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LA CIUDAD DE JUAN BRAV O PO R JOSE MARIA AGUIRRE Y ESCALANTE _ Del libro póstumo De Castella Ve- tula (Hojas de un libro de viajes) . Santander, 1915, pp . 237-256. Serpeando el tren por las inmensas sinuosidades pedrego- sas de la vertiente nortera del Guadarrama, antes de corona r aquella fría dentellada titánica que forma el puerto para bajar , medio despeñado, por los derroteros de la Nueva Castilla, v a descubriendo unas lontananzas hondísimas cerradas al sur po r las calcáreas cresterías de la sierra, y al norte por el cortinaj e intangible de la distancia en las llanas lejanías . Agachándose para soterrarse en las trincheras, y alzándos e en los terraplenes para atalayar su derrota, va sorteando traba- josamente los gigantescos relieves de aquel terreno empederní - do . Ya quedaron atrás aquellos inmensos tapices de pinare s que cubren las navas arenosas y entrevelan con los valladare s negruzcos de sus frondas perennes la vista de los muros de l a famosa Olmedo y el encantador castillo de la milenaria Coca . Y van mostrando las agrisadas lejanías, las tierras, eriales y yertas, donde arbola su ingente arquitectura aquel desamparad o real palaciote de Riofrío . De gran distancia viene guiándose el tren por una torre es- belta que en la altura de un cerro aterciopelado por la vegeta- ción derramada por sus laderas parece llamarle para que s e acoja a sus linderos y no se descamine en aquellas quebradas . Y el tren, dócil al llamamiento, va buscando el camino más an- dadero para ganarlos, y al cabo de no pocas vueltas y fatigas, llevonos a rendir la jornada en un arrabal apartado de la ciu- dad de Segovia . 143

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LA CIUDAD DE JUAN BRAV OPO R

JOSE MARIA AGUIRRE Y ESCALANTE _

Del libro póstumo De Castella Ve-tula (Hojas de un libro de viajes).Santander, 1915, pp. 237-256.

Serpeando el tren por las inmensas sinuosidades pedrego-sas de la vertiente nortera del Guadarrama, antes de corona raquella fría dentellada titánica que forma el puerto para bajar ,medio despeñado, por los derroteros de la Nueva Castilla, v adescubriendo unas lontananzas hondísimas cerradas al sur po rlas calcáreas cresterías de la sierra, y al norte por el cortinaj eintangible de la distancia en las llanas lejanías .

Agachándose para soterrarse en las trincheras, y alzándos een los terraplenes para atalayar su derrota, va sorteando traba-josamente los gigantescos relieves de aquel terreno empederní -do. Ya quedaron atrás aquellos inmensos tapices de pinaresque cubren las navas arenosas y entrevelan con los valladare snegruzcos de sus frondas perennes la vista de los muros de l afamosa Olmedo y el encantador castillo de la milenaria Coca .Y van mostrando las agrisadas lejanías, las tierras, eriales yyertas, donde arbola su ingente arquitectura aquel desamparad oreal palaciote de Riofrío .

De gran distancia viene guiándose el tren por una torre es-belta que en la altura de un cerro aterciopelado por la vegeta-ción derramada por sus laderas parece llamarle para que seacoja a sus linderos y no se descamine en aquellas quebradas .Y el tren, dócil al llamamiento, va buscando el camino más an-dadero para ganarlos, y al cabo de no pocas vueltas y fatigas,llevonos a rendir la jornada en un arrabal apartado de la ciu-dad de Segovia.

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Hemos llegado en nuestro peregrinar por la España vieja ,monumental e histórica, a los umbrales de un claro solar casfe-llano, y hemos saludado con callado fervor las altas diadema sde la 'insigne Segovia .

Enamorado de la España vieja, llego a estas vetustas ciu-dades, que duermen en el polvo del olvido, agobiadas bajo e lpeso de sus blasones, a librar el aticismo de sus arcaicas gala-nuras artísticas, a sentir la poética oleada que emerge de la sgrandezas caídas, y a leer en sus páginas de piedra denegrid alas viejas enseñanzas de la historia .

Segovia, hoy despoblada, fué una ciudad prócer, industrio-sa y rica; aún nos lo dice aquel ingente perímetro de revueltascalles enhebradas unas al cabo de otras y todas largas, que sí-guió nuestro coche desde el arrabal a la plaza en que encontra-mos hospedaje. Las calles son largas, pero avaras de edificios ,los cuales asiéntanse en ellas holgadísímamente: o no se esca-timó terreno al edificarlos o la ruina abrió claros en ellas.

A Segovia víenele ancho el ropaje de su caserío, y es natu-ral teniendo en cuenta que en tiempos de Felipe III, ya iniciad asu decadencia, aún tenía más de treinta mil obreros ocupado sen la industria de cardar lanas . Todo aquel florecimiento indus-trioso se hundió sín dejar vestigios ; ejemplo y aviso a las ciu-dades modernamente ensalzadas por los vaivenes de la fortuna,que miran con desprecio, en vez de con veneración, a esta sotras moribundas que fueron tanto como ellas en tiempos másdifíciles, y que emplearon sus provechos positivos en obras deinmortal grandeza artística, perdurable blasón de pasado sesplendores .

Después de almorzar en una fonda ocupada militarmente,pues, fuera de nosotros, todos sus moradores eran alumnos d eArtillería o aspirantes a serlo, y donde sólo se hablaba de exá-menes por tener lugar a la sazón los de la Academia, salimos acallejear por la ciudad de Juan Bravo con la mente llena de re -cuerdos, alimentados y fortalecidos desde Avila, de aquella brev eepopeya de las Comunidades de Castilla .

Abrese el portal de la fonda en los porches de una plaz agrande, desornada y sín terminar, y frente por frente, dionos e nlos ojos, según desembocamos en ella, la masa ingente de la se -

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COLLECTANEA HISTORICA

gunda creación magnífica del genial maestro trasmerano Jua nGíl de Hontañón, continuada por su hijo Rodrigo. Ambos alconcebirla y ejecutarla, mantuviéronse firmes en las manera sojívales en tiempos en que ya eran tratadas de bárbaras por losenamorados del clasicismo renacíente; dándose el caso rarísim ode que al llegar Rodrigo a encargarse de aquel legado artístic ode su padre, olvidase de las lecciones de su maestro Herrera ,con el cual había trabajado en el Escorial, para seguir fiel yrespetuosamente la obra con arreglo a las líneas que le dictabala fuerza de la sangre .

La obra, en su larga gestación, a pesar del riesgo que l atraía tanta mudanza de directores, atravesó todo el períod opseudo-clásico sin contaminarse de sus arideces, fiel, en sus lí-neas generales, a un estilo que pasaba ya por muerto, y sólo enlas portadas y en la cúpula alcanzáronla las salpicaduras delgusto ambiente. No fué menuda la que le alcanzó en el cerra-miento del crucero, obra emprendida en los últimos años delrey Felipe III, cuando muertos ya los Gíl de Hontañón y tod aaquella clarísima pleyade de artífices que alcanzaron las postre -ras gallardías del arte ojival y españolizaron el Renacimiento ,ya no se encontró quien coronara aquella obra rematándola co narreglo a sus líneas matrices . Echose mano, para salir del paso ,del vizcaíno Mugaguren que la cerró, según el uso de la época ,con una medía naranja greco-romana .

IAy, Juan de Vallejo, poeta del buril, engendrador del asom -broso cimborrio de la catedral burgalesa; con qué espléndid acorona hubieras terminado la obra de los Gíl de HontañónI

Contemplando el ábside complicado y gallardísímo, co nque consumó Rodrigo Gil el alzado de la obra de su padre, lle-vamos empantanados en la plaza gran pieza de tiempo, echand ode menos, en la hermosa y riente obra de los artífices montañe-ses, aquella grandiosidad de ornamentación profusa y galana ,aquel alarde de iconografía ornamental con que cubrieron la sportadas de la catedral salmantina, y que traíamos reciente sgrabados en la memoria .

Alzose este templo en sustitución de la vieja basílica bizan-tina que arruinaron los comuneros utilizándola militarmentepara expugnar el alcázar, a la vera del cual se asentaba, cuand o

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JosE DIARIA AouIRRE

éste se mantenía adicto al cardenal flamenco, gobernando suguarnición Diego de Cabrera . Imposible es hablar de Segoviasin evocar la guerra de las Comunidades; es acaso la ciuda dcomunera que con más tesón y encarnizamiento se batió e naquella desdichada epopeya en que fueron tajados a cercén lo sfueros castellanos conquistados por los municipios a costa d eríos de sangre y de siglos de sufrimiento . Sí hubiera habido to-davía en la península murallas moras que asaltar nadie hubies eosado poner la mano sobre las franquicias de las municipa-lidades .

Ambulando al azar por las angosturas de aquellas calles ,mudos testigos de la lid sangrienta y del encarnizamiento fratri-cida de las pasiones desbordadas al amparo de una noble idea ,hemos parado frente a la casa del caudillo segovíano Juan Bra-vo, y hemos repetido, con religioso respeto, el lacónico elogi oque ante su cadáver hizo su compañero de infortunio Juan d ePadilla en el' cadalso : «Ahí estáis vos, buen caballerol» . . .

El recuerdo del buen caballero, bravo de alma y de apellido,que s - ncaró con quien pregonaba su muerte por traidor di-cíéndole que mentían él y quien se lo mandó decir, resplandecíaen nuestra charla orlado con la deslumbradora aureola de s uheroísmo espartano. Y comparando a este defensor de las vie-jas libertades castellanas con otro tenido por defensor de la smodernas del siglo xlx, endiosado por el vulgo, que le glorific óal son de un himno, iqué gigantesco relieve tomaba la figurabadel vencido en Víllalar, muriendo a sangre fría por los ideale sde su pueblo, desmintiendo al pregón que le llamaba traidor,sin solicitar la gracia de la vida de aquéllos a quienes combati ópor el hierro y por el fuego, conforme con su morir gallardo ,pero no con que le llamaran traidor? iY cómo se empequeñecíajunto a ella la de aquel otro caudillo de la libertad que muri óbesando los píes del mismo a quien llamó tirano, desfallecido ylloroso, retractándose de sus ideales políticosl Digna víctima d etal tirano, como digno fué Juan Bravo de batirse con las hues-tes de Carlos V .

Los ecos militares de unos clarines, alegrando la muert asoledad de las calles, y un retumbar lejano de fuegos de artille-ría, avivaban los recuerdos históricos que traíamos en lenguas .

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. •OLLECTANEA HISTORIC A

Los alumnos artilleros se adiestraban en prácticas de tiro, y l avoz de los cañones, al romper el silencio de las calles despobla-das, despertaban los ecos heroicos de la ciudad comunera . Re-membraba la tenacidad y el rigor del alcalde Ronquillo al ase -diaria erizando de horcas las cercanías de su campamento, nun-cio temeroso de sangrientas venganzas a los que acudían co nvíveres a sostener a la ciudad hambrienta ; remembraba la suert ede la ciudad de los mercaderes, la infortunada Medina, destruí -da por el implacable Ronquíllo por negarse a entregar la artille-ría con que se trataba de cañonear a Segovia, y remembrab aaquella conmovedora epístola que los segovianos agradecido sdirigieron a los medínenses diciéndoles, a vuelta de otras cosas :«No peleasteis como mercaderes, sino como capitanes ; no comodesapercibidos, sino como desafiados ; no como hombres flacos ,sino como leones fuertes . Y, pues sois cuerdos, dad gracias aDios de la quema, pues fué ocasión de alcanzar tanta victoria . . .Todos nosotros, por cada uno de vosotros, juramos, a ley decristianos, perder las haciendas e aventurar las vidas ; y lo que

. menos es que todos los vecinos de T4.edína libremente se apro-vechen de los pinares de Segovia, porque no puede ser cosa má sjusta que, pues Medina fué ocasión que no se destruyese con l aartillería Segovia, que Segovia dé sus pinares con que se repa-re Medina» .

No podreis huir de estas remembranzas épicas quienes vi-siteis la Segovia monumental con la atención que se merece .

En la urdimbre de sus calles arcaicas hemos leído un azu-lejo que apellida a una de ellas calle de la Muerte y la Vída . Unviejo paisano, enjuto y negro, vestido con los arreos pintores-cos de la tierra y con trazas de labrador acomodado, que cru-zaba la calle, se ha puesto a mi vera, y sin yo interrogarle, n iaun con los ojos siquiera, nos ha desentrañado la leyenda de lazulejo. En medio de aquella calle angosta y tortuosa, y a l asazón solitaria, hemos hecho corro en derredor del viejo paisa-no que comenzó su relación erudita después de ofrecer tabaco atodo el auditorio . ¡Cuánto siente el cronista verse imposibilitado ,por flaquezas de la memoria, de estereotipar aquí su charla en -cantadora, con su sintaxis pintoresca y su léxico castizo y ro -tundo? La sustancia del caso es la siguiente : al estallar la índig-

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nación popular contra la política flamenca, cometiéronse lo seternos desmanes sangrientos irremediables en todo alzamient osedicioso. Sospechose que un vecino, apellidado Riofrío, soco-rría a los sitiados en el alcázar con municiones de boca, echol emano la furia popular y arrastrole hasta esta calle, donde l etuvo largo rato entre la muerte y la vida, dudando si encara-marle en la horca y darle garrote o encerrarle en -un calabozo .Al rumor del tumulto asomose a un ventanillo, que el paisanonos señala, una vieja más fea que el diantre, desgreñada, des-dentada y sucia, en fin, una bruja asquerosa, la cual, echandorabia por ojos y boca, quiso decidir sangrientamente el juicio d ela plebe y arrojó a la calle una soga, diciendo : ahorcad a esetraidor. Pero la humanidad se impuso sobre los deseos de aque-lla furia, que debía ser suegra de Pedro Botero, y a Riofrío lehicieron gracia de la vida, aunque a costa de la libertad, que e smás vida que la vida .

Cuentan el caso todos los historiadores de la guerra de la sComunidades y de Segovia ; pero ninguno tan amena y pintores-camente como el viejo segovíano, nieto sin duda de algún co-munero: eran de oír sus párrafos redondos y enérgicos, entreve-rados con estampidos de interjecciones .

Animado por la atención con que le oíamos, nos contótambién, y en el mismo estilo, el triste fin del procurador Torde-sillas. Mozo, valiente y enamorado, volvía de las Cortes de l aCoruña, en las que había representado a Segovia y otorgado alEmperador aquel impopular subsidio, motivo capital del alza -miento. Volvía a reunirse con su mujer con el ansia amorosadel recién casado separado de ella, a raíz del desposorio, porobligaciones cívicas . Aguardábanle en la ruta buenos amigo sanunciándole el alzamiento de la ciudad y el riesgo de su vida ,pero en vano intentaron detenerle : el amor a su mujer pudo másque el amor a su vida, y, jugándosela, llegó a su hogar y per-noctó en él. Un alma buena anunciole a deshora desde la call eel peligro en que estaba, y un clérigo amigo madrugó con e lalba a aconsejarle la fuga . Ruegos y amenazas quebráronse es-térilmente contra la entereza del valiente Tordesíllas, que secreía en la obligación ineludible de dar al pueblo cuenta de sugestión en las Cortes y justificar su conducta . Al siguiente dí a

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COLLECTANEA HISTORICÁ

vístiose sus mejores galas, y montado en una mula atravesó te-meraríamente el trayecto de su casa al Ayuntamiento . Corríosela voz en el pueblo y asedió el edificio hostilmente, dando gri-tos de venganza . Cerraron la puerta amedrentados los porteros ,pero el procurador ordenó abrirla y presentose bajo su dintel ,inerme y sereno, envuelto entre las oleadas del airado clamore ode la plebe .

Arrostrando virilmente la tremenda responsabilidad de s uconducta, quiso hablar para justificarse, mostrando los texto sque le apoyaban; pero una borrasca de indignada vocinglerí aahogó sus valientes voces y un piélago erizado de puños frené -ticos hizo presa en su cuerpo temerario. Golpearonle con la sespadas hasta dar con él en tierra, unos pelaíres desalmados l eecharon una soga al cuello y arrastrado fué por aquella calle ,para él de la amargura, que conducía al cadalso .

En vano intentó calmar la saña de las turbas, mostrando elSantísimo Sacramento, el Guardián franciscano, hermano delsentenciado, seguido de la comunidad ; sólo consiguieron unabreve tregua al furor popular para confesar a la víctima, que fu éarrastrada al garrote, donde la suspendieron ya más muertaque viva .

Y allí quedaron largo tiempo sus restos insepultos, pregónsangriento de las iras populares .

«Era todo un hombre el procurador Tordesíllas», dijo el se-gbviano, al terminar su trágica relación, encendiendo el cigarro ,que en el discurso de ella se le había apagado medía docena d eveces, y añadió: «Como hombre de redaños merecía mejor fin ;los segovianos no le hubieran condenado sin oírle : los que learrastraron no eran hijos de Segovia, era gentuza forastera em-pleada en cardar lanas» .

Y esto diciendo, estrechó.las manos de todos, y ofreciéndo-nos sus servicios, casa y huerto extramuros, con gran cortesa-nía, despídiose y se alejó apoyándose mucho en la cachava.

Seguimos nosotros callejeando y una calzada en decliv enos puso delante las cíclopeas arcaturas del famosísimo acue-ducto, salvando con atrancos gigantescos aquella honda barran -ca que deslinda las dos lomas segovianas . Al pie de ellas tien ecampo la plazoleta del Azoguejo, famosa en los anales de la pi-

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JOSE MARIA AGUIRRE

caresca española, refugio y campamento de rufos, jaques y batí-pones, y digna rival del Potro de Córdoba, de las Ventíllas deToledo, de las almadrabas de Zahara y demás academia sde pícaros .

Cuando, de orden de Isabel la Católica, acometió la restau-ración de la colosal obra romana el humilde lego Escobedo, a lamparo de los enormes arcos albergábase en mezquinos casu-cos el comercio menudo y hacían sus madrigueras los hampo-nes del Azoguejo, bien olvidados sin duda del destino que aque-lla gran puente sin río recibiera del gran Trajano ante quienmuda se postró la tierra . De aquí salió aquel maestro de truha-nerías don Pablos el buscón; donosísíma creación quevedesca ,que sufrió los apremios del hambre bajo la férula del licenciad oCabra y se expatrió avergonzado del desastroso fin de su pro -genitor, aquel tundidor de mejillas y sastre de barbas que aca-bó sus días en la viuda .

Ya perdió el Azoguejo su animación picaresca, su bullici oy su público hampón y pintoresco, y ha pasado a ser una plazo-leta desierta y muda en una ciudad despoblada . Unas reatas d emulos cargados de paja dormitaban cabizbajos en sus flancos ylos arrieros sentados en los sacos descargados fumaban silen-ciosamente; en sus rostros noblotes, sanos y poco locuaces n ose adivinaban indicios de parentesco, ní rasgos atávicos, de lo s:colegas de don Pablos ni de los catecúmenos del clásic oAzoguejo .. .

Segovia es un museo de arquitectura románica : en ningunaotra población española he visto tanta abundancia de piadosa sfloraciones de este arte monacal, severo y legendario, que ta nbien encaja en las ciudades silenciosas y vetustas, en esas ciu-dades en que parece percibirse el estancamiento centenario deun vaho medioeval . En nuestro ambular callejero por los arra-bales y dentro de murallas, fuimos descubriendo en plazuelas yencrucijadas, entre la barahunda incolora del deforme caserío ,gallardísimas muestras de esa manera arquitectónica que ta npródiga y firmemente arraigó en Castilla la Vieja .

Ya era el doble o triple tambor de un ábside orlado de ca-necillos y ajedrezados, ya una torre ceñuda y fuerte con hilera sde ventanas semicirculares, ya un hastial de hondo abocina -

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COLLECTANEA HISTORICA

miento, ya un atrio tendido y largo, abierto a la luz con arcatu-ras de fuste corto y grandes capiteles historiados . San Esteban,San Martín, San luan de los Caballeros, la Trinidad, San Andrés ,San Nicolás, San Facundo, San Sebastián, San Marcos, Sa nLorenzo, Santa Olalla y otras, son romancescas concepcionesde aquel arte que importaron en Castilla los benedictos de Clu-ny; y aunque acaso en ninguna de ellas brilla en toda su integri-dad, y han ido cubriendo las lacras de la edad con bastardo saditamentos, hay entreverados en todas, ya un ábside, ya una to-rre, ya un hastial, ya un atrio, oficiando de claro padrón de s uvetustez, y de prueba, a los ojos menos linces en estos achaques ,por donde filiar y depurar el estilo nativo . Descuella sobre toda sSan Esteban, huérfana ya de su torre, a la que aún vimos en-hiesta, pero apoyando la carga de su decrepitud en modern oandamiaje, como un anciano de arruinada fortaleza apoya s ualto y desmayado talle en las muletas ; andamiaje y torre caye-ron poco ha por tierra súbitamente y rodaron descabalados lo srestos de aquella reina de las torres bizantinas en Espaflacomo la llamó Cuadrado . Su pórtico, gemelo del de San Martín ,la iglesia de los Bravos, y del de San Juan de los Caballeros ,más que pórtico parece dos sueltas galerías de un claustro ro-mánico desdoblado ciñendo a la iglesia por dos de sus hastiales .

Iba ya de vencida el sol cuando desembocamos en la expla-nada del alcázar; la mengua de la luz sírvíonos para evitar a lo sojos el colorido fresco y flamante de la restauración reciente, yfingir la pátina de los siglos velada en la penumbra de la tarde .

El histórico edificio alzaba su ensoñadora y gallardísím aplanta entre las lumbraradas bermejas del atardecer . La ingentetorre de Juan II, testigo de las malandanzas del condestable do nAlvaro de Luna, teñía su corona de torreones en el matiz pur-puríno del ambiente, mientras los bajos matacanes y los muro srecios hincados en los fosos eran ya tiznados por las negrura snocharniegas .

El Eresma y el Clamores que arrastraban sus menguado scauces lamiendo los fosos del alcázar, alzaban un cejo dens oque ayudaba con sus cortinas agrisadas la labor de la noche .

No fueron estos viejos bardos incansables, de canción mo-norrímo y soñolienta, los únicos que aliviaron con sus voces la s

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horas tediosas del alcázar, que en tiempos de su magnificíenci ay real favoritismo, bajo los últimos Trastamara, sonó bajo su salfajías y artesones el zumbido dulzón de las fablas y serrani-llas de Juan de Mena, del marqués de Santíllana, de Alvaro d eLuna y de toda aquella pléyade de trovadores cortesanos qu esahumaban con el incienso erótico de sus canciones la vid amuelle del rey poeta don Juan II .

ICómo no habías de ser tú albergue de poetas sí sólo ant etu vista, en esa luz callada y muerta que te envuelve, anegas a lalma menos soñadora en raudales de poesía bárdíca y caballe-resca, la heroica poesía castellana de los cantares de gesta!

Entrevelando la silueta encrestada de la gran fortaleza, l aniebla que subía y la noche que bajaba, dábanle proporcione sgigantescas y catadura formidable y amenazadora . Castillo ypalacio de los tiempos de hierro de la andante caballería, no l esoñó más gallardo el lápiz de Gustavo Doré al trazar las fan-tástícas ilustraciones del Orlando Furioso . . .

Cuando, rendidos los píes de tan largo callejeo y la mentede aquella borrachera de remembranzas históricas, volvíamos a lhospedaje, sentimos en las honduras del arrabal del Azoguej oel rasgueo de unos clarines militares . Atraídos por sus voces,los atisbamos desde la cúspide de una calle jíbosa que se des -peña buscando aquellas honduras, y vimos desfilar la Academi ade Artillería, que tomaba la vuelta a la ciudad después de prac-ticar ejercicios. Blancos los rosas enfundados, blancos los uní-formes teñidos del polvo de la jornada, calcinados y contraído spor el sol y la fatiga los rostros juveniles, unos cabalgando so-bre los tiros de las piezas rodadas, otros conduciendo del díes-tro los angulosos mulos de montaña, desfilaban ordenada y es-truendosamente al son intermitente de los clarines. Y los ecos desus clamores, despedazados entre las berroqueñas arcadas de lacueducto, parecían añorar aquel viejo pregón del poder quírí-tario, las grandezas militares del pueblo rey y los himnos triun-fales capítolínos. La tropa fué entrando despaciosamente, comoun enorme reptil en su madriguera, por la boca angosta de unacalle ensombrecida . Era una ráfaga de alegría juvenil que pasa-ba, despertando con el estruendoso rastreo de armas mortífera sla enervadora soñolencia de aquellas calles vetustas .

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CAJA DE AHORROSY

MONTE DE PIEDAD DE SEGOVI A

OFICINAS EN SEGOVIA :

CENTRAL : Fernández ladreda, 6

URBANA : Plaza San Facundo, 6

Aguilafuent eAyllón

Campo de San Pedro

CantalejoCantimpalos

Cuéllar

El Espina r

Fuentepelayo

Fentesaúco de Fuentidueña

Nava de la Asunció n

Práden a

Riaza

Sacramenia

Santa María de Nieva

Sepúlveda

Turégano

Villacastín

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INSTITUTODIEGO DE COLMENARES

(ACADEMIA DE HISTORIA Y ARTE DE SAN QUIRCE)

DIRECTOR HONORARIO Y ACADEMICO DE MERIT OExcmo. Sr. D. Ramón Menéndez Pídal .

DIRECTOR Y ACADEMICO NUMERARI OExcmo. Sr. D. Juan de Contreras, Marqués de Lozoya .

ACADEMICOS DE MERIT OD. Fernando Gallego de Chaves y Calleja, Marqués d eQuíntanar.—D. Joaquín Pérez Villanueva .—D. jesúsLarios Martín.

ACADEMICOS CORRESPONDIENTES ESPAÑOLE SD. Manuel Palomares Millán .—D. Marcelino Alvare zCerón.—D. Alfredo Marqueríe Mompín .—D. ManuelLeal Santoyo .—D. Teófilo Hernando Ortega .—D. Fran-cisco de Cossío Martínez-Fortún .—D. Aurelío del Pín o(Obispo de Lérida) .—D. Abílío R. Rosíllo.—D Antoni oMolinero Pérez . — D. Eduardo Martínez Vázquez. —D. Enrique Lafuente Ferrarí .—D.a María Elena Góme zMoreno Martínez .—D. Gonzalo Menéndez Pidal yGoyri .—D. Mario Esteban Aránguez .—D. AlejandroHerrero Rubio .—D. Francisco de Lanuza Cano .—D. Luís Pérez de Guzmán, Marqués de Lede .—D. Enri-que de Ocerín, Conde de Abásolo .

ACADEMICOS CORRESPONDIENTES EXTRANJERO SD. Theotonío Pereira.—D. Marcelo Bataíllon .—D. JuanLuís Flecníakoska.

A la publicación de «Estudios Segovianos» ,

contribuyen generosamente la Excelentísim a

Diputación provincial y la Caja deAhorros y Monte de piedad de Segovia .