31
POLI DÉLANO – CUENTOS DEL EXILIO La misma esquina del mundo UNO Cuando la mujer rubia de ojos claros tipo nórdica volvió a cruzar la calle desde el teléfono público al paradero de autobús, el hombre de aspecto agobiado que al pasar había querido perforarle la mirada y luego la siguió unos pasos, todavía estaba ahí. Entre los límites de la esquina, iba y venía nervioso y a la vez despreocupado, más o menos como si muchas burbujas calientes se agitaran en el espacio de su cráneo, y más o menos también como si nada pudieran contra él los apremios del tiempo. La lluvia – esos chubascones intensos y rápidos de las tardes de verano – se hacía tenue y en el comienzo del anochecer los altos neones multicolores de Insurgentes Sur intentaban reflejarse sobre el pavimento mojado. El hombre detuvo sus pasos junto a la mujer rubia de ojos claros. Un autobús hizo chirriar los frenos y sus pasajeros desertores empezaron a descolgarse amontonados. La mujer rubia, inquieta, pestañeante, se dirigió por fin al hombre. -¿Me servirá éste para ir a la ciudad universitaria? El hombre lanzo la vista hacia la fachada del bus. -No- le dijo-. Dobla antes. -¿Me podría decir cuál es el que tengo que tomar? El hombre frunció el ceño. -Uno que vaya por Copilco-dijo luego con cierta indecisión. El bus arrancaba llevando su nueva carga y martirizando a la pequeña multitud de la esquina con la espesa y asfixiante humareda de su vómito y con ese despiadado rígido del escape libre. -No eres mexicana ¿verdad? – pregunto el hombre mirándola.

POLI DÉLANO - cuentos del exilio

Embed Size (px)

DESCRIPTION

LIBRO CMPLETO

Citation preview

POLI DLANO CUENTOS DEL EXILIO

La misma esquina del mundoUNOCuando la mujer rubia de ojos claros tipo nrdica volvi a cruzar la calle desde el telfono pblico al paradero de autobs, el hombre de aspecto agobiado que al pasar haba querido perforarle la mirada y luego la sigui unos pasos, todava estaba ah. Entre los lmites de la esquina, iba y vena nervioso y a la vez despreocupado, ms o menos como si muchas burbujas calientes se agitaran en el espacio de su crneo, y ms o menos tambin como si nada pudieran contra l los apremios del tiempo. La lluvia esos chubascones intensos y rpidos de las tardes de verano se haca tenue y en el comienzo del anochecer los altos neones multicolores de Insurgentes Sur intentaban reflejarse sobre el pavimento mojado. El hombre detuvo sus pasos junto a la mujer rubia de ojos claros. Un autobs hizo chirriar los frenos y sus pasajeros desertores empezaron a descolgarse amontonados. La mujer rubia, inquieta, pestaeante, se dirigi por fin al hombre.-Me servir ste para ir a la ciudad universitaria?El hombre lanzo la vista hacia la fachada del bus.-No- le dijo-. Dobla antes.-Me podra decir cul es el que tengo que tomar? El hombre frunci el ceo. -Uno que vaya por Copilco-dijo luego con cierta indecisin.El bus arrancaba llevando su nueva carga y martirizando a la pequea multitud de la esquina con la espesa y asfixiante humareda de su vmito y con ese despiadado rgido del escape libre.-No eres mexicana verdad? pregunto el hombre mirndola.-Soy uruguaya.-Yo soy chileno- dijo l como en un saludo de colegas-. Llevas mucho aqu? -Apenas cuatro das. T? -Ya casi un ao Te viniste por?-S dijo la mujer bando la vista.- Oye, tengo un auto a media cuadra y si quieres te llevo hasta la universidad. Olemos a sur, sabes.- Bueno dijo ella sin vacilar. - Aventn se dice aqu.La mujer sonri. Se alejaron de la esquina.

DOS

No s, la verdad, qu bicho me pic para decirle al tipo que s cuando se ofreci a llevarme, ya que no es nada comn que yo acepte invitaciones de buenas a primeras, pero se me ocurre que quizs fueron sus ojos. Ni siquiera las veces que en Montevideo los choferes declaraban la huelga hace ya tiempo y no haba manera de llegar al trabajo, acaba por decidirme a hacer dedo, y si no recuerdo mal, hasta senta un poco de rabia cuando desde algn auto (siempre iban hombres solos) una bocina me ofreca gentilmente sus servicios y por supuesto ni me tomaba la molestia de mirarlos. Quizs si le acept pensaba ms tarde fue porque, adems de sus ojos, el tipo dijo eso de que olamos a sur, yo qu s, me gust mucho oler a sur, me perfor la frase como atacan los recuerdos lacerantes, sabor a tango de esos lados, sur, paredn y despus, los meses de paria en Buenos Aires, sur tambin de callejones lejanos y de faroles, por eso, porque ramos apenas dos sureos de muy abajo a los que el azar pona juntos en una esquina como de milonga para que actuaran, para que se movieran y se dijeran cosas igualitas que en una obra de teatro. Eso ni ms ni menos es lo que me deca aquella misma tarde un poco despus, cuando en las cercanas de la ciudad universitaria el tipo, un loco al que se le meti en la cabeza que me conoca desde siempre, que me haba seguido en dotas las edades, qu s yo, un loco suelto, me invit a tomar un caf y tambin le dije que s, igual que antes, casi sin chistar, mientras ya comenzbamos a entendernos pensando que despus de todo si estbamos aqu, en un pas lindo y clido pero en una ciudad donde todava las calles no eran nuestras, se deba exactamente a la misma razn.No voy a negar que desde el primer momento el tipo me pareci interesante, seguro, bien plantado, a pesar de una especie de desconcierto perdido que pareca inundarle a ratos la mirada. Tampoco voy a negar que como hombre estaba en general bastante bien. Pero insisto en que no es mi estilo, en que sigo siendo de las que no le dan los ojos a un desconocido y admito sin vacilaciones que en esa ocasin torc la ruta puritana en que mi madre rusa me endilg desde chiquita. As me lo deca interrogante mientras frente a frente tombamos con bastante silencio nuestros capuchinos mirndonos de cuando en cuando a los ojos. Sus ojos, para aclarar, no es que fueran lindos: eran potentes y luminosos, desconcertantes, pese a que fjense que hace tiempo ya deje atrs los quince aos, pero es que, a ver, cmo expresarlo, hay tantas cosas que a veces una sabe sin saber siquiera que las sabe, no soy de lo ms clara, parece. Quiero decir, con ese caf que tomamos en la ciudad universitaria la verdad es que no acab nuestra relacin, a eso iba, porque al despedirnos nos dimos los telfonos y una de aquellas tardes muy aburridas en que yo arreglaba las pocas pilchas que al partir me cupieron en la valija, ah en casa de los compaeros donde definitivamente tendra que vivir hasta que me llegara un trabajo y pudiera mantenerme sola, el tipo ya debiera decirle Bernardo me llam invitndome a salir. Y para ser sincera, hasta donde mi mundo desmoronado me poda permitir cierta alegra, me alegr. Estuvimos en un restorancito de barrio popular y bullicioso, y tato Bernardo como los otros dos sujetos con que nos encontramos ah galopando a ritmo de locura, ms o menos tres tequilas antes de que yo terminara una sola sangra dbil de alcohol, de modo que muy sobria y metiendo poca baza en la conversacin, me dedique lo que se puede decir entusiasta a escuchar divertidas y locas narraciones sobre islas, perros, delfines, narraciones que se quebraban de pronto para dejarles paso a otros temas y volver al rato a flote con la nueva corrida de copas si es que a alguien le duraba la cuerda. Pero digo esto porque cuando el gordo de barba, una especie de bestia vital de mucha risa, conto lo que le haba pasado una noche en Estambul, se desato una de esas discusiones que van por otro camino y que terminan por abrirle a una la mollera para entender mejor las cosas. El local funcionaba a media luz y a pesar de que yo ah poda haber pasado como un simple pollo en corral ajeno, me senta plenamente a gusto entre esos tipos digamos mejor nuevos amigos que me trataban como si me hubieran conocido desde otros mundos. Para no entrar en detalles, el asunto era as: al gordo le haba ocurrido cosas extraordinarias en Estambul. Por supuesto que lo cont divertidsimo y nos remos lo que se dice a mandbula batiente, aunque no pienso repetir la historia porque no es eso lo que interesa. Luego Bernardo, que era el que ms se rea con la sarta de peripecias, cont tambin las cosas igualmente extraordinarias que aos antes le haban sucedido a l una tarde en que vagaba por el puerto de Bombay. Parecan, claro, historias inventadas y fantasiosas, pero como a la vez eran verosmiles, por qu dudar, si mirando bien a los tipos una quedara bien segura de que a ese par cualquier cantidad de locuras poda pasarles. Fue entonces cuando el gordo dijo lo que me interesa contar. Primero perdn el colombiano, con mucha pena, con la cara cada y los ojos nostlgicos, se pregunt por qu a l nunca le pasaban cosas as. Y ah el gordo le contesta con mucha seguridad que si a uno le pasan cosas es porque se las busca, de algn modo se las anda buscando, va predispuesto sin saberlo. En ese momento se calentaron los nimos y se agito el debate, pero ya con la suma de los tragos se haba vuelto muy catico, mucho grito, mucha interrupcin, mucha incoherencia, y yo no lo segua, no por pereza mental ni por desinters, sino fundamentalmente porque me empez a dar vueltas en la cabeza la frasecita esa de que las cosas uno se las buscaba. Despus de todo en Montevideo yo tena un novio macanudo compaero, digamos mejor- por quien deba hacer cuanto fuera posible para conseguirle rpido la visa antes de que los tiras lo desaparecieran. Tal vez, quise decirme entonces, se trataba de que estado tan recin llegada me senta muy sola a pesar de los amigos uruguayos que llevaban algo ms de tiempo por estos lados, a pesar tambin del cario de la nica familia mexicana que hasta el momento haba tratado, y tambin a pesar de que con estos tipos estos amigos- algo viva en m, algo me daba fuerzas. Quizs fuera verdad lo de estar sola, una chica regalona mal acostumbrada siempre al mimo y la caricia. Pero desde luego no era todo, para qu echarse tierra a los ojos. La verdad se esconda agazapada detrs de la mirada de Bernardo, que me conoca desde siempre, que me estaba buscando una barbaridad, y que desde mi llegada era prcticamente lo nico que lograba evitar que en cualquier momento, como a tontas y a locas, andando por la calle, acostada ya en la noche sin sueo, o en el lugar y a la hora que fueran, se me arrancaran solas y potentes lgrimas al recordare todo lo que haba pasado, los compaeros presos, y todo lo que quizs por cunto tiempo estaba dejando atrs. -Oye, tengo un auto a media cuadra y si quieres te llevo hasta la universidad. Olemos a sur, sabes. -Bueno dije yo, sin vacilar.

TRESGerita querida de ojos celestes y sonrisa de ngel: el otro da, caminando por el Paseo de la Reforma, me detuve frente a una vitrina que me dio la clave a travs de un poderoso flujo de luz que parta desde el ttulo de un libro. Cartas no mandadas, deca sobre una tapa rstica que me trajo entonces, en el mismo momento de fijarle la vista, la gran idea, que me encendi la mollera, segn decimos all, que me hizo tomar pluma y papel. Cmo empezar a decirte la rareza de las cosas que vienen sucedindome desde que recib tu primera carta. Como violar tanto cdigo y pasar por alto los dictados implacables de la conciencia (cumpliste ya los diecisis?), cmo saltar el tiempo y el espacio venciendo todas las barreras que te cercan. Pero all, en el ttulo de ese libro estaba muy parada la idea con las piernas abiertas y los puos contra la cintura; la presente esquela no has de verla nunca; no entrar jams por la boca de un buzn y quizs ni un sobre llegue a tener; las cosas son as. Sera solo un mnimo desahogo de este amigo casi hasta ahora mismo atormentado no solo por el recuerdo, sino tambin por el olvido, por el recuerdo de todo y el olvido de todo, por la ausencia permanente de tus ojos y tu risa difana. Digo casi hasta ahora mismo debido a que las cosas tomaron otro curso durante una de mis tardes de vagancia (s que te gusta esta palabra) cuando desde una esquina tus ojos celestes me llamaron. No digas nada, ya s que no comprendes, que quizs te va a doler, que nunca entenders. Pero de todas formas, para que se filtre la luz en estas palabras, resultar mejor comenzar desde mucho antes, verdad; acaso desde los tiempos en que siendo una nia saltabas a la cuerda entre los almendros florecidos de tu patio, desde la era de los domingos marineros en que las carnes terrestres escaseaban pero que entre casa y casa (la tuya y la ma de la misma cuadra) podan viajar bandejas de ceviche, cholgas frescas, budines de sierra entre las tardes convalecientes en que la pantalla intrusa de un televisor nos iba haciendo vivir las peripecias de una hermosa muchacha italiana que vena a casarse digo que vena porque es aqu donde vena , aqu donde estoy y quiero contarte que ni un da dejo de pasar por el ngel o por las aceras de esas torres inmensas que ella miraba boquiabierta -, a casarse vena con el viejo pastelero don Vittorio, pero que en el camino se tropezaba con dos brazos ms fuertes para hacerla caer y dar tumbos y un par de ojos potentes capaces de derretirla como mantequilla y de obligarla a cambiar el rumbo de sus aflicciones; desde las noches de chiquillera en que terminando una botella de tinto yo las escuchaba intentar en pandilla siniestras canciones sobre vampiros que vagaban solos por el cementerio chupando sangre; es decir, tambin ese tiempo en que pata casi todos los habitantes de nuestra geografa extravagante se abran amplias las alamedas que conducan aquella tierra prometida en que como afirman los viejos partisanos franceses les gens au creux des lits Font des revs. Ya s que no son muchos los das del calendario que dividen el tiempo entre la partida sin adioses y esta carta que te escribo con la cabeza blanqueando para que nunca llegue a destino. Sin embargo, si es verdad que ha pasado agua bajo los puentes del Mapocho, agua roja algunas tardes; desde entonces, agua ensangrentada y rabiosa. A veces, estoy bien y a veces estoy mal. Desde luego no me quejo: hay algunos que solo estn mal siempre; otros que nunca volvern a estar bien todo lo dicta la hondura de la marca y tambin hay los que ni siquiera estn, al menos con los pies plantados sobre la tierra, los que partieron antes metindonos la daga, el flaco aquel de los pasos areos y los viejos boleros de la dcada del cuarenta, recuerdas?, el que lo daba siempre todo por los dems, el mdico de la otra cuadra que no logr aplicar sus golpes de karate cuando las delaciones de la fiambrera decretaron su muerte; el gordo Teobaldo, de la bomba de bencina, que siempre te miraba con una sonrisa tierna y perdida, como las de Chapln, y tantos otros, ms all de las fronteras del barrio. Sabrs naturalmente por mis cartas que es bien rara la condicin del exilio. Parece que se extraaran las cosas con mucho mayor intensidad que en otros viajes: el color de las tardes santiaguinas cuando al cruzar una calle miras disimuladamente al oeste y te golpea la violencia del sol deformndose en su choque contra el horizonte, la temperatura de cada maana luminosa, el caonazo del cerro a medio da, las callecitas del barrio, el almacn de don Memo, donde hasta donde quedaban botellas de vino viejo a precios rebajados; los vecinos que se cruzan a diario en tu paso hacia Irarrzaval, hasta la misma sonrisa de hiena de los momios de la esquina y el ladrido de los perros de toda la manzana, el aleteo de las palmeras del patio de mi casa golpeando los postigos, el olor a cazuela de los domingos, el aplastante saludo matinal de la cordillera con sus tonos purpuras y rosas, con sus pliegos de viejo paquidermo, el estornudo alrgico bajo la invisible nevazn de polvillo de los pltanos orientales, todo, todo cobra nuevas dimensiones desde lejos. Pierdes el centro, sabes, has dejado de tener un lugar donde afirmarte. Si, desde entonces hasta tu primera carta tambin fueron las cosas diferentes. Tiempo interminable de locura y penurias de la mente enferma, de violento desarraigo y de plantas que van creciendo en tu ventana sin que se percaten las ropas y los objetos que aun dentro de tu maleta aguardan el regreso. Tiempo de una gerita que se ha hecho adolescente sin mis ojos vigilantes y asombrados. Fue entonces despus de nuestras cartas iniciales, del momento preciso del tiempo que se te determinas a extraarme con dolor y a quererme ms, que yo decid encontrarte, encontrarte de todas maneras, contra huracanes y mareas encontrarte, porque supe de pronto que no solo estabas all, en una callecita de Santiago arropada en tu cama tosiendo de resfri, aprendiendo a manejar el auto del pololo, sirvindole una taza de caf a tu padre cuando desmoronado llega del trabajo, esperando en la esquina la uoa-Vivaceta o comprando un helado de frutilla cerda del Liceo, llorando enloquecida por el reciente asesinatos de tus primos rebeldes, mordindote las manos para no gritarles a tus vecinos de lado y lado la verdad de lo que son, sonriendo tus ojos celestes en la micro a un joven que te liga sino supe que tambin era seguro que andabas por estos parajes de inagotable selva urbana vagando por el Zcalo, metindote dentro de los parques, asombrada de todo el desconocido mundo de Valeria en que me buscas sin siquiera sospecharlo, ignorando que yo pueda existir sobre la tierra. Por ese entonces te ped las fotos: todas las que pudieras, toda todas, para ir reconstruyndote da a da desde nia, hasta la ltima foto y hasta las prximas, mes a mes, porque tena que grabarme a fuego lento tu retrato en el alma, llegar a ser capaz de distinguirte entre las multitudes, de sentir desde lejos tu presencia, y empec a mirarte a todas horas, detalle a detalle, faccin por faccin, y entre una foto y otra fui moviendo tu sonrisa, pestaendote los ojos, agitando tu cabello al viento de las tarde de verano, dejando que la lluvia mojara tus mejillas, te fui haciendo correr en cmara lenta, desplazarte por los aires, trepar arboles y mes a mes me mandabas una nueva -, estudindote fui con toda la potencia de mis sueos, hasta que un da, de repente supe, dije ahora!, se hizo la luz y supe no solo ya la foto, es decir como era en un solo momento del tiempo, sino como eras siempre, como serias, como habas sido, como llegaras a ser en cualquier etapa de tus aos. Entonces comenc a buscarte. Por calles y plazas anduve tras tu huella, aplan todos los barrios con mi suela msera, me trep cantando en todos los tranvas, vigile a la salida de aeropuertos y estaciones, fui recorriendo fila a fila los estadios, sobrevol campos y desiertos, nade en todas las playas sabiendo que existas tambin en este lado del planeta. Hasta que una tarde, gerita de los ojos celestes, finalmente di contigo, te vi despus de la lluvia marchar hasta el telfono de la esquina y me pare a esperarte. Estabas linda como siempre, luminosa y magnifica, tal vez unos diez aos ms mujer, y balanceabas el paraguas en cada uno de tus pasos. Te vi mirar los autobuses sin sabes sobre cual tenas que viajar. Me detuve, pues al lado tuyo y espere tranquilamente a que me hicieras la pregunta. Te contest que no (desde luego era mentira), que se doblaba antes, que esperaras el Copilco. Pero el hecho fantstico, lo que verdaderamente importa es que la magia ya haba dado su varillazo: estbamos nada menos que t y yo, gerita, juntos en la misma esquina del mundo comunicndonos, mirando desde las tablas con ternura al inocente pblico que se deshace en aplausos tras la apertura del teln. -No eres mexicana, verdad? pregunt mirndote iluminado.Me devolviste la mirada a los ojos, quizs desconcertada.-Soy uruguaya.-Yo soy chileno te dije, sabiendo en el fondo que t tambin lo eras, que daba igual-. Llevas mucho aqu? -Apenas cuatro das, t?-Ya casi un ao Te viniste por?-S dijiste bajando la vista.Entonces dije que tena el auto a media cuadra que te llevaba a la universidad. Que olamos a sur.-Bueno contestaste sin vacilar.-Aventn se dice aquSonreste, gerita, como los ngeles, y nos alejamos de la esquina.

FIN

Como la hienaHay das sobre todo maanas en que puedo llegar a sentir una especie de felicidad verdaderamente inexplicable. Ser tal vez como la hiena, que es fea, se alimenta de excrementos, fornica una vez por ao y sin embargo se re. Es probable no soy yo quien quisiera negarlo que dentro de todos los pesares, de toda la negrura capaz de circundarnos, haya siempre un lugar para la risa. Pero tambin es justo reconocer que toda esta negrura no alcanza ni a la sombra de otras negruras mucho ms apretadas y como mal de muchos, consuelo de tontos, no dejamos de repetirnos en los momentos en que la realidad pretende darnos un golpe de conciencia y como deca el poeta de mil aos, que nunca se esta tan mal como que no se pueda estar peor. As que no nos quejemos. Hoy, por ejemplo, es uno de estos das en que se puede caminar por la ciudad como si fueran nuestras las calles, los rboles, las ramas de los rboles, las hojas de las ramas de los rboles, los insectos de las hojas de las ramas de los rboles, respirando con bros, echndose pulmn adentro rfagas del aire envenenado que corroe a esta ciudad donde sin querer volvemos a estar; como si en vez de ser simples tteres (sos simple marioneta que baila sin cesar), nos perteneciera el mundo igual que antes, curiosamente sin droga y sin embargo con la sensacin despreocupada y flotante que debe dar el opio. Sal temprano y con rumbo distinto del de cada maana, quizs fue ya esto mismo un motivo precipitante: nada de oficina, porque reconozcmoslo: el que les habla es un burcrata, nada de cuentos, ni de buenos das seor; ni de sudar el da entero el culo en una silla de asqueroso plstico, ni de mirar muerto de envidia las dentfricas sonrisas que las secretarias lanzan a sus jefes, ni de escuchar a Carlitos, el mozo, dicindome caf, ingeniero?, cuando sabe muy bien que no soy ingeniero, que apenas soy un pobre pendejo insignificante. El segundo motivo quizs fue el bosque, el canto de los pjaros, algunas parejas amndose ya desde temprano, una brisa ligera y acariciante que en nada se pareca al zocate de sol que entre diez y once me hostiliza diariamente a travs del ventanal sin persianas de espaldas a mi escritorio, un pasto limpio y todava humedecido por el aguacero de la noche y el caminar sin apuro, as como vagando igual que en los mejores tiempos, abierto a todo, casi casi como si no estuviramos viviendo ahora y adems, casi como si no estuviera enfermo. Porque tendrn que saber: estoy enfermo.Al otro lado del bosque, tres o cuatro cuadras por una avenida bastante chic (popoff, como suelen llamarlas aqu) y estaba ya en el consulado. Me atendieron rpido, con eficiencia, cordialmente como hacen los suecos- , aunque sin muchas esperanzas, porque lgicamente ya mi pasaporte sueco para extranjeros, no vayan a pensar que soy nrdico-, haba vencido y puesto que mis papeles an no se arreglaban en Gobernacin, esta persona quedaba reducida al estado casi limpio de paria. Que mi caso ira a consulta, dijeron y que volviera en diez das. No eran todava las once cuando Sal, casi risueamente dispuesto a capear esta maana de oficina. El resto de la maana, diramos mejor. Ech a caminar dominado por ese mismo incomprensible estado casi eufrico, gozando intensamente cada detalle del mundo, porque hoy el mundo era mo, el rey era yo, y si bien no zumbaban por alegres las abejas (como dice el poema infantil), ah tenia de pronto, frente a frente, la amplia puerta de una marisquera que otra me castigaba con el recuerdo estril de las almejas de mi tierra, de los dulzores regados de limn de ese mar que tranquilo nos baa cuyo esplendor futuro ya no se vislumbra en la cercana.No puedo decir que tuve vacilaciones, entr sin chistar, dispuesto a tirar por la borda el dinero de los remedios. No es que los mariscos fuesen muy caros, pero tampoco lo que guardaban mis bolsillos sumaba demasiado. Como resulta natural, a esa hora era yo el primer, y hasta ese momento, nico cliente del da. Vi el mesn y vi las mesas y decid comportarme como un seor, es decir, me sent a una mesa. Primero se me acerco la vieja. Que tena. Como era temprano, lo nico que poda ofrecerme era una orden de ostiones a la ostra (en su concha, como se les dice aqu). Con mucho limn y dos cervezas fras. Luego entonces lleg la joven, gordita y rozagante, de mechn blanco a lo Tongolele, risuea como mi alma, a poner la mesa.-Cunto vale el disco? pregunt.-Un peso, seor.-Tendrn uno que dice algo de s perder y volver o algo as? -Ahorita veo, seor.Y a lo gran seor, sin siquiera levantarme a la Wurlitzer, estaba al minuto escuchando esa cancin que haba cantado un ciego en la micro (camiones en este lado del mundo) con guitarra y todo y que tambin haba sorprendido a mis odos una noche que vagaba entre mariachis por la Plaza Garvibaldi, esperando furtivamente el imposible de encontrar a algn conocido con quien tomar una copa de tequila, porque solo nunca me ha motivado tomar. Y volver, volver, volver, a tus brazos otra vez, despus un verso que no registr bien, pero lalar-lar-lar-a yo s perder, yo s perder, quiero volver, volver, volver. Porque yo tambin quera volver. No a los brazos de una mujer, sino a los de la una larga tierra que abrazan desde la cordillera al ocano y desde el desierto hasta los tmpanos antrticos.Cuando el disco trmino, casi se me salan las lgrimas, pero apechugu firme, y cuando la Tongolele se acerc para preguntarme si se me ofreca otra cancin, le dije, as como gran conocedor, que buscara algo de Anglica Mara y ojala, le dije, tuvieran esa de en qu qued nuestro amor?. Me dijo que s estaba y parti decidida hacia la mquina. Pero no quiero engaar a nadie: la primera cancin, ya lo advert, fue un carril, la haba escuchado en una micro durante uno de esos recorridos Insurgentes Sur que demoran bien su hora; la segunda la ponan de caracterstica en una teleserie sobre una muchacha italiana que iba a casarse y que durante tres o cuatro das de violenta gripe me toco seguir desde la cama, all en Santiago y donde volv entonces, despus de mucho, a recibir la imagen de esta ciudad del ngel de la Independencia sobrevolando la Reforma, de Diana apuntando su flecha desde los rboles de Chapultepec, de algunos de los gigantescos edificios de la zona en que trabajo, en fin. Volv, digo, porque de nio yo tambin haba conocido Mxico, la ciudad entonces provinciana, y el pas por norte y sur, desde las pampas a la selva y desde el Golfo hasta el Pacfico, con montes y valles verdes y ondulantes, con alacranes y serpientes, con palos y amatistas.Antes de que Anglica Mara terminara su canto, en que no supo exactamente qu pasaba, me sirvieron un hermoso y redondo plato de ostiones. Me desconcert que fueran de aspecto tan iguales a las ostras aunque ms grandes, ms grandes aun que esas hermosas ostras de exportacin con que una vez tuve la suerte de empacharme en Angelm , sacadas de la pila a plena vista en un almud, justamente con Horacio, un hueso que hoy se me atraviesa en la garganta, me perfora el nimo, desde que le en un Mercurio que cumpliendo su deber, el joven militar le haba hecho fuego mientras intentaba huir del allanamiento a su modesta casa de Rancagua.Y justo cuando le echaba unas gotas de limn al primer ostin de mi pendeja vida, se acerc la vieja desde la caja y me dijo: -Y usted de donde es, argentino?-Chileno le dije.-Ah, pues qu bonito hablan todos los chilenos. Y en ese momento entr tambin al restorn el segundo cliente de la maana, un tipo alto y rubio, deslavado, que se me antojo sueco debido a que el Consulado estaba cerca.No es que yo quisiera ser sociable, ni siquiera que tuviese deseos de paliar mi soledad, pero se dieron las cosas de tal manera, con la duea frente a mi mesa, el sueco saludndola, yo sin poder todava engullirme el primer ostin, ella dicindole que yo era de Chile, el euforiando el hecho de que conoca Valparaso como la palma de su mano, que finalmente quedamos sentados frente a frente, yo aguantndome por cortesa, el esperando un plato igual al mo y otras dos cervezas, mientras yo no habra tenido qu otro disco encargarle a Tongolele, primero porque no conoca, segundo porque mi falta de imaginacin me haba llevado, en lo que a aspiraciones musicales se refiere, apenas hasta el tango, gnero que quise suponer relativamente lejos de esa mquina de colores chillones, aunque reconozco que me equivoqu.Siempre me ha parecido curioso el problema de las mscaras. Para las secretarias de mi oficina yo era un sujeto del que lo ignoraban todo, un empleado puntual que durante las ocho horas de jornada pareca trabajar con tesn. Para Tongolele seria quizs un seor correctamente vestido, de cuello negro, que saba muy a ciencia cierta y sin vacilaciones lo que deseaba escuchar. Para la vieja lo que seguro predominaba como smbolo de distincin, era un acento del que si bien poda sentirme orgulloso, era inocente por completo. Para el sueco, me pregunte, qu ira a ser para el sueco? En todo caso lo que saba muy era lo que soy en s: una hiena en la selva no apuntando a saber de qu mierda se re, cul puede ser la causa de su momentnea felicidad. -Oiga me dijo el sueco, con un acento perfectamente mexicano que me sorprendi -, veo en sus ojos que podemos ser buenos amigos. Sabe, yo nunca me equivoco.Quise haberle preguntado de dnde era y qu edad tena, pues lo ltimo no lograba figurrmelo. Sin embargo bueno, y he dicho que para m se trataba de un da raro lo nico que me sali fue preguntarle si le gustaba mucho el tango, tal vez porque intua la amenaza potencial de un nuevo acercamiento de Tongolele.-El tango? Usted me pregunta si me gusta el tango? Escuche. Y comenz muy bajo, sin teatralidad, a cantar con un ritmo y una entonacin que se me antojaron perfectos, de ese que bien se baila sobre tierra firme. Y lo mir y era Manuel, no era el sueco sino Manuel, y no estbamos ah tampoco, sino que bamos con el pelao Medelln caminando por las calles del puerto, despus de haber tomado, entre mucha bulla, tres botellas de vino y de haber perdido hasta la ltima chaucha en el Casino de Via, donde ninguno de los tres haba estado antes, borrachos, descuerados y muy felices, los tres por Avenida Brasil cantando casi a toda voz muchacho vamos, no quiero que ests triste, la noche es larga, no s por qu lloras, claro que hace de esto muchos aos, pero el sueco era Manuel, con sus ojos saltones, su risa mefistoflica, otro de los huesos que se me atraviesan desde que me escribieron que justo al nacer su tercer hijo una nia esta vez lo haba largado de su catedra por marxista y que andaba vendiendo mermeladas y juegos de agujas en las micros de Santiago. El sueco termino el tango y me mir como esperando que yo lo empatara con otro. Pero soy de esos desgraciados que nunca ha podido dar bien una nota, ni menos memorizar los versos, salvo de la Cancin Nacional, que de chico me ensearon en el colegio, de modo que quise sacrmela olmpicamente y le lance casi como una bofetada la pregunta: -Qu hace usted? -Yo? Soy sepulturero me dijo el sueco -. Trabajo en el Panten Francs, lo conoce?Respond que no.-Debiera pasar un da por ah, es un lugar muy bonito. Puede pensarse que los cementerios difcilmente tengan algo de bonito, pero se me vinieron un chorro a la memoria aquellas tardes en que con paso convaleciente anduve deambulando por los recovecos del sector del viejo Cementerio General, en Santiago, situado justo frente al pabelln de hospital donde durante ms de dos meses estuve aprisionado en una cama. Si bien antes nunca reflexion ahora al recordar desde lejos y con la perspectiva del tiempo, tuve la certeza de que era un hermoso lugar, una pequea ciudad de mausoleos que semejaban casas, castillos, palacios, torres de Rapuncel, todo en miniatura como confabulando el mejor sitio para que se desarrollara el argumento de un cuento de hagas, lugar de grandes y viejos arboles de intensas sombras y ngulos de sol aqu y all, de flores secas y marchitas de olor a flores y sulfuros-, de lgubres jvenes acaso en busca de quietud, de mujeres de terco negro y velos transparentes, de gatos subrepticios, y de un poderoso perfume que ahora, entre la cerveza y los ostiones, trato intilmente de rememorar. Y tuve a la vez deseos urgentes, casi enfermos, de conocer el Panten Francs, la certeza ineludible de que ira. -Los panteones son lugares muy bonitos sigui el sueco-. Lugares de mucha vida. -De mucha ida? su tono, su entusiasmo, una especie de urgencia que se deslizaba sin disimulo en sus palabras, iban estimulando, dndole nfulas a la contradictoria alegra de que me haba apoderado esta maana.-Por supuesto, s, de mucha vida!Y entonces me miro a los ojos y, bueno, parece que nos dimos un almazo y algo se me hizo ntido, porque tambin yo una vez haba tenido la sensacin de que el amor poda ser mucho ms poderoso que la muerte. Y entonces me lo dijo, muy escuetamente, sin que le titubeara por un segundo la voz, sin que un proyecto de lagrima interceptara sus pupilas dilatadas, me conto simplemente que a Sibila la haban enterrado ah y que l no pudo cejar hasta que le dieron el puesto.Turbado y como buen burcrata, mire la hora. A la jornada de la tarde s que no poda faltar, adems de que nada lo justificaba.-Y todos los das hablo con ella dijo el sueco -. Le cuento las pequeas cosas, o bien ro, lloro, alloLuego existes, pens recordando que un par de domingos antes, vagando por el bosque de Chapultepec haba escuchado pasar las palabras que un recitador deca a su pblico, frente a la Casa del Lago, era eso, no lo haba olvidado: lloro, aullo, blasfemo, luego existo. De modo, me dijo, que este condenado sueco existe, y me pregunt si acaso yo, que no lloraba, no aullaba, no blasfemaba tampoco, exista; si acaso eso, lo que a m me pasaba, era existir. Y entonces tuve una idea genial, muy al margen de los deberes del presente.-Oiga le dije con una casi risa a flor de boca y una alegra navegando en la saliva comamos ms ostiones.-Con otras dos cervezas! dijo el sueco.-Pero no se ofenda por lo que voy a decirle: no me hable de Sibila. No me cuente nada. Un da pasar a visitarlo al Panten Francs y podr conocerla. Ahora comamos, tomemos, cante otro tango. Y cuando Tongolele llegaba a nuestra mesa con su libreta de pedidos, una pareja rubio-canosa (l de pantaln corto que expona al mundo las verdosas venas de sus piernas, y ella con un gran sombrero de paja que no lograba sombrearle las arrugas) ocup la mesa contigua, amenazando trizar la luminosa atmosfera que nos vena adormeciendo de toda realidad inmediata que no fuera el sabor de los ostiones o el fluir fresco de la cerveza a travs de la garganta. Despus de atendernos, Tongolele les pas la carta. -Tiene agua frishka? - Pregunt la seora.Tenan que ser norteamericanos, pens, la imagen inconfundible de esos turistas que se mueven de un continente a otro buscando el agua de la vida, que de seguro les ha sido negada por los dioses. Eran aqu, en este rinconcito de Mxico, tan tpicos como los haba visto en Suecia, sin complejos, arremetindolas con el idioma hasta donde les alcanzara el talento, haciendo sentir ese sordo y odioso abran paso, que aqu estoy yo, mi pas ser muy importantei!Mir al sueco. Estbamos comiendo juntos, era una realidad. Sin embargo, media hora antes yo no lo conoca. Y en ese mismo momento en que la gringa decrpita me diriga una sonrisa, no saba siquiera su nombre, qu importaba. Si era sueco, ms seguro es que se llamara Johanson, de manera que no se lo pregunte tampoco.-Oiga, Johanson le dije -, usted que anduvo haciendo por Valparaso? La verdad es que a pesar de los ostiones, me estaba poniendo chueco: no me importaba lo que Johanson hubiera andando haciendo en Valparaso, lo que me importaba, supe, no se lo iba a preguntar, no quera escuchrselo, pero no era lo de Valparaso. Era lo de Sibila. Cmo, dnde y por qu la haba conocido. Cmo, dnde y por qu haba muerto ella.-Usted tiene canarios, Johanson? le pregunt.-Cmo lo supo? -Porque hace bastantes aos, en un bar de Santiago conoc a un poeta. Era un alcohlico y adems, un solitario. Tena que tomarse una botella de pisco a las seis y a la nueve de la maana para poder trabajar y pasar el da en buenas condiciones ms o menos hasta las cuatro. Y solitario porque todos lo haban dejado: su mujer, sus hijos, los pocos amigos que tuvo, hasta el perro de la casa. Entonces, Johanson, el tipo recorra los bares buscando a quin leerle sus poemas, o uno que otro cuento que tambin sola escribir. No tengo a nadie, pero tengo mi poesa. Deca con los ojos iluminados. Yo no pude negarme y durante el almuerzo (me acuerdo muy bien que ped porotos con plateada) le escuch la lectura muy cuidadosa, muy modulada, pero de mucha tensin interior, de uno de esos cuentos. Fjese que ella se llamaba Sibila y l Virgil-Qu curioso.-Eran un matrimonio sin hijos-Qu curioso.-Pero tenan una parejita de canarios en los que descargaban no s si toda su ternura o toda su frustracin.-Qu curioso.-Y el cuento casi me da un nocaut cuando termina: fjese, Johanson, la cerveza debe estrseme subiendo a la cabeza ms de la cuenta, porque justamente Virgil y Sibila, Sibila y Virgil no eran el matrimonio sino los canarios, como que el cuento justo termina cuando los dos viejitos comienzan a bailar una ronda alrededor de la jaula cantando (acaso con voz trmula y estridente): Virgil y Sibila, Sibila y Virgil, son dos nios buenos que nunca se van a morir, Virgil y Sibila, Virgil y Sibila, Sibila y Virgil.-Qu curioso.-Por qu dice a cada rato qu curioso Johanson? Parece tonto ya. Tongolele segua tratando de explicarle a la gringa larga y seca (que le corre la manteca) que fresca s era, pero electropura no, de modo que hara mejor en beber Tehuacn, mineral gasificada. La gringa, sin cara de entender mucho, termino pidiendo una cerveza.-Es que yo me llamo Virgil dijo Johanson-. Y tengo una pareja de canarios. Antes de morir, Sibila me rog que los cuidara como si fueran nuestros hijos, y sabe? Los he cuidado como si fueran nuestros hijos. Y siempre a Sibila le cuento cmo estn, qu hacen, lo que cantan, porque s que son cantarines.-Speak English? pregunt la gringa hacia la mesa nuestra.Personalmente me hice el tonto. De hablar ingls, lo hablo un poco, pero ah s que no iba a caer. En cambio, Virgil Johanson cedi y les dijo lo que deseaban: saber en que consistan las enchiladas suizas, las quesadillas, el arroz con mole, y si acaso el coctel de ostiones (oyster cocktail en ingls) sera lo suficientemente fresco. Al cabo de un rato, el gringo, sin tener ya nada ms que preguntar se dirigi verbalmente a nuestra mesa. -La ciudad ha cambiado mucho asegur con gran originalidad -. Very, very much. Yo estuve hace veinte aos y era otra ciudad, de veras que lo era.S, no. Qu sorpresa. Por supuesto no le iba a decir que yo haba estado hacia treinta y que desde entonces haba cambiado mucho, mucho ms, porque entonces yo tena diez aos y eso s que era una buena razn.Tongolele, en una rpida pasada, se detiene en nuestra mesa y me dice: -Seor, voy a ponerle otra vez la cancin que le gusta.El gringo pregunta kei dihou?. What did she say?, repite al ver que su pregunta cayo en el vaco. Pens decirle en serio que se fuera a la puta calle!, como deca el nene Juan cuando cumpli dos aos, que nos dejara tranquilos, que en la puta calle se pusiera a frer puetas si le daba la gana, pero que nos dejara tranquilos, que Virgil Johanson y yo tenamos que hablar. Sin embargo no me bajo el amor, amor sera? Y me pregunt si acaso este par de turistas imbciles cargaban tambin su cuota de culpa en la tragedia que castigaba a mi pas por un pecado que s lograba comprender, y de pronto, como si se hiciera la luz, supe lo que luego habra de decirles. Pero antes, Johanson me hablo de las langostas de Tehuantepec, del ceviche de caracol gigante, de los callos de hacha, y escuch con cierta pasin mis elogios del erizo verde, las almejas de Talcahuano, los picorocos al vapor, todo el oro, el marfil, la caoba que nos da aquel mar hoy envenenado, y bebimos ms cervezas y nos remos bastante, y el tampoco ira a trabajar aunque Sibila pudiera extraarse, ella tena que comprender: un par de trago de en cuando no son un pecado tan grande. Son apenas un pecadito. O a lo mejor hasta una virtud. Y volver, volver, volver a tus brazos otra vez porque un buen almuerzo con un buen amigo suele tener para las tripas de cualquiera mucho ms trascendencia que todas las maquinas que descortezan rboles y cuyas piezas muy bien detalladas se diagraman con nombres proliferantes, verdad Sueco, que las oficinas se vayan a la mierda en bote y que mueran las cuchillas del rotor y la transmisin angular y las putas llaves de manguera y los cabrones engranajes de tornillo sinfn, y en cambio que vivan los ostiones en su concha, las cervezas, las sardinas a la mantequilla, las barracudas y los viajes a Yucatn o a Chilo, arriba todas las islas algo lejanas llenas de mucho marisco, de fragantes y jugosas almejas que se retuercen a la gota de limn de infortunadas langostas elegidas por un dedo implacable antes de llenar el buche ansioso, ah, Sueco, que vivan la pesca y el marisqueo y que muera la caza, vivan los vagabundos de verdad y mueran los jipis ociosos, viva el whisky con hielo al atardecer y muera el carbn del hgado, vivan los jorobados y mueran los turistas yanquis, viva el buen pueblo de todas partes y mueran los burgueses come-mierdas, viva un buen rato de conversacin eufrica, mueran las antesalas; vivan los zafados como nosotros, mueran los tontos graves; viva la risa a carcajadas, muera la mueca sonriente de la boca para afuera, viva la vida, Johanson, y muera la muerte! Y cuando ya les iba a lanzar la pregunta a los gringos, entro el jorobado.-Mire, Johanson. Mrelos!En los rostros de ambos se manifestaban distintos matices del desagrado. Ella pareca sentir horror; a l lo que le molestaba era el orgullo: cmo poda tolerarse la entrada de semejante ser en un lugar donde l, l y su dulce Darling queran disfrutar de un buen almuerzo. Disgusting! Asqueroso, nauseabundo.El jorobado era un mendigo. Vesta una especie de camisn que le llegaba a las rodillas, cubierto de grasa, impregnado de mugre; desde una soga que le rodeaba la cintura, colgaban tres pares de zapatos viejos y un bolsito de algodn. Cabellos largos e hirsutos, sebosos y polvorientos, barba negra, ojos negros y potentes, una dentadura refulgente de blanca. Y la joroba, una joroba magnifica, pareja, simtrica, de rara perfeccin. Tuve inmediatos deseos de sobrsela, porque trae buena suerte y eso es algo que yo necesitaba con relativa urgencia. Dio un par de saltitos, como jugando al luche, y lleg estirando la mano hasta la mesa de los gringos. Ella nos mir en busca de simpata, de compasin, pidindonos que solidarizramos con ellos, un poco de ternura para los pobres, lo que les estaba pasando! El gringo dio primero una mirada en busca de Tongolele o alguien que tuviera autoridad y audacia para expulsar de ah a ese zarrapastroso aborto de la naturaleza, pero luego, al insistir el jorobado mediante un formidable gruido gutural, llev la mano a su bolsillo, dispuesto a sacarla con un billete salvador: -Mire, Johanson. Mire eso!Casi a la par con nuestros ostiones y nuestra cerveza, lleg un garzn de chaqueta blanca, tom al pordiosero del antebrazo y le dijo alguna insolencia empujndolo hacia la puerta. El jorobado alzo su vista a nuestra mesa y nuestras miradas hicieron un circuito. En la suya no moraba el miedo, ni la ira. Era como si desde siempre hubiera tenido la certeza de que no mereca otra cosa, de que el maltrato y el castigo eran las primeras sentencias registradas en su destino. Algo en esa mirada pareca la proyeccin de un estado beatfico, de una moral a toda prueba, de cierta crueldad, de una residencia del alma en lugares que se sitan ms all del bien y del mal. Sent adems un escalofri recorrindome la espalda, porque en esa mirada estaba tambin grabada la intuicin de que yo era su igual, de que a m me corresponda pasarle la mano, tirarle la cuerda salvadora. Cuando me levant, su expresin toda se hizo una gran sonrisa abierta y agradecida, como si de antemano supiera exactamente para que me hubiera levantado.-No! le dije al mozo, sujetndole el brazo-. Es mi invitado. Se llama Nicodemo y viene a juntarse con nosotros. Dgale a la seorita que traiga otras dos cervezas y ms ostiones.-Como diga el seor respondi el mozo.No s por qu se me vino a la cabeza el nombre de Nicodemo. Un tipo como se ni siquiera poda tener nombre (otra de sus gracias), pero si algn nombre le calzaba era el de Nicodemo, nombre de seres maltratados por la naturaleza y la humanidad, de parias nocturnos cuyas risotadas macabras suelen escucharse a la sombra de srdidos eriazos. Nombre inventado genialmente para sealar el desamparo.Mir a la pareja de gringos al pasar de regreso a la mesa. Ya no volveran a dirigirnos la palabra, ni siquiera osaran dirigirnos una ltima mirada antes de partir a comentar las horrendas cosas que ocurren aqu, qu clase de pas era ste! Entonces, mirndolos yo, se los dije, sin elevar la voz, pero apretando los dientes, les dije: asesinos!El jorobado se sent. Le ofrec una de mis cervezas mientras llegaba el nuevo pedido. Acab de un trago el vaso espumeante y volvi a llenarlo, alternando su mirada receloso entre la ma y la del sueco. Luego, de cada concha fue sorbiendo a todo ruido la blanda carne del ostin, siempre mirndonos, pero sin hablar. Qu poda hablarse? Una risotada lleg con elocuencia. Y entonces por primera vez me sent muy en confianza y quise contarles a los dos algunas cosas, pero mi voz se qued atascada en el horror y me vi frente a ellos modulando palabras sin sonido; solo que en los ojos de ambos encontr entendimiento y compaa, aunque no pudieron escuchar los gemidos, el miedo, el dolor aullante que quera hablar por m, esas noches del estadio, esas rfagas rpidas, el olor a carne quemada, la conciencia de la muerte prxima, Sueco, Nicodemo, no me oyen, pero yo les estoy hablando. Un tipo flaco y rubio, casi angelical, de unos veintiocho aos se me acerco en el camarn para decirme no creo que yo salga de aqu, compaero; si usted sale, trate de hablar con mi mujer. Dgale que sea fuerte y que guarde bien a los nios y hacerme memorizar las seas. Una de esas noches frescas y claras de septiembre lo llamaron junto con otros cinco del camarn y ya no volv a verlos. Despus de esas listas se escuchaban rfagas, entiende, Johanson? Siempre rfagas. Un da me interrogaron. El golpetazo se siente como si a uno le arrancaran la dentadura. Te recoges entero, Nicodemo, te contraes como un molusco, sientes que se te acab para siempre el aire y luego te vienen nuseas y el ahogo va creciendo y te aprietas el pecho con desesperacin, y despus quedas temblando, muy sensible, con la moral hecha un guiapo. Pero no recib tantos golpes ni tampoco las otras torturas que me siguen poniendo carne de gallina. Un par de culatazos y una costilla rota fueron mi castigo. Y la electricidad, claro. No era nada. Despus, Nicodemo, cuando se convencieron de que probablemente yo no era el guardin de un arsenal, nos hicieron subir a un camin y nos amarraron al suelo. Por encima de nosotros caminaban los soldados haciendo chistes y durante el trayecto uno de ellos hasta se permiti orinar encima de nuestras cabezas. Nos llevaron a las afueras de la ciudad y en un descampado nos quitaron las ataduras. ramos unos siete. Aqu se bajan, dijo uno de los soldaditos, se bajan y corren. Ca boca abajo entre las speras ramas de un murral y escuche los disparos. Despus rugi el motor y el camin se fue alejando. Comenzaba a oscurecer y pens que las murral seran mi morada esa noche. Salir del camino era la muerte segura despus del toque de queda. Tampoco me atrev a llamar a nadie. No saba quines haban cado y quienes estaran guarecindose de la muerte como yo, bajo un techo de espinas mucho ms cordial que el de los gimientes camarines del estado. Lstima, Johanson, que no puedan orme. Busqu, a pesar del temor a la mujer del tipo rubio del estado. Cuando llegue a su casa, una anciana me dijo que ah no viva, que no tena idea de dnde vivira ni de cmo verla, pero que si deseaba dejarle un recado por si acaso Le dije que posiblemente al esposo lo haban fusilado, y entonces la viejita cay de rodillas y rompi a llorar. Fue en ese momento en que decid partir; me impregne de vergenza, de asco, de miedo, y casi sin pensarlo, sin saberlos, como si una fuerza ajena a m me inyectara energas, llegue hasta la Embajada sueca y ped asilo. El jorobado termin su segunda cerveza, me mir y, sin decir una palabra, se levant de la mesa, eructo y se alej a saltitos, con sus tres pares de zapato golpendole los muslos y las nalgas. Hubiera querido sobarle la joroba.Johanson permaneci contemplndome entre atolondrado y atnito. Mis ojos siguieron a Nicodemo hasta que desapareci su imagen.-Oy alguna vez hablar de Kirlian? me pregunt el sueco.No, no haba odo, pero s, lo escuchaba, ya, uno de esos genios que por una jugada del azar suelen provocar enormes cambios en la historia del hombre. Newton y la manzana? Bueno, algo semejante. Y este? Este haba inventado, o descubierto, la fotografa de descargas luminosas, me daba cuenta? No, la verdad, no mucha, descargas luminosas? S, s, todo cuerpo vivo emite radiaciones, comprenda? Incluso la definicin de la muerte cambiaria cuando se perfeccionaran los procedimientos de Kirlian, porque aj, qu me pareca que cortndole a una hoja de rbol los bordes con tijera, y electro fotografindola, pudiera aparecer la imagen de la hoja entera, con su parte cortada inclusive? Poda entenderlo? Pues si quera saber por qu me estaba diciendo eso ahora, me lo iba a explicar. Me estaba diciendo eso ahora porque algunos experimentos haban demostrado que en las fotos de las descargas luminosas que emitieron las yemas de los dedos de diversas personas, se haban observado que los campos de energa de estas personas. Igual que los imanes, se atraen o se repeles, entenda, entenda bien? Por eso al darse la mano, dos personas se gustan a veces instintivamente, no era increble? S, y lo mismo quizs pudiera ocurrir con los ojos, convencirame. -Oiga, Johanson le dije -. Terminemos con esto. A m ya casi no me interesan ms que las pequeas cosas de la vida.Hubiera querido contarle de su pas, de Estocolmo en invierno, de los lagos nevados, las embarcaciones por todas partes invernando glidas, el sol de algunas maanas y los reflejos verdes de los tejados, la tristeza conmovedora de Strandvgen cuando comienza a oscurecer, las luces iluminando desde las tres de la tarde esas callejuelas medievales de Gamla Stan, decirle muchas, muchas cosas de su patria, que de seguro har tiempo que usted no ve. Pero tampoco me interesa, entindame. Me interesa la significacin que pueda tener una maana de sol, la trascendencia de un plato de ostiones, o el recuerdo persistente de una mujer muerta; quizs la msica y las palabras de alguna cancin que de repetida llega a perforar la conciencia: el trayecto de una mariposa, Johanson, palmotear la espalda de un jorobado para que nos llegue un poco, un poquito de suerte, como la que he tenido hoy de comer tantos ostiones, de beber tanta cerveza, cuntas llevamos, Johanson?, y de conocerlo a usted. Ahora ya estoy un poco hinchado, tal vez no pueda moverme con mucha agilidad, pero hagamos un empeo, levntese usted tambin, el da est terminado y ya cant el cisne, vamos, llveme a conocer el Panten Francs, una risa ms de la hiena, quizs no sea una mala ocasin para saludar a Sibila. FIN

El MarAcabo de recibir una carta de Rogelio desde un punto del globo bastante lejano en que el pobre desdichado me cuenta que est en el cuarto de su hotel escribiendo a solo quince metros del mar. Cuando se refiere al mar dice algo muy bonito. Dice: con la ventana abierta, escuchando ese rugido tan familiar y querido, aunque sea de un mar carbn, gris de color, que no huele a nada y que ni siquiera es capaz de parir un par de almejas. Y esto, desde luego se debe a que no cualquier mas es como alunas zonas de ese tramo largo del Pacifico que baa nuestro pas entero de norte a sur y donde solamos en otras pocas pasar muchas horas, das, de algn modo y otro Santiago estaba siempre de por medio, y era ah donde haba que asistir al colegio, a la universidad, a la oficina o adonde fuera. Pero lo que quiero decir es que si enfilbamos rumbo en direccin oeste desde cualquier punto de la ciudad o del pas, incluso, dira, aun sin ignorar que en el norte del desierto es cosa seria de cruzar-, no se nos iba ms de su hora y media para llegar hasta las verdes aguas del ocano, esas aguas fras, casi hostiles a la piel del afuerino, pero donde las almejas y las cholgas y las ostras agarraban un yodo insuperable. A veces, de muchachos (cuando podamos dormir embutidos en un saco de campaa bajo el cielo y sobre la arena o aun sobre las piedras), nuestro principal inters era baarnos, nadar, abordar o hacerles el quite, por ejemplo, a esas olas gigantes que azotaban la Playa Chica en las maanas de viento; desde luego que buscar tambin algunas nias de buen cuerpo y sonrisa generosa a quienes poder asombrar con nuestras destrezas acuticas para luego, por las tardes, despus del clsico paseo por La Terraza, robarles un par de besos fciles. Ms adelante, unos cuantos aos quiero decir, el bao no era ya nuestra principal causa para viajar constantemente al mar. Poda ser la pesca tranquila desde los roqueros, el descanso de la rutina en que envuelven las ciudades, el cambio de ambiente, relajante para los nervios ajetreados; el deseo de comerse en grupo un buen plato de erizos al matico, de machas a la parmesana, o un insuperable filete de congrio. Todava algunos aos despus quizs furamos ms que nada a pensar, a contemplar ese ritmo tranquilo de las olas durante horas en que el pasado poda ensearnos algunas cosas importantes, otras fundamentales. Mirando hipnotizados esa masa de agua cambiante. Recuerdo siempre una frase de mi amigo Manuel tambin con l nos escribimos desde lejos puso en una de sus novelas. Deca: Fundara un pas a la orilla de tus ojos, cambiantes como el mar. Creo que no he ledo nunca una declaracin de amor ms efectiva, ms dinmica. Manuel tambin tuvo que salir despus de la tragedia de septiembre y anda por ah perdido en otros continentes Y ramos siempre un buen grupo de marinos de agua dulce que de algn modo, juntos, habamos aprendido a sacarle a la vida una que otra cosa positiva la risa, por ejemplo- y a saber que nuestras costas podas podan ser un factor primordial en ese descubrimiento. A Antonio, para citar un caso, si le gustaba la Playa Chica era por todo un contrario. Tpico y de buen tono resultaba decir: Cartagena en invierno es precioso, magnifico, de primera, pero en verano no se puede aguantar, tanta gente, tanto atestado (tanto roto para los ms siticos), ni andar se puede. Antonio, en cambio, con su vitalidad de bestia nueva, y complejos de su incipiente panza, dijo, entre los nios que tiraban arena a los ojos, entre pelotazos y fotgrafos, entre panes de huevo y las canciones del loco Mejillones por un peso, entre nias de todos los colores y viejos de todas las edades, entre quitasoles y tarzanes bronceados que levantaban pesas, dijo: Esto es lo que me gusta a m. Me carga el hueveo de la playa solitaria. Sin embargo, tambin es cierto que a cinco kilmetros de ah estaba justo el lugar para la cita clandestina, para que el seor Equis, casado con la seora Zeta (de Cartagena) se encontrara con la seora Jota, casada con el seor Eme (veraneando en Las Cruces). No te acuerdas, Rosana, cmo nos dejbamos ir por las pendientes suaves de las dunas, cerca de los conchales primitivos, cmo nos besbamos, cmo t me pasabas las manos por mi melena de vago impenitente, cmo yo de pronto me quedaba helado solo de contemplar la hermosura de tu cuello, esa curva suave, larga que no puede tener metforas, y nos desnudbamos tan sueltos del cuerpo, total, ah Quin? bamos de a poco llegando hasta el mar y entre yo mirndote y tu mirndome todo era puro asombro, como si nunca nos hubiramos visto antes, como si fuera una primera vez, primera y nica vez desesperada, porque en ese momento quas lo importante, lo primordial, era que el tiempo, las malditas horas, se vena encima muy rpido, casi como si ya estuviera acabando todo, como si furamos a morir y el ultimo adis la copa del estribo- reventara en ese encuentro solitario, tan secreto, tan angustioso, porque despus de todo en eso! La libertad s que no era nuestra. Y sonaba la campana como en los colegios cuando el recreo termina y otra vez a clases, ya, adis amor, reina preciosa, adis cabro de los cielos, s, maana no, pero el martes, el martes s como sea, contra viento y tempestades, te dejaras quitar la polera roja, bluyn ajustado, para que mis pobres ojos de mortal silvestre otra vez se abrieran enormes ante el abismo de tu figura delgada y curvulenta Apenas cubierta por un calzn blanco y un sostn que tampoco enganchaban a nadie. Sobre la arena sentada japonesamente hasta que mis manos violentas y tambin solidarias, pero sobre todo violentas, te arrancaran a tirones aquello y quedaras convertida en una Eva de veras maravillosa para la que cualquier pobre Adn fuera apenas un vello del empeine. S te acuerdas de cmo entonces mis manos te retorcan al recorrerte, de tu sonrisa que no podas ver pero que yo s calibraba murindome de tanto deseo mientras entre risas y mariposas bamos rodando al agua, a meternos en esa sal donde hacer el amor flotando era tarea de titanes, de un par de brbaros titanes para los que en ese momento de amor pudiera ser la nica razn de vivir, pero Rosanita, no te aflijas ante el recuerdo de la violencia no la de los celos-,la del mar, que el gran regulador, porque las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qu s yo, recuerda, detenidos ah entre semforos y melones, llenos de gentes alrededor que tambin saban que estaban piantaos piantaos y antes de apretar el botn de la radio del auto, te dije: quiero regalarte un tango.-Cul?-Piantao.Y te dije aqu lo tienes, con valsecito bailador y todo, y entonces aprieto el botn y suena la radio como un mago de cuentos orientales justo diciendo ven, vol, ven y ah, querindonos entre angustias automovilsticas, cordilleranas, o incluso hasta de la onda aviadora, no creas Rosana que no, nunca vayas a creer que no, la vida tiene sus puntos y comas y de veras pienso que un amigo que tenga est justo en el medio de la razn cuando dice que de todas las cosas, lo primero es el mar; s, largas playas solitarias con amplios dunales donde ningn acto secreto poda ser descubierto desde la tierra. Todo eso: el bao, el amor, los mariscos, la meditacin, todo eso era el mar. Por eso la carta de Rogelio me ha puesto en onda pensativa, nostlgico, acaso sabia frente a tantos hechos. Sabia puede parecer pedante. Pero la verdad, han pasado no solo algunos aos, sino tambin bastantes cosas. Baeza, dnde est? Durante un tiempo marino nato- solo pudo or el ir sin verlo porque los verdugos le vendaron la vista cuatro meses enteros en la isla Quiriquina donde olas y resaca se escuchaban de cerca. Dnde est ahora? En Tanzania! Todos, todos estn en pases raros, trasplantados, adaptndose a nuevos climas. Casi siempre lejos del mar. Ernesto en Noruega, cerca de las legendarias Lofoten, un poco ms prximo a las olas que los dems. Y Saurio, ocultndose de los fros de Vancouver en una sala de hospital donde su voz cansada no tiene posibilidades de ejercicio; mirando desde el otro lado de un vidrio por su tierna negra y por los nios asombrados y dolidos. Lejos del mar. Y el Mono, poetizando el socialismo sin erizos ni ceviche ni boleros de la vieja guardia. Lejos del mar. Ser posible que las furias de Satn hayan arremetido contra todos a la vez? Que la muerte entre torturas de Enrique y Vctor, que el cncer ya sin vuelta de Doa Olga, la sordera de Baeza, la neurosis de Rogelio y el suicidio de Jorgito sean producto de la circunstancia historia? Pero por qu entonces a m no me ha pasado nada? Quin sabe si en el mar se encuentre la razn. Al comienzo, lo mirada durante largos ratos al llegar del trabajo. S, el mar. Me sentaba en mi escritorio, apagaba las luces (menos la lamparita roja) y lo miraba hipnotizado, igual que en otros tiempos all lejos, apoyado sobre la baranda del buque, de pie contra el viento en los roqueros de abajo, o desde el ojo de buey de mi camarote, sobrevolado por gaviotas en espera de cardumen para lanzarse piqueros que parecan flechazos inequvocos, las casitas de Las Cruces apiadas al otro lado de la extensa baha que naca ah mismo y dibujaba la media luna. Me sentaba digo, a mi escritorio y lo tomaba entre mis manos. Vea su agua mecerse suavemente, ondular como al paso de una brisa ligera, avanzar la ola inofensiva contra su ritmo inconmovible hasta chocar contra la pared transparente de esa cajita mgica y luego devolverse en un pequeo remolino. Despus, un movimiento de mano y las aguas se agitaban y se levantaba violenta la espuma y las olas crecan, se haban gigantescas, azotaban y yo ah, en mi escritorio vindolo todo, temeroso de que siguiera la tormenta. Pero eso de los largos ratos despus del trabajo, era solo al comienzo. Ms tarde fue creciendo el tiempo y empec a faltar a la oficina. Me levantaba por la maana y trataba de no pasar frente al estudio para evitar la tentacin, pero de pronto, antes de salir, me engaaba a m mismo, echaba de menos cualquier cosa para tener el pretexto de entrar y entonces abra sigilosamente la puerta, lleno de un temor muy hondo. All estaba, sobre la mesa escritorio bermelln. Ah empezaba una vez ms a deleitar todos mis sentidos, porque aunque esas olas encerradas no rugan, yo las escuchaba y escuchaba la fuerza del viento y me iba quedando, olvidado ya el reloj, lejos de la oficina, lejos de todo, cerca solo del mar. As fue como empezaron mis ausencias al trabajo, gradualmente, hasta ahora que me trajeron aqu, en que ya no salgo de esta habitacin blanca donde solo vivo con el mar. Me ha crecido la barba y se me han agrandado los ojos. No suena ya ms el telfono y a veces, cuando me comparo con los otros, los lejanos y los que nunca ya ver, me aferro a la idea de que es por eso que me salvo. Que es el mar que tengo encerado entre cuatro paredes de acrlico la razn de que a m no me pase nada, de que a m no me pase nada, de que a m no me pase nada, de que.

FIN.