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REVISTA EUROPEA NÚM. 310. 5 DE FEBRERO DE 1880. AÑO VII. MORAL ELEMENTAL (Continuación.) VI.—LA RESPONSABILIDAD. La responsabilidad es la consecuencia de la libertad. El hombre es, pues, responsable de todos sus actos libres, pero sólo de sus pactos li- bres. Todo acto libre es imputable. Responsabilidad é imputabüidad expresan la misma idea; pero la una, se dice del agente, de la persona; la otra de los actos. ¿Es responsable un loco de sus actos? ¿Son imputables los actos de un niño? ¿Por qué? Cuando la libertad está intacta, cuando no puede alegarse excusa alguna, resultado de la ignorancia ó de la violencia, la respon- sabilidad está intacta. Cuando la libertad se debilita, también lo está, y en igual medida, la responsabilidad. Hay siempre exacta proporción entre la libertad y la responsabilidad moral. Pero no siempre es fácil apreciar en qué grado existe la libertad. Hacer á los hombres más libres por la educación y la instrucción, desarrollando su conciencia y su libertad, es al mismo tiempo aumentar su responsabilidad. En las clases ignorantes es menor el sentimiento de res- ponsabilidad que en las clases instruidas. Es necesario que cada uno se sienta res- ponsable de sus faltas, de sus vicios y de los ejemplos que dé á los demás. ¿Dónde es mayor la responsabilidad? ¿En los niños ó en sus padres, en los discípulos ó en los maestros, en los obreros ó en los pa- trones, en los administrados ó en los admi- nistradores? ¿Por qué? La responsabilidad no es hereditaria, sino personal, como la liber- tad. Una enfermedad puede trasmitirse de padre ahijo, pero ¿es responsable el hijo del TOMO XV. mal de que sufre? La moralidad no se tras- mite de ese modo. El hijo de un héroe puede ser un criminal, y el hijo de un criminal un héroe. Es necesario estimar á cada uno se- gún sus prop'ios actos, y no según los actos de sus antepasados. La imputación se aplica así en el bien como en el mal. Eso es lo que constituye el mérito y el demérito. El mérito supone un acto libre y bueno. Este acto es meritorio, digno de elogios y re- compensa, porque es libre y hubiera podido ser malo. El demérito supone un acto libre y malo. Este acto es culpable, es una falta, una ofen- sa, un pecado digno de censura y de castigo, porque es libre y hubiera debido ser bueno. El hombre puede hacer el mal, pero debe hacer bien. El mérito y el demérito repulían de esa oposición posible entre el poder y el deber. Cumplir sus deberes, obedecer á la razón, observar la ley moral, es un mérito. Obrar de otra manera, es una falta. El mérito y el demérito son recompensa- dos siempre ó castigados en la conciencia. El demérito puede ser también castigado ó re- primido pollos tribunales; así acontece cuan- do un acto culpable es á la vez contrario á los deberes de la vida moral y á los derechos de nuestros semejantes, es decir, á la ley moral y á las leyes humanas. * ¿Cómo son castigados la ingratitud, el abuso de confianza, la calumnia, el homicidio y el asesinato? ¿Son esos delitos y esos crí- menes contrarios á un mismo tiempo al or- den moral y al orden social? ¿Dañan á nues- tros semejantes en su propiedad, en su honor ó en su vida? ¿Son una doble ofensa á nuesr tros deberes y álos derechos de los demás? ¿Pueden ser prohibidos y castigados con la multa ó la prisión? En el mérito y el demérito caben diferen- tes grados. Mídense por la extensión de la libertad y la importancia del bien ó del mal realizados. Tanto más meritorio es un acto cuanto más libremente se ejecuta y mayor bien cons- tituye. Salvar la vida de otro vale más que,, salvar su fortuna. Apresurarse á socorrer •Hi

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REVISTA EUROPEANÚM. 310. 5 DE FEBRERO DE 1880. AÑO VII.

MORAL ELEMENTAL

(Continuación.)

VI.—LA RESPONSABILIDAD.

La responsabilidad es la consecuencia dela libertad.

El hombre es, pues, responsable de todossus actos libres, pero sólo de sus pactos li-bres.

Todo acto libre es imputable.Responsabilidad é imputabüidad expresan

la misma idea; pero la una, se dice del agente,de la persona; la otra de los actos.

¿Es responsable un loco de sus actos?¿Son imputables los actos de un niño? ¿Porqué?

Cuando la libertad está intacta, cuandono puede alegarse excusa alguna, resultadode la ignorancia ó de la violencia, la respon-sabilidad está intacta. Cuando la libertad sedebilita, también lo está, y en igual medida,la responsabilidad.

Hay siempre exacta proporción entre lalibertad y la responsabilidad moral. Pero nosiempre es fácil apreciar en qué grado existela libertad.

Hacer á los hombres más libres por laeducación y la instrucción, desarrollando suconciencia y su libertad, es al mismo tiempoaumentar su responsabilidad. En las clasesignorantes es menor el sentimiento de res-ponsabilidad que en las clases instruidas.

Es necesario que cada uno se sienta res-ponsable de sus faltas, de sus vicios y de losejemplos que dé á los demás.

¿Dónde es mayor la responsabilidad? ¿Enlos niños ó en sus padres, en los discípulos óen los maestros, en los obreros ó en los pa-trones, en los administrados ó en los admi-nistradores? ¿Por qué? La responsabilidad noes hereditaria, sino personal, como la liber-tad. Una enfermedad puede trasmitirse depadre ahijo, pero ¿es responsable el hijo del

TOMO XV.

mal de que sufre? La moralidad no se tras-mite de ese modo. El hijo de un héroe puedeser un criminal, y el hijo de un criminal unhéroe. Es necesario estimar á cada uno se-gún sus prop'ios actos, y no según los actosde sus antepasados.

La imputación se aplica así en el biencomo en el mal. Eso es lo que constituye elmérito y el demérito.

El mérito supone un acto libre y bueno.Este acto es meritorio, digno de elogios y re-compensa, porque es libre y hubiera podidoser malo.

El demérito supone un acto libre y malo.Este acto es culpable, es una falta, una ofen-sa, un pecado digno de censura y de castigo,porque es libre y hubiera debido ser bueno.

El hombre puede hacer el mal, pero debehacer bien.

El mérito y el demérito repulían de esaoposición posible entre el poder y el deber.

Cumplir sus deberes, obedecer á la razón,observar la ley moral, es un mérito. Obrarde otra manera, es una falta.

El mérito y el demérito son recompensa-dos siempre ó castigados en la conciencia. Eldemérito puede ser también castigado ó re-primido pollos tribunales; así acontece cuan-do un acto culpable es á la vez contrario álos deberes de la vida moral y á los derechosde nuestros semejantes, es decir, á la leymoral y á las leyes humanas. *

¿Cómo son castigados la ingratitud, elabuso de confianza, la calumnia, el homicidioy el asesinato? ¿Son esos delitos y esos crí-menes contrarios á un mismo tiempo al or-den moral y al orden social? ¿Dañan á nues-tros semejantes en su propiedad, en su honoró en su vida? ¿Son una doble ofensa á nuesrtros deberes y álos derechos de los demás?¿Pueden ser prohibidos y castigados con lamulta ó la prisión?

En el mérito y el demérito caben diferen-tes grados. Mídense por la extensión de lalibertad y la importancia del bien ó del malrealizados.

Tanto más meritorio es un acto cuantomás libremente se ejecuta y mayor bien cons-tituye. Salvar la vida de otro vale más que,,salvar su fortuna. Apresurarse á socorrer

•Hi

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al prójimo en caso de peligro, sin esperanza ;alguna de recompensa, es más moral y másbello que vacilar, y consultar antes el propiointerés.

Hay, en general, más mérito en hacer elbien que en abstenerse del mal, en ser bené-fico que en no hacer nada. Hacer el bien, su-pone un carácter noble. Abstenerse del malpuede ser cálculo de un egoísta. Sin embar-go, abstenerse del mal es á veces muy meri-torio; cuando se lucha, por ejemplo, contrapreocupaciones establecidas ó contra cos-tumbres viciosas.

¿Puede un ser racional recurrir á la vio-lencia?

¿Debe batirse cuando le provocan?¿Qué es más meritorio, amar á sus ami-

gos, ó á sus enemigos?El mayor mérito consiste en el heroísmo

moral, en el cual se practica el deber con ab-negación y con exposición de la vida. Ahí esdonde brilla, efectivamente, en toda su gloriala libertad moral, puesto que la voluntad debesuperar todos los motivos egoístas y aun elmismo instinto de conservación personalpara obedecer á la ley moral.

Un acto es tanto más culpable cuantomás libremente ha sido ejecutado y mayormal constituye.

Un atentado contra la vida es más crimi-nal que un atentado contra la fortuna. Elhomicidio por avaricia es menos excusablequ e el homicidio que se inspira en la ven-ganza.

¿Qué es más inmoral, calumniar á unamigo, ó á un enemigo?

El mayor grado de culpabilidad consisteen un acto de perversidad que se ejecuta conpremeditación. La premeditación aleja efec-tivamente toda sospecha de ignorancia ó vio-lencia, y supone completa libertad.

Hay amenudo circunstancias atenuantesó agravantes en el cumplimiento del bien ódel mal. Esas circunstancias dependen délosmotivos que han podido influir sobre la liber-tad y debilitar y fortalecer §1 libre arbitrio.El Códigolasenumeracuidadosamente, cuan-do de un delito ó de un crimen se trata.

Un pobo premeditado es más criminalque otro, porque le acompañan una serie decircunstancias agravantes; se comete confractura, á mano armada, de noche, en unacasa habitada, lo que supone una resoluciónfirme y determinada, y aun la intención dematar álos habitantes de aquella morada siresistiesen ó se apercibiesen del robo.

Crímenes de este género siembran laalarma en un país y destruyen la seguridadpública.

Así acontece también con el robo cometi-do por la violencia ó las amenazas en los ca-minos públicos.

La reincidencia es también una circuns-tancia agravante, que se castiga con mayorpena que la que se aplica á una primera con-dena.

Las reincidencias eran frecuentes otrasveces, cuando los penados se hallaban re-unidos en la prisión en una sala común. Estáprobado que han disminuido mucho desdeque se ha aislado á los delincuentes y se lesha sometido á un régimen de educación y demoralización. El criminal encerrado en unacelda se halla, entregado á los remordimien-tos de su conciencia hasta que se enmienda.La instrucción hace el resto.

Instruir á los niños es el mejor medio deprevenir los delitos y los crímenes. Un niñobien educado se respeta á sí mismo y respe-ta los derechos de los demás. El robo es ver-gonzoso; el homicidio, horrible.

El robo es un atentado al derecho de pro-piedad, la cual es una de las bases de la so-ciedad. Es necesario que cada uno pueda dis-poner de sus bienes, para conseguir el finque se propone.

La propiedad se adquiere por el trabajo yla economía. Cada uno tiene el deber de tra-bajar en este mundo, y puede gozar legíti-mamente el fruto de su trabajo.

El ladrón destruye estos principios de lavida social, y quiere gozar, sin esfuerzo pro-pio, del trabajo de los demás.

Al que viola los derechos de otro, se lecastiga con la multa y la prisión, y á vecescon la muerte. La pena de muerte tiende, sinembargo, á desaparecer de los códigos de lospueblos civilizados (l).En Bélgica, aguardan-do á que se suprima, no se aplica ya. Lacadena perpetua es más terrible que lamuerte.

Los que respetan los derechos de los de-mas, están recompensados por el goce delderecho común.

Disfrutan de todas las ventajas de la vidasocial. Pueden transitar libremente, tienendomicilio inviolable, poseen la libertad indi-vidual y todas las libertades políticas. Estánbajo la protección de la ley y de todas las

(1) En varias naciones no existe.

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autoridades encargadas de hacer cumplirla ley.

La. policía sostiene la tranquilidad y la se-guridad públicas bajo la dirección de un jefe.Conserva el orden público, útil á todos losciudadanos, y que todos deben respetar.

Todos los actos libres son, pues, imputa-bles en el bien como en el mal, dignos de elo-gio ó-de censura, recompensados ó castiga-dos por la conciencia ó por los tribunales.

La imputabilidad se aplica también a lasacciones directas ó indirectas.

El autor directo de un acto es el que loejecuta. El autor indirecto es el que tomaparte en él, el que participa de ól hasta cier-to punto, por sus consejos, su ayuda, ó porlos medios con que prepara ó facilita la eje-cución de un acto.

La acción ejecutada por participación ócooperación, es imputable.

El autor indirecto de un acto culpable sellama eómpliee. El Código penal enumera losdiversos casos de complicidad.

El cómplice puede ser monos culpable,tan culpable ó más culpable que el autor di-recto de la acción.- Todo depende aquí de lascircunstancias, de las intenciones, del dis-cernimiento, del grado de libertad de los quehan ejecutado ó facilitado el acto.

Si un loco ó un niño incendian un edificioá excitación de una persona sensata, ¿quiénes el culpable?

Si un niño busca por ignorancia una es-cala ó una cuerda, y éstas sirven á un mal-hechor para cometer un robo, ¿quién es elculpable?

Si un delito se concierta entre varias per-sonas, y una sola lo ejecuta, ¿quién es el cul-

Si al delito se une un crimen ejecutadopor uno de los malhechores, al descuido ócontra la voluntad de los demás, ¿quién es elculpable del delito y del crimen?

¿Se puede ser responsable de actos en loscuales no se ha tenido participación alguna,directa ni indirecta?

¿Se puede ser cómplice de un acto de unmodo negativo, por inacción ó por silencio,no revelando en tiempo oportuno un proyec-to de que por casualidad se ha tenido cono-cimientO; asistiendo, por ejemplo, á una con-versación entre dos malhechores?

Bajo el punto de vista moral, debe admi-tirse una complicidad negativa. El que callacuando una palabra dicha á tiempo bastaría

á desbaratar un proyecto inmoral, ése es

culpable. El que deja circular la mentira y lacalumnia y no advierte á la persona lastima-da en sus intereses ó en su reputación, ésetambién es culpable. En este último caso, esnecesario obrar con circunspección, por te-mor de cometer un mal mayor con una de-nuncia imprevista ó intempestiva. En la du-da, debe consultarse á un hombre de expe-riencia.

La imputabilidad se aplica, en .fin, á nues-tros actos y á sus consecuencias ó efectos na-turales.

Toda acción tiene consecuencias buenasó malas, próximas ó lejanas, así como todacausa tiene sus efectos.

El bien engendra el bien, y el mal engen-dra el mal.

El niño á quien se instruye adquiere ta-lento, y podrá crearse más tarde una posi-ción en la sociedad, ser útil á su familia y ásus conciudadanos. La instrucción es confrecuencia manantial de fortuna, y siemprela condición de los servicios que á la patriapueden prestarse.

La ignorancia es, por el contrario, la ma-dre de la imprudencia y de la imprevisión.Un espíritu inculto y grosero no tiene capa-cidad alguna, no se da cuenta de la impor-tancia de sus actos ni prevé nada. Deja es-capar las ocasiones de enriquecerse, y correcon frecuencia al encuentro de un desastre.En este caso, arrastra á los suyos en suruina.

Los efasrtos de la instrucción son útiles;los efectos de la ignorancia son perjudicia-les, y algunas veces deplorables.

Un beneficio puede cambiar también lasituación de toda una familia, poner términoá la desolación, y s'er origen de la prosperi-dad.

Una acción culpable, una murmuración,un robo, un homicidio, puede.sumir á una fa-milia en la miseria; la miseria, á su vez,puede conducir á la desesperación, y la des-esperación al viejo y al crimen.

Es necesario ser prudente. Es necesarioobrar con perspicacia y circunspección, ytratar de prever las consecuencias proba-bles de cada acto.

Para prever, es necesario cultivar la in-teligencia, es preciso aprender á conocer loshombres y á orientarse en la vida.

El que cumple sus deberes marcha con se-guridad en la vida; nada tiene que repro-charse ni temer, suceda lo que suceda.

El que falta á sus deberes debe temerlo

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todo, porque es responsable de las conse-cuencias de su falta.

El padre que instruye á sus hijos puedeestar justamente orgulloso de sus éxitos yatribuirse el mérito de todo el bien que mástarde le suceda.

El padre que deje á sus hijos vivir en laignorancia debe llorar todo el mal que le su-ceda, porque su falta es la causa de que sushijos sean ignorantes, y por esta ignoranciason^ncapaces de eludir la miseria y las difi-cultades de la vida. -

El que conscientemente hace el bien, deseaal mismo tiempo las consecuencias del bien,y el que conscientemente hace el mal, desealas consecuencias naturales del mal.

Tal es la extensión de la responsabilidaddel hombre. El mérito y el demérito pesansobre el presente y sobre el porvenir, sobrelos actos y sobre sus consecuencias.

La responsabilidad no puede extenderse,sin embargo, en un porvenir sin límites.

Cada uno de nuestros actos puede teneruna serie incalculable de efectos que se pro-longuen de unos en otros hasta los futurossiglos, y que escapan á la previsión humana.¿Son responsables los primeros conquistado-res de las guerras de nuestros dias? ¿Puedenimputarse á los primeros inventores de laescritura alfabética, de la numeración, delos trabajos de los campos, de las máquinasy del empleo del vapor, los beneficios inapre-ciables con que cada nuevo descubrimientoenriquece á la humanidad terrestre?

No. La responsabilidad del hombre llegahasta donde llega su previsión. Los efectosprevistos ó fáciles de prever entran en elcampo de la inteligencia; libremente se de-sean y son imputables en el bien como en elmal.

Pero las consecuencias imprevistas ó im-posibles de prever, ni han podido ser deseadas, ni pueden ser imputables.

El mérito y el demérito son, pues, limi-tados, como todas las facultades y fuerzasde la naturaleza humana.

Ademas, la responsabilidad debe concre-tarse á lo que se ha deseado al obrar bien ómal, abstracción hecha de los abusos queotros cometan en una cosa buena, ó de lasventajas que otros saquen de un bien maladquirido.

La naturaleza humana es buena y en-cuentra su causa en Dios, causa primera detodas las cosas. Al obrar según nuestra na-

turaleza, hacemos el bien, obedecemos á la

voluntad divina, ejecutamos el plan de lacreación.

Podemos, sin embargo, abusar de los be-neficios de Dios. La inteligencia nos fuó dadapara buscar la verdad, pero podemos em-plearla en inducir á error á nuestros seme-jantes. El sentimiento, nos fue dado paraamar lo bello, pero podemos dejarnos sedu-cir por el vicio. La voluntad nos fuó dadapara realizar el bien, pero podemos hacer elmal. La libertad nos fuó dada para nuestraeducación personal, pero podemos hacer d¿ella el instrumento de nuestra caida.

¿Es Dios responsable del mal que los hom-bres hacen?

El padre instruye á su hijo; pero el hijoabusa de la instrucción recibida y se sirvede ella para hacer el mal con más inteligen-cia. ¿Es responsable el padre de las faltasque el hijo comete, y debe reprocharse el ha-berle sacado de la ignorancia?

Un malhechor logra fortuna por un cri-men y sin llegar á ser descubierto. Aléjasedel camino del mal, educa bien á sus hijos, yéstos llegan á ser hombres distinguidos yciudadanos útiles á su país. ¿Es mérito delpadre la buena conducta de los hijos? No,cada uno es responsable de las ventajosasconsecuencias de un acto meritorio y de lasconsecuencias dañosas de una falta.

Nadie es responsable de las consecuen-cias funestas de un acto meritorio que dalugar á abusos, ni de las consecuencias be-néficas de una falta que da lugar á grandesbienes.

VIL—EL BIEN Y EL MAL.

El bien y el mal no son sustancias queexisten en el mundo', pero sí cualidades óactos que tienen relación con la vida y eldestino de los seres.

Un acto es un fenómeno de la vida. Lavida se compone de una serie continua deactos que se producen á cada momento, bajola forma del tiempo. Cada acto es un estadoposible que viene á ser real. La vida es, pues,una evolución; es el desarrollo sucesivo detodo lo que está encerrado en la naturalezade un ser; es, para cada sor, la realizaciónde sus estados posibles.

Un acto es bueno ó malo según que seaconforme ó contrario á la naturaleza de unser; ó mejor, según qué esté de acuerdo ó en

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desacuerdo con el destino de este ser; por-que el destino de cada ser responde á su na-turaleza. El que se desarrolla según su na-turaleza, camina por la buena vía, por la víade su destino.

Teodoro aprende su lección. Hace bien; sedesarrolla como un sor inteligente que estáformado para aprender, y que consagra alestudio el tiempo que le conviene.

Felipe no pone cuidado. Hace mal, no cul-tiva su inteligencia, pierde su tiempo, no lle-gará nunca al objeto de la vida. La juventudes el tiempo de los estudios, y cuando es ne-cesario reunir conocimientos para la edadmadura. Si Felipe no trabaja ahora, ¿cuándo,pues, lo hará?

El tiempo es precioso, es necesario no di-siparlo, y se le debe emplear útilmente. Elpasado no vuelve. Cada dia tiene su valor.Un estudiante que se instruye no tendrá pe-nas que llorar.

Un. acto es bueno ó malo. Las cualidades óventajas que se adquieren al desarrollarse óno desarrollarse, son bienes ó males. Los ac-tos pasan, las cualidades quedan.

Teodoro, prestando atención á su instruc-tor, ha adquirido conocimientos. Felipe, nohaciéndolo, queda en la ignorancia. La ins-trucción es un bien duradero, del cual pue-de siempre sacarse partido. La ignoranciaes un mal que pesa toda la vida. Es una cua-lidad negativa, es la ausencia de la instruc-ción. Es contraria á la naturaleza y al' desti-no de la inteligencia.

Todo lo que está conforme con la natura-leza de un ser, es bueno. Si es enteramenteconforme á la naturaleza, á toda la natura-leza, es completamente bueno. Si es parcial-mente conforme á la naturaleza, á una partede la naturaleza, es bueno en parte-

Todo lo que es contrario á la naturalezade un ser, es malo ep todo ó en parte.

Una misma cosa puede ser buena bajo unpunto de vista y mala bajo otro. El bien estámuchas veces mezclado de mal en la vida.Si es preciso para estudiar hacer daño á lasalud, el estudio será á la vez bueno y malo:bueno para el espíritu, malo para el cuerpo.Una parte de la naturaleza humana estarásatisfecha, pero la otra no habrá recibido sa-tisfacción.

Es forzoso combinar el estudio con el jue-go, ó mejor aún, con la gimnasia, para darsatisfacción al espíritu y al cuerpo. Los ac-tos entonces son enteramente conformes (óbuenos) á toda la naturaleza humana; el

hombre se desarrolla completo, como espíri-tu y como cuerpo; el desarrollo es integral;el equilibrio se mantiene entre las dos par"tes de la naturaleza humana.

Este equilibrio es un bien, puesto que esconforme con la naturaleza, y un bien com-pleto, puesto que es útil á la vez al espírituy al cuerpo. Si el cuerpo enferma, el espírituse resiente, está impedido de entregarse ásus propias ocupaciones. El estudio se hacedifícil y algunas veces imposible, cuando elcuerpo pierde sus fuerzas.

Para desarrollarse según toda la natura-leza, es preciso, pues, tener en cuenta lasdiversas partes de que se compone. Si secultiva una sola parte, se dejará á las otrassin cultura; si se hace demasiado por elcuerpo, se hará demasiado poco por el alma;si no nos ocupamos más que de la inteligen-cia, descuidamos el cuerpo. De este modo, seviene á ser exclusivo sacriflcando el todo á laparte.

Para no ser exclusivo, es necesario pe-sarlo todo, considerarlo todo, sin omitir nada.Es menester no hacer demasiado, ni dema-siado poco, es necesario hacer bastante. Esnecesario moderarse, es necesario obrar conmesura en todas las cosas.

Mauricio estudia demasiado. Tomás estu-dia demasiado poco. Ambos hacen mal. Sedebe estudiar bastante. Mauricio hará bienen consultar á un médico para saber si de-be interrumpir sus estudios. Evitad el exce-so y falta de trabajo, buscad la justa medida.

D(j» Adolfo, desde que heredó inesperada-mente, se entrega á la bebida y á los place-res déla mesa. Es un borracho. Ya ha per-dido el empleo que tenía, ahora destruye susalud, y dentro de poco no servirá para nada.Abusa de los placeres, comete excesos, seentrega por entero á sus pasiones. Obracomo ciertos animales," que desde por la ma-ñana hasta la noche no hacen más que be-ber y comer; olvida que tiene una razón, yse imagina sin duda no tener más que unvientre. No es ya dueño de sí mismo; se haconvertido en esclavo de sus apetitos.

Obrad con medida en los placeres de lossentidos, sed sobrios. La naturaleza materialdel hombre no es todo el hombre. La razónposee también sus derechos y sus exigen-cias. No sacrifiquéis la razón á los sentidos.Sólo el hombre tiene razón entre los seresfinitos. La naturaleza racional del hombre essuperior á la naturaleza sensible.

La templanza ó la moderación es la justa

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medida de los goces de la naturaleza corpo-ral. Se puede gozar de la vida, no se debeabusar de ella. El exceso que en un sentidocualquiera se comete, págase siempre conuna falta en otro sentido. Es necesario serhombre completo. x

No sólo es indispensable la mesura en laactividad si quiere uno desarrollarse por com-pleto; más aún, débese obrar en tiempo ylugar, en el momento oportuno, ni antes nidespués, ni demasiado pronto ni demasiadotarde. De nada sirve correr, es necesariopart ir en el momento conveniente, eso dicela fábula, y la fábula tiene razón. P a r a cadacosa hay una edad apropósito; es precisoaguardar el momento oportuno, en vez deadelantársele ó dejarle escapar, si se deseallegar al ñn propuesto.

La misma naturaleza indica cuál es elmomento oportuno. Todo se' desarrolla enlos seres vivientes en tiempo y lugar, conorden y regularidad, según las leyes de lavida. Ved la planta: las raíces aparecen pri-mero, porque el vegetal debe sostenerse ysacar del suelo sus alimentos; después seeleva el tallo, aparecen los botones, y, en úl-timo lugar, cuando la planta llega á su edadmadura, fórmase la flor con los estambres ypistilos.

Sigamos para nosotros mismos las indi-caciones de la naturaleza. Tratemos de par-tir en el momento oportuno para poder lle-gar al término; esperemos con paciencia elmomento conveniente, y cuando ese momen-to llegue, obremos con vigor. No haya impa-ciencia, no haya pereza. Los niños pequeñospueden jugar y dormir á su sabor. Jugandoadquieren fuerzas, aprenden á servirse desus miembros, á interpretar sus sensacio-nes, á orientarse en el mundo. Es lo que con-viene á la naturaleza del niño.

Pero esas ocupaciones no convienen ya ála naturaleza del adolescente, del adulto, delhombre hecho, del anciano. Cada edad tienesus necesidades y sus deberes, sus trabajosy sus placeres. Hay que no confundir lasedades.

Si se quisiese dar al estómago y á la in-teligencia del niño los alimentos y los cono-cimientos que el hombre formado requiere,se le agostaría en lo físico y se le har ía idio-ta en lo moral.

El adolescente y el adulto deben tener unaeducación física, intelectual y moral. Y serequiere' un tiempo para el estudio y untiempo para el juego y la-gimnasia, si se ha

de ser completos y poder más tarde ser aptospara todos los servicios y para todas lasocupaciones, así de la ¡vida privada como dela vida pública.

Silvestre espera siempre hasta el últimomomento para cumplir sus deberes. Se im-pacienta por jugar. Llega generalmente de-masiado tarde. Si continúa así, llegará tam-bién demasiado tarde á adquirir la posiciónque desea. No sabe partir en el momentooportuno. Cuando debe estudiar, juega, ycuando se pone á trabajar, se precipita y nohace nada bien. Debe aprender á regular suvida; es el único medio de hacer todo lo quese debe hacer, y de hacerlo bien.

Para obrar bien, el hombre debe, pues,obrar según su naturaleza, y desarrollarlatoda con regla y medida en tiempo y lugar.

Tal es también el objeto de la educación.La educación forma al hombre, colocándoloen estado de realizar el bien y de cumplir sudestino.

Pero la naturaleza humana es una obramuy compleja. Comprende el espíritu y elcuerpo; el espíritu, á su vez, comprende unaserie de facultades, y el cuerpo una serie deórganos. Puesto que el bien es todo lo que esconforme á la naturaleza, cada parte de lamisma tiene un bien que le es propio.

El bien del cuerpo es la salud, el desarro-llo armónico de los órganos.

El bien del espíritu es el equilibrio de lasfacultades de pensar, sentir y querer. Delacuerdo entre esas facultades, cultivadasarmónicamente por la razón, resultan lastres virtudes primordiales: sabiduría, cari-dad y bondad ó benevolencia.

La sabiduría es una cualidad de la inteli-gencia; la earidad, una cualidad del corazón;la bondad, una cualidad de la voluntad. Perolas tres suponen que el pensamiento, el sen-timiento y la voluntad están de acuerdo pararealizar el bien concienzudamente. Son unamisma virtud bajo tres distintas formas.

G. TlBERGHIEN.

Traducción de H. Giner.

(Continuará.)

NÚM. 310. J. MÉLIDA.-I. LÓPEZ. —EL SORTILEGIO DE RARNAK. 135

EL SORTILEGIO DE KARNAK

(Continuación)

CAPÍTULO VIII

La tentativa frustrada

Isis-meri, después de cruzar las concurri-das vías de la ciudad, llegó á la ribera delNilo, donde se observaba grande animacióny movimiento. Era la hora á que acostum-braban las opulentas familias de Tebas re-correr en lujosas embarcaciones la corrientedel rio, entregándose dulcemente al bello es-pectáculo que ofrecía el regreso de la s bar-cas pescadoras. Hacíale más grato la purezadel ambiente; los rojizos tintes del sol quedeclinaba en su carrera, acercándose á lamontaña del Occidente; la agradable vista deinfinitos jardines inmediatos á una y otraplaya, cuajadas de flores y olorosos árbolesque entregaban á lá brisa sus aromas, y porúltimo, la multitud de gentes diversas quecirculaban por todas partes, prestando sin-gular vida a aquellos lugares.

Veíase por un lado enmedio del anchuro-so cauce del Nilo, digno rio de aquella ciu-dad de colosos, preciosas embarcaciones deformas elegantes y pabellones lujosamentedecorados con pinturas y tapices, que se le-vantaban entre la proa y la popa, elevadaséstas en graciosa curva á modo de cuellos dealguna ave de las aguas ó tallo prolongadode gigantesca flor. Tripuladas por hábilesesclavos de las regiones del Levante, óaprehendidos en el país del Norte, allí dondelas olas del mar azotan de continuo la sa-grada tierra del Egipto, hendían majestuosa-mente las aguas, brillando con reflejos in-tensos bajo la acción del sol el oro de lasbordadas telas y pinturas que las decoraban.Otros barcos tripulados por egipcios, congrandes velas triangulares de pesado lienzoizadas en los mástiles, que se erguían sobrelos pabellones ó camarotes, marchaban pau-sadamente dirigidos por el timón, manejadopor los dennus desde las elevadas platafor-mas ó techos délos camarotes. Algunas bar-cas más pequeñas y ligeras se deslizaban ve-loces trasportando pasajeros de una á otraorilla, ó bien fardos con mercancías; y porúltimo, extendiendo la vista en la dirección

de la corriente, veíase el sinfín de barqui-chuelos donde venían los pescadores, que seanunciaban por lo.s cantares de lánguidacadencia. Parecían sobre las aguas inmensoenjambre de animales marinos que adelan-taban á los impulsos de sus aletas, pues talsimulaban los dobles remos que azotaban laespuma.

Como todas las poderosas familias de Te-bas. la del pontífice supremo poseía embar-caciones, de continuo dispuestas á su servi-cio, y que, amarradas al muelle, guardaban,no sólo los vigilantes especiales encargadosde este servicio (149), sino también dennusde su palacio. Esperaba á Isis-meri una deellas que igualaba á la de Faraón por el lujocon que estaba decorada; sus costados, quese levantaban á bastante altura, aunque pro-porcionada á la longitud del barco, ostenta-ban delicadas pinturas jeroglíficas y tapicesdel Asia prendidos de sus bordes, que al mo-vimiento oscilante de la embarcación sumer-gían sus extremos en las aguas; la elevaciónde su proa y popa pareéia más bien pretex-to de que el artífice se valiera para tallaracampanadas flores de loto, de brillantes co-lores esmaltadas. El pabellón, que ocupabacasi todo el espacio de la cubierta, era rec-tangular; sus muros, ligeramente inclina-dos, estaban cubiertos de pinturas; el inte-rior convidaba á disfrutar de dulce reposocon los divanes que habia junto á las pare-des déla sala, una de las piezas en que esta-ba dividido el pabellón.

El Apartamento de las esclavas de la re-creación, que era el segundo aposento, ence-rraba arpas de múltiples cuerdas, flautas,címbalos y sistros, que, al unirse á la voz delas cantoras, inundaba el recinto de armo-nía (150). '

Los tripulantes empuñaban enormes re-mos, cuyos simultáneos- movimientos habiade marcar con los golpes de su caña undennu colocado al pió del mástil sobre la pla-taforma.

De este modo dispusiéronse todos cuandoIsi's-meri se aceraó acompañada por algunosesclavos que esperaban en tierra, y despren-dido que fue del costado de la nave el puentede tabla que á ella daba acceso, la sacerdoti-sa subió por él entrando en el pabellón, mien-tras el dennu agitaba su bastón en señal demarcha, y el timonel desde la plataforma gi-raba el timón, haciendo tomar rumbo haciael templo de Luqsor. Comenzó, en efecto, laembarcación á cruzar el anchuroso cauce,

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llamando la atención la dulce armonía quepartia de ella, y las nubéculas de inciensoperfumado que salían por. las pequeñas ven-tanas del pabellón, dejando en pos de sí per-fumado olor como rastro de su paso. El tra-yecto fuó monótono ó igual; semejante á labarí sagrada de Ra en su curso por el hori-zonte, describió su marcha á los acompasa-dos impulsos del golpe de los remos.

Cuando por fin llegó frente á las columnasdel templo, se detuvo. La extensa gradería,acceso del pórtico, extendía sus escaloneshasta sumergirse en el agua, y las esfingescolocadas á ambos lados de la columnata degranito se destacaban mirando hacia aquellado.

El puente de la nave se tendió, y un den-nu con algunos esclavos llevaron al pórticoen un palanquín, muellemente reclinada, á lahija de Psar; las columnas, en número decuarenta y cuatro, todas de granito rosado,di-vididas en zonas, llenas de atributos y figu-ras con capiteles de lotes y palmas, fuerondejadas á la espalda, marchando hasta elsan tuario por los patios y galerías que en-cerraba aquel vasto recinto.

A la izquierda, frente al Norte, estaba elgran pilono flanqueado por dos construccio-nes de altísimos muros en talud, entre lascuales se abria una puerta coronada por ele-gante cornisa, y tan alta, que parecia estarhecha para el paso de los cuatro colosos es-culpidos en granito rosado y negro, que anteel pilono se alzaban, como representación dela majestad de Ramses; dos grandes obelis-cos levantaban allí también sus altas agu-jas (151). Detuviéronse á la entrada del tem-plo los esclavos, y bajando de sus hombrosel palanquín, la sacerdotisa descendió. Eldennu, entregando el ancho abanico de queera portador í\ un esclavo, dirigióse á Isis-meri, y postrándose ante ella, esperó quepusiera en sus manos el manto, del cual, se-gún la prácticE, religiosa, debiá despojarse ála entrada del templo; entonces escuchó desu señora estas palabras:

—No me esperes aquí: volved todos á labarca.

Sorprendido el dennu, alzó su cabeza yatrevióse á replicar con acento humilde, cru-zando los brazos sobre su pecho:

—Sabes, señora, que el tiempo pasa y elresplandeciente Ra se hundirá bien prontoen las tinieblas. Eres hermosa cual Iusaas, lahija del sol (152), y así como Apofis en el he-misferio inferior, el cocodrilo vigilará contra

tí en las tinieblas. Mas yo te guardo, y tuseguridad es mayor que la del sahu (*) en looculto de su tumba.

—Obedece,—exclamó Isis-meri,—y retíratede este lado; podrás, si quieres, aguardar enla columnata mi regreso.

Y diciendo esto, puso en sus manos elmanto, y empujando suavemente la puertadel santuario, desapareció.

Los esclavos se alejaron hacia la barcatrasportando el palanquín, y el dennu se dis-puso á esperar, retirándose á la columnata.

En tanto llegó la hora del crepúsculo, quetan rápido cruzaba el límpido cielo de Tebas,y las sombras de la noche comenzaron á sur-gir tendiendo sus primeras gasas al auxiliode la niebla ligera emanada del Nilo, ya casidesierto. Una barca de papiro tomaba tierraen aquel momento más abajo de Luqsor, aun-que no tanto qute desde él no pudiera ser vis-ta. Un hombre saltó de ella, y durante algu-nos momentos permaneció indeciso obser-vando en todas direcciones, hasta que, porúltimo, se encaminó hacia las construccio-nes de Karnak. Pero apesar de sus precau-ciones, una mujer que observaba desde elpilono de Luqsor le reconoció. Isis-meri con-templaba con afán la dirección de su esclavoJehuda, que tal era aquel hombre, y vacilabaentre seguirle ó permanecer allí, toda vezque, sin manto para cubrirse, era lo primeroaventurado en extremo. En tal estado, co-menzaba la impaciencia á desesperarla,cuando vio salir del templo algunas egipcias,últimas que permanecían en él, y que teniansin duda sus moradas en aquel lado del rio.Una idea iluminó á Isis-meri al verlas pasarante ella. Saludólas con la cortesía que entanto se estimaba y tan general era entre loshabitantes del Egipto, y levantando su voz,les dijo:

—Oidme; ved aquí que mis servidores noentendieron mi mandato, y se han alejado;volverán sin duda, pero en tanto, el aire agi-ta mis cabellos y empaña mi rostro. Si medais uno de vuestros mantos, pedidme encambio la joya que queráis de cuantas llevo.

—Tú eres joven,—repuso una de aquellasmujeres con dulzura.

Y quitándose el manto de lana azul oscuroque llevaba sobre su túnica, le entregó áIsis-meri.

—Toma mi manto,—añadió,—y cubre tu

(•) <Sahu>, nombre egipcio de la rtomia.

NÚM. 310. J. MÉLIDA.-I, LÓPEZ.—EL SORTILEGIO DE KARNAK. 137

cabeza; en cambio no quiero tus joyas; mebasta que esto te haga bien.

—No importa, toma esta recompensa.Y la sacerdotisa alargó un anillo de oro

á la mujer. Aceptólo ésta, y con sus com-pañeras se alejó. Diligente Isis-meri, enca-minóse en la dirección que habia visto tomará Jehuda, y hubo un momento en que creyóvolverlo á ver caminando apresurado.

Un pensamiento dominaba en la mente dela hija de Psar, y embargaba su ánimo hastael punto de conducirla por aquellos sitios,pensamiento que habia acogido su resueltavoluntad como punto luminoso hacia el cualguiará sus pasos. Su propósito era encontrarel camino que Si-Montu llevaba y adivinarcuáles fueran sus hechos misteriosos en laoscuridad.

Preocupada con estas ideas adelantabaen seguimiento de su servidor, que cerca deKarnak llegaba, y así continuando la sacer-dotisa, se halló detenida por montones de la-drillos apilados para las construcciones; cre-yó entonces haber perdido la dirección delhebreo, que se habia ocultado, y vaciló porprimera vez.

La oscuridad era ya completa en el espa-cio, é Isis-meri tuvo temor; retrocediendo so-bre sus pasos, torció un recodo; hallóse anteun cercado, mas pensó que tendría salida, yá el se dirigió.

En el momento de pasar cerca de un mon-tón de tierra, sorprendióla verse detenidapor dos hombres que surgieron ante ella y lasujetaron por los brazos instantáneamente.El grito de dolor y sorpresa exhalado por loslabios de la sacerdotisa se ahogó á las vocesde otros esclavos que, saliendo del cercado,corrieron hacia ella, agitando con ademanterrible sus cuchillos, chops.

—¡Espía eres de la infame raza!—gritabauno de los esclavos que la sujetaban, y en elque, á no hallarse tan turbada, hubiera re-conocido al esclavo del Ramesseum, Abakto-ka; pero en el otro sí reconoció con, pavor almismo Jehuda, su esclavo.

-i-Esta es la mujer que me seguia,—excla-mó arrancando el manto de los hombros deIsis-meri.

La sorpresa y el temor en su mayor gra-do se pintó en el rostro de Jehuda ante lamirada de su señora; quiso hablar, mas nopudo, y retrocedió espantado.

Sumud se acercaba en aquel momento.—Esta es la culpable, Sumud, júzgala tú,—

le dijo Abaktoka;—esta mujer ¿a sido vista

TOMO XV.

por Jehuda, cuyos pasos siguió desde él Nilo;avisados por él, la hemos visto llegar ocul-tos en la sombra, y ahora la entregamos á-tu justicia.

—A dar (153), el dios poderoso, la confundaen los abismos del fuego,—exclamó el asiriocon voz sorda.—¡El señor de las tinieblas tereciba en el mundo inferior! Ved aquí vos-otros,—dijo dirigiéndose á todos los esclavos,que contemplaban la escena con la expresiónde la ira pintada en los rostros,—ved aquícómo comenzará nuestra venganza.

Y retirándose á un lado con Abaktoka, lehabló brevemente, añadiendo en voz alta:

—¡Hó aquí la justicial ¡Que el chops acabecon su vidal

Los grupos de esclavos, que subidos enlas maderas y piedras del cercado se desta-caban á la luz de la luna como extraños ani-males de feroz instinto, se regocijaron; losque estaban cerca de Isis-meri castañetea-ban con alegría sus dedos, lanzando brutalescarcajadas ante la infeliz, que no ya sujeta,sino sostenida por Jehuda se mantenía. Elhebreo murmuró una sola frase al oido de suseñora, y se adelantó hacia Sumud, diciendo:

—Esta mujer no es la que me seguia; la re-conozco, no es una espía.

Todos guardaron silencio sorprendidos.Sumud se acercó, y le dijo:

—Habla, mujer. Si no eres madjaiu, ¿á quévienes?

—Me he perdido en estos lugares,—con-testó Isis-meri oon voz apenas perceptible.

—No, ,$p basta eso,—replicó Sumud.La sacerdotisa, procurando recobrar la

serenidad perdida, esforzábase en avivar suingenio para iibertarse engañando á los es-clavos.

Jehuda en tanto se aproximaba á Abak-toka, con el que cambió algunas palabras enapresurada réplica. Al caláo, éste se acercó áSumud, y poniendo en su hombro la mano,díjole:

—Esa mujer ha descubierto nuestro secre-to, y debe morir, sea quien fuere.

Apenas se oyeron estas frases, cuandoaclamaron en su apoyo los que escuchaban.Pero el asirio levantó su voz ordenando á to-dos el silencio.

—Sois imbéciles; nuestra seguridad se haperdido. ¿Queréis que las madjaius de Faraónos sorprendan? ¿Por qué hacéis escucharvuestras voces enmedio del silencio? ¡Yo osdigo que morirá esta egipcia, porque es. cul-pablel

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138 REVISTA EUROPEA.—5 DE FEBRERO DE 1880. NÚM. 310.

—Escucha aún,—añadió Abaktoka;—el lu-gar de su muerte no debe ser éste; mejorguardarán las aguas del Nilo nuestro secre-to. Yo cumpliré este designio.

—Espera, no has de ser tú,—exclamó Su-rnud interponiéndose entre el etíope, que seadelantaba hacia Isis-meri; pero Abaktoka,avanzando apesar del asirio, y cogiéndolapor un brazo, atrajo á la joven hacia sí, di-ciendo:

—Tú eres nuestro jefe, pero como tú lo soyyo; mi voluntad se cumplirá esta vez, y ¡ayde aquel que piense estorbarlo!

Y diciendo esto levantó ágilmente en susbrazos á Isis-meri, y antes de que nadie loimpidiera, se alejó corriendo de aquel sitio,mientras que Jehuda, con resolución extre-ma, ayudado de otros esclavos, parecía dis-ponerse á evitar toda persecución que se in-tentase.

Sumucl rechinó sus dientes con furiosacólera y apretó sus manos, girando una mi-rada inquieta en torno suyo.

—Es fuerte,—murmuro,—y nadie se volve-rá contra él. ¡Yo he de destruir su poderío!

Y dirigiéndose á todos, les ordenó que seretirasen á sus puestos, diciéndoles que lavenganza habia sido asegurada por el etíopeAbaktoka.

Cuando éste se alejó del cercado, puso enpió á Isis-meri, y le dijo:

—¡Sé quién eresl Por los designios de Su-teh es grande el temor entre los culpables.[Por él te he salvado! Si te alejas de aquí rá-pidamente, eres libre; mas lo que has vistohabrás de callar, ó sufrirás más supliciosque los del alma caída en el Amen ti.

Isis-meri, lejos de atemorizarse, irguiósecon altivez, miró con gesto despreciativo aletiope, y exclamó:

—Oye, Abaktoka, ¡torpe nahesu! callaré loque he visto por no hacerte daño; ¡eres mi-serable! Mas antes cíe alejarte, contesta ámis palabras. ¿Cuál es el nombre de la infa-me que visita tu señor á estas horas en Kar-nak? ¡Guárdate de engañarme!

El esclavo, algo confuso, respondió contrabajo y en voz débil:

—¡Ari-ai-ta!Dicho esto, volvióse hacia Karnak pen-

sando:—El premio de mi acción, ¿cuál será? Es

poderosa, y sus riquezas infinitas; Jehudaha dicho, en verdad, que la recompensa serágrande.

Isis-meri, anonadada como si cuanto: pa-

sara ante ella hubiera sido un sueno queagitase su espíritu en noche infausta para elreposo, perdida toda su energía, comenzó ácaminar instintivamente. Llegó á la calle delas esfinges y luego á Luqsor, donde, sintien-do desvanecerse sus sentidos, su fiel dennusalió á su encuentro y la condujo á la barca.

La hija'de Psar perdió por completo susfuerzas al pisar los tapices del pabellón, y enbrazos de sus esclavas se desmayó.

CAPÍTULO IX

Sati en casa de Haroeris

El enviado de Menfls ocupaba una pequeñavivienda situada á la izquierda de las cons-trucciones de Karnak. Medio escondida porlas múltiples palmeras que llenaban aquelsitio, advertíanse sus muros de ladrillos re-cubiertos de estuco blanco, con pequeñas ven-tanas alineadas. Haroeris se habia allí reti-rado después que en el templo presentara susofrendas. Cierta mujer, con un fardo sobrela espalda, llegó á la puerta y dijo al esclavoguardián deseaba ver al sacerdote; era Sati,á quien, no de muy buen grado, dijo el escla-vo aguardara las órdenes de su dueño. Vol-vió y preguntóla qué quería de Haroeris-, á loque respondió la joven:

—Vuelve de nuevo á decirle que en casadel sacerdote Thotmes me vio y yo á él.

Al tornar, por fin, hízola se'ña de seguir-le. Cruzando un vestíbulo de escasa luz, encuyos muros, pintados dé oscuro, se perci-bían sencillos adornos, la condujo á una pie-za reducida, donde se hallaba el sacerdote.Una sola ventana, cubierta por blanca cor-tina, la daba luz; jeroglíficos en fajas verti-cales ornaban sus paredes de estuco, dondeestaban grabadas simbólicas figuras que re-saltaban por sus agradables colores. Unamesa, un diván y algunas sillas ¿te madera,de las cuales una ocupaba Haroeris, era dmueblaje que allí" se ofrecía.

—Que Orisis guarde á tí y á tu morada.—La divinidad protege á sus servidores,—

respondió el sacerdote.—¿No recuerdas de mí?—dijo.—Creo que te vi en casa del Horóscopo.—Sí, no te engañas, porque Thotmes es

bondadoso para conmigo, y yo adornó mu-chas veces con mis collares y amuletos á lahermosa Ari-ai-ta.

—Entonces, ella, te protegí.

NÚM. 310. J. MÉLIDA.-I. LÓPEZ.—EL SORTILEGIO DE KARNAK. 139

—'Sí, y á tí he venido por si mis mercancíasson de tu agrado.

Y así diciendo, desató los extremos delpaño en que traia envueltas varias cajas demadera oscura, ya envejecidas por el uso.Sentada en el suelo ante la silla de Haroeris,fue sacando de las cajas collares infinitos decanutillos vitreos azulados, de hueso de acei -tuna pintados de rojo, de marfil y cornalinaen cuentas alternadas, de pequeños escara-bajos tallados, de ojos simbólicos, de esmal-tados gavilanes, imágenes de Horus, ó biengatas, símbolo de Pasch, y otras divinida-des; de cuentas de oro, de corales separadospor pequeños cilindros de barro con esmalteazul y de otras ricas materias y variados gus-tos. Brazaletes no menos ricos con relucien-tes piedras, anillos y pendientes, peines parallevaren el cabello, y un sinfín de figurillas,bien de arcilla esmaltada, bien de piedra yaun de bronce, todas con anillitas para lle-var suspendidas de collares. Los animalessagrados, como las divinidades, sus atribu-tos ó emblemas, todo se encontraba en aque-lla inmensa colección que extendió Sati sobrela pequeña mesa, ante la vista del sacerdo-te (154). Haroeris contemplaba extasiado tanmúltiples y variadas riquezas: hubiera que-rido verlas mezcladas en fantástico tejido,envolviendos la hermosa figura de Ari-ai-ta,que se mostraría entonces ante sus ojos co-mo sol deslumbrador de fulgores infinitos:hubiera querido presentarlas él mismo antelos pies de la joven, y que ella le hubiese pa-gado con tantas sonrisas cuantas joyas for-maran su presente; que, en una palabra,tanta riqueza fuera el precio de la pasiónque él ansiaba encontrar en el corazón de lahermosa protegida de Thotmes.

Distraído en tales pensamientos, el sacer-dote no apartaba su mirada de las joyas, niSati sus ojos del sacerdote. Al fin, la jovenhabló así:

—¿Te gustan mis amuletos y mis collares?Acerté en venir.

—Sí, los contemplo y me extasío,—replicóHaroeris.

—Sin duda te hacen pensar estos adornosen la hermosura de alguna mujer, pues her-mosa será como las figuras de Isis cuando túla amas, y joyas más preciosas la cubrirán.

—Adivinas mis pensamientos, — dijo el sa-cerdote con extrañeza. — ¿Qué poder tienespara ello?

—No lo só; pero sí te aseguro que Orisis óSet me son favorables, pues veo en lo impe-

netrable del porvenis y adivino los misteriosocultos, y así te digo que una mujer te ama,mas tú desconoces su pasión, que ella bienquisiera no esconder. Así, te busca, comoIsis de ola en ola en la corriente del Nilobuscaba al esposo que permanecía escondido.

—¿Y cómo lo sabes? ¿La conoces tú?—No la he visto, pero lo só. Yo no soy más

que la vendedora de amuletos, y aunque mu-chas puertas no se abren á mis voces, yo selo que sucede en las moradas de la tierrade Á"p.

—¿Cuál es tu nombre?—Sati.—Eres discreta, y tus palabras las dices

con un acento que me agradan, mas sin dudate engañas.

Sati ocultó sus ojos al escuchar al sacer-dote, y después de un breve silencio, con mi-rada expresiva contestó:

—No hay engaño en lo que he dicho, y por-que veas es como digo, coge de estas joyascuantas quieras, que tengo mandato de esamujer para dejártelas.

—No,—dijo Haroeris, — me basta este co-llar con buitres esmaltados; dime su precio.

Sati, no queriendo insistir, recogió susjoyas, dejando fuera la que habia tomado elsacerdote; pero nada replicó.

Hecho su fardo se disponia á marcharse,cuando Haroeris le dijo:

—No me has contestado.—Te habló y no me escuchaste, — dijo con

acento de íntima y profunda queja, que elsacerdot^ no entendió; y sin replicar, alar-góla un uten de oro (155).

Sati le miró algo avergonzada, y con maivcada turbación, en que se revelaba el despe-pecho, murmuró al fin presentando su mano:

—Bien, mi anciano padre guardará tu li-mosna.

—Que Osiris te proteja. -Y sin decir más palabra salió de la es-

tancia.No dejó de interesarle á Haroeris tan ex.-

traña visita, y las frases que- dijera aquellamiserable mujer. Algún espacio meditó enla revelación que le habia hecho, y al fin dijoasí:

—¡Ah! Hermosa Ari-ai-ta, tú eres quien meenvia estas joyas; pero sobre tu pecho bri-llará este collar.

Y así diciendo, contemplábale en sus ma-nos. Las preciosas aves de que.estaba com-puesto extendían sus alas de vivo azul, conpintas rojas en los extremos de las plumas,

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estando engarzadas unas á otras por pe-queños lotos, de colores no menos brillantesy dibujados con no menor sencillez.

Rodeó Haroeris sus hombros con el collary salió de su casa.

El sol dibujaba sobre la arena las palme-ras que cercaban la morada del sacerdote,quien siguiendo á lo largo de los muros deKarnak, dirigióse hacia el sitio donde se ha-cian las obras de reparación, y donde lasnuevas construcciones se levantaban. Desdela cerca de adobes y tablas que habia juntoal muro exterior de la sala hipóstila se exten-dían, en número imposible de apreciar, infini-tos obreros, entregados aquí y allá á todogénero de faenas de construcción. Observá-balos el sacerdote antes de llegar, viéndolospulular entre los grandes trozos de piedra ylos montones de ladrillos; lo mismo á lo largode la vía que formaba los recintos de Karnak,como en lo alto de los muros que edificaban,con andamiQS de maderas sustentados porelevados mástiles; en todas partes, en fin, ymoviéndose acompasados, según el trabajoque en cada lado se ejecutaba.

Ofreciéronse primero ante su vista losque fabricaban ladrillos con la tierra que te-nian en montones y el agua conducida en cu-bos desde un canal cercano. Después, losque llevaban los ladrillos en montones de átres ó cuatro, sustentados por cuerdas sus-pendidas á los extremos de un palo, forman-do á modo de balanza. Más allá, conducían deigual manera la arena, vaciando los cubosen elevados montones, mientras otros escla-vos nivelaban con escuadras de madera ,ócuerdas tendidas los grandes trozos de pie-dra.donde luego esculpían con punzones grue-sos de metal y pesados mazos de madera em-puñados por la diestra.

Entre aquella serie de hombres, sin mástraje que un paño rebujado sobre el vientre,manchados y empolvados, que á lo lejos semostraban, heridos de lleno por los rayos delastro del dia, cual inmensa porción de figu-ras rojizas, se distinguían los maestros yden-nus, que paseaban desocupados, aunque vi-gilantes, con sus largos látigos formados detiras de piel anudadas al extremo de unpalo (156).

Las voces de éstos, las canciones de losobreros y los golpes de los mazos fue perci-biéndolo distintamente el sacerdote entre elruido confuso que sintiera en un principio,cuando llegó á encontrarse á menor dis-tancia. •

Los hebreos se mezclaban con los hijosdel Asia y con los nacidos en la Etiopia: to-dos juntos y todos diversos por el sello de "suraza, diferenciábanse también de sus maes-tros de origen egipcio.

El sacerdote, al mirarlos, pensaba en elpoderío de Ramses, y se sentía orgulloso depertenecer á los hijos de Misrrain. En sugozo al contemplar la actividad de aquel pue-blo de esclavos, no echaba de ver que el su-dor envolvía sus frentes; que las incómodasposturas en que permanecían no les era dadoabandonarlas sin sentirse heridos por loslátigos; que se entumecían sus miembros;que la fatiga les aniquilaba; que su pie^ cur-tida, presentaba callosidades en muchas par-tes del cuerpo, y que sus manos, sus rodillasó sus hombros estaban desfigurados por lafuerza, el peso ó el roce, según las distintasfaenas en que se ocupaban. El sello de laopresión estaba en todos estampado, y suscanciones, siempre lastimeras, entonadascon voz débil y fatigada, más parecían que-jas ó suspiros que sencillas expansiones deltrabajo.

Impasible á todo esto, atravesó Haroerispor aquella vía, y después de pasar tras eltemplo de Horus (157), cuyo pilono se cons-truía en el primer patio de Karnak, detúvoseal ver una serie de esclavos apiñados en filasde seis hombres cada una, que arrastrabancon vigorosos esfuerzos un inmenso trozo depiedra, que por el rio habia sido conducidodesde las canteras de Siena; sobre rodillosde madera se deslizaba amarrado por largascuerdas que pasaban sobre los hombros delos esclavos, que á un mismo tiempo encor-vábanse todos, empujando con una pierna,mientras se afianzaban en la otra, dobladahasta tocar la rodilla con el vientre, acom-pañando sus movimientos con extrañas vo-ces: sus músculos se acentuaban á los im-pulsos del esfuerzo, y en los momentos in-termedios tomaban aliento con la respiraciónanhelante (158).

Alguna gente contemplaba estas mani-obras, acompañando con sus risas y voceslas de los obreros, y entre ellas vio el sacer-dote, aunque separada de la multitud, y des-cansando junto á unas piedras, á la jovencon su esclava.

Ariai-ta vestía la túnica, que en cien plie-gues se repartía por el suelo, y un tocadoazul de largas ínfulas recogía su cabellera.

—La divina Hactor que te protege es favo-rable á mis designios, — dijo el sacerdote al

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llegar; — te hallo cuando en tí pensaba. Túgozas con la vista de los obreros, y yo gozoton tu presencia.

Suspensa quedó la joven al escucharlaspalabras de Haroeris, y silenciosa bajó lavista, mientras él la contemplaba.

Y después de una breve pausa, el sacer-dote, acomodándose al lado de la joven, pro-siguió: .

—¿Por qué te angustias á mi presencia?(Te lo dije y no me crees! Te amo, Ari ai-ta,como el divino Osiris amaba á su esposa Isis;mas no sé por qué te angustias como la diosa.Su llanto era por la falta del amado; pero tú,¿no le hallaste? Desecha tu pena y alúmbra-me con tu mirada; entonces te hablaré de miamor y te diré tus bellezas, mis palabras re-sonarán en tu oido como el sonido del arpa,y si me amas te llevaré á Mennefer, y serántuyos mis esclavos, mis palanquines y mistierras; de oro te cubriré y mi voluntad es-tará regida por tus designios; y porque veases cierto cuanto te digo, déjame rodee tu cue-llo con el símbolo de la madre divina, puespara ti he comprado esta joya.

Y Haroeris, quitándose el collar compradoá Sati, intentó ponérselo á la joven; mas ésta,desviándole, púsose en pió, diciendo:

—Me hablaste de tu amor y no te escuché.¡Aún pretendes!...

—¡Sí!—repuso Haroeris levantándose.—Busco lo que no he hallado en .tu corazón, ylo buscaré desde el renacimiento de Horushasta la muerte de Osiris; lo buscaré sindescanso, y por Set te juro que lo hallaré. ¡Mivoluntad es tan fuerte como los trozos degranito sobre que golpea el punzón!

—Bien dices,—exclamó, Ari-ai-ta con enér-gico ademan de desprecio,—porque eres antemi vista como Set, el malenco espíritu de lastinieblas.

Y asi diciendo, la joven se alejó con suesclava, mientras Haroeris, confuso y llenode despecho, seguia sus pasos con miradairacunda, y sus ojos despedían fulgores si-niestros.

Un estremecimiento momentáneo le agitóbruscamente, y entre sus dedos de hierroquebró en cien pedazos el collar esmaltado,mientras sus labios se contrajeron con ex-traño gesto, descubriendo sus dientes, querechinaban con saña feroz.

CAPÍTULO X

La pasión de Satl

En la parte de la ribera que se extendía ála izquierda de las construcciones de Luqsory entre la serie de cabanas levantadas acáy allá sobre un terreno pantanoso sembra-do de charcos corrompidos, como míserassobras del caudaloso Nilo, se hallaba la vi-vienda de Sati. Cuatro muros de tierra y cas-cote limitaban el pequeño recinto, sostenien-do el techo de cañas entretejidas con hojasde palmera; la puerta, solamente cerrada du-rante la noche, era reducida, y se hallaba co-locada en el muro que daba frente al rio. Enel opuesto, un informe agujero dejaba pene-trar la luz en el interior, impregnado del olorproducido por las emanaciones de las hojasy tallos vegetales caidos sobre los pantanos,cuyos miasmas, repartidos en aquella at-mósfera, no bastaban á purificar las brisasdel Nilo.

Cubría el piso de la reducida vivienda unagruesa estera hecha con hojas de palmerahábilmente entretejidas, y todo el míseromueblaje consistía en dos lechos extendidosá ambos lados de la entrada, con regularcantidad de paja haciendo veces de colchón,y cubriéndola una especie de tapiz de grose-ro tejido.

Uno de estos lechos servia de asiento áun anciano de piel curtida y tostada, tan ca-llosa y arrugada cual si fuera de tortuga. En-corVsiio, enjuto y encogido, presentaba unaspecto tan miserable como los andrajos quevestían su vientre, mal cubriendo ademashasta cerca de sus rodillas. Ocupábase encomponer las cuerdas utilizadas en la pescapor su hija más que por él, pues Sati era enefecto hija del viejo barquero; sus dedos pro-curaban, moviéndose torpes é indecisos, anu-dar los extremos de dos cuerdas, mientrasque la joven, sentada en la puerta, perma-necía silenciosa, con el rostro angustiado.El vigor de su mirar habia desaparecido, yel gracioso gesto de sus labios era en vanobuscarle.

Bien pudiera pensarse de su misteriosaquietud que dormía, y pesadillas quiméricasla asaltaban enmedio del silencio. De prontopúsose en pió, miró hacia el rio, y un suspi-ro prolongado levantó su pecho; anduvo ha-cia la orilla, y sumergiendo sus pies hastamás arriba del tobillo, caminó hacia un pe-

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queño bosque misterioso que enmedio del es-pejo líquido formaban los graciosos tallosde infinitos lotos. Sati eligió entre tantosaquellos que más le gustaron, ya encarna-dos, ya azules, ya blancos; todos los hallabahermosos y todos le hacian pensar en algoque devolvia la brillantez á su mirada y lasonrisa á sus labios.

Volvió á la cabana, y colocando las floresen el suelo comenzó á reunirías en una jarrade barro groseramente fabricada, aunque nosin gracia, que la joven tomó de entre otrosvasos reunidos en un rincón.

El viejo entretanto seguía componiendolas cuerdas y redes, que estaban mezcladasen montón junto á sus piós.

—Esas flores—dijo el barquero con calmasin suspender su tarea—las llevarás á nues-tra buena protectora Ari-ai-ta.

—Estas flores son para el templo,—dijo Sa-ti al tiempo de colocar la última flor en la ja-rra, cuya boca cubrían los graciosos cáli-ces, desprendiendo perfumado aroma, que lajoven no se cansaba de aspirar con extre-mado placer.

—Que tu ofrenda sea grata á.la divinidad,—dijo el viejo barquero al ver que su hija,con la jarra sobre la cabeza y el fardo delas mercaderías bajo el brazo, se dirigía ha-cia la puerta.

—Osiris es benéfico para con los ancia-nos,—respondióle Sati, y salió de la choza.

Caminando por el lado de las construc-ciones de Luqsor, tomó la gran vía que termi-naba en Karnak, llegando al cabo de ungran espacio al punto donde enderezaba sumarcha, que no era otro sino la morada deHaroeris.

El camino fue triste, aunque en su rostrose veia pintada la ansiedad de la esperanza,y los suspiros, que repetía con frecuencia,eran indicios bastantes de su pasión.

Sati amaba, á Haroeris, y su más ardien-te deseo era el amor del sacerdote.

Pero sentíase celosa de su protectora, áquien, sin embargo, ella respetaba y queria,pues aunque el desvío de la joven se opusie-ra á los planes del sacerdote, cierto era queéste no separaba de su pensamiento á la be-lla Ari:ai-ta.

Sati lo sabía, y tal idea aumentaba su tor-mento. Cuando el día anterior se hubo reti-rado de la morada del sacerdote, ella tam-bién cruzó por delante de los obreros, y aundetúvose á conversar con algunos dennus.

Después advirtió á Haroeris, y sin quitar-

le los ojos, le vio primero hablar con la joveny después entregarse al despecho, quebran-do el collar que ella misma le dio, en señalde lo que él ignoraba. Al ver esto, presa dela más horrible desesperación, corrió al rio,arrojó el uten de oro que recibiera del sacer-dote y vertió angustioso llanto tendida juntoá la orilla.

Mas después- sintióse reanimada y se de-cidió á tomar una resolución; por esto avan-zaba ahora con nuevo valor, ya persistiendoen su plan, ya murmurando extrañas frasesentre dientes.

Recelaba no hallar al sacerdote, mas nofue así; penetró, y en la entrada del reduci-do aposento donde descansaba Haroeris sedetuvo.

El sacerdote se hallaba recostado en elsuelo encima de una piel de pantera, incor-porado sobre su brazo derecho, que apoyabaen un cojin rojo. A su lado, y en desorden,algunos manuscritos en papiro se veian es-parcidos, indicando que Haroeris sin dudalos abandonó para meditar.

Habia alzado su cabeza y miraba á la jo-ven. Ésta fijó sus negros ojos en el sacerdo-te con una persistencia misteriosa.

—¿Qué me quieres?—murmuró Haroeris.Sati adelantó pausada hacia él, y enco-

giéndose, depositó en el suelo la caja y el ja-rro de las flores, murmurando:

—Quiero entregarte este presente que pormí se te envia;—y una sonrisa se dibujó ensus labios.

Haroeris la miró silencioso, contemplan-do las flores después.

—¡Hé aquí la flor sagrada!—exclamó Sati.—Tu casa será embalsamada con su aroma,y antes que cierre su cáliz, cuando Osiris seesconda, tú habrás aspirado en ella la esen-cia de la vida de tu espíritu, que desfalleceaguardando á la amada; pero la amada noviene y me manda con este presente.

Silencioso continuó Haroeris sin apartarsu vista de las flores y sin dirigirla una vezsiquiera á la joven portadora de ellas, que loansiaba sin lograrlo, esperando á la vez unacontestación.

—¿No te agradan las flores?—dijo al fin Sati.—No sólo me agradan, sino también me

maravillan; pero maravíllame más tu des-treza en el engaño, y en verdad sabes hacer-lo con maña.

—¡Qué dices!—exclamó la joven agitadapor la vergüenza y el despecho, que en rojastintas se reveló en sus mejillas,

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Haroeris la miró y sonrióse con burla.—¿Dudas de mis palabras?—prosiguió ella.

—Yo te lo digo hoy como ayer, y juro por Ma,la diosa divina, que nos dará la verdad anteel juez de los hombres en el Amenti (159),que una mujer te ama en la tierra de Ap, teama y daría sus joyas, sus flores y su vidapor tu mirada; porque jamas conoció hom-bre alguno como tú, perfecto y protegido porla divinidad. Ella quisiera cobijarse bajo eltecho de tu morada, recostarse contigo so-bre esta piel de pantera en que reposas, gus-tar á tu lado los manjares de tu mesa y es-cuchar tus palabras más dulces, aunque lue-go la mandaras á dormir con los esclavos óal lado de las bestias en el establo. La mira-da de la joven resplandecía medio turbada,medio apasionada, y en sus palabras adver-tíase un acento de ternura de difícil explica-.cion para el sacerdote, que al ñn murmuró:

—¿Acaso entonces te envia Ari-ai-ta? ¿Ypor qué fingió desdeñarme?...

Sati no pudo reprimir un estremecimientoconvulsivo que agitó su pecho; miró al sa-cerdote con pavorosa fijeza, y por fin una es-tridente carcajada dilató sus gruesos labios,acompañada de extraño ademan.

Su risa era una expansión del despechoproducido por las palabras del sacerdote.

Éste la miró espantado sin entenderla;por fin sujetóla violentamente con su manoizquierda y murmuró con voz sorda y con-fusa:

—¿Que estúpida risa contesta á mis pala-bras? ¡Imbécil mujerl

Sati escondió su rostro entre las manos,y agitada por singular emoción, dejaba escu-ehar su risa plañidera sin atender á las pa-labras del sacerdote.

Éste se puso en pié, y tomando una acti-tud amenazadora, balbuceó con voz que aho-gaba la cólera, asiendo las manos de la joven:

—¡Habla, habla, infame protegida de Set!¡Habla, porque tu risa es semejante á la delespíritu de los tinieblas después de su malé-fico triunfo! (160).

Sati incorporóse lentamente, miró al' sa-cerdote con expresión de desconsuelo y dejóescuchar con voz ronca estas palabras:

—Dices bien, mi risa es como la de Set;pero yo rio sólo de tu torpeza.

Y acompañó su última frase con una mi-rada tal de despecho, que Haroeris sintióacrecerse su confusión, y no pudo contestará las palabras de la joven, que con duro acen-to repuso:

—Torpe te he llamado porque no has en-tendido que-era en vano tu amor; Ari-ai-taes amada por otro más poderoso que tú.

—Sí, mas yo te juro por el fuego de Paschque destruiré ese amor que la hace esclava,y en mi morada la haré reina poderosa, puesyo la rodearé de riquezas infinitas.

Y el sacerdote, al decir así con voz sorda,erguido, con los puños cerrados y el rostrocolérico con expresión terrible, estaba ame-nazador hasta el punto de turbarse la jovenal mirarle. Un momento de silencio trascu-rrió; al fin Sati, ya calmada, aunque no me-nos dura en su expresión, repuso:

—¡Insensato, nada puedes contifi ella! Y siquieres verlo tú mismo, escúchame y prome-te obedecerme.

—¿Qué quieres?—replicó el sacerdote condesprecio.

—A la entrada de la noche llegaré á tu mo-rada; sin hablarme me seguirás, ocultándo-te bajo los pliegues del mantp, y yo te mos-traré á la mujer que amas en los brazos desu amado.

Dicho esto, Sati salió de la estancia, lle-vándose la caja de los amuletos.

Solo Haroeris, comenzó á pasearse mesu--rado, pensando en la revelación de Sati; depronto se detuvo y murmuró para sí en vozbaja:

—¿No será un engaño? ¡Ah, mujer que vi-niste á quebrantar mi calma! ¡Si eres infa-me, la serpiente Apa/ te aniquile con su ar-diente saliva!

(Continuará.)

J. MÉL.IDA-1. LÓPEZ.

BEETHOVEN

(Continuación.)

III

LEONORA—FIDELIO

La admiración que Beethoven profesabapor el talento de Cherubini, procedía del éxi-to obtenido por sus obras teatrales en Ale-mania. A contar del año 1802, en el que Lo-doiska se representó por primera vez en elteatro Imperial de Viena, las mejores obrasde Cherubini, Las dos jornadas, El monte deSan Bernardo, Medea y La Hostería portugue-

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sa, aparecieron sucesivamente ante el públi-co de la capital austríaca, produciendo, lomismo entre los dilettanü que entre los ar-tistas, verdadero entusiasmo.

Beethoven en aquella época era en extre-mo aficionado al teatro, donde fue con fre-cuencia hasta el dia en que su sordera, siem-pre en aumento, le separó por completo delmundo de los sonidos. Tenía predilección porel teatro de Ander-Wien, que con los éxitossin precedente del Flauto mágico, consiguióel primer lugar entre todos los teatros líricosde Viena (1). No faltó á ninguna representa-ción de las óperas de Cherubini y Mehúl, se-gún dice Sjjegfried. Antes de empezar la re-presentación entraba en la sala, escogia unsitio cerca de la orquesta, y escuchaba conindiferencia aparente la obra que se interpre-taba. Si la partitura le agradaba, permanecíainmóvil ó impasible hasta el último acorde dela orquesta; en el caso contrario, se levanta-ba, abandonando el teatro, que era su supre-ma señal de desagrado.

Si no puede asegurarse en absoluto que álas obras de Cherubini debamos Fidelio, porlo menos puede decirse que los triunfos delmaestro francés (2) inspiraron á Beethovennoble emulación y le determinaron á llevar ácabo un proyecto que hacía tiempo acaricia-ba; es á saber, el de ensayarse en la músicadramática.

«En el tiempo que permanecí á vuestro la-do, le escribe su amigo el Pastor Amendo(es decir, en 1798 y 1799), me manifestasteislos deseos que teníais de encontrar un asun-to para ópera.»

Beethoven ambicionó, desde los primerosaños de su estancia en Viena, la gloria dever representada una ópera suya; pero susdeseos de encontrar un libreto nó se realiza-ron sino con Fidelio; el ilustre sinfonistahasta aquel dia no habia afrontado el juiciodel público sino con la partitura del bailablede Vigano, Las creaciones de Prometeo.

(1) Para ser enteramente exactos, importa advertirque «II flauto mágico» se representó por primera vez enel teatro «auf der Wieden». Las entradas que produjoesta ópera, cayeron como lluvia de oro en la caja de«Sthikaneder»; el afortunado empresario construyó elteatro «Ander-Wien», que heredó la compañía y reperto-rio del antiguo.

(2) Cherubini nació y estudió en Toscana, su patria;pero vivió en París desde la edad de veintiséis años has-ta ÍU muerte, ocurrida a los ochenta y dos; así debe en-tenderse el «francés» del texto.—(N. del T.)

La ocasión que tanto tiempo hacía espera-ba Beethoven, no iba á tardar en presen-tarse.

El barón Braun, no sin causa, pensó queno lograría sostener sus dos teatros líricoscon el repertorio antiguo, si no apelaba al ta-lento experimentado de Cherubini y al geniode Beethoven, aún novicio en el teatro.

De§pues de haberse puesto de acuerdocon el maestro alemán, salió para París á ñnde tratar con Cherubini, que llegó á Viena enlos primeros dias del mes de Agosto. Cheru-bini está entre nosotros, dicen los periódi-cos vienenses de la época. Ha dirigido la re-presentación de sus Dos jornadas con entu-siasta recibimiento. Las bellísimas páginasde la partitura han sido recibidas con aplau-sos, y al fin de la obra el maestro ha sido lla-mado á la escena enmedio de aclamacionesunánimes.

Ademas de las obras de su repertorio, quedebia volver á poner en escena, Cherubini secomprometió á componer para Viena dos ópe-ras nuevas, de las cuales la primera es Fa-nizeka, representada el 25 de Febrero de 1806.La segunda partitura no se llegó á publicaró quedaría en cartera, porque su contratocon el barón Braun se rescindió de comúnacuerdo.

Antes que Cherubini llegase á Viena, Bee-thoven se retiró á Hetzendorf para trabajaren la soledad y el retiro en su partitura, quetenia ya por completo delineada. Escribía ba-jo la sombra de un viejo tilo de los jardinesde Schoenbrun. Para sus admiradores estelugar lo ha sido de verdadera peregrinaciónpor largo tiempo.

El cuaderno en que Beethoven anotó susinspiraciones y donde hizo los trabajos pre-liminares antes de escribir la partitura eshoy propiedad de la familia Mendelssohn.Otto Jahn hizo estudio detenido de tan inte-resante reliquia.

«Los bosquejos—dice éste—son muy va-riados naturalmente; la mayor parte ensa-yos para poner en música el libreto de quedisponía; muchos trozos, tales como el ariade Marcelina, la de Pizarro, el dúo de la tum-ba, contienen motivos enteramente distintosde los de la partitura. Hay otros, en cambio,escritos á vuelapluma, que tienen en su pri-mera expresión una fisonomía poco diferentede la que conservan en su forma definitiva;»

Después, en cuanto habia encontrado laidea, empezaba el trabajo de perfeccionarla.

«No solamente los motivos y las melodías

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sufren retoques de su infatigable autor,—di-ce Jahn,—sino que éstos llegan hasta los úl-timos detalles. Beethoven los corrige una yotra vez, y concluye por escoger entre tantasvariantes la forma más perfecta y conformecon su ideal. Cuesta trabajo comprender có-mo con tantas correcciones puede surgir unaobra orgánica y acabada. Comparando laobra ya terminada con el caos de bocetos quela preceden, es preciso admirar y respetar lafuerza creadora que caracteriza el genio deBeethoven.

«Pues no se da un caso, dice el escritorque citamps, en que el maestro no escojacon infalible acierto la forma más excelentey perfecta entre las múltiples creadas por sufecunda imaginación.»

Al terminar el Otoño, Beethoven aban-donó su retiro de Hetzendorf, regresando áVienaj la partitura de su ópera estaba com-puesta, y pudo ponerla en estudio inmedia-tamente.

Al volver á su ciudad predilecta encontróá su amigo Ries que llegaba de la Silesia,donde habia estado en compañía del prínci-pe Licchtenstein; por desgracia, Ries, quehubiera podido trasmitirnos detalles minu-ciosos acerca de los ensayos de la obra, niaun pudo saludar á su maestro; se vio obli-gado á abandonarle precisamente cuando po-dia auxiliarle de una manera más eficaz ensus trabajos, como acostumbraba á hacerloen análogas circunstancias.

Ries habia nacido en Bonn, como Beetho-ven, pero por la conquista era francés, y te-nía que cumplir con el deber del servicio mi-litar. Con la ley entonces vigente no podiajugarse, pues tratar de eludirla era causargraves disgustos á sus parientes.

Pensando la cuestión seriamente, resol-vió Ries acudir al llamamiento, por más queno se sintiera con vocación decidida para elejercicio de las armas. El diaen que debia in-corporarse se acercaba, y el ejército francés,después de la batalla de Austerlitz, avanzabaá grandes jornadas sobre Viena. Era precisopor tanto ir al lugar señalado sin pérdida detiempo. Nuestro héroe por fuerza se deter-minó á ir á pió desde Viena á Leipsick, puescarruaje era excusado buscarle. Todos huiantemiendo la invasión, y los más destrozadosvehículos se pagaban á peso de oro.

Be^thoven, enmedio del sentimiento quele cauáaba la partida de su amigo, hubieraquerido al monos proveerle de lo indispensa-ble para el viaje. Desgraciadamente, aquel

TOMO XV.

gran hombre atravesaba uno de esos perío-dos, frecuentes en la vida de los artistas, enlos que el bolsillo está desprovisto. No pu-diendo ayudar á su discípulo con dinero, de-seando serle en algo útil, escribió la siguien-te carta, que encargó á Ries entregase á laprincesa Licchtenstein:

«Perdonadme, noble princesa, si el conte-nido de esta carta os causa dolorosa impre-sión. El dador de ella es el pobre Ries, midiscípulo; á consecuencia de nuestras fatalesguerras, el desventurado se ve obligado ásalir de Viena, y llevar por su desgracia elfusil al hombro. No tiene absolutamentenada, y lo que es peor, debe por necesidademprender un largo viaje. Dar un conciertopara proporcionarle algunos recursos, esinútil pensar en ello, dadas las circunstanciasactuales. Se encuentra por eso en el caso derecurrir á vuestra generosidad; os lo reco-miendo eficazmente. Sé desde ahora que notomareis á mal el ruego que os dirijo,* puesúnicamente reducido á la última necesidades cuando el hombre se decide á dar pasoscomo éste.»

Sea por vergüenza ó porque encontró re-cursos por otro lado, es lo cierto que Ries noentregó dicha carta, pero la conservó comoprecioso testimonio del afecto de su maestro,y al insertarla en sus Memorias, lo hace conmuestras inequívocas de agradecimiento.

El libreto que puso en música Beethovenes de origen francés; el asunto es uno deaquellos detestables melodramas que eranentónce»muy del gusto del público; es la his-toria de un prisionero librado por la abnega-ción de su m"ier, un cuento moral muy aná-logo al del Conde Alberto, de Gretry, y las Dosjornadas, de Cherubini. Sonnlithner, poetavienes, la tradujo casi literalmente del dramade Bouilly, puesto en música por Gaveaux pa-ra la Opera Cómica de París, y representadoel 1 del Ventoso del año vi, con el nombre deLeonora ó el amor conyugal. Examinemos elargumento del melodrama ó hecho histórico, •como lo llama su autor, tomado literalmentede los Anales dramáticos.

Florestan descubre al primer ministro loscrímenes de Pizarro, el cual, para vengarse,le acusa á su vez, y consigue le encierren enestrecho calabozo, donde permanece dosaños. No contento con sorprender al minis-tro, Pizarro logra ademas el nombramientode gobernador de la prisión de Estado, dondeestá cautivo Florestan, y abusando de su au-toridad, inventa contra él todo género de su-

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plicios, llegando su influencia hasta el. puntode conseguir del ministro la orden de sumuerte, con k> cual se hace dueño de la suer-te de su prisionero. Por otro lado, Leonora,esposa de Florestan, se presenta á la puertade la prisión, y fingiéndose huérfano aban-donado, consigue ser admitida en calidad dellavero, bajo el nombre de Fidelio. Hasta en-tonces aquella tierna y virtuosa esposa nadasabía sobre la suerte de su marido, pero noignoraba que vivia aún, no perdiendo la es-peranza de salvarle.

Tal es la situación de los personajescuando comienza el drama. La escena pasaen una prisión de Estado situada á algunasleguas de Sevilla. Fidelio es amado de Marce-lina, hija del carcelero, á la cual, como á supadre, ha conseguido engañar con su disfraz,obteniendo al mismo tiempo el amor déla hijay la confianza del padre. Obligado de conti-nuo á fingir y engañar á los dos, su posiciónvasiéhdo cada vez más difícil; pero dejandoá un lado estos pequeños incidentes, nosocuparemos del fondo del argumento. Fidelio,averigua por medio del carcelero que Pizarrotiene el proyecto de dejar morir de hambreal desgraciado Florestan; intenta varias ve-ces conseguir de su futuro suegro (pues es-taba convenido que Roe lo sería pronto) lepermita visitar el interior de la prisión, parapoder, por lo menos, de ese modo, dar algúnconsuelo á Florestaa; pero Roe, temiendocomprometerse, le ofrece tan sólo que habla-rá acerca de su petición con el gobernador.Así las cosas, Pizarro recibe una orden delministro, en la que se dispone gire una visi-ta á la, prisión y dé cuenta de lo que en ellasucede. Pizarro, con esta noticia, llama áRoque y le manifiesta su resolución de ase-sinar á Florestan, para sustraerle de esemodo á la vigilancia del ministro. El carce-lero aprovecha entonces la ocasión para ha-blarle de Fi¿elio, y queda convenido entre losdos ayude al .carcelero á cumplir tan crimi-nal intento.

Enterado Fidelio de los propósitos delgobernador, finge acceder á sus deseos, yvaliéndose de su apariencia de cómplice,jura sustraer la víctima al verdugo. Arma-dos de azadones y otros instrumentos, Ro-que y Fidelio bajan al calabozo de Flores-tan para abrir una escalera para comu-nicarse con otro calabozo contiguo, dondeaquél habia de recibir la muerte. Encuón-tranle extenuado, a.batido, espirando dehambre y frió, implorando la muerte como

remedio á tantos y tan orueles sufrimientos.Concluidos los trabajos, Roque da un sil-

bido, que era la señal convenida. De repen-te, un hombre enmascarado baja y manda áFidelio retirarse, pero éste se niega. Furiosocon tal resistencia, Pizarro quiere precipi-tarse sobre Florestan; entonces Leonoraarroja el disfraz, declarando quién es. Pizarrose quita también la máscara y pretende rea-lizar su crimen, pero nuestra heroína le de-tiene con una pistola de dos cañones. En estemomento se oye la trompeta que anuncia lallegada del ministro. Pizarro, aunque á supesar, abandona el proyecto con la esperan-za de realizarle en otra ocasión, y se retiracon Roque, el cual, antes de salir, desarma áLeonora. En fin, Roque denuncia al gober-nador, y vuelve con D. Fernando para librará aquella interesante y desgraciada pareja.El ministro repone á Florestan en el empleoque antes desempeñaba, y le ofrece su protec-ción y amistad, encerrando á Pizarro en elcalabozo que aquél ocupaba, mientras llegael momento de que Pizarro reciba el dignocastigo de sus crímenes.

El resumen de la obra de Bouilly es tam-bién el análisis del poema de Beethoven, sinmás diferencia que el arreglo de Sonnleith-ner está dividido en tres actos, y la obrafrancesa en dos; como tendremos ocasión deobservar en el curso de este estudio biográ-fico, posteriormente se adoptó la división endos actos de Bouilly.

Los estudios y ensayos de la partitura deBeethoven, comenzados bajo la dirección deSeyfried, eapellmeister del teatro an der Wien,fueron objeto de trabajos y disgustos conti-nuados. Beethoven no hacía grandes conce-siones á los artistas que estaban bajo su di-rección, los que, por otro lado, valían bienpoco. Permítanos el lector que se los presen-temos.

A la cabeza de la compañía se encontrabauna joven cantante que fue más tarde emi-nente artista: Mlle. Anna Milder, encargadadel difícil papel de Fidelio. Nació el 13 deDiciembre de 1785: no tenía, pues, sino veinteaños cuando asumió el peligroso encargo decrear uno de los papeles más temibles delrepertorio moderno.

Anna Milder estaba dotada de voz seguray robusta, coz sólida como una casa, valién-donos de la expresión del viejo Haydn, quela protegió en sus principios; pero acababade dar sus primeros- pasos en la escena, y suinexperiencia inspiraba á Beethoven temo-

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res que no dejaban de tener fundamento.Al lado de esta joven artista se encontra-

ba Luisa Müller, á la que se dio el papel deMarcelina, la que si bien era hábil actriz yacostumbrada á la escena, su voz, en cam-bio, era muy regular.

El papel de Florestan fue confiado á Dem-mer, tenor que tuvo sus dias de gloria yéxito, pero cuya voz estaba ya cansada.

Sebastian Meier, á quien se encargó elpoco simpático papel de Pizarro, era actor detalento, pero cantante detestable, por másque tuvo el honor de ser cuñado de Mozart,pues estaba casado con la hermana de Cons-tancia Weber, la primera Reina de la moche.

Este simpático Meier, al cual su paren-tesco con el ilustre autor del Flauto mágicohabía infundido fuerte dosis de presunción,fue durante los ensayos el blanco de los dar-dos lanzados por la malicia vengativa deBeethoven. Como á cada momento-estuviesediciendo que su papel no se podia cantar, yque nunca su cuñado se hubiera atrevido áescribir semejante galimatías musical, Bee-thoven se divertía haciéndole desentonar,dejando caer en las más sencillas melodíastraidores acompañamientos. Cuando Meiertrataba de estudiar su parte en el silencio desu cuarto, le parecía la cosa más sencilladel mundo: acudía á los ensayos con el aplo-mo del hombre seguro de su triunfo; peroapenas empezaba la combinación calculadade las segundas menores, le hacía salirsedel tono, y el caballero, que se creía tan se-guro en sus estribos, los soltaba enseguida,produciendo la consiguiente risa entre suscompañeros.

Para completar la lista de los intérpretesde Fidelio, nos falta sólo nombrar á Wein-kopf, dotado de buena voz de bajo, llena yexpresiva, que no pudo utilizar, por desgra-cia, en el papel poco importante de D. Fer-nando. Caché, que representaba á Jaquino,llavero enamorado de Marcelina, era un có-mico divertido, pero como músico detestable;y no logró aprenderse su papel sino á fuerzade ensayos al violin. Por último, Rothe, en-cargado del papel de Roque, era artista taninsignificante, que en vano se buscará sunombre en los escritos de la época referen-tes al teatro ó á la música.

Como se ve, eran bien pobres los elemen-tos de que Beethoven disponía para repre-sentar su obra maestra.

Un inconveniente más grave aún que lainsuficiencia de la compañía, era las preocu-

paciones políticas, que hacian olvidar enton-ces el arte.

El 20 de Noviembre de 1805, Ulm cayó enpoder de los franceses. Diez dias después,Bernadotte entraba en Salzburgo; y Viena,sin defensa contra los invasores, vio alejarsela aristocracia de sangre y de dinero, queera precisamente la que podia ayudar á Bee-thoven en su empresa.

El dia 10 de Noviembre, la Emperatriz diola señal de la partida, y pocos momentosdespués el ejército francés ocupaba los pue-blos situados al Oeste de la capital. El 13, álas once de la mañana, el Estado mayor, ácuyo frente iban Murat y Lannes, entró enViena al compás de la música, seguido de unejército de ocupación, fuerte de quince milhombres; por último, el 15', Bonaparte dabauna proclama fechada en Schoenbrunn, don-de habia establecido su cuartel general,mientras que el general Hullin tomaba pose-sión del palacio del príncipe Lobkówito, yMurat se instalaba en el del príncipe Alberto.

El 20 de Noviembre; Fidelio se representópor primera vez en el teatro an der Wien,ocupando todas las butacas oficiales fran-ceses.

Pero antes de anunciar la nueva ópera,hubo diferencias entre Beethoven y la admi-nistración del teatro an der Wien acerca deltítulo que debia darse á la obra.

No se ha averiguado aúnJa razón que tuvoBeethoven para querer que su primera óperase llamase Leonora, como no fuese en recuer-do de Leonor von Breuning, que llegó á seresposa oe su amigo Wegeler, y con la cualle unieron lazos de cariño desde los primerosaños de su juventud.

Por su parte, el barón Braun, director delteatro, pretendia bautizar la opera con elnombre de Fidelio. Los motivos que dabapara ello eran bastante plausibles. Ademasde la ópera de Gaveaux, Leonora ó el amor con-yugal, existia otra partitura escrita sobre elmismo texto y traducida al italiano: Leonore,ossia l'amore conjúgale, del maestro Paer,cuyo estilo fácil y melodioso gustaba tanto álos dilettanti vieneses. El barón Braun creiaque ya era bastante haber despojado á Paerde su texto, sin apropiarse también el titulo.

Sea lo que quiera, lo cierto es que la dis-cusión terminó, naturalmente, por el triun-fo del barón Braun, que anunció la obra conel nombre de Fidelio, que conserva, apesarde las tentativas que en diferentes ocasioneshizo Beethoven para canibiarle.

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Thayer encontró el primer cartel, que tra-ucimos por ser un documento en extremo

curioso:

TEATRO IMPERIAL Y REAL AN DER, WIEN

ÓPERA NUEVA

Hoy miércoles, 20 de Noviembre de 1805,en el teatro Imperial y Real an der Wien, serepresentará por primera vez

FTDEIIL.IO

EL AMOR CONYUGALópera en tres actos, traducida libremente del

texto francés porJOSÉ SONNLEITHNER

La música es de Luis van Beethoven

PERSONAJES

DON FBBNANDO, ministro.. . . . . . M. Weinkopf.DON PIZABBO, jefe de una prisión de Es-

tado M. Meyer.FLORESTAN, prisionero M. Demmer.LEONORA, BU mujer, bajo el nombre de

Fidelio Mlle. Milder.Rooco, carcelero en jefe M. Rothe.MAKCELINA, suhija. Mlle. Mttller.JAQUINO. llavero. M. Caclré.UN JEFE DE GUAEDiAS.' M. Meister.

Prisioneros, Guardias, Pueblo.

La escena pasa en una prisión de Estado española, áalgunas leguas de Sevilla.

El libreto se vende en contaduría al precio de 15kreutzerg.

PRECIOS DE LAS LOCALIDADES

Fl. Kr.

Palcos grandes 10 —Palcos pequeños 4 30Primer parterre y primera g a l e r í a . . . . — 42Primer parterre y primera galería, asientos

reservados — 56Segunda galería — 30Segunda galería, asientos reservados. . . — 42Segundo parterre y tercera galería., . . . - 24Cuarta galería ' . . . ' . . . . — 12

Los palcos y asientos resenados puedenrecogerse en casa del cajero del teatro.

La función empezará á las seis j inedia

Fidelio se representó t res noches conse-cutivas, el 20, 21 y 22 de Noviembre; despuésno volvió á aparecer en los carteles has ta elaño siguiente. El éxito fue mediano, á juzgarpor lo que dicen de él los periódicos de aque-lla época.

Citaremos primero lo que dice el diario deKotzebner Der Freimuthige, en su númerode 26 de Diciembre de 1805:

«En estos últimos tiempos pocas han sidolas óperas representadas que merezcan lla-mar la atención. La obra nueva de Beetho-ven, Fidelio ó el amor conyugal, no ha tenidoéxito. Se ha cantado pocas noches, y anteun público muy limitado. Verdad es que sumúsica es inferior á lo que los inteligentes ydilettanti tenían derecho á esperar de él. Lamelodía es rebuscada y no tiene aquella apa-sionada expresión, aquel encanto sorpren-dente ó irresistible que atrae en las obras deMozart y. Cherubini. Cierto que en la partitu-ra hay algunas páginas agradables; sin em-bargo, la obra, en conjunto, está lejos, nosólo de ser perfecta, sino aun regular.»

En análogos términos se expresa la Gacetadel Mundo Elegante:

«La música de Fidelio, dice, no produceefecto, y se encuentra llena de enojosas re-peticiones. No da, seguramente, gran ideadel talento de Beethoven en punto á músicavocal.»

¡Fenómeno extraño! La prensa musical,que debiera haber sido más reservada y sus-picaz, sigue las mismas huellas. Véase si nolo que escribía la Gaeeta General de la Mú-sica:

«Lo más notable que hemos visto repre-sentar en los teatros líricos el mes pasado,es la ópera de Beethoven Fidelio ó el amorconyugal, de la que se hablaba hacía tiempo.La obra se representó por primera vez el 20de Noviembre, y fue acogida con frialdad.Daremos algunos detalles acerca de ella.

Los que atentamente han seguido el des-arrollo del talento de Beethoven, fundabansus esperanzas en esta, obra, que está muylejos de haberlas realizado. Ha sacrificadoya tantas veces Beethoven lo bello al deseode componer algo nuevo y extraordinario,que lo monos que podia esperarse era encon-trar en su primera obra dramática algunaoriginalidad. Precisamente ésta es la cuali-dad que menos aparece en ella.

La partitura, juzgándola fríamente y sinespíritu de partido, no.se distingue ni por lainvención de la partitura ni" por el estilo. La

NÚM. 310. V. WILDER.—BEETHOVEN. 149

. overtura se compone de un adagio mortal-mente largo, que pasa por todas las tonali-dades, y de un allegro en do mayor, no muyseductor tampoco, y que no puede sostenercomparación con las demás composicionesinstrumentales de Beethoven, ni aun con laovertura de Prometeo.

Los temas de los números de canto tam-poco son nuevos, y, en general, son demasia-do largos (repitiéndose el texto con muchafrecuencia) y la mayor parte de las veces sincarácter. Baste citar, como ejemplo de esto,el dúo de tenor del tercer acto, después de laescena del reconocimiento, cuyo rápido acom-pañamiento de violines, compuesto para lascuerdas altas, expresa la alegría salvajemejor que el sentimiento tranquilo y sosega-do que conviene parala situación. Composi-ciones más inspiradas son el cuarteto enforma de canon del primer acto y un ariaapasionada en fa mayor, á través de cuyamelodía se dibujan las notas de tres eornosobligados y un fagot, que forman agrada-ble acompañamiento, aunque recargado enalgunos puntos. Los coros tampoco produ-cen efecto: uno de ellos, entre otros el queexpresa la alegría de los prisioneros que sa-len á respirar el aire, no impresionó al pú-blico.»

¿Qué os parecen estos modernos Aristar-cos? ¿Comprendéis ya el peligro délos juiciosprecipitados? ¡Ahí ]Si los dioses se vengasenaún como en los tiempos antiguos, qué parde orejas hubiera regalado el Apolo de Fide-lio para el vacío cráneo de todos esos Midas!

Para consolarnos de las ligerezas de loscríticos de aquella época, trascribiremos,apesar de su extensión, la opinión de Berliozacerca de la inmortal obra maestra de Bee-thoven. Es precisamente uno de los mejorestrozos de crítica del autor de la Damnationde Faustí

«Lo que perjudica á la música de Fidelioante el público de Paris, dice, es la pureza desu melodía, el desprecio absoluto del autorhacia los efectos de la sonoridad cuando notienen razón de ser, por los ritmos vulgares,y por esos períodos que el público prevé; esla sobriedad opulenta de su instrumentación,su atrevida armonía, y más especialmente,me atrevo á decirlo, la misma profundidadde la expresión que le es instintiva. Nadapuede dejarse de oir en música tan compleja;para comprender el todo es preciso oir todala composición. Las partes de orquesta, lasprincipales en algunos casos, y las menos im-

portantes en otros, contienen á veces el acen-to expresivo, el grito de la pasión, la idea, enfin, que el autor no pudo decir en la parte vo-cal, lo cual no significa que ésta no sea la domi-nante, como aseguran los eternos repetidoresde la frase que Gretry aplicó á Mozart: Coloeóel pedestal en el escenario y la estatua en la or-questa. Cargo dirigido en otros tiempos áGluck, más tarde á Weber, Spontini y Beetho-ven, y que volverá á aplicarse contra quienno guste de escribir vulgaridades para la vozy conceda á la orquesta un papel interesante,cualquiera que sea su prudencia en este pun-to. El hecho es que los que critican á los ver-daderos maestros el pretendido predominiode los instrumentos sobre las voces, notienen en cuenta tales reservas, y vemos ácada paso, hace diez años sobrt todo, laorquesta convertida en banda militar, enfragua insoportable, en taller de caldere-ros, sin que la crítica se indigne, ni auncasi se ocupe, de enormidades tan de relie-ve. Do suerte que, á lo más, si la orques-ta es ruidosa, violenta, brutal, incolora, mo-lesta, exterminio de las voces y de la melo-día, la crítica se calla: si es fina, delicada, usa-da con inteligencia; si atrae á veces la aten-ción por su viveza, gracia ó elocuencia, y sipermanece con todo eso en el lugar que lasexigencias dramáticas y musicales le asig-nan, la crítica la condena. Perdonan fácil-mente que la música no diga nada, ó que, sidice algo, sean groserías ó tonterías... Losdiez y seis números de Fidelio tienen casitodos noble y hermosa fisonomía; pero subelleza"*es de varios modos, y en esto me pa-rece que consiste su mérito principal. Elprimer dúo entre Marcelina y su prometidose distingue de los demás por su estilo fami-liar, alegre y su sencillo gracejo; el carácterde los dos personajes se manifiesta ensegui-da en él. El aria en do menor de la muchachatiene algo en su estilo que recuerda las me-jores páginas de Mozart, y en ella está tra-tada la orquesta con un cuidado y minuciosi-dad, que el ilustre antecesor de Beethovennunca conoció.»

Después puso Beethoven un cuarteto,cuya preciosa melodía desarrolla en canonpor octavas. Su disposición es la siguiente:las voces que han de producir el conjuntovan diciendo de dos en dos el tema; al princi-pio, la orquesta de violoncelos, violas y cla-rinetes acompaña á un verdadero solo; alpoco tiempo se convierte en dúo, después entrío, hasta que uniéndose todos los elemen-

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tos acumulados, aparece majestuosamenteel cuarteto en toda su plenitud. Rossini apro-vechó el procedimiento, y, entre otras cosas,-escribió el bellísimo canon de Moisés, Mimáncala voce; con la diferencia de que el an-dante canon de Fidelio no lleva tra& de sí elallegro de rigor, con cavaleta y coda estrepi-tosa. Aunque el público aprecia y aplaudecon entusiasmo el andante, sin embargo,cuando concluye, y advierte que no hay alle-gro final, se nota en su fisonomía cierta mez-cla de sorpresa y alelamiento, como si faltaraalgo. Y en efecto, falta el latigazo con que elcompositor cruza la ca,ra del vulgo necio, áquien habrá que hablar en necio por muchotiempo.»

«Los couplets de Roko sobre el poder deloro, de la partitura francesa de Gaveaux,pueden compararse con los de la alemana deBeethoven. Este número de la Leonora, deGaveaux, es quizá el que con más ventajapuede ponerse enfrente del que para la mis-ma situación compuso Beethoven. Los deéste encantan por su alegre desenfado, aun-que una modulación y un cambio de compásintercalados á mitad de la frase, alteran algosu rigurosa sencillez. Es el estilo de la deGaveaux menos elevado, pero tan interesan-te, no sólo por la facilidad.de la melodía, sinotambién por la excelente división de las pa-labras y su animada instrumentación.»

«En el terceto siguiente, Beethoven empleaya la majestad en la forma y mayor riquezay movimiento en la instrumentación; se ad-vierte que entra ya de lleno en el drama; lapasión centellea como la luz de lejanos re-lámpagos.»

«Viene enseguida una marcha cuya melo-día y modulaciones son afortunadas, pormás que el color general pueda tacharse deexageradamente sombrío; pero, después detodo, era difícil librarse de esté defecto tra-tándose de una marcha que cantan soldadosencargados de la custodia de una cárcel. Lasdos primeras notas del tema, confiadas á lostimbales y á un pizzicato de los violones, con-tribuyen desde luego á darle tinte oscuro.»

«En toda la partitura de Gaveaux es impo-sible encontrar nada que se parezca á estamiarcha ni al terceto que la precede, y lomiismo sucede con otros números de la riquí-sima partitura de Beethoven.»

«Entre éstos, podemos contar el aria dePizarro, que si bien en París no fue aplaudi-da, nos atrevemos á calificarla de verdaderaobra maestra. Píntase en esta composición

con pavorosa verdad la feroz alegría de unmalvado decidido á llevar á cabo su vengan-za. Beethoven en su ópera observó perfecta-mente el precepto de Gluck, según el cual nodeben emplearse instrumentos sino á propor-ción que el interés y la pasión dramática loshagan necesarios. Aquí, por primera vez, laorquesta en masa despliega sus facultadespoderosas; el acorde de novena mayor deltono de re menor inicia con estrépito la com-posición. Entóneos es cuando la orquestallega á los últimos límites del movimiento ydel diapasón; las voces no cantan, en reali:dad declaman; ¡pero cuánta verdad, energíay sublimidad hay en el imponente acento deaquella declamación, antes y después de queintervenga el coro de guardias de Pizarrocon sus murmuradas melodías, que ayudaná la explosión final! De'tal página, sólo pue-de decirse que es admirable; los calificativosse agotarían sin que pudiera expresarse elefecto que produce.»

VÍCTOR WlLDER.

(Continuará.)

TEORÍA ORGÁNICA DEL ESTADOÍOR

EMILIO REUS BAHAMONDE

Un volumen en 4o.—Madrid, 1880

En 1848 hizo su presentación á los ojos deEuropa el socialismo armado, y desde aque-lla fecha memorable recrudecióse como porencanto la antigua polémica sobre los finesy los derechos del Estado.

Un ilustre publicista, modelo de todas lasvirtudes como hombre, y acreedor á una de-voción entusiasta como sabio, Alexis de Toc-queville, había observado con sagacísimojuicio que la centralización era el más gravey el más doloroso de los males que afligíaná la Europa continental; y dos escritores,también notables, de peregrino ingenio ybrillantísimo estilo, cuyo poderoso talento sequemaba, revoloteando alrededor de mil con-tradicciones, como las alas de las mariposasse destruyen al contacto de las luces artifi-ciales, Molinari y Bastiat, tomaron á empe-ño la aplicación del remedio, cayendo en tancrudo individualismo, que no es maravilla

NÚM. 310. E. REUS BAHAMONDE.—TEORÍA ORGÁNICA DEL ESTADO. 151

que, habiendo el mal aumentado, resuenenpor toda Europa las agitaciones de la mismafiebre y se requieran más enérgicas medidaspara poner un término al contagio.

Hay quien piensa, aleccionado por los úl-timos destellos del genio de Stuart Mili, quesus doctrinas consiguen unánime predica-mento en los espíritus, y no falta quien seatreva á suponer que nada nuevo ni buenopara la declaración del concepto del Estadose ha conseguido en los últimos lustros. Na-da menos exacto. Aun cuando sólo se hubie-ran llegado á redimir las teorías individua-listas de las ligaduras del economismo, que

. les dio origen, reconociéndoles un valor pro-pio, se habria conseguido mucho, que hartohacer es en estos días de inacabables tem-pestades volar por encima de las olas, reco-giendo las espumas y evitando que la huma-

• nidad se manche en lo turbio y descompues-to de las aguas. Julio Simón y Dupont-Wi-the, entre otros, han intentado una soluciónintermedia de gran valor práctico, de carác-ter poco filosófico; pero la enseñanza gene-ral, el progreso común es que del espectácu-lo de América y Europa, con sus diferentesconcepciones de la unidad social, de las con-vulsiones de 1848 y 1870 y de la aparición delsocialismo de cátedra, se ha engendrado conprestigio indiscutible un movimiento de com-posición en las teorías de derecho público,de cuyo movimiento se desprende con valory vigor propio una nueva teoría orgánica delEstado.

Lo que antecede es el principio del prólo-go puesto por el joven ó ilustrado publicistaD. Emilio Reus Bahamonde al libro que conel título que expresa el epígrafe de estas lí-neas acaba de dar á luz con gran aplauso ycontentamiento de los aficionados á los estu-dios políticos bajo su aspecto verdaderamen-te científico.

Al dar cuenta de la aparición de esta no-table obra, nuestra tarea es muy fácil, por-que no queremos hacer de ella un detenidoanálisis, ni. monos un juicio crítico. Vamossólo á dar una idea de su contenido, siguien-do para ello las indicaciones del mismo au-tor, y así creemos responder mejor á la con-veniencia de dar á conocer la obra, llamandola atención de nuestros lectores.

La primera parte de la obra del Sr. Reustrata de la formación histórica, los elemen-tos y el fin del Estado en sus relaciones conlos individuos y el cuerpo social, materiasexpuestas y presentadas con gran lucidez

para que sirvieran de base á las discusionesde una corporación ilustre. Constituye, pues,sta primera parte la metafísica del Estado,

y comprende estudios de sus caracteres ña-fonales, de su origen, de la idea humana

que envuelve, definición, fisiología y psicolo-gía del Estado, teoría de las nacionalidadesy estudios del Estado como fin y como medio.

La segunda parte, aunque escrita á, ma-nera de comentario á la obra importantísimade D. Miguel Moya Conflictos entre los pode-res del Estado, que conocen nuestros lecto-res, no falta en manera alguna á la necesa-ria unidad de pensamiento, y constituye unverdadero cuerpo de doctrina. Titúlase la se-gunda parte Morfología del Estado, y contie-ne estudios concienzudos_y detenidos sobréla soberanía nacional, la división y la orga-nización de los poderes públicos, las condi-ciones necesarias al sistema representativo,la legalidad de los partidos, la responsabili-dad de los poderes y las revoluciones.

Empresa noble y meritoria en alto gradoes ciertamente, como indica el Sr. Reus, ha-blar de derecho y fortalecer el ánimo en lacontemplación de la justicia en estas nochessin luna de la historia presente; que ya sonmuchos los que desconfian de la victoria, ymás aún los que retroceden ante la lucha.Nunca ésta es más necesaria que cuando hayque cobrar en ella todo lo más caro y lo másestimado para nosotros. Por eso no com-prende el Sr. Reus ese desmayo que acometeá los grandes pueblos revolucionarios des-pués $p todas las restauraciones. Por esocreemos nosotros de una importancia capi-tal obras como las de Moya y de Reus, queforman, en el terreno de las ideas, en la esfe-ra científica, las bases indestructibles de lasverdaderas y fructuosas revoluciones.

Son las restauraciones á las revolucio-nes, dice Reus, como esos golpes que porsorpresa se reciben en la espalda, y cuyoprimer efecto es el atontamiento más abso-luto .y la inmovilidad más completa; golpesque jamas matan, pero que siempre hiereny paralizan la acción libre, en tanto que losdoloridos miembros se reponen y el pensa-miento alcanza á ver claramente la causa deaquel inesperado desastre. La tendencia pe-simista que nace de estos golpes se pierdeen los oscuros y estériles mares de la apos-tasía ó deLretraimiento. La tendencia razo-nada y justa se fortalece en el atento es-tudio de los derechos y deberes propios yajenos, para que, infiltrándose por todos los

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nervios del cuerpo social, le comuniquen la•vida del derecho, haciendo más y más difíci-les las convulsiones que llamamos reaccióny revolución, consiguiendo la representaciónde las minorías, aplicando la responsabili-dad á quien corresponda, y ofreciendo, enuna palabra, el acabado y admirable conjun-to del sistema representativo, único que fiel-mente practicado puede ser completo y legí-timo testimonio de que no son la discordia yla violencia los caminos que apetece el hom-bre para continuar desembarazadamente sumarcha por los senderos de la historia.

He ahí en breve síntesis la tendencia deMoya y la tendencia de Reus. ¿No han demerecer los libros de ambos el aplauso ge-neral?

Concretando más la tendencia á que nosreferimos, oigamos á Reus en el otro párra-fo de su prólogo.

Un gran místico del siglo xvi ha dichoque el alma religiosa no se contenta con laposesión del Padre, del Hijo ó del EspírituSanto, sino que ansia con ferviente anhelopenetrar los deleites de la unidad supremaen que se esconde la raíz de aquel profundomisterio; pues seamos todos pietistas y mís-ticos de la política, y no nos contentemos conestudiar por separado el derecho individualy el social, hoy en reñida lucha. Alcemosnuestra inteligencia con todo su brio hastauna concepción soberana del derecho en sí,y desde ella abarcaremos el lazo de unión detales actividades. Esto se consigue descen-diendo de la filosofía del derecho al derechopúblico, y es ley de la inteligencia humanael empleo de semejante método, porque laságuilas, cuando quieren abarcar las pers-pectivas del paisaje, no descienden al suelo,sino que se dejan caer desde las nubes so-bre los picos de las montañas.

¿Puede darse nada más razonable, nadamás verdad? Pues ya tienen nuestros lecto-res una idea de la nueva obra del ilustradoorador del Ateneo, del joven publicista en-tusiasta por el estudio., del Sr. Reus Baha-monde, cuyas condiciones le preparan unbrillantísimo porvenir. No se nos tachará deparciales: damos una idea del libro con el li-bro mismo, y sin juicio alguno por nuestraparte. El público juzgará.

E. M.

MIGUEL DE CERVANTES

NOVELAS EJEMPLARES

(Conclusión.)

X

La novela La Ilustre Fregona, que vamosá juzgar ahora, es una de las más deleita-bles de la colección, y sin ceder en mérito óinterés á La Fuerza de la Sangre, la superaen ricos detalles y acabado colorido.

La misma experta y ejercitada mano quecon media pincelada nos bosqueja en El Inge-nioso Hidalgo á la hija de los venteros, cuan-do, describiéndonos con tanta belleza y ver-dad los gritos ó imprecaciones de la madre,secundada por la buena Maritornes, la cóle-ra del padre al ver horadados sus pellejos yderramado su vino, el desconsuelo de San-cho al no hallar la cabeza del gigante venci-do y muerto por D. Quijote, la discreción deDorotea, la generosidad del cura y la con-fusión de todos, nos dice: La hija callaba, y decuándo en cuándo se sonreía; este mismo pin-cel, esta inimitable pluma, nos da á conoceren dos felicísimos rasgos á la buena posade-ra, que había servido de madre á Constanza,que la amaba como hija y la guardaba y edu-caba con tan solícito esmero, y que al hacer-le observar su marido cómo su tio el clérigola reprendía por rezar las cuatro oracionesen latin sin entenderlo, contesta con des-enfado: «Esa flecha de la aljaba de su sobri-na ha salido, que está envidiosa de verme to-mar las horas de latin en la mano y irme porellas como por viña vendimiada».

La inocencia tan. desnuda de artificio deConstanza, su hermosura y su natural dis-tinción, tanto más notables, cuanto era ínfi-mo el puesto en que se hallada colocada; eldescuido de sus pocos años, que le permitíanentregarse tranquilamente al sueño en tantoque sus adoradores la obsequiaban con repe-tidas serenatas, que ella no oia ni procura-ba oir; su honestidad, su decoro y su modes-tia, hijas de su candidez, de la completa igno-rancia en que vivia de los peligros que hallaen el mundo la belleza, y que Preciosa sabíaprecaver con su claro ingenio, y Constanzaconjuraba con su inocencia y recogimiento; elmisterio que envolvía á aquella niña tan her-mosa y tan conforme con su humilde desti-no, hacen de La Ilustre Fregona una de laa

NÚM. 310. R. LUNA.—MIGUEL DE CERVANTES. 153

creaciones más bellas y atractivas de Cer-vantes. Los dos amigos, Carriazo y Avenda-ño, de tan opuestos caracteres y tan cons-tantes en su amistad, dejando vislumbrar sugenerosidad y su nobleza enmedio de los pe-ligros que les crean, su amor al uno, su genioaventurero al otro, son dos creaciones felicí-simas en las que se compendian y detallanlas inconsecuencias, las impremeditadas lo-curas, la arrojada osadía de los pocos años.• En La Gitanüla, D. Juan de Cárcamo aban-dona padres, casa, riqueza, nombre, hidal-guía por seguir á la mujer que ama, y que per-tenece á una raza siempre odiada y despre-ciada en Europa. Avendaño y Carriazo ya ha-bian abandonado, como muchachos ansiososde picarescas aventuras, la casa de sus pa-dres, y el cambiar su marcha á la pesca delatún, cuyos atractivos tan gráficamente nospinta.Cervantes, por su estancia en la posa-da del Sevillano, donde moraba La IlustreFregona, de la que Avendaño se habia ena-morado, está muy conforme con el carácterantojadizo y voluntarioso que descubrían losdos caballeritos.

Las aventuras de Carriazo, convertido enLope el aguador; sus quimeras con los otrosaguadores de Toledo, su prisión, las solicitu-des de la Arguello, que le inspiraba tan san-to horror, y á la que pinta tan de mano maes-tra; el juego del asno, la demanda de la cola,el baile en la posada, son graciosísimos y nosdejan ver que en la novela picaresca Cervan-tes no tenía qué envidiar ni al mismo Laza-rillo de Tormes.

La aventura de la madre de Costanza, yá la que ésta debió el'sér, está contada contanta mesura y delicadeza, y al mismo tiem-po tan bien descrito lo incentivo de la oca-sión y la hermosura de la dama, que el lec-tor halla más que disculpable al atrevido, ydigna de todo su respeto á la dama atrope-llada.

Con un tino que han perdido hoy por com-pleto nuestros novelistas y autores dramáti-coss, los de los siglos xvi y xvn no colocan ja-mas á una dama ilustre en una situación de-presiva ó desventajosa, y en las diferentescomedias y novelas en que se trata del reco-nocimiento de un hijo debido á la culpa, te-nian el buen acierto de que la madre hubierasucumbido ya, lo que nos prueba el profundorespeto que les merecía el sexo femenino.

TOMO XV.

XI

La novela que sigue inmediatamente á laque acabamos de juzgar es la de Las DosDoncellas, no menos bella y deleitable que laanterior, si bien más pobre en detalles y co-lorido.

El principal mérito de esta novela consis-te en que siendo sus protagonistas dos don-cellas nobles, hermosas y ricas, que por se-guir á un hombre huyen, en traje de varón,de la casa de sus padres, Cervantes, con lamagia de S J talento, sabe hacer que no des-merezcan á los ojos del lector, por atrevi-miento tan indisculpable, y que éste las ha-lle tan honestas y recatadas cuando con sutraje varonil arrostran toda clase de peli-gros, como pudiera hallarlas labrando en elestrado y sentadas al- pió de sus prudentesmadres.

Al volver á su hogar con sus esposos,honradas y felices, habiendo desaparecido larivalidad que les desuniera, nada hay quereprocharles, todos las reciben con los bra-zos abiertos, y ni su reputación ni su nom-bre han sufrido el más pequeño menoscabo.Con tanta maestría y acierto sabe conducirCervantes la intriga de esta novela, que alprincipio no podia ser resuelta sin la desgra-cia ó la deshonra de una de las dos celosas yenamoradas doncellas.

El carácter de Rafael es bellísimo, suamor por Leocadia muy natural, y aunqueMarco Antonio aparezca un tanto débil ydesconocido, concluye por hacerse perdonarestas faltas con su franqueza y su noble pro-ceder.

No sólo Teodosia, que á los pocos pasosde su jornada se encuentra por efecto de lascircunstancias al amparo de su hermano, senos ofrece siempre bajo un aspecto digno ylleno de honestidad, sino la misma Leocadia,á la que el autor presenta en escena atada áuna encina por unos bandidos y despojadade sus ropas exteriores, conserva á nues-tros ojos intacto su decoro; pues ni los sal-teadores, ni los pasajeros, ni sus mismos li-bertadores advierten que es una tierna don-cella la que parecía hermoso mancebo, y es-te error pone á cubierto la virtud de la des-graciada y mal aconsejada amante.

En esta novela, como en algún capítulodel Quijote, se extiende Cervantes en descri-birnos ventajosamente la ciudad y puerto deBarcelona; el carácter, aunque irritable y

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puntuoso, generoso y franco de los catala-nes, asi como las revueltas, tan frecuentesen aquel tiempo entre la chusma de las gale-ras y la del puerto. *

XII

La aventura de la heroína en La SeñoraCornelia, cuando el miedo á su hermano pre-cipita el nacimiento de su hijo y le hace áella huir desatinada y sin saber el paraderodel niño que acaba de dar á luz, es la mismade Feliciana de la Voz, que Cervantes repro-dujo en el Pérsiles y Sigismunda, y muy se-mejante á otras fugas desatinadas y teme-rosas, que en sus novelas llevan á cabo al-tgunas desdichadas amantes.

Todos los lances de esta novela están pro-fundamente meditados y enlazados sin es-fuerzo, y el lector, según avanza en su lectu-ra, siente crecer su interés y simpatía porlos principales personajes, y si se duele delas desdichas de Cornelia y teme la vengan-za de su hermano, halla disculpable el queéste, tan noble como el duque, si bien no tanpoderoso, busque por todos los medios la rei-vindicación de su honor ofendido.

La prudencia de Bentibolli, el amor y lanobleza del duque de Ferrara, la atinada in-tervención de los dos estudiantes vizcaínos,las exageraciones del ama que los cuidaba,y á cuyo cargo había quedado Cornelia; lostemores de ésta, su cariño maternal, su mie-do á su hermano y su amor al duque, prepa-ran magistralmente el desenlace, suspen-diendo y deleitando el ánimo de los lectorescon el encuentro inesperado en casa del buensacerdote donde se habian refugiado Corne-lia y su tierno hijo con el duque, su prometi-do esposo y padre de la criatura, que, des-esperado al creerlos perdidos, se refugiabatambién allí á lamentar su desgracia.

Son tan humanas las mujeres de las no-velas de Cervantes, sus pasiones, sus virtu-des, sus mismas debilidades son tan verda-deras, que los siglos no les han arrebatadoni uno solo de los atractivos con que fue-ron dotadas, y su belleza, su ternura, su des-gracia, nos conmueven hoy con la misma in-tensidad con que pudieron conmover á loscontemporáneos de su autor.

Los poemas de pasión, de dolor y senti-miento que en sus novelas desarrolla Cer-vantes, están iluminados por la luz inmor-tal que irradia el corazón amante de la mu-jer, siempre grande, siempre digna, siempre

una, cuando el móvil de sus acciones es elsentimieuto. Su debilidad y su dignidad, queCervantes pone de relieve con tan sin igualmaestría, son su escudo y su defensa, y si laprimera las arrastra á las acciones más im-prudentes y atropelladas, la segunda las sacaincólumes de los mayores peligros.

XIII

El Casamiento Engañoso es, apesar de sugalano y castizo estilo, la novela monos dig-na de figurar entre las ejemplares, por suasunto del todo inmoral y por sus caracte-res, que no tienen nada de estimables. Y estolo decimos atendiendo al fin que en sus No-oelas Ejemplares se propuso Cervantes, noal mérito relativo de la que nos ocupa.

El Casamiento Engañoso, y en esto tienealguna semejanza con Rineonete y Cortadillo,no es una novela, propiamente dicho, es unepisodio aislado de la vida de un soldadoaventurero, como la otra es el prólogo de lahistoria criminal de dos célebres bandidos.

Es disculpable, bajo este punto de vista,que los apasionados de Cervantes crean quepueden contarse por una las dos novelas deEl Casamiento Engañoso y Coloquio de los Pe-rros; mas como son dos acciones del tododistintas, con distintos títulos y sujetos, ysin más conexión entre sí que la estanciadel alférez Campuzano en el hospital de laResurrección de Valladolid, donde oyó yapuntó la conversación tenida detras de sucama por Cipion y Berganza, no podemosconformarnos con el parecer de Gallardo, nicreer que Cervantes pensara que se hubie-ran de contar por una sola dos novelas deltodo diferentes.

La historia del alférez, pues esta novelano es otra cosa que una narración; la histo-ria del alférez, decimos, aunque episódica,está contada con sin igual belleza, y el enga-ño de que fuó víctima y el que él hizo á suengañadora, llenos de picaresca y graciosatruhanería.

XIV

Distintas y contradictorias son las opi-niones que hemos recogido sobre el Coloquiode los Perros, y mientras unos admiran lalección profunda que se desprende de esteverdadero estudio social, estudio aprovecha-do hoy por Laboulaye en su Príncipe perro,otros la juzgan una obra extravagante y lie-

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na dé pedantería; y por más que se crea des-atinado é incomprensible nuestro juicio, di-remos que está conforme con los dos ante-riores.

El Coloquio de los Perros, si se atiende ásu pensamiento primqrdial, es un estudioprofundo y filosófico de la sociedad, miradabajo un punto de vista completamente nue-vo, y juzgada por un ser tanto más impar-cial cuanto inferior es su categoría á la delhombre.

La forma en que Cervantes desarrolló estefeliz pensamiento fue del todo desgraciada,y desmiente uno de los principales méritosde sus obras, en las que existe íntima rela-ción entre la palabra y la imagen, entre laimagen y la idea.

El diálogo, en esta novela, es casi siem-pre pesado y pedantesco; el estilo, con difi-cultad alcanza la deleitable galanura, tanpropia del autor del Quijote, y las aventurasde Berganza no siempre tienen la intenciónque, dada la que se reconoce en esta novela,debieran y pudieran tener.

Las interrupciones y correcciones de Ci-pion son la parte más pesada y pedantescade la obra, y aunque Cervantes caracterizó,individualizó completamente á los perros,debiera, á nuestro pobre juicio, haber dejadosu modo de ser intelectual más en armoníacon la raza canina.

Todo esto no es incompatible con que enesta novela haya rasgos felicísimos, pintu-ras llenas de verdad y colorido, trozos casti-zos y elegantes, y profunda enseñanza ence-rrada en sus páginas.

La aventura de los pastores es de las másintencionadas, y la que mayor explicacióntiene en el modo de ser de las sociedades;mas ni Cervantes en esta novela, ni su imi-tador Laboulaye, alcanzaron la previsión,profundidad y belleza de los antiguos en susfábulas y apólogos, en los que la concisiónde los conceptos hacía más fácil y útil laslecciones filosófica y moral.

En esta novela, como en otros muchos lu-gares de sus obras, aprovechó Cervantes al-gunos hechos verdaderos y dignos de ser no-tados, y á este género pertenecen todas lasaventuras de Berganza con la hechicera deMontilla, discípula de la célebre Camacha.

Apesar de su claro talento, no siemprepudo Cervantes adelantarse á su época, y enun hecho tan trascendental como fue la ex-pulsión de los moriscos, su juicio es comple-tamente retrógrado, y tanto en la novela que

nos ocupa, como en el Quijote, se enciende encelo patriótico y religioso contra un pueblovencido y desgraciado, al que ni los españo-les de entonces, ni aun quizá los de ahora, sa-ben juzgar en lo que verdaderamente vale,ni amortiguar los odios que siete siglos decontinua lucha, la diversidad de origen, dereligión y de lengua sostienen vivos entremusulmanes y cristianos.

Los delirios del alquimista, del arbitrista,del matemático y del poeta, que al concluirel coloquio nos cuenta Berganza, bajo la finasátira que los viste, descubren un fondo pro-fundísimo de amargura, y una lección nuncaaprovechada por aquellos que llevando ó ere-yendo llevar encerrado en su ser el germende alguna idea generadora, mas prematuraó de difícil explicación, dan con su cuerpo enun hospital, porque su mente, divagando porimaginarias regiones, les imposibilita deocuparse seriamente en las imprescindiblesrealidades de la vida.

Y concluyendo aquí con las que nosotrosreputamos Novelas Ejemplares, pasaremos áocuparnos de La Tia Fingida, puesto que enlas ediciones modernas está, aunque sin jus-to derecho, dentro de la colección.

XV

En La Tia Fingida, el corte de la novela,la introducción y el desarrollo, se asemejanbastante á las del autor del Quijote, y aunpudiéramos decir, se le imitan; el estilo, aun-que no_característico de Cervantes, comomás adelante haremos notar, no desmereceen absoluto del de él; algunas observacionestan finas como acertadas, bien podrían serdel reputado autor de las Novelas Ejemplares;mas el sujeto principal de esta que nos ocu-pa, jamas lo trató Cervantes sino episódica-mente y como de pasada;- el personaje de Es-peranza es del todo exótico en sus obras, yel final de esta novela enteramente contrarioá los principios de decoro y de moral que ensus escritos resplandecen.

Impropios y desusados del autor de LaFuerza de la Sangre son algunos términosmal sonantes ó indecorosos, que por estaren la mente de todos los lectores de Cervan-tes, no creemos necesario citar aquí, que sehallan estampados en La Tia Fingida, así co-mo las desvergonzadas lecciones de Claudiaá su sobrina postiza las hallamos muy pere-grinas en el autor de La Galatea.

Si Cervantes, en el constante estudio que

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hizo de La Celestina, estudio que se rebela entodas ó la mayor parte de sus obras, y prin-cipalmente en el Quijote, escribió esta novelaallá en sus mocedades, y cuando dicen quefue estudiante en Salamanca, punto es sobreel que nosotros no nos atrevemos á fallar enabsoluto, y aun cuando hallamos mil razonespara dudar que L,a Tia Fingida sea novela deCervantes, no tenemos ninguna irrecusablepara negarle su paternidad.

En esta novela son del todo peregrinas,al estilo del autor del Quijote, las frases:

«Un oficial vecino pared enmedio.»«Deshollinadores de cuantas ventanas te-

nían albahacas con tocas.»«Colegial trilingüe en el disfrute de su he-

redad.»Y otras muchas en la conversación de

Claudia y Esperanza, de la dueña y D. Félix,y que, volvemos á repetirlo, nos costará mu-cho trabajo creer que pudo trazarlas la se-lecta pluma de Cervantes.

No nos cabe la menor duda á nosotros,que hemos nacido en Salamanca y conoce-mos todos los modismos usados en ella, queel autor de La Tia Fingida no pudo ser natu-ral de esta ciudad, que á serlo, no hallaratan peregrino y digno de mención el |huy! dela dueña repulgada que salió á despedir á losestudiantes de la serenata.

|Huy! es una exclamación que se usa hoyen Salamanca, como en la época en que seescribiera La Tia Fingida, y como se usabaen los tiempos de Juan de la Encina y de Lú-eas Fernandez, en cuyas obras la hallamosestampada. Con el ¡huy! manifiestan los sala-manquinos, y sobre todo las salamanquinas,la mayor parte de los movimientos rápidosdel ánimo, como miedo, .admiración, placer,desprecio, y en este sentido lo usa la dueña,cuando aparenta admirarse y ofenderse deque los estudiantes manchegos pretendanque su señora Esperanza salga á la ventanaá darles conversación.

El trozo de la novela mejor escrito y conmás acierto es aquel en que Claudia describeel modo de ser de los estudiantes, según lasdistintas provincias á que pertenecen; y aun-que se deja en el tintero, sin que podamosexplicarnos la causa, á los leoneses y caste-llanos viejos, descubre una gran parcialidadpor los andaluces, tanta, que nos hace pen-sar si su autor sería natural del Mediodía deEspaña.

Volvemos á repetirlo, nosotros no nega-mos en absoluto á Cervantes la paternidad

de La Tia Fingida, máxime cuando no hayotro autor á quien adjudicársela, ni aun enhipótesis; mas no hemos creído ociosas lasanteriores observaciones, y al juzgar las No-velas Ejemplares, no podíamos dispensarnosde emitir nuestro pobre juicio sobre ésta, quefigura entre ellas en las ediciones modernas.

En la que tenemos á la vista, hecha porGaspar y Roig en 1866, y que creemos la úl-tima de Madrid, están del todo desatendidaslas observaciones y correcciones que sobreel texto de La Tia Fingida, confrontando elmanuscrito de la Biblioteca Colombina con laedición de Arrieta, estampó Gallardo en susu Criticón en 1839.

XVI

Separándonos por completo de la fraseo-logía adoptada por nuestros críticos moder-nos, que embuten de germanismos sus es-critos haciendo sus críticas nebulosas cuan-do quieren que sean profundas, hemos juz-gado las Novelas Ejemplares según nuestrainteligencia, nuestro sentimiento y la ense-ñanza de nuestra escuela clásica, y sin re-currir ni remontarnos á las investigacionesde las modernas escuelas filosóficas, ni pe-dirles ayuda, nos hemos valido de nuestrosmateriales caseros, de nuestro castellanousual y de todos comprendido, para emitirnuestro juicio, tal vez menos profundo y filo-sófico, pero sin disputa más sano é impar-cial, y desde luego más comprensible parala mayoría de los españoles, cuya mente nose haya perdido en los tortuosos senderos dela metafísica moderna y la psicología alema-na, sobre una de las obras más selectas delgenio más colosal de Europa, del autor in-mortal del Quijote, de nuestro divino Cer-vantes.

Si el éxito no coronó nuestro buen deseo,cúlpese á nuestra ineptitud, nunca á la ad-miracron y respeto, á la enseñanza y deleiteque nos inspiran las obras todas del autorde las Novelas Ejemplares.

RAFAEL LUNA.

NÚM. 310. V. DE ARANA.—SIN DERROTERO. 157

SIN DERROTERO (i)

El arroyo que brota de la quebradura deuna peña, ¿qué sabe de su ulterior destino?Nada, absolutamente nada; como nada sabetampoco el hombre, al empezar su peregrina-ción, de la suerte que le aguarda y de los su-cesos felices ó desgraciados que han de lle-nar su existencia.

El arroyo que de las tenebrosas entrañasde la tierra sale á la luz del dia y emprendesu carrera abriéndose paso por entre hier-bas, arbustos y silvestres flores, desente-rrando guijarros y arrastrando la capa detierra que cubre la superficie de las rocas,no sabe si su curso será corto ó largo, niqué países ha de regar, ni en qué mar ha determinar su carrera; nó sabe si á poca dis-tancia del lugar de su nacimiento irá á au-mentar el caudal de otro arroyo más impor-tante, ó si, al contrario, otros arroyos le pa-garán el tributo de sus aguas, y convertidoen profundo y anchuroso rio, atravesai'á ex-tensas comarcas y desembocará majestuo-samente en el mar.

Tal vez después de salir á la montuosaregión en que nació, y en la que los heladosarroyos que descienden de los ventisquerosengruesaron su corriente, atravesará unavastísima llanura, ya cubierta de doradasmieses, de verdes viñedos, de bosques fron-dosos; ya árida, inculta, calcinada por unsol de fuego; ya silenciosa, desierta, comouna sierra maldita cuyos habitantes la hu-biesen abandonado por otra mejor; ya sem-brada de risueñas aldeas, de pintorescas vi-llas, de alegres y populosas ciudades. Y des-pués de atravesar vastas provincias, reinosdilatados, cuando se halle ya fatigado de tanlargo viaje, apercibirá á lo lejos la azuladasuperficie del Océano, que parece ofrecerleen su anchuroso seno el grato descanso, eldulce reposo pox que suspira, pero donde leesperan la agitación incesante, las encontra-das corrientes, las pavorosas tempestades.]Ah! ¡Si fuese posible, con qué placer desan-daria lo andado, con qué placer volvería á

.los profundos valles, á las angostas barran-cas, á los sombríos y silenciosos bosques desus nativas montañasl

(1) «Sin derrotero es el primer capital» de un libroinédito titulado «Gracian de Mendaro>.

Tal vez atravesará una región montaño-sa, salvaje, extremadamente accidentada,formando bullidoras cascadas, terribles cata-ratas y tranquilos lagos, y cuando crea queha terminado el penoso descenso, cuandocrea que por fin va á recorrer lenta y majes-tuosamente la llanura y á lamer las plantasde alguna ciudad populosa, metrópoli de unvasto imperio, descubrirá de improviso, altrasponer una montaña, el anchuroso mar,sepulcro de su necio orgullo, de su desmedi-da ambición y de sus locas esperanzas.

Como el arroyo que al brotar de las en-trañas de la tierra ignora qué países ha derecorrer, qué caudal de agua logrará reuniren su cauce y en dónde terminará su carre-ra, del mismo modo yo, al empezar este li-bro, ignoro si será corto ó largo, triste óalegre, notable por la hermosa variedad ópor la monotonía de sus cuadros, lleno defuego, y animación como un robusto mance-bo, ó frió y lánguido como un anciano decré-pito. En una palabra, no puedo dar á mislectores una idea siquiera aproximada delviaje que van á hacer en mi compañía á tra-vés de las páginas de este libro.

Y sin embargo, si cierro los ojos, si olvi-do por un momento los objetos que me ro-dean, los cuidados, las atenciones, los dolo-res que me asedian, veo flotar ante mí en elespacio, aunque medio velados por una es-pesa neblina, los personajes de esta historia,que, como en un teatro, representan conpasmosa exactitud, una tras otra, algunasde las escenas culminantes de este drama;oigoo»us risas y sus sollozos, sus palabrasde amor y sus terribles imprecaciones, elalegre rumor de la danza y el lúgubre oficiode difuntos, los rugidos de la tempestad, ylos rugidos, no monos terribles/de las tem-pestades que se levantan en el cielo de la. in-teligencia, en el mar del corazón, en el in-sondable abismo del alma.

No me sigan aquellos que al emprenderun viaje fijan minuciosamente su itinerarioy no se apartan de él en lo más mínimo pornada ni por nadie. Síganme solamente losque acostumbran á ponerse en camino sintrazar de antemano un itinerario; los que,aunque hayan trazado uno más ó monos de-tallado, están dispuestos á apartarse de élsiempre que el placer ó la curiosidad, la me-moria ú otra causa cualquiera les inciteá ello. A estos solos admito á bordo de mibajel: que los demás se embarquen en el bu-que de un capitán más metódico y menos ira-

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presionable; un capitán que no se deje llevarde los acontecimientos, sino que, al contra-rio, les dirija, como el piloto dirige la navesobre la inmensidad del Océano.

Mi nave es una nave sin piloto, sin brúju-la, sin timón; va adonde la llevan los vien-tos, las corrientes y las olas. ¡Plegué á Diosque no se estrelle contra las rocas, ó que noencalle en algún banco de arena ó en algunainhospitalaria playa!

Grande y hermoso á la vez es sin duda tra-zarse un plan, y apesar de dificultades y obs-táculos, apesar de amargos sinsabores, rea-lizarlo sin introducir en él la más leve modi-ficación; proponerse un fin cualquiera y pro-seguirlo sin vacilación, sin desfallecimiento,sin separarse jamas de la línea recta; dará la vida un objeto determinado, y prose-guirlo sin vacilación, sin desmayo, sin dete-nerse, ni retroceder, ni mirar hacia atrásuna sola vez; trazar de antemano el caminoque se debe recorrer, y seguirlo sin rodeoscortos ni largos, sin apartarse de él paracontemplar un paisaje, buscar la sombra delos árboles, ó apagar la sed en algún límpidoarroyuelo; sin apartarse de él jamas, pormuy angosto, por muy pendiente, por muyescabroso que sea. De ese modo deben se-guir todos el' penosísimo camino de la vida,pues de lo contrario se disiparán una áuna todas sus ilusiones, y no lograrán jamasver realizadas sus más caras esperanzas.

Pero [qué hermoso es también, aunquetal vez nada tenga de grande, viajar á la ma-nera de Obidah; viajar como viajaba el hijode Abensina por los hermosos valles dej In-dostan! Durante las primeras horas de lamañana, cuando el calor del sol es agrada-ble, caminar por la anchurosa calzada; ycuando el astro del dia se acerca al meridia-no y empiezan á ofender sus rayos, tomarpor un estrecho sendero sombreado por fron-dosos árboles, aunque para ello sea precisocaminar en distinta y aun en opuesta direc-ción. Detenerse á escuchar el canto matuti-no del ave del paraíso, ó á admirar el ma-jestuoso vuelo del águila del Himalaya; apar-tarse del camino para contemplar algún ro-busto roble, rey de la montaña, ó para aspirarel perfume de la vellorita ó del ranúnculo;seguir el curso de algún trasparente arroyoque, cual si temiera el calor del sol, serpen-tea por la llanura buscando la espesura delos bosques; hacer hablar á los ecos de lasmontañas; subir á la cúspide de las colinaspara gozar de nuevas perspectivas;' en una

palabra, caminar sin rumbo fijo, sin másguía que el placer, la curiosidad ó el ca-pricho.

Pero... hora es ya de emprender nuestroviaje. Levemos anclas; hagámonos á la maraprovechando esta suave brisa que nos traeel perfume de los arbustos y de las flores dela ribera.

La nave empieza á moverse lentamente;que los que no quieran acompañarme seapresuren á saltar en tierra.

VICENTE DE ARANA.

MISCELÁNEA

FENÓMENOS VOLCÁNICOS Y TERREMOTOS

EN 1878

La revista estadística de los fenómenosvolcánicos durante el año 1878 que ha publi-cado recientemente el profesor Fuchs, y queforma la continnacion de muchas previas no-ticias de la misma naturaleza, muestra el or-dinario número de doce erupciones en el año.La mayor parte de ellas ocurrieron en locali-dades remotas y dieron prueba de la activi-dad de volcanes de los cuales en general sesabía muy poco; todos de difícil acceso.

Cierto es, sin embargo, que el Vesubio,cuya última erupción tuvo lugar en 1872,pero que ya en 1877 presentó síntomas denuevas convulsiones, entró también en unperíodo de actividad desde el 20 de Abril de1878. El monte arrojó cenizas, ocurrieron fre-cuentes aunque ligeros choques, ascendió desus entrañas una espesa columna de humo,y á fines de Setiembre dejó escapar de susladeras una escasa corriente de lava. El pe-ríodo de aumento de ésta se observó duran-te la noche del 22 al 23, en que la lava des-cendió hasta el Atrio del caballo. Pero des-pués, la actividad volcánica se redujo á unestado ordinario sulfuroso (sol/atara), quefuó interrumpido solamente por algunas pe-queñas explosiones periódicas en 11 de Oc-tubre y por la salida de tenues corrientes delava del 1 al 9 de Noviembre.

En el extremo meridional de la Américadel Sur, buques que pasaban vieron repeti-das veces volcanes activos y hasta ahoradesconocidos, á saber: el 10 y el 18 de Enero;

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el uno situado enmedio de la isla English Na-rrows, el otro sobre el continente sur ameri-cano, cerca del grado 48° 56' de latitud Sur;este último conspicuo por la majestuosa co-lumna de humo que salia de un monte cu-bierto de nieve, y que se elevaba á una altu-ra de 300 metros.

Ocurrió al mismo tiempo una gran erup-ción -volcánica, en la isla de Tanna, en el ar-chipiélago de las Nuevas Híbridas. El 10 deEnero, á las diez de la mañana, entre la lla-mada bahía Sulphur y el antiguo cráter, seformó un nuevo cono, acompañando al esta-llido una poderosa marejada,que inundó lamayor parte de la isla. Apesar de su violen-cia la erupción duró sólo un corto tiempo;pero el 4 de Febrero se siguió un segundo es-tallido que también hizo mucho'daño.

Sucedió todavía simultáneamente otraerupción que tuvo su asiento en la grandeisla de Birara, perteneciente al grupo de Nue-va Bretaña. Quedó arruinada completamen-te la porción setentrional de dicha isla, re-sultando inaccesibles sus costas por lasenormes masas de piedra pómez que cubrie-ron el mar por muchas millas á la redonda.Anteriormente no se sabía que hubiese exis-tido ahí ningún volcan.

La tercera de Febrero tuvo lugar en elvolcan Isluga, en la América del Sur, en la-titud 19° 10', cuyo monte se habia mantenidotranquilo desde 1869. La erupción fuó acom-•pañada de un terrible terremoto, siendo tangrandes las masas de lava vomitadas, quedesaparecieron en la corriente encendida lasaldeas de Cariquima, Carima, Sotoco y Chi-pa, todas situadas á más de cinco leguas delvolcan.

Erupciones volcánicas más pequeñas ocu-rrieron en el monte Hecla, de Febrero 27hasta fines de Marzo; en el Asamayama delJapón; en el Cotopaxi, cerca de Quito, en Oc-tubre; en el Tepaco, el Sitna y el Isalco deSan Salvador. De mayor importancia fueronlas erupciones en las islas Aleucínas y de laSociedad, ocurriendo en lá cordillera volcá-nica de las primeras en los montes de Amuk-ta, Ischeguluk y el Vsevidok, de casi 2.800metros de altura en Unínak. En las islas dela Sociedad, según el informe del capitánEvers, las de Raiatea y Borabora quedaroncompletamente aniquiladas por la acción delos volcanes.

Al fin de la lista de las erupciones de lava,el profesor Fuchs recuerda la grande de cie-no de uno de los bien conocidos volcanes de

esta clase, cerca de Paterno, en Sicilia. Des-pués de repetidos choques en la provincia deCatania, que ocuparon más de dos meses,empezó esa erupción el 10 de Diciembre, arro-jando numerosos cráteres corrientes de cie-no con gran ruido. Varios de dichos cráterescontinuaban activos, pues que el lodo era depoca consistencia y permitia el escape de losgases ascendentes con toda libertad. Losotros hacían explosiones de cuando en cuan-po, pues que la cuenca del cráter se habiallenado de lodo mucho más espeso, lo cualimpedia que ascendieran los gases mientrasno adquirían la suficiente alta tensión pararomper el sudario y lanzar chorros al aire.Al fin del año continuaba esta erupción decieno con igual fuerza.

En todo el año de 1878 la suma de los te-rremotos de que se tienen noticias subió á103. Pero entre éstos se cuentan muchos pe-ríodos completos de temblores de tierra, du-rante los cuales los choques y oscilaciones,con cortos intervalos, duraron horas, dias yaun varias semanas en la misma localidad.Si quisiéramos ó pudiéramos contar separa-damente todos los choques que ocurrieron,cierto que el total sería respetable. Así, enlos terremotos de escasa importancia com-parativa en Zengg, se sintieron veinte cho-ques, y en el grande de Terapaca, en la no-che del 23 de Enero, hubo no monos de cua-renta conmociones, al paso que se repitieroncasi sin interrupción las oscilaciones hastael 12 de Abril. En la isla de Tanna de las Nue-vas Híbridas, un terremoto duró cuatro se-ma^fis, y en la provincia de Catania, Italiameridional, se sucedieron unas á otras lasoscilaciones casi sin interrupción desde el 4de Octubre hasta el 19 de Noviembre.

Los terremotos han sido más frecuentesen invierno y en otoño, porque en el primercaso ocurrieron 89 y 26 en el segundo, y sólo19 en el verano y otros tantos en la prima-vera.

El más violento y destructor de todos es-tos siniestros tuvo lugar el 23 de Enero enaquel distrito del Perú y Bolivia donde se sin-tió el terrible terremoto de 1868. La provinciade Terapaca sufrió más que ninguna otra.Aquí, con el terremoto de Mayo 9 de 1877,cuya violencia apenas fuó mayor que la delaño anterior, habia empezado un períodogrande y bastante prolongado de frecuentesoscilaciones, entre las cuales, por su parti-cular fuerza, se distinguió el terremoto deEnero 23 de 1878. Principió en Iquique á las

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siete y cincuenta y cinco minutos de la tar-de, continuando los choques toda la noche.Como de costumbre, el oleaje subsecuente hi-zo todavía más daño que el terremoto mis-mo, ocurriendo la misma cosa en Arequipa,Pica, Mantilla, Pisagua, Arica y Terapaca.

Fue también muy violento el terremoto deOctubre 2 en la parte meridional de la repú-blica de San Salvador. En la población de-In-cuapa casi todas las casas cayeron y pe-recieron muchas personas. Desaparecieron,ademas, gran número de aldeas circunveci-nas. El movimiento del terreno fuó al prin-cipio ondulatorio y terminó con un terriblechoque.

Son de mencionarse especialmente los si-guientes terremotos europeos: El 28 de Ene-ro, hacia el mediodía, se sintió un choque enel Noroeste de Francia y el Sur de Inglaterra.Donde más distintamente se sintió fue enNormandía, Rouen, Havre y Dieppe. Aun enParis fue tan fuerte que varias casas ame-nazaron ruina. Sintióse en Inglaterra entreonce y cuarenta y cinco, y diez y cincuentaminutos de la mañana, observándose enGreenwich, Londres, Brighton, Southamp-ton, Cowes y varios otros lugares.

Sintiéronse asimismo repetidos choquesen el Noroeste suizo y en el ángulo Suroestedel bosque Negro. El primitivo y más marca-do fenómeno ocurrió el 16 de Enero, consis-tente en varios choques separados por cor-tos intervalos. Notáronse dichos choques enB^tsel, Brugg y en Solothun del lado suizodel Rhin, y en Lorrach, Schopfheim, Walds-hut, etc., sobre la margen de Badén. El 17 dedicho mes se sintieron de nuevo en Basel, y el29 de Marzo otra vez en toda el área descrita,y entonces aun en Freiburgo y Estrasburgo.

Otros ejemplos de repetidos temblores detierra se clasifican como sigue: En Innsbruck,en Enero 3,10, 11; Febrero 2, Agosto 9. EnGross Gerau, Enero 2, Marzo 25. En Lisboa,Enero 26, 27 y Junio 8. En Constantinopla,Ismid y Brussa, continuados choques desdeel 19 hasta fines de Mayo y en Piamonte re-petidos el 25 de Noviembre. El daño causadoera Ismid y Brussa el 19 de Abril fuó conside-rable, pues que se arruinó toda la villa deEsmé y muchos habitantes perdieron la vida-La flota inglesa, qu3 ocurrió hallarse al an-cla en el Bosforo entonces, advirtió las osci-laciones, y como se creyese á bordo de algu-nos de los buques que los otros hacian expe-rimentos con petardos, se apresuraron á po-nerse al abrigo de un percance.

. Menos notable por su violencia que por suenorme extensión, considerando su intensi-dad, fue el terremoto del Bajo Rhin de Agos-to 26. En este caso se hicieron observacionesextraordinariamente exactas y numerosas,lo cual imprime doble interés a la ocurrencia.Principió cerca de las nueve de la mañana yse observó mejor en la ciudad de Colonia.Consistió aquí en una elevación y bajada on-dulatorias del terreno, que á tal punto au-mentaron en intensidad que empezaron á os-cilar algunos edificios de un modo ominoso.La esquila de la torre de la catedral tocó va-rias veces, y produjeron tal pánico los tam-baleos de las columnas de la iglesia de SantaGereon éntrelos feligreses, que todos se echa-ron á la calle. En muchas partes de la ciu-dad se rajaron las paredes de las casas. Alcabo de las oscilaciones se oyó un ruido sor-do subterráneo y un segundo choque.

En casi todos los lugares de la provinciaRenana, desde Cleve y Emmerich hasta Kyll-burgo, Ottweiler y Montjoie, se hicieron se-mejantes observaciones del fenómeno que enColonia, ó igualmente en la opuesta orilla delRhin, en Dusseldorf, Wiesbaden, Munster yotros lugares. En Aachen, de Aquisgran, seadvirtieron cinco choques distintos; en Els-dord, sobre el ferrocarril del Neuss Duren,no menos que diez y ocho hasta la mañanadel 27 de Agosto, siendo pooo menos de estacifra en Duren y Buir.

Puede calcularse que fuó más de 2.000 mi-llas geográficas de superficie la extensióndel área en que se sintió el primer choque deAgosto 26 á las nueve de la mañana, y los lí-mites de ese espacio puededecirsequefueron:Arnsberg y Hannover al Norte; Offenbachsobre el Mein y Michelstadt en Odenwald alSudeste; Estrasburgo, Paris y Charelville alSur; Lieja y Bruselas al Oeste, y Utrecht alNoroeste.

Largo tiempo después ocurrieron choquesen Elsdorf y Buir. En estos últimos se sintie-ron el 26 de Agogto, el 27, 28, 39, el 2 de Se-tiembre, el 24 de Octubre y el 3 y 10 de Di-ciembre. También en otros lugares de lamisma área se repitieron los choques, á sa-ber: en Remagen el 4 de Setiembre, en Wies-baden el 14 del mismo mes, el 18 de ídem enOsterrath y Crefeld, en Colonia el 10 de Di-ciembre, y el 15 en Luxemburgo y Namur.