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29 En el estreno del nuevo pontificado, Vida Nueva ha querido recoger el punto de vista de varios nombres del panorama eclesial español en busca de un posible “programa de gobierno” para el papa Francisco . La decena de reflexiones contenidas en estas páginas tratan de identificar las prioridades y desafíos que tiene hoy la Iglesia católica en sus diversos niveles y ámbitos de actuación, y a los que el nuevo Pontífice deberá dar respuesta en compañía de sus más directos colaboradores y de todo el Pueblo de Dios. PROPUESTAS PARA UN PONTIFICADO

PROPUESTAS PARA UN PONTIFICADOdicados a la acción caritativa y social. Vaya, pues, una muy sincera expresión de gratitud a Benedicto XVI por todo su magisterio social. Un magis-terio

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Page 1: PROPUESTAS PARA UN PONTIFICADOdicados a la acción caritativa y social. Vaya, pues, una muy sincera expresión de gratitud a Benedicto XVI por todo su magisterio social. Un magis-terio

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En el estreno del nuevo pontificado, Vida Nueva ha querido recoger el punto de vista de varios nombres del panorama eclesial español en busca de un posible “programa de gobierno” para el papa Francisco. La decena de reflexiones contenidas en estas páginas tratan de identificar las prioridades y desafíos que tiene hoy la Iglesia católica en sus diversos niveles y ámbitos de actuación, y a los que el nuevo Pontífice deberá dar respuesta en compañía de sus más directos colaboradores y de todo el Pueblo de Dios.

PROPUESTAS PARA UN PONTIFICADO

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Al mirar el horizonte y pen-sar en el camino que hay que recorrer en la acción

caritativa y social en el ponti-ficado que acaba de comenzar, mi primer pensamiento –no lo puedo evitar– se dirige al pasado. Quiero con esto decir que es tan rico y luminoso el magisterio de Benedicto XVI, que por mucho tiempo será de obligada referencia en el campo de la justicia, de la paz y en el amplio abanico de organismos e instituciones eclesiales de-dicados a la acción caritativa y social. Vaya, pues, una muy sincera expresión de gratitud a Benedicto XVI por todo su magisterio social. Un magis-terio que nos ha dejado algunos principios fundamentales des-de los que habrá que construir y avanzar:

◼ La caridad en la Iglesia no consiste en dar cosas ni en ser activistas de lo social, sino en darse y ser instrumentos del amor de Dios para los más po-bres, pues el amor es lo que salva.

◼ Esta es tarea de toda la co-munidad y debe ser asumida por ella, de modo que se haga visible que toda comunidad cristiana es comunidad de fe, de culto y de caridad.

◼ La lucha contra la pobreza no puede limitarse a una acción asistencial. Menos aún puede ser tapadera de las injusticias y adormecedora de las con-ciencias. Debe luchar contra la injusticia como generadora de la pobreza.

◼ La acción caritativa y social de la Iglesia católica requie-re una sólida espiritualidad, pues la caridad tiene su origen y fundamento en el misterio más hondo de nuestro Dios, en la Trinidad.

◼ El desarrollo económico, social y político necesita, si quiere ser humano, dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad.

Recordar estos principios no significa negarnos a la nove-dad que, sin duda, aportará a la Iglesia el nuevo Pontífice. Con el mismo afecto y gratitud con que recordamos a Benedicto XVI, acogemos a Francisco y manifestamos nuestro deseo sincero de colaborar con él en la misión que él mismo ha calificado desde el primer mo-mento como “ministerio de la caridad”.

Por el nombre elegido, Fran-cisco, intuimos que quiere se-guir la estela de la pobreza y del servicio a los pobres como signo de servicio a la humanidad e instrumento de renovación de la Iglesia. Sabemos que en su estilo de vida ha optado por la sencillez y la austeridad, y que en su ministerio pastoral ha estado siempre cercano a su pueblo y a la gente de las “villas miseria”, es decir, a los más po-bres y excluidos. Atendiendo a la realidad social que tiene que afrontar en su nuevo ministerio y mirando al futuro de las insti-tuciones sociocaritativas de la

Iglesia, considero que tenemos por delante algunos retos que afrontar:

◼ El reto del escándalo del hambre y de la creciente po-breza, mientras se destruyen excedentes alimentarios, que habrá que afrontar con una ca-ridad transformadora, capaz de incidir en las estructuras socioeconómicas y de asumir las implicaciones políticas de la fe y de la caridad.

◼ Esto conlleva el reto de una caridad más profética, con más capacidad de anuncio y de de-nuncia; y más testimonial, más de gestos que de palabras. No podemos callar cuando se pi-sotea la dignidad humana, no se reconocen sus derechos y los seres humanos no tienen las condiciones para vivir con dignidad. Y no podemos seguir viviendo y derrochando igual.

◼ El reto de apostar de ma-nera eficaz por un desarrollo integral, que no se mida única-mente en términos económicos y que contemple dimensiones más amplias y profundas, como

el desarrollo intelectual, ético, social y también espiritual y religioso.

◼ En consecuencia, uno de los mayores retos que se nos plantean en el futuro inme-diato es el de acompañar a la humanidad en la búsqueda de un nuevo modelo económico y social, capaz de crear comuni-dad y hacer posible la justicia, la libertad y la paz.

◼ Y necesitamos potenciar la dimensión evangelizadora de la caridad y hacer cada día más visible que la diaconía de la caridad no es algo ajeno a la diaconía de la fe, sino que ambas son dimensiones de una misma realidad: una Iglesia que es Buena Noticia para los pobres, los sienta a su mesa y se deja evangelizar y transfor-mar por ellos.

Por los primeros gestos y palabras del papa Francisco, tengo la sensación de que en esta línea de acción nos va a sorprender de muchas ma-neras. Nos va a sorprender y acompañar.

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DIMENSIÓN SOCIAL

En la estela de la pobreza y el servicioVicEntE AltAbA. DelegaDo episcopal De cáritas española

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Alienta y estimula que, en este momento, haya sido elegido para la sede de

san Pedro un obispo que tiene todas las características de ser alguien sencillo, humilde, poco convencional. Los papas han estado rodeados de etiquetas, boatos y clichés que, si algunos se rompen, no solo no le pasa nada al papado, sino que Pedro, Pablo, Benedicto y Francisco pueden hacerse, así, más libres en el ejercicio de su ministerio: o sea, que, cuanto más libre se muestre un papa de ataduras terrenales, mejor podrá servir a las Iglesias y presidir en la caridad y en el servicio a todas ellas.

Por otra parte, la sencillez de vida y la humildad evangélica tienen mucho que ver (y que decir) en el camino que Iglesias y comunidades cristinas siguen haciendo juntas hacia la uni-dad. Muchos de los problemas que en el pasado desembocaron en rupturas y enfrentamientos tienen que ver con la soberbia y la prepotencia, con el poder y el dominio de unas Iglesias sobre otras.

El ecumenismo ha tenido (y sigue teniendo) muchos testigos y trabajadores en las Iglesias. Cada papa que llega suele apostar enseguida por las relaciones interconfesionales y por el diálogo con las otras religiones. Todos los papas, desde Juan XXIII a Benedicto XVI, pasando por Pablo VI y Juan Pablo II, lo han hecho. Por cierto, con resultados con-soladores. Y siempre, al hilo del Concilio Vaticano II.

La elección del papa Francis-co para la sede de Roma hace

que los cristianos nos sintamos otra vez contentos y esperan-zados. Todavía es pronto, pero ya apunta este Papa argentino palabras y formas nuevas, ges-tos nada retóricos, voluntad de hacer camino. De entrada, ya nos ha invitado a caminar. Nos ha dicho: “Nuestra vida es un camino y, cuando nos pa-ramos, algo no funciona”. El Papa deberá seguir alentando el camino ecuménico, ya que en algunos frentes se nota un cierto cansancio.

El diálogo interreligioso, por cierto, tiene su epicentro en la ciudad del santo de Asís, cuyo nombre lleva el papa Francisco. Así que esperamos de él que nos ayude a reemprender el cami-no ecuménico. Sin duda que lo hará, y seguiremos marchando

bajo su influyente cayado de pastor entregado. En los úl-timos años, hemos avanzado mucho al lado de los ortodoxos, anglicanos, luteranos, refor-mados y con otras familias cristianas. Dios quiera que el cansancio y las cerrazones no nos bloqueen la escalada.

Es necesario seguir ahondan-do en los frentes ecuménicos ya conocidos: primero, en el del ecumenismo espiritual (la oración compartida); segun-do, ahondar en el frente de la renovación y reforma, tan nece-sarias (más aún, tan urgentes) en nuestra propia Iglesia, pero también en otras no en perfecta comunión con la nuestra; ter-cero, continuar con el estudio teológico conjunto, seguir bus-cando convergencias teológicas

en la línea de las ya encontra-das con ortodoxos, anglicanos y luteranos. Y siempre, el diá-logo: el coloquio intercristiano de unas Iglesias con otras y el diálogo interreligioso, el de unas religiones con otras.

Debemos seguir levantando juntos el edificio de la Iglesia, como Francisco de Asís, cuando llegó a San Damián y el Cristo aquel de ojos grandes le pidió que se comprometiera a levan-tar su Iglesia, que estaba siendo pasto de las fieras. ¡Hay tanto que reconstruir! Buen programa el que el papa Francisco em-pieza a diseñarnos. Parece que él quiere ir delante con gestos que valen por mil discursos. Así empezó Jesús su misión. Con gestos y elocuentes signos que fueron verdaderos milagros.

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ECuMENISMO y DIáLOgO INtErrELIgIOSO

¡bienvenido, papa Francisco, hay tanto que reconstruir!EduArdo dE lA HErA buEdo. DelegaDo De relaciones interconfesionales De la Diócesis De palencia

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La existencia en España de un Ministerio de Cultura –solo o vinculado ahora

con Educación y Deporte– no presagia nada bueno para com-prender este capítulo abierto en la tarea eclesial inmediata. ¿Los cristianos también tienen que habérselas con el ministro Wert? ¿Acaso, protestar con-tra los recortes para conservar mejor las catedrales y el patri-monio cultural de los templos? ¡Claro que merece cuidado y agradecimiento el arte acumu-lado por la fe de los españoles en imaginería, arquitectura, música, pintura, bibliografía…! Las Edades del Hombre lo saben muy bien: solo ver y admirar ese patrimonio ya es una suer-te de Evangelio proclamado, y hasta parece que se convoca mejor al Atrio de los Gentiles, si se les asegura que asistirá la Belleza: gentiles cultos, na-turalmente, y hasta un tanto elitistas y universitarios.

Pero, en tal ministerio, lo malo es la competencia: la del ministro (con cartera y tijeras), y la que enfrenta a los compe-tidores entre sí para producir más riqueza cultural. El cine ¿de Almodóvar, de anima-ción…? El museo ¿los Tàpies o los López? La música ¿clásica, digital, en el conservatorio o mezclada en el Madrid Arena? Las fiestas nacionales ¿con pól-vora, con toros, con cofrades…? Lo mediático manda.

Pero hay muchas más cul-turas, aparte de la elitista y la rentable. Por ejemplo, cada pueblo tiene la suya y ninguno tiene más que los otros. No se trata de fiestas patronales, sino de cómo afrontar los desafíos de la vida humana: el frío y el calor, el nacimiento y la muer-te, el amor, la familia, las dife-rencias de género, de edad, de riqueza y poder, la lucha contra el hambre y esperar el futuro… Son estilos de vida, de hogar, de costumbres, de lo banal y de lo trascendente. Cambian

los tiempos, pero los desafíos básicos de la vida humana se mantienen y, estas culturas ét-nicas, casi también: sus ingre-dientes merecen gran respeto.

Las culturas religiosas son un poco distintas, aunque enreda-das con las culturas nacionales. Estas sí que provienen de dar culto… a Dios, aun impregna-das de todo lo humano inevi-table. De hecho, ninguna reli-gión se dejaría arrinconar a lo íntimo ni, menos, adosar como un pegote al resto de la vida; todas –como el Evangelio– se quieren in-culturar y anidar en el seno mismo de cada pueblo.

A los católicos europeos to-davía no hay quien nos quite el susto del cuerpo: en esta cultu-ra moderna, la secularización –¡y encima aceptada por el Vati-cano II!– parece aglutinarnos a todos y haber barrido la fe cris-tiana. Y “¿dónde queda un sitio para Dios?, se preguntan ciertas almas acongojadas”, escribía

D. Bonhoeffer en 1944. Y los más timoratos y conservadores parecen responder con la peor tentación: hay que enfrentarse a la cultura secular con la cris-tiana. Y, como si la fe fuera la cultura étnica de algún pueblo, condenan y tratan de oponerse a los vecinos de otra cultura, la secular. Algo ha pasado, pero esto así no va.

Que “la ruptura entre Evange-lio y cultura es, sin duda algu-na, el drama de nuestro tiempo” (y añade) “como lo fue también en otras épocas” es la verdad de Pablo VI en la Evangelii Nun-tiandi, cuando el Sínodo de los Obispos (1974) se proponía la evangelización simple, no la nueva. Ni la fe vive en una úni-ca cultura, sino que es capaz de inculturarse en todas, ni la secularización –creo yo– debe entenderse como una de ellas; no es más que un ingrediente cultural, sin respuesta para todos los desafíos. Y, aunque

fuera una cultura completa, solo indicaría que nos falta el arrojo de los misioneros en culturas asiáticas, americanas y africanas, que no buscaban convertir a los indígenas en europeos, sino inculturar allí el Evangelio de Jesucristo.

Este es, pues, el reto indis-cutible: ¿cómo ser cristiano y secular? Es decir, ¿cómo afron-tar con Cristo, en mitad de la autonomía de lo terreno, el desafío y el sentido de la vida humana? Aún no sabemos ha-blar esa lengua autónoma y perdemos mucho tiempo sin aprenderla, empeñados en cam-biar los nombres seculares de las cosas (historia, hombre, mujer, desarrollo, ciencia, justicia, educación…) con el adjetivo “cristiano”. De tapadi-llo, porque no lo requieren. El diálogo fe-cultura no empieza por condenar, sino por aceptar de una vez la secularización y sus valores.

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DIáLOgO FE-CuLturA

cómo ser cristiano y secularJosé luis corzo. instituto superior De pastoral De MaDriD

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Imagino la cara que se les debió de quedar a Osvaldo y Ana Mª cuando escucha-

ran el nombre de Bergoglio. Siempre que el cardenal viaja-ba a Roma, les llamaba por si querían que llevara algún pa-quetito para sus nietas, Valeria y Daniela. O cuando le ofreció dinero a Osvaldo para montar un pequeño taller de encuader-nación donde capacitar a los jóvenes del barrio que estaban en paro… Gestos como estos habrán sido evocados durante estos días por muchos bonae-renses que fueron objeto de la sensibilidad de quien “pastoreó aquella grey” hasta que el día 13 de marzo de 2013, por gra-cia de Dios, se convirtiera en el padre, maestro y pastor de la Iglesia universal.

¡Cómo me recuerdan estos detalles, tan humanos, a mons. Martínez Acebes (q.e.p.d.)! Va a tener razón mi compañero Jorge: “Al mundo lo salvará la ternura”. Los pequeños gestos, especialmente los no verbales,

definen a una persona. El car-denal Bergoglio, el flamante papa Francisco, se muestra –por opción evangélica– como un hombre de bajo perfil y visión providente. Conoce su vulnera-bilidad, que, por otra parte, le hace más proclive a la GRACIA, de donde obtiene realmente la fuerza y la convicción de que la vida pende de una mirada divi-na que todo lo ilumina. Por eso no tiene miedo ni complejos. Sabe que el Evangelio no puede quedar anclado en el pasado, sino que ofrece un tipo de vida excelente, aunque para muchos no sea tan obvia ni normal, del que emergerá un nuevo “RESTO”, una Iglesia “fermen-to” de esta “aldea global”.

La cruz pectoral que ha que-rido conservar lleva estampada providencialmente la efigie del Buen Pastor que carga sobre sus hombros la oveja perdida o maltrecha. Un signo verda-deramente programático: “Que nadie se pierda”. Su gran desa-fío, intuyo, será: “Recrear la

fraternidad universal”. Ardua y delicada tarea, que exigirá –como ya augurara san Juan de Ávila en sus Memoriales– la renovación interior, en primer lugar, de los propios ministros ordenados (obispos, sacerdo-tes y diáconos), para que, con un celo apostólico ardiente, se erijan en alma y motor de la nueva evangelización en la que se halla embarcada la Iglesia universal.

Este desafío evangelizador –como augura Luis Rubio– acentuará la “razón simbólica del ministerio”, que module su forma de ser y actuar:

◼ Más que “gestores”, hom-bres de comunión que reúnen, presiden y cohesionan la comunidad.

◼ Más que “portavoces”, “tes-tigos”, oyentes humildes de la Palabra, que narran la memoria sanadora de Jesucristo muerto y resucitado.

◼ Ejercen una relevante “pa-ternidad”, en un mundo huérfa-no, falto de afecto y protección, donde se respeta y cuida a cada persona, especialmente a los más débiles o desfavorecidos.

◼ Más que “administradores” de servicios religiosos, celebran “sacramentalmente” los mo-mentos más significativos de la vida y bendicen al pueblo.

La Iglesia, sabia y maestra, ya lo propugnó en el Conci-lio Vaticano II al ofrecer el “Seminario pastoral” como mediación privilegiada para la formación de los futuros pastores. Subrayo alguno de los rasgos que destacan Luis Rubio y Víctor Fernández en la Revista Seminarios:

◼ Resignificar la antropolo-gía –no cristiana– que subyace en las nuevas generaciones. Interiorizar el proyecto de hu-manización y plenitud de sen-tido que ofrece el Evangelio. Aprender a dialogar de tú a tú con el mundo secularizado, sin perder la propia identidad.

◼ Hacer del seminario un verdadero “cenáculo”, una co-munidad de vida.

◼ Ofrecer una educación per-sonalizada: “Seminarista 3.0”. El proceso formativo es cada vez más elástico e interacti-vo, menos institucionalizado. Supone docibilitas, es decir, aprender en todo y de todo, toda la vida. Y exige como parte de esa auto-formación respon-sable, “dejarse acompañar” por un buen director espiritual.

◼ Elevar el nivel académico y “pastoralizar” los estudios.

◼ “Vocacionalizar” toda la Iglesia, donde cada bautizado descubra su propia vocación, su lugar, su misión y, al mismo tiempo, se convierta en media-dor para la llamada de otros. La Iglesia comunión entraña la complementariedad que corrige todo individualismo o particu-larismo del grupo de origen.

◼ Fomentar la cercanía con los más desfavorecidos, con la humanidad doliente…, sobre todo cuando los candidatos pro-vienen de ciertos ambientes aburguesados.

◼ Etc.Estos podrían ser algunos

de los desafíos que tendrá que afrontar el Papa en la formación de los futuros pastores y en el sostenimiento de cuantos ejer-cen un ministerio en la Iglesia.

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SACErDOCIO y SEMINArIOS

‘bajo perfil y visión providente’ÁngEl JAViEr PérEz PuEyo. Director Del secretariaDo De la coMisión episcopal De seMinarios

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Estrenamos con gran con-fianza esta nueva etapa de la vida de la Iglesia y nos

felicitamos por el papa Francis-co. A él nos unimos para llevar la alegría de la fe a todos los rincones de la vida cotidiana, y para ofrecer, en el ejercicio de la caridad, la esperanza a los que sufren pobreza, violencia, marginación o enfermedad.

El Concilio abrió nuevas pers-pectivas al laicado, que distan mucho de estar agotadas. Men-cionaré algunos aspectos que me parecen de importancia por lo que he podido constatar, no solo en la realidad española, sino también en las asambleas del Foro de Laicos de Europa y en encuentros con personas sig-nificativas del laicado de algu-nos países de otros continentes.

¿En qué consiste, de manera precisa, la corresponsabilidad de los laicos en la Iglesia? El Concilio había hablado de: “Ayuda del clero al apostolado seglar” (AA 25) y, veinte años después, Juan Pablo II, en la Christifideles Laici, dio un paso adelante hablando de “un nue-vo estilo de colaboración entre sacerdotes y laicos” (nº 29). Be-nedicto XVI, el pasado mes de agosto, en el mensaje enviado a la IV Asamblea del Foro Inter-nacional de la Acción Católica, decía: “La corresponsabilidad exige un cambio de mentalidad especialmente respecto al pa-pel de los laicos en la Iglesia, que no se han de considerar como ‘colaboradores’ del clero, sino como personas realmente ‘corresponsables’ del ser y del actuar de la Iglesia”. Considero muy importante perfilar en qué pueda consistir esa correspon-sabilidad; la adultez cristiana y la preparación profesional de muchos laicos hacen esperar que su participación redunda-ría claramente en el bien de la Iglesia.

Otro capítulo es ofrecer nue-vos impulsos para la participa-ción de los laicos en el ámbito de

la sociedad civil. La globaliza-ción ha colocado la confesión cristiana católica en conviven-cia con otras comunidades reli-giosas y también con amplios sectores de la población que se confiesan agnósticos o ateos. En esta sociedad plural, contri-buir a que el sentido de la vida y los valores ofrecidos por el Evangelio enriquezcan la vida pública, bien sea a través de la red o de los ámbitos profesiona-les, asociativos, sindicales o de partidos políticos, emerge como una misión irrenunciable de los laicos. Para ello, tenemos que abrir en la Iglesia nuevos hori-zontes para la construcción de la convivencia, y crear espacios, a modo del Atrio de los Gentiles, donde expresar, escuchar y de-batir, con respeto, las distintas visiones y propuestas.

Otra cuestión tiene que ver con la puesta al día, es decir, a la altura del tiempo histórico que vivimos y de los conocimientos

que la ciencia y la técnica nos proporcionan, de la teología moral en aquellas cuestiones que tienen que ver con la di-mensión personal y relacional del sexo y de la procreación, de la homosexualidad y del lugar eclesial de los divorciados y se-parados. Relacionado con todo ello está la realidad social de las familias que no responden al modelo de la familia cris-tiana tradicional. La vida de los laicos está entrelazada con todas estas realidades, no so-mos ajenos a las dificultades y al sufrimiento que suponen cuando te toca vivirlas de cerca o en propia carne. Si miramos la vida de la Iglesia, no es difícil reconocer la capacidad que ha tenido para acoger perspecti-vas nuevas y transformar la orientación de algunas praxis. El Espíritu que guía la Iglesia nos sorprenderá.

Señalo también el aspecto que se refiere a la relación entre

las asociaciones y movimientos laicales y la vida de las parro-quias. El siglo XX, y en parti-cular el tiempo del posconcilio, ha sido especialmente fecundo en proporcionar espacios de vida eclesial donde los laicos encuentran caminos para vivir y ofrecer la fe, con modalidades marcadas por diversos carismas que el Espíritu de Dios suscita en este tiempo. La articulación de esta riqueza con la vida pa-rroquial y con las comunidades de religiosos y religiosas está necesitada de creatividad, para que las nuevas generaciones encuentren vínculos fuertes de comunión entre quienes, con ellos, celebran su fe.

Y como quien escribe es una mujer, no podría terminar este breve escrito sin decir que es-peraría algunas mejoras en el lugar que la mujer tiene asig-nado en la vida de la Iglesia, también dentro de su propia condición laical.

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LAICOS, FAMILIA y MujEr

corresponsabilidad y creatividadcAmino cAñón. presiDenta Del foro De laicos

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La Iglesia, bajo la Palabra de Dios, celebra los miste-rios de Cristo para la sal-

vación del mundo”: así quedó plasmado en el resumen que hacía el Sínodo de 1985 para conmemorar la celebración del Concilio Vaticano II. Ahora que celebramos el 50º aniversario de la Constitución sobre la li-turgia (4-XII-1963), y al inicio de un nuevo pontificado, con-vendría verificar el camino rea-lizado desde aquella solemne enseñanza de Sacrosanctum Concilium: la liturgia es “fuente y cumbre” de la vida eclesial. Este es, por tanto, un momento muy adecuado para la acción de gracias, para constatar los logros del momento presente y para afrontar los retos que tenemos ante nosotros.

Para ello, hemos de reconocer a esta constitución como mar-co de referencia irrenunciable, respetando sus textos para no perder de vista su espíritu. Y, además de la óptima profundi-zación que ofrece el Catecismo de la Iglesia Católica (1983), tenemos que contar con dos do-cumentos señeros: Vicesimus Quintus Annus (1988) y Spiritus et Sponsa (2003).

Con la acción de gracias por los logros positivos, hay que hacer también seria revisión poniendo remedio decidido a los abusos y deficiencias que, lejos de estar vinculadas a la reforma litúrgica, la contradi-cen directamente, provocando desconcierto y tensiones en el Pueblo de Dios. Además, tantas comunidades, desaprovechan-do las distintas posibilidades creativas que ofrecen los pro-pios libros litúrgicos, han caído

en una monotonía tediosa tal que sus celebraciones no son atrayentes para las nuevas ge-neraciones. En otras, vincula-das a nuevos movimientos, se da un fenómeno diverso: cam-bios injustificados que alteran, según “el carisma” del grupo, la liturgia de toda la Iglesia. Todo esto ha provocado que se añore nostálgicamente la situación de antaño, creída erróneamente como ideal.

Hoy ya no se puede, pues, seguir hablando de cambios, sino que, con la memoria de la doctrina emanada del Concilio, ahora hemos de empeñarnos en profundizar intensamente en la liturgia de la Iglesia, cele-brada según los libros vigentes y vivida, ante todo, como un hecho de orden espiritual. Es-tamos en un tiempo de nueva evangelización, y la liturgia se ve interpelada directamente por este desafío que reclama audacia y fidelidad creatividad.

Urge recuperar en la ca-tequesis y en la predicación

la importancia del domingo, fundamento y núcleo de todo el Año litúrgico y de nuestra identidad como creyentes. Se debe procurar que el sentido del misterio penetre en las concien-cias, redescubriendo y practi-cando con la lectio divina el arte de la oración y la mistagogía. Es importante introducir a los fieles en la celebración de la Liturgia de las Horas individual y comunitariamente.

Considero que el cometido más urgente es el de la for-mación bíblica y litúrgica del Pueblo de Dios, pastores y fieles, obra a largo plazo que debe empezar en los semina-rios y casas de formación. Es preciso alentar, asimismo, la formación de ministros, lecto-res, comentadores y cantores que desempeñan un auténtico ministerio litúrgico. Una asig-natura pendiente de la pastoral litúrgica sigue siendo el canto y la música sagrada. El esfuer-zo de la renovación litúrgica debe responder, además, a las

exigencias de nuestro tiempo: comunidades sin presbítero; el ejercicio del diaconado asu-mido de forma permanente; la superación del clericalismo; el papel de la mujer; las situacio-nes personales…

Superando anacronismos ritualistas y evitando la bana-lización celebrativa, las comuni-dades acogedoras e integradoras deben contar con los diferentes ritmos de sus miembros; por ello, hay que tener en cuenta los diversos niveles de partici-pación sin desdeñar la piedad popular. Nuestras comunida-des cristianas están llamadas a profundizar en el sentido de los ritos y de los textos litúrgicos y a fomentar la dignidad y belleza de sus celebraciones y de los lugares de culto; y a promover, mediante el arte y la realidad simbólica, una profunda viven-cia sacramental. Este es el sur-co trazado por la constitución Sacrosanctum Concilium, cuya renovación litúrgica es el fruto más visible de la obra conciliar.

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LIturgIA

de la renovación a la profundizaciónmAnuEl gonzÁlEz lóPEz-corPs. universiDaD san DáMaso De MaDriD

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El anterior pontificado de Benedicto XVI ha pues-to de relieve que la teo-

logía tiene una importancia decisiva en la vida y la misión de la Iglesia. Es verdad que la teología no es absolutamen-te necesaria para la fe. Puede haber, en casos límites, fe sin teología (vida de Job). Pero, en el fondo, esto no es aconsejable, pues a la larga esta situación extrema no puede mantener-se humanamente de forma indefinida. La fe siempre ha de ser pensada, en cuanto que necesita la mediación y alteri-dad interna de la razón para que sea plenamente humana y no degenere en ideología o superstición. El cristianismo sabe que ni la razón es suficien-te para comprender la totalidad de la realidad, ni la fe puede pervertirse en la inmediatez de sí misma. La primera necesita la fe para no quedar encerrada en un horizonte estrecho, que terminaría por incapacitarla para alcanzar la realidad y la verdad; así como la segunda necesita una distancia y alte-ridad respecto a sí misma que le viene otorgada por la razón humana, para poder respirar

y no pervertirse por asfixia en fideísmo o fundamentalismo. Dios es logos, palabra, y el hom-bre es un ser racional; y esta dimensión dialógica de Dios y del hombre, esencial al acto de la fe como realidad divina y humana, es la base perenne del quehacer teológico y el funda-mento último de la necesidad de la formación cristiana. Cada fiel cristiano en distintos gra-dos y el teólogo en particular de forma profesional están llama-dos a pensar y dar razón de la fe que profesan, ante sí mismos y ante quien le pregunta por la luz y la belleza de su esperanza.

No es sencilla la tarea teológi-ca. Una parte del mundo de las ciencias no la entiende, pues su objeto se escapa a sus propios métodos de aprehensión de la realidad y de la investigación científica, y así la invita en el fondo a que se pliegue bajo la forma de una fenomenología de

la religión o una historia de las creencias cristianas. Una parte del mundo eclesial sospecha de ella, pues da la impresión de que complica innecesaria-mente la experiencia creyente y amenaza muchas veces la fe de los sencillos, invitándola a que sea una simple explicación del magisterio de la Iglesia. No dudo de que alguna teología no llegue a un nivel científico adecuado y de que haya teo-logía que complique de forma innecesaria la fe del Pueblo de Dios poniéndola en peligro. Pero la teología es teología, y esta ha de ser su primera tarea en el futuro: perseverar en su verdadera naturaleza, porque cuando decide ser y permane-cer en lo que ella es (ciencia de la fe), puede realizar un diálo-go fecundo con el mundo de la ciencia y la cultura actual, secular y posmoderna, y prestar un mayor servicio a la vida de

la comunidad cristiana en el camino de la fe y el desafío de la nueva evangelización.

Junto a esta tarea esencial, hay cuatro palabras que reco-gen de forma sucinta sus desa-fíos más importantes: verdad, comunión, diversidad y liber-tad. La teología tiene siempre que poner todo su esfuerzo en acoger la verdad de la revela-ción de Dios en la historia con la mayor hondura y profundidad que le sea posible desde todos los medios críticos e históricos disponibles, pasando por la es-cucha, la pregunta, la inteligen-cia y la analogía o síntesis de la fe. Esta ha de ser realizada sien-do consciente de que vive en la comunión de la Iglesia, como un ministerio al servicio del Pue-blo de Dios, de donde ella nace y al que sirve. La comunión de la Iglesia es unidad y diversi-dad. La teología ha de ser un reflejo de esta realidad: unida en lo esencial, pero mostrando la real diversidad geográfica e ideológica que existe en la Igle-sia, de donde surge la necesidad de una fraterna colaboración y un verdadero diálogo entre las diversas sensibilidades que existen en la comunidad teoló-gica. La teología necesita liber-tad para su ejercicio, un lugar externo e interno desde donde, libre de presiones, ídolos y fal-sas seducciones, se encuentre más disponible para acoger la verdad de Dios y las esperanzas de los hombres, descubriendo y ensayando caminos nuevos de profundización y renovación teológica desde los que pueda acompañar el camino evange-lizador de la Iglesia y acoger los anhelos más profundos de los hombres de nuestro tiempo.

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tEOLOgíA y FOrMACIÓN CrIStIANA

Verdad, comunión, diversidad y libertadÁngEl cordoVillA. universiDaD pontificia coMillas De MaDriD

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El Espíritu desarmó todos los pronósticos y puso en evidencia, una vez más,

las palabras de la Escritura: nuestros pensamientos no son los planes de Dios (cf. Is 55, 8). Y el cónclave eligió obispo de Roma, sucesor de san Pedro, a un religioso, a un jesuita, al papa Francisco. Un nombre que remite a la Vida Religiosa (VR): a un santo universal, fundador de una gran orden religiosa. Desde el primer momento, sus gestos tienen el sabor de la sencillez y la humildad del Evangelio que caracterizan la identidad del seguimiento radical a Jesucristo de la Vida Religiosa.

El nuevo papa conoce bien su carisma de universalidad y de servicio a la misión de la Iglesia desde sus propias peculiarida-des, que ha contribuido, desde hace siglos, al anuncio de Jesu-cristo en fronteras geográficas, sociales y culturales lejanas a la fe. Podrá seguir confiando en la VR, en su sensibilidad para el anuncio a los pobres y el diálogo con la cultura, para el gran reto de la nueva evangeli-zación, junto con los movimien-tos y asociaciones eclesiales, las nuevas comunidades y los demás actores de evangeliza-ción en la armonía que crea el Espíritu en la diversidad de la comunión eclesial.

Es este un momento en que se impone un examen sincero sobre la comunión y la unidad

en la Iglesia; de aquello que la fomenta o la deteriora; de las actitudes que promueven un modo de pensar, decir y obrar que crean o destruyen la comunión querida por el Se-ñor; de cómo fomentamos en la comunidad eclesial aquella espiritualidad de la comunión tan exigente que formuló Juan Pablo II: “Dar espacio al her-mano, llevando mutuamente la carga de los otros y rechazan-do las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, des-confianza y envidias” (NMI 43).

Dificultades de diversa índole afectan hoy a la Vida Religiosa; en medio de ellas, nos esforza-mos por discernir a la luz de la Palabra y del Espíritu lo que el Señor nos quiere decir, para seguir caminando en la fe y en la esperanza. Situaciones en las que se agradece el aliento y la confianza de los pastores, que manifiestan que la VR tiene su origen en Jesús, es querida por Él y pertenece a la vida, a la santidad y a la misión de la Iglesia (cf. LG 44). Su presen-

cia en la universalidad de la Iglesia, a través de las Iglesias particulares, muestra que no es una realidad aislada y margi-nal, sino que está en el corazón mismo de la Iglesia, como un don precioso del Espíritu para el presente y futuro del Pue-blo de Dios (cf. VC 3). De ahí la llamada a toda la comunidad, pastores, presbíteros, religiosos y laicos, a promover las voca-ciones a la Vida Consagrada.

La VR, pasados los años in-decisos del posconcilio, está inmersa en un proceso de pro-funda renovación que le haga signo vivo de la presencia de Cristo Resucitado en el mundo (cf. PT 15); que le impulse a reproducir, en fidelidad creati-va, la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras. De este modo, será respuesta a los desafíos del anuncio de Jesucristo en el mundo de hoy y a las nuevas urgencias materiales y espiri-tuales de nuestra sociedad: el deseo no manifestado de Dios, la justicia y la paz. “Ser evan-gelio viviente”, “buscadores de Dios”, como dijo Benedicto

XVI. Una conversión no fácil, que comporta la renovación del corazón, pero también de las comunidades y de todo el cuer-po congregacional, exige salir de los encerramientos y abrir-nos sin miedo a los horizontes amplios de la misión y a las metas exigentes del Evangelio. Un proceso cuya fuerza está en la pasión por Jesucristo, y en el que no puede faltar el discerni-miento, para dejarnos impulsar y guiar por el Espíritu y no co-rrer el riesgo de acomodarnos a los criterios de este mundo, individualismo y consumismo, que nos privan de la belleza evangélica de la fraternidad, de la pobreza y sencillez de vida. Este es el testimonio que atrae a los jóvenes a ponerse a la escu-cha del Señor, a preguntarse si será esta vida a la que el Señor les invita.

Se abre una etapa nueva para la Iglesia y, en ella, para la Vida Religiosa; un caminar en la Iglesia con el papa Francisco, un caminar lleno de esperanza al encuentro con Cristo para anunciar al mundo su justicia y su paz.

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vIDA rELIgIOSA

un camino lleno de esperanzaElíAs royón, s.J. presiDente De confer

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El desafío pastoral de la comunicación social es primordial para un pon-

tificado que se inicia ya en la segunda década del tercer milenio. Son muchos los retos que la sociedad de la informa-ción le ofrece a la misión de la Iglesia hoy. Entre ellos, los hay que tienen que ver con la comunicación institucional de la Iglesia, con la promoción evangelizadora de la comuni-cación social, con el diálogo con la cultura mediática que con-diciona no solo la transmisión, sino también los contenidos de la cultura contemporánea, y con la propuesta de una humanización –y, por consi-guiente, evangelización– de la comunicación que lo es de las instituciones públicas, de las empresas de la comunicación, de los profesionales y de los usuarios de la comunicación.

En este desafío hay retos urgentes y retos importantes. Urgente es el diálogo del que hablaba el beato Juan Pablo II entre la cultura de la perma-nencia de la Iglesia y la cultura de la inmediatez de los medios de comunicación. Importante lo que también Juan Pablo II describió como el reto de no quedarse en la evangelización a través de los medios, sino in-volucrar a esta en un propósito mucho más amplio: evangelizar la cultura mediática, que es la cultura de nuestro tiempo.

La comunicación institucio-nal de la Iglesia necesita aún avanzar en tres aspectos, tan específicos de la competencia profesional como genéricos de la impronta evangélica que merecen: más transparencia, más precisión (profesionalidad como exigencia de la caridad concreta) y más arriesgada confianza en los reclamos de la comunicación mediática.

Entraría dentro de estas “ur-gencias” la de los cambios del lenguaje de la enseñanza, de la

predicación, de la catequesis, incorporando las claves del len-guaje mediático. Eso que para muchos es una cuestión formal y casi sospechosa de querer con ella esconder la necesidad de la precisión doctrinal, resulta ser absolutamente esencial para una Iglesia que se entiende a sí misma como servidora del hombre de hoy. Es, en el típico lenguaje bergogliano, cuestión de proximidad. Una Iglesia que sirve es una Iglesia que se hace uno con el lenguaje del mundo al que sirve, y este, globalmen-te, es el lenguaje –con sus pros y sus contras– de la concisión, de la inmediatez y de la ima-gen, en definitiva, el lenguaje de los medios.

Y en el emergente pontifica-do de Francisco se vislumbra también la importancia de un profundo periodismo social o periodismo de rostro humano. Lo dijo ya el Papa en su primer discurso a los periodistas, al

indicar que al profesional de la comunicación se le pide “estu-dio, sensibilidad y experiencia, como en tantas otras profesio-nes, pero implica una atención especial respecto a la verdad, la bondad y la belleza”. Así lo expresaba en una magnífica conferencia considerada por muchos, desde hace años, como un vademécum del comunica-dor cristiano, pronunciada en Buenos Aires el 10 de octubre de 2002 bajo un sugestivo tí-tulo: Comunicador: ¿quién es tu prójimo?

Aproximarse en la comunica-ción consiste –aquí encontra-mos su conexión con el primer discurso del Papa a los comuni-cadores– en que si “bien, ver-dad y belleza son inseparables cuando nos comunicamos”, lo son (inseparables) “por pre-sencia o también por ausencia, y –en este último caso– el bien no será bien, la verdad no será verdad ni la belleza será belle-

za”. Y “así como a nivel ético, aproximarse bien es aproxi-marse para ayudar y no para lastimar; y a nivel de la ver-dad, aproximarse bien implica transmitir información veraz; a nivel estético, aproximarse bien es comunicar la integri-dad de una realidad, de ma-nera armónica y con claridad. Aproximarse mal, en cambio, es aproximarse con una estética desintegradora, que escamotea algunos aspectos del proble-ma o que los manipula creando desarmonía y que oscurece la realidad, la afea y la denigra”.

Esta es la gran propuesta del “periodismo social” que pro-pone el papa Francisco, y que va más allá del especializado periodismo solidario. Una de-terminada regeneración ética de la comunicación basada en ese modo de entender la proxi-midad que “implica comunicar la belleza de la caridad en la verdad”.

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MEDIOS DE COMuNICACIÓN

un periodismo social de proximidadmAnuEl mAríA bru Alonso. sacerDote y perioDista. presiDente De la funDación crónica Blanca

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Benedicto XVI impulsó la iniciativa eclesial de la nueva evangelización

iniciada por Juan Pablo II. La creación del Pontificio Consejo para su promoción y la celebra-ción de un Sínodo de Obispos sobre el tema fueron los acon-tecimientos más emblemáticos de ese empeño. La descristiani-zación eclesial, por una parte, y la secularización social, por otra, hacían de la propuesta evangelizadora una necesi-dad acuciante para la Iglesia si quería ser significativa para el pensamiento y vivencia del hombre contemporáneo. Para ello, a juicio del pontífice ante-rior, lo esencial de esa tarea era la centralidad de Cristo en la vida del hombre y en la acción pastoral de la Iglesia, dando continuidad a lo ya apuntado en 1975 por Pablo VI, maestro de la evangelización contem-poránea: “Existe un nexo ínti-mo entre Cristo, la Iglesia y la evangelización” (EN 16).

Pensando en el futuro con es-peranza, con la mirada puesta en este pasado prometedor, la nueva evangelización aparece como un proyecto pastoral ne-cesario e ineludible hoy para la Iglesia. Y tiene unos elementos centrales que deben alimen-tarla permanentemente. A su vez, requiere de iniciativas pastorales traducibles en ac-ciones concretas para ser fiel al objetivo propuesto: hacer pre-sente a Cristo al hombre actual. Empecemos por los primeros.

Si el fin prioritario de toda acción evangelizadora es el anuncio del Evangelio –Cristo, muerto y resucitado– y si su mensaje de salvación se con-vierte en el centro de toda obra

evangelizadora, proclamarle a Él como Dios encarnado y moti-vo de sentido para la vida, por encima de toda pretensión que tenga como finalidad la pro-pia institución eclesial que lo anuncia, es la esencia de su misión. Cristo hace del Reino y la llamada a la conversión para entrar a formar parte de él lo prioritario de su predica-ción. La conversión a Dios como opción personal que implica toda la vida es la llamada que la Iglesia está obligada a dirigir al hombre para que se produzca un encuentro profundo entre ambos, de modo que todas las opciones, decisiones y accio-nes humanas estén orientadas desde ahí. Hacer realidad este encuentro con Dios pasa inelu-

diblemente por la cotidianeidad en el acceso a la Palabra de Dios y lo que supone de encuentro con la revelación de Dios para sus hijos. La lectura creyente de la realidad a la luz de la Pala-bra y el acercamiento a ella en clave orante para encontrar luz para la vida son el mejor modo de considerar a Cristo objetivo central de la evangelización que compete a todo creyente.

Otros dos elementos son tam-bién nucleares en este proceso: el ejercicio de la caridad como medio de evangelización y la preferencia por los más desfa-vorecidos como beneficiarios. El primero habla de la manera idónea de ofrecer un testimonio creíble de vida según Dios, ade-más de ser la única vía posible

de ser cristiano. Convertir el amor que nace de Dios y nos hace hijos suyos en la forma de relación con los demás es dotar de contenido cristiano a la vida. Cuando los destinatarios de esa relación son los más desfavore-cidos, en todas sus expresiones y manifestaciones actuales, la caridad cristiana adopta aún actitudes más evangélicas. Los más marginados son quienes más necesitados están de la caridad de los cristianos.

Estos elementos, a su vez, requieren de opciones pasto-rales que los hagan operativos. Entre ellas, no puede faltar la renovación interna de algunas estructuras pastorales vigentes (de la Iglesia universal, de las particulares y de sus expresio-nes parroquiales y comunita-rias); un nuevo estímulo a la catequesis, con una orienta-ción más bíblica, kerigmática y vivencial; fomentar la expe-riencia de Dios por medio de la dimensión orante; impulsar la animación bíblica de toda la pastoral (cf. VD 73); apostar por la planificación y programa-ción pastoral; un impulso del compromiso cristiano en medio de las realidades temporales, con el consiguiente desarrollo de los ministerios laicales que hablan de su incidencia en los ámbitos familiares, sociales, profesionales y de presencia pública; una apuesta por el diálogo con la cultura y el pen-samiento actual, también con el resto de religiones y confe-siones cristianas no católicas; y un estímulo mayor al desarrollo de las organizaciones eclesia-les que trabajan con los más necesitados (Cáritas, Manos Unidas…).

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NuEvA EvANgELIzACIÓN

un proyecto pastoral necesario e ineludibleFrAncisco José AndrAdEs lEdo. universiDaD pontificia De salaManca