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Raíces amuralladas

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Raíces Amuralladas por Jacqueline M.Q.

Raíces Amuralladas Escritora: Jacqueline M.Q. @Jacqueline_MQ

Colaboraciones: Ilustrador: Selu Sánchez @SeluSGalgo Prologo: C. J. Torres @LiteraturaShow Corrector: Antonio Salvadores Fernández @LasLetrasMolan Editor: Ion Iacob @IonIacob

2016 © EscritoresFamosos.com

De esta edición digital pueden hacerse tantas copias o impresiones como se desee. Desde luego, no se permite la edición o alteración del texto sin previa

autorización del autor.

Todos los derechos reservados

Dedicatoria Para Monte Castello di Vibio, por que sus muros y habitantes me susurraron en una noche la historia que sus muros ocultaban. Para Ion, por qué siempre será

el chico de mis libros.

"Nos plantan árboles en la cabeza: el de la vida, el del saber, etc.” Giles Deleuze.

Uninso: Los Odiosos y los Bondadosos. En un pueblo donde las emociones eran pares, donde eras rico o pobre, donde eras bueno o malo, o donde amabas u odiabas, pocas cosas podían suceder más que noches y días buenos o malos.

Este lugar se llamaba Uninso; se encontraba atalayado en una montaña, rodeado con altos e infranqueables muros. Sus habitantes estaban allí cau]vos ya que poseían emociones únicas y enfrentadas, que dividían a la población en dos grupos irreconciliables, los Bondadosos y los Odiosos. Se había probado que aquel que saliera de aquel lugar en búsqueda de lo inexplorado, siempre acababa creando guerras debido a sus tajantes decisiones y su sesgada visión del mundo. Los mansos hacían sen]r al mundo egoísta y aumentaban los suicidios allá donde fueran. Los malvados provocaban batallas entre las familias más unidas, los amigos más inseparables y las parejas más enamoradas. Ante tantas desgracias causadas por los ciudadanos de Uninso, los reyes de cada con]nente tomaron la decisión de amurallar aquel lugar y que ellos mismos se soportaran y entendieran.

Uninso quedó totalmente aislado del resto del mundo; sin acoger a nuevos visitantes. Hasta que un día de Invierno, cuando las calles estaban desiertas, los Bondadosos encendían sus chimeneas y los Odiosos sólo se resfriaban; un visitante, por primera vez en 3.000 años, apareció en la plaza de la localidad.

Era tal el silencio que había allí, que sus pasos se oyeron en cada casa y sus habitantes enmudecieron escuchando las pisadas de unos zapatos que no eran familiares. El extranjero se detuvo y esperó a que alguien saliera a darle la bienvenida.

Eso fue exactamente lo que pasó. Personas con abrigo de color pardo fueron saliendo una a una de sus casas con puertas de madera, grandes, cada una con un pequeño pomo decorado por aquello que más enorgullecía a sus familias. Algunos eran cabezas de leones talladas en plomo, flores talladas en cobre, espigas en un dorado falso, coronas de la realeza…aquellos adornos habían sido el legado dejado por los ancestros que habían podido salir de Uninso y ver tales objetos o seres como los representados en sus puertas. Un recuerdo que atormentaba a los descendientes, debido a que ellos jamás saldrían de aquel lugar para luego regresar a casa con historias tan inspiradoras, que acabarían en los pomos de sus casas.

— ¿Quién eres? —Preguntó de mala gana el hombre con más poder entre los pobres, los Odiosos de Uninso. Llevaba un abrigo gris de lobo, largo como su sucio y despeinado cabello. Sus ojos eran de color verde apagado, como los de las rocas musgosas.

—Soy un rey.

— ¿Un rey? ¿De fuera? —preguntó la mujer más rica, buena y amorosa de Uninso. Un abrigo de color negro como el de un cuervo envolvía su cuerpo. Su cabello era rubio y contrastaba con la prenda. Sus ojos avellana miraban con curiosidad al rey.

—Sí, del reino más cercano a vosotros. Mi nombre es Giovani. Y vengo a liberaros de la condena que mis antepasados decidieron imponeros a causa de vuestras enfrentadas e inamovibles emociones.

Los ciudadanos se miraron entre ellos. Aquel rey ves]do con un abrigo de oso blanco y con el cabello negro, recogido en una bonita cuerda de cuero marrón, les estaba obsequiando con algo que ninguno de ellos había soñado aquella misma mañana. Ver lo que había tras los muros.

Pero entonces uno de los más desconfiados habló: “¿Qué quieres a cambio?”.

—Seguro que nada, Silvio, al fin y al cabo no poseemos más que muros y la comida que nos otorgan aquellos que viven cerca de nosotros; su pueblo, Rey Giovani.-Dijo Pinna, una mujer ves]da de rojo con el cabello negro; era la más bondadosa del lugar. Pero Silvio protestó ante las palabras serenas de aquella mujer. –Dinos, Rey Giovani, ¿qué debemos hacer a cambio de salir de este lugar y ver lo que hay detrás de los muros?

Giovani miró al pueblo elevando su mentón y dijo: “Dos hijos, un chico de los Odiosos, una chica de los Bondadosos”. Entonces las emociones enfrentadas de los habitantes comenzaron a surgir. Lágrimas en los Bondadosos, gritos en los Odiosos.

— ¡No! ¡Mi hija no! —.Lloraban los padres más honrados.

-¡Vete al infierno! ¡Quieres llevártelos y que sean tus esclavos!

—Calma ciudadanos de Uninso. —Dijo el Rey elevando su mano enguatada de blanco. -Nadie os obliga a nada, sólo vengo a daros la oportunidad que siempre

habéis deseado. Tenéis hasta mañana para decidir qué hijo vendrá conmigo; deberá ser menor de 20 años y no estar comprome]do o comprome]da.

Los ciudadanos senqan como sus emociones se iban acumulando para explotar. ¡Aquel rey había ido allí solo para llevarse a sus hijos!

—De acuerdo—dijo Pinna acercándose al rey. —Puede dormir en nuestro hogar si lo desea; allí dispondrá de una chimenea, una sopa de caldo y un rico bistec.

El rey asin]ó y se dirigió hacia la mujer, ambos se fueron en compañía de los Bondadosos, que por el camino le ofrecieron probar sus mejores desayunos para el día siguiente, una limpieza para su caballo, si es que había venido montado en uno o algún jabón de lavanda para un baño antes de dormir.

Cuando hubieron desaparecido por las calles estrechas, la plaza frente a la alta iglesia, con sus ventanales de vidrieras, que brillaban a la luz de la luna, se quedó callada. Los Odiosos de la ciudad esperaron a que no se oyeran más pasos, puertas o ventanas cerrarse. Cuando todo quedó en silencio los que había allí se miraron entre ellos.

—No dejaremos que ese rey se lleve a nuestros hijos ¿y si mañana pide otro?-dijo Silvio.

—Exacto, ¿o lo vuelve bondadoso? —. El más viejo de todos, Pietro, se llevó la mano al corazón ante aquella idea. Un Odioso conver]do en Bondadoso era mucho peor.

—Debemos darle muerte, esta misma noche. Cuando Pinna duerma, nos colaremos en su casa…mientras trazaban el plan, un joven de 19 años se re]raba disimuladamente del genqo para caminar por donde los Bondadosos se habían ido con el Rey. Hacia la zona de los ricos y buenos.

Aquella parte de la Ciudad estaba prohibida para él, por ello intentó hacer el menor ruido posible. Sin embargo sus estropeadas botas no resultaban de gran ayuda, pues la suela se solía despegar y quedarse atrás, arrastrándose y creando un estrepitoso ruido…y eso fue justo lo que ocurrió. El chico se detuvo y se colocó la suela de forma correcta poniéndose a la pata coja. Giró un poco sobre sí mismo para no caerse, cuando una risita le puso los ojos como platos al percatarse de la presencia de otra persona cerca de él.

— ¿Quién eres? —. El chico sacó un puñal de su cinto y lo movió en el aire, volviéndose por si decidían atacarle por detrás. Cuando una mano morena

encendió una luz en una esquina oscura, a su derecha. Era una lámpara de aceite y una chica la portaba. El muchacho no pudo dis]nguir sus rasgos, pero sí un anillo dorado con el emblema de una hermosa Malva. Era una Bondadosa.

—Eres tú quien está en mi territorio, así que debería preguntarte qué haces aquí. —La lámpara se movió alumbrando un ves]do blanco con ribetes dorados.

—Soy Monte, hijo de…—el chico dudó por unos segundos; entonces la luz le alumbró el rostro. Éste arrugó su chata nariz y sus ojos verdes, algo más brillantes que los de su padre, se entrecerraron a causa del resplandor.

—El hijo de Silvio.

—Sí. —Dijo algo avergonzado. — ¿Y quién eres tú?

—La mala educación es propia de los Odiosos.

Unos pasos se oyeron cerca de ellos. Monte se giró para ver quién se acercaba, cuando vio como la luz se marchaba.

—Espera…—pero entonces se tapó la boca a sí mismo. ¿Para qué quería que se detuviera?

—Vayamos a por las armas más afiladas—oyó decir a Todino, el más sanguinario de todos los Odiosos.

Monte, al oírlos, corrió intentando que las suelas no chocaran con el suelo de forma estrepitosa, pero de nuevo ésta se salieron, y el resultado fue que se dio de bruces contra el suelo. Se giró al escuchar los pasos; si su padre lo veía allí lo mataría. Pero entonces una luz le iluminó la mejilla y unas manos lo sujetaron.

—No te quedes atontado, levanta —de nuevo la chica. Monte se levantó espabilado de nuevo por aquel extraño y suave tacto. —Sígueme— la luz se elevó y con ella el final de su ves]do; esta vez, al estar de espaldas a él, alcanzó a ver un cabello largo negro acabado en bucles.

La chica se movía por las calles, bajaba escalones con rapidez y se agachaba cuando los arcos eran bajos. Hasta llegar frente a una escalera. En vez de subirla la rodeó para quedarse debajo. Monte se paralizó ante la idea de esconderse con ella, si lo descubrían no sólo lo matarían, también ]rarían sus restos por encima del muro en señal de vergüenza.

— ¿Quieres que te maten? —La pregunta fue sencilla.

—No —y jamás había creído tanto en ella.

Se coló bajo la escalera quedando a escasos cenqmetros de la chica. Ésta tenía la lámpara protegida, a la altura de su estómago. Entonces, Monte la elevó agarrando la muñeca de la chica de forma brusca y vio su rostro. Un grito ahogado se escaparía de sus labios si no hubiera sido porque su padre y los demás Odiosos estaban pasando justo por encima de las escaleras.

Monte se quedó con los labios apretados y mirando los ojos de color castaña de la chica. Su piel era bronceada y limpia, sus labios rosados y tenía un pequeño lunar justo por encima del labio superior. Llevaba el abrigo de zorro propio de las jóvenes de su casa. Era Castella, la hija de Pinna.

Los pasos se alejaron y el joven soltó todo el aire.

—Eres la hija de Pinna, los Bondadosos.

—Sí, y tú el hijo del mayor de los Odiosos. Creo que estamos empatados —recalcó la chica con una sonrisa.

—Bueno…—La muchacha puso la mano en la boca de él.

—Deja tu lado imper]nente para luego y dime qué hacen tu padre y los demás Odiosos. —Monte fue a replicar con su tono más malvado; debía darle una buena bofetada por hablarle así, pero entonces sería como ellos…así que sólo asin]ó.

—Van a matar al Rey Giovani. He venido para avisarle y ayudarle a escapar…quiero ir con él.

— ¿Tú? Eres un Odioso y además el primogénito de los peores, crearías mil guerras ahí fuera.

—Puede ser… pero… necesito salir. No quiero morir entre estas paredes sin ver algo dis]nto a este lugar.

Castella se encogió de hombros.

—No es tan malo.

—Eso será para ], ]enes joyas, dinero, comida en la mesa cada día. Yo debo trabajar ¿sabes?

Los ojos de la chica se llenaron de lágrimas.

—Si venga, ahora llora, como todas las Bondadosas…—la rabia se acumuló dentro del corazón de Castella al oír su arrogante tono. Así que le miró, con los ojos brillantes por las lágrimas contenidas, y le propinó un pisotón en pleno pie. — ¡Ah…!—Castella le tapó la boca aguantando la risa.

—Si quieres encontrarlo te ayudaré, pero yo también quiero ir con]go. Odio esta vida, es demasiado aburrida. También quiero ver el mundo.

Monte asin]ó y Castella quitó la mano que tapaba sus labios.

— ¿Sabes dónde está? —La chica asin]ó.

—Sí, pero antes debemos ir a mi casa. Necesitas no ser tan…tú.

Monte fue a rechistar, pero Castella ya estaba corriendo de manera sigilosa.

—Con esos zapatos cualquiera anda tan silenciosa —dijo quitándose los suyos y sin]endo el suelo empedrado.

Una Familia Bondadosa La casa de Castella era la más amada y envidiada en Uninso debido a su grandeza. Era una torreta de color gris, con las piedras mejor pulidas y terminada en una punta que dejaba ver en lo alto el emblema de la familia, la Malva, que Castella portaba en el anillo.

Monte la había visto cientos de veces. Aquella torre era algo muy lejano para él, pues estaba totalmente prohibida la entrada de un Odioso a aquella zona de la ciudad y sobre todo a la casa de una de ellos, a la más amada de todos; Pinna. Por ello, cuando Castella sacó del bolsillo de su abrigo de zorro una llave plateada y la introdujo, Monte dio un paso atrás.

— ¿Tu madre está ahí? —Castella se giró e iluminó su propio rostro, la luz brillaba en su cabello negro.

—Claro que no, no es tan tonta como para esconder aquí al rey.

— ¿Entonces por qué entramos?

-Necesitas dejar de aparentar ser un Odioso si quieres caminar por estos lares y que no te reconozcan.

Aquella idea no le gustó nada a Monte; es más, le ofendió.

— ¿Y por qué no te cambias tú?

—Porque estamos en mi territorio, no en el tuyo.

Y abrió la enorme puerta de plata.

Monte se acercó con sigilo a la escalera que llevaba hasta aquella puerta, subió un primer escalón y se fijó en el interior. Esperaba ver la oscuridad y sen]r el mismo frío de su casa o de las de sus amigos; pero entonces el color cálido del lugar le relajó los músculos y un delicioso olor dulce hizo rugir su estómago.

Castella se rio.

— ¿No te dan de comer?

—Hoy no —dijo orgulloso y entró dejando a la chica avergonzada ante su mala broma.

Monte vio una enorme cocina redonda al fondo de la torreta. Una escalera de caracol hecha de marfil, que posiblemente conducía a las habitaciones, estaba justo en el centro. Pero lo que más llamaba la atención del chico era que había un pastel de queso Ricoua, con sus hermosas ]ras de masa en forma de canasta y con pepitas de chocolate sobre una mesa circular.

Castella se fijó cómo miraba aquel dulce y puso los ojos en blanco, pues parecía un pobre perro apaleado. Ahora que lo miraba más de cerca podía dis]nguir las manchas de ]erra que había en su cara.

—Puedes comértela —el chico la miró de inmediato. —Incluso beber el té de jengibre que hay en la tetera.

— ¿Por qué?

—Soy una Bondadosa. —Dijo encogiéndose de hombros y dirigiéndose a la escalera.

Monte no tardó ni dos segundos en ir hacía la mesa, servirse té en una copa de plata, que en realidad era para vino, y meter las manos en la tarta. Una gran variedad de sabor invadió su boca; queso, limón, chocolate y la rica masa hecha de mantequilla, azúcar y harina…aquello era el cielo.

—Que rico…-dijo con la boca llena. Cuando vio el pie de Castella bajar con sus leotardos blancos este tragó un poco más y se limpió la boca restregando su brazo.

—Espero que no te haya dado un empache y no puedas moverte.

Cuando vio a Monte empezó a reír, pues tenía el pelo y las mejillas llenas de blanco a causa de la Ricoua.

—Caramba, sí que te gusta el dulce —Dijo acercándose.

— ¿Qué es eso? —Preguntó señalando unas prendas que llevaba en sus brazos y depositó sobre la mesa, junto a una pas]lla de jabón de albaricoque.

—Es ropa y jabón.

— ¿Para que necesito el jabón? Es de noche, no verán mi cara manchada.

—Ya…—Castella se mordió el labio intentando no ser ofensiva. —Pero se os huele a kilómetros—.Ante aquel comentario Monte se olió la axila.

—A mí me huele normal —Castella se acercó y alargó su brazo.

—Huéleme —las sudorosas manos de Monte temblaron al acercarse a aquella chica que parecía de frágil cristal; olió su piel y un rico perfume de dama de noche se coló en sus fosas nasales.

—Sí…es muy diferente al olor de las chicas Odiosas. —Castella quitó su mano de la nariz de Monte, dejándole el recuerdo de aquel olor.

— ¿A qué huelen allí?

—A… ¿manzanas podridas? —ambos se miraron hasta reírse por la respuesta del chico. Castella lo observó con más detenimiento, reír le hacía menos sucio.

— ¿Tan malo es aquel lugar? —Monte asin]ó cogiendo el jabón de la mesa, lo olisqueó en búsqueda de alguna similitud con la piel de la chica, pero no la encontró.-Voy a traerte agua —le dijo acercándose a la cocina y llenando un recipiente de aluminio de agua caliente.

— La parte de los Odiosos es oscura, fría… apenas tenemos dinero para leña o comida. Solemos comer mucha col, patatas y arroz. La carne escasea, por eso estamos tan delgados. No tenemos ni agua caliente ni jabones.

—No en]endo por qué vivís así, estamos en la misma ciudad; Uninso —dijo Castella depositando el agua frente a él y llevándose lo poco que quedaba de tarta para que así tuviera más espacio.

—Mi padre dice que sois unos ladrones.

— ¡Ja! —respondió la chica.

—Pero yo tengo mi propia teoría.

—Antes quítate la ropa —Monte abrió los ojos como platos ante aquella insinuación.

— ¿Cómo dices?

—Vamos no soy una niña, tengo 19 años. Sólo voy a verte el torso y las piernas.

Monte tragó saliva y comenzó a quitarse el abrigo; quiso entregárselo a Castella, pero ésta negó la cabeza.

—Mejor será que lo ]remos, huele a manzanas podridas —. El chico rio y lo ]ró al suelo.

Luego se quitó los pantalones, dejando ver sus cicatrices y moretones. Castella sin]ó pena por él.

— ¿Cuál era la teoría? —preguntó intentando no mirarle tanto.

—Mi teoría, sí. —Monte sumergió el jabón en el agua y comenzó a frotar sus manos. -Creo que sois tan generosos y buenos que cualquier persona os ayudaría en los momentos más diwciles. No os enfadáis, no golpeáis, ayudáis a las personas que lo necesitan y hacéis trabajos como servir, curar, proteger…nosotros únicamente nos preocupamos de buscar comida solo para nosotros, oro, animales…y eso nos trae cada vez más pobreza al no servir a los demás, sino a nosotros mismos.

Castella negó la cabeza con una sonrisa serena.

—Eres el Odioso más extraño que he conocido.

— ¡Gracias! Pero tú también eres rarita —Castella inclinó la cabeza hacía la derecha llevándose consigo sus bucles negros.

— ¿Y eso por qué?

—Eres un poco ruda y te has me]do conmigo más de tres veces. —La chica se mordió el labio y se sentó sobre la mesa dejando que su ves]do se subiese un poco. Monte en cambio comenzó a lavarse la cara con el jabón, la picazón por la suciedad provocó que se la enjuagará en seguida y volviera a empezar. Cuando terminó, Castella le dio una toalla y se secó la cara.

—No me gusta nada ser Bondadosa.

Monte comenzó a enjabonarse el cuerpo.

—No en]endo por qué, ]enes dinero, comida, calor, ves]dos bonitos y hueles de maravilla.

Castella se rio suavemente.

—Sí, pero no puedo enfadarme, trabajar o pensar en lo que yo quiero sin antes preguntar a otros lo que quieren. Ser Bondadosa es una maldición, Monte, vives complaciendo a los demás. Y sí, tengo dinero, pero tal y como has dicho, sirviendo. ¡Me gustaría ser egoísta por una vez y comerme un pastel de Ricoua yo sola sin pensar en cada vecino de este maldito lugar! —Gritó por úl]mo Castella mientras se le alborotaba el pelo.

Por otro lado Monte, al oír aquello úl]mo, se tapó la boca con la mano y dijo: —Ups, ¿tenía que haberte ofrecido pastel?

Castella se rio ante su comentario.

—No eres un Bondadoso, así que no. —El chico asin]ó y se limpió las piernas. Luego cogió una esponja que Castella también le había traído y la empapó de agua para luego escurrirla y dejarla casi vacía de líquido; lo suficiente como para quitarse el jabón.

— ¿No te da miedo causar suicidios en otras ciudades?

Castella asin]ó.

—Claro que sí, mi madre vive obsesionada con ello. Por lo visto su hermana salió de aquí hace 20 años. Cuando tenía nuestra edad.

— ¿Cómo, salió? —. La chica asin]ó.

—Solo sé que consiguió ver lo que hay fuera y volvió a los dos años. Se había enamorado de un joven. Pero éste comenzó a sen]rse cada vez peor consigo mismo debido a la generosidad de mi qa; nunca estaba a su altura. Todos sus amigos y familiares adoraban a la qa Soya. Excepto su esposo; él tenía celos de ella. Así que una noche intentó… matarla. Mi qa se asustó mucho, pero como era Bondadosa, al día siguiente le perdonó. Su marido no pudo aguantar más su generosidad… cayó en la locura. Decía que éramos demonios con alas de Ángeles…siempre me gustó esa definición de la historia.

—Es un tanto…-Monte sacudió su cuerpo — escalofriante.

—Puede ser, pero es el concepto de ser ambos. Un demonio con alas, sería tener lo mejor de las dos partes.

—Bueno, eso sería posible si uno de los nuestros se casará con uno de los vuestros.

Castella asin]ó.

Los siguientes minutos ambos permanecieron en silencio. Monte ya estaba aseado y se peinaba después de mucho ]empo. Intentaba recordar algún momento en que había dejado de hacerlo, alguna razón; pero solo encontraba el hecho de que en su casa ni su madre o sus dos hermanas usaban peines. Siempre iban con el cabello engrasado y recogido.

Una vez finalizó le quedó la melena por encima de los hombros y las puntas hacía fuera.

—Ponte esto —le dijo Castella aún seria, entregándole un pantalón negro, una camisa blanca con botones dorados y el emblema de la familia de Pinna junto a un abrigo de lobo blanco.

—Gracias, ¿de quién es? —De mi hermano.

Monte tragó saliva. Había visto al hermano de Castella el día que murió. Se estaba peleando con otro chico de los Odiosos, el hijo de Todi. Según la versión del segundo, éste había encontrado en nuestra zona un anillo de oro de compromiso. Pero según Biondi, el hermano de Castella, era de su prome]da. Su hermano había intentado conversar y dialogar, pero al no entrar el Odioso en razón, Biondi come]ó el gran error de ofenderle diciendo: “Quédatelo, así no pasareis hambre tú y tu familia. Considéralo un regalo.” Y el ego de aquel estúpido sufrió una herida tan profunda, que se lanzó como si fuera un rinoceronte contra Biondi, que cayó por el muro…

—Lo siento —dijo Monte al recordar aquel instante. Castella se encogió de hombros.

—Tenía que morir siendo un Bondadoso. Es una de las razones por las que me quiero ir, no pelear a veces puede ser peor.

—Igual que pelear siempre…—Monte se abrochó el abrigó asin]endo para sí. —Ahora en]endo lo bueno que sería tener ambas partes.

—Puede que el rey…—un sonido los sobresaltó a ambos. La puerta se estaba abriendo.

—Oh dios mío, mi padre.

Los ojos de Monte se llenaron de miedo.

—Si me ve, me entregará a mi padre.

—De eso nada —Castella cogió la mano de Monte y lo llevó hasta la escalera. —Tenemos que subir y bajar por el tejado.

El miedo recorrió al chico.

—Coge antes los zapatos.

Éste asin]ó y fue hasta la mesa viendo dos hermosos zapatos negros como las alas de cuervo. Se los calzó y corrió hacia la escalera, pero el padre de Castella le vio.

— ¿Biondi? —Y en vez de dejar con la ilusión al padre, Monte se giró topándose con una mirada que se avinagró al ver a un Odioso en su casa; o lo que era peor, al hijo del más odiado de todos con la ropa de su fallecido primogénito. — ¡No! ¡Mi hija no! —Monte creyó que iba a ir a por él, pero este hizo algo mucho peor. Salió a la calle y agitó la campana que todos tenían fuera de sus casas para casos de incendios o ataques. — ¡El hijo de Silvio está en zona de Bondadosos! ¡El hijo de Silvio está en zona de Bondadosos! ¡El hijo de Silvio está en zona de Bondadosos! ¡El hijo de Silvio está en zona de Bondadosos! Los gritos llegaron hasta el propio Silvio, que se detuvo en su búsqueda del rey y apretó los dientes dejando escapar un gruñido.

—Ese hijo mío no verá la luz del alba. —Dijo dándose la vuelta y dirigiéndose a la torreta de la familia de Castella.

— ¡Vamos! —le gritó Castella agarrándole del abrigo.

Monte subió las escaleras viendo como unas puertas circulares estaban cerradas en cada piso, debían ser habitaciones. Alzó la vista y observó un tragaluz circular, con cristales cuadrados a forma de ventanas. Castella llegó antes que él, empujó uno de los cristales, que se desprendió de su lugar y se deslizó hacía atrás, rompiéndose en mil pedazos entre un fuerte estruendo.

— ¡Está en el tejado de la torre! —Castella puso los ojos en blanco.

—No nos dispararan, ni ]raran cosas así que no temas.

—Pero mi padre…

—Llegaremos antes al rey, te lo prometo —le dijo Castella cogiéndole de la mano.

Monte asin]ó y la chica pasó por el hueco que el cristal había dejado. Gateó hasta que la noche fría le azotó el rostro. El viento era fuerte y un tanto amenazador, pero debía centrarse en encontrar a su madre y sólo podía estar en un lugar… en la casa del Muro. Cuando Monte salió y se colocó a su lado, la joven señaló cuatro casas más lejos de ellos.

—Mi madre suele ir mucho a aquella casa, es la única anciana viva que ha logrado salir de aquí y que sabe cómo hacerlo. Por unas monedas de oro te ayuda a salir, pero para entrar debes traerle un regalo de fuera.

—Parece sencillo.

—Sí, sólo que éste es el único medio para ir hasta allí; a pie, los Bondadosos no te dejan.

— ¿Te dan besos? —preguntó Monte intentando que la broma le relajara.

—No, mandan a los Odiosos —. La vista de Monte se nubló.

—Menudo momento para que se pongan de acuerdo.

Y Castella sonrió caminando por el balcón circular de la torre. El tejado de la siguiente casa estaba bastante lejos. — ¿Cómo vamos a llegar?

Pero la chica no respondió; seguía dando vueltas alrededor de la torreta, tocando la pared hasta que pareció dar con algo.

—Sácame el anillo —dijo alargando su mano. Monte la miró y, al ver la decisión en su rostro, no replicó. Tocó su dedo anular y con suavidad lo sacó de su dueña. Luego la palma de su mano pidió la joya de nuevo; el chico la depositó sin dudar observando a la chica con detenimiento. Castella escondió el anillo

bajo la palma lo presionó contra la pared, luego giró con suavidad hasta que se escuchó el sonido de un engranaje. Fue entonces cuando la torreta se movió…— ¡Agárrate! —gritó Castella. Monte abrazó a la torre y ésta comenzó a girar con sacudidas cada tres segundos, como las manecillas de un reloj.

— ¿Qué está pasando? —preguntó asustado el chico.

-Es una an]gua escalera; mis padres la protegen para que nadie pueda cruzar hacía el muro. Sólo el anillo puede abrirla.

— ¿Y por qué lo ]enes tú?

—Lo robé—la palabra que nunca se atribuiría un Bondadoso a sí mismo fue dicha por primera vez por Castella.

— ¿Cuándo parará? —En ese instante la torreta se detuvo y unas escaleras de madera se proyectaron al tejado vecino; anclándose con unos garfios que había en la parte inferior.

—Muévete— le dijo Castella mientras daba pasos por el balcón hasta llegar a la escalera y ponerse a andar por ella. Monte hizo acopio de valor intentando no mirar abajo. —Hay que ac]var la siguiente —y en cuanto llegaron al tejado Castella buscó en las tejas algún punto para colocar el anillo.

— ¿Qué buscas?

—La flor de Malva. —Al oír la respuesta Monte se puso manos a la obra hasta encontrarla en una teja hecha pedazos.

— ¡Aquí! —Castella fue hasta él y puso el anillo en la marca como si fuera un sello; luego lo giró y de nuevo se oyó un mecanismo. Tras unos segundos, las tejas se agitaron, haciendo saltar a ambos jóvenes, que enseguida se aferraron a las tejas. Éstas comenzaron a deslizarse hacia delante, como si fueran una alfombra. -¡Agárrate Castella! —el grito se oyó en todo Uninso. Y Silvio se llenó aun de más odio.

Las tejas se movían por el aire hacia la siguiente casa, llevándolos a ambos encima. Pero justo al llegar al tejado próximo, las tejas perdían la capacidad de volar y caían estrepitosamente.

—Levanta—dijo Castella. —Hay que saltar antes de llegar. —Monte se levantó cogiendo la mano de la chica; esta sólo sonrió. — ¡Ahora! —y ambos saltaron agarrándose con fuerza al tejado, que era de madera.

—Busquemos —dijo esta vez Monte, cuando una flecha silbó justo al lado de su rostro. Éste se re]ró asustado.

— ¡Bastardo de mierda! ¡Baja ahora mismo para que pueda matarte mientras te miro a los ojos!-Castella, sorprendida por la violencia del padre de Monte, se asomó.

— ¡Eh, tú! ¡Púdrete! —le dijo Castella dejando a Silvio anonadado al ver que su hijo estaba con la hija de Pinna y que acababa de responderle de forma poco cortés.

—Diablilla con alas —la chica se encogió de hombros con una sonrisa… que se convir]ó en un gesto de dolor. Castella cayó de rodillas. Una flecha se había clavado en su espalda.

— ¡Castella! —gritó Monte acercándose a ella. La sentó sobre el tejado con suavidad. Su abrigo de zorro estaba empapándose de sangre, al igual que el ves]do.

—Parece que no podré salir de aquí después de todo.

—De eso nada, te curarán los Bondadosos.

Monte la agarró con sus pocas fuerzas, pero no podía levantarla; era flacucho y no poseía músculos fuertes. Así que la dejó sentada y se acercó más al tejado. Su corazón palpitaba con fuerza a causa del miedo; se dio la vuelta y vio como Castella le sonreía con los labios pálidos; esta imagen le dio fuerzas. Dio un paso al frente y gritó: ¡Parad! ¡Castella está herida! —Pero las flechas seguían silbando a su alrededor. — ¡Bondadosos! ¡La chica más dulce está muriendo! ¡Luchad por lo que es vuestro!-El padre de Monte enfurecido cogió un arco y una flecha y apuntó directamente a su hijo. Éste le miró, era consciente de su precisión con el arma; así que hizo como los Bondadosos y dijo: “Mátame, ya que de todos modos no me querías.”

— ¡No! —el Rey Giovani apareció cortando de cuajo la mano de Silvio con una espada.

— ¡Ahhhhhhh! —gritó éste de dolor.

— ¡Deténganse ahora! —. Los Odiosos bajaron sus armas y los Bondadosos volvieron a salir de sus casas.

Pinna apareció con la mano en el corazón mirando sin parar a Monte. El chico se giró y para su horror vio a Castella tumbada en el tejado. Se acercó a ella y le tomó el rostro entre las manos.

—Castella…

—Ha sido un sacrificio necesario, Monte.

Al girarse, el Rey Giovani estaba allí en el tejado.

— ¿Cómo ha subido?

Pero no respondió, sólo caminó hacia ambos y dejó caer por encima de Castella un puñado de flores blancas, como la dama de noche que rociaba su piel. Las flores acariciaron su rostro y la flecha que atravesaba su cuerpo, que comenzó a cubrirse de flores hasta caer y desvanecerse…y hacerla respirar de nuevo.

— ¡Castella! —Monte la abrazó con fuerza. La chica, cansada, se dejó.

—Habéis dado una importante lección a los ciudadanos de Uninso. Sois los jóvenes que vendrán conmigo, fuera de los muros. —Ambos se miraron y abrazaron, pero entonces un punto amargo se formó en la garganta de Monte. Algo que nunca había sen]do… comenzó a pensar en los demás.

— ¿Qué pasará con los otros jóvenes?

—Se quedarán aquí.

— ¿No pueden ir también? —El Rey Giovani se agachó hasta estar a la altura de ambos.

—A veces salir no es lo más importante, sino desear salir. De los 145 jóvenes que viven en este lugar, solo vosotros dos habéis tenido el coraje de querer salir de aquí. Cuando alguien más desee irse, le ayudaré. Yo y la vieja Ginebra les ayudaremos.

Castella sonrió al ver que también tenía algo que ver con la vieja de la casa del Muro.

—Ayudaste a mi qa.

Este asin]ó.

— ¿Qué pasa si somos demasiado Bondadosos u Odiosos ahí fuera? —preguntó Monte.

—Nada; tras esos muros hay personas bondadosas, otras malvadas, serenas, pasivas, pobres y ricas. Y todo es por propia elección; por ello es importante que salgáis de este lugar, para que podáis elegir lo que deseáis ser y qué queréis que domine vuestra vida.

— ¿Si es así de fácil? ¿Por qué no todos se van?

—Por miedo Castella, el miedo les paraliza y les convence de que estar en un lugar que conocen y que ya les dice como ser, es más fácil.

Monte y Castella se quedaron pensa]vos. Ambos querían salir de allí. Ver lo que el mundo les tenía preparado.

—De acuerdo. —Dijo Monte.

—Sí. — Dijo Castella.

El Rey Giovani se enderezó y es]ró las manos para que ambos la tomaran. Monte preguntó a Castella con la mirada a lo que esta asin]ó refiriéndose a que podía levantarse. Éstos cogieron las manos del rey y en un giró estaban en el suelo algo mareados, frente a un Silvio blanco como el papel debido a la amputación que había sufrido y una Pinna llorosa porque sabía lo que venía a con]nuación.

—Mamá —dijo Castella y ésta, junto a su padre, la abrazó.

—Ten cuidado ahí fuera hija, siempre creen que somos demasiado buenos con el mundo.

Monte miró a los Odiosos, todos con caras sucias. Ahora vesqa los ropajes de un Bondadoso que había sido asesinado por uno de ellos. Jamás se había sen]do tan del lado de la jus]cia. Uno de ellos se acercó y escupió en la cara de Monte. Otro le dio una patada en la espinilla, un niño le propinó un pisotón, su

madre un bofetón y sus hermanas le sacaron la lengua. Cuando hubieron terminado las burlas Monte tomó aire y habló:

—Me alegro de abandonaros a vosotros, de este lugar, pues creo que un si]o ]ene que ver con sus habitantes. Me quedaría en Uninso si fuerais amables, luchadores, generosos, tercos, pacíficos y amigables. Pero como no es así, me voy para aprender y poder enseñároslo a vosotros algún día.

— ¡Vete! ¡Largo! —Monte sonrió y negó la cabeza. Luego miró a Castella y es]ró la mano. — ¿Quieres ver el mundo conmigo? —la chica asin]ó y tomó su mano.

—Sí quiero —y ambos rieron. —Majestad, estamos preparados.

El rey sonrió y señaló el camino de Uninso que quedaba por delante de ellos hasta llegar a la casa del muro, donde una puerta se escondía tras una estanterías de mermeladas de todos los sabores. Un lugar que solo el que busca encuentra.

Tu Uninso

Y tras la marcha de Monte y Castella, cada año, dos jóvenes, y a veces hasta tres, se senqan extraños entre aquellas murallas. Y la guerra volvía a iniciarse, otra vez alguien moría, otra vez un nuevo rey, conde, sacerdote, mago…aparecía a la búsqueda de aquellas personas que querían diferenciarse de quienes les rodeaban. Las reacciones seguían siendo las mismas; se oponían, lloraban y blasfemaban; sólo para tratar que se quedaran allí junto a ellos y llevaran la misma vida de siempre. Y me apena decir que muchas veces lo consiguieron y que en otras ocasiones, los que se fueron, volvieron asustados, inventando historias de guerras en ciudades o suicidios repen]nos. Todo por el miedo a admi]r que no habían sido capaces de cambiar, de ser quienes de verdad deseaban ser. Ellos mismos.

Ahora te pregunto a ], lector. ¿Vives en tu propio Uninso?

Acerca de la Autora Jacqueline M.Q. Jacqueline M.Q. (1992) desde muy pequeña descubrió que la escritura cons]tuía la mayor de sus pasiones. Sus comienzos se fundamentaron en breves relatos fantás]cos, antes de probar con la primera novela, la cual concluyó a la temprana edad de quince años. Así, en 2011 publica su opera prima ]tulada “Aelita y el poder de Toney”, en la que su protagonista se adentra en un mundo repleto de desbordante imaginación, magia y fantasía. Y a la que le siguen tres libros más completando así la Saga Toney. Gracias a la mencionada obra, Jacqueline se ha conver]do en un referente para muchos jóvenes lectores. También es autora de “Tiempo para soñar”, “Libertad Enjaulada” la cual llegó a más de 100.000 lectores y “Una Escritora en París”.

Actualmente Jacqueline viaja por Europa creando nuevas historias, las cuales puedes leer en JacquelineMQ.com. También ayuda a escritores desde EscritoresFamosos.com.

Agradecimientos

Primero quiero agradecer a mi compañero de vida y negocio Ion Iacob, por qué fue suya la idea de hacer que este libro fuera colabora]vo. También deseo agradecer al hermoso lugar de Montecastello en Perugia, Italia. Sus calles, sus muros, escaleras, pomos y cada ciudadano era toda una delicia. Y por úl]mo deseo agradecer a todos aquellos que han colaborado en Raíces Amuralladas, a Selu por su hermosa y crea]va portada, a Antonio por su mimosa corrección, a C.J. Torres por leer y dedicarme tan hermosas palabras en el prólogo y a EscritoresFamosos.com por qué gracias a la marca este libro llegará a más lectores. Y a ] lector, el cual espero este cuento no sea solo una hora de entretenimiento, sino un mensaje para que rompas las raíces que te atan a una vida que te han impuesto los miedos de aquellos que te rodean.

¡Nos vemos en el siguiente libro! Jacqueline M.Q.

Colaboradores

Antonio Salvadores Aportación en Raíces Amuralladas: Corrección

Soy licenciado en Filología hispánica y profesor de asignaturas de letras: Lengua castellana, Lingua galega, Laqn, Historia, Filosowa, Técnicas de expresión escrita, Francés. Tengo experiencia docente en colegios, academias y a domicilio. Ofrezco una visión lúdica de las materias de letras, sin olvidar la base teórica y teniendo muy en cuenta las dificultades del alumno a la hora de afrontar sus estudios.

Blog: hups://molanlasletras.wordpress.com Twiuer: @LasLetrasMolan

C. J. Torres Aportación en Raíces Amuralladas: Prologo

C.J. Torres, es un escritor colombiano, vive actualmente en la ciudad de Cartagena de Indias, cuna y morada de muchos escritores. Ha publicado a la fecha dos libros. El Mundo de Mariana, de Editorial 531. Y 7 tentáculos sin Cabeza, de Editorial Rosse�. Ha par]cipado en varias antologías entre las que destacamos Los Cuentos de la Urraka, y Condenados.

A la fecha, planea publicar el primer libro de una saga de tres, así como también seguir par]cipando de otras antologías en las cuales ha sido invitado. Par]cipa ac]vamente de varias revistas y diarios de publicación nacional e internacional, y le encanta leer desde novela negra hasta fantasía, pues considera, que un escritor debe nutrirse de cada elemento que la literatura brinda.

Web: cjtorres.com.co Twiuer: @LiteraturaShow

Selu Sánchez Aportación en Raíces Amuralladas: Portada

Mi primer dibujo guardado lo firmé con tres años. Un dibujo cada vez que tenía que estudiar en el cuarto. En primero de primaria decoro toda mi aula con los mo]vos navideños y el Belén de plas]lina tenía mi nombre. Descubro mi mo]vación, el diseño gráfico y me licencio en Bellas Artes. Mi profesión como diseñador me vincula al galgo, grande en su época de caza y desechado al final de su trabajo, el cual interviene en mis dibujos, me representa y me da iden]dad. Mi elemento es la ilustración.

Instagram: @SeluSGalgo Twiuer: @SeluSGalgo

Ion Iacob Aportación en Raíces Amuralladas: Edición y Maquetación

Desarrollador de Marcas y el primer lector que disfruta de los libros que Jacqueline M.Q. escribe, ya que es su compañero de vida y aventurero en viajar por el mundo. Uno de sus obje]vos es cambiar el mundo Editorial gracias al proyecto EscritoresFamosos.com y seguir disfrutando de entrevistar a escritores después de haber leído sus historias.

Web: IonIacob.com Twiuer: @IonIacob

EscritoresFamosos.com Aportación en Raíces Amuralladas: Patrocinio

EscritoresFamosos.com ha sido creado por JacquelineMQ.com, autora de más de 5 libros de Fantasía-Juvenil, junto a su Compañero de Negocios y de vida IonIacob.com. Ambos emprendieron este proyecto con la Misión de dar la oportunidad de ser Famoso a aquellos escritores que poseen historias mágicas. Ofreciéndoles recursos, consejos de Escritores Famosos y una Plataforma para seguir el Camino de los grandes Autores del Mundo. Sin olvidar a los lectores, que encontrarán la Escritopedia, donde podrán leer y expresar su posi]vidad sobre sus libros favoritos.

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