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TE ENCONTRÉ

Recuerdo que cuando tenía quince años, y aún estaba en el colegio, en quinto de secundaria tenía un profesor de literatura al que llamábamos “tortugón”, porque su forma de caminar a paso lento, su columna vertebral algo arqueada que parecía cargaba un caparazón, y hasta su rostro y sus cabellos largos y negros peinados hacia atrás daban la apariencia de una tortuga vieja. Inclusive recuerdo que un compañero de clase lo dibujó tan idéntico que le compré el dibujo para las próximas generaciones. Lamentablemente nunca he vuelto a saber de aquél dibujo, espero siga escondido en algún cuaderno de recuerdo en mi biblioteca.

Este profesor, del que lastimosamente no recuerdo ni el apellido, era un amante ferviente de la literatura, cuando relataba las historias de las novelas desparramaba ese amor en una aburrida clase que a mí me hacía pegar el rostro en el pupitre, dándose cuenta de eso, supongo yo que se dio cuenta porque al menos creo que por eso fue, decidió hacer de algunas clases un mini cinema, donde se pasaban por la pantalla del televisor de veinte pulgadas del colegio las novelas hechas películas, con la ayuda de alumnos que quisieran conseguir puntos extra y tuvieran el tiempo de comprarse algunos dvds piratas o con el aporte de él mismo.

La verdad aquellos momentos de cine eran muy entretenidos, y no me refiero a las películas, ya que siendo honesto eran en su mayoría muy aburridas y mal producidas, sino por el bullicio y los insultos con apodos que nacían de esas mañanas, los lapos sin culpable, las patadas fantasmas y otros gestos muy cómicos. Bueno, lo normal en un salón de secundaria.

Todo era así hasta que llegó el día en que el profesor “tortugón” nos hizo ver una película que nos impactó de tal manera que terminamos aplaudiendo al unísono todos en la sala de cine improvisada, que esa vez fue en el aula de cómputo.

Así como lo leen, un grupo de cuarenta adolescentes los cuales sus pensamientos vagaban entre tener sexo y saber quién podría ser apanado aquél día, terminó poniéndose de pie aplaudiendo una película nacida de una novela escrita por algún escritor talentoso.

La película era sobre un amor no correspondido, un amor antiguo, de esa época donde se usaba camisa con chaleco a diario y sombreros graciosos acompañados de listones y vestidos abombados que usaban las mujeres, espero dejarme entender. Siglo XIX, en fin. Esta historia tenía todo lo que un joven de quince años pedía: sexo, mujeres, sexo, amor, sexo, aventura, sexo, amor y un poco más de sexo. Exagero creo, pero no mucho la verdad.

En lo personal, esta historia me cautivó, me gustó tanto que olvidé por todo ese rato que estaba en el colegio y que la clase de literatura era una de las más aburridas, juro que olvidé todo eso. En cambio, me dejé llevar por la aventura que vivió esta pareja que en realidad nunca llegó a consumarse en su juventud. Y no fui el único, al acabar mi amigo

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me gritó del otro extremo del aula: “¡Ruiz, el amor existe!”, lo cual obviamente fue para hacernos reír, pero era cierto, el amor existía y esa película lo demostró.

Al acabar la clase todos le dimos un gran apretón de manos al profesor y lo felicitamos, él muy alegre nos devolvía el gesto con una sonrisa de oreja a oreja, sonrojado tal vez por las escenas fuertes que nos hizo ver sin querer. Recuerdo muy bien haberle preguntado el nombre del libro y apuntarlo en mi cuaderno, en la hoja final, con esa certeza he dormido desde entonces, pero hasta el día de hoy nunca he hallado dicho cuaderno.

Y bien, acabó el colegio, acabaron las clases de literatura hasta un año después que entré a la academia, en ese transcurso murió mi madre, me bauticé en una iglesia y también me enamoré. Supongo que fue por el enamoramiento porque en la mitad de eso recordé aquella película que el “tortugón” nos regaló y empecé la búsqueda de aquel cuaderno, y como ya dije, nunca lo encontré. Empecinado en mi búsqueda, seguí intentando ya no en cuaderno, sino en el control, en los libros, hojas sueltas, en fin, en todas partes, pero nada.

Ya casi rendido recordé que existía la tecnología y que google solucionaba todas mis consultas en ese tiempo, pero por más que presionaba ese botón de lupa, la película no aparecía. Me vi “El diario de Noah”, pero no era la que buscaba, vi otras, parecidas tal vez, por el par de ancianos del que habla la novela, pero no eran, y fue así como quedé vencido en esos intentos.

Pasaron un par de años y el enamoramiento se truncó, entré a la universidad y en esa época ya había leído unos cuantos libros, y de vez en cuando recordaba aquella película, y cuando la recordaba buscaba el nombre en mis memorias, pero nunca hallé fortuna. Seguí intentando en la internet pero nunca salió positivo.

La vida nos hace pasar por muchas cosas, el trabajo siempre me acompañó, viajé mucho por un tiempo, los árboles, la gente y los hermosos paisajes del Perú me recordaron algunas escenas de la película, pero esta vez sin intentar buscarla, me resigné a recordar las sensaciones que hizo sentir, la emoción que viví al final del video por lo cercano a la muerte, y seguí con mi vida, sin encontrar lo que tanto había buscado.

El mundo no se detiene, todos los sabemos, como dice Gerard Way,”Todos quieren cambiar el mundo, pero nadie quiere morir”, y esa es la pura verdad. Mientras, yo seguía estudiando, cursaba en los ciclos finales de mi carrera, me enamoré de nuevo, rosaba ya los cien libros leídos pero ni por asomo la novela que ya llevaba buscando casi siete años, hasta que cierto día sucedió.

Había un vendedor de libros entre la avenida 28 de Julio y la avenida Garcilaso, el cual en su mayoría lo que vendía eran libros de administración, finanzas, costos, presupuesto y algunas novelas o libros de autoayuda. En vista de que mi universidad estaba a un par de cuadras, yo era un consumidor habitual de aquellas novelas, inclusive me daba unos descuentos únicos como respuesta a mis regateos por ser un comprador habitual, hasta

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que, luego de terminar el último libro adquirido en una fecha determinada, volví a ir por otro, pero por maniobras del destino o suerte o Dios o como le quieran llamar, su local estaba cerrado, en cambio, el local de enfrente permanecía abierto, su rubro era el mismo, pero yo solo había comprado uno de Julio Verne en ese lugar, luego nada había captado mi interés en todo ese tiempo.

Me acerqué, pregunté por el señor pero no supieron que contestar, la chica que atendía me ofreció algunos libros, Travesuras de la niña mala, El héroe discreto, la Eneida, La fiesta del chivo, Cien años de soledad, La vaca, El sueño del celta, pero le dije que ya los había leído todos y que quería algo nuevo pero entretenido, ella se quedó pensando, algo confundida, y en esos pocos segundos vagos, bajé la mirada hacia un rincón y he ahí un libro pequeño y amarillo, pirata por supuesto, aquél libro era el que tanto busqué y desesperadamente perdí en mis recuerdos. Yo había leído información acerca del autor y del libro, pero nunca lo leí, si lo deseaba, pero el azar de mis elecciones nunca coincidieron con aquél título.

Lo cogí, regatee el precio como buen comerciante y me lo llevé, era uno de esos días que le dan la bienvenida tardía al invierno, gris, opaco, y yo llevaba un chuyo gris también, lo recuerdo bien. Fue un viernes.

Lo leí, y creo que fue en la página veinte o cuarenta donde me percaté que, sin querer, había encontrado la novela y por consecuencia, la película que muchos años atrás había estado buscando. Ese libro viejo ¿Quién lo diría?, justo ese día faltó mi casero, justo ese día fui yo, justo ese día una chica me ofreció libros y justo yo miré hacia aquél lado donde me gritaba “¡Hey, aquí estoy, lo que tanto buscabas!” el libro que me permitiría decir en voz baja en medio de gente semidormida a las once y cuarenta de la noche en un micro: “Te encontré”

Que curiosas situaciones nos depara la vida, tantas diferentes formas de buscar una película y la encontré así, sin querer, sin pensar. Pero, la verdad es que yo nunca dejé de buscar el libro, nunca me rendí, siempre tuve la esperanza en mi subconsciente de que cualquier película de amor que viera podría ser esa, y al final la encontré, en el lugar y momento menos pensado.

Nunca se debe dejar de buscar, nunca debemos rendirnos, puede que, algún día, luego de luchar tanto, con un mínimo esfuerzo más, logremos alcanzar eso que tanto hemos deseado. El esfuerzo siempre es recompensado, y aunque esta historia sea corta y algo simple en argumento, a mí la experiencia me enseñó mucho. Siempre tenemos que seguir buscando e intentando, para que al final podamos decir o decirle:

Te encontré.