos, pero en dirección a la perfección. En la búsqueda

de la perfección, pero, perfecto, sólo Dios. Nada ni nadie se

iguala a Él.

Somos todos iguales. Todos pasamos por las mismas

fases de evolución. Así como pasamos de la gestación a la

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infancia, a la adolescencia y a la vida adulta, lo mismo pasa

con nuestro espíritu. No nacemos infantiles, en l espíritu, y

moremos adultos. Nacemos niños y moremos adultos

solamente en el físico.

El ritmo de desarrollo del espíritu no es el mismo del

cuerpo. El espíritu es eterno, por lo tanto, tiene toda la

eternidad para desarrollarse, crecer y convertirse en adulto.

“Estar malo”, que acostumbramos a confundir con “ser

malo”, nada tiene que ver con la evolución del espíritu, pero

simplemente con el estado de salud. Así como, físicamente,

no se tiene edad para ponerse enfermo – puede ponerse

enfermo cuando niño, adolescente o adulto – lo mismo pasa

con el espíritu. Un espíritu enfermo, que muchos llaman de

demonio, no es necesariamente más retrasado que uno que

llamamos de ángel. Salud no es señal de sensatez, así como

estar enfermo no significa ser poco evolucionado.

No hay diferencia entre ángeles y santos. Tanto los

ángeles cuanto los santos son personas que vivieran o viven

exactamente como nosotros. Con defectos, calidades y

virtudes, pero que buscan acertar. Son, muchas veces los

que más se sienten pecadores. Son, de hecho, tan pecadores

cuanto los otros. Sin embargo, son personas que tienen

ganas de mejorar, de hacer el bien, de acertar. No se

contentan en repetir hoy los mismos errores de ayer y

mañana los mismos de hoy.

Aprendemos que los ángeles son criaturas especiales

que están juntos a Dios, con su función de representarlo

como guardianes y mensajeros. Fueran creados

especialmente y exclusivamente para eso. Los santos, para

muchas personas, no son más que buenas personas, muy

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raras, que sufrieran demasiado y tienen mucha paciencia.

Por eso, merecen ser llamadas santos. Merecen, todavía,

una cierta jubilación, pues están juntos a Dios, en

contemplación constante, y nada ni nadie tiene poder de

quitarlos de tan merecido descanso. Así, creemos que los

ángeles son subordinados fieles que trabajan

constantemente, sin descanso o vacaciones por toda la

eternidad. Y que los santos, al revés, están jubilados para

siempre.

Santos, ángeles, demonios y nosotros somos todos

hermanos. Hijos amados del mismo Padre, tenemos el

mismo hermano, Jesús. Vivos o “muertos”, más o menos

desarrollado, somos todos hermanos y todos iguales.

Tenemos el mismo origen. Somos de la misma esencia:

tendremos el mismo fin.

Somos todos buenos, pues todos venimos de Dios.

Nacemos para ser felices, pero eso sólo ocurrí cuando

cumplimos la misión que, antes de nacer, elegimos. Dios no

impone nada. Somos libres y decidimos nuestro destino.

Cuando elegimos cosas, para las cuales no estamos aptos no

significa derrota eterna. Nuestros errores y aciertos no pasan

de ensayos en búsqueda del objetivo que es la perfección.

Ángeles o demonios, vivos o “muertos”, caminamos para el

mismo “puerto”, que es Dios.

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Conclusión

Somos eternos espiritualmente. No tuvimos inicio ni

tendremos fin. Dios es la fuente que nos dio origen. Por eso

nuestro “ser” es perfecto.

Somos eternamente libres, aunque no tengamos

consciencia de eso. Desde la concepción, podemos hacer

elecciones inadecuadas, pero siempre sabemos lo que

hacemos. Dios no nos creó, Él nos está creando. No nos crea

como cosas que no pueden opinar como quiere ser, pero sí

según nuestra elección, nuestra voluntad.

Todos que nos pasa es dado por Él y pedido por

nosotros, consciente o inconscientemente. Por eso, para

avaluar nuestras oraciones, basta observar lo que está

pasando con nosotros.

Todo deseo es una oración. Toda acción para algo es

una oración. Si el objetivo es positivo o negativo aun así

será siempre una oración, porque sólo Dios hace acontecer.

Cuando morimos, no vamos para un sitio llamado

cielo o infierno, pues los dos son simplemente un estado

interior, un estado de espíritu. Existe un único Dios que es

Señor y Creador de todas las cosas. Que es infinitamente

bueno y poderoso. Todo creó y crea para Su gloria, Su

placer y de toda su creación.

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Jesús es Dios y humano. Como hombre, fue humano

igual que nosotros. Como Dios, eligió morir en una cruz

para dar ejemplo de coraje, fuerza y humildad. Decidió

tornarse hombre para facilitar la comunicación con nosotros.

Así enseño sobre Sí Mismo como si tratara de otra persona

– hablando sobre el Padre. Si Jesús hablara claramente

tendríamos todavía más dificultades para comprender.

El ser humano, de manera general, cree que es

suficientemente adulto para cuidar de sí mismo, pero no es

así, pues, también los hijos adultos no dejan de ser hijos y

muchos se benefician del relacionamiento con sus padres.

De la misma manera, nadie es suficientemente adulto para

no necesitar de Dios.

Nada existe fuera de Dios. Él es todo. Es como si

estuviéramos sumergidos en Él. Somos todos hermanos,

aunque unos estén en estado mayor de evolución y otros

menos. Así como son colegas todos los alumnos de una

grande escuela, no importando si están en la guardería o en

la universidad.

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La Autora:

Judith RODRIGUES DIAS,

hija de Aristides DIAS y

Zilda RODRIGUES DIAS,

nació en 27 de Diciembre de

1952; mantiene consultorio

en la Calle São João, 315 sala

02, Maringá-PR-Brasil.

FORMACIÓN

ACADÉMICA:

Es licenciada en psicología,

licenciatura y curso de

formación de psicólogos, de

1985 a 1990, en la actual

Universidad Tuiuti del Paraná.

ATIVIDADED ACTUAL: Psicóloga clínica. Actúa como psicóloga desde la obtención

del grado académico, en marzo de 1991, registrada en el

CRP 08/04436

Cursos: - curso de Hipnose Clínica (teórico y práctico), 28

horas, en 1997;

- Intensivo de Inglés, ocho semanas en 1998, en la Aspect

International Language School at Manhattan, en Nova

York.;

- Inglés básico, en la Wizard, concluido en 2002;

- Primera Jornada Maringaense de Psicología, 20 horas, en

Agosto de 2005, promovida por CRP do Paraná;

- Desarrollo y Liderato del Instituto Nacional de Excelencia

Humana – INEX, 34 horas, en Febrero de 2008;

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- Liderato – El Factor Resultado, por el Business Center

entrenamientos, 8 horas, en Abril de 2008.

AUTORA DE:

O céu e a terra: meditações sobre a vida divina em nós.

Sarandi: Humanitas Vivens, 2008, 98 p., ISBN 978-85-

61837-01-3.