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241 EL PERIODISTA ANTE LA AMENAZA DEL POSTPERIODISMO Permanencia de los criterios deontológicos en la era de Internet MANUEL FERNÁNDEZ AREAL Universidad de Vigo No pocos colegas aceptan resignadamente la dogmática afirmación, difundida ordinariamente por no periodistas, aunque sí comunicadores en términos generales, pero carentes de ese afán de búsqueda de la verdad informativa que caracterizó y sigue caracterizando al periodista en todo el mundo, de que en la época del “postperiodismo” ya no se puede mantener la “vieja y anticuada” distinción entre los tres modos clásicos comunicati- vos de información, propaganda, publicidad, ni menos hablar de medios clásicos –Prensa, Radio, Televisión– porque Internet ha venido a modifi- carlo todo y a superar esas “anticuadas” concepciones, que es preciso des- terrar de nuestras modernas Facultades de Comunicación, superadoras a su vez de las primitivas escuelas profesionales, según esos nuevos profetas digitales. Suelen ser presentadores de Televisión de éxito, locutores de Radio de sonora voz, articulistas en la Red, más o menos ocasionales, propugnadores de la tabla rasa en la formación de comunicadores hasta llegar a la desapari- ción de la profesión de periodista como tal, por entender que cualquiera, gracias a Internet, puede ser hoy periodista, por tener la capacidad física, material de introducir noticias, rumores, publicidad, programas de todo

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EL PERIODISTA ANTE LA AMENAZADEL POSTPERIODISMO

Permanencia de los criterios deontológicos en la era de InternetMANUEL FERNÁNDEZ AREAL

Universidad de Vigo

No pocos colegas aceptan resignadamente la dogmática afirmación,difundida ordinariamente por no periodistas, aunque sí comunicadores entérminos generales, pero carentes de ese afán de búsqueda de la verdadinformativa que caracterizó y sigue caracterizando al periodista en todo elmundo, de que en la época del “postperiodismo” ya no se puede mantenerla “vieja y anticuada” distinción entre los tres modos clásicos comunicati-vos de información, propaganda, publicidad, ni menos hablar de mediosclásicos –Prensa, Radio, Televisión– porque Internet ha venido a modifi-carlo todo y a superar esas “anticuadas” concepciones, que es preciso des-terrar de nuestras modernas Facultades de Comunicación, superadoras a suvez de las primitivas escuelas profesionales, según esos nuevos profetasdigitales.

Suelen ser presentadores de Televisión de éxito, locutores de Radio desonora voz, articulistas en la Red, más o menos ocasionales, propugnadoresde la tabla rasa en la formación de comunicadores hasta llegar a la desapari-ción de la profesión de periodista como tal, por entender que cualquiera,gracias a Internet, puede ser hoy periodista, por tener la capacidad física,material de introducir noticias, rumores, publicidad, programas de todo

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tipo, etc. en la Red y mantener interesantísimos blogs sin ninguna forma-ción académica previa, técnica y muchos menos ética.

Se trata de una falacia, asentada sobre bases aparentemente firmes deexperiencia y estadísticas fiables. Hoy, sería la conclusión, ni hacen faltaperiodistas, ni tienen función propia, ni la sociedad los necesita para nada,ni hacen falta por tanto las instituciones universitarias encargadas de for-mar y titular a personas que, a la hora de competir por un puesto de traba-jo, se van a encontrar con que lo aprendido en la Universidad no les va aservir. El mundo, se dice, va por otro lado. La libertad es el bien supremoque garantiza que cualquiera, por su cuenta, pueda desempeñar las tareasque hasta ahora venían desempeñando los periodistas profesionales.Hemos llegado al final de la especie y podemos hablar, con toda propie-dad, del postperiodismo, de la misma manera que se admite el términopostmodernidad.

Somos muchos, sin embargo, los que todavía mantenemos la verdad deque el periodista puede y debe seguir siéndolo en la era de la postmoder-nidad, en la era de Internet o en cualquier otra era que nos suceda, porqueel Periodismo se fundamenta en la búsqueda de la verdad para difundirlay transmitirla a los demás y eso, a través de cualquier medio, se manten-drá vigente. Y quienes informen de hechos, no de publicidad o de propa-ganda ideológica envuelta en el papel de plata de la noticia para hacersepasar por información, engañando al receptor del mensaje, que no recibeinformación por mucho que se le denomine información –habrá sí comu-nicación, pero persuasiva disfrazada– pueden con toda justicia ser llama-dos periodistas. Lo mismo si comentan la realidad, sobre la base de hechosciertos, honradamente. Por otra parte, Internet, digan lo que digan quienesa sí mismos se consideran expertos en Periodismo en particular y Comu-nicación en general sin ser periodistas pero queriendo ser apellidadosperiodistas, no es un medio, como no lo son las ondas, sino la Radio o laTelevisión; como no lo es el papel, sino los diarios que utilizan el papel.Radio, televisión, diarios etc. pueden servirse y se sirven de Internet adap-tándose a las nuevas especificaciones que Internet ofrece e impone, perono por eso dejan de ser lo que son.

Es menester seguir hablando de información, propaganda y publicidadcomo partes de un mismo fenómeno sociológico, la Comunicación, sinconfusionismos. Es menester seguir hablando de géneros comunicativos yde géneros periodísticos en particular y seguir afirmando la importancia deque, cuando se hace información, por ejemplo, no se presione al televi-

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dente ofreciéndole al mismo tiempo un producto aprovechándose del pres-tigio que pueda aportar el ser un informador veraz, objetivo, para inyec-tarle un plus en el mensaje, que él no esperaba.

No hay postperiodismo. Hay, si se quiere, una nueva modalidad deperiodismo. Pero el periodista tiene que seguir siendo el mismo, compro-metido con su público, al servicio del receptor del mensaje, sea cualquie-ra el medio que se utilice y el soporte a través del cual se haga llegar esemensaje.

Lógicamente, sentadas estas premisas, Ética y Derecho tienen muchoque decir al periodista de nuestros días, generalmente interesado en hacerbien su trabajo. De ahí la importancia de iniciativas como la de la actualComisión de Quejas y deontología de la FAPE (Federación de asociacio-nes de periodistas de España) que lleva ya, en dos años aproximadamentede vigencia, nueve Resoluciones verdaderamente ejemplares en defensa dela dignidad profesional y al servicio de la sociedad, del público al que losprofesionales del Periodismo nos debemos.

Resulta ciertamente aleccionador, aunque con un toque para nosotrosquizá demasiado yanqui, el discurso que en una ceremonia de graduaciónen la Universidad americana de Stanford pronunciaba, ya en 2005, un míti-co de la informática, Steve Jobs, fundador de Apple y de Pixar. Entreanécdotas más o menos simpáticas, relato realista de las duras condicionesde vida que le obligaron a aguzar el ingenio, y parábolas más o menos úti-les para los graduandos, Jobs, dijo:

«Tengo el honor de estar hoy aquí presente en la ceremonia de gra-duación de una de las más prestigiosas universidades del mundo (...).Abandoné los estudios en Reed College después de los primeros 6meses, pero luego permanecí como oyente por otros 18 meses aproxi-madamente antes de dejarlos completamente (...) pero seguí comooyente en aquellas materias que me parecían interesantes».

La conclusión es obvia: es necesaria la formación y quienes la valoranprocuran por todos los medios obtenerla y es esa formación la que, en bue-na medida, garantiza un buen servicio a la sociedad. El periodista bien for-mado y seguidor de las normas éticas que definen su profesión es unagarantía del mejor servicio a quienes esperan de los medios no sólo la ver-dad de lo que ocurre –hechos– sino orientaciones nacidas de la buena fe dequien honradamente comenta esos hechos ciertos.

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1. ASPECTOS ÉTICO-JURÍDICOS DE LA INFORMACIÓN

La información –afirma Desantes– es objeto de un derecho «que descri-bió por primera vez la Declaración de Derechos Humanos de la Organizaciónde las Naciones Unidas, en su artículo 19, y que el Decreto Cum Mirifica delConcilio Vaticano II nominó como derecho a la información»1, y ese derechoes, a su vez, un deber para el profesional que implica valores éticos, deonto-lógicos y jurídicos, un deber que se concreta en un acto de justicia, dar al ciu-dadano su derecho a recibir información veraz.

El derecho a la información es hoy universalmente aceptado como natu-ral o propio de la persona humana, en cuanto forma parte de ese «conjunto dederechos cuya raíz está en la esencia del hombre», como razona Simon2. Elreconocimiento de tales derechos naturales o fundamentales de la personahumana es precisamente lo que da origen al Estado de Derecho. Histórica-mente sólo el Estado de Derecho ha permitido una tutela sincera de talesderechos y una reglamentación racional de su ejercicio. Y conviene recordarque un Estado de Derecho lo es solamente cuando hay una Constitución pro-mulgada que garantiza los derechos básicos, se reconoce el principio de lega-lidad y el sometimiento de la Administración a la ley y existen tribunales ver-daderamente independientes con capacidad de juzgar incluso a la Adminis-tración misma.

Lo verdaderamente definitorio del periodista, lo que constituye la esenciade su profesión es precisamente su obligación de tender a la verdad, tendencianacida de un deber general como persona de decir las cosas como son, sin ter-giversar la realidad, y de su deber como profesional de ofrecer al público,compuesto de personas individuales, la realidad, lo más fielmente posible.Como ya enunció Tomas de Aquino, los hombres están hechos para vivir ensociedad, pero sería imposible que lo hicieran si no se dijesen la verdad unosa otros3. Y Gomis apunta, por su parte, que hay que tener cuidado con la“fabricación” de hechos interesada, de tal manera que puedan llegar a ser noti-cia hechos que no han ocurrido tal y como algunas fuentes se los presentan al

1 J.M. DESANTES GUANTER, El deber profesional de informar, Fundación universitaria San Pablo CEU, Va-lencia 1988, p. 9. En su Encíclica Pacem in terris, el Papa Juan XXIII deja claro que todo hombre tienederecho a una «información objetiva».

2 R. SIMON, Moral, Herder, Barcelona 1999, p. 392.3 Cfr. M. FERNÁNDEZ AREAL, «Por la libertad en el ejercicio de la profesión. La autorregulación periodísti-ca», en Nueva Revista, num. 103, enero-febrero de 2006, pp. 75-85.

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periodista. «El derecho a las noticias –dice Gomis– es el derecho a saber loque pasa, dentro de lo que pasa, lo que interesará más a la mayoría, pero estambién el derecho a saber lo que necesitamos saber para no engañarnos»4.

La teoría clásica del acto humano nos enseña a distinguir entre los pro-piamente humanos, aquellos actos nacidos de una decisión libre, y los actosdel hombre, que son hechos por él, pero no con plena libertad. Según estareflexión certera universalmente admitida, el acto humano es solamenteaquel que nace de la voluntad libre, del que el ser humano tiene conciencia ylo hace porque quiere o no lo hace porque no quiere ponerlo.

Dentro de los actos del hombre, por el contrario, hay que encuadrar todosaquellos que le son atribuibles, pero sin que intervenga la voluntad libre. Así, enlo físico, el fluir de su sangre, su desarrollo corporal, etc. Se trata de actos mecá-nicos, no dependen de una voluntad responsable. Si la libertad es el caldo de cul-tivo de la voluntad, no se puede afirmar que el acto puesto en virtud de coacciónexterior –física o sicológica, es igual, o producto del miedo a las consecuenciasperjudiciales que se derivarían de no ponerlo–, sea en realidad un acto humano.Y la libertad es esencial para que la elaboración de mensajes informativos ver-daderos y su difusión a terceros no vicien el proceso comunicativo.

Sin actos libres no puede hablarse de responsabilidad –en el terreno éti-co, moral, deontológico– aunque, en los casos en los que el profesional de laComunicación actúa bajo presión gubernamental, coacción sicológica o ame-naza de sanciones de diverso tipo en caso de desobediencia al ilegítimo man-dato político, que niega al ciudadano su derecho –constitucionalmente reco-nocido, muchas veces– de recibir la verdad, se emplee igualmente la palabraresponsabilidad: “será Vd. responsable de lo que le pase a su empresa, o seráVd. responsable de que se cierre el periódico o la emisora o la editorial (vul-gar chantaje)”. Nada tiene que ver con el sentido de responsabilidad moralque lleva a autorregularse y autocontrolarse, en aras, precisamente de lograrun producto verdadero. Y dar así al público, sujeto receptor del mensaje,aquello a lo que tiene derecho: la verdad.

Visto desde el campo de los deberes profesionales del periodista o delcomunicador en general, solamente podremos hablar de “deberes” y de res-ponsabilidad consecuente cuando exista libertad para actuar5.

4 L. GOMIS, «La ética y el derecho a la noticia», en Estudios de Periodística, 2, Ponencias y comunicacio-nes del II Congreso de la Sociedad Española de Periodística, Barcelona 1994, pp. 30-46.

5 Cfr. M. FERNÁNDEZ AREAL, Conceptos básicos para una buena decisión, Universidad de Vigo-Diputa-ción de Pontevedra, 2000, pp. 143-148.

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Delrieux no duda en afirmar que, lejos de fundamentar los derechos y laslibertades únicamente sobre la abstención –es decir, el tradicional principioultraliberal del laissez faire, que en el campo de la comunicación social resul-taría y ha resultado ciertamente inoperante y no garantiza el derecho del ciu-dadano a recibir la verdad– son las mismas autoridades públicas quienes asu-men sus responsabilidades y toman a su cargo una parte, al menos, de losmedios materiales y financieros que aseguran el pleno ejercicio de los dere-chos y libertades

«La noción de “derecho a la información” –afirma Delrieux– correspon-de, en este ámbito específico de la información o de la comunicación, a laconcepción nueva del “Estado providencia” o “intervencionista” y de la soli-daridad internacional, progresivamente forjada después de la segunda guerramundial, o al menos parcialmente puesta en práctica, a veces incluso sinsaber o sin poder vincularla con una verdadera reflexión teórica (que ha sidobastante menos elaborada aun en el caso del derecho a la información que enel de otros conceptos de derechos y libertades) Tal noción implica tambiénderechos y obligaciones específicas para los profesionales de la información,en nombre del derecho del público a la información, al mismo tiempo que,para éste, pueden derivarse una serie de deberes»6.

Tales afirmaciones han de ser matizadas, para que puedan ser entendidasen sus justos términos. Propiamente, al Estado le incumbe efectivamenteresolver los problemas técnicos y de infraestructura que dificulten la eficaciadel proceso comunicativo, así como apartar los obstáculos a la libre circula-ción de los mensajes, pero siempre respetando tanto el derecho del ciudada-no a recibir esos mensajes –especialmente la verdad, cuando se trate dehechos– como el de los profesionales a investigar, manipular –en el mejorsentido gramatical de la palabra– los materiales informativos para elaborar elmensaje, distribuirlo y hacerlo llegar al público con garantía de respeto a esaverdad, que puede no ser la “oficial” o política. Y ahí precisamente es dondecabe hablar de autorregulación –según veremos– como preferible para todos–público y profesionales– en lugar de leyes exhaustivas que regulen casuísti-camente el ejercicio de la profesión de comunicador.

6 E. DERIEUX, «El Derecho de la Información a la luz de los derechos humanos», en Información, liber-tad y derechos humanos. La enseñanza de la Ética y del Derecho de la Información, Fundación COSOde la Comunidad Valenciana para el Desarrollo de la Comunicación y de la Sociedad, Valencia 2004,pp. 21-22.

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2. DERECHO A LA INFORMACIÓN

Claro está que –como recuerda Sánchez Cámara– el ejercicio de tododerecho está sometido a límites: «El derecho a la información, también.Cabe, pues, plantearse el problema de los límites a la libertad de información,y, en general, los límites a la libertad de expresión. El problema tiene, si nome equivoco, al menos tres dimensiones: ética, jurídica y cultural (...) Laslimitaciones jurídicas pueden descansar en razones morales, y éstas puedenaconsejar limitaciones en favor de la educación y la cultura de los menores odel conjunto de los ciudadanos. Por supuesto que las limitaciones jurídicas seimpondrán coactivamente, no así las morales y culturales. Lo cual no quieredecir que desaparezcan estas limitaciones o que sean irrelevantes. Es precisodistinguir, al menos, estos tres aspectos. Por ello, la remisión al Derecho engeneral o, en particular, al Derecho penal no resuelve el problema de cuáleshayan de ser esos límites»7.

En nuestro Derecho, el artículo 20 de la Constitución de 1978 enunciaclaramente el derecho a recibir y distribuir información como limitado porotros relativos a la persona y reconocidos en artículos concomitantes. Pero esindudable que no basta la ley para que el producto comunicativo sea siemprede la calidad deseable –veraz, respetuoso con los otros derechos naturales ofundamentales de la persona, etc.– y, por otra parte, la experiencia demuestrala eficacia de los sistemas de autorregulación en orden a sanear el procesocomunicativo, asegurar el bien público y garantizar las buenas relacionesentre profesionales y destinatarios de los mensajes, sin necesidad de acudir alos tribunales, sistema siempre más lento, caro y, a la larga, problemático.

Para Martínez Albertos, el derecho a comunicar o recibir informaciónveraz a que hace referencia el art. 20 de nuestra Constitución ha de ser inter-pretado en el sentido de “una información desarrollada técnicamente deacuerdo con los principios inspiradores del correcto comportamiento profe-sional de los periodistas, es decir, información que puede superar el test delcontrol de calidad para los productos propios de la industria cultural de nues-tro tiempo”.

Desde una óptica judicial, el Magistrado Romero Lorenza insiste en que«la veracidad se presenta no como un concepto absoluto, sino relativo. La

7 I. SÁNCHEZ CÁMARA, «Información y libertad», en Información, libertad y derechos humanos, o. c., p. 31.

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regla de la veracidad no exige que los hechos o expresiones contenidos en lainformación sean rigurosamente verdaderos. Únicamente impone un especí-fico deber de diligencia en la comprobación razonable de la realidad de taleshechos. Así, la información rectamente obtenida y difundida es digna de pro-tección, aunque su total exactitud sea discutible o se incurra en errores cir-cunstanciales que no afecten a la esencia de la información».

La verdad es que resulta muy importante hoy convencer a quienes tienenprisa por llegar los primeros en la noticia a costa de lo que sea, es decir sin elrigor ética y técnicamente necesario, y moral y jurídicamente exigibles alprofesional, de que «esa tendencia a la prisa y a la pasión por las primicias ypor las cuotas de audiencia puede dañar la reputación incluso de los grandessímbolos de la independencia y la fiabilidad en el periodismo», como afirmaEnrique Peris, corresponsal de Televisión Española en Londres8.

3. LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

Sigue siendo necesario en nuestros días que el profesional reflexione sobresu tarea y sea sincero a la hora de analizar el proceso mental por el cual llegaa considerar “acontecimiento” un hecho cualquiera con el que se encuentra ensu trabajo. ¿Es verdaderamente importante para el público aquel suceso quellega a la redacción por el procedimiento que sea, es de calidad suficiente –ypor calidad hay que entender también el respeto a la dignidad de la persona–y merece la pena su difusión, en atención al interés del público?

Es el caso de las caricaturas de personajes importantes –jefes de estado,fundadores de religiones, artistas, hombres públicos en general– o de inves-tigar, manipular –en el mejor sentido gramatical de la palabra– los materialesinformativos para elaborar el mensaje, distribuirlo y hacerlo llegar al públicocon garantía de respeto a esa verdad, que puede no ser la “oficial” o política.Y ahí precisamente es donde cabe hablar de autorregulación –según vere-mos– como preferible para todos –público y profesionales– en lugar de leyesexhaustivas que regulen casuísticamente el ejercicio de la profesión de comu-nicador.

8 J. L. MARTÍNEZ ALBERTOS, «Normas y jurisprudencia respecto a la verdad informativa»,en Estudios dePeriodística, 2, 1993, p.56. Vid. también su trabajo «La verdad comunicada: facticidad y acuración», enLa comunicación política, Universidad de Vigo-Diputación de Pontevedra, 1996, pp. 79-101.

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En nuestro Derecho, el artículo 20 de la Constitución de 1978 enunciaclaramente el derecho a recibir y distribuir información como limitado porotros relativos a la persona y reconocidos en artículos concomitantes. Peroes indudable que no basta la ley para que el producto comunicativo seasiempre de la calidad deseable –veraz, respetuoso con los otros derechosnaturales o fundamentales de la persona, etc.– y, por otra parte, la expe-riencia demuestra la eficacia de los sistemas de autorregulación en orden asanear el proceso comunicativo, asegurar el bien público y garantizar lasbuenas relaciones entre profesionales y destinatarios de los mensajes, sinnecesidad de acudir a los tribunales, sistema siempre más lento, caro y, a lalarga, problemático.

Como dejó aclarado Stuart Mill, «la razón propia de la libertad humanacomprende, primero, el dominio interno de la conciencia; exigiendo la liber-tad de conciencia en el más comprensivo de sus sentidos, libertad de pensary sentir; la más absoluta libertad de pensamiento y sentimiento, sobre todaslas materias prácticas o especulativas, científicas o morales o teológicas (...)la libertad de expresar y publicar las opiniones puede parecer que cae bajo unprincipio diferente por pertenecer a esa parte de la conducta de un individuoque se relaciona con los demás; pero teniendo casi tanta importancia como lamisma libertad de pensamiento y descansando en gran parte sobre las mismasrazones, es prácticamente inseparable de ella»9.

Un modelo de equilibrio entre el derecho natural a la información y, engeneral, a la expresión libre en todas sus facetas, por una parte, y el derechode los demás a ser respetados en su dignidad y creencias, lo que comportaunos límites racionales al ejercicio del derecho a la comunicación en sentidoamplio, lo que dará lugar a una autorregulación responsable, a un control decalidad del producto comunicativo, es la nota hecha pública por la Oficina deInformación de la Santa Sede el 4 de febrero de 2006, en relación con lasituación conflictiva planteada a nivel internacional por la publicación en undiario danés, y luego en otros de otras nacionalidades europeas, de ciertascaricaturas del profeta Mahoma, una de ellas especialmente conflictiva, porcuanto se le presentaba con una bomba en el turbante, como alusión, sinduda, al terrorismo islámico.

Dice la Oficina de Información del Vaticano:

9 J. STUART MILL, Sobre la libertad, Alianza Editorial, Madrid 1993, p. 68.

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«En respuesta a varias peticiones de aclaraciones sobre la posición dela Santa Sede ante recientes representaciones ofensivas de los sentimien-tos religiosos de personas y comunidades enteras, la Oficina de Informa-ción de la Santa Sede puede declarar:

1.- El derecho a la libertad de pensamiento y de expresión, sanciona-do por la Declaración de los derechos del Hombre, no puede implicar elderecho a ofender el sentimiento religioso de los creyentes. Este princi-pio vale obviamente para cualquier religión.

2.- La convivencia exige, además, un clima de respeto mutuo parafavorecer la paz entre los hombres y las naciones. Además, estas formasde crítica exasperada o de escarnio de los demás manifiestan una falta desensibilidad humana y pueden constituir en algunos casos una “provoca-ción inadmisible”. La lectura de la historia enseña que por este camino nose curan las heridas que existen en la vida de los pueblos.

3.- Sin embargo, hay que decir inmediatamente que las ofensas cau-sadas por un individuo o por un órgano de prensa no pueden ser imputa-das a las instituciones públicas del país correspondiente, cuyas autorida-des podrán y deberán, eventualmente, intervenir según los principios dela legislación nacional. Por lo tanto, son igualmente deplorables lasacciones violentas de protesta. La reacción ante una ofensa no puede fal-tar al verdadero espíritu de toda religión. La intolerancia real o verbal,venga de donde venga, como acción o como reacción, constituye siempreuna seria amenaza a la paz».

A la luz de esta sencilla pero clarividente Nota, será preciso concluir,teniendo en cuenta la experiencia de muchos años de búsqueda de un sistemaque garantice –hasta donde sea posible– la calidad de los productos informa-tivos, que el Derecho no es suficiente garantía, que la ley se queda estrechaen orden a prever conductas irregulares profesionalmente o menos adecuadasdesde un punto de vista ético, salvo el caso extremo de delitos tipificados enel código penal ordinario. Y es que, como recuerda Ollero, «Todo ordena-miento jurídico se autopresenta como un “mínimo” ético»10. Y aquí estamostratando de calidad, es decir, de máximos. Aun cuando, teniendo en cuenta lafragilidad humana, la jurisprudencia española se contente con que el profe-sional, en lugar de una verdad total y reflejo exacto de la realidad, alcance a

10 A. OLLERO, «De rígida norma a flácida utopía. Puenting constitucional», en Nueva Revista, num. 103,enero-febrero de 2006, pp. 10-16.

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poder ofrecer la veracidad de unos hechos, es decir, agote sus posibilidadesde ejercicio diligente de su profesión en busca de la verdad, siguiendo lo quela propia Constitución reconoce como derecho de todo ciudadano español:una información veraz.

4. LA ACTUACIÓN DE LOS JUECES

Cuando nuestra Constitución de 1978 reconoce y protege, en su art. 20,los derechos a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opi-niones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción,así como a la producción y creación literaria, artística, científica y técnica ya comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio dedifusión advierte al mismo tiempo que, como ocurre con cualquier otro dere-cho, éste tiene un contorno propio que, al delimitarlo, señala sus posiblesderechos contradictorios, es decir, otros derechos igualmente naturales, pro-pios de todo ser humano por ser persona, que es preciso respetar en recono-cimiento de que “los otros” tienen una personalidad igualmente protegidajurídicamente. Lo que no puede hacer la constitución, ni ninguna ley de des-arrollo de sus preceptos, es prever casuísticamente todos los casos de con-flicto posibles entre unos y otros derechos. Esa una cuestión dejada al juez,que es quien –siguiendo a D´Ors– dirá quién tiene razón, proclamará el dere-cho y por eso, según él, es Derecho aquello que declaran los jueces quienes,por supuesto, han de ajustarse a la ley vigente.

Sin embargo, la gran ventaja de la autorregulación es que suple las caren-cias del ordenamiento jurídico, en el sentido de prever situaciones y decisio-nes que éticamente no son tolerables, que producen descrédito para la profe-sión misma, y, consiguientemente, hay que evitarlas y, en caso de producir-se, tendrán una sanción determinada en el seno de la profesión y aun frente aterceros, aun cuando el ordenamiento jurídico no las considere ilícitas. Si porcomunicación social o comunicación de masas o colectiva entendemos hoyla que se produce por la difusión de mensajes desde un sujeto promotor a unpúblico más o menos amplio, cabe afirmar igualmente que existen unos prin-cipios morales útiles para modelar la conducta humana en orden a la propiaperfección y a la vida en sociedad, y unos principios deontológicos que supo-nen la aplicación de aquellos generales a la conducta profesional propia decada uno, y, por tanto, no son los mismos para un médico, por ejemplo, que

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para un periodista o un agente de viajes, aunque la base sea común. Puesbien, admitido esto, ¿cuáles son los principios éticos, morales y deontológi-cos que han de guiar la conducta del profesional de la Comunicación para quelos productos obtenidos, fruto de su trabajo, tengan la calidad moral exigibleen orden al bien común?

El Pontificio Consejo para las Comunicaciones insiste por su parte en elprincipio de veracidad, «puesto que la verdad es siempre esencial a la liber-tad individual y a la comunión auténtica entre las personas»11. El deber deveracidad es de carácter ético, pero lo es igualmente de carácter jurídico por-que, por ejemplo, en nuestra Ley General de Publicidad de 1988, art. 3º, seprohíbe la publicidad engañosa y en el 4º se tipifica como tal aquella publi-cidad que «de cualquier manera, incluida su presentación, induce o puedeinducir a error a sus destinatarios, pudiendo afectar a su comportamiento eco-nómico o perjudicar o ser capaz de perjudicar a un competidor». Y todo ellopor una razón que conviene no olvidar: el Derecho, si es tal y no mero con-junto o compilación de normas más o menos justas, más o menos arbitrarias,el Derecho como forma de vida social, que traduce un punto de vista sobre laJusticia, delimitando las esferas de lo justo y de lo injusto, de lo lícito y de loprohibido, tal y como lo explicaba en sus lecciones de cátedra el profesorLegaz Lacambra, tiene su fundamento en la Moral, su fuente originaria es laley natural, si bien, a lo largo de los siglos, la percepción de esa ley haya sidodistinta según las características, cultura, etc. de los seres humanos, lo queexplica, por ejemplo, la diferencia de criterio entre europeos y ciudadanos depaíses con mentalidad fundamentalista12.

Es general, sin embargo, la aceptación de que los principios de respeto ala verdad y a la dignidad y libertad de todo ser humano son de aplicación uni-versal y constituyen la base del comportamiento ético necesario de cualquierprofesional de la Comunicación en cualquier país. Sin respeto a la verdad, esmás, sin la búsqueda sincera de la verdad y sin amor por la libertad y respe-to a los demás en consideración a su dignidad como persona, la Comunica-

11 Ética en las comunicaciones sociales, documento hecho público el 4 de junio de 2000, año jubilar, conmotivo del jubileo de los periodistas.

12 L. LEGAZ LACAMBRA, Apuntes de la cátedra de Filosofía del Derecho. Notas recogidas por M. Fernán-dez Areal en 1952. Por su parte, Joseph Ratzinger recuerda que los Estados «siempre deberán tener or-denamientos jurídicos y normas legales», que serían vanos «si no incluyeran una inspiración interna; silas personas no reconocieran desde dentro esa reivindicación esencial para su vida, transformando asílos ordenamientos jurídicos de meras reglas externas de conducta en una forma justa de convivencia»(Dios y el mundo. Una conversación con Peter Seewald, Galaxia Gutemberg, 2005, p. 154).

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ción social se convertiría en algo distinto a comunicación. Es lo que advierteel Consejo Pontificio citado cuando alerta de que es preciso “estar siempre afavor de la libertad”, pero que «se dan casos obvios en los que no existe nin-gún derecho a comunicar, por ejemplo, el de la difamación y la calumnia, elde los mensajes que pretenden fomentar el odio y el conflicto entre las per-sonas y los grupos, la obscenidad y la pornografía, y las descripciones mor-bosas de la violencia. Es evidente también que la libre expresión debería ate-nerse siempre a principios como la verdad, la honradez y el respeto a la vidaprivada».

Claro está que se está haciendo referencia a deberes y derechos de carác-ter ético y que, en ocasiones, pueden entrar en conflicto con derechos y debe-res legalmente correctos, legítimos según el ordenamiento jurídico de un paísdeterminado o, por el contrario, ilegales según ese ordenamiento positivo.¿Qué pasa entonces?

5. DERECHO Y MORAL

Para Legaz, el derecho básico, podríamos decir el más fundamental de losfundamentales, es «el derecho a ser reconocido siempre como persona huma-na»13. La vida de la persona transcurre «en relación con otras personas, peroen esta relación debe respetar –y puede exigir que los demás respeten en ella–lo que es “suyo”, a saber, su misma condición de persona, que a su vez esinseparable del reconocimiento de una esfera de libertad y de unas exigenciasbásicas de “dignidad” en su modo de estar en el mundo»14.

Es evidente que “lo suyo” del público, o mejor de quienes, personas dignasde respeto a su dignidad humana, componen el público, más o menos amplio,

13 L. LEGAZ LACAMBRA, «La noción jurídica de la persona humana y de los derechos del hombre», en Re-vista de Estudios Políticos, XXXV, 1951, p. 44. Para Castán Tobeñas.(cfr. Los derechos del hombre,Reus, Madrid 1976, p. 9), la frase “derechos del hombre” es muy poco significativa y lleva consigo unaredundancia, porque entre todos los derechos son humanos, sin embargo, podría decirse que hay un gru-po de derechos diferenciados de los demás y que son humanos por antonomasia.

14 Apuntes citados, y artículo titulado Derecho Natural, en GER, tomo VII, Rialp, Madrid 1972, p. 495.Ya Cicerón advirtió en De República III, desde una perspectiva puramente filosófica y gracias a su graninteligencia y capacidad de razonamiento, que quien no obedece a la ley natural «por el mismo hechode despreciar la naturaleza del hombre, sufrirá los peores castigos» (se refiere a los que en su propia na-turaleza pueda experimentar por falta de realismo y por su degradación, claro está).

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pero no masa indiferenciada y sin derechos, es información veraz y mensajesque cumplan los requisitos indicados, Hasta tal punto que son muchos los queopinan que, en el campo concreto de la comunicación informativa, un mensa-je distribuido en forma de noticia, si es falso, si no responde a la realidad, espe-cialmente si es elaborado con intención de engañar, no es una noticia.

Si bien se mira, todo cuanto alguien puede comunicar ha de proceder ode su mundo interior (ideas) o de su mundo exterior (hechos) y por eso esnecesario distinguir entre la transmisión o comunicación de ideas, por unaparte, y la de hechos –información– por otra. Si la transmisión de hechos noes veraz, no se realiza con intención de contar la verdad y la noticia no con-tiene hechos verdaderos, se habrá producido comunicación en sentido amplioentre el sujeto promotor del mensaje y el sujeto receptor del mismo, pero nohabrá habido propiamente información, luego la noticia deja de serlo paraconvertirse en un cuento, un rumor, un bulo, lo que se quiera, menos una noti-cia, por faltarle el elemento indispensable, definitorio: la veracidad.

En 1987, el Papa Juan Pablo II visitaba la meca del cine norteamericano.Era la primera vez en la historia que un Papa entraba en Hollywood. Con talmotivo, pronunció un Discurso dirigido a las personalidades del mundoempresarial que trabajan en el campo de las comunicaciones sociales en Esta-dos Unidos. Y les dijo:

«Es un hecho que vuestras menores decisiones pueden tener unimpacto mundial... Todos los medios de cultura popular que vosotrosrepresentáis pueden construir o destruir, elevar o bajar. Vosotros tenéisilimitadas posibilidades para el bien y poderosas posibilidades de des-trucción... La obligación para con la verdad y su plenitud se aplica nosólo a la difusión de noticias, sino a todo vuestro trabajo...Vuestra indus-tria no sólo habla a la gente y para la gente, hace también posible lacomunicación de unos con otros... Os pido que elijáis el bien común. Esosignifica honrar la dignidad de cada ser humano».

Un periodista consciente de la dignidad de su profesión y de la trascenden-cia de su papel como informador, que ha de buscar siempre la verdad, com-prenderá la necesidad de la autorregulación y el autocontrol y estará dispuestoa rectificar voluntariamente cuando se haya equivocado; pero, por supuesto,evitará ciertas prácticas consideradas por algunos como habilidades profesio-nales, que no son sino trapacerías indignas de un profesional de categoría.

Al mismo tiempo, se mantendrá firme en la defensa de su libertad, nece-saria para poder informar con verdad. Porque la libertad es presupuesto nece-

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sario, indispensable, para poder ejercer dignamente la profesión en beneficiode los ciudadanos que, de alguna manera, digamos que depositan su confian-za en quienes a ella se dedican. De la misma manera que todos tenemos dere-cho a la salud, pero cuando estamos enfermos llamamos al médico y no acualquier amigo, por muy amigo que sea, pero que no sabe Medicina, paraobtener información veraz, para estar enterados de lo que pasa, acudimos alos medios de comunicación, elaborados por profesionales que viven de bus-car, elaborar y ofrecer información, comentar las noticias, etc. «Nuestro com-promiso –decía un veterano periodista americano– es evidente: pertenecemosal público. No existe ningún otro argumento que pueda justificar el amparoconstitucional de que gozamos»15.

6. CONTROL DE CALIDAD

Es del todo necesario dejar sentada la diferencia y oposición entre elautocontrol –que hace referencia a la calidad, en realidad un control de cali-dad– y la censura e incluso la autocensura, que no son más que un impedi-mento para que funcione normalmente el proceso comunicativo.

No cabe aducir, en defensa de la autocensura, que se trata –al igual queen la autorregulación– de una actitud voluntaria; el profesional, a quien se leamonesta o conmina u ordena que no haga públicas determinadas noticias olo haga de determinada manera o que –lo cual es más vejatorio todavía–suministre como información lo que no pasa de propaganda política o ideo-lógica –las llamadas consignas, por ejemplo, vigentes durante buena parte delrégimen de censura previa de los cuarenta años de gobierno de Franco– noactúa libremente sino coaccionado.

Entiende Sinova que la censura es «una interrupción o una limitación delproceso comunicativo de carácter ilegítimo». Y la define como «toda acciónque trata de impedir que lleguen a los públicos mensajes ajenos que los públi-cos tienen derecho a conocer»16.

15 L. HILLS, en J. MERRILL-R.D. BARNEY (eds.), La prensa y la ética, Editorial Universitaria de Buenos Ai-res (Argentina), 1981, p. 109.

16 J. SINOVA, «Precisiones para un concepto de censura», en Las libertades informativas en el mundo ac-tual, Actas del Congreso conmemorativo del 25 aniversario de la Facultad de Ciencias de la Informa-ción, Universidad Complutense de Madrid, 1999, pp. 218- 222.

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Se trata de una acción ajena al proceso sociológico de comunicación y daigual que esa acción-presión se ejerza directamente sobre el mensaje infor-mativo o cualquier otra modalidad de producto comunicativo, o de modoindirecto sobre el profesional para que sea él mismo el que se censure. Estaúltima maquiavélica fórmula –bajo el nombre de censura delegada, que con-vertía al director del medio en censor de sí mismo, responsable ante el Minis-terio de cualquier descuido o infracción o incumplimiento de las consignas–fue empleada por los ministros de Información de la España de Franco en loque entonces se denominaba “provincias”, mientras en Madrid y Barcelonael Ministerio disponía de personal suficiente para leer todas las galeradas delcontenido del diario de cada día con antelación a su inserción en página. Elsistema cambió, aunque no radicalmente, con la promulgación de la ley dePrensa de 1966, que, sin embargo, introdujo la figura análoga de la llamada“consulta voluntaria”, definida así por la propia ley:

«Artículo tercero.- De la censura.- La Administración no podrá apli-car la censura previa ni exigir la consulta obligatoria , salvo en los esta-dos de excepción y de guerra expresamente previstos en las leyes.

»Artículo cuarto.- Consulta voluntaria.- Uno. La Administraciónpodrá ser consultada sobre el contenido de toda clase de impresos porcualquier persona que pudiera resultar responsable de su difusión. La res-puesta aprobatoria o el silencio de la Administración eximirán de respon-sabilidad ante la misma por la difusión del impreso sometido a consulta».

7. EN TODAS PARTES CUECEN HABAS

Por otra parte, al amparo de la ley de defensa de la República y de larepresión del intento de golpe de estado del general Sanjurjo el 10 de agos-to de 1932 y aún en otras ocasiones posteriores, el gobierno republicanohabía hecho gala de manejar un concepto un tanto peculiar de libertad dePrensa. Es de recordar, por ejemplo, que Miguel de Unamuno y un grupode diputados moderados, hartos de tanta arbitrariedad y dureza poco demo-cráticas, se dirigirían a las Cortes en febrero de 1932 pidiendo que se vol-viera a declarar la vigencia de la ley de Prensa monárquica de 1833. Aza-ña replicaría que el régimen de prensa era «de absoluta libertad. Todo elmundo puede decir lo que quiera, siempre que no ataque a la República enlos actos definidos por la ley», una fórmula que –al decir de Payne– la

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mayoría de las dictaduras hubieran estado dispuestas a suscribir, por esoconsidera que «Azaña se parecía más a Salazar en Lisboa que al jefe degobierno de un régimen democrático en Madrid». Posteriormente, el 9 demarzo, Lerroux, Unamuno y otros instaron al gobierno a que al menos nosuspendiera de modo arbitrario a aquellos periódicos que no hubieran sidoobjeto de condena debido a la existencia de pruebas judiciales específicas,como venía siendo habitual. Azaña admitió que este último poder era“extraordinario”, pero, como siempre culpó al anterior régimen de todoslos excesos del gobierno, la excusa habitual del gobierno español hasta laConstitución de 1978. El gobierno, exclamó, sólo estaba defendiendo lalibertad, añadiendo su tan citada y desdeñosa frase: «Ladran, luego cabal-gamos». Era esta la clase de gesto que había llevado a Mussolini a decla-rar en una ocasión, con su acostumbrada extravagancia, que, en España, loúnico similar al fascismo era Azaña, debido a su firme liderazgo. La com-paración de la coerción del nuevo Estado republicano con el del fascismoitaliano se repitió en otras ocasiones, sobre todo por parte de la oposicióncatólica durante 1931-1932.

Todo lo cual serviría de argumento firmísimo a quienes elaboraron la leySerrano Suñer (fundamentalmente Jiménez Arnau, según el propio ministro)para creer fielmente, y actuar en consecuencia, que era entonces, al estable-cer la censura previa y el control absoluto de los medios desde el gobierno,cuando verdaderamente se podía empezar a hablar de “libertad de Prensa”.Más tarde, sin embargo, y con aparente total sinceridad –hay que reconocer-lo– el propio Serrano Suñer reconocerá su acción totalizadora en materia dePrensa, justificándola de esta manera: «Desde hace treinta años, España veníafuncionando en un régimen de opinión oficial única y monologal (fuimosautoritarios –y durante un tiempo tuvimos razones de necesidad para serlo–sería cínico y deshonesto negarlo) que se traducía frecuentemente en monó-tonos “slogans” publicitarios. Poco a poco se fue creando la conciencia deque tal situación era insana al hacerse demasiado prolongada»17.

Sin embargo, cuando los diarios suprimidos por el gobierno de la Repú-blica vuelven a ver la luz, sus editoriales y su talante general son muestra cla-ra de la diferencia entre una libertad entendida al modo más o menos demo-crático y otro totalitario.

17 Artículo en ABC, 28-I-1967.

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8. NO BASTAN LOS JUECES

Aun estando de acuerdo en principio con Muñoz Machado, pienso quehemos de ir más allá de sus propuestas. No basta con dejar en manos de los jue-ces los problemas que puedan plantearse por roces o enfrentamientos o pertur-baciones claras del orden social derivados de ataques reales de los profesiona-les del Periodismo a personas o a instituciones, por no informar con verdad opor supuestas injurias achacadas por la excesiva susceptibilidad o la mala fe departiculares que tratan de aprovecharse de la posibilidad de airear su caso o supersona en los medios. Hay casos claros en los que ha de intervenir la Justicia,Hay otros en los que es preferible y más rápido evitar la actuación de los jue-ces, sometiéndose al dictamen de órganos de control profesional, con partici-pación de juristas de prestigio, tal y como actúan publicitarios españoles some-tidos a su Jurado de ética, que tan buenos resultados ha ido logrando, y comoestá empezando a demostrar en orden a su eficacia –un primer paso– la recien-te Comisión de Quejas de la FAPE. Dice Muñoz Machado:

«(...) algunos poderes públicos han empezado a pensar que los juecesy los tribunales no están sirviendo para poner orden en un panoramainformativo (se refieren al de la televisión, en particular) en el que se rei-teran las demostraciones de impudicia y mal gusto que repercuten sobrela tranquilidad familiar y la educación de los televidentes. Y he aquí quequienes creen que el sistema judicial ha entrado en crisis y no sirve paraequilibrar debidamente la libertad de información y los demás derechosde los ciudadanos están pretendiendo que los contenidos de las informa-ciones que difunden los medios de comunicación, especialmente las tele-visiones y las radios, sean controlados por autoridades administrativas dediverso carácter. Se llegará, si así se hiciese, a trazar la última línea de uncírculo extremadamente vicioso: la lucha por la libertad de informaciónha consistido siempre en la independencia de los medios de comunica-ción de los poderes públicos, evitando cualquier interferencia, las censu-ras previas, o las acciones represivas, emprendidas por el Ejecutivo, quepuedan condicionar dicha libertad. Por esta razón, también los conflictosentre aquella libertad y los derechos de los demás se sometieron a árbi-tros independientes: los jueces y los tribunales.

»Trasladar la responsabilidad de este delicadísimo equilibrio a órganosde naturaleza administrativa, aunque se llamen consejos o autoridades inde-pendientes, sería una catástrofe para una libertad de información que no sólo

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es un derecho individual, sino una institución básica para la preservación delos valores democráticos y la formación de la opinión pública libre»18.

Y, sin embargo, no basta. Hay que evitar, sí, la vuelta a la ingerencia dela Administración en el proceso comunicativo, que lo envicia y lo envilece.Pero es preferible garantizar, hasta donde sea posible, un sistema autorregu-lador y autocontrolador que defienda la dignidad del profesional y proteja alpúblico. En tal sentido, vale la pena recordar que ya en el siglo XIX, losperiodistas españoles que fundaron la Asociación de la Prensa de Madrid sin-tieron la necesidad de ese órgano y fueron capaces, al fin, a principios delXX, de crearlo, como nos cuenta Víctor Olmos, historiador de la Asociación.

En el diario El Imparcial, de 5 de diciembre de 1916, se publica una car-ta de Miguel Moya, presidente de la Asociación de la Prensa madrileña, en laque, como recoge Olmos, se pregunta el periodista lo siguiente: «¿Tan difíciles encontrar en el periodismo madrileño cinco personas que, por su historia,por su autoridad, por su rectitud, por sus prestigios, sean garantía de quesabrán dictar siempre en justicia fallos respetables y respetados?...».

«Las ardorosas palabras de Moya, que reproducen íntegramente losperiódicos de la capital, constituyen el clarín a cuya llamada acuden todoslos periodistas, todos los periódicos y todos los escritores que viven enMadrid, que se apresuran a enviar a la Asociación de la Prensa más dequinientas adhesiones.

»En una Asamblea, celebrada en enero de 1917, en la sede de la APM(Asociación de la Prensa de Madrid), a la que acuden representantes de untotal de 14 periódicos y cuatro agencias de noticias, se presenta una candi-datura de las cinco personas que compondrán el primer tribunal de honor,que es aceptada por 363 de los 383 votos emitidos... Estos cinco periodistas,que se renovarán cada dos años y serán siempre miembros de las APM,podrán “intervenir en todas las cuestiones que se le propongan por individuosde la Asociación de la Prensa o ajenos a la misma, siempre que en el asuntode que se trate sea parte un periodista”, y actuarán como “mandatarios de laAsociación de la Prensa a quienes se ha encomendado la salvaguardia delhonor, del decoro, de la dignidad y del prestigio profesionales”»19.

18 S. MUÑOZ MACHADO, «Libertad de información versus honor e intimidad de las personas. ¿Crisis del sis-tema de resolución de conflictos?, en Informe anual de la profesión periodística 2006, Asociación de laPrensa de Madrid, pp. 55-58.

19 V. OLMOS, La casa de los periodistas. Asociación de la Prensa de Madrid (1885-1950), APM, Madrid2006, pp. 213.214.

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9. UN TÍMIDO PASO ADELANTE

La FAPE (Federación de Asociaciones de la Prensa de España) ha dadoun primer paso con la creación de su Consejo Deontológico. Decisión dura-mente censurada por algunos directores de diarios que estimaron se tratabade un peligroso precedente en un camino de vuelta atrás, de regreso a unaposible censura previa. Una vez más, se confundía autorregulación, autocon-trol, control de calidad, compromiso con uno mismo y con la sociedad, conautocensura inducida por presiones gubernamentales.

Los periodistas españoles –la FAPE agrupa a una considerable mayoríade los que ejercen la profesión en España de manera habitual, comprendien-do también a los que pertenecen al Col.legi de periodistes de Catalunya, inte-grado en la FAPE– tenían ya su Código ético, aprobado en la AsambleaGeneral de Asociaciones de la Prensa celebrada en Sevilla en 1993. Perocarecía de órgano adecuado encargado de velar por la observancia de eseCódigo en el seno de la agrupación de profesionales más importante del país.

En la Asamblea General de Almería de 2004, la FAPE aprobó el Conse-jo Deontológico, cuyo primer Presidente es el periodista y catedrático deUniversidad, ex-presidente del Senado, Antonio Fontán. Compuesto por docemiembros más, hay que decir que enseguida entró en funciones y que, hastaahora y a pesar de la repulsa inicial en algunos medios y por consiguiente desu escaso ámbito de actuación o, por mejor decir, de su casi nula fuerza deobligar en cuanto al acatamiento de sus Resoluciones, éstas han sido cierta-mente acertadas.

Hasta el momento de redactar este trabajo, la Comisión ha emanado nue-ve luminosas Resoluciones en defensa de la profesionalidad y garantía deveracidad y por tanto en beneficio de todos los ciudadanos.

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