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Precursores: el trabajo de las mujeres y la Economía Política (Borrador inicial) Maribel Mayordomo Rico (Universidad de Barcelona). Ponencia presentada a las VII Jornadas de Economía Crítica. Universidad de Castilla-La Mancha. Albacete. Febrero, 2000 Área: Economía Feminista Resumen El objetivo de esta exposición será mostrar que pese al carácter inherentemente institucional y reproductivo de las primeras teorías clásicas del salario, la abundancia de juicios normativos y morales respecto a las mujeres y a las actividades que éstas realizaban impidió que la economía política profundizara en esa dirección. En realidad, ni Smith ni los demás autores pertenecientes a la escuela clásica inglesa - con la excepción de John Stuart Mill - prestaron demasiada atención al trabajo femenino, más bien puede afirmarse que, con su formulación, contribuyeron a legitimar una visión (parcial y sesgada) de ‘lo económico’, que marginaba del campo de estudio de la economía a las mujeres y a las actividades que éstas realizan. El hecho de que visiones alternativas sobre el trabajo y el rol económico femenino como las de Bodichon, Taylor o Mill, se vieran eclipsadas por la visión clásica de las mujeres como agentes ‘no-económicos’ y ‘no-trabajadoras’ - promovida tanto desde la propia noción de salario de subsistencia como desde la microeconomía laboral smithiana - corrobora esta hipótesis. A su vez, que las referencias clásicas al trabajo y el empleo femeninos no se correspondan con la historia real del trabajo de las mujeres inglesas durante la industrialización, confirma el dominio de un discurso económico cargado de retórica. El problema fundamental de dicho discurso será su influencia sobre futuros desarrollos teóricos. En efecto, los estereotipos y juicios de género implícitos en esta visión acabarán por convertirse en el axioma del que partirán la mayoría de teorías del mercado laboral.

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Precursores: el trabajo de las mujeres yla Economía Política

(Borrador inicial)

Maribel Mayordomo Rico (Universidad de Barcelona).

Ponencia presentada a las VII Jornadas de Economía Crítica.Universidad de Castilla-La Mancha. Albacete. Febrero, 2000

Área: Economía Feminista

Resumen

El objetivo de esta exposición será mostrar que pese al carácter inherentementeinstitucional y reproductivo de las primeras teorías clásicas del salario, la abundancia dejuicios normativos y morales respecto a las mujeres y a las actividades que éstas realizabanimpidió que la economía política profundizara en esa dirección. En realidad, ni Smith ni losdemás autores pertenecientes a la escuela clásica inglesa - con la excepción de John StuartMill - prestaron demasiada atención al trabajo femenino, más bien puede afirmarse que, consu formulación, contribuyeron a legitimar una visión (parcial y sesgada) de ‘lo económico’,que marginaba del campo de estudio de la economía a las mujeres y a las actividades queéstas realizan. El hecho de que visiones alternativas sobre el trabajo y el rol económicofemenino como las de Bodichon, Taylor o Mill, se vieran eclipsadas por la visión clásica delas mujeres como agentes ‘no-económicos’ y ‘no-trabajadoras’ - promovida tanto desde lapropia noción de salario de subsistencia como desde la microeconomía laboral smithiana -corrobora esta hipótesis. A su vez, que las referencias clásicas al trabajo y el empleofemeninos no se correspondan con la historia real del trabajo de las mujeres inglesasdurante la industrialización, confirma el dominio de un discurso económico cargado deretórica. El problema fundamental de dicho discurso será su influencia sobre futurosdesarrollos teóricos. En efecto, los estereotipos y juicios de género implícitos en esta visiónacabarán por convertirse en el axioma del que partirán la mayoría de teorías del mercadolaboral.

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Precursores: el trabajo de las mujeres y la economía política

Introducción

Según la escuela clásica, la economía política era la ciencia social encargada deinvestigar las leyes que regulaban la producción y distribución de los medios materialesdestinados a satisfacer las necesidades humanas (Barbé, 1996), una visión de laeconomía claramente distinta a la que se impondrá tras 1870 con el éxito de laaproximación marginalista1. Del aparato teórico desarrollado por esta escuela, nosinteresa en particular el marco con el que los clásicos ingleses analizaron el trabajo, unmarco dependiente en gran parte de la teoría del salario que Adam Smith - siguiendo lalínea ya iniciada por sus predecesores - desarrolló en “La Riqueza de las Naciones”. Porello, este artículo comienza exponiendo brevemente la economía laboral smithiana paracontinuar, con la teoría de salarios de Ricardo y la doctrina del fondo de salariosformulada por los ricardianos. El objetivo de esta exposición será mostrar el carácterinherentemente institucional que subyacía tras las teorías clásicas del salario y recuperarun aspecto fundamental del mercado de trabajo clásico, que se fue perdiendo con elpaso a la doctrina del fondo de salarios y a la economía neoclásica contemporánea. Nosreferimos al vínculo sistémico entre el subsistema de (re)producción de bienes y elsubsistema de (re)producción de personas - una relación perceptible en la propiadefinición de salario - condición básica para abordar el estudio del mercado laboral y delas actividades económicas productivas y reproductivas.

Ahora bien, la mayoría de autores de esta escuela apenas prestaron atención altrabajo femenino, de hecho, Smith y el resto de clásicos - con la excepción de JohnStuart Mill - ejercieron una notable influencia sobre la consolidación de una visión(parcial) de ‘lo económico’ que margina a las mujeres y a las actividades que éstasrealizan del campo de estudio de la economía2. Con el fin de poner de manifiesto elsesgo de género del discurso clásico, se ha dedicado un segundo apartado a rastrear -sobre todo, en torno a la obra de Smith - la visión clásica respecto al trabajo de lasmujeres. Dicha selección se justifica no sólo por la influencia que ejerció Smith sobresus epígonos, si no también porque su tratamiento del trabajo resulta básico paracomprender el desarrollo de las teorías laborales actuales y, específicamente, lainterpretación que proponen dichas teorías del trabajo y el empleo femeninos.Ciertamente, hubo otros economistas cuyas aportaciones resultaron decisivas para elposterior desarrollo de la Economía, muchos de ellos enmarcados fuera de la corrienteclásica3, no obstante, limitaciones de tiempo y espacio nos han obligado a restringir el

1 El marginalismo vería la economía como la ciencia del comportamiento racional. Considérese, porejemplo, la tantas veces citada definición de Robbins: “La Economía es la ciencia que estudia la conductahumana como una relación entre fines y medios limitados que tienen diversa aplicación”(Robbins, 1944:39).2 Por visión entendemos, como dice Schumpeter “ese acto cognoscitivo preanalítico que (...) no sólo tieneque anticiparse históricamente al nacimiento del esfuerzo analítico en cualquier campo, sino que tambiéntiene que volver a introducirse en la historia de toda ciencia establecida cada vez que alguien nos enseña aver cosas bajo una luz cuya fuente no se encuentra en los hechos, métodos y resultados del estado anteriorde la ciencia” (Schumpeter, 1995: 78), aunque adoptamos la interpretación que expone tan lúcidamenteMaurice Dobb (1988) en la introducción a su libro sobre teorías del valor: la visión como inevitablementeideológica.3 Consúltense al respecto, los trabajos de Blaug (1973) ; Screpanti y Zamagni (1997); Ekelund y Hérbert

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campo de estudio. En este sentido, es probable que la falta de referencias al autor de “ElCapital” - uno de los miembros de la escuela clásica más controvertidos tanto desde elpunto de vista académico como social - resulte sorprendente. Sin embargo, no hubierasido metodológicamente correcto incluir aquí una revisión del planteamiento de Marxsobre el tema que nos ocupa, fundamentalmente, porque sus escritos constituyeron en símismos una crítica al análisis clásico del mercado de trabajo. De hecho, examinar lasideas de Marx sobre el trabajo y la actividad femeninas hubiera requerido untratamiento exhaustivo por separado, más apropiado para elaborar la historia del géneroen el pensamiento económico marxista que para el propósito de este artículo4.

A continuación, se repasan en un tercer apartado, las ideas de tres autores conuna visión acerca de la actividad femenina menos sesgada que la de sus coetáneos, enconcreto, las aportaciones de John Stuart Mill, Harriet Taylor y Barbara Bodichon. Elhecho de que este tipo de interpretaciones acerca del rol mercantil y doméstico de lasmujeres hayan merecido tan poca atención en la historia del pensamiento económico esindicativo de la marginación secular a la que se ha visto sometido el trabajo doméstico,en general, y el empleo femenino, en particular. Para acabar y a fin de averiguar si lavisión clásica sobre el trabajo femenino respondió a la realidad o estuvo marcada por laretórica, el cuarto apartado contrasta el discurso económico dominante durante el sigloXIX respecto a las mujeres y la actividad, con la historia del trabajo femenino durante elperíodo de industrialización inglés.

La cuestión es que, este discurso, allanó el terreno para excluir del campo deestudio económico el subsistema de reproducción humana y, con él, a las personas quese ocupan de las labores doméstico-familiares. A la vez, la visión clásica promovió eluso de conceptos y teorías para explicar el funcionamiento del mercado de trabajo,segregadas en función del sexo.

1. El mercado laboral en el enfoque clásico

La teoría de salarios de Adam Smith (1723-1790)

Al igual que la mayoría de teorías formuladas en “La Riqueza de las Naciones”,la economía del trabajo smithiana ni contenía ideas realmente originales acerca del‘trabajo’ y el salario, ni se hallaba libre de ambigüedades teóricas. En realidad, el marcodesarrollado por Adam Smith para analizar el mercado laboral5 era un compendio dediversas teorías salariales - ya formuladas por otros autores - en cierta formaincompatibles entre sí (Blaug, 1973: 75).

La economía laboral de Adam Smith planteaba que en un sistema en el quepropietarios y capitalistas adelantaban a los trabajadores lo necesario para susubsistencia - el fondo de salarios6 - los beneficios y rentas se convertían en la (1992); Schumpeter (1995). En Barbé (1996) se realiza una exposición amena de las contribuciones dedistintas escuelas.4 Para críticas de género a la escuela marxista pueden consultarse Folbre y Hartmann (1988), Folbre(1993) y Gardiner (1997 y 1999).5 No está de más recordar que ningún autor clásico utilizó los conceptos de oferta y demanda de ‘trabajo’en el sentido en que lo hace la teoría microeconómica actual y que, pese a observar la relación existenteentre el ‘trabajo’ (ofrecido o demandado) y el nivel del salario, no formularon ninguna justificación dedicha relación en términos de utilidades o productividades marginales.6 Tanto en Smith como en Ricardo, el fondo de salarios es una parte del capital circulante: aquella

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recompensa ‘justa’ por los anticipos salariales7. A partir de aquí, Smith afirmaba queeran los patronos quienes determinaban el tipo salarial - pues su poder de negociaciónera muy superior al de sus empleados - un argumento con el que reconocía la existenciade un conflicto distributivo entre patronos y empleados. De otro, opinaba que si bien lospatronos podían llegar a imponer el salario más bajo posible - y apropiarse así de todo elproducto del trabajo - existía un límite salarial inferior que no se podía rebasar: elsalario natural o de subsistencia:

“Un hombre ha de vivir siempre de su trabajo, y su salario debe al menos ser capaz demantenerlo. En la mayor parte de los casos debe ser capaz de más; si no le será imposiblemantener a su familia, y la raza de los trabajadores se extinguiría pasada una generación” (Smith,1776: 112-113).

Ahora bien, para Smith la determinación del salario al nivel de subsistencia nose debía a una mayor fuerza negociadora por parte de los patronos, sino a la existenciade un principio demográfico que regulaba la procreación y reproducción de los sereshumanos (Smith, 1776: 127). Con este argumento poblacional, el salario quedabaexógenamente determinado a un nivel “mínimo coherente con la existencia humana”(Smith, 1776: 113).

En posteriores apartados tendremos ocasión de discutir sobre la noción de salariode subsistencia familiar, por el momento, lo que interesa destacar es el carácterreproductivo implícito al concepto smithiano de salario8. En efecto, al definir el salarioen términos de coste de reproducción, Smith situó en el centro mismo de su análisis larelación entre el subsistema de reproducción de la clase trabajadora y el subsistemaeconómico. Ciertamente, el doble carácter del salario - como coste de reproducciónfamiliar (para el trabajador) y como coste de producción (para el empresario) -conectaba entre sí los subsistemas familiar y económico, y hacía emerger elantagonismo entre salarios y beneficios9: si el salario descendía por debajo de su precionatural, la ‘raza de trabajadores’ se extinguía y el crecimiento del sistema económicoquedaba limitado como consecuencia de la falta de mano de obra; si lo superaba, lapoblación podía aumentar y ahogar el crecimiento del sistema económico por falta decapital (el fondo necesario como anticipo de salarios).

Como ha argumentado Picchio (1992), Adam Smith fue plenamente conscientede que el capitalismo modificaba la forma en que se combinaban las esferas mercantil yfamiliar para asegurar la reproducción del sistema económico, una situación queejemplificó a través de la comparación entre los gastos de mantenimiento de untrabajador ‘libre’ y de un esclavo10. Ahora bien, aunque el autor de “La Riqueza” constituida por los adelantos para el mantenimiento de la población, esto es, la remuneración de lostrabajadores. Una parte importante, por cuanto pensaban en períodos de producción” de duración anual.7 Al situar en el contexto capitalista la afirmación de que el producto del trabajo constituye su recompensanatural o salario - lo que hubiese significado que rentas y beneficios constituyen deducciones del salario -Smith evitaba la posibilidad de que la retribución salarial resultase ‘injusta’ para los trabajadores. Conesta justificación se alineaba con los defensores del interés y el beneficio y se alejaba de los detractoresdel sistema capitalista. Varios años más tarde, Marx retomaría este aspecto del trabajo para desarrollar suteoría de la plusvalía y la explotación capitalista.8 Con el término ‘reproductivo’ no nos referimos sólo al carácter de cíclico del proceso económico. Sobretodo, se desea resaltar la interrelación sistémica entre la esfera de (re)producción mercantil y la esfera de(re)producción humana como método para asegurar la reproducción del sistema económico-social.9 En este sentido, la interpretación schumpeteriana del salario como un simple límite de subsistencia noparece adecuada (Schumpeter, 1995: 312).10 “Se ha sostenido que los gastos de mantenimiento de un esclavo corren por cuenta de su amo, mientras

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interpretó correctamente que la organización del proceso de producción de formaseparada al de reproducción implicaba un ahorro en el precio del trabajo, fracasó altratar de explicar las razones de dicho ahorro. Así, en lugar de aducir como posiblescausas del abaratamiento, el empobrecimiento de los estándares de vida de la población,el incremento de la productividad del trabajo en la producción de bienes de consumo(Picchio, 1992) o la externalización parcial de los costes de mantenimiento - víaincremento de las tareas no remuneradas realizadas en el ámbito familiar - atribuyó ladisminución de costes a una supuesta mayor ‘eficiencia’ de los trabajadores libres paracubrir sus necesidades de subsistencia, frente a la que mostraban los empresarios en elsistema esclavista. En realidad, este proceso sólo podía interpretarse en términos deeficiencia si se ignoraba la división sexual del trabajo y se consideraba que dichadivisión era algo ‘natural’. Ambos elementos - presentes en su obra como veremos a lolargo de este artículo - le impidieron vislumbrar los conflictos de género inherentes a lareproducción del sistema capitalista.

Finalmente - quizás como sugiere Schumpeter, “para asegurarse de que unateoría que trabaja con un tipo salarial único va a tener alguna capacidad de explicarfenómenos reales” (Schumpeter, 1995: 316) - Adam Smith se ocupó en el capítulo X dela “Riqueza de las Naciones” de las diferencias entre salarios (y beneficios) ganados endiferentes empleos, una cuestión con la que pretendía explicar - a pesar de que encajabamal con su supuesto sobre el salario de subsistencia - las primas salariales asociadas aciertos empleos y ocupaciones. Según Smith, la diferente remuneración de los factorespodía deberse bien a la propia naturaleza de los empleos o bien a la intervención pública(Smith, 1776: 153) - idea con la que introducía de lleno las instituciones en el mercadode trabajo - aunque, además, existían situaciones en que los salarios se alejaban delnivel que les hubiera correspondido por la propia naturaleza del empleo. Comoretomaremos estos temas al revisar la visión de Smith respecto al trabajo femenino, aquísólo enumeramos aquellas causas derivadas de las características del empleo que, paraél, justificaban la existencia de más de un tipo de salario ‘de equilibrio’:

“Primero, si los empleos son agradables o desagradables; segundo, si el aprenderlos es sencillo ybarato o difícil y costoso; tercero, si son permanentes o temporales; cuarto, si la confianza quedebe ser depositada en aquellos que los ejercitan es grande o pequeña; y quinto, si el éxito enellos es probable o improbable”. (Smith, 1776: 153).

Este tipo de reflexiones sobre el mercado de trabajo y el salario formarían partede lo que Screpanti y Zamagni (1997) consideran el planteamiento microeconómico delpensamiento smithiano, mientras que sus ideas acerca del nivel agregado de los salariosse situarían a un nivel de análisis macroeconómico. Separar ambos componentes en lateoría de salarios de Smith resultará fundamental, como veremos, para comprender laevolución posterior de la teoría sobre el mercado de trabajo: David Ricardo y susseguidores - así como Marx y los marxistas - pusieron el acento en los aspectosmacroeconómicos de la economía laboral smithiana, mientras que Jevons y losneoclásicos desarrollarían el componente microeconómico.

que los de un sirviente libre corren por su propia cuenta (...) Pero aunque el mantenimiento de un sirvientelibre corresponda también al patrono, le costará en general mucho menos que el de un esclavo” (Smith,1776: 128-129). Así pues, para Adam Smith, el capitalismo implicaba un cambio económico sustancial enel modo de reproducción social, por lo que discrepamos con la afirmación de Mark Blaug de que “no haynada en el libro (en La Riqueza) que permita suponer que Adam Smith se daba cuenta de que estabaviviendo una época de cambios económicos desacostumbrados” (Blaug, 1973: 66).

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El mercado de trabajo en David Ricardo (1772-1823)

David Ricardo desarrolló su teoría de los salarios a partir de los argumentossmithianos de la reproducción poblacional, la teoría de la subsistencia y el fondo desalarios, obteniendo un marco analítico más depurado que el del autor de “La Riqueza”.De hecho, a pesar de declarar su total dependencia de la economía laboral de AdamSmith, la formulación de Ricardo - a través de su distinción analítica entre los conceptosde precio natural y precio de mercado - resultaba más adecuada que la de Smith paraprofundizar tanto en el componente institucional del mercado de trabajo, como paratratar las relaciones producción/reproducción y el conflicto distributivo (aunque esteúltimo aspecto tampoco fue tratado por Ricardo)11. Sin embargo, no es menos ciertoque, con la hipótesis de estado estacionario, su esquema teórico auguraba un futuromucho más sombrío.

Al igual que Smith, la teoría de salarios de Ricardo definía el precio del trabajoen términos de subsistencia familiar: “El precio natural del trabajo es aquel precionecesario para permitir a los trabajadores, unos junto a otros, subsistir y perpetuar suraza sin incremento ni disminución” (Ricardo, 1817: 93). De forma muy sintética, suteoría afirmaba que los salarios tendían, inevitablemente, hacia este nivel natural o desubsistencia, una hipótesis que tras las aportaciones de algunos ricardianos acabaríaconvirtiéndose en ‘ley de hierro’ para los salarios (Picchio, 1992; Screpanti y Zamagni,1997). Según el autor de los “Principios”, este nivel salarial respondía a que laacumulación de capital aumentaba la demanda de trabajo (al incrementarse el fondo desalarios) y, si bien este aumento en la demanda de trabajadores - que bajo el supuesto dela ‘ley de Say’ se traducía automáticamente en aumento del empleo (aunque nonecesariamente en la misma proporción en la que crecía el fondo salarial) - daba lugar aincrementos del salario real, finalmente los salarios volvían siempre por imperativomalthusiano y por la ley de los rendimientos decrecientes de la tierra, a caer al nivel desubsistencia12.

Con este esquema, Ricardo abordó de forma más rigurosa y clara que Smith, larelación entre la reproducción de la fuerza de trabajo y el sistema económico como untodo. Básicamente, su distinción entre precios de mercado y precios naturales - a partirde las fuerzas que subyacían tras ellos - encerraba las claves para entender lainterdependencia entre la esfera de la producción mercantil y la esfera familiar dereproducción humana (Picchio, 1992). Así pues, para Ricardo, los precios efectivos o demercado se debían a desajustes temporales y accidentales que desviaban los precios de

11 Para una buena exposición de los elementos institucionales y reproductivos que caracterizan el mercadode trabajo clásico, véase el libro de Antonella Picchio del Mercato (1992) especialmente los capítulos 1 y2.12 Estas eran “las leyes que regulan los salarios y que gobiernan la felicidad de la mayor parte de lacomunidad” (Ricardo, 1817: 105) según Ricardo, por lo que para él, la pobreza de los trabajadoresresultaba ineludible y, en consecuencia, cualquier acción correctora totalmente inútil e ineficiente. Sinduda, esta formulación - que contribuía a legitimar el incipiente sistema capitalista - dificultó laposibilidad de introducir el poder y el conflicto distributivo en el esquema teórico clásico, aunque se hade reconocer que la hipótesis ricardiana del estado estacionario planteaba de manera abierta el conflictodistributivo entre trabajadores y empresarios. Sin embargo, las asimetrías de poder entre empresarios ytrabajadores quedaron excluidas de su marco teórico al fijar un límite natural (exógeno) para los salarios:el nivel de subsistencia.

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su nivel natural, mientras que éste último quedaba fijado por la cantidad de trabajonecesaria para producir los bienes (Ricardo, 1817).

En el caso del trabajo, el proceso de ajuste de los salarios tenía lugar, a su vez,sobre los precios efectivos de mercado, no sobre el precio natural del trabajo. Eran, portanto, los salarios de mercado los que fluctuaban alrededor de su precio natural,moviéndose condicionados por la necesidad de reproducción de los trabajadores (límiteinferior) y la necesidad de acumulación de capital (límite superior).

Pues bien, para Ricardo - preocupado por “las leyes que regulaban los preciosnaturales” (Ricardo, 1817: 92) - las fuerzas que operaban tras el salario natural eran lasverdaderamente importantes a la hora de analizar el comportamiento del mercado detrabajo y, como vamos a ver, estas fuerzas contenían ciertos elementos institucionales yreproductivos que merece la pena rescatar.

En primer lugar, el carácter reproductivo del trabajo se deducía de la propiadefinición de salario natural. El precio del trabajo quedaba determinado por su coste deproducción, como sucedía con el resto de mercancías producibles13. No obstante,Ricardo supo entender que se trataba de una mercancía de una naturaleza muy peculiary, en consecuencia, planteó la determinación de su tasa natural de subsistencia de formadistinta a como se calculaba el coste de producción para otros bienes (Picchio, 1992):

“El poder del trabajador para mantenerse a sí mismo y a la familia, la cual puede ser necesariapara perpetuar el número de trabajadores, no depende de la cantidad de dinero que el trabajadorrecibe en forma de salario, sino de la cantidad de comida, necesidades básicas y comodidadesque ese dinero puede llegar a comprar y que han llegado a ser esenciales para él con la fuerza dela costumbre. El precio natural del trabajo depende, por lo tanto, del precio de la comida, de lasnecesidades básicas y de las comodidades requeridas para mantener al trabajador y a su familia.Con un aumento en el precio de la comida y de los bienes básicos necesarios, el precio naturaldel trabajo aumentará; con una disminución, disminuirá” (Ricardo, 1817: 93).

De este modo, mientras la cantidad de trabajo incorporado determinaba el precionatural de todas las mercancías, el salario natural venía dado exógenamente por lasnecesidades de reproducción familiar. Por este motivo, no debería confundirse suformulación del salario con la de un coste de reproducción restringido al nivel desubsistencia: de hecho, y como se extrae de la cita anterior, Ricardo planteó el salarionatural en términos históricos y consuetudinarios y no como un estándar de subsistenciabiológico.

Debe quedar claro que - en el contexto clásico ricardiano - los salarios eransalarios de reproducción familiar (institucionalmente determinados), a la vez, quecapital (comida y necesidades básicas ‘adelantadas’), por lo que la reproducción de lafamilia formaba, según su esquema, parte del proceso de reposición de capital. Ahorabien, desde una perspectiva de género el problema es que su enfoque identificaba elproceso de reproducción familiar con la adquisición de los bienes salariales, hacíaabstracción “del trabajo doméstico-familiar necesario para transformarlos” en consumos(Picchio, 1992: 28), e ignoraba a las personas que lo realizan14.

En segundo lugar, el hecho de que su definición de salario incluyera criterios de

13 Los trabajadores eran considerados, en el contexto clásico, ‘mercancías’ básicas producibles.14 No está de más insistir en que el coste de reproducción es superior al salario puesto que, en general, laspersonas se reproducen combinando el salario con trabajo doméstico y con transferencias o serviciospúblicos (Carrasco, 1991). En todo caso, incluso las tareas doméstico-familiares que tienen sustitutos demercado parecen ser indispensables para la reproducción de la clase obrera (Carrasco et al., 1991).

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justicia reforzaba el carácter institucional del mercado de trabajo15:

Un trabajador inglés consideraría su salario inferior a su tasa natural e insuficiente para mantenera su familia si la única comida que le permitiese comprar fueran patatas, y la única vivienda quepudiera conseguir, una cabaña de barro; sin embargo, estas demandas de carácter tan modestoson con frecuencia más que suficientes en países donde ‘la vida del hombre es barata’ y susdeseos se satisfacen con facilidad. Muchas de las comodidades de las que disfrutan las casas decampo inglesas hoy, habrían sido vistas como lujos en un período anterior de nuestra historia.”(Ricardo, 1817: 96- 97).

La doctrina del fondo de salarios

Diversos autores pertenecientes a la escuela clásica16, propiciaron un cambio deenfoque de la teoría clásica de los salario que, finalmente, desembocaría en un marco enrealidad incompatible con la hipótesis ricardiana de salario exógeno17.

En efecto, tanto en Smith como en Ricardo el fondo de salarios (W) era lacantidad que los capitalistas ‘adelantaban’ a los trabajadores durante el período en quetenía lugar el proceso productivo, es decir, el capital destinado al consumo necesario dela clase trabajadora, definido como el producto del salario natural )(w y del número de

trabajadores empleados en la producción )(L . Como en el sistema clásico - sobre todoen el ricardiano - tanto el salario natural como la población ocupada eran variablesexógenas resultado de procesos históricos (de producción y reproducción poblacional),el fondo de salarios quedaba también exógenamente determinado: )( WLw =

Los ricardianos - al abandonar el concepto de salario natural y el principio depoblación - transformaron esta identidad en una relación causal, con la que se perdía elsentido original del mercado de trabajo ricardiano: asumieron como variable exógena elfondo de salarios (en lugar del salario y la población trabajadora) y, consecuentemente,el nivel de salarios y el de empleo se hallaban inversamente relacionados:

LW

w =

A partir de aquí, los salarios comenzaron a interpretarse en términos de oferta ydemanda de trabajo:

“los salarios, como otras cosas, pueden ser regulados por la competencia o por la costumbre”(Mill, 1871: 337), aunque, en general, los casos en los que el salario era inferior al determinadopor la oferta y la demanda de trabajo - “o, como se expresa corrientemente, por la proporciónentre población y capital” (Mill, 1871: 337) - eran muy escasos.(..) los salarios (es decir, el tipo salarial general), no pueden aumentar sino es a causa delaumento del fondo agregado que se destina a contratar trabajadores o de la disminución delnúmero de personas que compiten por un salario; ni disminuir, excepto que disminuya el fondode salarios o aumente el número de trabajadores asalariados” (Mill, 1871: 338).

15 Siguiendo a Solow, a diferencia de lo que sucede con el resto de mercados, tanto el salario como elnivel de empleo se ven afectados por factores sociales y por nociones de justicia. Una vez se reconoce elcarácter institucional y específico propio de este mercado, el tratamiento habitual con que los libros detexto abordan el estudio del mercado de trabajo se muestra estéril (Solow, 1994; capítulo 1).16 Entre ellos destacaron James Mill, John Ramsay McCulloch, Robert Torrens y John Stuart Mill.17 En el capítulo 2 del libro de Antonella Picchio (1992) se traza este camino.

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Bajo este enfoque, se inició un tratamiento de los salarios como sisistemáticamente se ajustasen a un fondo de salarios (la demanda de trabajo) limitado oescaso: dado el fondo, la población debía elegir entre un nivel de salario elevado con unvolumen relativamente bajo de empleo o un tipo de salario más bajo que permitía unaumento de la población empleada18. Con esta nueva interpretación, “todas lascomplejidades reales del proceso de reproducción del sistema capitalista - esto es, elconflicto inherente entre el proceso de producción y el de reproducción de la clasetrabajadora - son desplazadas del núcleo analítico de la economía política” (Picchio,1992: 33) y reducidas a una relación inversa entre salarios y cantidades.

2. El trabajo de las mujeres según los clásicos

Estas son, a grandes rasgos, las explicaciones clásicas del salario. Comoacabamos de ver, antes de la reinterpretación de los discípulos de Ricardo el mercado detrabajo clásico, reflejaba una textura institucional y reproductiva que, en general, hadesaparecido de los distintos enfoques contemporáneos. Ahora bien, un examen másdetallado de la economía laboral clásica, en particular, de la smithiana, revela que estemarco teórico - presumiblemente universal - sólo era aplicable a las personas de géneromasculino: la propia idea de salario como coste de reproducción tenía un significadodistinto en función del sexo. Cierto, en el mismo párrafo en el que Adam Smith definióel salario de subsistencia como un coste de reproducción familiar añadió:

“El Sr. Cantillon supone (...) que en todas partes los trabajadores más modestos deben ganar almenos el doble de lo que necesitan para subsistir, para que puedan por parejas criar dos hijos; ysupone que el trabajo de la mujer, que se encarga de criarlos, sólo alcanza para su propiasubsistencia” (Smith, 1776: 113).

Así pues, para el economista de la pequeña población de Kirkcaldy, al igual quepara sus predecesores, la noción de subsistencia familiar sólo se aplicaba en caso de queel asalariado fuera un hombre, puesto que el trabajo remunerado de la mujer quedabaformulado como un coste de reproducción estrictamente individual. Esta idea de unaremuneración distinta en función del sexo no se deducía de la teoría en sí, más bienresultó de aplicar unos supuestos a priori - basados en juicios normativos - sobre losroles que correspondían ‘naturalmente’ a mujeres y hombres, tanto en la familia comoen la sociedad (relaciones de género). Debemos, por tanto, rastrear la visión de géneroque impregnó el enfoque clásico a través de las referencias explícitas e implícitas sobreel papel económico de las mujeres, el trabajo y el empleo femenino19: una visión de lasmujeres como ‘no-trabajadoras’ que contaminó el concepto clásico de salario hastallegar, con el tiempo, a convertirse en el axioma del que partirán la mayoría de teoríasdel mercado de trabajo.

Conviene no perder de vista que en la época en que los autores clásicosescribían, tanto el pensamiento liberal moderno como la revolución industrialimpulsaban una reestructuración total del orden económico, social y moral preexistente

18 A finales del siglo XIX, el concepto de fondo de salarios recibirá una nueva relectura - basada en unareelaboración de las fuerzas de la oferta y la demanda - que acentuará la tensión entre población ysalarios (Dobb, 1929).19 Para una buena exposición de los juicios de género que rodearon la obra de Smith puede consultarse elexcelente libro de Pujol (1992).

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y, al final de esta transición, las actividades de mercado - prioritariamente asignadas alos hombres - se consolidaron como el espacio en torno al que giraba el nuevo sistemacapitalista, mientras las actividades que tenían lugar en la familia - mayoritariamenteasignadas a las mujeres - quedaron relegadas a un lugar secundario (Jennings, 1993). Elmercado, con el capitalismo, se convirtió en la institución que otorgaba el máximoreconocimiento y estatus social y, paralelamente, las actividades de mercado cobraronprotagonismo económico frente a aquellas otras realizadas en la familia: “en adelante,prevalecería una teoría dualista de la conducta humana en el hogar y en el mercado, quepartía del supuesto de que el hogar era un ámbito donde prevalecían la moral y elaltruismo, mientras que en el mercado regía el interés personal egoísta” (Gardiner,1999: 61).

Esta redefinición de los espacios mercantil y familiar - que trajo asociada unanueva división sexual del trabajo (entre y dentro de cada esfera) y una nueva valoraciónde las funciones y los roles sociales asignados a mujeres y hombres - se vio reforzadapor las ideas de ‘economistas’ coetáneos, en particular, por el pensamiento liberal deSmith. Este autor, al igual que los demás escritores clásicos con la excepción de J.S.Mill, no llegó a cuestionarse las relaciones de género implícitas en una asignación deactividades (mercantiles y familiares) basada en el sexo ni, por descontado, se planteó lafalta de equidad que comportaba dicha asignación20. De hecho, cuando se refirió a laprocreación su visión se alejó del análisis racional para caer en un discurso puramentemoralizante (Groenewegen, 1994: 12), un doble rasero analítico con el que contribuyó aconsolidar la retórica de espacios separados por sexo y a legitimar una división (sexual)del trabajo que trataba de excluir a las mujeres del mercado laboral (Rendall, 1987;Folbre y Hartmann, 1988; Pujol, 1992)21. Como afirma Joan Scott junto con lossindicatos y los empresarios “la economía política fue uno de los terrenos donde seoriginó el discurso de la división sexual del trabajo”, división que se iría imponiendo alo largo del siglo XIX (Scott, 1993: 416).

De una parte, en su “Teoría de los Sentimientos Morales”, Adam Smith dibujóuna clara línea divisoria entre el ámbito de ‘lo público’ y el de ‘lo privado’ y,explícitamente, estableció una férrea asociación de la economía con el primero y de lamoral con el segundo, según un dualismo jerarquizado que primaría ‘lo económico’(Rendall, 1987)22. Por su parte, “La Riqueza” fijó los roles de mujeres y hombres segúnuna dicotomía que asignaba el ámbito económico a los hombres y el moral a lasmujeres. Considérese el siguiente párrafo en el que Smith expresó, con bastanteclaridad, su opinión sobre el papel que debían desempeñar las mujeres de clase media yalta: una vida dedicada por entero a satisfacer a la familia o a prepararse para ello.

“No hay ninguna institución pública para la educación de las mujeres y, no hay nada inútil, 20 Existe un claro paralelismo con la crítica que señala la falta de análisis de las relaciones sociales declase en el esquema clásico (obviamente, con la excepción de Marx). Es curioso que desde estascorrientes no se haya prestado más atención a la ausencia de análisis para las relaciones de género.21 Los términos en los que Adam Smith defendió la libertad son, asimismo, ilustrativos de los juicios devalor que rodearon su discurso: libertad significaba, en realidad, una creciente libertad individual para loshombres pero libertad restringida para las mujeres, ya que se aceptaba como ‘natural’ su dependenciapolítica, jurídica y económica respecto del cabeza de familia (Picchio, 1992: 11). Como indican Pujol(1992) y Gardiner (1997) los planteamientos liberales de Smith resultaban incompatibles con su ideologíapatriarcal.22 Para Bodkin (1999), en la “Riqueza” y otros textos clásicos - con excepción de los escritos de Mill yTaylor - las mujeres fueron definidas, implícitamente, como agentes incapaces de tomar decisioneseconómicas racionales.

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absurdo o fantástico en la educación que reciben habitualmente. Se les enseña lo que sus padreso guardianes juzgan útil y necesario que aprendan y no se les enseña nada más. Cada parte de sueducación sirve, evidentemente, a algún propósito útil: a mejorar el atractivo natural de supersona o a preparar su mente para la reserva, la modestia, la castidad y la economía; aprepararla adecuadamente para que llegue a ser ama de casa de una familia y para que secomporte debidamente cuando llegue a serlo”23.

En realidad, esta pauta no se correspondía con la ‘educación’ de las jóvenes ymadres de las clases sociales más pobres de quienes se esperaba y exigía quecontribuyeran al sostenimiento de sus familias (siguiente apartado), una circunstancia ala que Smith no fue ajeno24. En este sentido, resulta fundamental notar que, para Smith,la actividad laboral de las mujeres pobres estaba vinculada a su rol de cuidadoras y que- a diferencia de lo que ocurría con los varones - la ‘necesidad’ de que las mujeresproporcionasen los cuidados adecuados a sus familias, limitaba sus posibilidades realesde empleo: dado que el cuidado de los hijos y las familias era la responsabilidad‘natural’ de las mujeres, su participación en el mercado de trabajo debía quedarsupeditada a, y limitada por, su función de cuidadoras (Rendall, 1987). La deseabilidadde un ambiente familiar ‘adecuado’ definía, según Smith, el lugar de las mujeres en lasociedad.

Es igualmente importante destacar cómo el discurso smithiano - que asociaba alas mujeres con las actividades de reproducción familiar - contribuyó a crear unaimagen del trabajo familiar como ‘no productivo’25. En general, los pasajes de “LaRiqueza” que tratan sobre la reproducción de la fuerza de trabajo - salvo el ejemplo delesclavo - tendían a centrarse en la función procreadora y en el rol de ‘cuidadoras’ de lasmujeres, sin prestar atención a otras actividades de (re)producción doméstica con lasque las mujeres contribuían al sustento familiar26, un tratamiento excesivamenterestringido de las tareas familiares que favoreció la asociación entre ese trabajo y lasactividades de servicios27. Y, como de acuerdo con Smith, los servicios no eranproductivos - puesto que no “se fija ni incorpora en ningún objeto concreto ni mercancíavendible” (Smith, 1776: 424-433) - el vínculo entre trabajo familiar reproductivo ytrabajo no productivo, primero, y entre trabajo familiar y no-trabajo, después, resultóinevitable. No obstante, en aquella época la mayor parte del tiempo dedicado al trabajodoméstico estaba ocupado en actividades de producción de bienes domésticos y no deservicios, a diferencia de lo que ocurre en nuestros días en que el tiempo ocupado enproducción de bienes domésticos se ha reducido mientras que el dedicado a servicios, haaumentado.

Por lo que respecta al análisis del trabajo remunerado femenino, las alusiones deSmith fueron escasas y demasiado breves como para dar cuenta de la diversidad detareas que éstas efectuaban. De hecho, la mayoría de veces que las mujeres están

23 Se ha traducido directamente la cita reproducida por Jane Rendall porque este párrafo ha sido cortadoen la edición que se maneja aquí (Smith, 1776: 716).24 Ya que siempre que habló de mujeres que efectuaban trabajos mercantiles se refirió a las de las clasesmás bajas.25 Una concepción del trabajo que a lo largo del XIX, principios del XX se irá asociando con la de ‘no-trabajo’, a medida que el empleo asalariado se vaya consolidando como el único ‘trabajo’ relevante.26 Nos referimos aquí a aquellas tareas doméstico familiares que producen objetos materiales (Smith,1776: 115-127).27 Es interesante observar como, desde entonces, el concepto de trabajo productivo ha ido evolucionandohasta incorporar las actividades de servicios mientras que el trabajo doméstico-familiar ha quedadoexcluido de dicha definición.

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presentes en “La Riqueza” es a través de su rol de madres, esposas, viudas o hijas(Smith, 1776: 113, 116, 126, 166, 191 y 656) y, las escasas referencias al trabajoasalariado femenino están siempre vinculadas a su ‘deber’ de cuidadoras (Smith, 1776:112-113, 134 y 176). El escaso protagonismo que las mujeres obtuvieron en “LaRiqueza” - como trabajadoras y como agentes económicos - junto al hecho de que se lesatribuyera prioritariamente el papel (‘improductivo’) de cuidadoras en vez del rol detrabajadoras, son dos de los elementos que han contribuido a crear una visión de lasmujeres como ‘trabajadoras secundarias’ (en el sentido de que no es su ocupaciónprincipal), una imagen que acabará cristalizando a lo largo del siglo XIX con la ayudade los censos poblacionales en la de ‘no-trabajadoras’ y legitimando la exclusión de lasactividades familiares realizadas por las mujeres del campo de estudio de la economía.

El capítulo décimo del libro primero de Adam Smith resulta particularmenterelevante en la construcción de este estereotipo de género, así como en la cristalizaciónde una teoría de salarios diferenciada por sexo28. Como vimos, estas páginas discutían laposibilidad de que en competencia perfecta existieran tipos de salario y de beneficio nohomogéneos: las primas salariales se explicaban por la naturaleza del empleo (o laintervención pública). En particular, nos interesa centrarnos en lo que escribió sobretemporalidad. Según este autor, la temporalidad afectaba directamente la remuneraciónde los factores, de forma que a un empleo temporal le debía corresponder un salario máselevado que a uno permanente:

“Lo que (la persona) gane cuando trabaje no debe sólo permitirle mantenerse cuando no lo haga,sino también compensarle por todos aquellos momentos de angustia y desesperación que suprecaria situación a veces debe suscitar” (Smith, 1776: 157)29.

Resulta difícil entender porqué Smith no aplicó este razonamiento a los salariosde las mujeres, dado que el empleo femenino - fundamentalmente para las mujerescasadas - era ocasional y temporal. En cierto sentido, es comprensible que lasdesigualdades salariales entre mujeres y hombres no estuvieran presenten en estecapítulo y, sobre todo, que no se considerase el género para explicar las diferenciassalariales, no debemos olvidar la época en la que se escribieron estos párrafos. Sinembargo, esta carencia - al igual que ocurre en el resto de autores clásicos - no pareceatribuible, tan sólo, a factores históricos. La afirmación previa nos obliga a profundizaren las ideas de Adam Smith sobre las diferencias salariales. Para Smith, siempre que losempleos fueran poco conocidos o estuvieran poco asentados en la comunidad30, que noestuvieran en su estado ordinario o natural31, o en los casos en que los empleos nofueran la “única o principal ocupación de quienes a ellos se dedican”, el salario podíallegar diferir del habitual y la remuneración ser superior o inferior a la correspondientepor la naturaleza del empleo (Smith, 1776: 172). Detengámonos en esta últimasituación, de la que escribió:

“Cuando una persona se gana la vida con un sólo trabajo que no le absorbe la mayor parte de su

28 A estas ideas preconcebidas sobre las mujeres que se convierten en hipótesis explícitas o implícitas deldiscurso económico, Beasley (1994: ix) las denomina “economitos sexuales”.29 Sin duda a Smith le resultaría sorprendente ver como el empleo temporal se asocia hoy día en nuestropaís, mayoritariamente, con trabajo mal remunerado y precario.30 Por ejemplo, “si las demás circunstancias permanecen iguales, los salarios generalmente son mayoresen los negocios nuevos que en los viejos”, (Smith, 1776: 172)31 Dos de los ejemplos que da al respecto son la agricultura con cosechas normales y los puestos detrabajo de industrias no decadentes (Smith, 1776: 173-175).

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tiempo, muchas veces sucede que está dispuesta a ocupar sus ratos de ocio en otro trabajo por unsalario menor al que correspondería en otro caso a la naturaleza del empleo”. (Smith, 1776: 175-176).

Puesto que para el autor de “La Teoría de los Sentimientos morales” laocupación principal de las mujeres no era el trabajo asalariado sino la crianza y elcuidado de las criaturas, las mujeres quedaban incluidas entre las y los trabajadores noordinarios. En efecto, dado que el lugar ‘natural’ de las mujeres era el hogar resultabalógico que cuando éstas se dedicaban al trabajo de mercado no les correspondiese unsalario que les compensase por la falta de renta en otros períodos de sus vidas.Claramente, el trabajo temporal tenía, para Smith, un significado muy distinto segúnfuera realizado por hombres o por mujeres.

Bajo este prisma se entiende que las mujeres tuvieran tan poca presencia en laobra de Smith: no eran, en realidad, consideradas agentes económicos32. Lógicamente, síen “La Riqueza” el rol principal de las mujeres era el de cuidadoras de los trabajadoresmasculinos y no el de trabajadoras (o sólo trabajadoras ‘no ordinaria’) ¿por qué iba adedicarles espacio un tratado que no versaba sobre moral sino sobre las leyes de laeconomía política? Así, cuando los tres primeros capítulos discuten la división deltrabajo, no se nombra la división del trabajo por sexo. Probablemente, la poca atenciónque, en general, prestó este libro a las relaciones de poder y al conflicto impidieronapreciar la existencia de trabajos segregados por sexo (tanto en el mercado, como en lafamilia), pero no fueron los únicos factores que sesgaron el discurso laboral smithiano.No olvidemos que, según Smith, la causa de la división del trabajo era la capacidadhumana para realizar intercambios motivados, en última instancia por el interés propio(Smith, 1776), mientras que en el caso de las mujeres, el amor y el cuidado de su familiadictaba y determinaba su comportamiento (Rendall, 1987): así, consideró ‘natural’ quelas hilanderas o las sirvientas estuvieran ocupadas en tareas similares a las queejecutaban en el hogar y, en consecuencia, no debe sorprender que no advirtiera ladivisión sexual de los puestos de trabajo.

Podemos concluir este epígrafe diciendo que la visión de Smith sobre el papeleconómico de las mujeres contenía evidentes juicios normativos sobre lo que seconsideraba adecuado para las mujeres de la época que, en todo caso, eran atribuibles ala pauta de comportamiento de las clases media y burguesa, pero nunca a la mayoría dela población femenina. En efecto, tanto la noción clásica de salario, como el discursosobre procreación y reproducción de la población o la discusión sobre diferenciassalariales, se apoyaron en una visión sesgada y parcial del trabajo que reforzó, a su vez,la imagen de las mujeres como trabajadoras ‘no ordinarias’ o ‘no-trabajadoras’. Elproblema será que los estereotipos de género implícitos en “La Riqueza”, ejercerán unamarcada influencia sobre posteriores autores. De hecho, esta imagen acabarácristalizando - frente a visiones alternativas - en una doble teoría de salarios (diferentepara las mujeres y los hombres) que analizaremos cuando se exponga el debate sobre ladesigualdad salarial de finales del siglo XIX y principios del XX33.

32 No olvidemos que en aquella época las mujeres tampoco tenían la misma categoría civil, política nisocioeconómica que los hombres. El problema es que este sesgo no haya sido corregido con el tiempo yque el homo economicus continúe estando definido en masculino (Nelson, 1996; Kuiper et al. (comp.)(1995).33 Sólo adelantamos que mientras los salarios de los varones se vinculaban a la productividad marginal,los marginalistas y primeros neoclásicos explicarán el salario femenino reviviendo la ‘vieja’ igualdadclásica entre salario y coste de reproducción y apelando al papel prioritario de las mujeres como

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3. Intentos para integrar el análisis feminista a la economía: Stuart Mill, Taylor,Bodichon

En contraste con la posición adoptada por Smith y sus seguidores, John StuartMill, Harriet Taylor y Barbara Bodichon rechazaron el tratamiento que la mayoría deautores clásicos dio a la ‘cuestión de la mujer’. Quizás convenga precisar que lasdemandas feministas de estos tres autores - al igual que la mayoría de lasreivindicaciones planteadas durante la ‘primera ola’ del feminismo - estuvieron muyvinculadas con el pensamiento igualitario y la obtención de igualdad jurídica para lasmujeres34 y, en consecuencia, sus obras no llegaron a cuestionar realmente la asociación‘natural’ mujeres y domesticidad propia de la época victoriana (Pujol, 1992) y, enconsecuencia, en ningún momento plantean que los hombres podrían (o deberían)asumir también una parte del trabajo doméstico. No obstante, tanto Mill como Taylor yBodichon creyeron que las mujeres eran personas capaces decidir racionalmente y que,por tanto, no tenían porque quedar confinadas en el ámbito doméstico-familiar, unasideas sobre las que Taylor y Bodichon - a diferencia de Mill - construyeron su defensadel empleo femenino.

John Stuart Mill (1806-1873) y Harriet Taylor Mill (1807-1858)

John Stuart Mill, autor de los “Principios de Economía Política con algunas desus aplicaciones a la Filosofía Social” - la “biblia económica del mundo anglosajón”desde su publicación hasta el final de la hegemonía clásica (Blaug, 1973: 170) - destacóentre los demás economistas clásicos por sus ideas socialistas y por su adscripción a lacausa feminista. Escribió: “la subordinación legal de un sexo sobre otro es errónea en símisma (...) y debería ser reemplazada por un principio de igualdad perfecta, que noadmitiese poder o privilegio por parte de uno sexo, ni desventaja por parte del otro”(Mill, 1869: 125). Como el mismo reconoció, Harriet Taylor ejerció una marcadainfluencia sobre su pensamiento35, sobre todo, en sus ideas feministas - las que nosinteresan para este trabajo - lo que, lógicamente, no quiere decir que Mill no hubiesedesarrollado un planteamiento propio al respecto antes de conocer a Taylor36. En reproductoras.34 En Lacey (ed) (1986) se ofrece una buena exposición de los planteamientos del movimiento feministainglés desde mediados hasta finales del XIX, a partir de la obra de Barbara Bodichon y Langham Place.Cabe resaltar el esfuerzo que se está realizando por recuperar para la historia del pensamiento económicoobras escritas por mujeres, así como por rescatar estudios que reivindicaron el papel de la mujer en lasociedad y rompieron con los esquemas parciales y androcéntricos de las diversas ciencias. Destacanentre otros, Rossi (de)1970 y (ed) 1973; Madden, 1972; Pujol 1984, 1992, 1995a, 1995b; Lacey (ed)(1986); Groenewegen (ed)1994; Dimand et al. (comp.)1995; Humphries (comp.)1995).35 Ha habido una larga y dura controversia en torno a la personalidad e inteligencia de Harriet y a sucontribución a la obra de Mill (Rossi, 1970; Pujol, 1995b). Aunque J. S. Mill hubiera llegado a exagerarel papel que desempeñó Taylor en su obra - como apunta Bladen en la introducción de los “Principios”(Bladen, 1965: LXII) - lo curioso es que pocas veces los escritos de historia del pensamiento económicohan reconocido, ni remotamente, esta influencia (Pujol, 1995: 83), un hecho que ha contribuido a silenciarla aportación de Taylor a la economía y al pensamiento feminista.36 J.Mill y H.Taylor se conocieron en 1830 y, mantuvieron una intensa relación intelectual y de amistaddurante 21 años, hasta que, finalmente, contrajeron matrimonio en 1851. Vivieron juntos hasta que

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realidad, ambos absorbieron gran parte de sus ideas respecto a la igualdad de los sexosen los círculos intelectuales en los que se movían (Rossi, 1970). Cabe adelantar, noobstante, que Harriet era la más radical de los dos, como se deduce de la lectura de susobras37.

Tanto John Stuart Mill como Harriet Taylor se declararon partidarios deextender la educación formal a las mujeres (Mill y Taylor, 1832; Mill, 1869),condenaron la falta de elecciones que éstas podían realizar (Mill y Taylor, 1832; Mill,1871) y defendieron la igualdad de derechos para las mujeres en cuestiones como lapropiedad (incluido el derecho a cobrar el propio sueldo) (Taylor, 1851), la herencia y elsufragio38. Ambos “intentaron aplicar los principios del liberalismo a las mujeres aligual que a los hombres de un modo que otros economistas clásicos habían sidoincapaces de considerar o reacios a hacerlo. En su opinión, las instituciones y leyespatriarcales eran residuos de un orden feudal obsoleto y obstaculizaban el progresoeconómico y social” (Gardiner, 1999: 66-67). La cuestión fundamental es que, adiferencia del resto de autores clásicos39, Taylor y Mill trataron a las mujeres comoagentes capaces de tomar decisiones (económicas) de un modo racional (Pujol, 1995b;Bodkin, 1999)

Estas opiniones quedaron recogidas en los “Principios de Economía Política”,“el primer manual de economía política que presta atención a los asuntos económicosque afectan a las mujeres, y que las consideró como agentes económicos autónomos”(Pujol, 1992: 24). En general, en este texto las mujeres recibieron un tratamientodiferente al de los hombres, sin que esto implique que se les trataba como a seresirracionales inferiores (Mill, 1871: 173, 761 y 959)40. Por ejemplo, en el libro primero -al discutir sobre las ventajas de la división del ‘trabajo’ relacionadas con la destreza deltrabajador y, con el ahorro de tiempos fruto de la repetición de tareas - se reconocía laeficiencia y productividad de las mujeres, a la vez que se denunciaba el sesgo implícitoen esta forma de definir las ventajas de la especialización:

“Las mujeres son por lo general (al menos en las presentes circunstancias sociales), de unaversatilidad muchísimo mayor que la de los hombres; este es un ejemplo entre muchos, de lopoco que la experiencia y las ideas de las mujeres han contado a la hora de configurar lasopiniones de la humanidad. Pocas mujeres aceptarían la idea de que un trabajo mejora al serprolongado y de que es ineficiente porque se cambia a una nueva tarea. Incluso en este caso, enmi opinión, la costumbre más que la naturaleza, es la causa de esta diferencia. De cada diezhombres nueve tienen una ocupación especializada, en tanto que, por el contrario, de cada diezmujeres nueve tienen ocupaciones de carácter general y que comprenden una multitud de

Harriet murió el año 1858. Para detalles bibliográficos, Rossi (1970).37 Aunque “Enfranchisement of women” (Taylor, 1851), fue originalmente publicado bajo el nombre deMill, hoy se otorga la autoría de la obra a Harriet Taylor (Rossi, 1970). Por su parte, los “Early Essays onMarriage and Divorce” (Mill y Taylor, 1932), recogen la opinión de cada uno de ellos sobre elmatrimonio y las leyes de divorcio.38 En 1867, Mill - a petición de Barbara Bodichon y las mujeres del Langham Place - presentó ante elparlamento un proyecto a favor del sufragio femenino (Lacey, 1986: 7).39 Jane Marcet (1769-1858) fue la primera mujer que se dedicó a la literatura económica, seguida deHarriet Martineau (1802-1876). El libro “Conversations on political Economy” que Marcet publicó en1816 - en el que exponía con claridad las enseñanzas de David Ricardo; nótese que el libro de Ricardo seeditó un año después - fue uno de los textos más vendidos durante el siglo XIX (Polkinghorn, 1995). Deacuerdo con Bodkin, ambas escritoras tuvieron opiniones “más matizadas sobre el rol de las mujerescomo agentes económicos que sus colegas masculinos. En particular, ellas no (parecían) coincidir con laopinión de que las mujeres fueran incapaces de tomar decisiones racionales” (Bodkin, 1999: 58).40 Para un análisis más completo de la visión de las mujeres que reflejan los ‘Principios’, véase Pujol(1992).

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detalles, cada uno de los cuales requiere poco tiempo. Las mujeres practican constantemente elarte de pasar rápidamente de una operación manual o mental a otra, lo que pocas veces les cuestani esfuerzo ni pérdida de tiempo” (Mill, 1871: 127-128)41

Por lo que respecta al empleo femenino, el capítulo dedicado a las diferenciassalariales incluyó un apartado dedicado al análisis de porqué “los salarios de las mujereseran generalmente más bajos, mucho más bajos, que los de los hombres” (Mill, 1871:394):

“Cuando la eficiencia es la misma, pero el salario desigual, la única explicación posible es lacostumbre: basada en prejuicios o en la constitución actual de la sociedad, la cual - al hacer quela mujer casi siempre sea, socialmente hablando, un apéndice de algún hombre - permite que loshombres tomen sistemáticamente la parte del león de todo lo que pertenece a ambos” (Mill,1871: 395).

La costumbre era, por tanto, la causa de que las mujeres recibieran salariosinferiores a los que les correspondía, lo que traducido al lenguaje de la economía laboralactual se identificaría como discriminación. En el texto existe, además, una segundarazón para la diferencia de salarios entre mujeres y hombres, a saber, el hecho de quepara los hombres el salario mínimo se hallaba en el límite de subsistencia familiar,mientras para las mujeres ese salario necesario para la subsistencia se situaba a nivelindividual42. Esta segmentación por sexo de la idea de subsistencia será retomada por laescuela marginalista para justificar el uso de una explicación dual del salario, unaexplicación diferente para mujeres y hombres.

Pero en los “Principios”, la principal razón de los bajos salarios femeninos hayque buscarla en el tipo de ocupación en que se empleaban las mujeres: pese a que éstasconstituían una mano de obra cuantitativamente más reducida que la masculina, ladiscriminación aumentaba el número de trabajadoras que competían por un salario, allimitar - por ley o por costumbre - el número de empleos a los que las mujeres podíanoptar: de esta forma, las mujeres quedaban ‘sobreconcentradas’ en relativamente pocosempleos - hoy día, hablaríamos de segregación horizontal - y, por tanto, veían reducirsus salarios (Mill, 1871: 395).

Ahora bien, aunque los “Principios” reconocieron que las relaciones de géneropodían afectar los salarios y fueron capaces de observar que - según su noción de‘concentración’ - una apertura del mercado de trabajo (al empleo femenino) podía hacerreducir el diferencial salarial entre mujeres y hombres, no se consideraba que “la madrede una familia (el caso de una mujer soltera es totalmente diferente) deba tener lanecesidad de trabajar por un salario de subsistencia” (Mill, 1871: 394), una opinión enla que, sin duda, Taylor y Mill difirieron43.

En parte, el apego de Mill (y de Taylor) a la nueva versión oferta-demanda de ladoctrina del fondo de salarios, impedía que los “Principios” pudieran ir más lejos en sudefensa del empleo femenino: efectivamente, la reinterpretación del fondo en términos

41 Esta última frase se ajusta, perfectamente, al tipo de trabajo que realizan las mujeres en el hogar; otroindicio de que a mediados del siglo XIX, la economía política aún no reconocía como trabajo tan sólo altrabajo remunerado.42 Vimos que con la generalización de la doctrina del fondo de salarios, los ricardianos abandonaron elconcepto de salario de subsistencia: éste se transforma en un simple mínimo.43 Aparte de que este párrafo no se incluyó en las reediciones de los “Principios” que tuvieron lugardurante el período en que convivió con Taylor - concretamente, en la de 1852 y 1857- Mill expresó conclaridad la misma opinión en “Subjection of Woman” (Mill, 1869: 179).

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de demanda de trabajo (exógenamente determinada) y la determinación del salario porel juego de la oferta y la demanda del salario, exigían que cualquier aumento de laoferta de trabajo (por incremento empleo femenino, por ejemplo) implicase la reduccióndel tipo salarial agregado; coherentemente, Mill se limitó a reivindicar tan sólo laposibilidad de que las mujeres pudieran acceder a un empleo.

Sin embargo, para Taylor y a pesar de aceptar también la explicación de la nuevadoctrina del fondo, esta posibilidad no era suficiente (Taylor, 1851: 103-107). Inclusorebatió la interpretación más cruda del fondo de salarios según la cual se afirmaba:

“si las mujeres compitiesen con los hombres (por el empleo), un hombre y una mujerconjuntamente no ganarían más de lo que gana ahora el hombre solo (...). La renta conjunta deambos sería la misma de antes, pero la mujer subiría desde una posición de esclava a aquella otrade compañera” (Taylor, 1851: 104-105).

Así pues, aunque la aportación de Mill a la cuestión de las mujeres fueindudable, su adscripción acrítica a un (y su divulgación del) modelo de determinacióndel salario basado en la oferta y la demanda - cosa que no sucedió con Taylor - redujolas posibilidades de introducir las diferencias de género en el marco teórico laboral.

Barbara Leigh Smith Bodichon (1827-1891)

En general, la vida y la obra de Barbara Bodichon son poco conocidas por laliteratura económica, pese a haber sido una de las primeras autoras en desarrollar lanoción de ‘sobreconcentración’ (overcrowding), apenas perfilada en los “Principios deEconomía Política” de Mill (Pujol, 1992 y 1995b; Sockell, 1995). Fue una mujervictoriana atípica, en el sentido de que disfrutó de una vida mucho más independiente ylibre que la mayoría de sus contemporáneas: no sólo dispuso de una asignaciónmonetaria propia desde los 21 años - gracias a su padre - sino que recibió educación enun colegio, un tipo de educación reservado, habitualmente, para los varones. Asimismo,fue una de las pioneras de la campaña inglesa por los derechos de la mujer44.

La publicación que más nos interesa de su obra es “Women and Work”, untrabajo publicado en 1857 con el que arrojaba cierta luz sobre los problemas que lasmujeres debían afrontar en el puesto de trabajo y, especialmente, sobre la cuestión de la‘sobreconcentración’: con este ensayo Bodichon pretendía romper con algunos de losestereotipos que rodearon a la mujer (victoriana) (Bodichon, 1857: 44) y destruir laimagen clásica acerca del rol femenino. Su tesis principal era que las mujeres debíantrabajar a cambio de una remuneración, una demanda que hizo extensiva a toda lapoblación, pues entendía que tanto la ociosidad como el empleo que no generabariqueza y sólo daba satisfacción a uno mismo, eran ‘males’ desde un punto de vistaeconómico y social45:

44 Entre los años 1850 y 1860 participó junto a las mujeres de Langham Place en campañas y comités parasolicitar los derechos de propiedad de las mujeres casadas y, más tarde, en la campaña por el derecho alvoto. Lacey (1986) insiste en que dentro del grupo de Langham Place, Bodichon fue la feminista másradical, la única que insistió firmemente en el derecho de las mujeres a un trabajo remunerado. Laintroducción de Lacey contiene numerosos detalles bibliográficos de Bodichon.45 El objetivo de este texto era, ante todo, político. No obstante, la formulación normativa que dió a sutesis no debiera desmerecer los importantes elementos analíticos que desarrolló: nos referimos tanto a lateoría de la concentración, como a su modo de vincular la esferas familiar con la economía capitalista.

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“las mujeres quieren trabajar (...) porque deben comer y porque tienen hijos e hijas y otrospersonas dependientes a su cargo; por todas las razones por las que los hombres deseantrabajar. Se ven expuestas a una gran desventaja en el mercado de trabajo porque no sontrabajadoras cualificadas y, por lo tanto, son muy mal remuneradas” (Bodichon, 1857: 63-64).

Es importante destacar que Bodichon fue una de las primeras mujeres que diovalor económico al trabajo doméstico (Bodichon, 1857: 39 y 41)46, un reconocimientoque lejos de restar importancia a su tesis sobre el empleo femenino, la reforzaba. Porquelo que pretendía “Mujeres y Trabajo” era acabar con la idea de que la única ocupaciónde las mujeres era (o debía ser) el matrimonio (Bodichon, 1857: 39)47.

De hecho, Bodichon dedicó una parte importante de “Mujeres y Trabajo” ahacer visibles muchas de las profesiones en las que ya trabajaban o podían llegar atrabajar las mujeres48. No obstante, fue también muy consciente de que las viejasprofesiones femeninas, bien estaban desapareciendo o bien se hallaban‘sobrecontredas’, por lo que era necesario crear nuevas oportunidades de empleo paraellas (Bodichon, 1857: 38-39). El problema de la ‘concentración’ de los empleos, portanto, no se limitaba al exceso de competencia entre las propias mujeres - por unnúmero escaso de puestos de trabajo - si no que apuntaba hacia la existencia desegmentación entre el mercado laboral femenino y el masculino y hacia la necesidad deliberar las barreras a la competencia entre mujeres y hombres (Sockwell, 1995: 110).

Para poder competir con los hombres por el empleo, las mujeres debían recibir laformación adecuada. Los padres eran los principales responsables de preparar a sushijas para que pudieran optar a un empleo con un salario digno, una demanda que ilustróa través de ejemplos (Bodichon, 1857: 40) y del siguiente argumento económico:

(...) Ella (tu hija) puede tener que ganarse la vida; y la lucha será efectivamente dura si - sinhábitos de trabajo ni formación - entra en competencia con los trabajadores cualificados delmundo y con aquellos que tienen el hábito de dedicarse a trabajos duros.” (Bodichon, 1857:41).

En este sentido, para acallar a quienes insistieron en que las mujeres jóvenes declase media (ladies) no debían competir por el empleo con los pobres (hombres ymujeres) de las clases trabajadoras49, argumentó - siguiendo el razonamiento de ‘ley’ deSay - que si se bendecía la máquina de vapor por su contribución a la riqueza y albienestar material de un país porque aumentaba la productividad y el empleo, se debía,igualmente, bendecir a las mujeres que con su trabajo hacían aumentar la riqueza y lafelicidad del país; también las máquinas, en un primer momento, compitieron con loshombres por el empleo, aunque finalmente se han podido alimentar mil bocas por cadauna que pasó hambre (Bodichon, 1857: 62-63). Nótese que con este argumento,implícitamente, negaba que el fondo de salarios fuera una cuantía determinada.

Para Bodichon, al igual que para Mill y Taylor, las mujeres eran agentes 46 Como indica Pujol (1992) ni Taylor ni Mill llegaron a darle valor económico de este trabajo - pues localificaron de improductivo - aunque reconocieron su importancia.47 Para ello, se mostraba que muchas mujeres no se casaban (43% de las mayores de 20 años en Inglaterray Gales) y que, por otra parte, era posible seguir trabajando tras el matrimonio. Además, el trabajo tras elmatrimonio favorecía a la familia de la mujer trabajadora (Bodichon, 1857: 40).48 Como enfermeras, profesoras, cuidadoras de asilos psiquiátricos, organizadoras y secretarias en lascolonias, capitanas de barco, médicos, relojeras, periodistas, profesoras de oratoria e idiomas, tareasfilantrópicas, etc.49 Bodichon calificó esta opinión de falacia: la falacia de la competencia entre ladies y los miembros delas familias de clase obrera (Bodichon, 1857: 61).

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económicos racionales que podían y debían ganarse su sustento. Opinaba que, el hechode que un hombre mantuviera a una mujer era humillante y que la instituciónmatrimonial funcionaba sobre la base de la humillación de la mujer (aunque gracias aque la naturaleza humana era mejor que las instituciones, esto no siempre es así)(Bodichon, 1857: 41). Por este motivo para ella, el trabajo remunerado - a diferencia delo que consideraron Mill y el resto de clásicos - no debía quedar restringido a lasmujeres de clases bajas. En efecto, rechazó con contundencia el argumento de todas ytodos aquellos cuya opinión era que las mujeres no debían aceptar dinero por su trabajoy pensaban que el trabajo filantrópico y gratuito era el único apto para las mujeres:

“Insistir en que se debe trabajar sólo por amor a Cristo, defender el trabajo gratuito es un errorgrave y malicioso, que tiende a restar dignidad al trabajo necesario: como si trabajar por lacomida diaria no fuera también por amor a Cristo!” (Bodichon, 1857: 62).

En su opinión, esta segunda falacia se hallaba fuertemente arraigada entre laspropias mujeres, principalmente, entre las clases medias y altas de la Inglaterravictoriana. Para Bodichon, tanto la filantropía, como ciertos estereotipos acerca de lamujer victoriana, contribuían a mantener el estatus de dependencia de las mujeres, porlo que se empleó a fondo a combatirlos: por ejemplo, defendió con fervor que el trabajo- a diferencia del tópico dominante en aquella época - dignificaba y embellecía:

“el TRABAJO - no la esclavitud, si no el TRABAJO - es el gran embellecedor. La actividaddel cerebro, el corazón y las manos da salud y belleza y prepara a las mujeres para convertirseen madres aptas. Una mujer apática, ociosa, con el cerebro y el corazón vacíos, y desagradableno tiene derecho a dar a luz hijos o hijas”50.“Creer que una mujer es más femenina porque es frívola, ignorante, débil y enfermiza esabsurdo. (...) Si los hombres creen que perderán algo encantador por no tener mujeresignorantes que dependan de ellos, están muy equivocados. El entusiasmo de las mujeres no sequebrará porque realicen un trabajo formal. Nadie actúa más de buen grado que alguien quetrabaja de buen grado” (Bodichon, 1857: 44).

Tras haber repasado otra visión acerca del rol económico, el trabajo y el empleofemeninos, una revisión de las actividades que realizaban las mujeres en la Inglaterraindustrial, permitirá descubrir cómo fue la participación laboral femenina durante esteperíodo. Podremos, de este modo, corroborar si la falta de atención de la economíapolítica respecto al trabajo y el empleo femeninos respondía a la realidad o era puraretórica.

4. El marco histórico: el trabajo de las mujeres en Gran Bretaña durante el procesode industrialización

A pesar de que la industrialización es uno de los períodos más estudiados por lasy los historiadores, la posición económica de las mujeres durante esta etapa y lasrepercusiones de este proceso sobre el empleo femenino no están claramenteestablecidos (Thomas, 1988). Como han puesto de manifiesto los estudioshistoriográficos, en particular aquellas publicaciones centradas en los trabajos realizadospor las mujeres durante las primeras etapas de la Revolución Industrial, existe una granconfusión en torno al trabajo que efectuaban las mujeres en este período, tanto fuera

50 En el original, Bodichon usa el término inglés children, que se refiere a hijos e hijas.

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como dentro del hogar (Scott y Tilly, 1975)51. Es evidente que la investigación sobre eltrabajo de las mujeres se ha visto con frecuencia limitada por la escasez de fuenteshistóricas al respecto. En particular, la no disponibilidad de registros censales para elempleo femenino con anterioridad a 1841 y los defectos que plantean en el caso ingléslos censos posteriores a esa fecha, hacen difícil obtener una imagen continua y agregadadel empleo femenino en Gran Bretaña. Este hecho ha llevado a algunas autoras aconcluir que no es posible clarificar si la industrialización mejoró (como afirma laliteratura histórica convencional) o empeoró el empleo de las mujeres inglesas (Thomas,1988).

No obstante, la historia del trabajo de las mujeres durante el XIX se puederecomponer aplicando nuevas técnicas al análisis de los datos existentes ya que, comomuestran Horrell y Humphries (1995), los detallados estudios históricos sobre oficios yocupaciones particulares, constituyen una rica fuente de información al respecto. Apartir de estos estudios, se obtiene una primera aproximación a la participación laboralde las mujeres durante esta época: una primera etapa de estabilidad y tasas departicipación relativamente elevadas (1750-1840), una segunda de fuerte descenso en laactividad femenina (1840-1900) y una tercera fase, de estancamiento en los niveles departicipación (1900-1945). El problema principal de estas cifras agregadas es que ni dancuenta de las características específicas que rodearon a estos empleos, ni de las enormesdiferencias que existían entre éstos y los empleos masculinos (Borderías y Carrasco,1994). Las investigaciones historiográficas centradas en estudios de casos particulareshan mostrado que el impacto de la industrialización sobre el empleo femenino fue másvariado y menos dramático de lo que afirma la literatura convencional: los puestos detrabajo disponibles eran limitados y estaban fuertemente segregados, la mayoría de elloseran para mujeres jóvenes y solteras y muchos, estuvieron vinculados con áreas‘tradicionales’ de la economía, áreas como las manufacturas familiares característicasde la protoindustria o putting-out-system, los talleres a pequeña escala, el comercio y losservicios52.

En primer lugar, a lo largo del siglo XIX las fábricas textiles nunca fueron ni laúnica ni la principal forma de empleo asalariado para las mujeres53. En segundo lugar,hay que insistir en que en las nuevas industrias textiles capitalistas las mujeres pasaron afabricar - de forma asalariada - las manufacturas que antes hacían en su hogar bajo elmodo de producción familiar: las mujeres - cuyos ingresos eran vitales para asegurar lareproducción de la familia - fueron las trabajadoras protoindustriales típicas, de maneraque no puede decirse que con las fábricas cambiase el tipo de tareas que éstasrealizaban; el cambio cualitativo consistió en que, al igual que ocurrió con los hombres,la proletarización cambió la organización, el ritmo y la disciplina laboral de susocupaciones. Pero a diferencia de lo que les sucedió a los hombres, ahora era más difícil

51 Ya sea por la falta de atención que los censos prestaban al trabajo y a la situación laboral de las mujeres(Folbre, 1991) o porque el tipo de trabajo que estas realizaban no era fácilmente recogible en lascategorías censales (Horrell y Humphries, 1995), los censos han tendido a subestimar el empleofemenino.52 Salvo cuando se nombran otras investigaciones, lo que sigue se basa en Tilly y Scott (1989).53 Como se sabe, antes de la industrialización el sector agrícola era el mayor empleador de mujeres, perocuando, a consecuencia de la mecanización y la concentración de tierras, la agricultura redujo suparticipación en la producción nacional, las manufacturas modernas no absorbieron toda la oferta detrabajo femenina. Una gran parte de este excedente pasó a engrosar las filas del servicio domésticomientras que el resto permaneció, principalmente, vinculado a las industrias tradicionales (Tilly y Scott,1989).

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para ellas combinar las tareas y tiempos de la producción de mercancías, con las tareas ytiempos propios del trabajo familiar no remunerado. En tercer lugar cabe destacar laimportancia que las manufacturas familiares continuaron teniendo durante todo el sigloXIX como empleadoras de mujeres. Si bien es cierto que muchas de las ocupadas en elsector secundario trabajaban en la industria textil, la proporción de empleadas en lasmanufacturas familiares de prendas de vestir continuó siendo elevada durante el períodoindustrializador54. Esta forma de empleo ‘tradicional’ siguió vigente durante gran partedel siglo XIX - aunque el taller familiar se reemplazó por el trabajo a destajo - y, sobretodo, continuó ocupando a muchas mujeres que cosían y remendaban en sus casas poruna remuneración muy inferior a la que pagaban las fábricas. En realidad, la industria deprendas de vestir se mecanizó muy lentamente ya que la abundancia de mano de obrafemenina barata justificaba la continuidad del putting-out-system55, por lo que se puedeafirmar que si bien durante la industrialización surgieron nuevas oportunidades deempleo en las modernas fábricas textiles, también aumentó durante esta etapa elvolumen de empleo femenino ligado a métodos tradicionales. En cuarto lugar, hay quematizar la creación de empleo femenino asociada al sector terciario a la que hacealusión la literatura histórica ortodoxa. Realmente, con la industrialización, tuvo lugarun incremento del empleo asociado al terciario como sugiere esta literatura, perodurante la primera mitad del siglo estuvo mucho más vinculado a la expansión de lossirvientes domésticos que con la creación de puestos modernos56 y, en este período, elservicio fue la principal fuete de ocupación para jóvenes solteras, un empleo que crecíaa medida que aumentaban las clases medias urbanas. Aunque existe evidencia suficientede que los censos sobrevaloraron el volumen de trabajadores remunerados en el serviciodoméstico, este tipo de empleo dominó el sector servicios en Gran Bretaña hasta finalesdel XIX. Las cifras apuntan a que, en 1880, todavía más del 50% de las personasempleadas en el sector servicios trabajaban como sirvientes y, entre ellas, la granmayoría eran hijas de campesinos (2/3 del total en 1851)57. En quinto lugar, ladeslocalización productiva - asociada a la reestructuración de la economía durante elperíodo - generó desempleo y limitó las oportunidades de empleo de muchas mujeres,tradicionalmente menos móviles que los hombres, porque mientras se creaban nuevospuestos de trabajo en fábricas textiles en ciudades y regiones concretas, en otras zonas,un gran número de empleos ‘tradicionales’ desaparecían (Humphries, 1995). El ejemplo

54 De hecho, la proporción de empleadas en las modernas fábricas textiles de Gran Bretaña, fue muysimilar a la que generó la manufactura de prendas de vestir bajo el antiguo sistema de producciónfamiliar, una situación que concuerda con la hipótesis de que el empleo de las mujeres estuvo muy ligadoal putting-out-system (Tilly y Scott, 1989).55 Las fábricas textiles no aparecerán en Inglaterra hasta después de 1850 y la forma tradicional defabricación textil se prolongará, incluso, hasta principios del siglo XX (Tilly y Scott, 1989). En el casoespañol, este tipo de empleo femenino ha continuado hasta hace pocas décadas, aunque dada la naturaleza‘sumergida’ de estos empleos sea casi imposible precisar su cuantía.56 A finales de siglo, hubo un auge de algunas profesiones de los servicios (oficinistas, maestras, tenderas)que hizo aumentar el número de mujeres empleadas. Sin embargo, estas nuevas oportunidades nosignificaron un crecimiento espectacular del empleo femenino: los niveles de empleo de principios delXIX no se recuperan en Gran Bretaña hasta mediados del XX (Tilly y Scott, 1989).57 El término ‘sirviente’ designaba una amplia categoría de empleo: eran sirvientes porque dependían deuna familia distinta de la suya propia, aunque las tareas que se realizaban podían ser muy variadas. Porejemplo, en familias de clase alta una sirvienta doméstica significaba una criada de un tipo u otro, enfamilias productoras era mano de obra extraordinaria y, en ciudades textiles, empleadas industrialesresidentes (Scott y Tilly, 1975). De acuerdo con algunas investigaciones, esta amplia definición da lugar auna sobrerrepresentación de los empleos de sirvientes en el censo (Higgs, 1987).

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típico es el del hilado, que se mecanizó y pasó a realizarse en fábricas, pero no es elúnico; la mecanización de la agricultura también desplazó una cantidad importante deempleo femenino.

Por lo tanto, durante gran parte del período las mujeres estuvieron empleadas,ante todo, en el servicio doméstico, en las industrias familiares de prendas de vestir(manufacturas familiares características y talleres a pequeña escala) y en las fábricastextiles. El modelo de empleo femenino variaba con la disponibilidad de puestos detrabajo para las mujeres, pero, en general, las jóvenes y solteras constituían el grueso dela fuerza de trabajo asalariada y eran ellas las trabajadoras que predominaban en estosempleos. Por su parte, las mujeres casadas estuvieron mayoritariamente confinadas enlas ocupaciones tradicionales, salvo cuando la demanda de mano de obra femenina eratan intensa y el salario de los hombres tan reducido que entraban a trabajar a lasfábricas. Se ha de precisar que con la industrialización, las demandas de trabajoasalariado fueron cada vez más incompatibles con las actividades domésticas y, comoresultado, las mujeres casadas tendieron a abandonar la fuerza de trabajo y a emplearseen aquellos sectores en los que la separación entre el hogar y el lugar de trabajoresultaba menos drástica así como en aquellas áreas que permitían un mayor control porsu parte del ritmo de trabajo.

Es decir, las casadas tendieron a salir de la fuerza de trabajo y a convertirseprincipalemente en trabajadoras temporales. Ahora bien, aunque habían disminuido susvínculos permanentes con la actividad, los escasos datos sugieren que su participacióncontinuaba siendo importante a mediados del XIX y que, habitualmente, se empleabanen pequeños comercios, en talleres de ropa no mecanizados y en empleos nocualificados y temporales relacionados con la expansión urbana: los censos de distintasciudades recogen a las mujeres casadas entre las lavanderas, las mujeres de la limpieza,las vendedoras ambulantes de comida, las buhoneras y entre las encargadas de cafés yposadas; la recolección, limpieza y batido del algodón, tarea que se realizaba a mano yno se situaba en fábricas sino alrededor de las ciudades, fue otra actividad típica de estasmujeres.

Finalmente, una mirada más atenta a los trabajos realizados por las mujeresdurante la industrialización permite observar que las mujeres de clase baja siempretrabajaron a cambio de un salario o de otro tipo de remuneración. En efecto, a diferenciade las mujeres pertenecientes a familias burguesas y de clases alta - quienes fueron unaproporción insignificante de la fuerza de trabajo femenina durante el XIX y quienes, apesar de que su participación aumentó a principios del XX, seguirían siendo unaminoría respecto al total de mujeres - las madres e hijas de familias trabajadorasestuvieron, en general, involucradas en actividades económicas de diversa índole y susingresos, aunque escasos, fueron a menudo cruciales para marcar la diferencia entre lapobreza y la indigencia de la familia (Humphries, 1995; Scott, 1993). De hecho, adiferencia de lo que sucedía en las clases medias, el trabajo de las mujeres casadasformaba parte de los valores tradicionales y de la cultura de las clases populares y, enconcordancia, se esperaba que las esposas aportasen recursos al fondo familiar en casode necesidad (Scott y Tilly, 1975)58. Por otra parte, aunque el salario del marido (salario

58 Ada Heather-Bigg afirmaba a finales del siglo XX que “el resentimiento ante la presencia de lasmujeres en el mercado de trabajo se basa en una gran ignorancia de la historia industrial y social”(Heather-Bigg, 1893: 51). Se debe tener en cuenta que las crisis y la precariedad no eran situacionesextraordinarias entre las clases bajas, por lo que era relativamente frecuente que las mujeres casadastuvieran que ganar algo de dinero en el mercado laboral.

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familiar) fue cobrando importancia, pocas familias dependían en exclusiva de esteingreso que, en general, se mantuvo durante el período crucial de la industrializacióndemasiado bajo como para asegurar la reproducción familiar (Horrell y Humphries,1995). Por consiguiente, el hecho de que su empleo fuera ahora más ocasional nodisminuía la importancia que tenía para la economía familiar59.

Hay que señalar, además, que la retirada (temporal) de las mujeres casadas de laactividad productiva no supuso un incremento de su tiempo de ocio, ya que lasactividades de producción doméstica - necesarias para el consumo y la reproducciónfamiliar - continuaban estando asignadas a las mujeres: comprar y cocinar la comida,coser y zurcir la ropa, hacer la colada eran actividades, que junto al parto y el cuidadode las criaturas, consumían gran parte del tiempo de estas mujeres. Su principalresponsabilidad, no obstante, seguía siendo la de proveer la comida para la unidadfamiliar (lo que incluía aportar algún ingreso a la renta familiar, en caso necesario). Noobstante, con la transición hacia la economía asalariada aumentaron las tareas yresponsabilidades domésticas. “Hubo una tendencia creciente en el número de familiascuyos hijos permanecían en el hogar por períodos de tiempo mayores de lo que sucedíaen el pasado, frecuentemente, hasta que se casaban y se mudaban a su propio hogar”(Tilly y Scott, 1989: 141).

Pero la mayor permanencia de los menores en la vivienda familiar, no fue laúnica razón que hizo aumentar el tiempo que las mujeres dedicaban a las actividadesdomésticas. La industrialización implicó que la familia se convirtiera en una unidad deconsumo en lugar de un espacio de producción de bienes mercantiles y, porconsiguiente, el papel de las mujeres en la producción de bienes para el consumo de lafamilia, llegó a ser fundamental. Ellas eran ahora las encargadas de gestionar el míseropresupuesto familiar y, con el aumento de las transacciones monetarias y los cambios enla organización del proceso de trabajo, esta responsabilidad era cada vez mayor y lastareas que realizaban en el ámbito doméstico más intensivas en tiempo: de su capacidadpara suministrar los bienes de consumo necesarios y de su habilidad para manejar losrecursos dependía la subsistencia de la familia. De acuerdo a este orden de prioridades,es fácil sospechar que las actividades de gestión y de producción de bienes para elconsumo familiar ocupaban la mayor parte del tiempo de las mujeres. Efectivamente, elresto de tareas de atención y cuidado de los hijos no eran consideradas tan importantesy, de hecho, no implicaban una dedicación especial de la que se prestaba al resto de losmiembros de la familia.

Curiosamente, la situación descrita contrasta enormemente con la que dibujabanlos economistas clásicos, lo cual - dada la importancia que tanto del contexto históricocomo la reproducción de la fuerza de trabajo en el esquema teórico clásico - resulta,cuando menos, sorprendente. En efecto, aunque casi hasta el final del período clásico laparticipación laboral de las mujeres y su contribución a la renta familiar no declinó, eldiscurso que reflejaban los textos clásicos era el de mujeres que no realizabanactividades productivas, una imagen que se refuerza cuando se compara laexhaustividad con que analizaron las actividades y trabajos masculinos, con la falta deatención para las tareas y trabajos realizados por mujeres (tanto en el ámbito mercantilcomo en el familiar); pero sobre todo, la figura de las mujeres como ‘no-trabajadoras’ -como agentes no-económicos - se reafirma cuando se coteja el tratamiento que dieron a 59 Hacia final de siglo, el empleo de las mujeres casadas se volverá más esporádico a medida que lossalarios masculinos vayan aumentando, pero durante esta época resulta difícil a pesar de su temporalidadconcebir a estas trabajadoras en términos de ejército de reserva.

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los hombres frente al que recibieron en sus escritos las mujeres: el hecho de que laspocas veces que trataron sobre ellas lo hicieran apelando a su papel de educadorasmorales - como madres, esposas, hijas o viudas60 - apuntalaba la idea de que lasfunciones que realizan las mujeres no eran objeto de estudio para la economía política.De esta suerte, el discurso clásico respecto a las mujeres - carente de base histórica, almenos para una gran mayoría de las mujeres de la época - se convierte en retóricacargada de juicios de valor, cuyo objetivo no es otro que el de legitimar su visiónrespecto al rol femenino ‘apropiado’ desde un punto de vista económico y social.

A modo de resumen

Como hemos visto la mayoría de clásicos - partiendo de las ideas desarrolladaspor el ‘fundador’ de la economía61 - apenas prestaron atención al trabajo de las mujeres.Ahora bien, creer que la falta de un análisis específico para el trabajo femenino significaque esta actividad fue tratada con criterios similares a los que se aplicaron para elestudio de la actividad masculina resulta especialmente ingenuo, porque “la economíaclásica siguió los supuestos implícitos de Adam Smith bastante de cerca” (Bodkin,1999: 55), mientras que las ideas de Mill, Taylor y Bodichon quedaron arrinconadas.Cierto, la visión de las mujeres que predominó en la economía política fue la de AdamSmith62. En realidad, para la mayoría de autores clásicos, la situación económica de lasmujeres en sí misma no fue, en ningún caso, un tema prioritario. De hecho, siempre quetrataron asuntos relacionados con ellas lo hicieron a partir de un discurso moralizador ypoco ‘económico’: tomaron como un dato la situación de las mujeres (apelando casisiempre a “leyes naturales” o a una inferioridad de las mujeres en su carácter,inteligencia o fuerza) sin cuestionarse las relaciones de género implícitas a tal supuesto(Groenewegen, 1994: 12-13).

Recapitulando, si bien algunos elementos del paradigma clásico hacían posibleincorporar la esfera familiar al marco teórico - y, de este modo, favorecían el estudio delas actividades económicas realizadas por las mujeres - la abundancia de juiciosnormativos y morales respecto a las mujeres impidió que los clásicos profundizaran enesa dirección. Por su parte, el triunfo de una forma de análisis - popularizada por Smith- en la que dominaba el sesgo de género, contribuyó a desligar las esferas mercantil yfamiliar. Así, pese a que el esquema clásico relacionaba ambas esferas, dio untratamiento analítico diferenciado a cada subsistema - el análisis del sistema deproducción de bienes se caracterizó por un discurso lógico y racional, mientras el de lareproducción poblacional se distinguió por el uso de la retórica y la moral - y, comoresultado, se allanará el camino para desarrollar conceptos y teorías segregadas y paraexcluir del campo de estudio económico el subsistema de reproducción humana y, juntoa él, a las personas que se ocupan de las actividades doméstico-familiares y de cuidados.

60 Véase n.36.61 Schumpeter opina que el tratamiento de fundador de la Economía para Smith, es excesivo, pues noreconoce nada en “La Riqueza” que no hubieran dicho antes otros economistas. De todos modos, asignaa este libro el epíteto de ‘gran hazaña’ merecedora de su éxito pues contiene la capacidad de ordenar ycoordinar todos los conceptos formulados hasta la época y reducirlos a un número de principioscoherentes (Schumpeter, 1995: 227- 236).62 Groenewegen (1994:13) argumenta que la doctrina de la mujer económica irracional fue aplicada porlos clásicos tanto al trabajo como al consumo de bienes de mercado.

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