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100 AÑOS DE GABRIEL VARGAS COLABORAN LOS LÍMITES DE LA SÁTIRA Carolina Nieto Ruiz Juan Soto Ramírez Patricia Núñez Los caricaturistas y su oficio Juan José Flores Nava "Siempre quise ser dibujante" José David Cano 12 Febrero 2015 AÑO 4 No. 085 FB: Elpresentedeqro TW: elpresente1 www.elpresente.net Sin título, óleo sobre lino de Santiago Carbonell, 170 x 130 cm, 2014. (Foto: Galería Alfredo Ginocchio) EL ARTE, UNA BÚSQUEDA DE NOSOTROS MISMOS SOBRE LA MASACRE EN EL CHARLIE HEBDO NUEVA ÉPOCA Entrevista con Santiago Carbonell elFrontispicio / PÁG 19 Slavoj Žižek nuestra traducción / PÁG 7

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Edición de Febrero de 2015 de El Presente

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Page 1: Webel Presente 12 Feb 2015

100 AÑOS DEGABRIEL VARGAS

COLABORAN

LOS LÍMITESDE LA SÁTIRA

Carolina Nieto RuizJuan Soto RamírezPatricia Núñez

Los caricaturistas y su oficioJuan José Flores Nava

"Siempre quise ser dibujante"José David Cano

12 Febrero 2015AÑO 4 No. 085

FB: ElpresentedeqroTW: elpresente1www.elpresente.net

Sin título, óleo sobre lino de Santiago Carbonell, 170 x 130 cm, 2014. (Foto: Galería Alfredo Ginocchio)

EL ARTE, UNA BÚSQUEDA DE NOSOTROS MISMOS

SOBRE LA MASACRE ENEL CHARLIE HEBDO NUEVA

ÉPOCAEntrevista con Santiago CarbonellelFrontispicio / PÁG 19

Slavoj Žižeknuestra traducción / PÁG 7

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Al periodista cultural ali-neado con la lógica del poder institucionalizado le gusta representarse su actividad como una la-bor indispensable para la sociedad, aunque, al mismo tiempo, como algo absolutamente inofensivo. Ya sea que se trate de un colum-nista o de un reportero, de un editor o de un caricaturista, su punto de vista, afirma, es el de un simple “trabajador de la cultura” que se informa y establece un criterio acerca de los más diversos asuntos de la realidad, pero sin que lo que haga, diga o publique afecte, de ninguna manera, el curso de los acon-tecimientos mundanos. Él escribe, critica, provoca, se burla, ilumina con sus imágenes, adorna con sus palabras, asombra con sus ideas, pero, tal como él mismo lo confiesa, se trata únicamente de juegos o de expresiones artísticas, intelectuales e informativas que no tendrían por qué molestar a nadie ni signifi-car, en ningún caso, una ofensa para el obje-to fortuito de sus devaneos. Por ello se dice profundamente sorprendido cuando alguien (una persona, un grupo) se pronuncia abier-tamente contra sus posiciones e, incluso, llega a atacarlo verbal o físicamente por lo que ha publicado. Se escuda, entonces, de inmedia-to en ciertos principios que, con el paso del tiempo, ha elevado al rango de sacrosantos: la tolerancia, los derechos humanos, la libertad de expresión. Nadie, arguye, debe ser agredi-do o atacado por lo que piensa u opina; nadie, asevera, debe sufrir en una sociedad democrá-tica y liberal por el ejercicio de sus derechos; nadie, sostiene finalmente, debe soportar un ataque a su integridad por asumir a plenitud el más alto de los valores: el de la libertad de decir, escribir o dibujar lo que a uno le venga en gana cuando a uno le venga en gana. Ése es su credo.

Sólo que, en los hechos, no hay libertad de expresión. O, por lo menos, no a la manera que lo imagina la ideología liberal. La indus-tria cultural de la que el periodista tanto se

ufana y de la cual, gustosamente, forma parte, se encarga a diario de establecer los criterios que, desde su óptica, deben regir el pensa-miento y la conducta de nuestras sociedades, así como de dictar las normas de lo comuni-cable y de seleccionar y homogeneizar las for-mas de transmisión de contenidos (incluyen-do, claro, los contenidos mismos). Nada debe estar fuera de esa lógica implacable. Nada debe oponerse a lo que el sistema sanciona e impone como único parámetro válido. El pretendido pluralismo de los medios no es más que la multiplicación de distintas voces que no se cansan de repetir exactamente lo mismo. La libertad de expresión vale mientras responda a los lineamientos irrebatibles de ese monólogo autista. Dentro de ella, todo; fuera de ella, nada.

En las sociedades contemporáneas, el bare-mo de lo adecuado es fijado a diario por los medios masivos de comunicación en concor-dancia con los ideales del pensamiento liberal (o neoliberal) más recalcitrante: la defensa del interés particular, la apología del egoísmo ins-titucionalizado y de la propiedad privada, el reclamo irrestricto del libre comercio, la re-ducción de lo político a la organización par-tidista y electoral, etcétera, etcétera. Ésos son sus verdaderos motivos. Todo el que se opone a esos valores se opone, según las voces domi-nantes de los medios, a la libertad en todos sus sentidos (políticos, económicos, cultura-les) y, por ende, se torna objeto digno de con-dena y de censura, ora abierta, ora simulada.

Asumida de esta manera, la libertad de ex-presión no es más que el otro nombre de una ideología que se oculta como tal. Es el nom-bre de la hipocresía vuelta derecho universal. Escudarse tras ese rótulo es participar de una farsa ideológica que esconde sus verdaderas pretensiones tras un discurso que ella misma,

en los hechos, descree. Toda forma de expre-sión implica un compromiso y una respon-sabilidad con lo que se expresa; implica una aceptación, una valoración o un rechazo de otras concepciones o de otras ideologías; im-plica asumir el riesgo de que lo que se dice y hace, sea acertado o errado, puede disgustar a los otros y, por lo tanto, ser objeto de se-veras críticas y de ataques en su contra. De nada sirve resguardarse tras las faldas del libe-ralismo: la verdadera libertad de expresión se construye asumiendo los límites del horizonte desde donde se piensa y se opina, y compro-metiéndose, no con un concepto abstracto, pretendidamente válido para todos, sino con principios y valores definidos, de antemano, con claridad e inteligencia.

En esta nueva etapa, EL PRESENTE rei-vindica su compromiso con un periodismo crítico que asume la inextricable relación en-tre los complejos procesos sociales y la activi-dad cultural, así como la necesidad de mani-festar abiertamente su oposición a la industria cultural que gobierna, somete y degrada la li-bertad y la inteligencia en las sociedades con-temporáneas. Lejos de concebir la cultura como un nicho escindido del quehacer coti-diano o de la realidad política y económica, los que trabajamos para que esta publicación sea posible entendemos que la actividad cul-tural y periodística es una posición política que se opone al envilecimiento social y a la banalización intelectual, tan caras a la doctri-na y a la práctica neoliberales. Lo cultural es, inmediatamente, político y social; lo político y lo social son manifestaciones directas de una cultura y de una época.

Afirmar esto no significa restringir la va-riedad de opiniones, reflexiones o expresio-nes de creación que tendrán y deberán tener cabida en este espacio. Significa, solamente,

EL PRESENTE: nueva etapa que para hacerlo, dichas opiniones, reflexiones o creaciones deberán ellas mismas reflejar, a su

modo, un compromiso con el pensamiento crítico, en oposición a la tendencia domi-nante que pretende rebajar el periodismo y la labor cultural a meros discursos decora-tivos en el seno de un escenario donde lo más importante ha sido ya decidido a sus espaldas. Una entrevista, un reportaje, una crónica, un ensayo, un cuento, un poema, una ilustración serán modos de irrumpir en el ámbito de lo establecido para proponer nuevas lecturas, para invitar a profundizar críticamente en lo que se daba por enten-dido. No importa si se trata de una crónica sobre un barrio olvidado y marginado por la sociedad o de una entrevista a un personaje relevante y conocido por todos; de un ensa-yo sobre Racine, Proust, Neruda o del análi-sis de un poeta absolutamente desconocido; de un reportaje acerca de la miseria en algu-na lejana región del país o de una crítica de arte a alguna exposición que esté en boca de todos. Todos los escritos que aquí se publi-quen tendrán que aportar una visión alejada del sentido común que permea la industria cultural encabezada por los medios masivos de comunicación, encargados de envilecer y banalizar lo que tocan y hacen.

Asumir el riesgo de la crítica en todos los ámbitos; oponerse a la concepción de la cultura como algo inocuo y superfluo; pro-fundizar en la exploración de los lazos que vinculan lo social con lo artístico, lo político con lo estético; invitar al compromiso con un periodismo que no se refugia en ideo-logías hipócritas para validar su actividad. Éstos son los principios con los que, en esta nueva etapa, EL PRESENTE anuncia la continuación de su labor. En su seguimien-to, en su defensa, en su difusión, los que aquí publicamos seremos, si se permite la palabra, en todo momento intransigentes.

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DirectorJosé Luis Urzúa

EditoresJuan José Flores NavaCarlos Herrera de la FuenteVerónica Urzúa Bastida

Dirección de ArteQuinque Diseño

ColaboradoresCarolina Nieto RuizJuan Soto RamírezPatricia Núñez

Presidencia Municipal de Querétaro, Corregidora, El Marqués, San Juan del Río, Tequisquiapan, Pe-dro Escobedo. Secretarías de Gobierno en el Estado de Querétaro. Museo de Arte, Museo de la Ciudad, Galería Libertad, Centro Cultural Gómez Morín, Cen-tro Cultural La Vieja Estación, Centro Cultural Casa del Faldón, Galería DRT, Centro de Arte Bernardo Quintana Arrioja, Instituto Municipal de la Cultura, Casa Jubilados, Biblioteca Central UAQ, Facultad de Antropología. Conservatorio, Librería Cultural del Centro, El Alquimista, Gamuz, Librería Porrúa, El Sótano, Librería Atta. Café del Fondo, El Arcangel, ExpressArte. Cómicos de la Legua, Corral de Co-medias. Puestos de Revistas en Madero-Guerrero, Guerrero-16 de Septiembre, Madero-Allende, Corre-gidora-Independencia, Corregidora-Angela Peralta, Universidad-Juárez

Directorio

Redacció[email protected]@yahoo.com.mx

Diseño [email protected]

EL PRESENTE es una publicación mensual, editado por Quinqué Diseño. Registros en Trámite. Impreso en RTG, Cerro del Chiqui-huite 25, Col. Las Américas, Querétaro, Qro.

EDITORIAL12 FEBRERO 2015 FB: Elpresentedeqro TW: elpresente1

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ESTE PERIÓDICO SE DISTRIBUYE EN:

VERÓNICA URZÚA BASTIDA

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Y es extraño. Es extraño que un hombre se detenga a pensar sobre la masculinidad que lo atraviesa. O quizás no. Quizás, digamos, lo extraño es que no lo haga. Que no piense por qué, en cada momento, tiene que de-mostrar la cantidad de hombría que posee; que no esté harto de las obligaciones que se le han asignado, de los roles que se le han asignado, de las prohibiciones que se le han impuesto; en suma, nos dice Felipe Osornio en entrevista, de la virilidad y la violencia constante que conlleva su cumplimiento:

—A lo largo de nuestra vida, los hom-bres tenemos que superar de manera exi-tosa ciertas pruebas para ser legitimados precisamente así, como hombres hechos y derechos. En el fondo, todas estas pruebas van dirigidas hacia la violencia y, al mismo tiempo, están asentadas en un miedo bien profundo: el miedo a lo femenino, a ser o a demostrar algún rasgo de feminidad.

—¿En qué supone, Felipe, que se basa este miedo a lo femenino...?

—Es evidente que es un miedo basado en la ilusión de perder el poder. Tradicio-nalmente, el hombre ha necesitado del poder para legitimarse, y no porque así lo lleve inscrito en su naturaleza, sino porque ha aprendido que el poder es la única vía posible para certificarse y ser reconocido como tal. Darle espacio a la feminidad im-plica una amenaza, y las consecuencias de ello son desastrosas: asesinatos de mujeres y homosexuales, y puesta en marcha de una serie de exclusiones y desigualdades que no tendríamos que aceptar como normales.

—En la presentación de Infierno Varie-té dice que parte de su propia experiencia. ¿Cómo ha vivido en el día a día esta violen-cia de la masculinidad?

—La violencia se hace presente cada vez que un hombre no supera las pruebas de la masculinidad demandada: saberse poner una corbata, saber manejar un coche, ser el hombre de la casa... todas esas cosas que, si no las haces, se toman automáticamente como una traición al género. Dicho esto, para mí, en la escuela, una de esas pruebas fue la clase de deportes. El hecho de que yo no fuera bueno en deportes automáti-camente me definía como maricón. Y lo chistoso es que, de niño, uno nunca sabe a qué se refieren con eso de “maricón”. Sabes que es algo peyorativo, por la manera en que lo dicen; te das cuenta que, por esa razón, eres algo socialmente malo, pero a esa edad no alcanzas a comprender por qué. Lo asumes y ya. Ahora, más grande, la violencia con-tinúa a través de cosas pequeñitas, de detalles que parecen mínimos pero que, por lo mismo, son definitivos y profundamente peligrosos.

—Una buena parte de Infierno Va-rieté aborda el tema de la homofobia; de la homofobia como producto casi natural de esta masculinidad ligada al poder y a los privilegios.

—Y diría más, de la homofobia como una de las maneras en que se manifiesta la violencia que se des-prende de esa masculinidad. Creo que mi trabajo es señalarla. Y me

EL PRESENTE: nueva etapa

“La masculinidad es la clavede la violencia en el mundo”

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“Se volvió personal.” Con esta frase, Felipe Osornio —Lechedevir-gen Trimegisto— sintetiza los motivos detrás de su Infierno Varieté, un proyecto que engloba cuatro performances alrededor de un mis-mo tema: la violencia de la masculinidad; un tema que, como advier-te, lo toca de cerca: por haber nacido hombre y por haber renegado, desde pequeño, de esa figura masculina tan ligada a la dominación,

la fuerza y el poder.

El perfomancero Felipe Osornio y su Infierno Varieté

VERÓNICA URZÚA BASTIDA

quedo en señalarla porque, por otra parte, no estoy a favor de los colectivos LGTB [lesbico, gay, transexual, bisexual]. Dicen que el infier-no más divertido es el infierno capitalista, y este infierno se las ingenia para capturar todas las disidencias, convirtiéndolas en algo co-mercial y sumamente superficial. Pues bien, “lo gay” ha sido domesticado, comercializado a tal grado que ya no supone ningún tipo de amenaza para nadie. Hoy encontramos ca-fés gays friendly, que es casi como decir pet friendly, y por todas partes se repite la idea de la tolerancia, que no soporto. Los colectivos gays y LGTB se han doblegado frente a las le-gislaciones e ideas heterosexuales. Si no, ¿por qué esa lucha incansable por el matrimonio o la adopción? Entiendo que luchar por el

matrimonio entre personas del mismo sexo es una vía para obtener derechos, visibilidad y acceso a la seguridad social. Lo que no en-tiendo es por qué los colectivos gays y LGTB no se han opuesto a que el matrimonio sea la única vía para ello; tampoco entiendo por qué concentran todas sus fuerzas en la repro-ducción de un modelo familiar. ¿Quieren ser normales? ¿No se dan cuenta que la normali-dad es precisamente lo que está mal?

—Felipe, ya sean heterosexuales u homo-sexuales, o cualquier otro calificativo que queramos ponerles, ¿cree que algunos hom-bres tengan actualmente ganas de construir otro tipo de masculinidades?

—Yo confío en las masculinidades alteradas. Con esto me refiero a todas esas formas de

masculinidad que han negado el rol impuesto de lo masculino; a todos los hombres que, a pesar de estar inmersos en una sociedad que los obliga a ello, han decidido no jugar el jue-go de la masculinidad hegemónica. Aunque lo reconozco: es difícil. Además de poder, la masculinidad tiene privilegios, y abandonar un privilegio es más difícil que ganarlo. Los hombres, por el hecho de nacer “hombres”, tenemos muchos privilegios y muchos no es-tán dispuestos a dejarlos. Por otro lado, que nosotros dejemos nuestros privilegios tam-bién implicaría que las mujeres abandonaran los suyos. Y aquí la cosa se complica más por-que muchas tampoco quieren hacerlo.

—Pero pareciera, por lo que dice, que ha-blar de masculinidad es discutir sólo de hom-bres. ¿Habría en la masculinidad una manera de estar más allá del género?

—Sí, claro. El mundo sigue una lógica mas-culina por donde lo veas: el abuso que hace-mos de la naturaleza y las guerras, que pare-cen peleas para ver quién la tiene más grande, son ejemplos de ello. Pero también lo es el hecho de que miles de indígenas sean des-alojados para poner un Walmart. ¿Por qué? Porque con ese desalojo se trata de demostrar que una forma de ser puede imponerse sobre las demás, que una visión del mundo puede aplastar a muchas otras. La masculinidad, en todos los niveles, es la pieza clave de la violen-cia en el mundo. Y estoy seguro que el mun-do sería muy distinto si siguiera otra lógica.

—En todos sus performances se vale del cuerpo. ¿Cómo y por qué utilizar su cuerpo para hablar, en este caso, de la masculinidad?

—A nivel más personal, tiene que ver con lo se esperaba de mí por el hecho de nacer con un cuerpo de hombre. Y mi venganza es no haber cumplido lo que se esperaba, y la hago con la libertad que tengo para utilizar mi cuerpo. En otro nivel más impersonal, creo que el cuerpo es un espacio de pronun-ciación política y también es un lugar donde otros pueden identificarse: todos tenemos un cuerpo y, por el hecho de tenerlo, todos so-mos vulnerables: a todos nos puede atravesar una bala, y en ese momento ni el género, ni la clase, ni la raza será importante.

—Infierno Varieté se compone de cuatro performances. Dos de ellos ya los realizó: uno en Monterrey, en octubre de 2014, y otro aquí en Querétaro, hace apenas unos días.

¿Qué podemos esperar de los que fal-tan?

—Cada performance se concentra en algo distinto, aunque siempre invito a artistas o personas a colaborar en ellos. Aquí, en Querétaro, colaboraron con-migo David Barba, Roja Ibarra, Crisna Donají y Jerry Zzz. Los Infierno Varieté que vienen son el de Guadalajara, en abril, y el del Distrito Federal, en ju-lio, también tendrán artistas invitados, aunque hablando de forma y conteni-do todo puede variar. Así trabajo, un poco sobre la marcha. Y no por deso-bligado. A mí no me interesa ni descu-brir ni proponer el hilo negro. Lo que para mí es importante es el diálogo con la gente y la posibilidad de que, a par-tir de él, podamos decir lo que pasa en nuestras vidas.

Escena de Infierno Varieté, en Querétaro. (Fotos: HacHe)

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La programación neu-rolingüistica es sólo un ejemplo. También están la inteligencia emocio-nal, el análisis transac-cional o el coaching. Con estas técnicas, la psicolo-gía actualmente en uso promete desarrollar las potencialidades de la gente: acre-centar su autoconfianza, su autoes-tima, su capacidad de liderazgo, su aptitud para comunicarse y gestionar con éxito su vida y sus emociones. Y según los datos (de Valérie Brunel, doctora en sociología), la promesa ha rendido frutos: su mercado, que lo mismo se alimenta de cursos y talle-res que de terapias, libros y programas de radio y televisión, creció en un 85 por ciento entre 1997 y 2001, y los ingresos totales generados alrededor del mundo tan sólo por el coaching alcanzaron los 2 billones de dólares en 2011. Así pues, ¿cómo explicar la inflación de las ventas?

La respuesta más generalizada, aun-que no por ello menos inocente, afir-maría que la inflación es consecuencia directa de la organización neoliberal de las empresas, en tanto dicha orga-nización coloca todo el peso de la pro-ductividad en el desarrollo personal, el “factor humano”, el dominio de sí y de las relaciones interpersonales: en figura del emprendedor o manager de sí mismo, y en la apariencia de una implicación (y no ya, como en antaño, de una explotación) en la que los trabajadores son llamados a desarrollar un conjunto de “habi-lidades” psicológicas o emocionales, tales como ser empático o tener don de gentes, o ser buenos oyentes y saber trabajar en equipo.

No obstante, y sin res-tarle importancia, la res-puesta no alcanza para comprender por qué, por ejemplo, las actividades que por definición no tendrían nada que ver con las empresas (la pin-tura, la literatura, la ense-ñanza universitaria), asu-men actualmente como propios los criterios de productividad, compe-titividad y rendimiento ilimitado; o por qué el discurso del desarrollo personal y la maximi-zación de los beneficios se extiende más allá del estricto ámbito empre-sarial, utilizándose como explicación o fundamen-to de una vida buena y realizada. En definitiva: por qué la empresa se han convertido en ejemplo de excelencia para todos.

Frente a estas y otras cuestiones, Cristian La-val y Pierre Dardot em-prendieron una ambicio-

sa argumentación —sustentada en las ideas planteadas por Michel Foucault a finales de los años setenta—, a la que llamaron La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la sociedad neoliberal; en ella sostienen que en el neoliberalis-mo, entendido éste como una racio-nalidad y no sólo como una doctrina estrictamente económica, la empresa se constituye como una concepción del mundo: un marco que separa lo correcto de lo incorrecto, lo inteligi-ble de lo ininteligible, lo deseable de lo indeseable, y que, al hacerlo, impo-ne un modelo único de acción: la del emprendedor. En consecuencia, nos recuerdan Laval y Dardot, así como las universidades y los hospitales, así como el arte, la industria editorial o los medios de comunicación lo han hecho, cada uno de nosotros debe gestionar su vida del mismo modo que se gestiona una empresa, es decir, calculando costos y tratando de sacar los máximos rendimientos posibles, incluso en las relaciones más íntimas

y personales. Se trata de hacer del mercado y de la empresa, de la com-petitividad y de la lógica de los rendimientos, una manera bien precisa de comportarnos, de rela-cionarnos con los demás y con nosotros mismos:

un orden de vida de suyo correcto e irrecusable.

Es obvio que, como en el capitalis-mo del siglo XIX, para el neoliberalis-mo la finalidad es transformarlo todo, la democracia, la política, la felicidad, la ética, el amor o la belleza, en dine-ro (y, por supuesto, también destruir todo aquello, individuos incluidos, que no quiera o pueda convertirse en tal). Pero la novedad –o perver-sidad— del neoliberalismo, aquello que verdaderamente lo separa de los capitalismos hasta ahora existentes, es la manera “psicológica” con la que opera.

Como se repite por todos lados, el emprendedor, el “empresario de sí mismo”, es quien consigue convertirse en el instrumento óptimo de su propio éxito social y profesional. Una perso-na de competición y de rendimiento que se adapta a las exigencias del mer-cado convirtiéndolas en propias. O sea, alguien que no se queja, que sabe que no se puede cambiar el mundo,

que los problemas econó-micos o políticos son, en realidad, problemas indi-viduales ligados a la poca capacidad de las personas para hacerse responsables de sí mismas.... en defi-nitiva, el típico persona-je que opina que toda la pobreza y la desigualdad del mundo se resolverían con un poquito más de autoestima y ganas de salir adelante. Porque evidentemente todos los males del neoliberalismo se arreglan con técnicas de realización personal. Y porque, evidentemente, para el neoliberalismo es natural que lo económico sea psicológico.

Dicen Laval y Dardot: “la racionalidad neolibe-ral empuja al yo a actuar sobre sí mismo para re-forzarse y así sobrevivir en la competición”. Y para hacerlo, convierte todas las esferas de la existencia humana en situaciones de competencia feroz. El éxito de la psicología en uso, tan comodina y em-presarial, se hace patente: aquí todos quieren ganar hasta en bondad. Cuan-do Margaret Thatcher destrozaba sindicatos y aplastaba perdedores en pos de la “libertad” neo-liberal, afirmaba que el objetivo cambiar el alma. Y para como están las co-sas, ciertamente el alma se hizo comercial.

SOCIEDAD12 FEBRERO 2015 FB: Elpresentedeqro TW: elpresente1

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En México, el poder se hereda

AÑORANZAS

LA VIDA MENTAL

Da pena Peña. O como decía aquél: “lástima Margarito”. Peña Nieto no sabe gobernar. Mal gobierna México. Su po-lítica tene tintes foxistas y porfirianos. Se entregó a las televi-soras, le fascina salir en ellas y, sobre todo, quedar bien con ellas. Desde ellas enjuicia, proclama, anuncia. Estilo azul, de Fox. Salir en la tele le encanta. Los televisos dan cuerpo y forma a sus acciones, a su presencia. Al mismo tiempo, le fascinan los milicos. Militarizó desde el inicio sus presen-taciones, como su toma de protesta. Desde el inicio, pues. Es el estilo de Don Porfirio. Rodeó San Lázaro de fuerzas policíacas, federales especiales, camufladas y, claro, milicos. Antes de averiguar, preparó la represión. Kuy Kendal, teatre-ro popular asesinado por militares, da cuenta de su sello al gobernar. Represión e impunidad. Fue su inicio. Debimos advertirlo.

Su necedad se iguala con la traición a los principios del fun-dador del Grupo Atlacomulco, Isidro Fábula. Nacionalista, antimperialista y pacifista, defensor preciso de las soberanía de los pueblos. Modificaron los del PRI para traicionarse a sí mismos, pues eran antimperialistas, promovían la inde-pendencia económica y la soberanía política del país, como escribió don Isidro de manera insistente. En los marcos de los artículos 27 y 28 constitucionales. Como lo entendió y aplicó su alumno López Mateos, al nacionalizar la industria eléctrica.

Es notable la traición. Se ha rendido al capital renuncian-do a la soberanía energética y a la propiedad soberana de los recursos estratégicos. Los entregó al capital extranjero, al “abrir el mercado eléctrico”. Extinguió a Luz y Fuerza para consumirlo y, además, para quebrar el último contrato co-lectivo de trabajo, sustancia de los derechos laborales y pres-taciones sólidas. Para destruir al SME. Ahora afirma y firma que ¡Mueve a México¡ ¡Lo mueve a la derecha!

Así las cosas, se ha logrado acoplar a México al proceso global. Los pedimentos del FMI se han cubierto, en forma precisa, desde las normas constitucionales hasta las que per-mitirán la seguridad para invertir sin problemas. Es curioso que la resistencia nacional sólo la hayan realizado mineros y electricistas junto con un puñado de maestros. Al defen-der el contenido de sus contratos colectivos de trabajo. La mayoría de los sindicatos se plegó al mal gobierno y a sus patrones. Ellos no han tenido problemas.

Petroleros, telefonistas y ferrocarrileros, así como los tra-bajadores del Seguro Social, tuvieron que reducir sus presta-ciones económicas y sociales. La más llamativa: la jubilación, ahora llamada pensión. La burguesía impuso sus condicio-nes y las apoyó en todo momento. Ante el resquemor, metió a la cárcel a la maestra Gordillo; lo mismo intentó con el líder de los mineros, quien escapó a Canadá (para, desde ahí, seguir activo). Lo más duro fue la desaparición de 44 mil electricistas.

Para la derecha, y el capital, se gobierna muy bien. Para el pueblo trabajador, se mal gobierna.Tres hombres de negocios han traído su propia comida (Foto: Matthew Hall)

Los empresarios. (Foto: Andreina Schoeberlein)

El alma empresarial

Nos movemos,eso dice el mal gobierno

VERÓNICA URZÚA BASTIDA

VÍCTOR SÁNCHEZ

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5FB: Elpresentedeqro TW: elpresente1

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I

Arrancó febrero loco y, con él, también lo hicieron los orates que componen la —por ellos mismos así llamada— “clase política”. Los diez partidos políticos lanzaron ya sus candidaturas y soflamas, y or-denaron a sus formaciones afinar gárgaras. De esta manera, y ante la incertidumbre sobre el futu-ro económico y social del país, el proceso electoral que se aproxima (en el que, al menos en Queréta-ro y otros 17 estados, se renovará gobernador, legislatura local y di-putados federales) costará al erario casi seis mil millones de pesos; una cantidad exagerada si se toma en cuenta, además, que no sirve para hacer avanzar la vida democrática del país, como tanto se pregona, sino sólo para que el electorado subvencione la escalada profesio-nal y de enriquecimiento de la “clase política”.

A los partidos políticos, los pro-blemas de sus electores les impor-tan tanto o menos que un ajuste de personal en la UNESCO. Y los electores, por su parte, usted lector o lectora, desconocen a quienes los integran. Los partidos políticos re-piten que aspiran a defender nues-tra vida democrática, a propiciar nuestro bienestar y a sacar adelan-te esta sufrida patria nuestra. Los electores nos enteramos de ello por los inefables medios de comu-nicación. Ellos nos recuerdan su voz y sus pronunciamientos; pero si los ignoramos, la gente es más feliz. Hay que recordar la frase que Vicente Fox le dijo a aquella hu-milde mujer de Amazcala: la gente es más feliz si no se ocupa de los chismes de la prensa radial o escri-ta; o sea, que la felicidad estriba en no enterarse de nada y en dejar a la “clase política” avanzar en pos de sus muy personales y mezquinos intereses, pensando que la radio y la TV son para escuchar a los cantantes de moda, en tanto que los periódicos son bási-cos para madurar aguacates de El Pueblito.

Ya en serio: hay que tener presente que la “clase política” actual es un condensado de jóvenes buena onda..., una dinastía que ha heredado la posición y relaciones de papi o mami.

Y hay que tener presente, además, que los papis y mamis de los políticos actuales tam-bién fueron, en su momento, los juniors de aquellos que gobernaron al fragor de quie-nes recién habían terminado la Revolución y dado forma a la Constitución. Los revolu-cionarios no tuvieron tiempo ni de quitarse las cananas cuando ya sus vástagos estaban encaramados en el poder.

II

En efecto, en México, el poder se hereda. La dinastía sabe cumplir y nuestros reyezuelos y principitos navegan sin problema en el proceloso mar de la política, sacudiéndose a

En México, el poder se heredaJOSÉ LUIS URZÚA

LOS DE ADELANTE CORREN MUCHO

su paso a ese pueblo necio que de la mandari-na siempre quiere un gajo (aunque, como ya se sabe, sólo consigue que se la partan, porque para él ni el miserable bagazo toca.)

De esta suerte, y para como están las cosas, aquí, en Querétaro, pasaremos sin mucha discusión de un Calzada, nieto de presidente municipal e hijo de gobernador, a otro, her-mano de alguien que gobernó por el PAN y ahora busca hacer lo mismo por el PRI. Y si se atraviesa el PRD o cualquier otra sigla de las diez registradas, también, con gusto, los encabezará en aras de la necesaria unidad que reclama el estado. ¡Faltaba más negarse a un sacrificio por el pueblo!

Otro tanto proviene del hijo de Marta Sa-hagún, quien se apresta a servir a Celaya con el apoyo del PRI y el PAN juntos; si a ellos se pueden arrimar los verdes o cualquier otra formación partidista, ¡bienvenida!: la patria lo sabrá reconocer. Como lo hará con el hijo de Ángel Aguirre, el defenestrado gober pe-rredista de Guerrero que algo tuvo que ver con la matanza de los ayotzinapos en Iguala.

Él, como muchos otros, ¡que tierno!, tam-bién quiere que su hijo gobierne a los aca-pulqueños. Y sígale por donde le siga, ahí se encontrará a los nuevos juniors que, con el apellido paterno y la herencia que viene de los abuelos, siguen sin soltar el hueso. O para citar el caso local: los nombres y apellidos de Braulio Guerra y Ernesto Luque, porque, ¿a poco nada más de Loyolas y otros santos es-tán llenos los altares?

¿Y cómo dejar de hacerlo si el ejemplo viene de arriba? Ahí está Peña Nieto y su política de salvación nacional, anteponiendo como máxima seguir con la corrupción y la impuni-dad, y sobre todo con los principios del grupo Atlacomulco; o sea, con los Del Mazo, Hank y compañía, que ahora sirven de ejemplo a una nación en la que hasta los centros de cre-mación son chafas y, en lugar de cenizas, en-tregan arena de playas acapulqueñas.

III

Hay que decirlo una vez más: Enrique Peña

Nieto llegó a la presidencia luego de una fulgurante, arrolladora y costosa campaña política que despegó cuan-do aún era gobernador del Estado de México, con el apoyo total del capital económico que opera en el país. Ya en Los Pinos, y todavía sin sujetar las riendas del poder político, dio paso a las reformas estructurales —energéti-ca, de comunicaciones, fiscal, etcéte-ra— que había comprometido con el poder económico que lo llevó a la silla presidencial.

Luego sus inclinaciones hacia el ab-solutismo, el autoritarismo, la corrup-ción y la impunidad lo reventó todo. Ahora preside un Estado fallido, ha perdido la credibilidad del pueblo y las reformas estructurales no han per-mitido el más mínimo avance. México encabeza los indicadores de corrup-ción e impunidad; el país se debate en un elevado porcentaje de inseguri-dad y violencia oficial, adicional a la provocada por el crimen organizado. El autoritarismo y la crisis política y económica han llevado a Peña Nieto a aplicar ajustes a sus programas de de-sarrollo; ajustes que dejan en claro que aquí, en nuestro país, deben prevale-cer los dictados del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional y, ante todo, los del Departamento de Estado Norteamericano.

Tras doce años de desgobierno pa-nista, su partido, el PRI, había pre-sumido que ellos sí sabían gobernar. Prometía que conduciría al país a un estadio superior, enmendaría los erro-res cometidos por Vicente Fox y Feli-pe Calderón, y situaría a México en un lugar —dirían los cursis— privilegia-do en el concierto de naciones. Nada. En una docena de años se les olvidó el oficio del ejercicio de poder, de go-bierno, de política “a la mexicana”.

Ahora vemos claro: México no va bien. Quienes se han hecho del poder no tienen ni la más mínima idea de cómo gobernar. No cuentan además con la aceptación de los gobernados. Son dirigentes espurios en un país in-

viable. Un presidente que “no se ha dado cuenta

que no se ha dado cuenta” de cómo marcha su país, como señaló el diario The Economist, sólo gobierna en los pequeños espacios del poder que le deja el capital nacional e inter-nacional y el crimen organizado; es decir, en casi nada del territorio nacional. Y lo más grave es que en esos pequeños espacios se ha implantado, como sistema, la corrupción, la impunidad, la inseguridad, el aliento al cri-men organizado, la incertidumbre y la pobre-za generalizada de una sociedad a la que se ha depauperado con acciones propiciadas y alentadas por quienes, con él, se auparon en el poder y se sirven para ejercerlo con impu-nidad.

¿Cómo combatir corrupción e impunidad si quien la propicia es quien debiera combatir-la y suprimirla? ¿Cómo combatirlas si quien tiene a su cargo acabarlas detenta el poder sin límites al frente de la República degradada? Lo mismo de siempre: los de adelante corren mucho...

Vicente Fox y su esposa Martha Sahagún. (Foto: James Willamor) Fernando Bribiesca, hijo de Martha Sahagún.

Roberto Loyola.Ignacio Loyola. (Foto: Gustavo Benítez)

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Entretenimiento de bajo nivel para las masas

Hace aproximadamente 15 años, el profesor Marvin Harris publicó un libro por demás interesante titulado Teorías sobre la cultura en la era posmoderna. Cualquiera que se haya adentrado en los terrenos de la antropología sabrá lo problemático que es definir ese res-baloso concepto llamado “cultura”. Sería exa-gerado afirmar que existen tantas definiciones de cultura como antropólogos hay en el pla-neta, pero lo cierto es que dependiendo de las orientaciones epistemológicas que cada “gre-mio” tenga, será la forma en que se la defina.

Podemos recordar que no fue sino hasta finales del siglo XIX cuando el concepto de cultura comenzó a ser utilizado en un sentido antropológico, pues hasta entonces se seguía suponiendo que las diferencias entre los seres humanos podían explicarse gracias a la heren-cia biológica. Justo es decir que estas ideas no han desaparecido y que de hecho tienen vi-gencia en muchos círculos sociales y académi-cos: se sigue apelando a la raza para explicar la longevidad, el atractivo sexual, el tamaño del pene, el olor del cuerpo, las habilidades para el canto o el deporte, la inte-ligencia, entre otras características más. Muchos de nuestros pensa-mientos, en este y otros ámbitos, siguen siendo decimonónicos. Y aunque todo parece apuntar a que fue Edward B. Taylor quien utilizó por primera vez el concepto de cul-tura en un sentido antropológico, fue el gran antropólogo Franz Boas quien lo empleó para tratar de contrarrestar las versiones biológi-cas sobre las diferencias humanas. Atinadamente, Marvin Harris, ese brillante provocador del materialismo cultu-ral, señaló que “el único ingrediente fidedigno que contienen las definiciones antropológicas de la cultura es de tipo negativo: la cultura no es lo que se obtiene estudiando a Shakes-peare, escuchando música clásica o asistiendo a clases de historia del arte. Más allá de esa negación impera la confusión”.

Afirmar que alguien es “culto” porque lee a cualquier escritor de moda es una, digamos, aberración. Culto, en su acepción más gene-ral, quiere decir “dotado de cultura” (y, en ese sentido, todas las personas, por el simple he-cho de pertenecer a una sociedad, están dota-das de cultura, por lo tanto, no hay personas “incultas”). Aquellos que piensan que la cul-tura se mama en Bellas Artes, en los museos, en los conciertos de música de cámara o en la ópera también parecen estar despistados: la cultura es lo que se mama en la vida coti-diana. Es lo que moldea nuestro pensamiento

colectivo.Cuando sus versiones sobre la realidad no

alcanzan a explicar aquello que ocurre frente a sus narices, psicólogos, psicólogos sociales, sociólogos, comunicólogos, etcétera, argu-mentan que eso que presencian “es cultural”. Explicación que no expresa algo coherente. Y definiciones de cultura hay muchas. Están, sólo por mencionar las de fácil identificación, las descriptivas, las históricas, las normativas, las psicológicas, las estructurales y las genéti-cas. Y, vale la pena señalarlo, también existen conceptos de cultura, como el evolucionista, el histórico-particularista, el funcionalista y el estructuralista. Así que la próxima vez que escuche a alguien decir “es cultural”, podrá echarse a reír. Porque es cierto, tal y como lo decía el profesor Harris: “Una cultura es el modo socialmente aprendido de vida que se encuentra en las sociedades humanas y que abarca todos los aspectos de la vida social,

incluidos el pensamiento y el comportamien-to.”

No hay de otra: hablar de “entretenimiento culto” es un desacierto. Y aunque hablar de “entretenimiento de bajo nivel” supone que existe un “entretenimiento de alto nivel” (con la complicación de tener que señalar criterios para separarlos e identificarlos), sin temor a equivocarnos podemos decir que el entreteni-miento, en todo el mundo, es de “bajo nivel”. Su calidad es, digámoslo así, dudosa. Esto nos lleva a un hecho peculiar: el gusto generaliza-do y la calidad de los contenidos de las formas de entretenimiento no son lo mismo. Dicho de otro modo: lo primero no garantiza lo se-gundo. El hecho de que un libro, una canción o una película le guste a millones de personas no garantiza su calidad.

Así las cosas, el panorama en México no es demasiado alentador. De acuerdo con la UNESCO, nuestro país ocupa el penúltimo

lugar, de 108 países, en “hábitos de lectura”. Según este organismo internacional, cada mexicano lee 2.8 libros en promedio al año (lo cual es poco creíble). Las estadísticas loca-les arrojan otros datos: la Encuesta Nacional de Lectura (2006), realizada por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, dice que el 56.4% de los encuestados respondió que leía libros. El 32.5% reportó que “lee textos escolares”. El 19.7% reportó leer libros de “superación personal”. De ese 56.4% de per-sonas que dijeron “leer”, el 35.8% respondió que no sabía cuál era su libro favorito y el 7.9% respondió que “ninguno”. El 3.7% de los que sí leen, señalaron que su libro favorito era La Biblia. El libro titulado Juventud en éx-tasis está, como libro favorito, por encima de Don Quijote de la Mancha y Cien años de Sole-dad. Títulos como Cañitas, Volar sobre el pan-tano y El Código da Vinci también engalanan tan honorable lista. Y por si fuera poco, frente a la pregunta: “¿Cuál es su autor preferido?”, el 47.9% “no sabe”, el 15.2% “no contestó” y

el 9.1% aseguró que “ninguno”. De los autores que sí se mencionaron, el que encabezó la lista fue Carlos Cuauhtémoc Sánchez, seguido (en ese orden), de los distinguidos Ga-briel García Márquez, Miguel de Cervantes Saavedra y Octavio Paz. Y si cree ya haberlo “visto” todo, Carlos Trejo apareció por encima de Mario Benedetti, Pablo Neruda y Juan Rulfo. La cereza sobre el pastel la pusieron el 38.8% de los “lecto-res” que no recuerdan qué libro le-yeron. Leer sin saber quién escribió

lo que se lee no es poca cosa. Vivimos en un país donde el presidente en

turno escribe más libros de los que lee, como dice un colega; donde el chismorreo se ha profesionalizado bajo el título de “periodis-mo de espectáculos”; donde las “célebres nu-lidades” devienen personalidades afamadas; donde a los “dramas televisivos” se les llama “novelas” y donde cualquier persona que apa-rece en un “drama televisivo” se hace llamar “artista”; donde se ha consolidado, tristemen-te, un star system que pone en evidencia la ín-fima calidad del entretenimiento.

En una sociedad así, distinguir entre un buen escritor y uno pésimo, entre un buen actor y uno malísimo, entre una buena pelí-cula y un bodrio cinematográfico resulta muy difícil. En las sociedades poco informadas y poco instruidas el entretenimiento de bajo nivel ha devenido en una industria avasalla-dora.

Poco importa dónde se lee, lo trascendental es qué se lee. (Foto: drcorneilus)

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¿En verdad los peores rebosan de una apasionada intensidad?

Ahora, cuando aún nos hallamos en estado de shock tras la matanza en las oficinas del Char-lie Hebdo, es justo el momento adecuado para reunir el valor de pensar. Debemos, claro, con-denar inequívocamente los asesinatos como si se tratara de un ataque directo al corazón de nuestras libertades, y debemos hacerlo sin ocul-tar ningún tipo de advertencia (al estilo de: “Sin embargo, Charlie Hebdo estaba provocando y humillando demasiado a los musulmanes”). No obstante, este gesto de solidaridad universal resulta insuficiente: es necesario pensar las cosas más a fondo.

Este ejercicio del pensamiento no tiene nada que ver con la común relativización del crimen (el mantra que sostiene: “¿Quiénes somos no-sotros, en Occidente, perpetradores de terribles masacres en el Tercer Mundo, para condenar dichos actos?”). Mucho menos con el miedo patológico de muchos izquierdistas liberales de Occidente de ser hallados culpables de islamo-fobia. Para estos falsos izquierdistas cualquier crítica al Islam debe ser denunciada como una expresión de la islamofobia occidental. Salman Rushdie fue acusado de provocar innecesaria-mente a los musulmanes y, por lo tanto (por lo menos, parcialmente), hallado responsable de la fatwa que lo condenaba a muerte, etcétera. El resultado de esta postura es lo que uno puede esperar en tales casos: mientras los izquierdis-tas liberales de Occidente más se hunden en su culpa, más son acusados por los fundamentalis-tas musulmanes de ser unos hipócritas que sólo tratan de ocultar su odio contra el Islam. Esta situación reproduce perfectamente la paradoja del superego: mientras más obedezcas lo que el Otro te exige, más culpable eres. Es como si, mientras más se tolerara al Islam, más fuerte se volviera su presión sobre uno.

Es por eso que también encuentro insufi-cientes los llamados a la moderación como los que realiza Simon Jenkin (The Guardian, 7 de enero de 2015), quien afirma que nuestra tarea es la de “no exagerar, la de no sobre-publicitar las consecuencias. Se trata de comportarse ante cada evento como ante un transitorio accidente de horror”. Pero el ataque al Charlie Hebdo no fue simplemente un “transitorio accidente de horror”. Obedeció a una precisa agenda polí-tica y religiosa, y fue, claramente, parte de una lógica de más largo alcance. Por supuesto, no debemos exagerar, si por ello se entiende su-cumbir a una ciega islamofobia. No obstante,

debemos analizar esta lógica sin compasión al-guna.

Más que la demonización de los terroristas como heroicos suicidas fanáticos, es necesario desacreditar su mito demoníaco. Hace mucho tiempo, Friedrich Nietzsche percibió la manera en la que Occidente se encaminaba en direc-ción del Último Hombre, una criatura abúlica sin gran pasión ni compromiso. Incapaz de so-ñar, cansado de la vida, no toma riesgos y busca sólo el confort y la seguridad. Una expresión de la tolerancia mutua. “Un poco de veneno ahora y después: eso ayuda a tener sueños placenteros. Y mucho veneno al final para tener una muerte agradable. Tienen sus pequeños placeres para el día y sus pequeños placeres para la noche, pero cuidan su salud. ‘Hemos descubierto la felici-dad’, dicen los Últimos Hombres, y guiñan.”

Ciertamente, parecería que la división entre el permisivo Primer Mundo y la reacción fun-damentalista contra él, pasa, cada vez más, por la oposición entre llevar una vida satisfactoria, llena de bienestar material y cultural, y dedi-car la propia a una causa trascendente. ¿Acaso no es éste el mismo antagonismo entre lo que Nietzsche llamó nihilismo “pasivo” y nihilis-mo “activo”? Nosotros, en Occidente, somos los Últimos Hombres, inmersos en nuestros estúpidos placeres cotidianos, mientras que los radicales musulmanes están dispuestos a arries-garlo todo, comprometidos con su lucha hasta el extremo de la autodestrucción. “El segundo advenimiento” de William Butler Yeats parece retratar a la perfección nuestro predicamento presente: “Los mejores carecen de toda con-vicción, mientras que los peores rebosan de apasionada intensidad.” Ésta es una excelente descripción de la división actual entre los libe-rales anémicos y los apasionados fundamenta-listas. “Los mejores” ya no son capaces de un compromiso pleno, mientras que “los peores” se comprometen con su fanatismo racista, re-ligioso y sexista. Pero, ¿en verdad los terroristas fundamentalistas encajan con esta descripción? De lo que obviamente carecen es de una ca-racterística fácilmente discernible en todos los auténticos fundamentalistas, desde los budistas tibetanos hasta los amish en Estados Unidos: la ausencia de resentimiento y envidia, la profun-da indiferencia hacia el estilo de vida de los no-creyentes. Si los llamados fundamentalistas en verdad creyeran que han encontrado su propio camino hacia la verdad, ¿por qué tendrían que

sentirse amenazados por los no-creyentes?, ¿por qué tendrían que envidiarlos? Cuando un bu-dista encuentra a un hedonista occidental, difí-cilmente lo condena. Únicamente hace notar, de manera benévola, que la forma en la que el hedonista busca la felicidad se niega a sí misma. Ahora bien, en contraste con los verdaderos fundamentalistas, los terroristas pseudo-fun-damentalistas están profundamente molestos, intrigados y fascinados por la pecaminosa vida de los no-creyentes. Uno casi puede sentir que, en su lucha contra el otro pecaminoso, están luchando contra su propia tentación.

Es aquí donde el diagnóstico de Yeats se que-da corto frente al predicamento presente: la apasionada intensidad de los terroristas rinde testimonio contra su falta de verdadera convic-ción. ¿Qué tan frágil debe ser la creencia de un musulmán si se siente amenazado por una estú-pida caricatura publicada en un diario satírico semanal? El terror fundamentalista islámico no está basado, de parte de los terroristas, en la convicción de su superioridad y en el deseo de salvaguardar su identidad cultural y religiosa de la arremetida global de la civilización consu-mista. El problema con los fundamentalistas no es que los consideremos inferiores a nosotros, sino, más bien, que ellos mismos se consideran, secretamente, inferiores. Por ello es que nues-tra condescendiente y políticamente correcta certeza de que no sentimos ningún tipo de su-perioridad frente a ellos, sólo los pone más fu-riosos y alimenta su resentimiento. El problema no es la diferencia cultural (su esfuerzo por res-guardar su identidad), sino justo lo opuesto: el hecho de que los fundamentalistas son ya como nosotros, de que, secretamente, han internali-zado nuestros valores y se miden, ellos mismos, a partir de éstos. Paradójicamente, de lo que los fundamentalistas realmente carecen es de una dosis de verdadera convicción “racista” de su propia superioridad.

Las recientes vicisitudes del fundamentalismo musulmán confirman la vieja perspectiva de Walter Benjamin, según la cual “cada ascenso del fascismo da testimonio de una revolución fallida”. El ascenso del fascismo es el fracaso de la izquierda y, simultáneamente, una prueba de que allí hubo un potencial revolucionario, una insatisfacción revolucionaria, que la izquierda no fue capaz de movilizar. ¿Y, acaso, no vale exactamente lo mismo para el hoy llamado “islamo-fascismo”? ¿El ascenso del islamismo

radical no es exactamente correlativo a la des-aparición de la izquierda secular en las nacio-nes musulmanas? Cuando, en la primavera del 2009, los talibanes tomaron el control del valle de Swat, el New York Times informó que éstos dirigieron “una especie de sublevación que ex-plota las profundas fisuras existentes entre un pequeño grupo de terratenientes y sus ocupan-tes sin tierra”. Si, empero, al “sacar ventaja” de las malas condiciones de los agricultores, el Ta-libán está “generando alarma sobre los riesgos para Paquistán, el cual, en su mayoría, conti-núa siendo feudal”, ¿qué impide a los liberales demócratas en Paquistán, así como a Estados Unidos, “tomar ventaja” de estas malas condi-ciones y tratar de ayudar a los agricultores sin tierra? La triste implicación de este hecho es que las fuerzas feudales de Paquistán son las “aliadas naturales” de la democracia liberal.

Ahora bien, ¿qué pasa con los valores fun-damentales del liberalismo: libertad, igualdad, etcétera? La paradoja es que el liberalismo no es suficientemente fuerte como para salvarlos de la arremetida fundamentalista. El fundamenta-lismo es una reacción (falsa y mistificada, por supuesto) contra una imperfección real del li-beralismo, por lo cual es generado, una y otra vez, por el liberalismo. Dejado a sí mismo, el liberalismo terminará socavando sus bases. La única cosa que puede salvar sus valores funda-mentales es una izquierda renovada. Para que este legado esencial sobreviva, el liberalismo necesita de la ayuda fraternal de la izquierda radical. ÉSTE es el único modo de derrotar al fundamentalismo: barrer el piso bajo sus pies.

Pensar en relación a los asesinatos de París significa abandonar la petulante autosatisfac-ción propia del liberal permisivo y aceptar que el conflicto entre la permisividad liberal y el fundamentalismo es, en última instancia, un falso conflicto, esto es, un círculo vicioso en-tre dos polos que se generan y se presuponen uno al otro. Lo que ya Max Horkheimer había dicho acerca del fascismo y del capitalismo en los años treinta del siglo veinte (“aquellos que no quieran hablar críticamente sobre el capita-lismo deberían también guardar silencio sobre el fascismo”), debería ser aplicado, igualmente, al fundamentalismo de nuestros días: aquellos que no quieran hablar críticamente sobre la democracia liberal, deberían también guardar silencio sobre el fundamentalismo religioso.

© NewStatesman

lugar, de 108 países, en “hábitos de lectura”. Según este organismo internacional, cada mexicano lee 2.8 libros en promedio al año (lo cual es poco creíble). Las estadísticas loca-les arrojan otros datos: la Encuesta Nacional de Lectura (2006), realizada por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, dice que el 56.4% de los encuestados respondió que leía libros. El 32.5% reportó que “lee textos escolares”. El 19.7% reportó leer libros de “superación personal”. De ese 56.4% de per-sonas que dijeron “leer”, el 35.8% respondió que no sabía cuál era su libro favorito y el 7.9% respondió que “ninguno”. El 3.7% de los que sí leen, señalaron que su libro favorito era La Biblia. El libro titulado Juventud en éx-tasis está, como libro favorito, por encima de Don Quijote de la Mancha y Cien años de Sole-dad. Títulos como Cañitas, Volar sobre el pan-tano y El Código da Vinci también engalanan tan honorable lista. Y por si fuera poco, frente a la pregunta: “¿Cuál es su autor preferido?”, el 47.9% “no sabe”, el 15.2% “no contestó” y

el 9.1% aseguró que “ninguno”. De los autores que sí se mencionaron, el que encabezó la lista fue Carlos Cuauhtémoc Sánchez, seguido (en ese orden), de los distinguidos Ga-briel García Márquez, Miguel de Cervantes Saavedra y Octavio Paz. Y si cree ya haberlo “visto” todo, Carlos Trejo apareció por encima de Mario Benedetti, Pablo Neruda y Juan Rulfo. La cereza sobre el pastel la pusieron el 38.8% de los “lecto-res” que no recuerdan qué libro le-yeron. Leer sin saber quién escribió

lo que se lee no es poca cosa. Vivimos en un país donde el presidente en

turno escribe más libros de los que lee, como dice un colega; donde el chismorreo se ha profesionalizado bajo el título de “periodis-mo de espectáculos”; donde las “célebres nu-lidades” devienen personalidades afamadas; donde a los “dramas televisivos” se les llama “novelas” y donde cualquier persona que apa-rece en un “drama televisivo” se hace llamar “artista”; donde se ha consolidado, tristemen-te, un star system que pone en evidencia la ín-fima calidad del entretenimiento.

En una sociedad así, distinguir entre un buen escritor y uno pésimo, entre un buen actor y uno malísimo, entre una buena pelí-cula y un bodrio cinematográfico resulta muy difícil. En las sociedades poco informadas y poco instruidas el entretenimiento de bajo nivel ha devenido en una industria avasalla-dora.

Sobre la masacre en el Charlie Hebdo

Slavoj Žižek (Liubliana, Eslovenia, 21 de marzo de 1949) es uno de los filósofos e intelectuales más importantes y reconocidos de nuestro tiempo. Abrevando de distintas fuentes del pensamiento occidental (principalmente de las escuelas de Hegel, Marx, Heide-gger y Lacan), Žižek ha logrado construir una obra vasta y compleja centrada en la crítica a la ideología y en la reivindicación de una postura intelectual y política de izquierda anticapitalista, frente a la perspectiva posmoderna, la cual sostiene que vivimos en un mundo “postideológico” en el que ya no es posible pensar en un cambio revolucionario de la sociedad. Contra esta postura, Žižek ha escrito libros de una importancia decisiva: El sublime objeto de la ideología (1989), El espinoso sujeto (1999), El frágil absoluto (2000), Visión de paralaje (2006), Viviendo al final de los tiempos (2010), entre muchos otros. En esta ocasión, EL PRESENTE ofre-ce a sus lectores la traducción de un artículo del filósofo esloveno que reflexiona, de manera original y sugerente, sobre los terribles

acontecimientos de París, en enero pasado.

(traducción: Carlos Herrera de la Fuente)

Slavoj Žižek

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Ese día, el 7 de enero de 2015, el caricaturista Renal Luzier, mejor conocido como Luz, celebraba su cumpleaños. Sabía muy bien que debía encontrarse antes del mediodía con sus colegas en la redac-ción de Charlie Hebdo, pero decidió otorgarse una licencia: llegaría tarde a la reunión para festejar, en compañía de su esposa, sus 43 años. Jamás imaginó que la demora le salvaría la vida. A las 11:30 de la mañana, los hermanos Chérif y Saïd Kouachi ingresaban al número 10 de la calle Nicolas-Appert, sede del semanario satírico Charlie Hebdo, en el corazón de París, para asesinar a cualquier persona que encontraran a su paso, entre ellas los caricaturistas

Cabu, Charb, Honoré, Tignous y Wolinski.

Hernández, Pancho, Rius y Staino reflexionan sobre el oficio

“El caricaturista no es un juez, aun cuando a veces se sienta tentado a actuar como tal”

Si bien es cierto que desde su fundación, en 1970, la línea editorial de Charlie Hebdo fue la de romper tabús y, sobre todo, la de hacer peda-zos cualquier símbolo o fanatismo, la cruel iro-nía es que Luz, autor de una de las portadas que más ira desató entre los terroristas islámicos que planearon el atentado contra quienes hacían el semanario, pudo, por fortuna, salvar su vida. Quizás por eso durante los días que siguieron a la masacre, Luz no paró de dibujar, una y otra vez, miles de veces, esa figura que representaba a Mahoma y que los fanáticos islamistas habían usado de pretexto para justificar el incendio de las oficinas de Charlie Hebdo, en noviembre de 2011. Un primer aviso que, aunque grave, no permitió imaginar a nadie lo que vendría.

En la portada del número del semanario que siguió a la masacre terrorista, aparecido el 14 de enero de 2015, Luz revivió a aquel personaje por el que un grupo de fanáticos religiosos ha-bía quemado Charlie Hebdo. Si esa vez la repre-sentación del profeta advertía, con desenfadado humor: “100 latigazos a todo aquel que no se muera de risa”, en esta ocasión la misma figura sostenía un cartel que decía, como casi todo el mundo entonces, “Yo soy Charlie Hebdo”, y, por encima de ella, a ocho columnas, la frase: “Todo está perdonado.”

Bajo las terribles circunstancias, para muchos fue una reiterada e innecesaria ofensa al islam. Influyente diarios como The New York Times o Wall Street Journal se negaron a publicarla. Para Luz, esta portada no significó otra cosa que un perdón mutuo entre él y su personaje. Luz le perdonaba a esta caricatura que, en su nombre, hubieran sido asesinadas, en total, 17 perso-nas. A su vez, la caricatura [una representación de Mahoma, como ya dijimos] se disculpaba llorando al abrazar, en esas circunstancias tan duras, las causas del hebdomadario.

JUAN JOSÉ FLORES NAVA Pero mientras Luz ajustaba cuentas con su ca-ricatura —y luchaba por sobreponerse al inten-so dolor de haber perdido, de un golpe, a varios de sus colegas, a varios de sus amigos—, el mun-do iba fraguando varios absurdos: la edición que siguió al atentado tuvo un tiraje de… ¡más de siete millones de ejemplares!, lo que superó por mucho los habituales 45 mil impresos que, en promedio, Charlie Hebdo ponía a circular cada semana; 44 jefes de Estado y de gobierno mar-charon (luego se supo que apenas unos metros) por las calles de París el 11 de enero, como par-te de una manifestación de apoyo que reunió a más de un millón y medio de personas; la can-tidad de suscriptores de la publicación pasó de unos diez mil, a más de 220 mil en apenas un mes. El propio Luz lo reconoce, con tristeza y desconcierto, en una entrevista para Vice: “El dinero que ahora tenemos es absurdo; el núme-ro de lectores que tenemos es absurdo; el apoyo que tenemos es hermoso, pero igualmente ab-surdo... No sé cómo vamos a salir de este enor-me absurdo.”

La libertad de sátiraA toda esta sin razón, no queda más que tratar

de oponerle un momento de mesura, de pen-samiento, de reflexión. Y hacerlo convencidos de que hay que condenar de manera inequívoca los asesinatos —y, además, “sin ningún tipo de advertencia al estilo de: ‘Sin embargo, Charlie Hebdo estaba provocando y humillando dema-siado a los musulmanes’”, como apunta el filó-sofo esloveno Slavoj Žižek—, pero también con la certeza de que es muy importante, después de la tragedia, evaluar desde distintos ángulos los acontecimientos, a partir de preguntas como: ¿deben establecerse límites a libertad de expre-sión?; ¿el caricaturista tiene que asumir una res-ponsabilidad política y social sobre lo que publi-ca?; ¿de qué manera se puede distinguir cuando una caricatura es valiente por lo que se atreve a ilustrar o estúpida por expresar una ofensa gra-tuita?; ¿hasta dónde una publicación de masas, por más satírica y anarquista que se considere, puede seguirse llamando irresponsable y pre-tender que su trabajo es sólo humorístico, inca-paz de alterar los acontecimiento mundanos u ofender a otros?; ¿son, como se ha dicho, Charb (Stéphane Charbonnier), Tignous (Bernard Verlhac), [Philippe] Honoré, Cabu (Jean Ca-but) y [Georges] Wolinski, una leyenda, héroes de la libertad de expresión?

El gran maestro italiano de la caricatura Sergio Staino (1940), dice a EL PRESENTE, dándole de manera fina y atinada la vuelta a la primera pregunta, que no tiene sentido hablar de liber-tad de sátira, pues, afirma, la sátira es una de las tantas formas con las cuales el espíritu huma-no transmite conceptos, opiniones, emociones, sentimientos y otras cosas a sus semejantes. Y revira: ¿acaso alguien podría establecer cuáles son los límites de la literatura? ¿O cuáles son los límites del cine? ¿O de la poesía? ¿O de la pintu-ra en acuarela? Sería claramente, concluye, una

tontería.Aunque casado con una

peruana y, por lo tanto, nada ajeno al español, Stai-no prefiere respondernos en su lengua materna, el italia-no. Con ello asegura mayor precisión en lo dicho. De tal suerte que, para hacer lo mismo, y ante lo afilado del tema, quien generosa-mente traduce lo expresado por Staino es el profesor e investigador de la Facultad de Lenguas y Letras de la Universidad Autónoma de Querétaro, Jaime Magos

Guerrero. Aclarado este punto, continúa Staino:—Existen, en vez de la libertad de sátira, los

límites impuestos por los medios de comunica-ción en los cuales la sátira se ejerce. Por ejem-plo, El Observador Romano, órgano del Estado Vaticano, establece de hecho límites a la sátira que son casi insuperables. Mientras que la revis-ta semanal francesa Charlie Hebdo, como tantos otros medios exquisitamente satíricos, normal-mente no pone ningún límite a su sátira. Entre estos dos extremos se pueden encontrar una in-finidad de variantes.

Para [José] Hernández (1965), caricaturis-tas del diario La Jornada, y quien después de los maestros Naranjo y Helioflores es quizás el monero en activo más fino e inteligente de la prensa mexicana, la libertad de expresión (en un mundo ideal) no debería tener límites, pero, reconoce, en los hechos los tiene, aunque estos límites dependen de muchas circunstancias. Eso sí: en todo caso, la labor del caricaturista no es marcar tales límites; “al contrario, es hacer todo lo posible por ensancharlos”.

Uno de sus mentores, así como de tantos otros caricaturistas en México, el maestro Eduardo del Río, Rius (1934), dice en cambio que sí tie-ne que haber límites a la libertad de expresión, pero que esos límites se los pone el mismo ca-ricaturista. Es una especie de autocensura en la que hay que cuidar, sobre todo, el medio en el que se está trabajando. Pues a veces por publi-car un cartón que puede parecer muy valiente, los gobiernos terminan por cerrar el medio o, peor aún, se pone en riesgo la integridad física de otras personas.

—Ojo, esto no quiere decir que los de Char-lie Hebdo se buscaron lo que les pasó —dice Rius—; llevé muy buena amistad con Wolinski y con Cabu, pero no sé si fueron muy valientes o muy inconscientes en lo que hacían.

—Usted ha publicado varios libros criticando a la jerarquía católica y puesto en su lugar algu-nos de los engaños de la iglesia. ¿Alguna vez fue atacado por ello?

—No, nunca me ha pasado nada por escribir contra la iglesia. Cuando sí me fue mal fue una ocasión en que critiqué al ejército y a la presi-dencia en tiempos de [Gustavo] Díaz Ordaz, me valió un secuestro y una amenaza de muer-te. En el aspecto religioso no he tenido proble-mas porque lo que he escrito es verdad. Y eso lo saben los jerarcas de la iglesia. Por eso no se atreven a echarme nada en cara. Yo pensé que con el libro sobre la virgen de Guadalupe me quemarían vivo en la Plaza Mariana, pero no. Porque saben que tengo razón.

Caricaturista, dibujo de Pancho aparecido en las páginas del semanario francés L’Express.

Charlie Hebdo, cartón de Hernández publicado en La Jornada.

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El contexto mexicano

Nada justifica los asesinatosPancho, a pesar de su apelativo, no es mexicano. Y aunque tiene, de familia, algo de venezola-no (nació en Caracas en 1944) y de uruguayo, Francisco Graells, Pancho, es francés desde hace 23 años, casi los mismos años (22) que duró pu-blicando a diario una caricatura en Le Monde. Desde hace tres décadas aparece semanalmente una caricatura suya en el Canard Enchaîné [la competencia, por decirlo de un modo muy sim-ple, de Charlie Hebdo]. También colabora en el New York Review of of Books. Incluso cuando aún vivía en Caracas, hace ya varios ayeres, tra-bajó para Proceso. Pancho conocía bien a todos los caricaturistas asesinados de Charlie Hebdo. Era, en especial, amigo de Cabu y Honoré. Por eso, aunque reconoce no haber sido nunca un lector asiduo de Charlie Hebdo, está seguro de que no puede atribuírsele a ninguno de los ha-cedores del semanario la intención de provocar o humillar a los musulmanes.

—Charlie Hebdo atacaba a todas las religiones sin distinción —nos dice Pancho desde París—. Atacaba el hecho de que cualquier religión pre-tendiera imponer sus valores, sus costumbres, sus tabús, al resto de la sociedad. El islam de Francia lo ha intentado durante los últimos 15 años y, más recientemente, también la iglesia ca-tólica lo ha intentado oponiéndose al matrimo-nio homosexual y atacando la ley que autoriza el aborto.

Todos estos temas que menciona Pancho, como tantos otros, son, de suyo, complejos, po-lémicos; confrontan las posturas y las creencias de amplios grupos sociales. Cuando el carica-turista los aborda, y publica el resultado de su mirada sobre el asunto, debe saber que implica una responsabilidad política y social. En especial cuando la sátira es de tipo político.

—Hay una total identificación entre las opi-niones políticas que emergen de mi sátira, aun en forma irónica o de broma, y mis opiniones políticas —dice Staino—. De ahí que asumo toda la responsabilidad por lo que publico.

Para Pancho no hay duda: el caricaturista, al igual que todo aquel que se expresa pública-mente, debe asumir su responsabilidad. Pero, insiste, para que no se malinterpreten sus pala-bras, que absolutamente nada, eso sí, puede ni podrá justificar el asesinato como respuesta:

—Mi responsabilidad como caricaturista, al publicar un cartón, es la de ser lo más justo posi-ble. Sobre todo sabiendo que un caricaturista no es un juez, aun cuando a veces se sienta tentado a actuar como tal. Nuestra responsabilidad es la de asumir las consecuencias de lo que hacemos y cómo lo hacemos. Como cuando se conduce un automóvil.

En este sentido, Hernández ha procurado moverse bajo ciertas reglas éticas para realizar su trabajo. Desde que empezó a hacer cartón polí-tico, hace ya 20 años, se impuso tres reglas: no meterse en la vida privada de los personajes pú-blicos (a menos que ellos la hagan pública), no

mentir en ninguna de sus caricaturas (es decir, reali-zar su trabajo basándose en información bien susten-tada) y, sobre todo, nunca burlarse de las víctimas, así como nunca insultar a sus lectores.

Y Rius no tiene duda:—Hay que asumir que

toda forma de expresión implica un compromiso y una responsabilidad con lo que se expresa. El caricatu-rista debe estar consciente de que hay que respetar un poco al que no comulga con nuestras ideas. Eso es lo esencial para toda convi-vencia humana. Si no hay

tolerancia hacia la gente que no piensa como nosotros, algo está fallando.

Staino, como caricaturista, tiene una respon-sabilidad que no elude: la de mantener siempre separadas sus simpatías políticas personales. Es decir, y expresado con más nitidez, no ser hi-pócrita: si hay algo que criticar porque es tonto o injusto, se tiene que criticar aunque esa situa-ción forme parte de su línea de simpatía polí-tica.

Publicación destructora de símbolosCharlie Hebdo navegó siempre, desde su funda-ción en 1970, y, sobre todo, una vez que empe-zó a publicarse sin falta semana a semana a par-tir de 1982, con la bandera que la identificaba como una publicación provocadora y defensora de la libertad de expresión, como una publi-cación crítica y destructora de símbolos. Hoy, como lo ha reconocido el propio Luz, Charlie Hebdo es un símbolo.

Pero como la publicación misma lo hiciera con tantos temas, el símbolo Charlie Hebdo puede ser objeto de crítica. La periodista Diana Johnstone recordaba, en un texto publicado en inglés en Counterpunch el mismo día de los ata-ques contra el semanario, que en 2002, Philippe Val, quien en esos tiempos era jefe de redacción de Charlie Hebdo, denunció a Noam Chomsky por su postura antiestadounidense y su excesi-va crítica a Israel y a los medios de comunica-ción masiva. “En 2008 —afirma Johnstone en su texto [traducido al español por la periodista Malú Huacuja del Toro]—, Siné, otro famoso caricaturista de Charlie Hebdo, escribió una bre-ve nota citando algo que había aparecido en las noticias respecto al hijo del presidente Sarkozy, que se iba a convertir al judaísmo para casarse con la heredera de una próspera cadena abas-tecedora de productos. Siné añadió el comen-tario de que ‘Llegará lejos este chavo’. Por ello, Siné fue despedido por Philippe Val, arguyendo ‘antisemitismo’. Siné rápidamente fundó un periódico rival [Siné Hebdo] que les robó una buena cantidad de lectores a Charlie Hebdo, pues la mayoría estaban asqueados por su doble moral.” Para Sergio Staino, esto no es sino parte de la debilidad del alma humana y de las con-tradicciones de cada uno de nosotros y, así, del debate político en curso.

—Sin entrar en detalles de los ejemplos que men-cionas —dice ahora Pan-cho—, no creo que el cari-caturista pueda reclamar un estatuto de inmunidad-im-punidad. Puede ser atacado y puede defenderse. En un Estado de derecho, como Francia, tal cosa ocurre y puede pasar por los tribu-nales de justicia. Lo into-lerable es que la respuesta a

la actividad del caricaturista sea la amenaza y/o el asesinato, como en el caso de Charlie Hebdo.

—¿Cómo distinguir cuando una caricatura es valiente por lo que se atreve a ilustrar o estúpida por expresar una ofensa gratuita?

—Una caricatura estúpida no merece ser pu-blicada —dice Pancho—. Para ser valiente tiene que ser también acertada y pertinente. La estú-pida podrá ser a lo sumo temeraria, pero eso no la hará valiente.

—Cuando una caricatura hace reír, segura-mente es válida —dice, por su parte, Staino—. Cuando no hace reír, pero ayuda a ver de ma-nera diferente la realidad, es igualmente válida. Cuando parece que no tiene sentido o que es injusta, no es válida. Lo importante, como tal vez ya dije, es que el trabajo del satírico sea sin-cero y brote de su corazón, de su indignación, de su entusiasmo, de su visión del mundo. Los adjetivos luego se los asignarán los otros.

“Yo soy Charlie”La respuesta que siguió a los asesinatos por parte de quienes siguen haciendo Charlie Heb-do, como ya se dijo al principio, fue la de pu-blicar una caricatura que representa a Maho-ma llorando y sosteniendo un cartel que hace eco de la consigna que se extendió por todo el mundo: “Yo soy Charlie Hebdo.”

Aun sin saber con exactitud de dónde surgió el eslogan de “Yo soy Charlie...”, Pancho dice que probablemente hace referencia, en el in-consciente colectivo francés, a la frase pronun-ciada por Kennedy en Berlín, en 1962: “Ich bin ein Berliner” [“Soy berlinés”]. Se trata, pues, de una expresión de solidaridad, no de identificación. Mucha de la gente que la asu-mió y proclamó no había jamás leído Charlie Hebdo. Lo que estaba expresando era el repu-dio visceral a lo sucedido. Es decir, que frente a la barbarie, esa gente se colocaba del lado del semanario y de la defensa de la libertad de ex-presión.

—¿Los caricaturistas asesinados son enton-ces, como se ha dicho, héroes de la libertad de expresión, una leyenda?

—Lo que ocurrió no fue un atentado a la libertad de expresión —responde Rius—, fue la actuación de unos fanáticos religiosos. La li-bertad de expresión la coartan los gobernantes, las autoridades, pero no grupos de fanáticos. No veo todo esto como un atentado a la li-bertad de expresión, sino como una salvajada.

—Los primeros en no querer ser una leyenda eran ellos —dice Staino—. Fui muy amigo de Wolinski y sé de cierto que la última cosa que él hubiera querido es convertirse en un héroe o en un ejemplo. Son víctimas. Víctimas de la intolerancia y del oscurantismo religioso.

Hernández coincide con ellos:—No creo que sean héroes de la libertad de

expresión. Ni creo que ellos hayan, en algún momento, tratado de actuar con heroicidad. Mucho menos creo que ése sea el papel de un caricaturista. Fueron víctimas de un funda-mentalismo idiota, de un absurdo criminal; absurdo que, por otra parte, es consustancial no sólo al islam, sino a todas las religiones.

No lo duda un instante: el maestro Agustín Sánchez —historiador y estudioso de la carica-tura en México— dice que, en nuestro país, los mejores caricaturistas vivieron en el siglo XIX. El más grande de todos ellos se llamó Santia-go Hernández. No ha habido desde entonces, sostiene, alguien que estética, política o inte-lectualmente supere el trabajo de Hernández. Y eso que hoy mismo están en activo artistas del humor gráfico como Naranjo, Helioflores, Rius, Magú y [José] Hernández.

Autor de obras como Historia de la caricatu-ra en México —que escribió junto con Esther Acevedo Valdés—, Gabriel Vargas y Posada: fantasías, calaveras y vida cotidiana (libro-catálogo de la exposición que con el mismo nombre fue montada el año pasado en varias ciudades de España), Agustín Sánchez perfila, a grandes rasgos, la condición de la caricatura y de los caricaturistas en México.

Un caricaturista es también un artista. Y el arte no debe tener limitaciones. Lo que sí debe tener es responsabilidad. El caricaturista debe saber que no puede insultar, que no puede denigrar, que no puede calumniar. El humor, como todo en la vida, debe tener civilidad. No está de más recordar la frase de Benito Juárez: “El respeto al derecho ajeno es la paz.”

El otro día Denisse Dresser decía que empie-za sus conferencias diciendo: “Soy antipriista.” Eso es como la actriz de Televisa que se encue-ra: ya no importa si sabe actuar o no. En una caricatura sucede lo mismo: cuando empiezas a insultar, ya te ganaste a la gente. Porque la gente quiere ver sangre, como en la lucha libre. Esa caricatura no sirve porque no crea con-ciencia. No tiene mayor impacto más que para lo cutre, para lo burdo, para la risa fácil. La buena caricatura te debe generar un momento de risa, sí, pero también de reflexión.

La sociedad mexicana, con relación al hu-mor, tiene un problema: se ríe de todo, y ahí se queda. Pero hay que ir más allá de la risa. No basta con que te rías porque alguien se cayó en un hoyo, sino que eso debe provocar una reflexión que lleve a exigir que se tape ese hoyo para que no vuelva a suceder. El humor es tan serio, tan impactante, con tanta fuerza, que sólo debería de ser tomado así: muy en serio y de manera muy objetiva y profesional.

Lo ocurrido a Charlie Hebdo fue tan grave como el 11 de septiembre en Nueva York. Así, la publicación se convirtió en símbolo de la libertad de expresión, pero también de una lucha ideológica que se está gestando a gran-des niveles. Creo que se fueron con la finta de que nadie los pelaba. Para los niveles de lec-tura de Francia, tenían poco tiraje. Vuelvo al asunto de la responsabilidad: a veces uno no mide la responsabilidad porque cree que no lo están leyendo. Además de que poco se valo-ra el impacto de la caricatura. Así que nunca pensaron que había un sector muy radical real-mente molesto con lo que hacían que planeaba acabarlos.

El trabajo de los caricaturistas es muy impor-tante porque son una suerte de conciencia de la sociedad. Y es todavía más importante en un país como el nuestro donde el analfabetis-mo alcanza niveles escandalosos, pues la gente puede comprender e identificarse más fácil-mente con la imagen que con un texto. (JJFN)

Caricatura de Sergio Staino para las páginas de la revista italiana L’Espresso.

Cartón de Rius tomado del sitio web: rius.com.mx.

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“Todas la personas tenemos algo feo” La belleza, el carnaval y el prototipoArturo El Tamalito Ramos, la antítesis de la belleza en el jolgorio Estefany Verdugo, reina de la alegría del Carnaval de Ensenada

A simple vista, Arturo El Tamalito Ramos no tenía rival en la contienda. Mientras sus adversarios parecían mecánicos o burócratas o papirrines, él lucía como todo un sultán: alto, delgado, moreno, de bigote y brillantes alhajas colgándole del cuello hasta la mitad del pecho, con una túnica negra acharolada de abultadas mangas con detalles rojos y do-rados. Remataba su atuendo con un gorro del que brotaba una enorme pluma oscura. Son-reía. Bailaba. Y estaba rodeado por las danzas de una comparsa de mujeres jóvenes, alegres, y una dama disfrazada de tamal. Sí, cualida-des había, podría pensar cualquiera. ¿Cómo dudar entonces que el trono del Rey Feo no estuviera esperándolo al final del camino? Sin embargo, ya se sabe, las apariencias engañan. Hoy esa corona da brillo a otra mollera.

Y no sólo eso: de entre cuatro candidatos que aspiraban al cetro de rey feo, El Tamalito quedó en último lugar. ¿Qué se necesita para perder tan honorable distinción de esa forma?

—Pues ser guapo —dice El Tamalito de un jalón soltando una carcajada.

Pero muy pronto se da cuenta de que esta chanza no le sirve para explicar su derrota. Y agrega:

—Uno como hombre no se siente feo. Aun-que todos tengamos, como personas, algo feo. Lo feo-feo es que no ganamos. Hubo poco tiempo para prepararnos para las votaciones. Los muchachos que quedaron en primero y segundo lugar tuvieron buen padrino.

El Tamalito, en cambio, fue abandonado a su suerte por muchos de quienes le prometie-ron apoyos, incluso por muchos de quienes lo

Estefany tiene tatuado en su espalda, entre uno y otro omóplato, la cabeza de un hermoso león. Atribuyéndole valores humanos, el león parece melancólico, reflexivo, pero impasible y decidido. Estefany dice que lo puso ahí porque le gustan mucho los leones, lo que representan, su fuerza, esa manera de actuar meticulosa, no impulsiva:

—Es un animal muy espiritual; además, me encanta físicamente.

El león llegó ahí hace tres años. Estefany se encontraba en una etapa de profunda incerti-dumbre en su vida, cayendo y levantando, dice. Hoy, con apenas 20 años de edad, Estefany ya no es arrastrada tan fácil por los azares de la vida. Sí, la existencia la sigue zarandeando [¿a quién no?], pero ya ha aprendido a reponerse más rápido.

Aquí, en la esquinita superior oeste del país, en Ensenada, Baja California, el carnaval de la ciudad no tiene las exube-rancias, la exhibición de piel, ni la riqueza musical del de Brasil.

Tampoco la teatralidad, los lujosos y creativos atuendos y máscaras o el brillo intelectual, histórico y artístico del carna-val que ahora mismo se realiza en Venecia. Incluso se echa de menos la ausencia de prejuicios, la cercanía con lo tradicional mexicano y, sobre todo, la cachondez, la picardía y el relajo del de Veracruz. Pero como en todos ellos, en el Carnaval de

Ensenada la gente (sus hacedores, sus par-ticipantes, el público) es la que le da vida, la que lo sostiene, aunque con tanta fre-cuencia lo olviden autoridades y patroci-nadores. Dedicado esta edición¬ —entre el 12 y el 17 de febrero— a las “Historias y leyendas de Hollywood”, el Carnaval de Ensenada lucha por recuperar el relum-brón regional que otrora tuvo. Un hombre que quiso ser rey feo, y una bella mujer que será princesa, nos cuentan sus expe-riencias desde los interiores de este convite que está por cumplir, en 2018, cien años. (Juan José Flores Nava)

En los interiores de un norteño carnaval playero

impulsaron a tomar la candidatura, entre ellos uno que otro familiar.

—Contaba con ellos y a la hora de la hora no me echaron la mano. Ya ve lo que le dicen a uno los abuelos: “Que esto te sirva para que cuentes los amigos que tienes.”

Pero el mundo contemporáneo es así; al me-nos es así en México: muy pocas veces gana el mejor, el más apto, el más preparado, el más capaz, el que tiene las mejores propuestas o las mejores ideas. El dinero, los contactos, las influencias, los apoyos pesan mucho hasta en asuntos —en apariencia— tan banales como llegar a ser el rey feo de un carnaval.

Al Tamalito le ganó un joven empresario liga-do al negocio de las competencias de autos Off-Road apodado El Güino, gracias a sus 61 mil 903 votos, que significan también 61 mil 903 pesos, y una estruendosa porra que lo acompa-ñó siempre. Apenas 58 votos abajo (o pesos) quedó El Estopón, un jugador de beisbol de Los Caguamos de Camalú. El tercer lugar fue

para El Tremendo, un hombre rollizo —sim-pático y sonriente— dueño de un negocio para vestir a novias y quinceañeras. En últi-mo lugar quedó El Tamalito, quien posee una carreta de tamales y un negocio de prótesis dentales.

—La colonia Popular, a la que representé en la candidatura, cumple 40 años partici-pando en el carnaval. Yo cumplo 30 años de participación. Eso sí, nunca como candidato. Cierro ese ciclo de 40 años de la popular y 30 míos en el carnaval con esto.

La carreta de tamales de Arturo El Tamali-to Ramos es conocido como “la del paraguas rosa”. Se ubica a unas diez calles de la princi-pal avenida de Ensenada, la Reforma, hacia el oriente, sobre la avenida Cortés. Esta tarde tiene tamales de salsas verde y roja. También

de piña. Hay champurrado. Cada tamal lo sirve con frijoles y sopa de coditos con crema. Una propuesta original que, dice, muchos le han copiado. También para el cargo de rey feo tenía propuestas.

—Si yo hubiera sido rey feo —dice—, hu-biera ocupado esa oportunidad para hacer labor social en la comunidad. Hasta hoy, que yo sepa, nunca un rey feo lo ha hecho. Si ya juntó dinero para ganar la candidatura, ¿por qué no hace lo mismo para invitar a desa-yunar un día a niños vulnerables al parque o para repartir despensas en una comunidad que lo necesite? La mayoría de la gente espera del rey feo diversión, alegría, desmadre. Y el que gana dice: “Ya soy rey, yo gané, y voy a echar desmadre.” Ni siquiera se bajan del ca-rro alegórico para convivir con la gente. Pero si ya quedaste como rey, pues aprovechas y te llevas a la corte a trabajar contigo en favor de la comunidad. Bueno, así pienso yo, que tengo como 15 años apadrinando niños. Y les doy seguimiento: ahorita tengo una ahijada estudiando la universidad, tres más estudian-do prepa, y cuatro en secundaria. Les ayudo con artículos escolares, uniformes, ropa, za-patos, despensas para sus familias y convivo con ellos. Los días que descanso aquí, les llevo algo que comer: una pizza o un pollo o una comida china o un pedazo de carne y la asa-mos en su casa...

Un auto pasa al lado del puesto del Tamali-to y baja la velocidad. La charla se interrumpe cuando el conductor agita una mano y grita: “¡Adiós, rey!”

—¡¿Rey?! —le pregunto extrañado al Tamalito.—Ja-ja... Sí, no pude ser rey feo, pero des-

de hace como 23 años soy el rey del tamal. (JJFN)

Para ser más claros: el 31 de enero de 2015 Estefany Verdugo Beltrán perdió, ante Lizeth Iribe, la posibilidad de ser reina del Carnaval de Ensenada. En cuanto lo anunciaron, se vapo-rizó. No quería saber nada. No quería ver a nadie. No quería hablar de nada ni con nadie. Estaba en blanco. Sólo pensaba en irse a casa y tirarse a dor-mir. Todo un día estuvo en cama preguntándose qué había hecho mal, dónde estaba el error des-pués de haber trabajado tan duro. Fue muy difícil. Pero la crisis, esta vez, le duró apenas un día.

—Ahora veo todo muy diferente al día en que sucedió —dice Estefany con calma y un anima-do fulgor en los ojos—. Aún tengo un lugar en el carnaval: soy la princesa, fui nombrada la rei-na de la alegría y se me trata igual que a la reina del carnaval.

Entre los requisitos que los organizadores del carnaval exigen a las aspirantes a la corona, están el de poseer una estatura mínima de 1.60 me-tros (sin zapatos), gozar de buena salud y poseer belleza de rostro y cuerpo. Estefany cumple con todos. En especial el de la estatura, que ha de rebasar con unos 15 centímetros. Pero ella pone además sus propios estándares:

—De una reina del carnaval espero no nada más belleza. Me gustaría que tuviera sencillez, humildad, que interactuara con las personas, que no menospreciara a nadie, que no fuera una persona hueca. Porque la belleza no lo es todo. Sí, te da imagen, pero no eres nada si no tienes nada en la cabeza, si no te gusta convivir, si no te gusta aprender, si ofendes a la gente, si te crees más simplemente por el hecho de estar bella.

—¿Cuándo notaste y asumiste que eres una mujer bella?

—Ja-ja. Yo era muy tímida, callada... no me gustaba ni que me tomaran fotografías. Pero un día unas personas se acercaron a mí para invitar-

me a participar en un certamen de belleza. Ahí fue cuando empecé a decirme: “Bueno, por algo me están invitando.” Lo consulté con mi mamá, con mis amigos, y todos dijeron que sí, que ade-lante. Fue cuando me di cuenta que mucha gente me decía: “Ay, estás bien bonita.” Entonces me la empecé a creer.

Estefany ha participado ya en un par de con-cursos de belleza. Y ha aprendido muy bien su dinámica. Quizás demasiado bien porque parece ponerla en marcha de memoria cuando está en el escenario. En este momento, mientras platica y bebe un te chai con vainilla, tiene una expresión relajada, dulce, sincera. Sonríe mucho. Nada que ver con aquella mujer que actuó durante la elec-ción de la reina del carnaval: de poses, contraída, atada a un esquema, abandonada por la sinceri-dad que hoy muestra en cada una de sus palabras.

—Con relación a la belleza física, ¿cómo es la sociedad con las mujeres? —le pregunto.

—Muy cruel. Nunca eres suficiente. A ella [a Lizeth, la reina del carnaval] le hicieron comenta-rios horribles en las redes sociales. ¡Mujeres agre-diendo mujeres! En lugar de buscar cualidades, la gente te juzga porque no eres delgada, no tienes tales formas, tienes los dientes feos... No se vale. Es fea la situación.

— ¿Qué es lo que buscan, en general, los hom-bres en las mujeres?

—Un físico. Sí, el físico. Todo llega a lo mismo. No me gusta pensar así, pero es lo que la sociedad me ha dejado. Yo misma he llegado a ser muy dura conmigo y decirme: “Tienes que adelgazar, tienes que hacer esto porque es lo que le gusta a la gente, sobre todo a los hombres.” Ahora está de moda el trasero. ¡Ay, no! Si no está abultado, no

vales mucho. Y yo no encajo en el prototipo de belleza que quiere la gente porque, por ejemplo, estoy muy grandota. Sí, estoy grandota. Y eso me deprimía mucho. En el primer certamen de be-lleza que participé sé que no gané porque estaba más gordita. Aunque mi expresión haya sido la mejor, también el baile, no cumplía con el pro-totipo. Lo que hace Estefany es trabajar más cada día: en su cuerpo, en su imagen, pero también en su mente. Ha optado por aprender psicología. Dice que quiere graduarse como psicóloga clínica y, con el apoyo de empresas, dar pláticas motiva-cionales:

—Me gusta mucho ayudar, me gusta ver felices a las personas. Y creo que puedo convencerlas de que es posible hacer todo lo que nos proponemos. Ya ves, yo era muy tímida, y si decidí participar en un concurso de belleza o como candidata a reina del carnaval fue por ver hasta dónde llegaba, qué descubría, a quién conocía... Así que quiero cre-cer, quiero ver qué hay para mí en la vida. (JJFN)

Estefany Verdugo Beltrán. (Foto: Lauro Acevedo)

Arturo El Tamalito Ramos

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Estefany Verdugo, reina de la alegría del Carnaval de Ensenada

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125 años de la hazaña de Nellie Bly

apuntes sobre LA SOCIEDAD mundana

SYRIZA en el poder

Un paso más hacia la izquierda

Primer acto (rulfiano): “Vine a Manhattan porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal José Murat.”

Tal vez esté todavía fresca en la memoria de algunos mexicanos aquella imagen que el PRI trató de vender a los electores en los aciagos días de 1994, según la cual su entonces candidato a la presidencia de la república, Ernesto Zedillo, no era más que un hombre sencillo y honesto que, gracias a su esfuerzo, había superado sus orí-genes humildes y, sin perder nunca de vista sus objetivos, había alcanzado la cima de las aspiraciones políticas de todo mexicano: ser candidato del PRI a la presidencia. Esta imagen fue inmortalizada irónicamente por Naran-jo en un cartón de la época publicado en Proceso. En él se veía al joven y sonriente candidato en la banca de un parque sosteniendo un libro de cuentos, sentado al lado de uno de los típicos niños-calaca del caricaturista. Zedi-llo narraba: “Es la historia de un niño pobre, pero pobre pobre, que soñaba que sería presidente.” A lo que el niño-calaca respondía sin más: “¡Yaaaaa! No mames.”

Algo así pasa con las recientes revelaciones del New York Times sobre las propiedades del exgobernador de Oaxaca, José Murat, y algunos miembros de su familia en el distri-to más lujoso de Manhattan (a las que habría que agregar otras que poseen en otros estados de la Unión Americana: Utah, Texas y Florida). Uno podría hasta imaginarse la narración que subyace al inconsciente colectivo de la polí-tica mexicana para explicar el origen de dicho patrimonio: “Murat, un político audaz y agresivo, nació en el seno de una familia modesta en uno de los estados más pobres de México, y gracias a su vocación de servicio y a su tenaci-dad política llegó a ser diputado federal, luego senador y, finalmente, gobernador de su estado de origen.” Lo único que, lamentablemente, no podría aclarar dicha narración, es el súbito enriquecimiento que le permitió adquirir propiedades en uno de los lugares más caros de la Tierra, hecho que resulta inexplicable aun tomando en cuenta los altos salarios que perciben los funcionarios mexicanos.

Por supuesto, Murat lo niega todo. Dice que los dos condominios de Manhattan (uno con valor estimado de 1.76 millones de dólares y el otro de alrededor de 3.68 millones de dólares), ubicados frente al Central Park en el lujoso Time Warner Center, no están a su nombre, aun cuando él mismo, su hijo Alejandro Murat, director ge-neral del Infonavit (ironía aparte), y otros miembros de la familia los han habitado con frecuencia en distintos momentos. Los Murat sólo reconocen dos departamentos en Park City, Utah, los cuales fueron adquiridos en 2004 por un total de 690 mil dólares (cantidad que, de todas maneras, difícilmente otorgaría el Infonavit en crédito para adquirir una casa). Lo interesante es que las periodis-tas del New York Times, Louise Story y Alexandra Xanic, revelaron la forma en la que distintos políticos del tercer mundo (por ejemplo, el primer ministro de Malasia) ob-tienen propiedades en Estados Unidos a través de “empre-

Una de las cosas que más llama la atención en relación al reciente ascenso al poder en Grecia de la Coalición de Izquierda Radical (SYRIZA, por sus siglas en griego) y de su actual líder Alexis Tsipras, es el cambio repentino del discurso ofi-cial que, desde los gobiernos de las principales potencias europeas, se había ido construyendo en su contra. De una amenaza apenas velada de expulsión de Grecia de la Unión Europea y de la suspensión de los préstamos internacionales en caso de que dicha coalición ganara las elec-ciones, se ha pasado a una moderada aceptación de los hechos y a una consideración seria de la posibilidad de renegociar la deuda del país (que, según Le Monde, representa el 175 por ciento de su Producto Interno Bruto), tal como lo ha propuesto, desde su nombramiento, el nuevo ministro de economía, Yanis Varoufakis. Este cambio de actitud pone en tela de juicio la afir-mación de que SYRIZA representaba un peligro

Notas Bufas Capítulo México

El festín de las casas

Dante y Virgilio en el infierno, de William-Adolphe Bouguereau (1850).

El primer ministro griego Alexis Tsipras. (Foto: Blömke/Kosinsky/Tschöpe)

sas fantasmas” (shell companies) y fideicomisos, sin tener que mezclar sus nombres en dichas transacciones. Por ello, no se puede demostrar legalmente que José Murat, su hijo o su nuera posean esas propiedades, las cuales están a nombre de una empresa llamada Nivea Management.

Lo cierto es que, en esa parte de Manhattan, alrededor de 900 condominios habitados por políticos y personalidades diversas son propiedad de empresas fantasmas. Según lo pu-blicado, el valor de esos 900 condominios es mayor que el de 22 mil casas estadounidenses promedio. Por eso no es de extrañar que los vecinos de Murat sean multimillonarios re-conocidos, como el astro de los Patriotas, Tom Brady, el can-tante Jimmy Buffet y la estrella rusa de reality shows, Elena Andreksanova. Ah, sí, y el exgobernador de Veracruz, Fidel Herrera.

Segundo acto (paciano): “Unos me hablaban de la patria. Mas yo pensaba en mi casa de las Lomas…”

No es difícil imaginarse la indignación de la primera dama del país, Angélica Rivera, al enterarse de que una periodista (Carmen Aristegui) había revelado la existencia de una casa de lujo en las Lomas, la cual, ella y su esposo, habían trata-do de mantener por tanto tiempo en secreto (sin tomar en cuenta, claro, las imágenes en la revista ¡Hola!, donde posa-ba abiertamente junto con su familia en los interiores de la mansión).

Al escándalo de la Casa Blanca (escrita en mayúsculas, por ser el verdadero recinto presidencial), que puso en evidencia la colusión entre un particular (Juan Armando Hinojosa Cantú, presidente del Grupo Higa) y el presi-dente de la República, Enrique Peña Nieto, quien desde su mandato como gobernador en el Estado de México había otorgado contratos millonarios al empresario, le han se-guido otros tantos, como el que el involucra al secretario Videgaray con el mismo empresario en la compra de una casa en Malinalco y, de nuevo, al presidente de la Repúbli-ca con la adquisición de una mansión en el Club de Golf de Ixtapan de la Sal, la cual le fue comprada al empresario Roberto San Román Widerkehr en 2005, a pocas semanas de que Peña Nieto asumiera el gobierno en el Estado de México. Se trata de una construcción de 2 mil 138 metros cuadrados, ubicada en un terreno de 400 hectáreas que cuenta con campo de golf, helipuerto, lago artificial, villa para invitados, etcétera. Obviamente, el gobierno estatal de Peña Nieto otorgó al empresario San Román contratos de obra pública por más de 100 millones de dólares.

La verdad es que nada de esto tendría por qué sorpren-dernos. Según un reportaje de CNN México, 21 de los 25 miembros del gabinete presidencial tienen en conjun-to 102 propiedades, cada una más lujosa que la otra. Tan sólo el titular de la Sagarpa (que cada quien investigue qué significa y para qué sirve eso) posee 16 terrenos con una superficie total de 2 millones 224 mil 625 metros cuadra-dos; esto es, 222.4 hectáreas, además de ser dueño de un edificio completo y de una mansión de mil 585 metros cuadrados. Un gobierno de ricos y para ricos, pues, como algún día lo definió Fox.

Ante tales revelaciones, el gobierno de Peña Nieto ha respondido reviviendo la alicaída Secretaría de la Función Pública, poniendo al frente de ella a un curioso y folcló-rico personaje de nombre Virgilio Andrade Martínez. Lo más divertido del asunto es que el presidente ha pedido a su subordinado que investigue, en primer lugar, todos los escándalos en los que se halla involucrado, no sin indicarle con antelación que él no ha cometido ningún delito.

En fin, para terminar de alguna manera esta nota bufa, imaginémonos una escena en el infierno, donde el buen Virgilio y su jefe caminan por las sendas más pútridas e infectas, sin que ninguno se manche ni la más mínima par-te de su cuerpo ni de su vestimenta. Preocupado por las críticas que oye a su paso, a pesar de que él no ha hecho nada malo, el jefe de Virgilio le pregunta preocupado a éste qué hacer ante la incredulidad de sus súbditos. Virgilio, después de arduos trabajos de investigación y consciente del espíritu criticón e insumiso de ese pueblo desagradeci-do, le recomienda sabiamente a su jefe con su acento más refinado: Segui il tuo corso et lascia dir la genti. Natural-mente, al darse cuenta de la cara de sorpresa y de absoluta incomprensión del mandamás, termina aclarándole en len-gua vernácula: “Para que entiendas: ni los veas ni los oigas, güey.” (Carlos Herrera de la Fuente)

para la Unión Europea y de que su llegada al go-bierno heleno significaría el arribo del más puro extremismo de izquierda al poder.

SYRIZA surgió como partido político en 2004, año en el que participó formalmente en las elec-ciones legislativas federales obteniendo el 3.3 por ciento de los votos, lo que le permitió ocupar seis escaños en el parlamento griego. Su origen se ha-lla en el Espacio de Diálogo para la Unidad y la Acción Común de la Izquierda, formado en 2001 por varias organizaciones de izquierda de diferen-te procedencia. Al fundarse, SYRIZA congregaba 13 grupos independientes, entre los que se encon-traban maoístas, trotskistas, ecologistas, socialde-mócratas y euroescépticos. No obstante, más allá de dichas filiaciones, su propuesta política se ha orientado al rechazo de la austeridad económica impuesta a Grecia por los distintos organismos internacionales y la Unión Europea después de la crisis del 2008, y al reclamo de una renegociación de la deuda. Estas banderas hicieron que, en las elecciones de mayo de 2012, alcanzara un 16.78 por ciento de los votos, aumentando, para junio del mismo año, en poco más de 10 por ciento, lo

que le permitió ubicarse como la segunda fuerza política del país (con 26.89 por ciento del electo-rado a su favor). Finalmente, en enero de 2015, ganó las elecciones con el 36.4 por ciento, que-

dando a dos escaños de la mayoría absoluta. Esto lo obligó a formar gobierno con el conservador partido Griegos independientes (ANEL, por sus siglas en griego), el cual ocupa ahora la cartera del ministerio de defensa.

Lejos de representar una agrupación radical que atente contra los principios del sistema capitalista, SYRIZA busca separarse de los dogmas neolibe-rales que han puesto al país en jaque, sujetándolo a los dictados de los organismos internacionales y al descarado intervencionismo del gobierno alemán encabezado por Angela Merkel. Su pro-puesta antiausteridad y renegociadora es casi de sentido común para lograr una reactivación de su economía. Esto lo ha señalado la revista Der Spiegel al comparar la situación actual en la que se halla Grecia con la histórica renegociación de la deuda llevada a cabo por la República Federal Alemana después de la Segunda Guerra Mundial, en 1953.

Si bien SYRIZA no es el partido de ultraizquier-da que los medios de comunicación nos han ven-dido, su llegada al poder representa una bocanada de aire fresco contra el neoliberalismo despótico y una esperanza real para partidos europeos como Podemos, en España, o La Izquierda (Die Linke), en Alemania, cuya agenda política se opone más abiertamente al capitalismo… Para el autoritaris-mo neoliberal todo lo que se opone a él es antide-mocrático o populista. No hay por qué, entonces, temer dar un paso más hacia la izquierda.

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SOCIEDADwww.elpresente.netapuntes sobre LA CULTURA mundana

72 días, seis horas, 11 minutos y 14 segun-dos después de haber partido, la brillante e intrépida periodista Nellie Bly llegó a la meta final: el punto exacto desde el que ha-bía zarpado para darle la vuelta al mundo en menos tiempo del que le tomó a Phileas Fogg, el personaje ficticio creado por Julio Verne y protagonista de la bella novela La vuelta al mundo en ochenta días. Era el 25 de enero de 1890. A 125 años de esta hazaña, poco medios recordaron que, al concretarla, Nellie Bly —o, lo que es lo mismo, Eliza-beth Jane Cochran (5 de mayo de 1864)— se convirtió en la primera persona en rodear el globo terráqueo en menos de 80 días. Esta travesía empezó en Nueva York el 14 de no-viembre de 1889, con la venia de sus editores en The New York World, y llevó a Nellie por países como Inglaterra, Egipto, Ceilán (hoy Sri Lanka), Singapur, Hong Kong y Japón,

Es importante no olvidar. Sobre todo cuando una creadora de sueños, de fantasías, deja este mundo. Teresa Castelló murió el 20 de enero pasado a los 97 años. La gran mayor de quie-nes supieron de ella en vida, la conocían como Pascuala Corona, el seudónimo que escogió en honor a su nana, de origen michoacano, quien le contaba cuentos cuando era niña. Fue una tejedora de la vida cultural de México, ya fuera como autora de literatura infantil (de la que fue pionera en el país), narradora y recopiladora de relatos mexicanos populares o a través de sus investigaciones sobre arte, oficios, costumbres y tradiciones. Su herencia más importante está en los treinta y tantos libros que escribió, entre los que se cuentan una serie de volúmenes para niños, los cuales también ilustró; pero también

125 años de la hazaña de Nellie Bly

Nueva publicación cultural

Pionera de la literatura infantil

La vuelta al mundo en (menos de) 80 días

Circula ya La digna metáfora

Teresa Castelló (1917-2015)

hasta desembarcar en la bahía de San Fran-cisco, para luego cruzar de lado a lado Esta-dos Unidos en un tren rentado por Joseph Pulitzer. Hasta antes de esto, siempre había empleado los servicios públicos de transpor-te. Pero ahora debía asegurarse de que Eliza-beth Bisland, quien realizaba el mismo reco-rrido (pero en sentido inverso) para la revista Cosmopolitan, no llegara antes que ella. Por cierto, nada sabía Bly sobre Bisland y sus in-tenciones hasta que llegó a Hong Kong el 25 de diciembre de 1889, donde un oficial de la Occidental & Oriental Steamship Company le advirtió que debía si es que pretendía al-canzar el objetivo antes que su competidora, quien pasó por ahí tres días antes. En su re-

corrido, esta intrépida periodista hizo, desde luego, una pausa en Francia para conocer a Julio Verne, quien la animó a continuar con el propósito de romper el récord de su perso-naje ficticio. De igual forma, poco se ha dicho sobre la estancia de Nellie Bly en nuestro país, al que llegó con la intención de conocer para enviar sus impresiones en forma de notas de viaje al Dispatch. Una vez aquí sus intereses cambiaron y comenzó a criticar de manera aguda al gobierno de Porfirio Díaz. Tarde o temprano colmaría el plato del futuro dicta-dor. Así que cuando habló sobre el arresto de periodistas que se atrevían a criticar a Díaz, las autoridades la amenazaron con meterla a prisión. Optó, entonces, por volver a su país, a pesar de que no era una mujer fácil de ame-drentar (basta con decir que una vez se hizo pasar por enferma mental para tener acceso al manicomio de la Isla de Blackwell y escri-bir un reportaje —que publicaría también en The World, el periódico de Joseph Pulit-zer— sobre las terribles condiciones de vida de los pacientes). De su aventura por acá, dio cuenta en el libro Seis meses en México. Pero no sólo fue pionera en el periodismo de inves-tigación, también fue una mujer inconforme e inquisidora sobre los valores socialmente aceptados en su época, sobre todo los que sometían a condiciones de pobreza, ignoran-cia y sumisión a la mujer. Luego de escribir por algún tiempo en el Dispatch sobre temas como pobreza y derechos de la mujer, los di-rectivos la asignaron a la sección de jardinería, luego de que varios anunciantes de la publi-cación expresaran su molestia por sus artícu-los. Poco después, ella entregó los textos que hasta ese momento le habían sido asignados, y con ellos incluyó su renuncia. Sorpresiva-mente, por encontrarse en uno de sus mejores momentos como periodista, Nellie se casó en 1895 con el empresario Robert Seaman. Y un año después dejó de escribir. Se dedicó a la empresa. Apasionada en todo lo que hacía, patentó una lata para leche que había creado. En 1904 murió su esposo y ella quedó al fren-te del negocio. En 1914, víctima de un frau-de, la empresa quebró y Nellie viajó a Europa. Ahí la sorprendió la Primera Guerra Mundial y entonces buscó a Arthur Brisbane, su anti-guo editor, quien trabajaba para Hearst, un vespertino de Nueva York, tribuna desde la que volvió al periodismo reportando los suce-sos en las líneas de combate, ganándose para siempre, a partir de entonces, el ser recono-cida como la primera mujer estadounidense en servir como corresponsal de guerra. Nellie Bly murió el 27 de enero de 1922.

Nellie Bly (ca. 1890). W

Teresa Castelló Yturbide, alias Pascuala Corona. (Foto: Cortesía CNL / INBA)

en su labor como investigadora y asesora y en los innumerables artículos que publicó. Uno de sus libros más bellos fue publicado por el Fondo de Cultura Económica y lleva el título de El pozo de los ratones y otros cuentos al ca-lor del fogón. Su primer volumen apareció en 1945 bajo el sello de Editorial Porrúa: Cuen-tos mexicanos para niños, al que siguieron, en 1952, Cuentos de rancho (SEP); El cedacero (SEP, 1997), y Baulito de cuentos contados por Pascuala Corona, edición a cargo de la Direc-ción General de Publicaciones del Conaculta

Luego de nueve meses en De Largo Aliento, Víctor Roura, ensayista, editor y periodista cultural, vuelve con La digna metáfora, una publicación men-sual que, tal y como se explica en la página editorial, “tiene en su mira nutrir y hacer respetar el oficio de la prensa cultural tras haber recorrido, su cuerpo entero de redacción, un sinuoso camino de promesas no cumpli-das y atmósferas enrarecidas de palabras sin soporte”.

Además de Víctor Roura (en la dirección), a La Digna Metáfora la componen Viridiana Villegas Hernández, en la asistencia edi-torial; Carmen García Bermejo, en la jefatura de información; y Eusebio Ruvalcaba, como responsable del suplemento La Furia del Pez. El consejo perio-dístico lo integran Jorge Ayala Blanco, Juan Miguel de Mora, Juan Domingo Argüelles, Pablo Fernández Christlieb, Marco Lara Klahr, Omar Raúl Martí-nez, José Reveles y José de Jesús Sampedro, entre otros.

Las dos europas / FANGO

y Norma Ediciones, en 2003. También desta-can Leyenda de la china poblana y Mi abuela Romualda (Ediciones Tecolote), material que formó parte del acervo de las bibliotecas esco-lares de México, Historia de México a través de la indumentaria, Traje indígena en México, en coedición de Carlota Mapelli Mozzi, publicado en 1960 con el apoyo del INAH, y Libro de cocina de Jerónimo de San Pelayo (Conaculta, 2000). Teresa Castelló Yturbide, quien nació en la Ciudad de México en 1917, fundó en 1988 la asociación Pro-Seda, con el propósito de apoyar el cultivo de la morera y la crianza de gusanos de seda con mujeres mixtecas en San Mateo del Peñasco, Oaxaca. Entre otros, recibió el Premio Antonio Robles y el Bellas Artes para Cuento Infantil Juan de la Cabada.

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www.elpresente.netCULTURA“Un individuo que no logra centrar su capacidad

hacia una cosa, es un burro, es un burrón”

Gabriel Vargas:100 años del pintamonitos más lumbreras

Este mes se cumplieron cien años del natalicio de Gabriel Vargas Bernal, el creador de La familia Burrón. Para celebrarlo, la mayor instancia cultural del país, el Conaculta, anunció que le tiene preparado un home-naje nacional... ¡hasta septiembre de 2015! Vaya descuajiringue, diría Borola Tacuche. Pero no a todos se les durmió el gallo: en la Ciudad de México hay ya una muestra que rinde tributo a don Gabriel y su obra en los pasillos de la estación Salto del Agua del Metro. También, la Librería Porrúa ha montado, desde el 11 de febrero pasado, una exposición en su sede ubicada en República de Argentina, en el Centro Histórico de la capital mexicana. Para unirse a los festejos por el centenario del monero más chipocludo de México, y con permiso de su autor, EL PRESENTE reproduce en papel este texto publicado recién en la edición digital de

la revista Forbes México (www.forbes.com.mx).

JOSÉ DAVID CANO

Don Regino Burrón. (Foto: Arturo López / Conaculta)

son ‘amigos de lo ajeno’, y la comida ‘la hora de mover bigote’. El adjetivo ‘burronesco’ merece

una definición tan detallada como la de ‘cantinflesco’.”

Y tiene razón: para muestra sólo habría que reci-

tar aque-

llas frases que salían del Callejón del Cuajo número cho-rrocientos chochenta y chocho: está de rechupe-te; está bien chipocludo; dame unos picoretes; es-tuvo a todo mecate, o pégale en los oclayos con las manoplas…

§§Echemos aquí un poco de luz a su biografía, que es fascinante por lo precoz.

Si bien es cierto que en algunos perfiles o entre-vistas aparece que nació en marzo de 1918 —lo que se debe a una alegre confusión—, la fecha, en realidad, es otra.

Su acta de nacimiento —que su viuda, Guada-lupe Appendini de Vargas, me hizo llegar amable-mente— no deja lugar a dudas: a las 6 horas del día 5 de febrero de 1915, en Tulancingo de Bra-vo, Hidalgo, nació el niño Gabriel Vargas Bernal.

Fue el quinto —de abajo para arriba—, de los 12 hijos de Víctor Vargas y Josefina Bernal. Su padre era un comerciante próspero, así que su madre se dedicaba a las labores del hogar. Sin embargo, todo cambió radicalmente para el niño Gabriel (y para el resto del clan) cuando su padre falleció. Tenía apenas 4 años.

En una entrevista con Cristina Pacheco, él re-cordaba aquello: “Fue algo terrible, sobre todo porque mi padre murió intestado. Aunque él

dejó algún dinero, como fuimos tantos, pronto se terminó. Mi mamá tuvo que meterse a trabajar en unos laboratorios.”

Aun con ello, los problemas económicos no ce-dieron. A la par, la madre también debía decidir

si mudarse a la Ciudad de México —para que los chilpayates estudiaran— o quedarse en

Tulancingo y ser gente de campo, como la familia paterna. Eligió lo primero.

Gabriel tenía cinco años cuando se mudaron a la calle

de Moneda, en pleno centro

de la capital. En seguida le fascinó el rumbo ani-mado. Lo recorría sólo por el gusto de ver y oír a la gente, lo que a la postre sería para él —sin saberlo en ese momento— fundamental.

Cuando llegó la hora de ir a la escuela, la cosa se puso mejor. Lo apuntaron para cursar el pri-mero de primaria; sin embargo, a los pocos me-ses se sintió señalado por los profesores. Un día le llamaron, le dijeron que sabía demasiado para estar en primero. Lo transfirieron a segundo y, a los pocos meses, a tercero. Ahí se dio cuenta que las lecturas de su infancia algo habían dejado en su persona.

Gabriel solía contar, muy alegre, que cursó en un año los primeros tres niveles de primaria; algo que le parecía insólito. Fue ahí, durante esos años, cuando aterrizó el gusto por los monitos: mien-tras sus compañeros se limitaban a cumplir, él hacía asombrosos dibujos para su edad. (Uno de ellos le valió un reconocimiento en un concurso realizado en Japón.)

En cuestión de estudios, otra cosa fue la secun-daria. Doña Josefina lo inscribió, y él, con el paso de los días, perdió el interés. En cambio, diario iba a dibujar a los talleres de Educación Pública; era lo único que le gustaba y lo único que absor-bía toda su atención.

En ese momento, el niño Gabriel enfrentó su primer obstáculo: su madre no sólo no sabía de las ausencias escolares de su hijo, también se ne-gaba rotundamente a que se dedicara al dibujo. En la citada entrevista con Cristina Pacheco, él lo narra de forma divertida: “Siempre supe que iba a ser dibujante, aun cuando mi madre me decía: ‘Pero Gabriel, ¿cómo vas a vivir de hacer moni-tos?’ Nunca cedí, sólo que, para no mortificarla, dibujaba a escondidas.”

Lo que pasó después fue una avalancha de bue-na fortuna, mezclada con búsqueda personal; en sí, fue una lucha por conseguir un destino que a muchos les parecía disparatado pero que él veía como único modo de vida posible: dedicarse a hacer monitos.

Tras haber participado con un dibujo en un concurso por el Día del Tránsito —lo hizo incita-do por un antiguo maestra suyo, Evaristo Ruiz—, éste le empujó a que llevara dicho trabajo al mi-nistro de Educación. No lo encontró. En su lugar halló al doctor Alfonso Pruneda, director de Be-llas Artes; también a Juan Olaguíbel, el escultor y creador de la Diana Cazadora, y al arqueólogo Alfonso Caso; éste le dijo que el dibujo más bien

Nunca necesitó de cámara fotográfica para retra-tar (perfectamente) a la sociedad mexicana du-rante gran parte del siglo XX. Tampoco necesitó de ensayos profundos, o de una prosa erudita, para describir y analizar y descifrar (perfectamen-te) el pensamiento y las actitudes de la sociedad mexicana que habitó el país durante esos mil novecientos. Es más, al maestro Gabriel Vargas Bernal sólo le bastó la caricatura, la historieta y el lenguaje popular —salpicado, todo ello, con humor y agudeza— para retratar y describir y analizar y descifrar a esa sociedad que salía de una revolución y que entraba, acaso a trompicones, a la historia moderna e industrializada.

Eso sí (y mejor aclararlo): si don Gabriel Var-gas pudo realizar este gran fresco de la Ciudad de México desde ahí —desde la caricatura y la historieta—, fue porque contaba con una inte-ligencia perspicaz, una imaginación infinita, una creatividad vasta. Pero, sobre todo, contaba con un talento innato y extraordinario.

Su amplia y extensa obra apenas se iguala con su amplia, extensa e intensa vida: en los 95 años que transitó por este mundo, en los casi 85 años que dibujó, don Gabriel dejó un legado de per-sonajes pintorescos, reales, universales. (Tan sólo en La familia Burrón, su serie más emblemática, llegaron a aparecer más de 50 de ellos.) De hecho, varios de estos personajes trascendieron el borde del papel para tomar vida propia y convertirse, en algunos casos, en objeto de estudio. No era gratuito que muchas veces le adjudicaran el título de sociólogo, con el único inconveniente de que había cursado hasta los primeros meses de secun-daria.

Y no sólo eso: hizo del lenguaje popular el len-guaje común en todas y cada una de las historie-tas que se inventó. Si don Alfonso Reyes mani-festó que Gabriel Vargas era el único mexicano que merecía ocupar un lugar en la Academia de la Lengua —pues había registrado como nadie los giros del habla popular y, a partir de allí, inventó frases y palabras que se volvieron del dominio po-pular—, el escritor Juan Villoro vio en él a nues-tro Dickens, pues creó con su trabajo “una saga gozosamente sumida en el color local”.

En la academia alterna de la lengua que ofrece La familia Burrón —apuntó Villoro en un artí-culo para la revista Letras Libres—, “los ladrones

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CULTURAwww.elpresente.net

Escenas de La familia Burrón. (Fotos: Francisco Segura / Conaculta)

Don Gabriel Vargas Bernal.Don Regino Burrón. (Foto: Arturo López / Conaculta)

parecía un códice.Le ofrecieron, entonces, una beca para Francia.

La aceptó. Pero, poco antes de su salida, decidió echarse para atrás; así se lo confesó a Cristina Pa-checo: “Mientras avanzaba el tiempo y mi madre iba disponiendo mis cosas, yo me sentía peor. Así que le confesé: ‘Mamá, no quiero irme…’ Ella comprendió muy bien y fue a hablar con el doc-tor Pruneda y con Olaguíbel. ‘Bueno, muchacho, ¿qué te gustaría hacer?’ Yo dije: ‘Trabajar en un periódico, señor. ’ ‘A ver, dinos en cuál.’ ‘Pues en el Excélsior, señor.’ Era yo un chamaco de 13 años, pero sabía bien qué deseaba.”

§§Cuando doña Josefina terminó por aprobar —muy a su pesar— que el destino de uno de sus hijos estaba en la inverosímil actividad de hacer monitos, jamás pensó que ese muchacho vago, sin oficio ni beneficio, que se dedicaba todo el santo día a hacer dibujos, se convertiría en uno de los mejores caricaturistas de nuestro país, y en uno de los más queridos y aplaudidos.

Por supuesto, los contactos y los espaldarazos tuvieron un papel importante. Sin embargo, su vocación temprana, y su talento innato y natural, fueron, al final, lo esencial y fundamental: fue lo que más influyó al ir trazando su camino.

De hecho, por momentos, su andar por este mundo bien podría pasar por ficción, de lo fasci-nante que resulta éste.

Hoy asombra que un chamaco de 13 años se echara tanta responsabilidad en sus hombros; más todavía cuando su único adiestramiento era la recomendación de su madre: “Sé servicial aun cuando no te den dinero por tu trabajo. Aprove-cha la oportunidad para que aprendas un oficio que te permita sostenerte.” Aquel consejo —o bendición, como usted prefiera— resultó en una trayectoria no sólo única, sino vertiginosa.

En los nueve años que trabajó para Excélsior, pasó por casi todos los oficios; era, en pocas pala-bras, un mil usos: formaba “Jueves de Excélsior”; ayudaba también en Últimas Noticias; retocaba fotos. Claro, tiempo después llegó al departa-mento de dibujo, donde desarrolló un trabajo ex-traordinario. Tan activo era, y tan bien realizaba su chamba, que a sus jóvenes 17 años de edad lo nombraron jefe de dicho departamento.

Ahí, fueron sus propios compañeros quienes lo incitaron para que él entrara a un concurso de dibujo organizado por Editorial Panamericana, compitiendo con los mejores de aquellos años: FaCha, Freire, Cabral, Audiffred, Gómez Linares, entre otros. Al final, ganó. Además de un estímu-lo económico, Gabriel recibió una invitación del ya famosos coronel José García Valseca, dueño de la editorial, para laborar allí.

Lo pensó unos meses; después de todo, entre Excélsior y Novedades (este último también le ha-bía dado oportunidad de publicar) había probado ya un éxito tímido con trabajos como La vida de Cristo, Sherlock Holmes, La vida de Pancho Villa, o Virola y Piolita.

Terminó por aceptar la oferta. Gabriel Vargas no lo sabía entonces; había tomado una decisión que no sólo cambiaría su vida, sino también la historia de la historieta en nuestro país.

§§Entre la década de los cincuenta y los setenta, el auge de la historieta en México fue abrumador. Fueron épocas de vacas gordas. Había revistitas que tiraban hasta 350 mil ejemplares diarios.

En ese escenario, entró Gabriel Vargas. Y lo hizo, sí, con el pie derecho.

Creada por encargo del coronel García Valseca, Los superlocos de Gabriel Vargas fue concebida para competir con Los supersabios; desde el título mismo remite a la historieta de Germán Butze, por entonces pieza estelar de Chamaco.

Los primeros episodios, firmados con el seudó-nimo Velo, están protagonizados por dos jóvenes

inventores (como Paco y Pepe de Los Supersabios) que tienen por enemigo al militar Jilemón Metra-lla y Bomba. Sin embargo, al poco tiempo ellos desaparecen y éste se convierte en el personaje central de la serie.

Para entendernos: don Jilemón Metralla y Bom-ba representaba al mexicano no sólo encajoso, también conchudo, muy tramposo y ladino, que saca la plata por su forma de hablar. Pero su obra cumbre, su mayor éxito, llegaría con La familia Burrón. Era 1948. Hoy cuesta creerlo, pero esta tira cómica nació de una apuesta, de un juego. Así se lo contó, hará ya varios años, a Juan Villoro:

“Los superlocos tuvo mucho éxito y Fernando Fe-rrari, quien adaptó para la radio mexicana Anita de Montemar, me dijo: ‘Quiero ver qué tal eres manejando una mujer.’ ‘Me dejas un torito muy difícil; si le ponemos algo de dinero, lo hago.’ ‘¿Te parecen bien diez mil pesos? Te doy tres meses de ventaja.’ Diez mil pesos era una fortuna; pensé que me iba a hundir, pero de todos modos acep-té. García Valseca estaba de viaje, y de la noche a la mañana cancelé Don Jilemón y empecé con La familia Burrón… Apenas regresó, el coronel me mandó llamar. Le conté lo de la apuesta y me dijo que hacíamos un negocio, no un juego. Las ventas se habían ido abajo, pero le pedí que me dejara llegar a los tres meses.”

Borola Burrón y sus locuras —junto con toda la familia— se impusieron: a los tres meses recu-peraron la circulación, y Ferrari, por supuesto, tuvo que pagarle. Aquello fue un éxito atrona-dor: primero hacían ocho páginas diarias, luego 12, y, al final, cuando llegaron a 16, don Gabriel tuvo que solicitar ayudantes. La mejor época de La familia… logró un tiraje de medio millón de

ejemplares diario.§§

La periodista y escritora Elena Poniatowska en-trevistó en varias ocasiones a don Gabriel Vargas Bernal. En una de esas conversaciones, le pregun-tó cómo le había surgido la idea de crear a La fa-milia Burrón.

Don Gabriel, entonces, le platicó la historia:“Para hacer La familia Burrón me inspiré en una

pareja que conocí de chico. Ella era una señora muy alta, abultada, parecía cantante de ópera; el marido era abogado, chiquito él, y todos los días tenía que ir como balazo del juzgado a su casa para preparar la comida, porque su esposa se la vivía de paseo. De ahí me nació don Regino, ese chaparrito aguantador. La señora llevaba la voz cantante en todo y le quitaba el dinero a su ma-ridito.”

¿Y por qué le llamó así, “Burrón”?, le cuestionó Poniatowska.

Don Gabriel le explicó entonces:“Como nunca llega a realizar lo que quieren,

por eso les puse familia Burrón. Yo creo que un individuo que no es tonto, que es inteligente, que no logra centrar su capacidad hacia una cosa y está batalle y batalle y nunca prospera, es un burro, es un burrón. Así, don Regino no es ton-to, pero como siguió la misma cosa de su papá, peluquero y peluquero, es un burro…”Visto a la distancia, el éxito de la serie puede entenderse por razones diversas. La principal, quizá, se debe a este retrato que hacía sobre las clases media y baja de aquellos años. Todo, como ya decíamos líneas arriba, con humor e inteligencia.

¿Cómo lograba recrear los escenarios? ¿Cómo conseguía plasmar el habla popular de manera

tan verosímil y divertida?En realidad, don Gabriel recurría a lo básico:

vivirlo. Así se lo contó a Elena Poniatowska en la citada entrevista: “Yo me metía a los barrios, a los cafés, a todos los lugares habidos y por haber. Yo conocía todos los cabarets de México, porque lo mismo iba a uno de Tacubaya que a uno de la Merced.” Eso sí: don Gabriel tenía una memoria prodigiosa, también una mirada que lo absorbía todo. De lo que veía y oía, nunca hizo apuntes: “Nunca apunté nada. Simplemente observaba; todo era trabajo mental. Llegaba al estudio y el muñequito salía. Para eso entraba a las vecinda-des, para oír cómo hablaban las comadres, cómo hablaban los hombres. Me gustaba mucho ir a las vecindades. Todos creen que las conozco tan bien porque nací en una, pero no, fue un trabajo, un estudio de muchos años.”

§§En 1971, la revista inició una segunda época: después de casi 40 años de trabajar con García Valseca, don Gabriel decidió crear su propia em-presa. Así, La familia Burrón fue editada por G y G, iniciales de Gabriel Vargas y Guadalupe Ap-pendini —su segunda esposa—, hasta el último día en que se le vio en los kioscos de todo el país: el 26 de agosto de 2009.

En la última década de su vida —falleció el 25 de marzo de 2010—, don Gabriel siguió disfru-tando hasta donde le fue posible, ya que había sufrido un derrame cerebral que le paralizó la mi-tad del cuerpo. Logró recuperarse notablemente, pero ya no pudo dibujar. Sin embargo, se le veía pendiente y presto por los pasillos de Porrúa, edi-torial que se comprometió, para fortuna de todos los mexicanos, a editar La familia Burrón de ma-nera integra… o, por lo menos, desde su segunda etapa.

Lo que es innegable es que don Gabriel Vargas nunca perdió el goce de la vida. Y tampoco el humor, que tantas veces nos contagió desde sus historietas.

En aquella entrevista con Cristina Pacheco, la periodista le pregunta justamente sobre el humor.

“¿Qué significa para usted la risa?”, le dice.“La válvula de escape natural hasta para las cosas

que nos hacen sufrir; la risa es salud —responde don Gabriel—. Mi sueño ha sido hacer reír a toda la gente, hasta a la que vive muy mal y sufre cosas terribles: hambre, soledad, desamparo, ignoran-cia. Pienso en ellos y cuando dibujo algo gracioso es porque deseo que tengan alguna dicha, por mínima que sea, en su vida. Mi filosofía es que aun en medio de la más terrible pobreza se puede encontrar un motivo de apego a la vida.”

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Artefactos de palabras: cuentos de Diego Alfonsín Rivero

Con olor a flores

Se le levanta el pene al muerto con el olor de las flores recién llegadas. Los hijos y fami-liares más cercanos que rodean el ataúd no se atreven. No se mueven. No se miran, no respiran. Con ojos de ahogados lentos ma-ravillados observan a la esposa abatida. Ella, rejuvenecida de repente, recoge la alarma tris-te de las miradas y la guarda en el pañuelo húmedo y arrugado, entre las lágrimas y los llantos opacos. Con expresión melancólica y mejillas encendidas empieza a desalojar amablemente de la sala a familiares y amigos. Uno por uno se deshace de todos. Sus movi-mientos decididos y su ausencia de vacilación conmueven a los asistentes, que no se atreven a hablar ni a preguntar, ni siquiera tratan de responder al gesto determinante y firme de la viuda y se dejan llevar suavemente sin oponer resistencia alguna. Sólo queda una prima le-jana que permanece sentada y callada en una esquina de penumbra. Sus pies no tocan el suelo, juegan balanceándose en el aire. El ca-bello infantil brilla coronado por un lazo ne-gro de terciopelo. Los ojos grandes y limpios parece que entienden. La esposa renovada se acerca despacio, se agacha, le acaricia el pelo hermoso, le sonríe mientras la coge en brazos como a un hijo recobrado y con voces tier-nas y músicas susurrantes la conduce hasta la puerta donde esperan expectantes el resto de familiares y amigos. La desciende hasta el suelo y la despide con un beso maternal bajo el umbral adulto e incrédulo. Con ojos pícaros de adolescente triste saluda a la impá-vida concurrencia y cierra la puerta despacio. Sin ruido. Con la habitación ya vacía, con el silencio renovado, con el aroma de las flores incendiando el aire, la viuda se dirige hacia el ataúd mientras se suelta el cabello ritual-mente recogido. Acaricia el rostro pálido del muerto, observa de nuevo la elevación obs-cena y juvenil bajo las ropas del viaje eterno. Confirma con una caricia lo que sus ojos no pueden creer. Lentamente pasea las yemas de los dedos por los párpados caídos, por la cara de gesto inmóvil, las líneas de los labios, la entrada de la boca, los dientes blancos y du-ros, todavía está húmeda la lengua. El cuello y el pecho, el deseo erguido y caliente. Len-tamente se remanga la falda del luto, desen-funda al muerto y se encaja, con el vigor y el entusiasmo de un primer viaje, en el pene erguido del marido difunto.

Western

Sus dedos son largos e intrincados como delgadas ramas y sobre sus hombros se de-

Landscape with Owl, Grave and Coffin, de Caspar David Friedrich (Ca. 1836-1837).

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El silencio es una larga esperaDiego Alfonsín Rivero (Tuy, España, 1980) es un escritor de origen gallego, ganador del Premio Internacional de Cuentos Max Aub 2014. Fascinado por el relato breve y por la magia de la poesía, de sus cuentos emana un aroma de erotismo, misterio y delicadeza que se combina, discretamente, con un lenguaje suave y paciente, construido a fuerza de enunciados en los que las descripciones van tejiendo, de manera casi imperceptible, la psicología de los personajes y el sentido de la narración. En esta ocasión, presentamos a nuestros lectores dos cuentos que, a su forma, sintetizan estas ideas. En el primero, el erotismo se entrelaza con un llamado de ul-tratumba; en el segundo, la fría justicia de un terrateniente se opone a la discreta caballerosidad de un asesino

nómada y sin ley. Ambos son muestra de una narrativa serena y contundente.

tiene alto el cielo cuando interrumpe el paso. Las aves callan paralizadas cuando clava la mirada oscura en un punto. Capas de polvo almacenadas en sus ropas y en su piel hablan de la soledad abrasadora de los caminos. Su

sombrero oculta un rostro de noche y lejanía. Dicen que nadie jamás le ha visto a los ojos. No hay retratos ni se necesitan. Uno sabe que es él cuando se acerca. Camina despacio, ha-bitando cada paso y llenándolo de lenta con-vicción serena. Nunca olvida. En las tabernas donde lo han visto se comenta que no habla, pero yo le he oído dar las gracias después de que un camarero de frente húmeda y manos temblorosas dejara frente a él un plato hu-meante al lado de una ventana sola.

Come del mismo modo que camina. Sola-mente le han visto beber agua. Cuando gira la cabeza hacia la barra la gente busca su copa o su plato. Siempre hay algún joven apasionado que trata de confrontar aquel rostro hondo y oscuro. Es inevitable. Un vértigo frío en la espalda lo hace renunciar de inmediato a su propósito. Hace un tiempo escuché una con-versación: “Él es el primer sorprendido por la inquietud que causa y el último capaz de romper su hechizo; es el ser más solo que he visto.” Lo contaba un hombre elegantemen-te vestido que vendía frascos de un líquido transparente por la región. Aseguraba que su ingesta diaria prolongaba la vida y estimulaba la felicidad.

Hablaba alto y mucho, se acompañaba de un caballo y un elegante carruaje y sus ex-plicaciones laberínticas eran acompañadas de gestos excesivos. Un tiempo más tarde supe que había amanecido con un agujero oscu-ro en la frente, a las puertas de una pensión cercana a la estación del ferrocarril, con un puñado de billetes sucios enterrados en la

boca. Un perro negro le lamía los ojos petrificados en el cielo. Había frascos rotos alrededor del cuerpo y nadie los quería tocar.

Se dice que busca algo. No

tiene prisa. Le gusta contemplar a los anima-les y los acaricia. Cuando mata para comer lo hace con respeto y agradece. No son infre-cuentes los testimonios que lo sitúan viajando en los trenes al anochecer pero también se le ha visto a caballo por lo caminos áridos y so-los del mediodía. Es, sin embargo, caminan-do, como lo describen generalmente los que le han visto llegar. Cuando se va es siempre demasiado tarde. El inesperado pozo oscuro de su ausencia inmoviliza y desconcierta. Los que alguna vez lo han perseguido todavía no han vuelto. Tampoco se les espera.

Algo se detiene como un agua y se suspen-den los ruidos cuando él aparece. Aquél al que busca es el primero en saber. No suele ha-ber testigos, tampoco los evita. Una augusta sobriedad rige sus actos y la memoria que los alimenta es discreta. La sangre no es su estilo pero suele acabar siendo su destino. Yo me propuse saber qué busca. Sigo su rastro y su leyenda silenciosa. A veces creo que lo sabe, sus largos dedos me lo dicen cuando limpia el arma junto a los ríos, pero también sospecho que no le desagrada. Si algún día he de recor-darle, sin duda serán sus dedos los primeros que me abracen.

En el rincón de sombra de una partida de cartas el hombre que lo quiere matar habla de él con estudiada convicción. En realidad no dice que lo quiere matar. No utiliza esa expresión desagradable, pero nadie duda de que ése es el propósito. Apoya sus argumen-taciones en un supuesto consenso general y mayoritario y afirma con una curiosa firmeza

que el bien de la comunidad y su bienestar están en juego. Su vida, explica, transcurre por los márgenes de la legalidad y sus costum-bres solitarias son un ejemplo de la carencia de valores que deben fundamentar nuestra convivencia. Gente así no debe andar suelta. Quienes le escuchan dudan pero callan. No se suele responder a quien habla con tanta determinación y firmeza. Aquél que no duda y cuyas palabras no tiemblan suele provocar cuando menos prudencia, sobre todo si se tra-ta del dueño de tantas tierras y ganado y de algunas muertes de las que nadie habla.

Se arrodilla a beber de los arroyos con la misma devoción con la que acaricia a un perro o con la que alcanza una fruta del ár-bol para satisfacer el hambre. Bebe despacio. Come despacio. Acaricia sin prisa. Inclinado ante la tierra como quien reza o habla con el polvo.

El hombre que lo quiere matar lo ha visto pero todavía no lo conoce. Está en sus tierras y se pasea por ellas con el dominio seguro del amo que se sabe respetado. Mientras se acer-ca sospecha que él no lo ha escuchado. Está tumbado sobre la hierba, a la sombra de un roble, con la cabeza levemente apoyada so-bre el tronco. El sombrero le cubre el rostro que parece que duerme. Hay un perro negro cerca y un caballo. El caballo no está atado. El perro camina sin dueño. Desde la altura, el hombre lo llama en la distancia. Él no se mueve. Vuelve a insistir con fuerza, entonces el caballo y el perro levantan la cabeza y lo observan atentos. Con lástima. Se acerca nue-vamente y empuña un rifle mientras lo vuelve a llamar. Sé que me escucha, por qué no se levanta y me responde, quién es usted, qué hace por aquí, estas tierras tienen dueño. El hombre acostado se mueve hacia la voz y se levanta. El sombrero le oculta completamen-te el rostro. Por qué no me respondía, pensé que podía estar muerto. Los muertos no se despiertan, responde despacio. Tiene razón. Qué está buscando en estas tierras. Buscaba agua y sombra. También he comido algo. Tendrá que pagarme entonces, estas tierras son mías. El agua quizá pase por sus tierras, pero no pertenece a sus tierras. No me gus-tan sus palabras, monte su caballo y váyase. El silencio es una larga espera y ni uno ni otro parecen querer romper el rito. Las aves callan. Sin embargo siempre hay uno que está más cerca de los bordes. Éste suele ser el que recibe la bala.

Dicen que estaba allí durante el funeral en el pueblo. Al fondo de la muchedumbre, bajo los árboles. Donde apenas llegaba el rumor de los rezos y los lamentos oficiales. Nadie le vio el rostro. Todos sabían que era él. Muchos se alegraron. No volví a verlo.

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Arte y Artilugios Sustrato de VidaCAROLINA NIETO RUIZ

[email protected] NÚÑEZ

La Bienal de Venecia es una de las exhibiciones de arte más grandes e importantes en el mundo. Desde 1895, cada dos años ha mostrado las obras de los artistas que como punta de lanza representan al circuito artístico de cada país participan-te; y, por tanto, la han llegado a nombrar la Olimpiada del Arte Contemporáneo.

Dentro de la bienal hay exhibiciones que muestran obras de artistas de diferentes países bajo un mismo tema rector. Pero también están los llamados “pabellones nacionales”, donde cada país participante muestra la exhibición de una o varias obras de un artista que lo represente. Poco a poco la cantidad de pabellones nacionales ha ido creciendo. No fue hasta 2007 que México recibió la oportunidad de tener un pabellón na-cional, aunque no siempre ha sido en el mismo espacio. De ahí surge la pregunta: ¿qué obras y que artistas han represen-tado al arte nacional en Venecia? El primero fue Rafael Lo-zano-Hemmer, un mexicano que se formó en Canadá y que se ha dedicado a hacer intervenciones espaciales con medios electrónicos que promueven la participación del espectador. Para la Bienal de Venecia de 2007, el pabellón de México de-butó con la exposición Algunas cosas pasan más veces que todo el tiempo, exhibida en el Palacio Van Axel, fuera del circuito principal de la bienal. En ella se presentaron un conjunto de obras del artista donde destacó Almacén de corazonadas, una instalación de decenas de focos que se encendían y se apaga-ban según el ritmo cardiaco de los espectadores que tocaban unos sensores.

En 2009 nos representó la culiacanense Teresa Margolles, quien se caracteriza por discurrir sobre la violencia utilizando fluidos de la morgue u objetos que encuentra en escenas de crimen, a partir de los cuales genera sus esculturas, murales, instalaciones o intervenciones urbanas. Para la bienal preparó la exhibición ¿De qué otra cosa podríamos hablar?, donde in-cluyó una instalación hecha con sábanas teñidas de sangre y un performance llamado Limpieza, donde familiares de per-sonas que han sido asesinadas trapeaban el piso del espacio museístico con una mezcla de agua y fluidos de la morgue. Esta exhibición se llevó a cabo en el Palacio Rota Ivancich, un recinto cercano a la Plaza de San Marcos, pero igualmente en las periferias de la zona central de la bienal.

Después de Margolles nos representó Melanie Smith en el mismo espacio. Ella es una inglesa radicada en México des-de 1989. De ella se presentaron obras en video, instalación, performance y fotografía de arte procesual que intentan cues-tionar la modernidad y el concepto de nación, como parte de la exhibición llamada Cuadro rojo imposible rosa. La obra más destacada fue una serie de videos de personas en las gradas del Estadio Azteca, quienes alzaban con las manos cuadrados del mismo tamaño que al unirse conformaban enormes imáge-nes con una importante carga cultural mexicana.

Tras tres exhibiciones en dos diferentes lugares, en 2012, la entonces directora del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), Teresa Vicencio, firmó con las autoridades de la Bie-nal de Venecia un convenio de comodato, por el que Méxi-co podía ocupar la ex iglesia de San Lorenzo como sede del pabellón nacional para las bienales de Arquitectura y Arte, a partir de la firma del contrato y hasta el 2024; a cambio, el INBA debía restaurar el inmueble, tener una programación constante abierta al público local y adquirir un seguro de da-ños a terceros. El espacio es un grande y bello edificio que data del siglo VI y se encuentra fuera del recorrido principal de la bienal. Consuelo Sáizar, en ese momento encargada del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, dijo haber in-vertido un millón 500 mil euros en la restauración (alrededor de 25 millones y medio de pesos).

Así, en 2013, la ex iglesia de San Lorenzo acogió a nuestro tercer representante, Ariel Guzik. Él es un músico, científico y artista visual que se ha dedicado a generar aparatos que pue-dan percibir ondas electromagnéticas (imperceptibles para el ser humano) y traducirlas en sonidos. Tras años de investiga-ción, en la Bienal de Venecia presentó su máquina Cordiox, un complejo artefacto de cuatro metros de alto, con un siste-ma de cuarzos sensible a los campos electromagnéticos del es-pacio, los cuales convierte en envolventes ondas sonoras que salen de lo reconocible. Sin embargo, para los ojos de María

Habló claramente a los trece meses. Risueña y parlanchina: hermosa ella. Lupita ya tiene cuatro años. Le dice amá a su abuela, doña Juana. Gustosa, Lupita dice que cuando sea mu-chacha va a ir a ver a su papá. Y que va a ir a la escuela para sacar un papel de viaje.

—Suegra, regreso luego, sólo voy a ver si Javier encontró tra-bajo en Estados Unidos. El domingo sale un camión directo al norte y ya contraté al coyote. Le encargo a mi Lupita. No me la llevo porque es muy riesgoso llevar a mi bebita por el desierto…

Doña Juana suspira al recordar:—Eso me dijo mi nuera como si fuera a comprar mandado.

Es fecha que no han vuelto. Sólo alcancé a decirle que me saludara a mi hijo.

Doña Juana entra sigilosa a su cocina. El hilo de tristeza va tras ella. Hay un fogón lleno de aroma a café recién hecho; es café que ella misma cultiva. Hay frijoles negros a pleno hervor

¿Quién es México en la Bienal?

Cristina García Cepeda, actual directora del INBA, la ex igle-sia de San Lorenzo no era un buen lugar, pues requería más inversión en restauración y se encontraba fuera del circuito de espacios principales de la bienal, así que revocó el conve-nio de comodato firmado por Vicencio, aportando del erario público la módica cantidad de un millón 200 mil euros (casi 20 millones y medio de pesos), pagados a la fundación de la bienal. El nuevo pabellón de México por los próximos veinte años será parte del área conocida como El Arsenal, y se podrá hacer uso de él para exhibir diversas manifestaciones cultura-les sin tener que invertir en restauración, sólo pagar sus gastos de mantenimiento, montaje y un seguro de daños a terceros.

El año pasado, el nuevo pabellón mexicano se estrenó pre-sentando una exhibición para la Bienal de Arquitectura y este año nuestro país será representado en la Bienal de Arte por Tania Candiani. Su trabajo interdisciplinario incluirá ins-talaciones, intervenciones y videos que retoman temáticas socioculturales. La exhibición llevará por nombre Possessing Nature. Al parecer, incluirá una obra participativa que invo-lucra la visita del espectador a los espacios que han sido sede del pabellón mexicano.

Una vez hecho este recuento sobre la presencia de México en la Bienal de Venecia, se pone de manifiesto que el arte que nos representa tiene una importante carga conceptual, que estamos buscando desesperadamente tener una visibilidad mundial dentro del circuito del arte y, sobre todo, que ha ha-bido un gran desperdicio de dineros nacionales por parte de los funcionarios a cargo de las instituciones artísticas mexica-nas. Además, por sí misma, cada participación nos ha costado entre diez y 15 millones de pesos. Por tanto, aún quedan muchas otras dudas más sobre el funcionamiento de las insti-tuciones mexicanas con relación a la Bienal de Venecia.

Altar y elementos de separación de la ex iglesia de San Lorenzo.

Fachada principal y campo de la ex iglesia de San Lorenzo, en Venecia. (Fotos: José Santos Torres)

La abuela Juana

y tortillas recién hechas: prepara el desayuno de Lupita.—Come de todo. Hasta la salsa picante le gusta. Mírela —

dice con alegría doña Juana—. Vea cómo se trepa rápidamen-te a su silla favorita.

La silla es de madera con flores de color ya deslavado en su respaldo.

—No para de preguntar todo y de todo. Es ruidosa como las guacamayas.

La sonrisa de Lupita es la energía de la casa de doña Juana. El motivo de sembrar cada temporada. La abuela expresa una suave sonrisa al compartir:

—Brinca y disfruta la algarabía de la llegada de las guacama-yas cada vez que llegan a posarse en los árboles del huerto. Las imita, corre tras ellas, como si las alcanzara. Todo sirve para jugar y reír para ella: unas varas, piedras, comidita de lodo.

Doña Juana sentencia:—Los dólares se llevaron a mis hijos, pero me dejaron a

alguien muy valioso: mi nieta. Tengo que cuidarla y hacerla toda una señorita para cuando sus papás regresen o para que ella vaya con ellos. Faltan catorce años para eso… ¡nada más!

¿Sueño americano?

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www.elpresente.netCARLOS HERRERA DE LA FUENTEESTO NO ES FILOSOFÍA

Si se quisiera identificar un punto de coinci-dencia prácticamente unánime en los distin-tos autores que contribuyen al desarrollo de la filosofía contemporánea, ése sería el recha-zo casi instintivo al pensamiento de Hegel y su lógica dialéctica. Ni siquiera el horizonte marxista y su crítica radical al capitalismo han merecido tal desprecio en el ámbito intelec-tual (aunque sí en el económico y político) como la perspectiva que postula la posibili-dad del saber absoluto. Fuera de unos pocos filósofos que aún reivindican la vigencia de la filosofía hegeliana desde ópticas diversas, la mayoría condena ese intento, por el hecho de ser, supuestamente, una de las visiones más absolutistas y totalitarias en la historia del pensamiento occidental. Trátese de la herme-néutica gadameriana, del deconstruccionis-mo derridiano, de la teoría deleuziana de la diferencia, del discurso de la acción comuni-cativa de Habermas, de la filosofía analítica anglosajona o de la actual esferología de Slo-terdijk, todos concuerdan en que el llamado “panlogicismo” hegeliano se opone al espíritu de la época, caracterizada por el reconoci-miento de sus límites teóricos y prácticos, así como por su apertura a la pluralidad de pers-pectivas que rechazan la jerarquía de los sabe-res y la preeminencia de una ciencia o de una doctrina sobre cualquier otra. En resumen, una época que se niega a aceptar la existencia de una verdad absoluta que lo ordena todo.

Por otra parte, el estilo “oscuro” y enreve-sado de la escritura hegeliana ha contribui-do a muchos de los malos entendidos en el proceso de su interpretación, además de haber forzado a sus comentaristas a recurrir a simplificaciones que, en más de una oca-sión, se han convertido en lugares comunes que bloquean la comprensión genuina de las nociones más “problemáticas” de su filosofía. Términos como los de saber, espíritu absoluto, tríada dialéctica, lógica del concepto, contradic-ción o paso de la cantidad a la cualidad han trascendido en la historia de la filosofía como fórmulas rígidas y abstractas que poco refle-jan la complejidad de un pensamiento que siempre buscó enfrentarse a las paradojas de la realidad en todos sus niveles. Porque si a algo se opuso Hegel desde un comienzo, fue a establecer un parámetro fijo del pensamien-to que pudiera aplicarse a rajatabla a la com-prensión de todos los fenómenos del mundo. Hegel fue un pensador de las paradojas y de las contradicciones vivas, y quiso, por sobre todas las cosas, que su filosofía fuera la ex-presión de esa vida inquieta, en movimiento constante.

¿Cómo nació, entonces, el mito de un Hegel totalitario opuesto a la diversidad? ¿Por qué se le terminó caracterizando como un pensador absolutista, indiferente a todo aquello que sucediera fuera del ámbito de la razón? Para responder estas preguntas, es necesario dar cuenta de, por lo menos, dos lecturas que han marcado la comprensión de su obra.

La primera es aquella que sostiene que el idealismo absoluto de Hegel representa un re-troceso frente a la perspectiva crítica inaugu-rada por Immanuel Kant. Esta interpretación tiene, parcialmente, su origen en el rechazo de Schopenhauer a la filosofía de Hegel, aun-que, con el tiempo, se fue volviendo un lugar común al que recurrieron diversos autores, entre otros, los de la Escuela de Marburgo y, más recientemente, los posmodernos fran-ceses, principalmente Jean-François Lyotard. De acuerdo con esta lectura, la importancia de Kant para la filosofía moderna consistió en haber establecido con claridad los límites del conocimiento humano, desterrando las pretensiones dogmáticas de otras formas de

Georg Friedrich Wilhelm Hegel, retrato de Jakob Schlesinger (1831).

Apología de Hegel

Santiago Carbonellpensamiento (fundamentalmente, religioso). De esta manera, al postular la finitud del saber subjetivo y al reducir todo tipo de certeza sobre los objetos del mundo al conocimiento funda-do en las categorías del entendimiento huma-no, Kant introdujo la idea de que, fuera de ese saber finito, nadie podía saber lo que eran las cosas pensadas “en sí mismas”. La cosa en sí; esto es, la cosa o el objeto pensado más allá del saber subjetivo, en su esencia absoluta e infi-nita, era algo que se podía suponer o sobre lo

que se podía especular o tener fe, pero sobre lo que nunca se podría alcanzar ninguna certeza. Por ello el error fundamental de Hegel habría consistido en su retroceso frente a la propuesta ilustrada de Kant, que dividía con rigor lo que correspondía al pensamiento científico de lo que correspondía al pensamiento religioso, y haber introducido la idea de un saber absoluto que se elevaba hasta el conocimiento de la cosa en sí, asumiéndose como un saber cuasi divino.

Ahora bien, lo más curioso de esta interpre-tación es que parece desconocer el hecho de que Hegel fue un opositor radical al concep-to kantiano de la cosa en sí. Para Hegel, este concepto había sido una concesión de Kant al pensamiento dogmático y religioso, por cuan-to postulaba la posibilidad de una sustancia o

esencia que se encontraba más allá del sujeto, en vez de afirmar la inseparable relación de conocimiento entre sujeto y objeto. En la filo-sofía hegeliana, todo conocimiento o saber es el resultado vivo de la experiencia del sujeto en su relación práctica con los objetos del mun-do. Puesto que esta relación es diversa y se mo-difica con el espacio y con el tiempo, el saber se transforma y enriquece. De ahí que Hegel subtitulara su Fenomenología del espíritu como la “Ciencia de la experiencia de la conciencia”.

El espíritu humano no persigue ningún fin externo a sí mismo, ni se encamina a ningún objetivo establecido de antemano por alguna divinidad, sino que, en su recorrido, va recu-perando los distintos niveles de saber alcanza-dos por la conciencia finita y los va dotando de un sentido y una significación dentro del proceso histórico de su desenvolvimiento. Por eso no se puede hablar de una noción de pro-greso ni de fin o telos de la historia stricto sensu.

Por el contrario, en su Crítica del juicio, Kant propuso, como posibilidad, la idea de una finalidad de la historia hacia la cual los seres humanos se encaminan lentamente, sin poder alcanzarla nunca. Se trata de un pará-metro que mide el progreso logrado por la ci-vilización humana en sus distintas etapas. Esta

noción idealista de progreso infinito ha sido recuperada, paradójicamente, por algunos de los más férreos detractores de Hegel, como Jacques Derrida, en su idea de la “democracia porvenir”, y Jürgen Habermas, en su noción de la “situación ideal del habla”.

La segunda lectura, representada por la filo-sofía de Emmanuel Lévinas y de Gilles Deleu-ze, sostiene que Hegel es, por antonomasia, el pensador de la identidad absoluta que reduce y subsume lo otro, lo distinto o lo diferente a la afirmación unívoca de lo mismo o de lo idén-tico. De acuerdo con esta posición, en Hegel lo idéntico no es únicamente aquello que nie-ga lo otro, sino aquello que lo incluye como un parte o, más bien, como un momento de su afirmación. Así, se cita el conocido pasaje de su comentario a las filosofías de Fichte y de Schelling donde Hegel habla de la “identidad de la identidad y de la no identidad”. Lo di-ferente aparece, tan sólo, como la antítesis de una identidad, para después ser incorporado y superado en una síntesis posterior. Frente a esto, Deleuze desarrolló el pensamiento de que la diferencia tiene una prioridad lógica frente a la identidad, la cual no es más que una “diferencia de la diferencia”. Por su parte, Lévinas introdujo la idea de lo “absolutamente otro” que es irreductible a cualquier principio inamovible de la conciencia. No hay identi-dad, esto es, no hay una sustancia fija ni in-móvil que sirva de medida para todas las cosas. Al partir de una idea totalizante de identidad que engloba todas las diferencias posibles, so-metiéndolas a una lógica unívoca e inquebran-table, Hegel habría negado la diversidad del mundo y reducido todo al discurso autista de la idea absoluta.

De nuevo, al igual que en la interpretación anterior, se aplica a Hegel ideas que no le co-rresponden. La lógica de Hegel no parte de ninguna identidad fija ni de ninguna sustan-cia eterna, justo porque, como ya se señaló más arriba, Hegel rechaza la idea kantiana de la cosa en sí. La lógica hegeliana arranca con la noción de Ser, al cual define como lo “in-mediato indeterminado”. El Ser es la inde-terminación absoluta, por lo que de él no se puede decir nada o, más bien, tan sólo que es la Nada. No es que el Ser sea una identidad a la cual se opone una diferencia derivada que lo niega, sino que el Ser mismo es la Nada. Nada y Ser coinciden inmediatamente. El Ser no es la plenitud de una presencia infinita, sino, al contrario, la multiplicidad infinita de todas las posibilidades. Ningún ente puede jactarse de ser el Ser infinito y absoluto. Por eso todo está en constante cambio, en devenir incesante. La coincidencia hegeliana del Ser y la Nada es más radical que la idea deleuziana de la “dife-rencia de la diferencia”, puesto que en ésta úl-tima se parte de la oposición de dos existentes finitos, mientras que en la primera se asevera que nada puede existir sino lleva en sí mismo el principio de su negación absoluta. A pesar de las apariencias, todo está condenado a ser diferente de sí mismo. “No hay nada, ni en el cielo ni en la tierra, que no contenga al ser y la nada.”

Leer hoy a Hegel significa apartarse de todos los clichés establecidos por la tradición filosó-fica y el imperativo categórico de la posmoder-nidad, cuya lógica prohíbe pensar en términos de totalidades; significa romper nuestros pre-juicios y adentrarnos a un pensamiento rico y diverso que gusta sumergirse en la lógica de las paradojas y de las contradicciones; signifi-ca, finalmente, atreverse a leer nuestra época a contracorriente y oponerse a cualquier máxi-ma que limite los caminos de la reflexión, lo cual es, sin duda, contrario al espíritu de la filosofía misma.

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Santiago Carbonell. (Fotos: Galería Alfredo Ginocchio)

Lupita, óleo sobre lino de Santiago Carbonell, 180 x 140 cm, 2015.

“El arte se hace para la búsquedade nosotros mismos y del otro”

Santiago Carbonell

Por eso es que quizás a las pintores les resulta complicado hablar de su propia obra. Porque todo lo que han querido decir está ahí, en el cuadro mismo. Cuentan, por ejemplo, que cada vez que le preguntaban al pintor sono-rense Ernesto Muñoz Acosta (1932 - 2013) por un elemento específico dentro de sus pinturas, solía ensayar una historia diferente. Como lo haría la obra de cara a cualquier espectador. Lo curioso es que la obra va adquiriendo la fuerza que la hace única, el poder que la vuelve distinta a todas las demás, sólo en la medida en que se va volviendo el testimonio de la existencia de su autor. Así ha sucedido con Santia-go Carbonell: ha buscado dejar huella, una pátina de él, un pedazo de piel en cada cuadro. Y aunque reconoce que la experiencia es algo que no se puede co-municar, aún así indagamos sobre la ma-nera en que ha vivido: el arte, la vida, el arte de la vida.

—Maestro, ¿cómo se aprende a pintar?—Ojalá hubiera un mecanismo que

nos permitiera aprender las cosas. Las cosas se aprenden en la vida, se aprenden con la experiencia. Y lastimosamente la experiencia no puede ser compartida. La voz de la experiencia puede ser sabia, pero es incompatible con la comunica-ción. Cada quien tiene que vivir su vida, seguir su caminito y cantar su propio tango.

—Entonces, ¿de dónde sujetarse para dar los primeros pasos en la pintura?

—Soy un poco mediterráneo en el sen-tido de que pienso que el dolce far nien-te es importante. Es decir, el dulce no hacer nada (ese fruto de la vagancia, de esa vagancia dulce de pensar, de reflexionar) te hace crear y te impulsa. Las buenas ideas, como hacía Albert Einstein: con un lápiz y un papel en una esquinita.

—Como observador, encuentro una belleza brutal en sus cuadros. ¿Existe para usted la be-lleza en su obra?

• Santiago Carbonell nació en Ecuador en 1960, es naturalizado español y reside en Querétaro desde 1986.

• El 14 de mayo de 2014, en el Centro Histórico de Querétaro, fue inaugurado el Museo Fundación Santiago Carbonell.

• En la Ciudad de México, el pintor es re-presentado por la Galería Alfredo Ginocchio.

Coordenadas

elFRONTISPICIO

Aquí habita la realidad. Es una realidad más real que cualquier otra. Más real que la realidad que está allá afuera, en cualquier otro lugar que rebase las dimen-siones del cuadro. Aquí, en el cuadro, habita una reali-dad más carnal, más sincera, más profunda. A quien la observa (así sea una y otra vez) le cuenta siempre una historia distinta. Pero hay que ser generosos con ella: sólo comparte lo que es, lo que tiene, lo que oculta con quienes están dispuestos a darle parte de su vida: de su tiempo. Y con todo esto, la realidad que habita cada una de las pinturas de Santiago Carbonell es una que no miente, que no decepciona, que es fiel a sí misma.

JUAN JOSÉ FLORES NAVA —No lo creo. La belleza es tan frágil como el tiempo, como el momento. Hay cosas bellas que lo son sólo en cierto momento y en cierto lugar. Pero las cambias de tiempo y de espacio y resultan anacrónicas y horribles. La belleza en sí no existe. Y como concepto, nadie lo tie-ne claro. La belleza tiene sus matices para cada quien. No es una verdad absoluta: cambia cada instante en el espacio y en el tiempo.

—Usted ha dicho que lo divertido de ser pin-tor es que puede permanecer en el anonimato.

—Si me gustara el aplauso y el reconocimien-to, pues hubiera sido actor de teatro o cantan-te, por más que por ahí tenga mi vocación de gente de teatro, de actor un poco frustrado.

—Si no busca la fama y el reconocimiento, ¿para qué o para quién pinta?

—Los artistas del Renacimiento decían que el arte se hace para honor de los hombres y gloria de Dios. Eso era en el Renacimiento.

Para mí, el arte se hace para la búsqueda de nosotros mismos y del otro. Es como mirarte en un espejo.

—En buena parte de sus cuadros hay mucha piel...

—El artista inglés Bacon decía, y con mucha razón, que la historia de la pintura es la historia de la carnación, de la carne, del misterio de volver la pintura carne. Coincido perfectamente con él.

—En ese mismo sentido, en buena par-te de su obra aparece la mujer, lo feme-nino.

—Porque la presencia de lo femenino en el mundo es mucho más importante de lo que parece. Antes se trató lo feme-nino como un objeto, pero en mi obra procuro hacer un homenaje a lo femeni-no al volverlo protagonista. No me acuer-do quién decía (creo que era griego), que cuando nacían niños, el mundo se prepa-raba para la guerra, pero cuando nacían muchas niñas se preparaba para la paz. Ojalá nazcan muchas niñas.

—¿Qué tanto ese gusanillo depresor que todos llevamos dentro, como dijo usted alguna vez, ha detenido o impul-sado su trabajo? Lo pregunto por esta convicción que aparece en algunos artis-tas (pintores, escritores, poetas, músicos) de que el camino de la creación tiene que estar lleno de sufrimiento y tragedia, de autoextinción.

—Creo que es un fenómeno atrasado, w En algún tiempo, para ser artista tenías que luchar contigo mismo casi al borde del suici-dio, estar deprimido. Yo aún creo en la alegría. No creo en la felicidad porque la felicidad es muy tonta. Pero el único camino que conozco para la felicidad, es la alegría. Sin duda todos los artistas y todas las personas deberían gozar un poco más y ser más alegres. Eso es impor-tante.

—Hace poco decía usted que, por la edad, se encuentra en un momento donde se sienta a pensar si todo ha valido la pena. ¿Ha valido la pena?

—Lastimosamente no soy un optimista gene-ralizado sino un pesimista de corazón. Cuando valen la pena las cosas es cuando cierras los ojos y te das cuenta o no te das cuenta de lo que has hecho. Hasta ahora, la inconformidad con lo hecho me ha dado el motor de la creación y del deseo de seguir trabajando. Cualquier artista o individuo que está demasiado complacido con lo que hace, se aburre y no tiene ningún motor ni una motivación para continuar con eso que hace. El inconformismo, el estar luchando en contra tuya, es un buen acicate para la crea-ción.

—Mirada en retrospectiva su obra, ¿se siente satisfecho?

—No. Porque la satisfacción es una cosa de Baco y de los grandes comedores de banquetes y de vino. Pero inclusive los romanos enseña-ban que después de comer mucho, hay que vomitar.

—¿Hay algo de lo que se arrepienta de haber hecho o de no haber hecho?

—No. No me arrepiento de nada. Por eso desde los 15 años no he ido al confesionario a confesar mis pecados. En cambio, sí he ido a varias tribunas a admitir mis virtudes.

Page 20: Webel Presente 12 Feb 2015