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Asociación de Profesores de la Universidad de Antioquia –ASOPRUDEA– No. 55 • Octubre de 2015 Bloque 22 ocina 107 • Teléfonos: 219 5360 - 263 6106 [email protected] www.asoprudea.org Contenido Universidad, política y democracia. Jaime Rafael Nieto. Democracia y ciudadanía universitarias. Marco Antonio Vélez. Reparos a la posición política de un docente de losofía. William Cornejo Ochoa. Apuntes críticos a las propuestas de Acuerdo Superior. Carlos Morales. De la libertad y la autonomía universitaria moderna. Ricardo Sánchez. Democracia y universidad. Francisco Cortés. Este número de La Palabra está dedi- cado a uno de los temas centrales de agenda de la Asociación de Profeso- res y de la comunidad universitaria en general. Se trata del asunto de la democracia y la universidad, un asunto recurrente que muestra su vitalidad y su importancia para la vida universitaria. Dos coyunturas la suscitan en la actualidad: en primer lugar la iniciativa presentada por la anterior Representación Profesoral al CSU aplazada para ser debatida en próximas sesiones de este orga- nismo y adoptada por la Junta Direc- tiva como documento base para la designación de Rector a partir de la consulta universitaria. En segundo lugar, la adopción autoritaria por UNIVERSIDAD Y DEMOCRACIA Actualidad de un debate Presentación

Palabra Nro. 55

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Universidad y Democracia. Actualidad de un debate

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Asociación de Profesores de la Universidad de Antioquia –ASOPRUDEA– No. 55 • Octubre de 2015

Bloque 22 ocina 107 • Teléfonos: 219 5360 - 263 [email protected] • www.asoprudea.org

Contenido

Universidad, política y democracia. Jaime Rafael Nieto.

Democracia y ciudadanía universitarias. Marco Antonio Vélez.

Reparos a la posición política de un docente de losofía.William Cornejo Ochoa.

Apuntes críticos a las propuestas de Acuerdo Superior. Carlos Morales.

De la libertad y la autonomía universitaria moderna. Ricardo Sánchez.

Democracia y universidad. Francisco Cortés.

Este número de La Palabra está dedi-

cado a uno de los temas centrales de

agenda de la Asociación de Profeso-

res y de la comunidad universitaria

en general. Se trata del asunto de la

democracia y la universidad, un

asunto recurrente que muestra su

vitalidad y su importancia para la

vida universitaria. Dos coyunturas la

suscitan en la actualidad: en primer

lugar la iniciativa presentada por la

anterior Representación Profesoral

al CSU aplazada para ser debatida

en próximas sesiones de este orga-

nismo y adoptada por la Junta Direc-

tiva como documento base para la

designación de Rector a partir de la

consulta universitaria. En segundo

lugar, la adopción autoritaria por

UNIVERSIDAD Y DEMOCRACIA

Actualidad de un debate

Presentación

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parte del Consejo Académico del

Acuerdo 480 que modica el

Examen de Admisión en la Uni-

versidad y el debate universitario

que ha suscitado.En relación con la primera, de

común acuerdo entre la Rectoría

y la Junta Directiva de la Asocia-

ción de Profesores se constituyó

una comisión, a la cual se integró

la actual Representación Profeso-

ral, con el propósito de explorar la

posibilidad de concordar un texto

común de reforma al Estatuto

General de la Universidad sobre

la materia para ser presentado

luego al CSU para su trámite y

aprobación. Respecto de la

segunda, a partir del texto escrito

bajo la autoría del Director del

Instituto de Filosofía, profesor

Francisco Cortés, por encargo del

Consejo Académico, la Junta

Directiva de la Asociación de Pro-

fesores acordó producir una ree-

xión sobre el mismo, de la cual

algunos de sus miembros han

elaborado textos sobre la materia.

Con el ánimo de reabrir el debate

y por su indudable importancia,

en este número de La Palabra

publicamos, además del texto del

profesor Cortés, también los tex-

tos de los Profesores Carlos Mora-

les Vallecilla, José William Corne-

jo, Marco Antonio Vélez y Jaime

Rafael Nieto López. Adicional-

mente, publicamos el texto del

profesor Ricardo Sánchez, actual

Decano de la Facultad de Cien-

cias Humanas de la Universidad

Nacional de Colombia Sede Bogo-

tá, sobre Libertad y Autonomía

universitaria. Esperamos de esta

manera contribuir a la reexión

académica y política del profeso-

rado y la comunidad académica

de la Universidad de Antioquia

acerca de la democracia en la

universidad y motivarlos para

continuar y profundizar el debate.

Jaime Rafael Nieto LópezPresidente Asoprudea

Medellín, octubre 20 de 2015

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El debate sobre la democracia en la universidad pública no es nue-vo. En tiempos recientes, aparece y reaparece cada cierta coyuntu-ra, especialmente durante aque-llas en las que asuntos fundamen-tales de la vida universitaria mar-can su continuidad o su ruptura. Los motivos y procesos que lo suscitan son de diverso grado y naturaleza, van desde aquellos provocados por iniciativas más generales relacionadas con los intentos de reforma del sistema universitario, la nanciación o la autonomía de la universidad, hasta los más domésticos origina-dos, por ejemplo, a raíz del nom-bramiento de directivos universi-tarios (rectores, decanos o jefes de departamento), o la modica-ción de reglamentos internos (es-tatuto profesoral, reglamento estu-diantil, reforma administrativa, admisión de estudiantes), entre otros.

La recurrencia de este debate en la vida universitaria devela que el asunto de la democracia en la universidad está muy lejos de haberse resuelto, que sigue sien-do una de sus asignaturas pen-

UNIVERSIDAD,POLÍTICA

Y DEMOCRACIAPor:

Jaime Rafael Nieto LópezPresidente de Asoprudea

dientes, y que nada tiene de coyuntural. Muestra que, desde el histórico Maniesto de Córdoba (Argentina) hace casi un siglo, pasando por el Programa Mínimo de 1971 de los universitarios colombianos y la más reciente movilización universitaria de 2011, la democracia universitaria es un problema estructural sin resolver en la universidad pública colombiana y latinoamericana. Por lo general, este debate ha estado cruzado por otro igual-mente estructural e importante como es el de la autonomía uni-versitaria. Los dos, democracia y autonomía universitarias, han ido de la mano, se entrecruzan y se presuponen. En di ferentes coyunturas adquieren tintes y connotaciones especícas, pero siguen ahí, como una profunda herida sin cerrar, expresando ese gran vacío y clamor de pasadas y actuales generaciones de univer-sitarios. Estas reexiones intentan recoger los argumentos centrales sobre el asunto de la democracia en la universidad, que en diferen-tes coyunturas he presentado y sustentado.

Política y Universidad

El debate sobre democracia en la universidad pasa necesariamen-te por el debate acerca de qué entendemos por política y cómo concebimos la relación entre ésta y la universidad. La relación entre universidad y política la han des-tacado de manera perversa, por

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ejemplo, el director del Instituto de Filosofía, profesor Francisco Cortés, y el Consejo Académico de la Universidad, hasta el punto

1casi de demonizarla . De ahí entonces la conveniencia de vol-ver a destacar algunos de los ras-gos y dimensiones sobresalientes de la política y la manera como está presente en la Universidad. Empecemos por formularnos la pregunta más elemental y al mismo tiempo más básica res-pecto de la política: ¿Podemos vivir juntos? Por supuesto, no es esta una pregunta de parejas en trance matrimonial. Es la pregun-ta axial de la política. De toda polí-tica considerada en abstracto. Se formula tanto para el ámbito más general de la sociedad como para ámbitos más capilares de la vida cotidiana. Se la formulan o se la han formulado desde sociedades altamente desarrolladas hasta las más primordiales.

¿Podemos vivir juntos? Es la pre-gunta por las posibilidades del orden, de la convivencia. Pregun-ta que sólo pueden formularse los diferentes, y en un sentido más radical, los antagonistas. La políti-ca fue inventada para eso, para resolver las reglas de juego táci-

tas o expresas, que hagan posible la convivencia entre seres huma-nos diferentes, del mismo modo que la economía fue inventada por la necesidad de sobrevivir a la necesidad material o simbólica. Pero igualmente, es la pregunta que se fórmula todo grupo social para dirimir el asunto del poder, el asunto de gobernantes y gober-nados. Teóricamente hablando, orden y poder constituyen el cora-zón mismo de la política. Sin resolver el problema de la convi-vencia entre diferentes (y por lo general entre desiguales), no es posible resolver nada más de la vida individual o colectiva. Por eso, moléstele a quien le moleste, la política no es cualquier cosa, es la dimensión central y la condi-ción fundamental de existencia de la vida en común. Corresponde al orden de la inmanencia y no del deber ser. Sin ella no es posible ni la economía, ni la ciencia, ni la cultura, ni el derecho; aunque cabe decir también que sin éstas, tampoco aquella es posible.

La marca intelectual del liberalis-mo consiste en reducirla a su más mínima expresión, pero de ningu-na manera a prescindir de ella en absoluto. Su máxima ha sido siem-pre: el Estado aunque es un mal, no es un mal absoluto sino nece-sario. Por el contrario, la marca intelectual de todos los totalitaris-mos, de derecha o de izquierda, consiste en convertir la política, de condición de posibilidad de la existencia común, en principio

1 Dice Cortés que, “la dimensión política no está entre los valores propios de la universidad, no es una dimensión esencial” (Democracia Y Universidad), y reitera el Consejo Académico, “En la universidad el activismo político no es el n primordial. En la universidad la política tiene que servirle a la academia. La acción política tiene que respetar la política académica” (Comunicado del Consejo Académico de la Universidad de Antioquia, octubre 9 de 2015).

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regulador de la totalidad de dicha existencia. Todo esto lo sabe cual-quier estudiante de sociología o de ciencia política, y creo que también cualquier estudiante de losofía política. En el imaginario del pensamiento político de occi-dente la idea fuerte de referencia es la de poder y más exactamente la de Estado como forma típica del poder político. Se debe a Nico-lás Maquiavelo haber inaugurado esta tradición estado-céntrica de la política, como rasgo distintivo de la modernidad política. El ale-gato de Maquiavelo no es ni por la abolición de la religión ni mucho menos de la política, sino por la separación de esferas entre un ámbito y otro. Su imaginario es el del Estado moderno seculariza-do, autonomizado de la religión y concentrado en la gura del Prín-cipe. Más tarde, la tradición del pensamiento político liberal la perfecciona y la lleva a su pleni-tud, de modo que la separación que se postula no es ya entre reli-gión y Estado, sino entre Estado y sociedad civil, convirtiendo, no ya al mero Estado, sino las razones o fundamentos por los cuales debe ser obedecido, en motivo de ree-xión losóca y teórica fundamen-tal. Desde Hobbes (¿?), Locke, Rousseau, Kant y muchos otros pensadores del liberalismo políti-co, se instituye la obediencia como correlato necesario del poder. Poder-obediencia se con-vierte en la díada del armazón político del liberalismo político.

Pero al lado de esta estela de la modernidad política, temprana-mente surge otra visión, menos difundida y frecuentada que la anterior, para la cual la política no sólo no está concentrada en el Estado, sino que existe en un amplio espectro, rico y potencial, que está más allá del Estado, por fuera del Estado y en muchas circunstancias contra el Estado. A escasos tres años de la muerte de Maquiavelo nace en 1530 La Boe-tie, una de las guras precursoras de esa otra gran tradición de la modernidad política cuya marca antitética de referencia es la resis-tencia a toda forma de dominio y de poder. Debemos a Etienne de La Boettie esta visión precursora y alternativa de la política, como práctica y pensamiento no estatal. Para él, lo otro de la política no está en el Estado, sino en la socie-dad misma, en su propia capaci-dad para autoproducirse y auto-gobernarse. Desde esta otra tra-dición de la modernidad política instaurada por La Boetie la políti-ca no está erigida sobre el articio del consenso liberal, sino sobre la propia contradicción y el conicto que la constituye realmente.

Desde el campo de la sociología política, un autor de la moderni-dad tardía europea como Max Weber, desarrolla y enriquece esta visión de la política más allá de lo puramente estatal. En su famosa conferencia de 1919 ante los estudiantes de Munich recién llegados de la guerra, titulada: “El

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político y el cientíco”, se pregun-taba Weber: “¿Qué entendemos por política?”. Y respondía: “El concepto es extraordinariamente amplio y abarca cualquier género de actividad directiva autónoma. Se habla de la política de divisas de los Bancos, de la política de descuento del Reichsbank, de la política de un sindicato en una huelga, y se puede hablar igual-mente de la política escolar de una ciudad o de una aldea, de la política que la presidencia de una asociación lleva en la dirección de ésta e incluso de la política de una esposa astuta que trata de gober-

2nar a su marido” . Aunque el pro-pósito de su conferencia no es otro que ocuparse de la especici-dad del Estado como la asocia-ción política moderna por exce-lencia, destaca en su visión de la política tanto el concepto extraor-dinariamente amplio que la abar-ca, como también el rasgo distinti-vo que le asigna, como actividad directiva autónoma. Esta visión no estado-céntrica de la política será más tarde radicalizada por Michel Foucault, con su microfísica y capilaridad del poder, aunque prescindiendo del concepto de dominación.

Lo anterior es suciente para rearmar, de nuevo, que el lugar y la función de la política, tanto a nivel macro como podrían ser los estados nacionales, como a nive-les más micros, como podrían ser

la fábrica o la universidad, no es otro que el de ordenar la conviven-cia e instituir las relaciones de mando y autoridad en todo grupo humano con pretensiones de per-durar. Insisto, para eso se inventó la política, para organizar la convi-vencia y establecer las relaciones de poder conforme a ella. Todo esto se sintetiza en las famosas reglas de juego, que no son otra cosa que procedimientos, normas y estatutos, que hacen posible instituir el orden y el poder en toda institución social o agrupamiento colectivo perdurable o con preten-sión de permanecer. La universi-dad no es una excepción. En sen-tido directo, la dimensión política de la universidad compromete de manera central la capacidad de ésta para darse su propio gobier-no y sus propios estatutos en los marcos de la norma democrática-mente consensuada por los uni-versitarios.

Por estar todavía atado a ciertos dogmas decimonónicos de factu-ra eurocéntrica, el lósofo no alcanza a percibir que la política hace rato habita los predios de la universidad e incluso muchos otros predios no estatales. Por supuesto, como salta a la vista, la universidad no es una entidad política, sino una entidad cultural, académica, cientíca, cuyo objeto y razón de ser es producir, trans-mitir y difundir conocimientos, tecnologías y cultura. Pero este carácter especíco de la universi-dad no la sustrae de la política, ni

2 Max Weber. El Político y el Cientíco. Altaya. Barcelona, 1995.

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5mutila su dimensión política como su condición de existencia, en otros términos, esto no signica que la universidad como organis-mo social vivo para existir y repro-ducirse no requiera de la política y no incorpore en su quehacer la dimensión política. De hecho, sin necesidad de extremar el argu-mento, puede decirse que sin esa dimensión política no es posible que la universidad se realice como tal en lo que la caracteriza.

¿Qué quiere decir lo anterior? Pala-bras más palabras menos, signi-ca que la creación, producción y difusión de conocimientos, tecno-logías y culturas, no es algo que se produzca de cualquier modo, espontáneamente, sin coordina-ción, sin denición de apuestas académicas estratégicas, etc. Desde la distribución misma del presupuesto anual, un asunto aparentemente tan trivial y buro-crático, hasta darse sus propias directivas o gobierno, supone decisiones políticas. ¿Por qué porcentajes crecientes del presu-puesto se destinan más a un área académica que a otras? ¿Quiénes toman estas decisiones y quiénes deberían tomarla? ¿Por qué, por ejemplo, universidad-empresa y no universidad-sociedad? Todos estos son, a guisa de ejemplica-ción, asuntos políticos; pero asun-tos políticos no abstraídos de la sustancia académica de la univer-sidad, sino asuntos políticos en referencia con la razón de ser de la universidad, con su sustancia

viva, con sus apuestas académi-cas, con sus principios misiona-les, con su visión y misión, en una

3palabra, con su naturaleza .

No es pues la política en sí misma la que degrada el quehacer y la razón de ser de la universidad, es la política especíca que se ejerce sobre ella, determinada muchas veces desde poderes ajenos a la misma universidad, la que de ordi-nario desvirtúa su naturaleza y su razón de ser, la que hace posible su creciente privatización, la que impide que determinadas áreas del conocimiento tengan igual importancia que otras, la que mer-cantiliza la investigación o le impri-me un carácter groseramente instrumental y productivista, la que viola su autonomía. Estoy completamente de acuerdo cuan-do se dice: “en la universidad la política tiene que servirle a la aca-demia”. Perfecto. Con lo que no se puede estar de acuerdo es con satanizar la política cuando a tra-vés de la acción política, del deba-te y de la crítica argumentada se intenta contrarrestar o controvertir la “polít ica académica” que degrada la academia. Es de este modo y no de otro como debe entenderse la acción política irres-petuosa de la política académica.

3 ¿Hará falta demostrar el carácter político de la decisión reciente de Colciencias de excluir del programa de becas de doctorado a las ciencias sociales y humanidades? ¿Responde esta decisión a criterios estrictamente académicos o cientícos, o responde más bien a decisiones políticas acerca del lugar del tipo de conocimiento que mejor corresponde a una visión de país o de economía por parte de los tomadores de decisiones? ¿formular estas preguntas signica politizar en extremo a la academia y a la ciencia?

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Universidad y democracia

La democracia es una forma de la política, esto es, una de las for-mas posibles de resolver el asun-to de la convivencia y del poder. En una sociedad democrática, como se predica es la sociedad colombiana, no habrían razones para cuestionar su ejercicio y vivencia en la vida universitaria. En otros términos, no tendría por qué asumirse a la universidad como un espacio de excepciona-lidad democrática.

Hay por lo menos cuatro tópicos fundamentales en los que el vínculo entre democracia y uni-versidad son necesarios y posi-bles. El más directo y explícito, que ha sido el que mayor aten-ción y controversia suscita debido a su carácter más claramente político, es el que tiene que ver con el gobierno universitario. Para la Universidad de Antioquia, gobierno universitario democráti-co implica que todos sus estatu-tos, empezando por el Estatuto General Universitario, y todas sus directivas, empezando por el CSU, se instituyen como produc-to de un proceso democrático. Y hablar de proceso democrático en serio, es hablar, por un lado, de deliberación de todos en igual-dad de condiciones y, por otro lado, de decisión colectiva, cuya regla de oro es la regla de la mayo-ría. Pero sobre todo, proceso democrático signica y sólo puede tener sentido si sólo de él y

en atención a sus resultados deri-van sus decisiones fundamenta-les, empezando por la más ele-mental de darse su propio gobierno.

Aquí cabe recordar que los dos principios procedimentales que orientan la toma de decisiones democráticas son: “reglas ciertas para resultados inciertos”, y “la regla de la mayoría”. La primera signica que cualquier proceso democrático para serlo debe ase-gurarse que las normas que lo preceden y reglamentan no serán cambiadas o alteradas, ni al prin-cipio ni al nal del proceso, y así mismo que todas las opciones en disputa tendrán igualdad de opor-tunidades y condiciones frente a dichas normas. La segunda, que es comúnmente considerada la regla de oro de la democracia, signica que la decisión válida, legítima, es aquella que ha obteni-do el consenso mayoritario, “la regla con base en la cual se consi-deran decisiones colectivas y, por tanto, obligatorias para todo el grupo, las decisiones aprobadas al menos por la mayoría de quie-nes deben de tomar las decisio-

4nes" . Uno y otro principio van entrelazados, se conjugan. Cuan-do cae uno, cae el otro. Donde falla uno, falla la democracia. Sin reglas ciertas, por lo general los resultados son ciertos, la mayoría que de ahí surge será siempre espuria. Es por esto por lo que

4 Norberto Bobbio. El futuro de la democracia. FCE.

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muchas veces se habla de seudo-democracia. Sin regla de la mayo-ría, por otro lado, todo procedi-miento por muy reglamentado y cierto que sea no pasará de mera cción democrática, mera charla-tanería seudo-democracia. Del mismo modo que sin deliberación no es posible hablar de democra-cia, tampoco cabe hablar de la misma si esa deliberación no con-lleva a la decisión democrática. El planteamiento de Francisco Cor-tés se queda en la primera, pero teme a la segunda, a la que juzga

5como “democracia populista ”.

De este modo, la idea peregrina según la cual la regla de la mayo-ría no debería extenderse a la uni-versidad porque implicaría trasla-dar el concepto de democracia de una esfera de acción especí-ca como la estatal a una esfera de acción diferente como la universi-dad, ignora que desde el punto de vista político la diferencia entre una y otra esfera es simplemente de grado y no de naturaleza. ¿Quién decide y cómo la convi-vencia universitaria? ¿Quién y cómo se gobierna la universidad? Tales preguntas para el ámbito universitario equivalen tanto como formularlas en un plano más macro ¿quién decide el orden de la nación y quién dene y cómo los gobernantes del país? La dimensión política de la univer-sidad compromete de manera central la capacidad de ésta para

darse su propio gobierno y sus propios estatutos en los marcos de la ley democráticamente con-sensuada con o por los universita-rios. Y ¿qué representa esta capa-cidad para darse su propio gobierno y sus propios estatutos, sino una forma elemental de ar-mar su autonomía? Se dice acer-tadamente que la autonomía uni-versitaria es un derecho funda-mental indispensable para el cum-plimiento de su misión. Sin embargo, la autonomía universi-taria no es sólo académica, sino también política. Sin esta última no sería posible la primera. En contextos marcados por la preva-lencia de regímenes políticos con-fesionales o autoritarios, donde no impera la democracia, los gobiernos universitarios tienden a negar radicalmente la autonomía política de las universidades y a reproducir pieza por pieza la cata-dura de tales regímenes. En tales regímenes o gobiernos, con la autonomía política universitaria se va también la autonomía acadé-mica. Lo que se instituye ahí es una universidad ocialista y una “academia” grotescamente ins-trumentalizada por dichos regí-menes. Por eso, tuvo bien el cons-tituyente de 1991 en consagrar la autonomía universitaria en sus propios términos: “Artículo 69. Se garantiza la autonomía univer-sitaria. Las universidades podrán darse sus directivas y regirse por sus propios estatutos, de acuerdo

6con la ley” . 5 Esta es la expresión moderna para legitimar un viejo espectro anti-moderno: el miedo al pueblo. 6 Constitución Política de Colombia de 1991.

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De ahí la ligazón tan estrecha entre autonomía y democracia, pues sin la una no es posible la otra. Sólo la autonomía política de la universidad (relativa, por supuesto, “de acuerdo con la ley”) puede hacer posible que esta se gobierne y estructure democráti-camente, y viceversa, sólo la democracia puede garantizar que la autonomía sea real y no formal. De acuerdo con estos dos crite-rios básicos, autonomía y demo-cracia, el CSU, como instancia máxima de gobierno de la Univer-sidad, debe estar integrado, en su mayoría por representantes de los miembros de la comunidad Uni-versitaria: profesores y estudian-tes. Siguiendo la lógica de estos dos criterios, igualmente el Rector, los Decanos y Jefes de Departa-mento o de unidades académicas, deben ser elegidos democrática-mente por la propia comunidad universitaria, a través del sistema del voto ponderado y teniendo en cuenta requisitos estrictamente académicos (los famosos méritos de Francisco Cortés) para los res-pectivos candidatos o candidatas.

Tal como lo he destacado muchas veces, la composición actual del CSU, no sólo viola el criterio de la democracia, sino también el de la autonomía. ¿A quiénes realmente representan el Sector Productivo, los Exrectores, el Gobernador, los representantes del Presidente y del Ministro de Educación? ¿Quién los elige o cómo se desig-nan? ¿Tienen un pensamiento

propio y denido acerca de la Universidad? ¿Es la Universidad asunto primordial de su agenda como tales? Pregunto a Cortés: ¿están ahí porque tienen méritos académicos para representar el gobierno universitario? ¿o sólo lo están por una decisión política anti-universitaria acerca de cómo integrar el gobierno de la universi-dad? Si lo que se busca con esta representación espuria es que la Universidad tenga un vínculo orgánico con estos sectores y favorecerse de dicho vínculo (en el lenguaje falaz de Jaime Restre-po Cuartas: “la universidad se debe a la sociedad”), éste podría establecer constituyendo una especie de consejo consultivo o propositivo cuya función sea la de proponer líneas estratégicas de acción o políticas generales, que favorezcan su desempeño y la utilización más eciente y oportu-na de los recursos que le ofrece el medio; pero de ninguna manera ser gobierno o parte constitutiva del gobierno universitario.

Y en cuanto a la designación de rector, pregunto de nuevo: ¿cree el profesor Cortés que la designa-ción anterior del rector por parte del CSU y todas las que le han precedido se han hecho en aten-ción a un criterio meritocrático? ¿Tenía menos méritos académi-cos el profesor Cortés como can-didato a la rectoría, que, por ejem-plo, el profesor Alviar o cualquier otro de los candidatos en la pasa-da designación de rector como

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para no ser designado para esa importante distinción y cargo por parte del CSU? Como el argu-mento contra-mayoritario (y anti-democrático) esgrimido por Cor-tes opone méritos a democracia, igualmente le pregunto: ¿por qué niega de plano el principio demo-crático de la mayoría cuando se trata de la comunidad universita-ria y no dice nada respecto de la forma cómo deciden las instan-cias de gobierno constituidas en la Universidad? ¿No sabe que las decisiones en el CSU se toman por mayoría? (Y no por cualquier mayoría: por ejemplo, para la designación de rector, la mayoría que decide no es la que corres-ponde al cuórum de esa sesión, como cuando de seis asistentes a dicha sesión, sería suciente con que cuatro votaran mayoritaria-mente por un candidato; la mayo-ría aquí es prescrita: para ser rec-tor se requiere siempre, que el candidato obtenga 5 votos de los nueve normativamente estatui-dos por el Estatuto General). ¿No es con base en el criterio mayori-tario que se toman las decisiones en los consejos de Facultad, de Escuela e Instituto, cuando no hay consenso general entre sus miembros? ¿Por qué es proce-dente en tales instancias y es absolutamente contraproducente para efectos de las decisiones que corresponden a la comuni-

7dad universitaria?

Coda: como Francisco Cortés utiliza las experiencias políticas de Venezuela, Bolivia y Ecuador para ilustrar la “democracia popu-lista” y así denostar de ellas, ahí va esta coda complementaria, tomada de mi artículo: “América latina: ¿democratizar la democra-

8cia o más de lo mismo? ”. Lo que cabe destacar en la experiencia política reciente de América lati-na, no es el advenimiento de gobiernos “populistas” presiden-

9cialistas , sino la instauración de gobiernos post-neoliberales, comúnmente catalogados de “izquierda” o “progresistas”, sur-gidos en los propios marcos de la democracia liberal y la economía de mercado presentes en la pro-pia realidad histórica y contempo-ránea latinoamericana. Hay que subrayar que estos gobiernos no surgieron de la nada, sino como producto del agotamiento del modelo de democracia goberna-da, delegativa y puramente elec-toral (de baja intensidad) instau-rado durante el período de la “transición democrática” de los años 80 y 90 del siglo pasado, el cual se implantó, además, con el recetario neoliberal bajo el brazo. Tales gobiernos surgieron sobre la cresta de una poderosa y soste-nida movilización social y política con el doble signo de poder desti-tuyente y constituyente al mismo

7 A falta de espacio, en próxima ocasión me ocuparé de los otros tres tópicos de la relación universidad-democracia.

8 En: Pensamiento Crítico Latinoamericano. INER, Departamento de Antropología, Universidad de Antioquia. Medellín, 2015. 9 Una revisión rápida pero sería muestra que el presidencialismo es un rasgo histórico de los regímenes políticos latinoamericanos (incluso de los EEUU) y no un rasgo exclusivo del populismo.

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5tiempo. Destituyente de las viejas formas de representación política y constituyente de nuevas formas de poder político, todo ello en los marcos del Estado constitucional de derecho heredado.

Contra todo lo anotado por Cortés, lo primero que hicieron estos gobiernos fue ampliar el canon democrático consagrado por las “transiciones democráticas”, con-vocando asambleas constituyen-tes con amplia legitimidad y soste-nida participación popular. En vez de suprimir el Estado constitucio-nal de derecho, como imagina Cortés, fundaron un constituciona-lismo de nuevo tipo o transforma-dor como lo llama Boaventura de Sousa Santos, que consagra no sólo derechos sociales y económi-cos según criterios de redistribu-ción económica y territorial, sino también derechos nacionales y culturales, tal como, por ejemplo, se encuentra recogido notable-mente en las constituciones de

10Ecuador y Bolivia . Todo lo cual devela, por otra parte, las limitacio-nes contenidas en la simetría libe-ral acerca del Estado de derecho, puesto que no solamente desco-

noce toda la diversidad de dere-chos no-estatales existentes en las sociedades, sino también porque arma la autonomía del derecho en relación con lo político en el mismo proceso en que hace

11depender su validez del Estado . Este nuevo constitucionalismo muestra las posibilidades y los límites de la potencia contrahege-mónica que encierra la resistencia como categoría política en los mar-cos de estructuras hegemónicas. En términos de teoría política, se trata de un proceso orientado no sólo a la reinvención de la demo-cracia sino también de la política.

Cortés tiene la mirada ja en el pasado, desde el cual habla, por eso su perspectiva política ni siquiera es liberal sino conserva-dora. Su apuesta política es clara-mente restauracionista, para ello evoca y esgrime los términos del viejo orden socio-económico y constitucional desueto tanto por la radicalización de las políticas de mercado del FMI (el consenso de Washington) como por la acción política constituyente de la ciuda-danía. Mientras las complejas y dinámicas realidades latinoameri-canas exigen imaginar nuevas formas de política, de democracia, de ciudadanía, de sociedad y de economía, Cortés, por el contrario nos ofrece más de lo mismo: con-sagrar los dogmas del mercado, de los derechos individuales y del Estado constitucional, según lo ha concebido el pensamiento político eurocéntrico.

10 Dice De Sousa Santos en referencia a este nuevo proceso constituyente: “Contrariamente, la voluntad constituyente de las clases populares, en las últimas décadas, se maniesta en el continente a través de una vasta movilización social y política que congura un constitucionalismo desde abajo, protagonizado por los excluidos y sus aliados, con el objetivo de expandir el campo de lo político más allá del horizonte liberal, a través de una institucionalidad nueva (plurinacionalidad), una territorialidad nueva (autonomías asimétricas), una legalidad nueva (pluralismo jurídico), un régimen político nuevo (democracia intercultural) y nuevas subjetividades individuales y colectivas (individuos, comunidades, naciones, pueblos, nacionalidades)”. Boaventura de Sousa Santos. Refundación del Estado en América Latina. Instituto Internacional de Derecho y Sociedad-Programa Democracia y Transformación Global. Lima, 2010. 10 Ibid.

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DEMOCRACIAY CIUDADANÍAUNIVERSITARIA

Por:Marco Antonio Vélez Vélez

Facultad de Ciencias Sociales y HumanasRepresentante profesoral ante

el Consejo Académico

De nuevo sobre la democracia universitaria

como constitución de ciudadanía

Irrumpe de nuevo la discusión sobre la democracia universitaria, dado el contexto de trasformacio-nes a las que se supone se enfrentará la Universidad de Antioquia, con la administración de Mauricio Alviar. Y es que la democracia o su ausencia, dene el tipo y la concepción de los cam-bios anunciados. Ella es en sí misma una forma de orientar el cambio a partir de la participación de los miembros de la comunidad universitaria, esta es por lo menos la versión contemporánea de una democracia de participación.

Sin embargo, hay voces que pien-san que la universidad no es un espacio propio para lo democráti-co, ya que esta jugaría sus alter-

nativas en el espacio de lo políti-co-estatal, que en principio no concerniría a una institución con-sagrada al ejercicio de la acade-mia, del conocimiento especiali-zado. Esta posición ha sido reite-radamente sostenida en la Uni-versidad de Antioquia, por el Director del Instituto de Filosofía, Doctor Francisco Cortes. El campo de lo político sería así especíco para la acción ciudada-na en los dominios donde la acción política tendría sentido, es decir, el dominio de lo público-político.

Esta posición reeja más bien una idea limitada del ejercicio demo-crático y de su gramática especí-ca. Estamos en una fase que algu-nos autores denominan, la “terce-ra ola de la democratización” (De Sousa Santos, 2004), siendo las anteriores la de la democracia liberal clásica y la segunda advi-niendo luego de la Segunda Gue-rra Mundial que sería caracteriza-da como la de la democracia eli-tista. Hoy estamos en la fase de la democracia de participación y de su extensión a otros dominios de la vida social, más allá del espacio político.

La versión del profesor Cortes privilegia la idea de unos códigos sociales sistémicos repartidos según lógicas de acción exclu-yentes. Al parecer la universidad como institución entra en la esfera de los códigos del saber cuyo principio sería la meritocracia y

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por lo mismo la separación del principio democrático. Una visión muy Luhmanniana de la vida social. Es sabido como este sociólogo alemán separaba esfe-ras sistémicas con principios o códigos determinados para ellas. No era posible pensar en trasla-pamientos de códigos. El código del sistema político sería el del poder, excluyente del código del sistema académico regido por la verdad.

Pero la vida social y la lógica de la acción social y política son más complejas y menos sistémicas. De hecho, el movimiento universi-tario ha realizado históricamente acciones que fungen como recla-mos de democracia, de amplia-ción de espacios de participación en la vida académica que no pue-den ser desconocidos. El Mani-esto de Córdoba, el Programa Mínimo de los estudiantes colom-bianos de 1971, el mismo Mayo de 1968, y más recientemente, las luchas de la MANE ‒Mesa Amplia Nacional Estudiantil‒ reivindican-do una Educación Superior para la Democracia, la Soberanía y la Paz. Son estos, hitos representati-vos de la confrontación con pode-res institucionales en pro de la democratización del espacio uni-versitario, de la vida de las univer-sidades. Y es que los movimien-tos sociales no se avienen a pedir permisos a los sistemas sociales para generar sus formas de acción. Los movimientos históri-cos citados han tenido como refe-

rentes de su acción la lucha con-tra los autoritarismos instituciona-les y la exclusión de las mayorías universitarias de las decisiones fundamentales.

Podemos acordar que la ciencia y el conocimiento no son democrá-ticos, como lo reconocía Max Weber en su famoso texto “El polí-tico y el cientíco”, pero, ello no debe llevarnos a inferir que la uni-versidad como institución gober-nable, no está sometida a las con-diciones y las formas de acción de lo político. Que lo político, como espacio de relación entre sus miembros, hace su entrada por más que lo queramos negar. Los miembros de la comunidad universitaria, en tanto ciudadanos y en tanto estamentos denen entre sí relaciones de poder y autoridad que no pueden ser cali-cadas de otro modo que como relaciones políticas. Allí el tema esencial, es qué tipo de relación construyen entre ellos en la trama universitaria. Hay, pues, “consti-tución de ciudadanía” (Balibar, 2013) en el ámbito universitario. El sujeto de la universidad se hace ciudadano, construyendo, también, democracia univer-sitaria.

Como espacio gobernable la uni-versidad debe determinar, desde sus reglamentos mismos a qué tipo de gobernabilidad le apues-ta, si a una de tipo autoritario y vertical, a un ejercicio burocrático que procede “desde arriba”,

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según cadenas de mando, o si por el contrario, hace una apuesta por la conguración “desde deba-jo” de sus formas de gobierno, es decir, si da participación a sus estamentos en la construcción institucional. No es quizá necesa-rio hacer el recuento de una forma histórica de gobernabilidad de la universidad colombiana que ha reivindicado el ejercicio excluyen-te del poder, desde la congura-ción de los Consejos Superiores Universitarios. En su mayoría miembros no universitarios que pertenecen a las alturas de la burocracia del Estado y de la sociedad presiden esta goberna-bilidad con exclusión.

La democracia es hoy, en tanto participativa y representativa, una gramática social incluyente y no solo una forma de gobierno atada a la sistematicidad de lo político. Democratizar la universidad es aún una tarea pendiente del movi-miento universitario, por ello insis-te y persiste en las diversas coyunturas históricas. Reemerge como el Fénix que aspira a una realización denitiva. Y la Univer-sidad de Antioquia no puede ser extraña a esta urgente democrati-zación. Cualquier reforma de su estatuto general ‒como aquella que nos aboca a cambiar la regla-mentación para la elección del rector‒, deberá pasar el tamiz de la idea de democracia tanto parti-cipativa como representativa. Lo demás son solo artilugios para camuar el histórico y ya desven-

cijado ejercicio de gobernabilidad autoritaria que hace agua por todos lados.

En el parágrafo 4 de la Declara-ción de la Conferencia Mundial sobre Educación Superior ‒2009, Paris‒, se dice: “4. La educación superior debe no solo proporcio-nar competencias sólidas para el mundo de hoy y mañana, sino contribuir además a la formación de ciudadanos dotados de princi-pios éticos, comprometidos con la construcción de la paz, la defensa de los derechos huma-nos y los valores de la democra-cia”. Según este enunciado la educación superior es algo más que aportar conocimientos espe-cícos o especializados, es tam-bién, un ejercicio de ciudadanía, de construcción de la democracia y de defensa de los derechos humanos. La meritocracia del saber no puede sustraerse a la ola de democratización contemporá-nea, en el aporte a la búsqueda de la democracia y la ciudadanía en el espacio universitario. Situarse solo en el ejercicio cognitivo limita y reduce las potencialidades del ciudadano universitario de hoy.

Bibliografía

Balibar, Etienne (2013). La ciuda-danía democrática. Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora.

De Sousa Santos, Boaventura (2004). Democratizar la democra-cia. México: FCE.

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Cuando leí con atención los esfuerzos por demostrar que la dimensión política no es una dimensión esencial en la Universi-dad y que las dimensiones acadé-mica y cientíca no pueden ser afectadas por la política, me viene al recuerdo, la historia reciente de lo que aconteció con el Sistema Nacional de Salud y Seguridad Social en Colombia.

Para el año 1993, los gobiernos habían propiciado el desprestigio del Instituto de los Seguros Socia-les y el sistema público de aten-ción en salud y a lo cual contri-buían los gerentes designados por el propio gobierno, con sus conductas clientelistas e ine-cientes; recordemos a Jaime Arias Ramírez en el ISS, quien posteriormente, una vez liquida-do, se convirtió en el amante director de la Asociación de EPS privadas.

REPAROS A LA POSICIÓN

POLÍTICA DE UN DOCENTE DE FILOSOFÍA

Por:William Cornejo Ochoa

Facultad de MedicinaVicepresidente Asoprudea

El gobierno de la época, encabe-zado por Cesar Gaviria con la ayuda del senador Álvaro Uribe Vélez presentan la famosa Ley 100 que privatizó el sistema de salud y convertía en negocio la atención en salud y las pensiones y se entregaba al sector intermediario nanciero su administración.

Frente a dicho panorama, asumir la posición política del docente lósofo, como no comprender que la política atraviesa otras activida-des como la salud pública, la aten-ción médica, la investigación clíni-ca entre otras, nos llevó al peor deterioro de que tengamos noticia en la calidad de la atención de los pacientes, la formación de los nuevos médicos, deterioro de las condiciones laborales de los tra-bajadores de la salud y su deshu-manización, sin enfrentarla con la lucha política y gremial, limitándo-se, los trabajadores del área de la salud, a observar sin la resistencia que exigía el momento, la aplica-ción de dichas políticas.

La posiciones vacilantes de la diri-gencia sindical de la época junto con un discurso, curiosamente similar al que discutimos, los gobiernos repetían que la lucha de los trabajadores de la salud era ilegal, no se aprobaba y se estig-matizaba la protesta de los traba-jadores de la salud, mientras que al mismo tiempo, aplicaban sin contemplación su nueva política.

En su ensayo, el docente lósofo, arma que la acción política tiene condiciones en la Universidad,

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expresa “la dimensión política puede tener lugar en la universi-dad si respeta los espacios de acción de la academia, la ciencia, la formación y si no recurre a la violencia”. Pregunto ¿si la admi-nistración de turno o el gobierno del momento imponen condicio-nes políticas, normativas y nan-cieras que privatizan o debilitan y violentan la universidad, la comu-nidad solo debe argumentar sin combatir efectivamente? ¿Qué hacer si en el ejercicio del poder comprometen el desarrollo de la ciencia, la investigación y la ense-ñanza? ¿Según su propuesta los académicos y docentes no pode-mos ejercer la lucha política y gremial? ¿El ejercicio político desde el poder si es legítimo y supuestamente no afecta ni se cruza con la academia y la investi-gación cientíca según su hipóte-sis? ¿El currículo, la ciencia, la enseñanza, la académica son omnipotentes y no están para nada inuenciadas por las políti-cas de los gobiernos?

Sobra insistir, acerca de las con-secuencias de pensamientos de cuño, paralizando la comunidad para enfrentar exitosamente, esa sí, la acción política neoliberal sobre el sistema de salud colom-biano, convendría que orientara en su Instituto, investigaciones que le permita entender los efec-tos históricos de sus posiciones políticas en la lucha social.

Nuevamente, insiste en armacio-nes como la siguiente: “Esta limi-

tación de la dimensión política está dada por las demandas de las dimensiones académica y cientíca y por el más básico interés del estudiante de prepara-se cientíca y académicamente”. Pregunto si el educando debe permanecer mudo y no hacer un análisis y lucha política frente a medidas políticas de los gobier-nos de turno para adecuar la uni-versidad al modelo neoliberal? O ¿Frente a políticas que reducen recursos para la investigación y presupuesto para las universida-des públicas?

Para concluir, la amenaza sobre el sistema educativo es permanen-te, la educación pública al igual que el sistema de salud pública, está en riesgo y posturas como la defendida por el docente losofo ponen en peligro la única alterna-tiva disponible para defender la universidad pública que es la con-ciencia y la lucha política.

Debemos aprender de la expe-riencia vivida con la privatización del sistema de salud, la defensa de la democracia, autonomía, el carácter cientíco o, la calidad de la educación, la nanciación suciente por el Estado de las universidades públicas pasa por la unidad de los estamentos, la conciencia política y el combate. No tendremos otra alternativa, si insisten en la imposición y el dia-logo sin negociación, por parte de aquellos que detentan el poder.

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En las primeras semanas de la actual administración del rector Mauricio Alviar, en reunión realiza-da con la presencia del mismo, su equipo y la Junta Directiva de la Asociación de Profesores de la Universidad de Antioquia (Aso-prudea), se concertó retomar la discusión de la propuesta de Resolución Superior reglamenta-ria de las consultas a los estamen-tos universitarios, para la designa-ción de Rector en la Universidad de Antioquia.

APUNTES CRÍTICOS A LAS

PROPUESTAS DE ACUERDO

SUPERIOR reglamentario de las

consultas a los estamentos para la designación de

Rector en laUniversidad de Antioquia

Por:Carlos Arturo Morales

VallecillaProfesor Asociado Escuela de

Medicina Veterinaria, Facultad de Ciencias AgrariasVocal de la Junta Directiva de

Asoprudea

Esta propuesta fue presentada para su estudio y debate al Con-sejo Superior Universitario (CSU) por el anterior Representante Pro-fesoral ante este organismo, pro-fesor Jaime Rafael Nieto López, en las sesiones de noviembre 25 de 2014 y enero 27 de 2015, pero dicha petición fue aplazada, de manera mayoritaria, por este Con-sejo.

Conscientes de que la tarea de reglamentar estas consultas está pendiente desde hace más de 20 años, cuando el Consejo Supe-rior expidió el Acuerdo Superior 023 del 10 de octubre de 1994, en la reunión menciona en el primer párrafo del presente escrito, se crea una comisión conformada por el Secretario General de la Universidad, abogado Robert Uribe, el Director de la Ocina Jurídica, abogado Richard Steve Ramírez Grisales, la profesora María Cecilia Plested Álvarez, Presidenta en ese momento de Asoprudea, la profesora Rocío Bedoya Bedoya , actual Repre-sentante Profesoral ante el CSU y el profesor Jaime Rafael Nieto López, miembro, en ese momen-to, de la Junta Directiva de dicha Asociación y actual presidente de la misma.

Después de realizadas alrededor de seis reuniones de esta comi-sión, el pasado 10 de septiembre se realizó el Foro Gobierno Uni-versitario, para presentar los avan-ces de su trabajo, en el cual fue

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expuesta una propuesta que se aparta, en lo esencial, del pro-yecto inicialmente radicado en el CSU por el profesor Jaime Rafael Nieto. Y digo en lo esencial, por-que debe reconocerse que dicha propuesta contiene avances importantes como son: 1) hacer vinculantes los resultados de las consultas para la denición de los dos candidatos entre los cuales el Consejo Superior deberá desig-nar al Rector, 2) aumentar los méri-tos académicos necesarios para la inscripción de aquellas perso-nas que aspiren a esta alta digni-dad y 3) ponerle límites a la desig-nación indenida al cargo de rector, la cual es permitida a la luz del actual Estatuto General.

Por los contenidos de las inter-venciones de los ponentes invita-dos al Foro en comento, esta nueva iniciativa, al parecer, emer-ge de un sector representado por los delegados del equipo rectoral y por la actual Representación profesoral al CSU. En este punto es importante invitar a los lectores a revisar las dos propuestas (la radicada inicialmente en el CSU y la presentada en el Foro) para entender lo que maniesto en lo que sigue del presente escrito.

En primer lugar, es claro que ambas propuestas plantean el concepto de ponderación de las votaciones, pero a mi modo de ver, con diferencias importantes en el objeto a ponderar. Mientras que la primera propuesta preten-

de una ponderación por estamen-tos, al diferenciar el valor relativo de los votos según el estamento, la segunda (colegios electorales) pondera con el propósito de igua-lar las diferencias numéricas al comparar entre unidades acadé-micas. Si bien el propósito de esta segunda propuesta resulta razo-nable, a n de eliminar la inequi-dad que propicia la existencia de unidades académicas con un número muy grande de miem-bros de los diferentes estamen-tos, con lo cual Facultades como Medicina e Ingeniería, por ejem-plo, siempre tendrían más fuerza numérica para designar el Rector (seguramente con preferencia sobre personas provenientes de esas mismas unidades), el pro-blema es que, por el mayor núme-ro de integrantes de los estamen-tos estudiantil y de egresados en todas las unidades académicas, y en condiciones de una amplia participación de los mismos en la votación, estos dos estamentos siempre tendrían ventaja en la designación del cargo de Rector al compendiar los resultados de todos los colegios electorales. Dicho de otra forma, mientras que la primera propuesta busca pon-derar las votaciones asignándole un peso relativo diferenciado a cada uno de los estamentos, la segunda lograría ponderar las votaciones entre unidades acadé-micas pero dejaría intacta la ven-taja numérica absoluta que siem-pre tendrán los estamentos estu-

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diantil y de egresados, indepen-dientemente del tamaño de la unidad académica.

No obstante la imperfección que siempre pesará sobre cualquier mecanismo que pretenda ampliar la participación democrática de los estamentos en la designación de sus órganos de gobierno, la primera propuesta resulta más efectiva en su ponderación por corregir el desbalance numérico entre estamentos. Adicionalmen-te, también considera elementos de diferenciación cualitativa entre estamentos como son los tiem-pos de permanencia de los dife-rentes estamentos en la Institu-ción, y el papel que juegan en la misma. Así por ejemplo, el esta-mento profesoral tiene un tiempo de permanencia sustancialmente mayor que el estamento estudian-til y además cumple un papel determinante en el diseño y eje-cución de los planes de desarro-llo y acción, con especial énfasis en sus aspectos académicos, que ocurren en el devenir univer-sitario.

Aunque la discusión para asignar los valores de ponderación de las votaciones por estamento no es fácil, es una tarea inaplazable que debe darse con la participación de dichos estamentos, si real-mente se quiere llegar a la depu-ración de una propuesta que nos permita la transformación de un mecanismo de consulta inocua, en un mecanismo con alguna

fuerza vinculante. Solo de esta manera se logrará un avance rela-tivo en el poder decisorio de los estamentos profesoral, estudian-til, de empleados y de egresados, en la denición de una parte del gobierno universitario, pues es claro que esta salida no soluciona el principal limitante a la democra-cia en las universidades estatales, cual es la conformación de los Consejos Superiores Universi-tarios.

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La Carta Política de 1991 elevó a canon constitucional la libertad de cátedra. Lo hizo de manera general y universal, para todos los aparatos educativos, no solo para la universidad. El artículo 27 esta-blece: “El Estado garantiza las libertades de enseñanza, apren-dizaje, investigación y cátedra”. Así, la libertad de cátedra viene a ser un elemento que se vincula con las pedagogías y la investiga-ción bajo el primado de la libertad.

La educación y la cultura obtuvie-ron una presencia notable en el ordenamiento constitucional a través de un amplio espectro de temas. Lo cultural-educativo per-mea la Carta de acuerdo con con-cepciones modernas que le dan a la libertad de cátedra una contex-tualización dinámica y amplia. El

DE LA LIBERTAD Y LA AUTONOMÍA

UNIVERSITARIA MODERNA

Por:Ricardo Sánchez Ángel

Decano de la Facultad de Ciencias Humanas

Universidad Nacional de Colombia

primer elemento es que la educa-ción ya no se concibe como una etapa generacional sino como una act iv idad permanente, teniendo en cuenta el criterio del Informe Delors, La Educación encierra un tesoro: “La comisión se ha hecho eco de otra utopía: la sociedad educativa basada en la adquisición, la actualización y el uso de los conocimientos. Estas son las tres funciones que convie-ne poner de relieve en el proceso educativo. Mientras la sociedad de la información se desarrolla y multiplica las posibilidades de acceso a los datos y a los hechos, la educación debe permitir que todos puedan aprovechar esta información, recabarla, seleccio-narla, ordenarla, manejarla y utili-

11zarla” .

La libertad de cátedra es también acceso a la información y comuni-cación en todos los órdenes de la revolución de las comunicacio-nes. Es, asimismo, el derecho a tener revistas, periódicos, com-putadores en redes, cine, televi-sión, radio y tener acceso a tales medios en la sociedad. El contra-punteo y el debate intelectual son indispensables en la formación de la opinión pública y en la edu-cación permanente.

La Constitución consagró la con-quista del Estado y la educación laicos, una anhelada aspiración

11 Informe de la investigación presidida por Jacques Delors: La Educación encierra un tesoro. Presentado a la UNESCO. Ed. Santillana – UNESCO. Madrid 1996.

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de los colombianos, lo cual es condición para la formación libre en las ciencias y las artes, en la formación profesional, con espíri-tu crítico. Señaló, además, una mayoría de edad para las comuni-dades educativas, como comuni-dades activas capaces de gene-rar propuestas curriculares y de

12gestión escolar .

Para la universidad, la Carta de 1991 representó la entrada a la edad ilustrada en materia de la autonomía, libertad de cátedra y educación laica. De igual manera, se abrió paso el criterio democrá-tico en la conformación de su gobierno y el ejercicio de los dere-chos políticos, asuntos estos toda-vía por completar.

El artículo 69 de la carta política de 1991 dice:

“Se garantiza la autonomía univer-sitaria. Las universidades podrán darse sus directivas y regirse por sus propios estatutos, de acuerdo con la ley.

La ley establecerá un régimen especial para las universidades del Estado.

El Estado fortalecerá la investiga-ción cientíca en las universida-des ociales y privadas y ofrecerá las condiciones especiales para su desarrollo.

El Estado facilitará mecanismos nancieros que hagan posible el acceso de todas las personas aptas a la educación superior”.

En otras palabras, la autonomía es en Colombia un derecho con poder constitucional y que tiene desarrollo en la ley 30 de 1992 en su artículo 28. Las universidades estatales u ociales tienen el carácter de entes universitarios autónomos con régimen espe-cial, y gozan de personería jurídi-ca, autonomía académica, admi-nistrativa y nanciera, patrimonio independiente y pueden elaborar y manejar su presupuesto. El carácter especial comprende la elección de sus directivas, la selección del personal docente y administrativo, su sistema estatal, el régimen nanciero, el régimen de contratación y de control scal. También formular sus estatutos propios y reglamentos: el gene-ral, el orgánico, el docente, el estu-diantil, el de bienestar, el de per-sonal administrativo, el disciplina-rio, el de contratación, el de con-trol interno, el de escalafón docente y todos los que requiera para su funcionamiento.

Además, está en concordancia con el artículo 68 de la Constitu-ción, donde establece: “La comu-nidad participará en la dirección de las instituciones de educa-ción”. Sobre esto, la Sentencia C-829 de 2002 de la Corte Constitucional:

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12 Ricardo Sánchez: Introducción a la Ley General de Educación (Ley 115 de 1994). Ed. Instituto para el Desarrollo de la Democracia Luis Carlos Galán. Bogotá 1994.

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“De igual modo se precisa por la corte que la autonomía universita-ria ha de entenderse en armonía con lo preceptuado por el artículo 68 de la Constitución en cuanto en él se establece que la comuni-dad educativa participará en la dirección de las instituciones de educación. Es decir, que la auto-rregulación que a las universida-des garantiza el artículo 69 de la carta no podrá, en ningún caso prescindir de quienes integran la comunidad educativa (docentes, estudiantes, personal administra-tivo), y, en cambio, será indispen-sable establecer mecanismos internos que les permitan expre-sarse sobre todos los asuntos que interesan a la vida académica y administrativa de la universidad, así como la posibilidad de partici-par efectivamente en las decisio-nes correspondientes. Se aban-dona pues un criterio autoritario en la universidad para dar cabida de manera concreta al principio de la democracia participativa en

13los claustros” .

La Universidad Nacional de Colombia, mediante el decreto presidencial 1210 de 20 de junio de 1993, estableció su régimen orgánico especial, el cual señala funciones especícas en el desa-rrollo de la unidad nacional, el patrimonio cultural, natural y ambiental, el conocimiento en las

ciencias, las técnicas, las artes, las humanidades, la losofía, la prevalencia de la conciencia críti-ca, la formación en valores demo-cráticos y en los derechos huma-nos, la educación internacional, su independencia en la formula-ción, análisis y propuestas a la solución de los problemas nacio-nales, el asesoramiento al Estado con autonomía académica y admi-nistrativa y todo aquel que se deri-va de sus nes.

El artículo 4 enfatiza la autonomía al señalar que tendrá plena inde-pendencia. Asimismo, el artículo 3 establece el régimen de esa autonomía, el cual reitera la capa-cidad de dictar sus propias nor-mas y reglamentos, que se deri-van de su capacidad de tener per-sonería jurídica, patrimonio y ren-tas propias, gobernarse y desig-nar sus propias autoridades.

La constitucionalidad de la Ley 30 en materia de Autonomía Univer-sitaria y del decreto presidencial 1210 de 1993 fue decidida por la Corte Constitucional en la senten-cia anteriormente citada. Conclu-ye la Corte:

“Resulta entonces, que el “régi-men disciplinario” de las universi-dades no sustituye a la ley, queda comprendido dentro del estatuto que para profesores, estudiantes o personal administrativo se expi-da en ejercicio de la autonomía universitaria conforme al artículo 69 de la Carta, en armonía con el

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13 Sentencia C-829/02. Expediente D-4003. P á g i n a 8 - 9 . E n l í n e a e n : http://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/Norma1.jsp?i=7589

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Código Disciplinario Único como ya se expresó y sin que pueda expandirse ni aquella ni éste para que el resultado sea la mutua ino-cuidad de sus normas.

Por ello, se tiene que las normas disciplinarias internas de cada universidad pueden ser expedi-das por ellas, atendiendo su espe-cial naturaleza, su especicidad, sus objetivos y su misión educati-va, sin que esa capacidad de auto-rregulación que la Constitución garantiza a las universidades sig-nique autorización para actuar como órganos de naturaleza supraestatal, con una competen-cia funcional limitada “que des-borde los postulados jurídicos sociales o políticos que dieron lugar a su creación o que propen-dan mantener el orden público, preservar el interés general y garantizar el bien común”, (C-220 de 1997, magistrado ponente Fabio Morón Díaz.

Así las cosas, la expresión “régi-men disciplinario” contenida en las disposiciones acusadas de la Ley 30 de 1992 y del Decreto 1210 de 1993, no resultan inconstitucio-nales, sino, por el contrario acor-des con la Carta Política dándole aplicación al principio de armoni-zación de sus disposiciones, para que no pueda desconocerse el contenido normativo del artículo 69 de la Carta, ni tampoco el de los artículos 6°, 123, 124, 150-2 y 209 del mismo Estatuto Funda-mental, pues lo que resulta indis-

pensable es que puedan tener pleno desarrollo las normas que garantizan a las universidades actuar como un foro de carácter democrático participativo y plura-lista en un Estado social de dere-cho, sin que desborde en ningún caso los límites impuestos por la Carta, lo que no resulta incompa-tible con el adecuado y correcto funcionamiento de la administra-ción pública, ni con el actuar de sus servidores conforme a la ley.

[…] Resuelve:

Declarar EXEQUIBLES los artícu-los 75, literal d), y la expresión “régimen disciplinario del perso-nal administrativo”, de la Ley 30 de 1992; y la expresión “régimen disciplinario” del artículo 26 del Decreto 1210 de 1993, en los tér-minos expuestos en esta senten-cia.”

Así las cosas, el régimen discipli-nario que se le debió aplicar al profesor Miguel Ángel Beltrán es el de la Universidad Nacional, y no el de la Procuraduría, aunque el procurador puede: “emitir con-ceptos en los procesos disciplina-rios que se adelanten contra fun-cionarios sometidos a fuero espe-cial” (Constitución Política de Colombia, Artículo 278, numeral 2). Lo cual delimita que la función constitucional del procurador de “ejercer preferentemente el poder disciplinario” no es absoluta y debe respetar los regímenes especiales.

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La Universidad Nacional ha apli-cado su régimen de autonomía en medio de difíciles circunstan-cias derivadas del orden social y político y sus recurrentes crisis, que a veces debilitan su ejercicio creativo y pleno. Estas incluyen, entre otras, las dramáticas limita-ciones presupuestales, la cre-ciente ola privatizadora de la edu-cación aupada por las políticas de los organismos internacionales de crédito y nanzas, las presio-nes de la economía de mercado, y las sistemáticas campañas de descrédito por circunstancias de violencia, cuyas causalidades son ajenas a la Universidad y que se viven en distintos escenarios de la geografía nacional, pero que los grandes medios de comunica-ción focalizan en la universidad pública.

No siempre las autoridades uni-versitarias, y en primer lugar los rectores, pero también los profe-sores, estudiantes y trabajadores, hemos sabido defender y ampliar creativamente la autonomía uni-versitaria. Es necesaria una auto-crítica, que permita en esta hora de debate nacional enfrentar los desafíos que implican las preten-siones de someter la Universidad Nacional a los dictámenes de los modelos de nanciarización, en detrimento de la calidad, la inves-tigación y el ejercicio pleno de las libertades, limitando su autono-mía. Hay que tomar conciencia: la educación está, como la socie-

dad, en profunda crisis, vive los embates del neoliberalismo y el autoritarismo. Y con ello están en riesgo sus conquistas.

La movilización estudiantil del año 2011, que enfrentó el proyecto de ley regresivo, propuesto por el gobierno nacional, puso en evi-dencia la necesidad, tal como lo demandaron los jóvenes, de una nueva ley de Educación Superior, que conserve el núcleo duro de la autonomía y de la libertad de cáte-dra, y a la vez amplíe la democra-cia, el sistema social de nancia-ción de la educación que des-monte las perversas políticas de privatización, la creación de un sistema de bienestar universitario de carácter nacional, no asisten-cialista y digno, articulando los estudiantes como sujetos de ciu-dadanía política y social plenas.

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Se me ha pedido que escriba sobre democracia universitaria a propósito de una intervención que hice en el último Consejo Académico, y que desarrolle con mayor amplitud lo que expresé allí. Quiero presentar este argu-mento que fundamenta una tesis democrática: la dimensión políti-ca en la universidad no puede ser omnipotente. Debe permitir el desarrollo y orecimiento de las dimensiones de la ciencia, la aca-demia, las humanidades y la liber-tad de los individuos.

1) La universidad es la base sobre la cual la sociedad y el Estado pueden dar lugar a la más clara conciencia de la época. Allí pue-den reunirse profesores y alum-nos con la única función de bus-car la verdad argumentando con razones. La universidad es la insti-tución central de la ciencia, la for-mación, la cultura y las artes. Y lo es porque es la mejor dotada para mantener su continuidad y

DEMOCRACIAY

UNIVERSIDAD

Por:Francisco Cortés RodasInstituto de Filosofía

Director

enseñar a nuevas generaciones de cientícos, profesionales y artistas. Lo que dene a la univer-sidad no es la política, ni los com-promisos que en ella se den con la actividad política. La universi-dad está determinada, por las dimensiones académica, cientí-ca y humanística. “Cuando la acti-vidad principal de las universida-des es la política y no la cientíca y la académica, la primera que se ve amenazada es la autonomía universitaria” (Hoyos, 2009, 354). Esto quiere decir que la dimen-sión política no está entre los valo-res propios de la universidad, no es una dimensión esencial.

Esto no quiere decir que la políti-ca no tenga lugar en la universi-dad. Lo tiene de diferentes mane-ras: i) la dimensión política tiene que ver con las formas de partici-pación en los organismos repre-sentativos; ii) con las respuestas que debe dar la comunidad uni-versitaria frente a proyectos del gobierno o de otros actores inter-nos o externos, iii) o frente a ame-nazas y otras formas de violencia externas o internas contra la uni-versidad. La respuesta a este tipo de situaciones demanda la acción política, es decir, la organi-zación del pleno de la comunidad académica que, en estos casos, actúa políticamente.

Pero esto tiene condiciones: la dimensión política puede tener un

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lugar en la universidad si respeta los espacios de acción de la aca-demia, la ciencia, la formación y si no recur re a l a v io lenc ia . Respetarlos quiere decir que las decisiones de las asambleas de estudiantes o profesores no deben limitar o impedir durante largos o cortos períodos de tiem-po la normalidad académica de la universidad, las clases, la investi-gación etc. El pronunciamiento, la crítica, las demandas y reclamos de los estudiantes y profesores deben estar dentro de las univer-sidades, pero no tienen por qué desplazar la actividad académica, ni conducir a ceses de activida-des o al paro.

La violencia política ejercida por los estudiantes más radicales, los capuchos, que deenden la lucha violenta por el poder, ha produci-do en los últimos años una espe-cie de bloqueo de las capacida-des académicas, culturales y polí-ticas de la universidad. La violen-cia no debe tener lugar en la uni-versidad. La coerción e intimida-ción contra estudiantes y profeso-res, que en determinadas situa-ciones se apartan del sentido de las decisiones de las asambleas, es resultado de concebir la políti-ca como una dimensión omnipo-tente en la universidad, la cual está por encima de las dimensio-nes cientíca, académica y formativa.

La política debe tener unos tiem-pos, unas formas, unos límites. Somos seres nitos y nuestro tiempo en la vida y en la universi-dad es muy corto. No tenemos la capacidad, es decir, el tiempo para cuestionar todo y examinar todo en lo que respecta a las posi-bles alternativas referidas a la legitimidad de cada norma. Esta limitación de la dimensión política está dada por las demandas de las dimensiones académica y cientíca, y por el más básico interés del estudiante de prepa-rarse cientíca y académi-camente.

En las universidades públicas, una dimensión que no es esencial de la universidad, como la políti-ca, ha terminado limitando el libre desarrollo de aquellas dimensio-nes que la denen: la académica, la cientíca y la humanística. “El miembro de la comunidad univer-sitaria está en todo su derecho de ser político, pero si no lo es, no contradice con ello su función de universitario. Así mismo, el miem-bro de la universidad está en todo su derecho de no ser político, porque como miembro de la uni-versidad no ingresó a ésta para hacer política, sino para desarro-llarse cientíca y académicamen-te. Y el miembro de la universidad que tiene agenda política debe respetar ese derecho” (Hoyos, 2009; 356).

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2) Para juzgar la política democrá-tica se parte hoy de la idea pro-puesta por Rousseau, según la cual sin una efectiva participación democrática en las decisiones relativas a la vida en común, no puede haber democracia. Este criterio es utilizado para cuestio-nar especialmente la democracia representativa por las limitacio-nes que ella tiene para garantizar la participación de todos en la vida política. Y esta crítica es váli-da. Pero es problemática la exten-sión de este criterio de juzgamien-to a otras esferas sociales de acción.

El proceso democrático de cons-truir decisiones colectivas, guia-do por el principio de la regla de la mayoría, es especíco del mundo político, del lugar donde el pueblo actúa políticamente. En la esfera de las instituciones políticas, que les concierne directamente la lucha por el poder, como el con-greso, las asambleas, los conce-jos, las juntas locales, los parti-dos, los movimientos sociales, el triunfo en la política se produce mediante el voto de las mayorías. Estos actores están obligados a actuar políticamente en estas arenas y si no lo hacen, están des-virtuando su función. Ahora bien, el que quiere hacer este tipo de política, con estas pretensiones en la universidad, está equivocan-do su acción como universitario y

está desvirtuando lo especíco de la política.

En la universidad pública, no hay, ni puede haber, elecciones direc-tas de los directivos de turno, ni la democracia directa, si existiera, puede remplazar las decisiones de los organismos legítimos. Y esto se deduce de lo armado, pues la universidad no tiene la misma estructura jurídica y políti-ca que el congreso, una alcaldía o una gobernación. La universidad como una institución del Estado, con una naturaleza jurídica dife-rente, cuyas dimensiones esen-ciales son la ciencia, la academia y la formación, debe estar regida por otros principios, normas y prácticas, y la dimensión política debe darse sobre la base de la no limitación de las otras dimensio-nes, de su respeto y reconoci-miento.

Es importante mencionar sola-mente dos situaciones para ejem-plicar estas ideas. En el caso de la designación de los directivos en la universidad los principios deben ser estrictamente acadé-micos y meritocráticos y no la regla de la votación mayoritaria, ni una forma de participación demo-crática directa. En el caso de las decisiones académicas, los meca-n ismos decisor ios son los Consejos de Facultad, Escuela e I n s t i t u t o , l o s C o n s e j o s

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Académico y Superior, apoyados en una representación que inclu-ye profesores y estudiantes (Hoy ciertamente muy limitada en la Universidad de Antioquia).

Frente a las limitaciones de la forma representativa existente en las universidades públicas, algunos sectores de estudiantes y de profesores, oponen como a l t e r n a t i v a u n a f o r m a d e d e m o c r a c i a d i r e c t a . E s t a participación directa para elegir los funcionarios directivos o para dec id i r sobre los asun tos académicos, propios de los Consejos Superior y Académico, por decisión mayoritaria es, democráticamente hablando, un mal método. La regla de oro de la mayoría, o la part icipación democrát ica directa en los procesos decisorios del Estado, tan importantes en la esfera política, pueden ser mecanismos contraproducentes para la designación de los funcionarios académicos o para tomar decisiones académicas.

La democracia directa es hoy en día una propuesta insensata tanto en el ámbito estatal como en una institución como la universidad. Al respecto dijo el pensador de la tradición socialista Norberto Bobbio: “Es materialmente impo-sible que todos decidan todo en sociedades cada vez más com-

plejas como las sociedades industriales modernas; y es desde el punto de vista del desa-rrollo ético e intelectual de la humanidad, indeseable” (Bobbio; 1992, 33).

3) Dicho esto sobre la universidad voy a hacer una breve narración sobre la democracia. En las dis-cusiones políticas actuales sobre cómo denir la participación de los ciudadanos en el poder encuentra uno cuatro alternati-vas: la democracia directa, la democracia representativa, la democracia deliberativa y la democracia populista.

i) La democracia directa. En la Grecia antigua encontramos el primer ejemplo de una sociedad que delibera explícitamente sobre sus leyes y que modica esas leyes, es decir que hace política en el sentido de la actividad colec-tiva de la asamblea del pueblo ‒demos‒ para instituirse como sociedad autónoma. En la anti-güedad la losofía política se expresó en la organización de los asuntos políticos en el espacio público, donde la comunidad de los ciudadanos, anunciaba su absoluta soberanía, y ejercía el dominio en virtud de sus propias leyes, pues ellos tenían una legis-lación propia e independiente y se gobernaban a sí mismos. A esta concepción de la democra-

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cia le pertenecía también la idea de la igualdad política de todos los hombres libres, que compren-día la igual participación en las acciones políticas y en el poder. Esto es autodeterminación, es decir “la autodenición del cuer-po político por medio de la crea-ción de la ley” (Castoriadis, 1988, 117). Para los griegos de la anti-güedad quien gobierna es el cuer-po de los ciudadanos, que son los varones libres y adultos. La asam-blea del pueblo asistida por el consejo hace las leyes y gobier-na. Esta es la democracia directa.

ii) La democracia representativa. El paso de la política como partici-pación de todos los ciudadanos en el poder, según la practicaron los antiguos, a la política repre-sentativa de las sociedades modernas del siglo XVII en ade-lante, supuso un hecho básico: mientras más grande es la colecti-vidad política, menos capaz se muestra el pueblo, como tal, de desenvolver la actividad creadora de la formación directa de la voluntad política, y más obligado se ve a limitarse a crear y controlar el verdadero mecanismo que forma la voluntad política: la r e p r e s e n t a c i ó n . B e n j a m i n Constant escribe en los años de la Revolución Francesa de 1789: la única democracia es la democra-cia directa, y esta es imposible en nuestra sociedad. Es imposible a

causa del tamaño de la colectivi-dad; es preciso pues elaborar el sistema de la representación, que ya no es democrático.Históricamente, la idea de la democracia representativa se concretó por primera vez en la c r e a c i ó n d e u n a n u e v a Constitución en la Francia revolu-cionaria. Uno de sus artíces fue el abate Sieyès, quien armó que el pueblo tiene, el poder constitu-yente, es decir, el poder de deter-minar la forma de gobierno, la c o n s t i t u c i ó n m i s m a . « L a Constitución no es obra del poder constituido, sino del poder consti-tuyente». El pueblo es el único que puede darse una constitu-ción y es el único que puede cambiarla.

Sieyès construyó, por medio de la distinción entre poder constitu-yente y poder constituido, el mecanismo que era necesario para que la voluntad soberana del pueblo se manifestara por medio de la representación. Con la teo-ría del poder constituyente Sieyès retoma la idea del cuerpo político soberano de la democracia direc-ta que Rousseau había formula-do, pero en un contexto donde se habla de «voluntad general repre-sentativa», o sea en un momento que está atravesado por la nece-sidad de la representación. Esto no sólo en el nivel del poder cons-tituido, sino también en el nivel

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más alto del poder constituyente, desde el momento en que el pue-blo necesitaría siempre para expresarse un núcleo de perso-nas, más precisamente la “Asam-blea constituyente”, que es una asamblea de representantes.

En este sentido, se ha armado que “la democracia del Estado moderno es una democracia mediata, parlamentaria, en la cual la voluntad colectiva que prevale-ce es la determinada por la mayo-ría de aquellos que han sido elegi-dos por la mayoría de los ciuda-danos” (Kelsen, 1920: 47).

Representar signica actuar en interés de los representados, de una manera que responde a ellos, pero el representante debe actuar con independencia; su acción debe comprender discreción y juicio. El representante debe ser concebido como capaz de acción independiente y juicio pondera-do, y no solamente como un sim-ple encargado. Cuando las per-sonas son representadas, su pre-tensión de tener algo qué decir a favor de sus propios intereses debe ser atendida por el repre-sentante por medio de mecanis-mos institucionales de participa-ción (Pitkin, 1972: 212). Por estas razones la concepción moderna de la democracia acepta que la libertad política se limite mediante la regla de mayoría y el principio de representación.

Debemos seña la r en es te momento los límites del concepto de la democracia representativa. En las últimas décadas, en varios países de Europa y América Lati-na, los intereses políticos, econó-micos y sociales de las mayorías no han obtenido su reconoci-miento en Estados estructurados bajo la forma de la democracia representativa. Esta que funcionó de manera exitosa e incluyente en los países más desarrollados en el siglo XX, es inaceptable, como una concepción de la democracia para países en los que hay una profunda desigualdad entre sus ciudadanos, como es el caso de muchos países de América Latina.

De acuerdo con esto, contra una democracia liberal basada en la delegación para elegir los repre-sentantes, que pueden ser con-trolados solamente en eleccio-nes, los nuevos movimientos democráticos y sociales vienen armando desde hace varias décadas que los ciudadanos, naturalmente interesados en polí-tica, deben asumir directamente la tarea de intervenir en las deci-siones políticas. Estos nuevos movimientos reclaman la necesi-dad de aumentar el número y poder de espacios abiertos a la participación ciudadana. En con-creto, desarrollar las democracias existentes a través de múltiples

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canales de part ic ipación y ampliando los derechos civiles, sociales y políticos que hacen posible la participación. De aquí surgen la democracia deliberativa y el populismo.

iii) La democracia deliberativa. La tesis central de la concepción deliberativa dice que la democra-cia debe hacer posible la partici-pación de todos en la esfera social de acción de la política. El Estado legítimo debe ser demo-crático, popular y liberal. El Esta-do democrático se funda en la soberanía construida a través de la representación universal y el mandato libre, en la perspectiva de la formación de un orden políti-co unitario, racional y juridicado, que se constituye mediante leyes emanadas de la soberanía mis-ma, creadas por los legisladores en el Parlamento. En efecto, es a través del legislativo, entendido como el poder soberano autoriza-do por todos en condiciones de igualdad, que el pueblo se trans-forma en neutral y universal, en ciudadanía. En el Estado demo-crático la ley debe ser el resultado de la soberanía popular, es decir, de la participación en su cons-trucción, mediante la representa-ción, de todos los posibles afecta-dos por la ley. Porque sin sobera-nía popular, escribió Rousseau, no hay legitimación política de la ley, solamente dominación.

Según la democracia deliberati-va, la democracia es formal, representativa, pero se puede entender también como un mode-lo de confrontación. En este modelo, un Estado es democráti-co si sus ciudadanos tienen la posibilidad de confrontar lo que el gobierno decide. Confrontar quie-re decir que cada ciudadano puede argumentar con razones contra las decisiones tomadas por los agentes de los poderes públicos. En este sentido, la d e m o c r a c i a s e c o n s t r u y e mediante el ir y venir de las razo-nes que cada ciudadano da, de forma argumentada, enfrentando las decisiones gubernamentales o resistiéndose a ellas.

La deliberación se concibe en la forma de comunicaciones hori-zontales, en la producción múlti-ple de contenidos, amplias opor-tunidades de interacción, con-frontación sobre la base de la argumentación racional, y en una actitud positiva para la mutua aten-ción y escucha recíproca. Ade-más, las concepciones deliberati-vas de participación han penetra-do el Estado democrático, a tra-vés de reformas que incrementan la participación en las institucio-nes públicas, y esto se ha hecho a través del reconocimiento político del derecho a disentir.

Formas deliberativas de la demo-cracia son defendidas en las

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actuales discusiones políticas como un camino para canalizar el apoyo de los ciudadanos críticos dentro de las instituciones demo-cráticas para construir sobre esto la asunción de que las democra-cias contemporáneas necesitan combinar las instituciones repre-sentativas con otras formas de acción política.

iv) La democracia populista. Según esta concepción se debe radicalizar la democracia con el n de hacer viable la participación de todos en la denición de los asuntos comunes. El populismo propone la realización de la demo-cracia directa, el ejercicio del poder, sin intermediario esencial, por el soberano, es decir, el cuer-po de los ciudadanos. La idea de la representación está por com-pleto ausente de la práctica políti-ca del populismo. El ejercicio de poder en la democracia directa no se da a través de representan-tes, sino de jefes, individuos emi-nentes, líderes, como Pericles, Robespierre, Perón y Chávez. Si es posible mantenerlos bajo con-trol no hay problema y eso suce-dió en la Grecia clásica, de ahí en adelante los líderes rompieron las riendas que manejaba el pueblo soberano.

En el diagnóstico del que parte el populismo en América Latina se arma que el orden global neoli-beral es la expresión de una

determinada alineación de las relaciones de poder entre las cor-poraciones capitalistas y los Esta-dos nacionales. Frente a este sis-tema de poder propone un desa-fío a la hegemonía del “mundo globalizado”, a través de una pro-fundización de la “revolución democrática”, entendida como la extensión de las luchas democrá-ticas por la igualdad y la libertad a un número creciente y amplio de relaciones sociales (Laclau y Mouffe, 2010, 17).

Siguiendo la tesis de Claude Lefort de que el momento clave en la historia política fue la inven-ción democrática, el populismo concibe que el programa de una democracia radicalizada no tiene ámbitos de acción privilegiados ni esferas que deban ser excluidas a priori. Por esta razón, las institu-ciones jurídicas, el sistema edu-cativo, las relaciones laborales, la esfera de la economía, las pobla-ciones marginales, las luchas feministas, de género y culturales, deben ser objeto de la democra-cia radical.

Este populismo, que apela a la voluntad del pueblo representada en el líder carismático y a una radi-calización de la democracia, ha generado, sin embargo, dos serios problemas al Estado cons-titucional de derecho: una trans-formación de las estructuras del Estado y de la Constitución en

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función de un predominio del poder presidencial sobre el legis-lativo y el judicial, y un someti-miento de la esfera económica al poder político.

Los gobernantes populistas en América Latina han desconocido en sus respectivos países las l ibertades individuales, han excluido a grupos de ciudadanos de la participación en la delibera-ción y decisión de las políticas públicas, y así han convertido el poder político en un poder centra-lizado en el gobernante y sus agentes. El gobernante populista tiene que controlar el poder del pueblo y para esto tiene que con-vertirse en líder carismático.

En el caso de Venezuela, Chávez desmontó el capitalismo que allí existía, pero no lo sustituyó por otro modelo productivo. Esto explica la crisis de abastecimiento e inversión, la inación y la cre-ciente dependencia de los ingre-sos petroleros. Su modelo econó-mico se sostiene en la dependen-cia del petróleo y los recursos naturales en general. Esta depen-dencia excesiva de los recursos naturales constituye un problema para la diversicación de la eco-nomía, y como ha sucedido con la caída de los precios del petróleo, ha generado una profunda crisis económica, que se proyecta polí-ticamente en las relaciones con sus países vecinos.

La política populista de repolitizar la economía para hacer valer el derecho del agente social a la igualdad y a la participación en tanto que productor y no sola-mente en tanto que ciudadano, ha terminado en una política de estatalización de las empresas manejadas ahora por burocracias sindicales bastante inecientes, y de expropiaciones, que ha ido minando los presupuestos funda-mentales para el funcionamiento de una economía productiva y competente.

Hecha esta presentación de los cuatro modelos de democracia podemos decir que la democra-cia populista es un mal método para desarrollar el proceso de participación de los ciudadanos en las decisiones básicas de una sociedad. El populismo concibe que el presidente sea considera-do como la encarnación del país, principal custodio e intérprete de sus intereses, y así justica que podrá gobernar como considere apropiado, sin ninguna restric-ción jurídica o constitucional. La democracia representativa tiene también grandes limitaciones frente a nuevos problemas políti-cos y demandas de la sociedad contemporánea. En esta forma de democracia no se ha reconocido la necesidad de abrir nuevos espacios a la participación ciuda-dana, ni otros canales de partici-

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pación para nuevos grupos y movimientos sociales.

La democracia deliberativa y par-ticipativa es la alternativa con mayor viabilidad frente a los pro-blemas de nuestras sociedades. Demanda la inclusión de todos los ciudadanos en el proceso político de creación de las leyes y crea las condiciones para que puedan expresar su voz. De hecho, la deliberación tiene lugar entre ciudadanos libres e iguales. Esto signica que el proceso deliberativo tiene lugar bajo con-diciones de pluralidad de valores, donde la gente tiene diferentes perspectivas pero enfrenta pro-blemas comunes. Al menos todos los ciudadanos deben ser capa-ces de desarrollar esas capacida-des que les den a ellos acceso efectivo a la esfera pública (Della Porta, 67; 2013).

4) Finalmente, a partir de esto se puede proponer para la discusión de lo que debería ser la política en la universidad las siguientes ideas: de la misma manera que la democracia representativa es insuciente en el nivel político estatal lo es también en la univer-sidad. Ante esto propongo repoli-tizar la representación democráti-ca en la universidad haciendo valer la deliberación democrática, de tal manera que la representa-ción pueda entenderse como un proceso cuyos referentes centra-

les no sean exclusivamente la conformación de los consejos, las votaciones, las decisiones, sino que consista también en el inter-cambio discursivo entre los uni-versitarios, mediante el ir y venir de las razones y argumentos a las instancias de decisión y de regre-so. Esto debe hacer posible la creación de condiciones que per-mitan a todos los afectados por una norma o decisión, poder inuenciar en el proceso de cons-trucción de estas.

Es necesario por esta razones, siguiendo el sentido político de la Constitución del 91, generar un acercamiento entre el esquema de la representación que determi-na el orden normativo vigente y una nueva visión de la democra-cia, que según el artículo 22 cons-titucional apunta a una sociedad igualitaria, pluralista e incluyente. Esto quiere decir que la idea de participación política, planteada en la Constitución, se deberá ampliar, también en las universi-dades, con la introducción de los componentes de participación.

Pero estos procesos deben tener como condición básica que la dimensión política tenga su lugar, pero respetando los espacios de acción de la academia, la ciencia, la formación y si no recurre a la violencia. La dimensión política no puede ser omnipotente. Vivi-mos en un mundo plural en el que

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coexisten varias potencias o pode-res. “Cada una asegura al hombre un espacio frente a los otros pode-res, y lo salva de la intervención exclusiva y determinativa de una única potencia, frente a la cual el hombre sería impotente por sus propios medios: solo mediante la división de estas potencias uno es libre y un individuo. Así pues, es ventajoso para el hombre tener muchas convicciones: tener muchas tradiciones e historias en lugar de no tener ninguna o tener una sola” (Marquard, 76; 2012).

Armar la omnipotencia de la democracia directa es aseverar la omnipresencia de lo político en todas las esferas de la vida huma-na. Pero hay esferas de la vida humana —y en la universidad hay esferas de la acción social como la docencia, la ciencia, la investi-gación y la cultura— que no son políticas y que no tienen que ver directamente con la política. La política es una potencia determi-nante que interactúa frente a otras. Ninguna potencia puede ser preponderante. “Lo que hace libre al hombre no es la preponde-rancia de un único determinante, sino la sobreabundancia de deter-minantes, propios de la realidad humana natural e histórica” (Mar-quard, 76; 2012).

Bibliografía

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Castoriadis, C., (1988), Los dominios del hombre: las encru-cijadas del laberinto, Gedisa, Barcelona.

Della Porta, D., (2013), Can D e m o c r a c y b e S a v e d . Participation, Deliberation and Social Movements, Polity Press, Cambridge.

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