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  • Pgina web: http://epaa.asu.edu/ojs/ Artculo recibido: 21-11-2013 Facebook: /EPAAA Revisiones recibidas: 28-03-2014 Twitter: @epaa_aape Aceptado: 28-03-2014

    NMERO ESPECIAL Nuevas Perspectivas sobre el Curriculum Escolar

    archivos analticos de polticas educativas Revista acadmica evaluada por pares, independiente, de acceso abierto y multilinge

    Arizona State University

    Volumen 22 Nmero 23 28 de Abril 2014 ISSN 1068-2341

    Genealoga y cambio conceptual. Educacin, historia y memoria

    Raimundo Cuesta Fernndez Fedicaria-Salamanca

    Espaa

    Citacin: Cuesta Fernndez, R. (2014). Genealoga y cambio conceptual. Educacin, historia y memoria. Archivos Analticos de Polticas Educativas, 22 (23). Recuperado [data] http://dx.doi.org/10.14507/epaa.v22n23.2014. Este artculo forma parte del nmero especial Nuevas Perspectivas sobre el Curriculum Escolar, editado por Miguel A. Pereyra y Jess Romero Morante. Resumen: En este artculo se reclama una sntesis entre la historia conceptual y la genealoga de estirpe foucaultiana a fin de fundamentar una crtica de la escuela y del conocimiento histrico escolar, como premisa para la formulacin de una didctica crtica. Tras examinar la evolucin semntica de tres universos conceptuales (educacin, historia y memoria), los dos primeros vinculados a la lgica de la razn moderna y el tercero a su impugnacin, se propone una educacin histrica que, rompiendo con la lgica del cdigo disciplinar del curriculum, haga uso del potencial formativo de una historia con memoria, o sea, de un conocimiento superador de la escisin entre ciencia histrica y experiencia. Para ello se apela a una didctica crtica, una actividad terico-prctica, que ponga en el centro de su inters una historia del presente vinculada a la comprensin de los problemas de nuestro tiempo. Palabras clave: genealoga; historia de los conceptos; educacin; historia; memoria; historia con memoria; historia del presente.

    aape epaa

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    Genealogy and conceptual change. Education, history and memory Abstract: This paper calls for a synthesis between conceptual history and genealogy -in Foucaults terms-, as a basis for a critical review of the school and the curriculum, a prerequisite for the development of critical education. It starts by exploring the semantic evolution of three conceptual spheres (education, history and memory), the first two related to the logic of modern thought and the third one to its challenge. Then I propose a historical education that breaks with the logic of the established curriculum of the discipline (el cdigo disciplinar), through the use of the educational potential of a history with memory, a way to overcome the division between historical science and experience. In order to do so, a call is made in favor of a critical teaching approach, a combination of theoretical and practical activities, focused on a history of the present aimed at understanding our present-day problems. Keywords: genealogy; conceptual history; education, history; memory; history with memory; history of the present. Genealogia e mudana conceitual. Educaao, histria e memria Resumo: O presente artigo prope uma sntese entre a histria conceitual eo mtodo genealgico de Foucault para fundamentar uma crtica da escola e do conhecimento histrico escolar, como um pr-requisito para o desenvolvimento de um ensino crtico. Depois de examinar a evoluo semntica de trs universos conceituais (educao, histria e memria), os dois primeiros relacionados com a lgica da razo moderna e o terceiro ligado seu desafio, propomos uma educao histrica, rompendo com a lgica do cdigo disciplinar do currculum, para fazer uso do potencial educativo de uma histria com memoria, ou seja, um conhecimento supera diviso entre cincia histrica e experincia. Isso vai apelar para um ensino crtico, uma atividade terica e prtica, para colocar no centro de interesse deste ensino uma histria do tempo presente ligada compreenso dos problemas do nosso tempo. Palavras-chave: genealogia, histria dos conceitos; educao; histria, memria, histria com memoria; histria do tempo presente.

    Genealoga e historia conceptual

    El cambio, sus causas, significado y consecuencias, constituye, si bien nos fijamos, el motivo de los motivos de toda ciencia social (para explicarlo, impedirlo o promoverlo) y el problema por excelencia de quienes, como es nuestro caso, piensan bajo el impulso de una perspectiva crtica. Dentro de ella es tarea insoslayable la historizacin de la realidad existente y la desmitificacin de los valores y las representaciones simblicas con los que se otorga legitimidad subjetivamente a lo que, a menudo, son meros revestimientos de relaciones de poder, porque todas las cosas que viven mucho tiempo se han impregnado tanto de razn que parece inverosmil pensar que su procedencia sea insensata (Nietzsche, 2000a, p. 65). As opera la genealoga nietzscheana borrando el origen metafsico de las cosas y reduciendo su esencia a su historia (una historia ms bien mezquina y miserable), lo que convierte el quehacer del historiador de esta estirpe en algo que se percibe como paradjico y ofensivo. Desde otro territorio intelectual, la historia de los conceptos, al estilo de la practicada por R. Koselleck, coincide en poner el acento en la transitoriedad y dinamismo del universo simblico con el que interpretamos el mundo, convirtiendo el devenir de las formaciones conceptuales de cada poca en un sntoma de las metamorfosis sociales habidas en la misma, pero tambin en un motor de las mutaciones de ese tiempo histrico y un anuncio de otros por venir. As

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    la genealoga y el cambio conceptual hermanan realidades lingsticas y extralingstica a la hora problematizar el presente e intentar pensar histricamente lo que nos ocurre. El lenguaje y los conceptos operan como condicin insoslayable de toda explicacin de la vida social, se erigen en factores de percepcin y de conocimiento, pero tambin de movilizacin de voluntades en determinada direccin. De modo que ninguna realidad puede reducirse a su significado y estructuracin lingstica, pero sin esa actividad lingstica no hay-en cualquier caso para nosotros-ninguna realidad (Koselleck, 2012, p. 32). Por otra parte, la evolucin del arsenal conceptual del que nos valemos en nuestra experiencia personal contiene, a modo de cdigo cifrado, la naturaleza de las motivaciones de la accin humana y las configuraciones ideolgicas de un determinado momento histrico. De ah se infiere la necesidad de pensar histricamente, practicando una genealoga conceptual que problematice las races y los componentes de las interpretaciones con los que hemos forjado nuestras ideas y expectativas acerca del curriculum, la historia y la sociedad. La genealoga comparece como una modalidad de historia crtica que, a diferencia de la etimologa al uso, no se conforma con mostrar de dnde procede el significado de tal o cual palabra hasta acabar revistindose de su carga semntica actual, como si tal proceso fuera una especie de camino triunfal hacia el hoy. Por el contrario, frente a esta suerte de decurso feliz y continuista, la genealoga, de estirpe nietzscheana y foucaultiana, problematiza el presente y el pasado, practica una suerte de historia del presente1 que indaga las discontinuidades y las paradojas, confrontando nuestros problemas y los conceptos que dan cuenta de ellos en nuestro tiempo con los de tiempos pretritos. Alguno de estos propsitos, aunque no con la misma intensidad y el mismo alcance, pueden coincidir e inspirarse en la historia de los conceptos (Bregiffsgeschichte) de la Escuela de Bielefeld y los cultivadores del giro contextual de la Escuela de Cambridge, representadas respectivamente por Reinhart Koselleck y Quentin Skinner, sus dos personalidades ms sobresalientes2. Ambos son autores de una larga cosecha de obras que han servido para impugnar la tradicional historia de las ideas y de la ciencia inspirada en paradigmas explicativos de carcter lineal. Al respecto, nos interesa sobre todo la metodologa histrica R. Koselleck (1993 y 2012)3 atenta a la semntica histrica de las

    1 Historia del presente es mucho ms que una historia regresiva (recorrer a la inversa el trayecto diacrnico habitual, como se recomendaba en algunos clsicos en la Antigedad y posteriormente en la Ilustracin), ni tampoco es un territorio de la nueva historiografa del tiempo presente surgida, bajo diversas modalidades, en Francia, Alemania o el mundo anglosajn. Tiene que ver, en cambio, con la forma de problematizar nuestro mundo conforme al mtodo genealgico de M. Foucault. En esa lnea, una comprensin del pasado en el presente es una empresa irnica para dejar en suspenso la historia misma (Popkewitz, Pereyra y Franklin, 2003, p. 16). 2 Nosotros tomamos, en parte, esta tradicin alemana (y en menor medida la inglesa) y sumamos algunas orientaciones de los historiadores de la filosofa poltica, al estilo de los profesores de la Universidad de Padua, que, siguiendo la senda de la historia de los conceptos y con la intencin de romper con la linealidad de la historia de las ideas, abogan por una aproximacin crtica para liberar el universo de posibles donde otros ven lo necesario (Chignola-Duso, 2009, p. 36). Para la fragmentacin escolasticista de la historia de los conceptos, vase, por ejemplo, F. Oncina (2009). 3 Sobre la que, por otra parte, conservamos una distancia crtica, que nos permite distinguir el polvo de la paja, o sea, separar el fondo y humus ultraconservador del que se nutriera el pensamiento de Koselleck (que ya denunciara J. Habermas) de sus lcidas intuiciones y magnficas aportaciones metodolgicas. Sobre la obra de Q. Skinner, puede consultarse especialmente el primer volumen de su Visions of Politics. Regarding Method (Skinner, 2009). En cuanto a R. Koselleck sus ediciones en castellano son ms numerosas, pero quizs, como visin de conjunto, lo ms aconsejable es el captulo V de su obra clsica (Koselleck, 1993), o su ms reciente y pstuma (2012). Vase tambin J. G. A. Pocock (2011). Las corrientes de historia conceptual confluyen con

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    alteraciones en el uso de palabras y conceptos. En efecto, a menudo, el mismo significante llega a trasportar significados tan distintos que trminos, como por ejemplo historia o educacin se comportan, desde el umbral de las grandes mutaciones habidas desde el siglo XVIII, como autnticos neologismos. Esta alianza terica entre genealoga e historia conceptual forja el entramado de una investigacin, todava en curso, que se adelanta en este artculo4, y que propone una invitacin a fusionar lo mejor y ms aprovechable de la historia de los conceptos con un anlisis crtico-genealgico de la educacin y la enseanza de la historia. Esta analtica genealgica se efecta dentro de un marco epistemolgico coincidente con la clsica, pero no periclitada, distincin formulada en 1937 por Max Horkheimer (2000) entre teora tradicional y teora crtica, entre perspectiva desprovista de valores y mirada alentada por un deseo de emancipacin. Siguiendo tal estela, nos interesa acudir a un cuestionamiento histrico de los conceptos que han troquelado las representaciones simblicas dominantes en el campo de la educacin y en la historia del curriculum5. A tal fin, hemos elegido dos conceptos-clave de la modernidad (educacin e historia) y otro fundamental para la crtica de la razn moderna (memoria). La genealoga del concepto de educacin nos permite poner en duda el actual consenso transcultural sobre la escuela, tarea imperiosa si queremos criticar las caractersticas del conocimiento y de los poderes inherentes a los modelos curriculares de la era del capitalismo. Con ello se persigue no slo cuestionar la institucin escolar, sino tambin desentraar y poner en evidencia el conocimiento que circula en su seno. Dentro, en efecto, de los planes de estudio persiste la historia, cuyo devenir como disciplina escolar y conocimiento con pretensiones cientficas, resulta muy expresivo de los misterios que alberga la caja negra del curriculum. Por otra parte, frecuentemente la historiografa cientfica como campo de saber-poder, desprovista de experiencias y relatos de los agentes sociales, desprecia el potencial emancipador y crtico del concepto de memoria (cuya divergente historia semntica es, como veremos, altamente expresiva del giro crtico de una parte del pensamiento actual frente a la razn instrumental moderna) y deviene as en teora tradicional objetivista, que rechaza los fines e implicaciones de toda indagacin cuyo motivo sea la historia vivida y recordada por los seres humanos ajenos al oficio de historiador. Tras pasar revista a los avatares semnticos de educacin, historia y memoria, concluiremos este artculo con una breve invitacin a producir rupturas en la lgica de produccin del conocimiento escolar. Para ello abogaremos por una didctica crtica, una actividad terico-prctica, que ponga la historia del presente y la historia con memoria en el centro de un nuevo escenario pblico para la

    la fundacin en 1998 del History of Political and Social Concepts Group, cuyo ltimo congreso, en agosto de 2013, se ha celebrado en Espaa. 4 La investigacin lleva por ttulo La venganza de la memoria y las paradojas de la historia. Se remonta a 2009 y en la actualidad, en cierto modo, se proyecta en la intencin de lanzar una red que lleva por nombre historiaconmemoria.educa en la que se integraran miembros de Fedicaria e investigadores y profesores latinoamericanos y espaoles, pertenecientes a diversos espacios institucionales y niveles educativos. Una de las vetas indagatorias de esta red se relaciona con la historia de las disciplinas escolares y los campos de conocimiento. Vanse primeros esbozos de todo esto en Cuesta (2011 y 2012). 5 U. P. Lundgren (1992), en sus interesantes teorizaciones, alude al curriculum como un problema de representacin. Por cierto, curriculum es vocablo que invita a pensar sobre la sociognesis de su significado. Aparecido por primera vez en 1576 en una obra pstuma de Peter Ramus, editada en Ginebra (Professio Regia), poco o nada tiene que ver con su origen latino y s mucho con los cambios en los lenguajes educativos impulsados por el reformismo calvinista, que encontraron su caldo de cultivo en ciudades como Leiden, Ginebra, Glasgow y otras abiertas a las nuevas ideas. Vase D. Hamilton (1991) y S. Kemmis (1988). En tanto que concepto innovador de la modernidad representa un fiel indicador de una teora y prctica de la educacin impregnadas de ideas religiosas y de racionalidad basada en el control y la forja de almas.

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    construccin social de un conocimiento curricular relevante, o sea, vinculado a la comprensin de los problemas de nuestro tiempo.

    Educa c i n : lo que dicen y esconden las palabras

    Una mirada genealgica sobre los conceptos ha de evitar dos tentaciones: la de comprender el decurso histrico como la eterna permanencia y repeticin de lo mismo o como un incesante desvanecimiento del ser de las cosas. A tal fin la pretensin crtica, navegando entre la continuidad y el cambio, ha de saber seleccionar el tipo de conceptos guas que acten a modo de lazarillos para entender cabalmente la sintomatologa de los problemas del presente y su carga de pasado. Por otra parte, una crtica fundamentada de la modernidad no puede ignorar la faceta prometedora de los conceptos, en la medida en que existen vocablos y nociones que anuncian nuevos mundos, y esas concreciones lingsticas son las que casan mejor con nuestro propsito de impugnar el presente a travs de la diseccin de las representaciones simblicas sobre las que se ha levantado el mundo en el que vivimos. De ah que la seleccin de conceptos como educacin e historia, desde el principio, se encuentre atravesada por la nsita relevancia de ambos para desentraar la racionalidad del hoy, pero tambin por la fuerza de imantacin de un campo lxico donde se asocian nada caprichosamente a otros igualmente pertinentes como civilizacin, cultura, disciplina, instruccin, emancipacin, progreso, enseanza, curriculum, etc. Todos ellos, autnticos faros ideolgicos de la modernidad, se erigieron como heraldos anunciadores de un futuro Tanto en francs (ducation) e ingls (education) como en espaol (educacin), el trmino comparece tardamente y evoca cuando se emplea antes del siglo XVII, lo que ocurre raramente, el significado del verbo latino educare (criar o nutrir). Progresivamente, en ese siglo y ms an en el XVIII, su vinculacin es cada vez ms evidente y estrecha con procedimientos de enseanza e instruccin formalmente organizados (Bloch-Wartburg, 1992 y Williams, 2000). En espaol, el primer diccionario acadmico, el Diccionario de Autoridades (RAE, 1732), inserta el vocablo con la acepcin de crianza, enseanza y doctrina con la que se educa a los nios en sus primeros aos, y en el mismo lxico se recoge la forma verbal de criar, ensear, amaestrar y dar doctrina. Ahora ya, en pleno umbral de la Ilustracin, se perfila con meridiana claridad un campo semntico formado por un conjunto de conceptos que orbitan en torno a la idea de coaccin o imposicin por la fuerza de hbitos y creencias. Entre las cosas, las palabras y lo conceptos, espacio triangular de interacciones que ha de transitar el historiador de los conceptos, acaecen mutaciones a veces difciles de ver si quedamos atrapados en las peligrosas telaraas del anacronismo6. Eso es lo que tratamos de mostrar en el caso de educacin, dado que, segn inscribamos el trmino en un contexto pre-moderno o en otro donde ya emerge la sociedad capitalista y disciplinaria de la modernidad, los significados cambian. Nuestra pesquisa nos lleva a averiguar cmo y por qu se introdujo el verdadero giro contextual y conceptual de educacin, una palabra que adquiere nuevo sentido conforme comparecen inditas necesidades materiales y experiencias mentales del mundo moderno.

    6 S. Kemmis (1988, p. 32) nos recuerda cmo incurren en anacronismo quienes usan la palabra curriculum con la carga conceptual de nuestro tiempo antes de que surgiera, como se vio, en el contexto de las reformas calvinistas. Y desde luego, anacronismo superlativo sera remontar tal uso a Platn y Aristteles, como a veces se ha hecho. Desde luego, la prctica de una historia de la pedagoga a travs de una historia conceptual de los discursos, tal como sugiere C. Vilanou (2006), es una invitacin interesante. Pero no debe olvidarse el carcter genial de anticipaciones como las de Lerena (1988).

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    Se mire como se mire el vocablo educacin llama la atencin por su tarda incorporacin al lxico que, como ya dijimos, no se normaliza hasta el siglo XVIII7. Mucho antes su uso en lengua latina aluda a la nutricin y crianza de los nios en las buenas costumbres dentro de la familia. Muy significativo resulta que Nebrija (De liberis educandis libellus, 1509) se aplique solamente el trmino para referirse exclusivamente a la primera infancia hasta que el nio alcanza el uso de razn, y a partir de ah educare se transforme erudire, docere, instruere y otros as (Crceles, 1999, p. 106), de modo que el concepto queda reservado entre los humanistas para las tareas de la educacin infantil: desde el amamantar hasta el aprendizaje de usos elementales de urbanidad. Tal concepcin era la que llevaba consigo la palabra crianza en el castellano antiguo. Por lo tanto, el trmino latino coexiste, en las primeras lenguas romances y en el latn de los humanistas, con el significado de crianza. Slo a fines del siglo XVI, en la obra de P. Lpez Montoya (Libro de la buena educacin y enseanza de los nobles en que se dan muy importantes avisos para criar y ensear bien a sus hijos, 1595), surge en castellano el neologismo educacin y este trmino, en un principio se emplea en el prstino significado latino de educatio y del castellano crianza. Ambos van a coexistir durante un par de siglos ms (Crceles, 1999, p. 109). De modo que el viraje conceptual que supone la aparicin del trmino educacin y su posterior conversin, sobre todo en el siglo XVIII, en una nocin de contenido distinto del que tuvo originalmente, nos invita a una reflexin sobre el sentido y alcance del cambio conceptual. A qu se debe la gestacin y parto de los conceptos? Por qu nace una palabra? Por qu adopta cargas semnticas distintas en diferentes pocas? Todo parece indicar que, desde el siglo XVI, un momento clave en la acumulacin primitiva de capital, en la constitucin del Estado nacional-moderno y en la distribucin del mapa religioso de Europa, da comienzo una mutacin progresiva (que puede remontarse, en algunos aspectos a finales de la Edad Media), una transicin de larga duracin hacia percepciones, sensibilidades y actuaciones propias de lo que hoy llamamos comportamientos civilizados. Como estudi magistralmente N. Elias, en ese lento y extenso devenir tuvieron una importancia clave los usos cortesanos que, dentro de un Estado cada vez ms poderoso, fueron suavizando las formas habituales de violencia fsica en el trato entre personas. Lo que signific la progresiva dejacin de la fuerza en manos del Estado, que pasar a erigirse en el detentador, para decirlo en trminos ya clsicos, del monopolio de la violencia legtima. Al tiempo, se erige una nueva economa de los sentimientos de los sujetos sometidos a un proceso de contencin de los instintos, de psicologizacin y de racionalizacin (Elias, 1988, p. 482), que se plasma en una literatura especializada en la urbanidad y las buenas maneras de los infantes, por ejemplo en obras como De civilitate morum puerilium (1530) de Erasmo (1985), o las coplas espaolas tituladas Documentos de crianza (1599) de Francisco Ledesma (Varela, 1985, p. 90). En realidad, la comparecencia del Estado moderno, la religin y las tcnicas de subjetivacin constituyan el teln de fondo civilizador que da empuje a la nave de la educacin institucionalizada desde el siglo XVI. En esas coordenadas acaece esa especie de big bang conceptual que se avista en el Renacimiento y eclosiona con la modernidad, dentro del cual adquieren pleno entendimiento las trasmutaciones lingsticas de las que estamos hablando.

    7 Aunque no compartamos la metateora que sobrevuela en su contribucin, nos basaremos en esta parte de nuestro texto en el documentado trabajo de C. Crceles (1999), que J. L. Guerea (2002) resume como entrada en uno de los pocos diccionarios espaoles que sigue la pauta de la historia de los conceptos de raz alemana (Fernndez Sebastin & Fuentes, 2002). Es de uso obligado tambin la tesis doctoral de P. lvarez de Miranda (1992), pionera en el lenguaje de la Ilustracin espaola, y, desde luego, los trabajos de J. A. Maravall (1986) sobre la idea de progreso.

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    Desde luego, histricamente una mayor educacin institucionalizada ha significado una creciente ingeniera social de las conciencias8. Desde la perspectiva crtica, solidaria de las teoras del control social, la escolarizacin en la era del capitalismo no es el relato autocomplaciente de una marcha hacia la felicidad, sino ms bien hacia formas de sometimiento de racionalidad creciente basadas predominantemente en la violencia psquica (una suerte de violencia simblica) y en la masiva intervencin del Estado, lo que supuso un desplazamiento de la funcin educativa del espacio familiar al espacio pblico, de los padres y madres al paternal regazo del Estado. En 1584 se editaba en Amberes el ensayo pedaggico de Juan Fungerio (2012) titulado De puerorum disciplina et recta educatione liber, en el que se dice:

    Suelen preguntar algunos si es ms fcil educar a los nios en casa o en la escuela: para resolver esta pregunta no oculto que, aunque algunos recibieron una educacin satisfactoria en sus habitaciones que, hasta ese momento, haban sido totalmente privadas, una escuela pblica con gran asistencia es preferible fundamentalmente por dos razones: en primer lugar, porque se reparte a los nios por clases y entonces se les puede animar a rivalizar unos con otros y recompensar sus esfuerzos: quien resulta vencedor sobre sus compaeros se crece por su xito, pero el que vencido, ha mordido el polvo, esta rivalidad le incita a limpiar su deshonra y vengarse humillando a su contrincante en otra ocasin9.

    Preferencia, qu duda cabe, sintomtica, como lo son tambin las apelaciones a esa escuela competitiva, de premios y castigos, y de graduacin por clases que, nacida al calor de las reformas y contrarreformas religiosas del siglo XVI (la Ratio studiorum de los jesuitas es todo un heraldo precursor de la escuela de la modernidad), cimentar las bases de la institucin escolar del mundo contemporneo. Durante mucho tiempo, la primera instancia de control era el hogar familiar encargado de la crianza de los hijos, en donde hasta el siglo XVI se practicaba un adiestramiento de la infancia fundado en la cultura emprica de las clases populares, a menudo analfabetas, teida de una religiosidad elemental e irregular. Pero las reformas religiosas del siglo XVI y los nuevos lenguajes educativos del protestantismo reformado (Trhler, 2013) ahormados en este tiempo proporcionaron un renovado impulso a la escolarizacin fuera de los crculos familiares10. A partir de ahora la Iglesia y el Estado, de manera distinta pero convergente tanto en pases catlicos como protestantes, se hacen pastores de los individuos y expropian, cada vez ms y de manera particular en cada pas, la capacidad educativa de padres y familias (practicada antao, segn qu clases, directamente en las tareas cotidianas o indirectamente a travs de ayos y maestros particulares). De esta suerte, la

    8 Asunto al que se refiri D. Hamilton (1991) al estudiar la aparicin de los trminos clase y curriculum. Reflexiones que se complementan con las de I. Dussel y M. Caruso (1999, p. 26) donde se realiza una genealoga de aula y clase, que en espaol se impone tardamente en la escolaridad elemental conforme se imponen pedagogas de la organizacin que separan al alumnado en grupos diferenciados por edad u otras caractersticas. 9 B. Comella (2012, 301-307) ha publicado el texto completo traducido al espaol. La cita corresponde a la pgina 315. La autora advierte, con razn, del peligro de anacronismo, por ejemplo, al pensar que escuela pblica signifique lo mismo entonces (educacin en grupos) que hoy (participacin del Estado). 10 El cambio del sentido de la educacin no puede explicarse recurriendo exclusivamente, como hace Crceles (1999), a las necesidades endgenas de la doctrina cristiana que trae la el Concilio de Trento. Tampoco solo al nuevo acervo doctrinal de las reformas protestantes, como, incurriendo en parecida unidireccionalidad, se defiende en el excelente libro de D. Trhler (2013) sobre los lenguajes educativos en la historia de la escolarizacin. Los lenguajes educativos del protestantismo reformado actuaran como modos de representacin que moldean la poca constituyente de los sistemas nacionales de educacin, que son hoy la matriz formativa de los discursos educativos dominantes en los organismos internacionales. El carril explicativo de direccin nica tambin es moneda corriente en el enfoque neoinstitucionalista, al estilo de J. W. Meyer y F. O. Ramrez (2010).

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    enseanza y la educacin tienden a dejar de ser asunto privado y pasan a la esfera pblica y comunitaria; se convierten en temas de inters de salvacin del alma de los escolares a cargo de las iglesias, de los estados o de ambos. Ahora comparecen espacios institucionales especializados en el poder disciplinario de encauzamiento del aprendiz a travs de frmulas pedaggicas cada vez ms normativizadas y ejemplares de enseanza11. Por lo tanto, entre los siglos XVI y XVIII se experimentan los primeros pasos, si bien lentos y a veces contradictorios (ms rpido en las religiones reformadas que en el catolicismo) hacia un sistema de enseanza nuevo, que slo llegar a su mxima expresin con la edificacin, a menudo a cargo del Estado, de los sistemas educativos nacionales durante el siglo XIX, pero cuyas formas de organizacin pedaggica y lenguajes sustanciales se heredan de las distintas tradiciones cristianas. En este contexto de metamorfosis institucional, la palabra educacin va mutando de crianza en instruccin pblica, un bien que se pone a disposicin de los individuos mediante la accin docente especializada en centros al margen de la familia. Con ello se estira el horizonte temporal: la educacin pasa de la primera infancia y llega hasta la juventud o, incluso en nuestra poca, en tiempos de la sociedad educadora, se perpeta en un bien de salvacin durante toda la vida. Adems se expande as mismo el contenido disciplinar y el origen de los destinatarios de la educacin: de la religin a las ciencias tiles para la cosa pblica; de las clases nobles a todas las clases, aunque a cada clase (y gnero) una clase de educacin. Ya en el Siglo XVIII, siglo educativo por excelencia, cuando se generaliza el sustantivo educacin, los nuevos valores incorporados al capital cultural del concepto anuncian los fenmenos sociales, las realidades cientficas y las modalidades institucionales que han generado nuestra propia experiencia histrica de formacin mediante la escolarizacin. El trmino deviene as, tras no pocas pugnas sobre su ubicacin y sentido, en algo inherente a la experiencia humana y a sus expectativas de futuro, en suma, en un concepto-promesa de modernidad, anunciador de una siempre incumplida esperanza de felicidad, progreso y redencin social a travs de la escuela. La historia conceptual y el uso de la genealoga nos permite descubrir la existencia histrica (ms bien miserable) de los trminos sacralizados y despojarlos de su encantamiento mgico, reduciendo a su verdadera dimensin esas palabras que, al decir de Nietzsche, se le imponen a un pueblo como fijas, cannicas y obligatorias (2010, p. 194). Lo cierto es que, a efectos de comprender mejor el campo escolar, educacin, civilizacin y cultura configuran el trpode estratgico de los juegos de saber-poder de la modernidad y representan la quintaesencia simblica sobre la que se levantan los aparatos de dominacin, que cada vez ms recurren a modos de persuasin cargados de violencia simblica y a procedimientos de accin pedaggica en virtud de los cuales, los sujetos sometidos aceptan de buen grado su dominacin. El descubrimiento de lo que se esconde detrs de esas palabras es un prioritaria tarea crtica de quienes se plantean una impugnacin del sistema social y de las tecnologas del yo que labran las subjetividades sumisas de nuestro tiempo. Y esa tarea es propia de una genealoga que se presenta como una contramemoria crtica. Pero la misma palabra historia ha transportado conceptos variados, por ello su semntica evolutiva merece tambin nuestra atencin, porque la didctica y la educacin

    11 La genealoga de la institucin escolar como nuevo espacio de encierro fue objeto de la mirada genealgica foucaultiana en el ya clsico Surveiller et punir (1975), donde se emplea el modelo disciplinario (el poder produce individuos a travs de determinados espacios disciplinarios como la escuela). En Espaa, entre otros estudiosos del tema, J. Varela y F. lvarez-Ura (1991) siguieron su huella en su Arqueologa de la escuela. Y Dussel y Caruso (1999), entre otros, hicieron lo propio en Amrica Latina. A pesar de la erosin de una imagen simplista de la escuela como maquinaria dentro de los supuestos de las teoras de control social (el propio Foucault en sus ltimas obras ofrece una imagen ms sutil y distinta del poder), este tipo de trabajos mantienen su inters analtico. Hicimos uso de su potencialidad en Felices y escolarizados. Crtica de la escuela en la era del capitalismo (Cuesta, 2005).

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    crtica que propondremos demanda no slo una historia crtica de la educacin, sino tambin una mirada reflexiva del mismo gnero sobre el concepto y la disciplina histrica como tales.

    His to r ia : de sierva de la Retrica a ciencia social del pasado

    Ocurre frecuentemente que los estudios que versan sobre la evolucin de las ideas y campos de conocimiento se encuentran atravesados por una falaz teleologa esgrimida en nombre de un supuesto despliegue de progresivos niveles de racionalidad. En efecto, a menudo se narra la historia del conocimiento haciendo un uso mimtico del esquema que presentaba el amanecer de la filosofa occidental como el paso del mitos al logos, de modo y manera que el escrutinio gentico de los saberes adquiere la imagen de una progresiva conquista, surcada por momentos estelares, personajes irrepetibles, antecedentes insoslayables, influjos evidentes y consecuencias trascendentales. La historia de la historiografa no representa una excepcin en este canon triunfalista de la explicacin, aunque algunos historiadores como P. Burke (2012) se resisten a aceptar tan simplista rgimen de verdad. En las tradicionales historias de la historia, los autores suelen remontarse hasta la obra de Herdoto de Halicarnaso en el siglo V a.C., sealado una y otra vez, despus de que originariamente lo hiciera Cicern, como nuestro comn padre de la historia, para luego bucear en las races griegas de la palabra12 y la posterior obra de un rosario de historiadores grecorromanos, manantial nutricio de la historiografa occidental. All comparece toda una retahla de precursores antiguos, medievales y modernos de lo que hoy tenemos establecido como ciencia de la historia, sin reparar lo que va de ayer a hoy tanto en las intenciones de los sujetos del discurso histrico como en los contextos retricos y sobrentendidos en los que se inscribe su labor. En este tipo de narrativa se verifica una sumaria etimologa del trmino y se tiene por valioso el mtodo de indagacin que convierte al pasado en una forma de validacin y legitimacin del presente. Entre otras graves deficiencias, estos relatos planos y felices conducen a la prctica generaliza del anacronismo, o sea, a considerar los esquemas de enunciacin e intencin de los textos y autores de tiempos pasados como similares a los textos y autores del nuestro. Por lo dems, desde un perspectiva genealgica nietzscheana, el alcance de los conceptos que manejamos hoy no son el fruto maduro del despliegue de una verdad eterna que haya que descubrirse en su origen y diacrona; por el contrario, es preciso hallar lo que nuestras palabras y valores tienen de mentira y tartufera, indagando el porqu y el quin de su gestacin. Por nuestra parte, nos ceiremos, dentro de la extensin disponible en este texto, a esbozar una historia de la carga conceptual del vocablo historia, atisbando algunas de sus mutaciones y ramificaciones dentro del mbito de la educacin escolar. Nadie duda de las races griegas y luego latinas del trmino historia en buena parte de las lenguas europeas (en alemn, no obstante, la palabra latina, Historie que alude a lo narrado, tiene en 12 Del verbo historin (conocer preguntando, indagar, averiguar, etc.) el sustantivo, usado por primera vez por Herdoto, histore (investigacin, indagacin, etc.). E. Lled (1978, pp. 93-96) realiza una exgesis muy brillante del trmino que remonta al histor de la Ilada, el testigo que sabe en tanto que ha visto y por ello puede dirimir las disputas, de modo que el origen del trmino antes de su uso convencional (la historia como narracin) remite al conocimiento a travs de la observacin de lo visto. En toda la tradicin historiogrfica grecorromana pervivir la preferencia por el testimonio directo y por lo cercano o contemporneo al narrador. Al punto que no extraa que la raz griega e indoeuropea de historia aluda a verbos que significan he visto o s (por mi experiencia), es decir, un universo expresivo que conlleva la idea de la historia como testimonio que, promovido por la memoria, queda sin tacha de falsedad (Chignola, 2009, p. 262). En realidad, la visin y el conocimiento se presentan en indoeuropeo como dos nociones asociadas a la misma raz (Calvet, 1996, p. 92).

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    Geschichte su contraparte germnica que expresa lo acontecido, dualidad inexistente en otros idiomas). El trmino arrastra una ambivalencia fundamental en ingls, francs y espaol: historia en nuestra lengua es narracin de los acontecimientos pasados, pero tambin conjunto de los sucesos y hechos (RAE, 1992). Tal duplicidad ha comportado no pocos equvocos sobre la naturaleza, latitud y posibilidades del conocimiento histrico, pero existen copiosas y muy diversas maneras de entender lo que suponen los acontecimientos (el objeto de la historia) y la forma de ser narrados (la literatura histrica)13. Ahora bien, la cuestin aqu y ahora estriba en indagar por qu y cmo lo que es un palabra muy antigua (estoria e historia aparecen en el castellano bajomedieval)14 se torna, a partir de un determinado momento, dentro de ese laboratorio del cambio conceptual acontecido en el siglo XVIII, que, como ya qued dicho, fabrica o reconvierte conceptos clave (civilizacin, cultura, progreso, emancipacin, y educacin, entre otros), en soporte lingstico de nuevas concepciones del tiempo, el pasado y la investigacin histrica. El universo conceptual de historia se plasma y puede rastrearse a travs de los diccionarios castellanos que normalizan los usos del lenguaje. As la entrada historia evoluciona, desde el primer el Tesoro de la Lengua Castellana (1611) de Covarrubias (1984): Es una narracin y exposicin de acontecimientos pasados, y en rigor es de aquellas cosas que el autor vio por sus propios ojos y da fe de ellos, como testigo de vista. Sin embargo, ya en el primer lxico de la Real Academia Espaola (el Diccionario de autoridades de 1732) se opera un cambio: Relacin hecha con arte; descripcin de las cosas como ellas fueron por una narracin continuada y verdadera de los sucesos ms memorables y las acciones ms clebres. La distancia entre ambos se sita en la diferencia entre narracin ocular y narracin sin ms, que evoca la atadura de la vieja historia al testimonio y la experiencia directa, vnculo que ya desaparece desde el siglo XVIII para siempre en los diccionarios oficiales. As, repasando los diccionarios de la lengua desde el siglo XIX hasta hoy todos los repertorios lxicos toman partido por el carcter narrativo, pero slo, desde el siglo XIX aluden a que historia son tambin los sucesos mismos ocurridos en el pasado. Esta segunda interpretacin es la que recoge Mara Moliner (1984) en su clebre Diccionario de usos del espaol: conjunto de todos los hechos ocurridos en tiempos pasados, por ejemplo, la humanidad ha ido progresando a travs de la historia. Este sentido de historia es, si seguimos a Koselleck (2010), el ms moderno, porque traduce ese esquema mental novedoso de proceso unitario y universal. En conclusin, con la lentitud y torpeza propia de los repertorios lxicos, sus pginas permiten seguir el giro de significados del vocablo historia, que pasa de mera narracin ocular a disciplina cientfica y proceso histrico unido al desarrollo de las sociedades humanas. A los diccionarios de la lengua, sin embargo, an no llegaron las nuevas versiones postmodernas de la historia. El saber enciclopdico es una suerte de utopa borgesiana de aprehensin del mundo y de las palabras que lo representan. Hay raramente obras y autores que, desafiando lo imposible, atesoraron 13 A. Gomz Ramos (2010), meritorio traductor al espaol de la entrada historia escrita por R. Koselleck para el monumental lxico Conceptos histricos fundamentales, Geschichtliche Grundbegriffe traduce el registro alemn Geschichte/Historie por historia/Historia, ttulo que da al libro publicado en castellano. Merece, sin duda, pararse a leer la razones del traductor ms an si se tiene en cuenta que una de las tesis principales del cambio conceptual soportado por la palabra estriba, segn el mismo Koselleck, en cmo la expresin germana (Geschichte) va mordiendo, desde el siglo XVIII, el espacio semntico ocupado por la de raz latina (Historie). 14 En castellano antiguo estoria aparece en la obra de Berceo. Estoria es ms frecuente que historia durante la Edad Media, pero el primer vocablo acabar decayendo a favor del segundo, de modo que, llegados a los comienzos de la Edad Moderna, queda borrado y ya no figura en los grandes lexicgrafos renacentistas como Alonso de Palencia o Antonio Nebrija (Corominas, 1974). En el ltimo cuarto del siglo XIII, La General Estoria de Alfonso X hacer estorias o gestas equivale a narrar el pasado.

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    y resumieron el saber de pocas ya fenecidas. Es el caso de las Etimologas de Isidoro de Sevilla (2000), gran recopilador en el siglo VII del legado de la Antigedad en la Espaa hispanovisigoda. All historia, antes que nada, es narratio res gestae, pero una narracin que, fundada en la observacin, se caracteriza por un ejercicio de rememoracin de experiencias, retomando, en buena medida, el concepto herodotiano de la historia como testimonio ocular. En suma, para el sabio obispo sevillano se tratara de un relato verosmil fundado en la memoria y en la experiencia, pero, adems, y esto no es cosa de poca monta, es una narracin sometida a las normas del buen decir o escribir, a la gramtica, de cuyas partes se desprende una, distinta de la fbula, que es la historia. En efecto, la escritura de la historia no posee autonoma como arte o como ciencia, sino como parte del saber retrico y gramtico heredado del men de saberes dispuesto por las artes liberales clsicas, horma del universo medieval del trivium y cuadrivium. Ahora bien, esta alianza de la historia con la retrica y con la memoria durar hasta los umbrales del mundo contemporneo en compaa de la ejemplaridad moralizante, de la funcin como magistra vitae al modo ciceroniano. La historia devendra as en pozo sin fondo para extraer exempla morales con los que aderezar la oratoria, primero la del foro y despus la del templo. Ms tarde, la tradicin ciceroniana reciclada por los cristianos encaden la virtud de la prudencia con la memoria y la historia. De ah que R. Koselleck (1993 y 2010) sostenga la tesis de que la historia como magistra vitae se erigi en canon dominante de la concepcin de lo histrico y del significado del concepto hasta los grandes cambios del siglo XVIII, que acaban trasmutando esa larga tradicin conceptual en otra de nuevo cuo, de cuyo legado todava hoy bebemos. Por muchos matices que pongamos a las tesis de R. Koselleck en este punto, resulta totalmente improcedente querer aludir con la palabra historia a realidades del pasado que poco se parecen a una disciplina escolar y un campo cientfico slo consolidados desde el siglo XIX, merced a la confluencia de historicismo y positivismo. Ese mismo peligro de anacronismo tambin lo pone de relieve D. Julia (2000) cuando alude a la inconveniencia de mirar las disciplinas escolares del pasado lejano con las anteojeras de nuestro presente. Lo cierto es que durante un prolongado lapso, la historia, vista desde nuestras convenciones historiogrficas y escolares, fue une discipline introuvable (Bruter, 1997), un conocimiento subordinado a otros saberes, como la Retrica, principal disciplina del firmamento curricular de la Antigedad (fundado en las siete artes liberales, o sea, las practicadas por los hombres libres). Tambin se peca de anacronismo, como dice P. Burke (2002, p. 122), cuando se trata de aplicar nuestra nocin actual de ciencia (un invento de finales del XVIII y principios del XIX) a la forma de organizacin y definicin de los conocimientos acumulados en la Edad Moderna o antes, porque todo sistema de clasificacin es fruto de decisiones humanas enraizadas en el sustrato cultural y en las circunstancias de cada momento. Las ciencias actuales no son entidades naturales y eternas, implican actos selectivos que dejan en la cuneta alternativas que no triunfaron15. En el siglo XVII el rbol medieval, como metfora de la ciencia, cede su lugar a la idea ms abstracta de sistema. El canciller F. Bacon afront el arriesgado desafo de construir una alternativa, un novum organon, al orden taxonmico elaborado por Aristteles, y as en 1623 public De dignitate et augmento scientiarum (De la dignidad y desarrollo de las ciencias), donde distribuye el conjunto de los conocimientos en tres ramas, cada una de ellas basada en una de las tres facultades del sujeto cognoscente: razn (Filosofa), memoria (Historia) e imaginacin (Poesa). Conviene, empero, no confundir los nombres de esas tres disciplinas con lo que significan ahora; la historia se ubicaba al lado de la memoria, pero tambin junto a la Historia natural, ya que, siguiendo la tradicin griega, el significado de historia se 15 El mismo P. Burke (2012, p. 202) hace referencia, como expresin de la quiebra de la idea de progreso, al inters creciente por el campo de la agnotologa, es decir, por el reconocimiento de las ideas ignoradas y que no consiguieron triunfar.

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    asociaba a una especie de descripcin e indagacin basada en la observacin (no necesariamente del pasado). Esta clasificacin baconiana de los saberes fue la que mayor xito alcanz durante la Edad Moderna y su esquema central, su intento de sistematicidad, organicidad y totalidad se recogi como base de la Enciclopedia francesa. En efecto, en el Discurso preliminar (1751) del primer volumen de la Enciclopedia, DAlembert se muestra heredero del legado taxonmico baconiano y afirma: historia, que es cosa de la memoria; filosofa, que emana de la razn y poesa, que nace de la imaginacin (DAlembert, 1984, p. 165). Cuando se escribe La Enciclopedia, momento crucial del cambio conceptual de la modernidad, est naciendo un concepto de historia en el seno del nuevo horizonte mental ilustrado. Es Ilustracin concepto que, imprescindible ya desde 1780, comparte con otros que emanan de la aceleracin histrica dieciochesca (por ejemplo, educacin) el hecho de ser sustantivacin de un verbo y un singular colectivo que define el presente (como una nueva poca) y defiende la novedad como necesidad abierta al futuro (Koselleck, 2012, p. 208). En el siglo de las luces, la historia, dentro de este renovado paisaje semntico, comienza a investirse de las galas de la razn y se torna filosfica. En verdad, el cambio fundamental del uso de la historia (que convive con otros ms tradicionales) consiste y arranca del cultivo de un nuevo gnero, la filosofa de la historia (trmino inventado por Voltaire)16, en virtud del cual, dentro del universo conceptual de civilizacin y progreso, y en el interior de un discurso cada vez ms secularizado, se efectuaban especulaciones sobre el sentido y las causas profundas de la evolucin humana. La nueva semntica conceptual de la Ilustracin trasporta el mensaje de una burguesa ascendente y orgullosa para la que la historia deviene en arma y aliada de un futuro que se siente al alcance de la mano. As, desde la segunda mitad del siglo XVIII, en plena aceleracin del cambio conceptual que precede, acompaa y sigue a las revoluciones burguesas, entra en declive el canon histrico ciceroniano de la historia como magistra vitae y nace un nuevo horizonte de experiencias y expectativas emancipadoras (la propia nocin de emancipacin se llena ahora de significados y promesas).Por vez primera, historia aludira a una nueva mentalidad colectiva, universalista y racional, de estar en la historia, entendida sta como flujo unitario del suceder humano, como corriente direccional, en continuo progreso de perfeccionamiento, como marco imprescindible del acontecer individual. Los debeladores del Antiguo Rgimen cabalgan en este espoleado corcel conceptual que, acelerando la historia, mira hacia el futuro. Ahora bien, este abanico de cambios semnticos que no tiene una fecha precisa (la ingeniera conceptual no es cosa de un da), pero s un marco temporal que se sita entre la mitad del siglo XVIII y el XIX, lo que Koselleck comprendi como Sattelzeit17, una aceleracin de mutaciones a caballo entre dos siglos y dos sociedades en transformacin. Pues bien, este terremoto semntico se rodea de otra trasmutacin digna de ser reseada, a saber: la voluntaria escisin entre la historia y la memoria (entendida esta como experiencia personal y testimonio subjetivo), y el cada vez ms amplio recurso a fuentes materiales inertes, escritas o no. El desarrollo de la musestica, de las academias, de la arqueologa y otras de las llamadas ciencias auxiliares de la historia ponen de manifiesto la irrevocable voluntad de dar nuevos visos al mtodo de hacer historia, algunos ya cercanos a los que sern propios de la disciplina cientfica de la historia cuando se institucionalice durante el siglo XIX. Durante este siglo, en efecto, ocurren los procesos formativos de la historia como ciencia y como disciplina escolar. La alquimia (Popkewitz, 1994 y 2010) en saber cientfico y asignatura de enseanza desembocan, tras una profunda reconsideracin de las vetustas ligaduras entre historia y

    16 Vanse los matices que aporta a esta idea C. Roldn (1997, p. 53). Y tambin, sobre Voltaire y la historia, M. I. Mudrovcic (2005). 17 El lapso de la Sattlezeit coincide con lo que P. Burke (2012) llama primera etapa (reforma) y segunda (revolucin) de su historia social del conocimiento.

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    memoria, en la invencin de una nueva tradicin social, en el cdigo disciplinar de la historia, que aparece como una necesidad reguladora de los estados y burguesas nacionales y sus correspondientes sistemas educativos. Y as fue que, a la par que se crearon las primeras plataformas de historiadores profesionalizados (fenmeno que ocurre en el siglo XIX europeo con desigual rapidez e intensidad, primero en Alemania y luego en Francia), el nuevo gremio de historiadores tuvo que recurrir a estrategias discursivas y de poder que concedieran una nueva legitimidad a las artes de Clo. Nace as la ciencia de la historia con la urgente necesidad de distanciarse de la Retrica y as mismo desembarazarse de las gimnasias mnemnicas cercanas a la oratoria e ir tambin rompiendo amarras con el filosofismo heredado del siglo XVIII. Se busca ahora un estatuto cientfico propio que encuentra, a travs del historicismo y el positivismo, en la formulacin de un mtodo histrico original, su principal carta de presentacin. En paralelo, pero no como mero reflejo de la historia acadmica (esa idea reduccionista de la materia de enseanza como copia en miniatura es la que suele predominar en las historias de las disciplinas escolares) se constituye una tradicin enunciativa y prctica de enseanza y aprendizaje de la historia como asignatura, que se materializa en su cdigo disciplinar18 y que, pese a todo, continuar manteniendo algunas seas de la tradicin anterior (por ejemplo, el memorismo). De esta forma la historiografa y su campo profesional ha buscado su legitimacin a travs de una estrategia de imitacin de la ciencia natural, lo que implicaba la huida del seno materno de la Retrica, el desprendimiento de la carga filosofante heredada y la fijacin de un nuevo estatuto de relaciones entre historia y memoria. Una flamante situacin atravesada y poseda por la idea de que la historia es una ciencia objetiva basada en fuentes (sobre todo escritas) que no requiere del saber movedizo y subjetivo de la memoria. As pues, el rechazo de la memoria fue premisa epistemolgica de la larga marcha hacia la tierra prometida que convertira a la historia en una ciencia social. Pero la crisis de los paradigmas historiogrficos desde los aos setenta del siglo XX, y el subsiguiente giro cultural que hoy empapa el nuevo discurso de las ciencias sociales implica, entre otros extremos, una revalorizacin de lo subjetivo, el lenguaje y la dimensin simblica y narrativa del mismo saber histrico. La quiebra de las seguridades positivistas de las ciencias sociales alcanza tambin a la historia y, ms en general, a toda la interpretacin del mundo fundada en los supuestos y consecuencias de la racionalidad ilustrada reelaborada a partir del ideal positivista decimonnico. Y en esas circunstancias amaneci una perspectiva historiogrfica que volvi a reivindicar, de otra forma y merced a nuevas argumentaciones, algunas de las marcas de la vieja tradicin narrativa, de modo que la historia como ciencia social hubo de disputar su hegemona a una sedicente historia cultural, dentro de la que se produjo una reevaluacin de la experiencia subjetiva y de los artefactos simblicos consustanciales a ella como fuentes para la exploracin del pasado. En ese contexto acaece el retorno de la memoria bajo la figura de nueva e indispensable categora cognitiva y tica19. En cierto modo, el regreso de la memoria quiebra los aires de superioridad de la historia concebida como asptica ciencia social. Pero, como veremos a continuacin, este retorno de la memoria plantea el desafo, frente al abuso monumentalista del pasado, la exaltacin reaccionaria de las

    18 A partir de ese concepto hemos reconstruido (Cuesta, 1997) la historia de la enseanza de la historia en Espaa. El cdigo disciplinar, concepto difundido en Espaa y en algunos pases de habla hispana, aporta una explicacin, como hizo A. Chervel (1991), de las disciplinas escolares como artefactos culturales originales y no como meros subproductos de las ciencias de referencia. Tambin Chervel (1998) apela a la expresin vulgata para denominar al currculo de la cultura escolar. Muy interesante es el uso de canon (Grever & Sturman, 2007) por, entre otras razones, su cercana a cdigo disciplinar. 19 En el captulo siguiente daremos cuenta de cmo detrs de este regreso hay una reevaluacin de la memoria entendida como razn amamntica y como nuevo imperativo moral, es decir, como una nueva manera de conocer y de valorar las relaciones entre el pasado y el presente.

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    esencias nacionales y otras lindezas similares, de un uso crtico de la memoria y una nueva vinculacin con la historia. Antes de explorar la posible reconcializacin entre ambas, resulta pertinente hacer el recorrido genealgico del concepto memoria, su dinamismo y sus peculiaridades.

    Memor ia : una tarda metamorfosis conceptual hacia un horizonte crtico

    Representa un lugar comn de la ensaystica de nuestro tiempo elucubrar sobre si padecemos un cierto tipo de patologa social por exceso o por defecto de memoria. Ya en su tiempo F. Nietzsche aderez un intempestivo texto, De la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida (1874), en el que aluda a que es posible vivir casi sin recuerdos, e incluso vivir feliz, como muestra el ejemplo del animal, pero es completamente imposible vivir en general sin olvidar (Nietzsche, 2000b, p. 43), convirtindose as en patrocinador de una veta literaria de aquellos que, para seguir con la luminosa metfora nietszcheana, se muestran contrarios a vivir condenados a rumiar continuamente en su pasado. Sin embargo, hay quien afirma que hoy vivimos inmersos en una cultura de la memoria inflacionaria mientras que otros, con similar rotundidad, sostienen que el pasado se nos escapa entre la inconsistente levedad del mundo postmoderno que configura evanescentemente nuestra experiencia y nuestra conciencia histrica. Por su parte, de manera perspicaz, A. Huyssen (2002) acierta a comprender, a travs de la evolucin de las polticas musesticas, las paradojas de la dilemtica dicotoma entre memoria y olvido en nuestras sociedades: la propagacin de la amnesia se corresponde con una inexorable fascinacin por la memoria y el pasado (p. 154). En efecto, el fenmeno del retorno de la memoria como categora actuante en nuestro presente, sus variadas dimensiones y contradictorias valoraciones, slo es posible comprenderlo dentro de una trama dialctica de la memoria y el olvido, porque el acto de recordar es socialmente selectivo y la obsesin fetichista por el recuerdo puede coexistir perfectamente, y as sucede, con un profundo vaco respecto a aquellas dimensiones ms relevantes del pasado: solo cuando la historia no importa puede tratarse como pasatiempo (Samuel, 2008, p. 121). Tambin ocurre, a veces, que la falta de expectativas en un horizonte utpico, la falta de futuro, implique una sobrecarga de pasado, consoladora, por otro lado, del vrtigo ocasionado por la obsolescencia programada de nuestra sociedad. En cualquier caso, de la memoria narrativa y mtica como sistema de permanencia de la identidad de las sociedades orales hasta la memoria mltiple y fragmentaria depositada en los grandes almacenes electrnicos de la industria cultural de masas, han transcurrido estratgicas mutaciones conceptuales y extralingsticas. En efecto, hubo un tiempo en el que en las sociedades reinaba la tradicin oral y el mito encarnaba el conocimiento humano disponible para explicar y narrar el mundo. Entonces la memoria ocupaba un lugar de primer rango en la produccin y transmisin de saberes. Era un frmaco de supervivencia de la especie y, en realidad, a poco que reparemos, muchas de las primeras manifestaciones estticas de la humanidad resultan de una titnica lucha del conocimiento y la experiencia humana contra el olvido. Si del mito oral damos un gran salto hasta llegar al registro escrito de la lengua castellana, la evolucin del concepto memoria, desde su aparicin, muestra una larga continuidad que se manifiesta de manera evidente en los primeros repertorios lxicos de la Edad Moderna y en los que llegan hasta el mundo contemporneo. En efecto, ya en el Tesoro de la Lengua de Covarrubias (1611) se establece que Viene de nombre latino. Memoria est firma animi rerum et verborum dispositionis perceptio; item recordatio, aetas, antiquitas. Definicin que, por otra parte, es un tpico recurrente desde el siglo XVI en tratados de Retrica como los de El Brocense o Nebrija, donde ya figura como eco y remedo del ciceroniano tesoro de la elocuencia, facultad, en suma, que permite una segura y eficaz retencin de los objetos y una conveniente organizacin de las palabras a la hora de confeccionar piezas oratorias.

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    La memoria, comprendida por Agustn de Hipona (1990) como una potencia del alma, no dejar de comparecer como tal en los diccionarios histricos de la lengua espaola y tardar mucho tiempo en transformarse en facultad psquica por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado (RAE, 2001). As este tardo distanciamiento del legado agustiniano y escolstico, se ve acompaado de la tendencia a concebir la memoria como artilugio mecnico externo (un dispositivo fsico, generalmente electrnico, en el que se almacenan datos e instrucciones) pero complementario del intelecto humano. Claro que la presencia de lo ciberntico hoy resulta invasiva y, en cualquier repertorio lxico de diversas ciencias, aparecen no pocas concomitancias entre memoria y teora de la informacin, hasta el punto que el lenguaje informtico ha colonizado las formas actuales de hablar de la memoria, omitiendo, al mismo tiempo, que la jerga propia de las computadoras tiene, a su vez, su origen e impregnacin en la misma historia semntica del trmino memoria20. Ocurre a menudo, como suele suceder hoy con la informtica, que una tecnologa determinada deviene en fin en s misma, olvidando la funcin mediadora e instrumental de la misma. En ese vicio acab incurriendo la memoria artificial. Los peligros de desmesura que entraaba el viejo arte de la memoria ya haban sido puestos de relieve en Institutionis oratoriae, el esplndido compendio para la educacin del orador, escrito por Quintiliano (1997) en el siglo I. All se deca, con sabio criterio, que el frrago de lugares, palabras e imgenes y su asociacin poda ocasionar ms molestias que facilidades. La obra de Quintiliano fue redescubierta por los humanistas en 1421 y su influjo dej muy notable huella en personajes muy destacados del despertar renacentista. Algunos de ellos, como Erasmo de Rotterdam, tambin participaron de una prudente distancia respecto a un arte de la memoria al que consideraban parte del oscurantismo medieval. Tambin el reformador Melanchton en su Rhetorica elementa (1534) prohibir a sus alumnos hacer uso de los trucos mnemotcnicos porque para l la memoria forma una unidad con el normal aprendizaje del saber. Y es que estos pensadores no dejan de sospechar de las relaciones de esas gimnasias y ortopedias mnemnicas con la supersticin medieval alojada en los monasterios y en la tradicin escolstica. Luis Vives, Cornelius Agrippa y otros haban incidido en la absurda puerilidad y vano empeo de hacer acopio y ostentacin de retencin memorstica. El mismo Rabelais en su Garganta se burla de que la educacin de su personaje le permitiera repetir del revs los libros que haba estudiado, pero que no fuera capaz de pensar lo ms mnimo por s mismo. Y es efectivamente, en los textos alusivos a las artes de aprender donde estas primeras crticas al valetudinario arte de la memoria alcanzan ms predicamento y redundancia. Por su parte, los pensadores que revolucionaron el saber durante el siglo XVII, comprendieron que la vieja memoria artificial haba dejado de ser el futuro y representaba ya un pasado ms bien ajado y estril. Francis Bacon (1561-1626) afirmaba con rotundidad: ya no merece mi estima la repeticin de un gran nmero de nombres o palabras despus de orlos una vez, como tampoco la merecen los trucos de acrbatas, funmbulos, saltimbanquis (Spence, 2002, p. 26). Este severo juicio acerca de la memoria artificiosa no era emitido por cualquiera, sino por el personaje que ejercer la ms duradera y profunda influencia en la titnica labor de clasificar unos conocimientos que ya a la altura del siglo XVII empezaban a dejar de ser abarcables por una sola mente por fecunda que fuera.

    20 La tradicional y cannica definicin de memoria en tales lxicos de la lengua castellana es principal, aunque no exclusivamente, de raz escolstico-aristotlica, concepcin que comparte con la tradicin platnico-agustiniana el marco de posibles filosficos en los que durante mucho tiempo era dado pensar y hablar de la categora memoria. Junto a l vivir las preceptivas mnemnicas, los manuales de tcnicas del cultivo y adiestramiento de la memoria artificial a menudo mediante asociaciones espaciales. Para una panormica muy valiosa y ya clsica sobre la historia de la memoria, vase F. Yates (1974). Y tambin F. Rodrguez de la Flor (1996).

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    Por lo dems, en el siglo siguiente, Voltaire incidira, como ha estudiado I. Mudrovcic (2005), en una progresiva separacin y distanciamiento entre historia y memoria, subrayando la vertiente racional de tal conocimiento. Una historia, pues, filosfica, una suerte, adems, de filosofa de la historia, en la que la memoria pierde prestigio y lugar. Este tipo de argumentos desemboca en el siglo XVIII en la enunciacin de una pedagoga opuesta a la mmorisation, que tiene en El Emilio o la educacin (1762), un paradigma luego transitado e imitado hasta la saciedad: Emilio nunca aprender nada de memoria, ni siquiera las fbulas de La Fontaine (Rousseau, 1973, p. 142). Lo cierto es que las tecnologas de la comunicacin alteran las maneras de funcionamiento de la mente, asercin revalidada por los recientes descubrimientos de la neurociencia sobre la plasticidad del cerebro. Sin duda la imprenta, como hoy est sucediendo con la informtica e Internet, empez a cambiar las cosas y aunque se discute acerca de hasta qu punto las cambi y cunto tard en hacerlo, lo cierto es que se inicia un nuevo molde de pensar, leer y trasmitir el conocimiento, que afect, sin duda, al papel de la memoria. Aunque no slo a causa de esta impresionante revolucin tecnolgica, desde la poca moderna, se asiste a un declive de la memoria artificial (a la que Kant llamaba memoria ingeniosa) que cada vez ms se refugia en tareas menores como eran los primeros libros pedaggicos y los modelos iconogrficos que dan sentido a los emblemas e ilustraciones barrocos (Eisenstein, 1994, p. 46). Por lo dems, los cambios socioculturales de la Edad Moderna supusieron una aceleracin de la experiencia histrica y de los horizontes de las gentes que los vivieron, contribuyendo a transformar ms rpidamente las formas de pensar y de intercambiar el conocimiento. De ah que el avejentado edificio del trivium y el quiadrivium comenzara a cuartearse y alternarse con disciplinas de nuevo cuo e instituciones de enseanza de planta renovada. En este contexto la retrica cedi lugar a la dialctica en tanto que disciplina del razonamiento lgico. Bien es cierto que los ms notables y decisivos cambios en el orden del conocimiento y de su transmisin se efectuaron ms all de los estrechos muros fsicos y mentales de la universidad medieval y de la tradicin escolstica, por ejemplo, en los procedimientos de organizar la inmensa documentacin que empezaba a almacenarse en las bibliotecas, en la periferia del nuevo currculo surgidos en centros de saber de nuevo cuo y en los intentos de compilacin y sistematizacin que acaban desembocando en las enciclopedias del siglo XVIII, nuevas artes de la memoria externa afianzadoras del triunfo de la escritura y de su poder de fijar una memoria inerte a disposicin del usuario. Sin embargo, agotada hoy la fuerza de las decrpitas preceptivas mnemotcnicas, se asiste en el siglo XX a una reconceptualizacin de la memoria, una formidable metamorfosis conceptual que implica su indito y sin precedentes uso como herramienta crtica de los excesos de una centuria a todas luces excesiva. Sintagmas como memoria colectiva, memoria social, memoria histrica, polticas de memoria y otros similares no figuran en los habituales lxicos de la lengua y s tardamente en algunos repertorios especializados de sociologa, historiografa y, por supuesto, en la nueva galaxia internutica. No obstante, la reconstruccin y rehabilitacin categorial de la memoria se remonta a la encrucijada de entreguerras y se afirma tras las matanzas masivas y sistemticas de la Segunda Guerra Mundial. La memoria por entonces deja de ser un expediente de recreacin acrtica y nostlgica de mundos perdidos, abandona su papel de guardiana de la tradicin conservadora y se convierte en principio de reclamacin de justicia frente a la barbarie y las atrocidades genocidas de un tiempo vituperable. Supone toda una parbola que las vidas de las dos figuras ms sobresalientes y lcidas de este re-nacimiento de la memoria, Maurice Halbwachs (1877-1945) y Walter Benjamin (1892-1940), acabarn sus das trgicamente como vctimas de la violencia asesina del fascismo. Al primero, desde el territorio de la sociologa de estirpe durkheimiana, debemos el concepto de memoria colectiva (1925) como construccin social, y al segundo, en sus inclasificables y luminosas tesis Sobre el concepto de historia (1938), la reconciliacin de memoria e historia al servicio de las causas perdidas,

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    intuiciones ambas insoslayables a la hora de una revisin profunda del alcance cognitivo, tico y educativo de la memoria frente a la racionalidad de la era del capitalismo. El surgimiento y consolidacin de los nuevos planteamientos crticos de la memoria se contextualiza dentro de una profunda quiebra, terico-prctica, del modelo de razn instrumental positivista heredado de la modernidad ilustrada, que, como adverta en 1944 un lcido testigo desde su exilio en Estados Unidos, finalmente haba conducido a un estado de racionalidad irracional (Horkheimer, 2002, p. 114)21. El horror provocado en Europa, el centro de la civilizacin occidental, acab destruyendo muchas de las viejas creencias en torno a la ciencia y la tcnica como ultima ratio de un hipottico progreso de la humanidad22. As como se crea un nuevo lenguaje jurdico y poltico para dar cuenta de la nueva barbarie (por ejemplo, genocidio, crmenes contra la humanidad, holocausto, totalitarismo, etc.) se hizo necesario tambin afinar toda una nueva filosofa de la memoria, que invitaba a reutilizar tal vocablo desde postulados crticos al tiempo que se reclamaba una cierta tica rememorativa. A partir de ah cobran nuevo empuje corrientes impugnadoras del pensamiento dominante, que sufre la erosin y el empuje de mltiples giros epistemolgicos y el resquebrajamiento de las verdades absolutas merced a una serie de movimientos postmodernos promotores de la incertidumbre y un cierto relativismo. En tal contexto, comparece, con fuerza irresistible, una novedosa concepcin de la memoria que se cobijan en nuevos rubros (memoria histrica, memoria colectiva, memoria social, cultura de la memoria, razn anamntica, etc.). Ah se plasma la tarda y contramoderna metamorfosis conceptual del trmino memoria, mutacin estratgica en la revisin crtica de la modernidad, que consisti en la reconversin de una facultad individual (una potencia del alma al servicio de la prudencia), y una artificiosa tecnologa del recuerdo cada vez ms desvinculada de la ciencia de la historia, en herramienta cognitiva, hermenutica y tica23 de primer orden con vistas a debelar la racionalidad del mundo social del capitalismo y sus justificaciones ideolgicas. Este renacimiento cont, no obstante, con fuertes resistencias por parte del gremio de los historiadores, que para asentar el estatuto epistemolgico de Clo como ciencia haban renegado de sus viejas ataduras con Mnemsine, su caduca madre. Resulta sintomtico que en un reciente libro, Comprender el pasado. Una escritura de la historia del pensamiento histrico, se aluda una sola vez al campo de la memoria, al hablar del historiador francs Pierre Nora, al que se tilda de redescubridor de un tema tan sugerente como el de la memoria (Aurell et al., 2013, p. 268). Tema sugerente, en verdad, que P. Nora introdujo a finales de los setenta en la parisina Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Empero ms que otra cosa como nuevo objeto de estudio y no como nueva dimensin cognitiva del conocimiento histrico. Incluso historiadores, como E. Traverso (2012), ms sensibles a los nuevos horizontes de la historia como champ de bataille, no dejan de sostener que el auge de la memoria puede llegar a derivar en la gestacin de una suerte de discurso metahistrico y de un humanismo compasivo que tiende a poner a la vctima y al testigo en el centro 21 Este texto debe leerse al lado del escrito por Horkheimer y Th. Adorno (1998), Dialctica de la Ilustracin, donde se efecta un rotundo alegato contra los monstruos creados por los sueos de la razn. 22 Hay quien, como el polmico ensayista D. Goldhagen (2010), ve en los masivos asesinatos y eliminaciones del siglo XX (al menos 120 millones de vctimas) como definitorias de nuestra poca, aunque para l, a diferencia de los pensadores de la Escuela de Frankfurt, la recada en la barbarie no tengan nada que ver con un determinado uso de la razn moderna y s con la psicologa del individuo. 23 En Espaa destaca la obra del filsofo Manuel Reyes Mate, por ejemplo, su libro precursor La razn de los vencidos (Mate, 1991) y, en general, su ambicioso proyecto colectivo sobre Filosofa despus del Holocausto. Vase, como muestra, su interesante exgesis de la tesis sobre la historia de W. Benjamin (Mate, 2006). Desde luego, el resurgir de la memoria se hace dentro de un campo de fuerzas en que son abundantes los abusos de la memoria, tpico que no debe esconder la faceta potencialmente crtica de ese resurgimiento. No conviene ignorar que el actual boom de la memoria es tambin, como sostiene A. Huyssen (2002), un boom del olvido.

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    olvidando los requisitos del anlisis propio de la ciencia de la historia. Claro que para pensar la memoria de otra manera hay que situarse en una galaxia epistemolgica muy distinta a la mayoritariamente aceptada en el campo de los historiadores profesionales. En realidad, el vuelco hacia una racionalidad nueva y rememorante hay que buscarlo fuera de la historiografa, especialmente en el campo filosfico. En efecto, tras la Segunda Guerra Mundial, Th. W. Adorno (1998), terminado su exilio americano, lleg a ser el pensador ms representativo del cultivo de la memoria mediante afanes crticos radicales. Desde 1949, en sus escritos y emisiones radiofnicas, convoc a pensar el recuerdo del horror de Auschwitz como un smbolo de la lgica destructiva de la razn instrumental y como una permanente interrogacin sobre el sentido de cualquier otra actividad especulativa, incluidas las ms sublimes, despus de tan brutal experiencia. Hasta cierto punto se dira que el nuevo imperativo categrico enunciado por Adorno (la exigencia de que Auschwitz no se repita es la primera de todas las que hay que plantear a la educacin) deriva en un principio pedaggico contra la barbarie y en favor de un horizonte de emancipacin. Existira, por tanto, siguiendo un razonamiento muy benjaminiano (Adorno es un prolongador y exgeta de la obra originalsima y decisiva de W. Benjamin), una suerte de deber de recordar el sufrimiento acumulado. En cierto modo, su obra prepara una lgica desembocadura de la filosofa y el pensamiento en una suerte de racionalidad anamntica, lo que supone otra vuelta de tuerca dentro de ese poderoso e imparable regreso conceptual de la memoria24. Desde luego el nuevo imperativo moral y educativo de estirpe adorniana, que Auschwitz no se repita posee implicaciones educativas de gran calado. Existe ya una pedagoga de la memoria, que en algn caso sugiere una cierta pedagoga de la decepcin (Brcena, 2004), de doloroso aprendizaje y descubrimiento, a travs del estudio del pasado ms traumtico, de esa disposicin atvica profunda que habita en los seres humanos25. Por aadidura, a todo ello se ha ido sumando el viraje culturalista que, al menos desde los aos setenta, orienta progresivamente las ciencias sociales hacia el plano de la experiencia y subjetividad de los agentes individuales que intervienen en la vida colectiva. De ah que ya algunas corrientes historiogrficas se hagan ms permeables a la superacin de la tpica escisin entre historia y memoria, negando la minora de edad de esta respecto a aquella. Los movimientos por la recuperacin de la memoria histrica, nacidos de las transiciones a la democracia en los cuatro puntos cardinales del mundo, representan una plasmacin de una nueva presencia de la memoria en el espacio cvico de deliberacin, siendo as el pasado objeto y motivo de

    24 La obra de Th. W. Adorno y la Escuela de Frankfurt cobra mayor visibilidad, junto a la prometeica andadura del materialista clido, E. Bloch, y otros pensadores de afn crtico; incluso otros filsofos pertenecientes a la estela hermenutica, algunos de ms que dudosa trayectoria poltica como Martin Heidegger y otros sin pasado que ocultar como P. Ricoeur, tambin reclamaron un papel central para la memoria. Tambin tal eco rememorante afect a la renovacin del pensamiento religioso (en el judasmo siempre existi una fuerte impregnacin memorial en ritos, ceremonias y textos), que ahora se traspasa a los movimientos teolgicos ms avanzados dentro del cristianismo. En efecto, la nueva teologa poltica acu el sintagma razn anamntica (Anamnetische Vernunft. El telogo alemn J. B. Metz (1999) invent el trmino en 1989 en un artculo que polemiza con el concepto de razn comunicativa de Habermas. Frente a la razn instrumental de la modernidad o el intento habermasiano de reformularla, sera necesario otra razn, un tipo de filosofa rememorante que, enlazando plenamente con la obra de W. Benajmin o T. W. Adorno, conciba el pensar como un recordar, como memoria histrica de los vencidos. Un resumen claro y directo puede apreciarse en el mencionado artculo de Metz (1999, pp. 73-78), y, desde luego, en toda la excelente obra de M. Reyes Mate, insigne filsofo espaol discpulo de Metz y difusor en Espaa y Amrica Latina de tal pensamiento. Vase, por ejemplo, Mate (1991, 2006 y 2013). 25 Aprendizaje de la decepcin que avalan titulares de prensa recientes: El antisemitismo perdura en Europa (El Pas, 9-11-2013), cuyas pginas resuman los penosos resultados de una encuesta realizada por la Agencia Europea de Derechos Fundamentales con motivo del 75 aniversario de la noche de los cristales rotos.

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    lo que J. Habermas (2000) llamara el uso pblico de la historia. De modo que la tarda eclosin conceptual de la memoria en la segunda mitad del siglo XX, muy perceptible acudiendo a Internet, contiene hoy un potencial contrahegemnico y emancipador de nuevo estilo, que, aunque contradictorio26, puede cultivarse en varias disciplinas y desde luego en el currculo escolar. Conocer, interpretar y valorar el mundo desde la memoria equivale, siguiendo la estela de W. Benjamin (1973), a hacerlo desde la experiencia de los que han vivido y sufrido la historia, desde el punto de vista de los vencidos y despojados. Precisamente nosotros nos aduearnos de este giro conceptual para sostener una didctica crtica, que problematiza el presente y fomenta una nueva asociacin de la historia con la memoria. Esa nueva alianza es la historia con memoria, una nueva concepcin de la historia, de la memoria y de su enseanza. En fin, en cierta manera, se puede imaginar ese regreso de la categora memoria, despus de una larga erosin de los esquemas de la razn instrumental, como una suerte de venganza y rebelin contra el paradjico y contradictorio estatuto de la ciencia histrica y el descrdito de la utopa de felicidad a travs de la escuela, que haba emergido en los albores de la modernidad. El regreso de la memoria (digamos, en sentido figurado, su venganza respecto a la historia), bajo una nueva faz, plasma parte de un deseable giro crtico de nuestro tiempo, en el que cabe, segn nuestra tesis, una suerte de reconciliacin entre historia y memoria, no para retornar y reparar los aejos vnculos entre ambas en el comn hogar de la Retrica, sino para superar la falsa escisin entre experiencia histrica de los sujetos y conocimiento acerca de esa misma experiencia, y, al fin, para replantear el presente del pasado. La historia del presente es una historia con memoria y ambos sintagmas apelan y expresan esa voluntad de reconciliacin. A ello convoca la red historiaconmemoria.educa.

    Historia del presente, historia con memoria y didctica crtica

    La genealoga conceptual de la trada educacin, historia y memoria nos ha mostrado, en primer lugar, su importancia con vistas a la crtica sociohistrica de la institucin escolar, que, a menudo, comparece en la literatura pedaggica como un asentado consenso transcultural, cuando no como un oasis reparador de los problemas sociales y cual mensajero de salvacin para la ciudadana democrtica, tal como suelen indicar las cargas semnticas adheridas a los conceptos educativos. En segundo lugar, la sociognesis conceptual nos ayuda a desentraar la naturaleza de los artefactos culturales que, parafraseando a Chervel (1998) se vierten en el curriculum como vulgata. En nuestro caso, hemos desentraado el devenir del universo conceptual historia en su doble condicin de disciplina escolar y cientfica, cuyo edificio se ve conmovido en sus cimientos por la metamorfosis de la nocin de historia generada en la Ilustracin y el subsiguiente proceso de normalizacin cientfica, ya en el siglo XIX, que coincide, aunque no como mero trasunto, con el de la invencin del abanico de materias de enseanza dentro de los sistema nacionales de educacin erigidos por el Estado burgus. Estas mutaciones llevaron a la ruptura con la memoria y la reclusin de esta en los bajos fondos de las prcticas pedaggicas tradicionales y disciplinantes. De este modo, la prdida de predicamento de la memoria, perceptible desde los comienzos de la modernidad, se prolonga durante buena parte de la historia contempornea hasta que los irreparables acontecimientos del siglo XX conducen a una reconceptualizacin creativa que, a su vez, ocasiona un giro memorial de consecuencias todava inconclusas para la prctica de la historiografa y la educacin histrica.

    26 Contradictorio porque ese potencial sigue estando tambin a disposicin del cultivo monumentalista, fetichista y nostlgico del pasado, como demuestran los eventos conmemorativos de los Estados y la otra cara de la globalizacin, a saber, las racionalizaciones nacionalistas, etnicistas y culturalistas que ponen una y otra vez de relieve la doble faz (emancipativa y reaccionaria) del actual retorno a la memoria.

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    En efecto, este vuelco terico posee un potencial de implicaciones curriculares y didcticas inditas que estn por explorar y poner en prctica. Aunque el anlisis genealgico del acervo conceptual caracterizador de la escuela y el curriculum aporta evidencias acerca de la reiterada e insuperable diferencia entre las palabras y las cosas, lo cierto es que la enseanza de la historia, tradicionalmente ahormada en un cdigo disciplinar construido en el siglo XIX, ha sufrido una profunda erosin. Los componentes sustanciales de ese canon decimonnico, a saber, el nacionalismo, el elitismo y el memorismo, aunque perviven merced a sucesivas readaptaciones, chocan con la actual situacin de los estados nacionales y con los requerimientos sociales y tecnolgicos de produccin y distribucin del conocimiento. A pesar de ello, parafraseando a H Kliebard (2004), la inexpugnable fortaleza del curriculum permanece y, adems, se muestra cada vez ms uniforme en la comparacin internacional. En lo que se refiere a la historia como materia de enseanza fueron famosas las batallas27 que se libraron en la era de la revolucin conservadora cuando, en nombre de la cultura humanista clsica, los grupos de presin fundamentalistas intentaron, con xito desigual, regresar a la historia de siempre, o sea, al canon nacional, clasista y memorista mediante el que haba aterrizado Clo en las aulas en el siglo XIX. En Espaa tales guerras, libradas con cierto retraso, se han dilucidado gracias a una readaptacin y reparto de competencias entre las comunidades autnomas de las tpicas finalidades nacionalizadoras, manteniendo casi inclume el esqueleto del canon curricular heredado en planes de estudio muy convencionales y a travs de una prctica docente donde, en gran medida, pervive la huella del vetusto cdigo disciplinar. La historia escolar no debe confundirse con la historiografa profesional. Como nos ense B. Bernstein (1998), el conocimiento escolar es fruto de un proceso de recontextualizacin, de una alquimia, dira Th. Popkewitz (1994)28, en virtud del cual brota siempre una criatura original inscrita y nutrida por las reglas implcitas y explcitas de la cultura de la escuela, cuyas gramticas profundas troquelan lo que realmente se ensea en las aulas. La historia no es una excepcin. Por eso proponer una alternativa a lo realmente existente no ha de consistir en la aplicacin mecnica de un nuevo paradigma historiogrfico (o de psicologa del aprendizaje) a las aulas. La didctica de la historia no puede ignorar la historia de las disciplinas, que demuestran hasta la saciedad cmo, ms all de declaraciones mejor o peor intencionadas, el cdigo disciplinar de las materias de enseanza es una larga tradicin sociocultural constituida y remozada con arreglo a unos parmetros que no dependen estrictamente de las teoras pedaggicas o del voluntarismo de los agentes subjetivos. Lo que nos advierte precisamente la historia conceptual es que los lenguajes educativos forman estructuras de resistencia coricea y de larga duracin, tal como si fueran paisajes geogrficos o estratos arqueolgicos. Naturalmente, esta constatacin no invita a dejarnos paralizar ante la duradera solemnidad de los paisajes educativos y sus lenguajes, ni a enterrar nuestros sueos bajo los densos estratos de la historia escolar. Incita, por el contrario, a pensar de otra manera la didctica, o sea, a imaginarla como actividad terico-prctica (no como ciencia o tecnologa ad usum del profesorado) de carcter

    27 Este ha sido tema recurrente en Fedicaria y en los editoriales de su revista Con-Ciencia Social (vase nmeros digitalizados en www.fedicaria.org). Tambin en algunos trabajos nacidos en su seno, como el de A. Luis Gmez (2000). Para las history wars y las encrucijadas del futuro del canon de la historia escolar, vase M. Grever y S. Sturman (2007), y tambin, por su actualidad para la realidad espaola, los debates sobre la enseanza de la historia en Quebec (AA.VV., 2013). 28 Adems de los trabajos ya citados de otros historiadores de las disciplinas escolares, no pueden dejarse sin mencin los de I. Goodson (1995 y 2003), mximo representante britnico de la historia social del curriculum. Tambin A. Luis y J. Romero (2007) y J. Mateos (2011). Para el estado de la cuestin en Espaa, vase A. Viao (2006 y 2012).

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    crtico. As pues, la didctica crtica que sugerimos implica una crtica de la didctica (de la enseanza escolar en su estado actual) y postula, a modo de principios de procedimiento, problematizar el presente y pensar histricamente, ambos enunciados consustanciales a esa mirada de tinte genealgico que hemos esbozado en este artculo. De donde se puede inferir que la enseanza de la historia debe estar orientada hacia el estudio de problemas sociales de nuestro tiempo29. Hace unos aos el socilogo R. Castel (2005) animaba a sus colegas a seguir las huellas de Foucault mediante la prctica de la problmatisation, o sea, de la genealoga de nuestra actualidad: lanalyse de ses configurations problmatiques pourrait constituer une sorte de programme pour la sociologie (p. 56). Mutatis mutandi, tal programa vale perfectamente para guiar la tarea encomendable a una didctica crtica de la historia, porque, ms all de la propia disciplina, sita el problema en su verdadera dimensin cognoscitiva y educativa: la pertinencia de pensar lo que nos ocurre acudiendo a su conocimiento histrico y trayendo a la memoria el pasado que pesa en el presente. No por una simplista concatenacin lgica y causal entre pasado y presente (lgica que suele ser la de los vencedores y no la de los dejados entre los escombros del progreso), sino porque explorando el origen de problemas de hoy podemos aprender a cuestionar y desmitificar nuestros propios valores. Esto es lo que el mismo Foucault (2004) entiende como historia del presente. Esa historia, a su vez, queda atravesada e impregnada por la experiencia, por la memoria de sus protagonistas. Por eso, ms all de anclajes historiogrficos en una determinada corriente, la didctica crtica apuesta por una historia con memoria, por una superacin de la clsica escisin entre ciencia de la historia y experiencia rememorante de los sujetos. Este planteamiento requiere algo ms que unos postulados declarativos. Necesita imaginar nuevos espacios y tiempos que rompan las rutinas adheridas al cdigo disciplinar impreso en la cultura escolar, practicando la innovacin como una multiplicacin estratgica de iniciativas que generen cortocircuitos en la lgica de produccin del conocimiento escolar. Reinventar el espacio escolar implica tambin ponerse en situaciones en las que la historia con memoria supere la tradicin escolar de encerrar el conocimiento entre los muros del aula, abriendo, en cambio, escenarios (fsicos y virtuales) que hagan posible un uso pblico del conocimiento histrico elaborado dentro del contexto de los centros educativos. El uso pblico de la historia significa entonces abrir dinmicas de contextualizacin y recontextualizacin de conocimientos, dentro y fuera de las aulas, lo que se hara bajo los imperativos de la razn anamntica (la razn del sufrimiento de los vencidos) como mtodo dirigido a conocer, interpretar y valorar el mundo presente a partir de las voces del pasado. El hecho de que la memoria posea dimensiones muy variadas (es a