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Primera parte. lmportancia de/ problema forestaJ en España. No desconoce el Ministerio de Forneuto que propo- ner• en los tiertipos modernos limitaciones de cualquier clase á la propieaad particular, sólo puedN hacerse invo- cando a.ltas conveniencias de inrerés publico, y en ellas exclusivamFUte se ha inspirado al f'oruiul^+r el proyec:to de ley de ('unaervacidn de montes y repobl^^.ción fores- tal, conliado hc^y á ls sabid^irís de las Corfies. Lus montes deset^ipeúau un papel ixnportantísixno c^n la físic,i del ^•lobo, y no es posible prescindir de su influencia biei hecllora sin alterar el régimen cle las ^+^;uas, la re^ula,ridad cle lás lluvios, la templanz:r del r^lima, lo s;clubrid^id pública y 1^ riqueza nacional. Seg•uramente conocer;í,n las (;ortes las razones en que tales beneficios se ^ipuya^u, y bast;crá, por lu t^anto, una ligera explicación de e11as. La influencia en el régirnen ;le las ^buas ^s noto- ria, y son ruuchos lus hechos pr^^cticos qiae la confir- xnan. Los bosques detieuen en las copas cle los árboles

Primera parte. - mapa.gob.es · ner• en los tiertipos modernos limitaciones de cualquier clase á la propieaad particular, sólo puedN hacerse invo-cando a.ltas conveniencias de

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Primera parte.

lmportancia de/ problema forestaJ en España.

No desconoce el Ministerio de Forneuto que propo-

ner• en los tiertipos modernos limitaciones de cualquier

clase á la propieaad particular, sólo puedN hacerse invo-

cando a.ltas conveniencias de inrerés publico, y en ellas

exclusivamFUte se ha inspirado al f'oruiul^+r el proyec:to

de ley de ('unaervacidn de montes y repobl^^.ción fores-

tal, conliado hc^y á ls sabid^irís de las Corfies.

Lus montes deset^ipeúau un papel ixnportantísixno

c^n la físic,i del ^•lobo, y no es posible prescindir de su

influencia biei ► hecllora sin alterar el régimen cle las

^+^;uas, la re^ula,ridad cle lás lluvios, la templanz:r del

r^lima, lo s;clubrid^id pública y 1^ riqueza nacional.

Seg•uramente conocer;í,n las (;ortes las razones en que

tales beneficios se ^ipuya^u, y bast;crá, por lu t^anto, una

ligera explicación de e11as.

La influencia en el régirnen ;le las ^buas ^s noto-

ria, y son ruuchos lus hechos pr^^cticos qiae la confir-

xnan. Los bosques detieuen en las copas cle los árboles

-s-

g•ran parte del a^,rua de lluvia, dej.'indula caer con sua-

vidad cuando est^n excesivament^e cargados de ella; su-

jetan, como clavos ininensos. la tierra fi, la roc,a, evitan-

do los arrastres; dan mantillo al suelu, haciéndolo ee-

ponjoso, y oponen cun sus trancos repetidoe obst^^,culos

á la formación de las grandes corrientes en la mont^^iia,

que son las que llevan las grandes inundaciones al

Ilano.

En el caso de que el aguacero descargue eobre uua

cuenca desprovista de vegetación, los efectos son muy

distintos. El agua cae directamente sobre una superfi-

cie tersa ó una tierra arrastradiza, y no encuentra obs-

táculo al^uuo que se oponga á la €ormación de corrien-

tss. N:etas adquiereñ, por lo tanto, gran fuerza y veloci-

dad, y si al principio se liniitan á llevarse la capa suE,e-

rior de la tierra, luego, ya más potentes, arrastran las

piedras y cuantos obstáculos encuentran á su paso, has-

ta el punto de que en las vertientes de gran inclinación

se calcula que su volumen contiene un 30 por 100 de

agua y un 70 .por 100 de niateriales arrastrados. Todos

los arroyuelos desaguan así r^,pidamente en los arroyos,

todos los arroyos en el río, y como el cauce natural de

éste es pequeño para recibir tan gran aumento, su cau

dal se desborda, y el agua, que era elemento de vida

para los pueblos, ee presenta ante ehos amenazadora,

comu enemigo irreconciliable é invencible.

Todos los años sufre España por esta causa inunda-

ciones, y son, por desgracia, tan recientes y dolorosas

las liltimas de M^,la^,ra y Barcelon^i, y fueron tan ^ran-

_ 7,

^íes los estr^t^os d.r la de Valeucia de 1864 v la de .11-

wería y Murcia de Octubre de 1$79, que no es r^ecesa-

rio eu este punto aportar cifras ni referir hechos para

que las Cortes comprc^ndan la importancia grandísima

de este mal, que ha sjdo, Por atr4i part^e, tratado con

notable c,ompetsncia y como argumento ,r favor de la re_

pol^lacióu de los nlontes por dignísimos representantes

de la Nacióu, con motivo de l.c discusión del vi^•ente

presupuesto.

Lris inundaciones 8on la prtreba mó,s clara de la. per-

turl^ación gr^ande que ha sufrido el régimen de nuea-

tros ríos, la prote^sta violentSsima de la Naturaleza por

h^+bc^r sido destruídos los boscluea que cubrían nuestras

escabrosas cordilleras; pero no constituyen la única ma-

nifestación de este mal. ^líuchas son las fuentes situa-

das eu la falda de la montaña ó en el fondo del valle,

que se harr cegado por haberse destruído los montes que

coronaban sus ^ ertientes, ,y el caudal de nuestros ríos

se ha empobrecido, porque las grandes aveiridas que lan-

zan brusca y ró,pidamente a.l mar el agua de lluvia,

hau de debilitar por necesidad el curso normal de nues-

tras corríentes.

El Tajo ofrece de ello un ejemplo notable. Este río

y sus ofluentes tuvieron en otro tiempo una regularidad

de la que no es posiblc^ formar hoy concepto, y clue se-

^,uramonte sería puesta, en tela de juicio, si documentos

^tuténticos no la probaran pleriamente. Estrabón cele-

bra la comodidad con que grandes naves surcaban este

río y^la opulencia de las ciudades asentadas en sus ri-

-8-

beras, y+,1 viaje que eii Febrero de 1582 hizo Antotie-

lli de Lisboa d Madrid por el Tajo, el Jaram^ y el Man-

zanares, parecería una quimera al ver el estado actual

de este último río, si las cartas en que aquel inteligente

Ingeniero daba cuenta.de la marcha de su navegación no

desvaneciesen toda duda acerca del particular. El mis-

mo Felipe II, acompañado del Príncipe, de las Infan-

tas y de altos personajes, navegb en 1584 dentro de esta

provincia por el Ta,jo y el Jarama en dos barcos de 33

pies de largo, 8 de ancho y 3 de alto, 3• sorprende lePr

Nn el rna.nuscrito en qne estos hechos se refieren, cl ►mo

agradaron ^, la (:orte estas expediciones en que la bruscx

trepidación de los carruajes era sitstituída por el ^^uave

niovimiento de las naves, y cómo Antonelli hacía no-

tar al Monarca que desembocando el Manzanares en el

Jarama, éste en el Tajc y éste en el A^tl^^,ntico, algún !lía

vería S. M. desembarcar debajo de las ventanas del Al-

cázar de 1lladrid, productos llegados de las m^,s aparta-

das re^;iones del mundo.

Las expediciones que por el Tajo se hicieron de To-

ledo á Portugal con tropas y pertrechos de guerra, con-

signadas están en libros y folletos, y basta, por lo tau-

to, recordarlas para aducirlas como argumento.

Verdad es que las riberas del Tajo fueron célebres

por su frondosidad, ^y que la Península ibérica que co-

noció Estrabdn y aun la que vid Felipe II, ^ pesar de

^ue en tiempo de éste se había ya iniciado nuestra de-

cadencia foresta,l, estaba profusamente poblada de árbo-

les, segírn puede probarse con facilidad; y esta radical

-9-

diferencia Pntre los frondosos montes de ayer y las pe-

ladas sierras de hoy, explica perfectamente la pertur-

bación que ha aufrido el régimen de nuestroe ríos, de la

que se podrá formar concepto haciendo constar que al-

gunas avenidas han acusado en la escala hidrométrica

del puente de Alcántara una a.ltura de 30, 54 metros so-

bre el nivel medio del estiaje.

La influencia local de los montes para favorecer la

regulación de las lluvías es el único de los beneficíos

citados que aún es objeto de controversia, no cierta-

mente porque no haya razones poderosas que la abonen,

sino por la dificultad de separarla de la del relieve del

terreno y de la causa general de la producción de las

lluvias. ,

La dificultad de precisar con hechos coneretos la

inlportancia de esta influencia, no es obstáculo para queel raciocinio la seña.le claramente.

La lluvia es un fenómeno físico, fácihnente expli-

cable, reeordanda que el calor dilata los euerpos y el

frío los condensa, y que cuanto mó,s vapor de agua

tenga un espacio deterniinado, menos cantidad necesi-

tar&^ rle él para saturaree, ó lo que es lo mismo, para re-

solverse en las gotas de agua que constituyen la lluvia.

Conviene recordar además, que el ambiente de los

basques ea mucho rnás húmedo y frfo que el de las tie-

rras desproviatas de arbolado, ^, causa del vapor de agua

yue las hojas lanzan ó, la atmósfera, robando al espacio

que •las rodea el calor necesario para la evaporación.

R,ecordados estos hechos, sólo resta aiiadir que las1

- 10-

corrientes de aire cargadas de humedad que cruzan lsc

Península, no se prestan d una regular distribucián dH

la lluvia; pero que si eu vez de chocar al llegar ^ nues-

tras costas, con una atmósfera seca y abrasada, cruza -

ran el ambiente frio y húmedo de los bosques, se reaol-

verfan muchas veces en suave lluvia, en lugar de dila-

tarse, prolongando nuestras gequfas, ó de formar nubes

egcesivamente cargadas de humedad en tuedio de un

espacio seco. en las que se produce ese est,ado eléctrico

especial, todavía no bien estudiado, y que es, induda-

blemente, la causa princípal de la violencia dé las gran-

des iormentas.

Aunque ya se ha dicho que la influencia de los

montes en la produccíón de las lluvias es objeto de con-

troversia, no faltan hechos concretos que la confirmen.

De las e^periencias de los aeronautas resulta que la

diferencía de temperatura de las capas de aire que cu--

bren los montes se deja sentir hasta una altura de 1.000

á. 1.500 metros, y se traduce en un marcado descenso

del globo, que no desaparece, como cuando es produ-

cido por una causa pasajera, siendo preciso, para conte-

nerlo, arrojar gran cantidad de lastre. Se han hecho con

éxito egperíencias de esta clase sobre el bosque de Or-

leans, que es tipo de los de llanura, con objeto de que,

desapareciendo la accián del relieve ^lel terreno sobre la

producción de las precipitaciones atmosféricas, resultase

más patente la influencia de los montes.

No se dispone de observaciones pluviómétrícas del

tiempo en que España tenía bien poblada sa zona fores-

- lI -

tal, ni aquí se han heclio repoblaciones cle importanc•ia

que puedan infiuir en el régime.n de nuestras lluvias;

pero, por fortuna, la. musa popular proporciona medio

de convencerse de que éste ha cambiado notablemente.

Es sabido que los campesinos, dentro del lfmite de sus

horizontas, leen en el abierto libro de la Naturaleza, y

segím sea la direccióu del viento, ^la presentación de

las primeras nubes, etc., predicen el tiempo con gran-

des probabilidades de éxito. Aquellae señales y sus re-

sultados se transmiten de generación en generacián, y

cuando la experiencia aeredita el acierto de sus relacio-

nes, la sabid uría popular las resume en proverbió me-

teorológico.

Sobre este punto hizo un estudio muy curioso un

publicista de^iñdiscutíbles talentos, y sus observaciones

ponen de manifiesto cuanto acaba de decirse. Sus mis-

mas palabras permitir^n formar claro concepto de esta

afirmación: « Multitud de observaciones hechas dura.nte

la citada excursión por el Yirineo, me han convencido

de esa doble influencia ejercida por los montes en el

curso y acción de los meteoros y en la constitución del

refranero meteorológico, eco éste de aquélla en el orden

del pensamiento. A1 recibir de la tradición oral los

adagios populares de fndole local, he ofdo con mucha

frecuencia frases al tenor de éstas: «El clima no es ya.

el mismo que antes; las señales del tiempo son muy

otras; ya no sabemos preverlo: este refr^ín, que antes

nunca salía fallido, nos engaña ahora muy á menudo; las

uubes no agarran; el bochorno fresco ya, no trae agua;

- 1? -

el cierzo, que antes fijaba los nublados, ahora los disip^:

la lluvia de tal refrán se ha convertido en granizo; los

puertos se escaldan m^s frecuentemente que antes; en

otro tiempo, cuando las nubes se arrastraban por tal

montaña d coronaban tal eminencia, luego al punto

llovfa; cuando brillaban en seco los relámpagos hacia

tal cuadrants, presagiaban agua en abundancia dentro

del tercer día; mas ahora ya no sucede así; estamos des-

orientados y perdidos» , etc., ete. Véase cómo el hacha

desamortizadora no ha causado únicamente sus estra-

gos en las seculares selvas que vestian y decoraban este

laberinto de mQntañas del Alto Aragón. sino también

en los floridos pensiles del Parnaso popular».

La influencia de los montes para templar los rigo-

res del clima es fá.cil de poner ^ie manifiesto.

Conviene recordar ante todo que la tierra absorbe

calor durante las horas de sol y lo pierde por la noche

en virtud del fenómeno llamado de radiación. Estas dos

acciones encuentran en la humedad del aire una gran

atenuante, porque el vápor acuoso absorbe los rayos tér-

micos y ea causa, por un lado, de que no llegue a• la

tierra todo el calor solar y la caldee excesivamente, y

por otro, de que no se irradie este calor rápidamente

cuando el astro del día se oculta tras el horizonte: Igual

efecto produce la vegetacióu, que obra á, manera de una

g;ran cubierta protectora extendida sobre la tierra; las

copas de los árboles detienen durante el día los rayos

solares y no les permiten llegar al suelo, mientras que

por la nocho se oponen á que paseu aI espacio los rayos

- ts -

c^ilorfficos rí»c^ emite la tierra por el citado fPnómeno riF

radíación. ^sí, pues, en un país seco y desprovisto de

vegetación, el tr^,nsito del día fi, la noche ha de ser muy

hruseo, y tan ciorto es estcr, que en el desierto del Sahara

se paea en el tórmino de veinticuatro horas de tempera-

turas muy frías á otras de 45°, y ae producen con fre-

cuencia intensas heladas en cuanto la noehe extiende

sus soinbras sobre la tierra.

F^,cilmeñte se comprende, después de lo expuesto,

que cuanto más húmedo esté el ambiente y más cu-

bíerto el suelo, se atenu^ir^i mfis esta difereneia. de tem-

peratura, y de ahí el importantísimo papel que en este

particular desempeñan los montes.

El ejemplo citado, del tr^nsito del día á la noche,

permite formar concepto de la influencia de los montes

para atenuar los cambios de temperatura debidos á otras

causas. Tienen, realmente, el poder de ^,lmacenar calor

durante las horas en que se produce con exceso, y de de-

volverlo en gran parte paulatinamente cuando deseien-

de la temperRtura. Su efecto es distinto y^ siempre fa-

^-orable: contra los ardores del calor, proporcionan som-

bra, y contra los rigores del frío, cubierta protectora.

Por esto el caminante lo mismo encuentra apaeible

desc^lnso á la sombra de un bosque durante las horas

de sol, que ^, su al^rigo en las noches destempladas

ó frías.Esta acción de los montes para templar durante las

horas del día el calor del sol y el frío de la noche, se

deja sentir tatnbién en el transcurso del año para sua-

- 14 -

vi^ar el ardor del estío y la crudera del in^-ier^io. Por

otra parte, durante la época de la vegetación activa, es

decir, en tiempo de calor, es muy intensa en los bos-

ques la transpiracibn, que enfría constantemente el aire,

mientras que en invierno entra en un letargo parecido

á la mu®rte. Entonces no es necesaria la labor refrige-

rante de los montes, y por esto la suspenden, limitán-

dose á ocupar su puesto para oponer una va.lla al frío y

& la impetuosidad de los huracanes.

Claro es que la accibn de los mUT1te,S no queda re-

ducida á los estrechos límites de la extensibn que ocu-

pan, sino que abarca los alrededores de los mismos, por

las corrientes de aire que entre unos y otros se estable-

cen, y de a^í la influencia local que ejercen en las po-

blaciones y caseríos inmediatos. No faltan ejemplos

para probarla, y Madrid ofrece uno muy notable.

Es bien conocido el clima de esta corte, extremado

en invierno y varano, siu primavera algunos años, y

tan sumamente irregular, que son muchos los días en

que sus habitantes sufren en el espacio de una hora ó

de un tiempo acaso més reducido, calor y frío; y cuan-

do todavía les parece que despide fuego la tierra, sien-

ten que les azota el aire helado del Guadarrama. La

sequedad de su ambiente es también extraordinaria, y

aun cuando con un riego constante se trata de crear tui

clima artificial, la evaporación es tan répida, clue sus

calles están enchareadas ó secas, y apenas se coneigue

respirar el aire ligeramente húmedo, que es el conve-

niente.

-15-

Es sahido también que lus alrededores de Madrid

est^n muy faltos de arbolado.

Pues bien, Madrid fué notable en otro tiempo por

la amenidad de sus contornos, poblados de vastísimos

bosques, y entonces su clima era templado, siendo ésta.

precisamente una de las razut^es que hubo para trasla-

dar la Corte 'c esta villa. Pa ra prubar la templanza del

antiguo clíma de Madrid, no disponemos de datos me-

teorológicos. pero tenemos, en cambio, abundantes ci-

tas y documentos que la demuestran.

Ningún escritor tan autorizado para resumirlos

como el ilustre cronista de la coronada villa, Mesonero

Romanos, que habla de este modo de aquel antiguo

Madrid :

« Testigos de vista, los más imparciales, nos han

transmitido la descripción de sus bo$ques, montes po-

hlados y abundantes pastos. Fl agua, este manantial

de vida, abundante entonces y espontaneo en esta re-

gión, ofrecía su alimento ó, la ininensidad de ^rboles

que la poblaban y que describe el Libro de Montería,

del Re^T U. Alfonso XI; y este arbolado, esta abundan-

cia de aguas, hacían el clima de Madrid tan templado

y apacible como le pintan 1'vlarineo Sículo, Fernández

de Oviedo y otros cólebres escritores» .

La acción eficaz de los montes para mejorar la sa-

lubridad pública se funda, no sólo en la que ejercen

sobre el cliina, sino en que purifican el ambiente y sa-

nean el saelo. ^

>^a sabido que bajo la .ccción de la luz los vegetzlles

- 16 -

absorben :ícido carbónico, que envenena el .^uibiente. ^-

exhalan axígeno, que es el principal elemento de la.

vida de nuestros pulmones. Asimilan, además, los á^^-

Uoles otros cuerpos perjudiciales á la salud, entre lo^

cuales figuran, en primer término, el amoníaco, y. en

cambio, las especies resinosas, que son las que mayor

^rea ocupan en España, despiden perfumes balsámicos,

cuya base ee la trementina, tan recomendada hoy para

diferentes enfermedades.

El ambiente de los montes es, indudablomente, mfis

sano que el db las poblaciones; pero es preciso tener en

cuenta que en éstas existen muchos focos de infecci6n,

tales como la aglomeración de los habitantes, las ema-

naciones de las cloaeas, ol polvo de las calles, el humo

de las chimeneas, etc., que son la causa principal de

tan notable diferencia en la pureza del aire. (:onviene,

siín embargo, recordar fi, este propósito, que, según ex-

perioncias hechas por Miquel desde 1881 ^^ 1885, por

cada bacteria que había en el parque de Mont-Souris,

situado ó, las puertas mismas de París, se encontraban

de ocho á nueve en el que se extendía por el centro de

la gran ciudad. Por algo llaman los ingleses ó los par-

ques arbolados los pulnzones de las ciudades.

Los árboles tienen además un poder asumbroso para

privar al suelo de substancias nocivas ^i la s^^lud ^-

cambiarlas, en el laboratorio de sus jugos y tejidos, por

elementos de vida y de higiene. Son filtros maravillo-

sos, al través de los cuales los focos de infección se con-

Vierten en balsámieos y salutíferos perfumes, de la mis-

-»-

ma manera, qtte algunas pla^ntas de jardín transforman

en olorosas y delicadaa flores el hediondo estiércol en

que asientan sus raíces. .1^:1 Dr. Ebermayer y su ayu-

dante el Dr. Baumann, después de numerosae experien-

ciaa, afirman que no han encontrado en el suélo de los

montes ninguna bacteria patógena de las que tanto

abundan en las poblacíones y en los campos y t8rrenos

de huerta, sobre t^odo si están abonados, bacterias que

cuando se seca el suelo pasan al aire y las absorbemos

al respirar.

Compréndese, por lo expuosto, que influyen los mon-

tes en la salubridad por s^t doble acción en el aire y en

el suelo, y de ahí que desde antiguo se hayan preconi-

zado los parques y las filas de árboles en las poblacio-

nes y se haya considerado saluble la vida de los montes.

1)e ahí tanibién que se aconseje hoy el establecii^hiento

de las sanatorios en sitíos próximos ó, los bosques, prin-cipalinente de especies resinosas.

1VTo faltan ejetnplos que r,omprueben tales creencias

y consejos.

Ya el Papa Clemente XI prohibió la expíotacián de

los rnontes que protegfan la campiña romana contra, las

emanaciones de los lagos pontinos, y el tiempo confir-

mó el acierto de su previsián, pues cuando se talaron,

aquel país, que antes era sano, viá diezniada su pobla-

ción.

Muchos casos piidieran citarse para probar que los

montes han opuesto siempre una valla infranqueable á

la propagación de lae epidemiae; per.o donde esto al^are-

- 18 -

cc inág clar^mente confirmado es en la India. Allí se

'ha vis^to que las casas de campo y las aldeas rodeadas de

mo^ate ó de muchos órboles no eran visitadas por el cá-

^eta, que estaba haciendo numerosas víctimas en pue-

blos próximos completamente desarbolados; que la epi-

demia apareció en algunos sitios en cuanto se talaron

los boeques que los cubrían, y que los destaca.mentos

que acampaban en el intarior de extensos montes ^lu-

rante la propagación de la epidemia, no sólo se veían

libres de ella, sino que se conservaban en perfecto esta-

do de aalud .

Es grato ^^1 Ministerio de Fomento recordar á este

propdsito el movimiento de opinión que se produjo en

1903 en Salamanca. Las estadisticab demográficas se-

ñalaban á la docta ciudad como una de las más casti-

^,ra,das por extraordinaria mortalidad y, ganoso de re-

inediar tan grave mal, el diario L+'l Lábaro solicitó el

concurso de respetables personalidades para que expu-

sieran en eus columnas las causas qne lo explicasen ,y

los medios más expeditos para evitarlo. El llamamiento

fué atendido y pronto vieron ra luz píiblica autorizada,s

upiniones que estudiaban este tema y eran leídas con

especial interés.

Quedó desde luego probado que el mal se debfa ó, la

falta de higiene, y se recordó que Londres, que tuvo en

otro tiempo una mortalidad de 40 por 1.000, apenas si-

guió fielmante los preceptos higiénicos vió decrecer

esta proporción hasta llegar á ser de 16 por 1.000. Se

expuso también, desde el origon de la información, que

- 13 -

el aire quc respiran hoy los salmantinos no puede com-

pararse al que envolvía la ciudad cuando sus plazas y

alrededores estaban cubiertos de arbolado, que purifica-

ba su ambiente y proporcionaba á la vez á sus mora-

dores amenos sitios de honesto solaz y esparcimiento,

Como consecuencia de este movimiento de opinión

se fundó una Sociedad intitulada «Repobladora de1 ar-

bolado en Salamanea», cuya Junta iniciadora suscribió

acciones por valor de 12.500 pesetas, y el inolvidable

Padre Cámara, que regía á la sazón aquella diócesis y

que ha había dado pruebas de su predileccíón por el

arbolado, dirigió uua carta al llirector de El Eáharo

para alentar á sus diocesanos á que se adhiriesen al lla-

mamiento, y saliendo al encuentro de los gastos que au

realizacidn había de ocasionar preguntaba: «^Pues qué,

la ración de aire puro no vale tanto como la del agua

potable y el pan de trigo?»

Las influencias apuntadas se resumen, como es con ^

siguiente, en una muy eficaz sobre la riqueza nacional.

Sin regularida.d en el régimen de las lluvias, con un

clima graudemente perturbado y con frecuentes inunda-

ciones que arrasan ca.mpos y fábricas, la agric^^ltura ha

de arr^istrar fatalmente una vida lánguida y la industria

ha de estar en peligro, no sálo por la acción violenta de

las inundaciones, sino también por la falta de un caudal

de agua abundante y regular que inueva sus mó,quinas.

Importa llamar la atención acerca de loa daños que

^, la agricaltura causa la irregularidad en el régimen

de los ríos y arroyos.

- np ._

Cuando las sierras est^n coronadas dc^ arbolado, lasaguxs bajan linipias y suaves al llano, ciñéndose á los

e^uices que la naturaleza y el hombre les trazaron; pero

cuando proceden de abruptas y deanudas cordilleras,

descienden cargadas de materiales de acarreo, y su pro-

pia violencia les lleva á separarse de su curso natural.

Entonces asurcan los terrenos que atraviesan, arranc^,n-

doles su capa de tierra vegetal, y siguen aumentando su

pesada ca.rga hasta que encuentran un terreno llano en

que depositarla. El daño es doble, porque la tierra pasa

de un sitio donde hacía falta á otro donde sobra, y á veces

es uiás de lamentar el cainbio, porque algún desgraciado

encuentra en él inesperada sepultura. Grietas enormes

^urcan las pendientes, ímpidiendo el cultivo y poniendo

en alguuos sitios al descubierto la, roca, y extensas ma-

sas de materiales de acarreo cubren los campos del lla-

no, marcándoles con un sellu de espanto^a esterilidad.

F.n ^los sitios en que estos fenómenos aparecen con

intensidad, la perturbación que introducen es extraor-

dínaria. Grandes supe ^ficies de terreno son arrancadas

de su posición natural y arrolladas en la masa común

de la avenida ó deslizadas blandamente hasta que las

detíenen los repliegues del terreno; lus depósitos de los

arrastres ocupar^ extensiones y alturas considerables; y

es tal la confusión que introducen, que las masas de

acarreo no reconocan cauce fijo y sepultan eI terreno

que antes asurcaron, ó socavan aquel que anteriormen-

te cubrieron con su maldita carga.

Cuando los arrastres, por la naturaleza geoldgic.a

- 21 -

^lel suelo, no se^ presentan con la, vie^lencia que ;ira,ha-

rnoa de describir, no por esto dejan de ser menos teini-

ble^. Su acción es míis lenta, pero más traidora; pasa

tal vez inadvertida á los mismos que sufren sus conse-

cuencias; pero si no se acude á detenerla, irá de día en

día agrandando los pedazos de nuestra Patria condena-

dos a eterna esterilidad, porque de día en día va dismi-

nuy endo el eepesor de muchas tierras, y a.cabar^. por

poner en ellas al descubierto la roca.

Ejemplos de esa pobreza que la falta de arbolado ^-a

llevando al territorio nacional, los hay, por desgraci^i,

en toda España, porque el régimen torrencial se va en-

seiroreando cada día más y mas de nuestro suelo. Ese

coustante empobrecimiento lo pregonan con triste elo-

cuencia. esas enormes torrenteras que se dibujan en

nuestras vertientes conio arrugas de una precipitada de-

crepitud, y esas montañas que, en cez de ofrecer los

hermosos paisajes de Suiza, presentan la rigidez del es-

queleto, como monumentos levantados ^^. la infecundi-

dad y ^, la pobreza.

La razón de que no cubriendo de monte los terre-

nos impropios pa.ra el cultivo agrario permanente, se

deja poco menos que sin producción una gran parte del

territorio patrio, eti tan obvia para probar el dairo que

de este modo se causa ^, la riqueza nacional y se presen-

tr^, con tanta clarida,d en España, por los inmensos pá-

ramos que por ella se extienden, que basta exponerla á

la consideración de las l:ortes, para que comprendan la

^recesidail de acabar para siempre con ellos.

- 22 -

Las liger. ► . Nxplicaciones que acab^^n de e^ponerse

y los hechos quN las confirman han elevado las 1 ►eiie-

ficiosas influencia de los niontes á la categoría de ^er-

dades universalmente admitidas. El Preaidente de los

Estados Unidos de Norte América, el Emperador de

Alemania, el Negus de Abisinia y la Confederación

suiza, destaeándose en el reconocimiento de estas in-

fluencias, proclaman pór la di^ orsidad de situaciones

geogra.ficas, de hó,bitos nacionales y de formas de gobier-

no, que ha,n alcanzado la autoridad de cosa j uzgada..Por esto ha sido constante preocupación de cuantos

se ocupan en estos estudios fijarse en la extensión de las ^

distintas Naciones que est^ cubierta de monte, y conce-

niente será tratar también de este punto en la presente

Memoria, como elemento de juicio indispensablP para

formar concepto de la importancia del problema fores-

tal en L+^spaña. El siguiente estado precisa datas sufi-

cientes respecto a esta cuestión:

-23-

hatado compsratl^o de lae anper$cles onblertaB de mouteen laas PPacioneB de Earops ^ en la Amér(ca del Norte.

ACIONEB

BuperHafeanbierta Qe monte.

R.elaclbncon

la eupersaietocal.

HectMIM. T4wt0 por 100.

Suecia ................................ 19.000.000 46

ftuaia europea (comprendida Finlandia) 206.000.000 39

Servia ................................ 1.546.000 38

Auetria-Hungria (con Bosnia y Herze-

govina) ............................. 19 946.110 31,1

Bulgaria ............................. 3.041.126 30

Alemania ............................. 13.900.600 26

Noruega .............................. 6.820.000 21

Rumania ............................. 2.774.048 21

Suiza ........................ ........ 842.000 20

Francia...........^ ................... 9.560.000 17,9

Bélgica ............................... 606.000 17, 2

Italia ................................. 4.083.000 14

4recia .............................. 880.000 13

Paises BajoB .......................... 248.000 7,5

Dinamarca ...................... .... 241.430 6,3 ^

Portugal ..................... ...... 500.000 5,4

(Iran Bretaña é Irlanda ............... 1.229.000 4

Améríoa del Norte.

CanadJ ................................ 323.000.000 38

Estados iTnidos ...................... 200.000.000 26

-24-

Acusa 1:^ casilla de tanto por ciento del est;^do ante-

rior díferencias notabilisinias, y, sin embargo, no seña-

la, en realidad, distintos criterios, porque los montes no

son necesarios en todas partes, siuo que tienen su zona

propia, pudiendo decirse, en términos generales, que

cuantomás quebrado es el territorio de una Nación, mayor

exten8ión del mismo ha de estar bien .cubierta de monte.

Inglaterra, rodeadá de mar por todos lados y baña-

da por una corriente de aire .de los trópicos relativa-

mente cá,lida, con una humedad tan grande, que se ve

casi siempre envuelta en un manto de tristísimas nie-

blas, con una topograffa que pregentaextensas llanuras.

colinas de sua^e pendiente y cordilleras cortas y de

menguada elevacidn; con un subsuelo tan repleto de

carbones minerales que le permite mirar con indiferen-

cia las leñas, y con abundantes maderas en sus colonias

y flotas poderosae para transportarlas en easo necesario

á sus costas, pudo sin perj uicio destruir sus montes, con

lo que al par que ensanchaba el patrimonio de la Agri-

cultura, desecaba el suelo y disminuía la excesiva hu -

medad atmosférica. Bastblo para atender ó, las funciones

liigiénicas asegurar el arbolado de los parques de las

grandes poblaciones y crear para sus posesiones de la

India un numeroso personal de 11lontes. Pretender igua-

lar las condiciones forestales de las Islas Británicas á

las de las demós Náciones, y sobre todo ó, las de la Pe-

nínsula ibérica, vale casi tanto como qúerer useme;jar

sus tristes horizontes al clarísímo ►ieló de naeatras pro-

^iucias andaluzas.

-- 4b -

- En cu^^nto á los Yafses Bajos }• Dinamarca; cun

decir que sus mayores altitudes son de 210 metros `^

180, respectivamente, se comprend^rá que han ds tener

uñ territorio llano, que no reelama lacnbierta protecto-=

ra de los montes.

F,1 nuestro, en cambío, es escabrosísimo, como es

facil probar. Despuéa de las grandes altitudes de los

rl.lpes, niaguna alcanza en Europa la de nuestro Pico de

Mulhacén (3.481 m.), del aietema penibético, ni la del

Pico de Aneto (3.404 m.), en la divisoria de Francia y

España, del sistema de los Pirineos, cuya prolongación

por el Noroeste y dentro ya del tsrritorio exclueiva-

mente español, tiene altitudes tan elevadas como las de

la Peña de Cerredo (2.678 m.), de las montañas vasco-

cant,^,bricas, y del Pico Espiguete (2.453 m.), de las

ga.laico-astúricas.

Refiriéndonos ya á la Península ib^rica, porque en

realidad no es posible separar en este estudio á España

de Portugal, hay que decir que, además del Etna, sóio

lus Ca,rpatus, los Balkanes y los Apeninos superan en

altitud á nuestra Plaza del Moro Almanzor (2. 650 m. ),

del sístema central, y Moncayo (2.315 m.), del sis-

tema ibérico.

- Nuestras altitudes, ya muy inferiores ^, aquéllas,

^Ieseta c^e Gorocho de Rocigalgo (1.448 m.), dei siste=

ma de los montes de Toledo, y Estrella (1.299 m.), ^lel

eistema bético, son comparables ^, la. inayor de la Selva

Negra de Alemania (1.494 m.) y á la mayor de la Es^

uucia septentrional (1.343 m.); superioré5 ^, la niayor

3

-26-

del país de Gales (1.Ot38 ui.) y ó la mayur de irlanda

(1.746 m.) y muy superiores á la mayor de Finlandia

(715 m.), á la mayor de Bélgie,a (672 m.) y á la ma,yor

de Polonia {603 m.).

Si áhora se tiene en cuenta que los ^.lpes no son

una cordillera de una Nacidn determinada, sino la de

las Nacíones de la Europa central, entre las cuales re-

Parten su escabrosídad, á cambio de constituir el gran

depósita de aguas y el origen de sus caudalosos rfos, y

que el Etna, los Cárpatos, los Balkanes y los Apeni-

nos no están prdgimas, sino, par el contrario, muy se-

parados, seguramente que estos datos inclinarán á creer

que nuestro territorío es muy quebrado; pero no bastan

para formar concepto de nuestra escabrosidad.

Para conocerla bien hay que fijarse, uo sólo eu los

datos apnntadus, sino también en el g^ran número de

cordilleras que tenemos, con relacidn fi^ nuestra super6-

cie. .Rusia, por ejemplo, que mide unaextensidn super-

ficial más de cien veces superior fr la uuestra, tiene cor-

dilleras .que ni por su número ni .por su elevación

pueden compararae á las nuestras; y F'rancia, que por

las vertientes de los Alpes puede considerarse más es-

cabroea que,nuestro territorio y por las de .los Pirineoe

tan escabrosa camo él, no tiene después de ellas inás

que un sistema orográfico, el del Jura, Vosgos y Ceven-

nes, con altitudes que no llegan á 1.900 metros.

Nosotros tenemos seis sístenias orográficos y los seis

de importancia, de tal modo, que no queda en realidad

sitio en nuestro territorio para los valles extensos, por-

-57-

que muy cerca de allí donde termina la vertiente rrie-

ridional de una nioiitaila ha de empezar la septentrio-

nal de la siguiente, y por tal causa, puntos que estén

muy próximos sobre la carta geográfica han de presen-

tar diferencias graudísimas de nivel, originando lade•-

ras escarpadas y pendientes abrupt<^s, que no admíten

otro cultívo que el del monte. Por esto nuestro Píco de

Mulhacén está tan inmediato á la costa iuediterránea,

que en los mapas en relieve de la Yenínsula ibérica el

sístema penibético parece una inmensa niuralla levan-

t,id^^ en el Mediodía de ]{:spaña, que hunde sus cimien-

tos eri el mar yr corona sus cumbres con las nieves per-

petuas; por esto los Picos de Europa están muy cerca de

la costa cantó,brica; por esto en la sierra de Gredos se

originan frecuentes desprendimientos de tierras y de

roca$ que, durante las tempestades esparcen el terror

por aquellas aldeas, y en la cuenca del Tiétar, de redu-

cida extensión, se eneuentra la zona climatológica ar=

tica y la cálida templada, el liquen de los neveros y la

morera en que el gusano fabrica la seda; por esto el va.-

lle de las Batuecas es tan estrecho y tan profundo, que

apenas re►ibe en el rigor del invierno las caricias deI

sol, y es fama que durante la invasión francesa pasó

inadvertido el enemigo, ^hasta tal punto está oculto

entre prdximas y elevadas montañas!; por esto, sin salir

de las calles de Madrid, encontramos dif'erencias de

nivel de 144 metros, ^ pesar de que estamos sobre la

meseta central, que es otra causa de la pobreza de nues-

tro suelo, porque levanta una parte c;oñsideraUle del te-

-28-

rritorio, apart^,udolo dHl ambieute tranquilo y produ^^-

tor del nivel del mar, para, rodearlo de las inclemencias

y de las rudezas de las alturas de la atmósfera, y par

esto, en fin, puede decirse que nuestra orografía basta

por sí sola, bien estudiada, para demostrar la neceaidad

de una extensa zona forestal. .

Desde el punto de vista de este estudio, España no

admite comparación más que con tres Naciones de Eu-

ropa, es á saber: Suiza, Suecia y- Noruega; la primera .

más escabrosa que nuestro territorio, y las otras dos,

merios quebradas que él; pero, en cambio, perjudicadas

por su posición extremadamente septentrional, y sabi-

do es que ninguna de ellas ha fiado exclusivamente á.

la agrieultura su riqueza. La península escandinava

ha inundado de maderas ol mercado de Europa, y Sui-

za, como Dinaniarca y como Holanda, ha llevado los pro-

ductos derivados de sus aprovechamientos de pastos á

todos los almacenes de víveres del viejo continente, ha

ssparcido por él, después de hacerlo famoso en el mun-

do entero, su valiosísimo ^anado vacuno; y no conten-

ta con la riqueza que esta exportación supone, ha sabi-

do también sacar partido de su escabrosidad, atrayendo

al viajero con los hermosos paisajes de sus montañas,

ri.camente vestidas de montes y de prados.

Dedúcese de lo expuesto que España no puede cóm-

pararse en este estudio ni con Inglaterra, ni con Dina-

marca, ni con Holanda, que son las Naciones que ocu-

pan, con Portugal, la rarte inferior del cuadro prece-

dente. sino con Suecia, Norue^;^^y Suiza, cuyos tantos

-29-

por ciento de superficie poblada son,de 4G, 21 ^- 20, res-

pectivameuts. ó sea, por término xuedio, un 29 pur 100.

Conveniente serlí estudiar ahora la extensión del t.e-

rritorio español que est^l bieñ cubierta de monte.

Según la ílltin ►a est.adística forestal quP se ha pu-

hlicado, la extensión de las montes públicos que estlí,n á

r.argo del Ministerio de Fomento Ps de 4.R^5.55A hec-

t^,reas. El Ministerio de Hacienda tiene tanlhién á su

c^rgo montes públicos cuya extensión es de 1.691.601

hect^reas; pero, en realidad, estoa montes no han de

ser tenidos en cuenta en el c^studio de esta Memoria,

porque hl^n pasado precisamente á aquel Ministerio por

no reunir condiciones de interés general, es decir, por

no ejercer las beneficiosas ínfluencias en que ha de fun-

darse la^ intervención de la Administracibn piíhlica ` á

que se refiere la ley de Conservación de montes y re-

población forestal.

Para el eQtudio de los montea de propiedad particu-

lar, se not.^ la falta de estadísticas que inspiren confia.n-

z^i, y hay que acndir ^, los datos del amillaramiento,

clue son los siguientes:

DE8TIN0

de 1^ auperflcie amtllart,dR. ftectare^e.

Monto alto y bajo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4.687.Fi08

Eriales con pasto . . . . . . . . . .. .. . . . . . . . 3.344.304

Dehesas de pasto .................... 2.652.190

Tarwl .. . . . . . . . . . . . . . . 10.684.102

-^-

Es preciso advertir que en estos amillar;^inieritos sF

incluyen todas las tincas de esta clase, hasta las del l^a^

tado, ^, las que se asigna la parte de contribución qoN

les correspondería pagar, con objeto de poder distribuii•

de este modo la diferencia entre los dem^s t,c;rratenien-

tes. Restando, j^ues, del total de ' laa^ 10.584.102 hec-

tároas las 6.537.159, suma de las cabidas forestales

consignadas anteriormente, resulta una diferencia de

4.046.943 hectáreas de tPrrenos forestales do todas cld-

ses pertenecientes á particulares, cifra que si bien no

puede considerarse exacta, es, indudablemente, muy

aproximada á la verdad.

Pero ni los eriales que mantienen algún pasto ni la

mayor parte de las dehesas destinadas ^, la alimenta-

ción de los ganados ejercen las beneficiosas influencias

de que nos hemos ocupado anteriormente; asf es que,

estudiando el rroblema forestal en España desde el pun-

to de vista de esta Memoria, podemos limitarlo ^. la ex-

tensión de nuestro suelo cubierta de monte alto y bajo.

Reducida á estoe términos la cuestión, vemos que el

primer estado nos señala como superficie forestal de uti-

lidad pública la de 4.845.558 hect^reas, siendo precisu

advertir que hay que descontar de ella muchas exten-

siones que est^,n completamente rasas, y que el amilla-

ramiento nos da 4.687.608 hectáreas de rnonte alto y

bajo. No pecaremos, pues, por defecto fijando, en cifrae

redondas, en 5.000.000 de hect^,reas la superficie del

suelo español cubierta de monte; y como nuestro terri-

torio mide, en cifras redondas también, 50.000.000 áe

- st -

hectáreas, resulta ^lue tenemos bien cuhíerto ^le mont^

Pl 10 por 100 del mismo. :

^,Guál es la extensión que deberíamos tener? ^a en

1^40 la Sociedad Económica Matritense decía al Go=

bierno: ^España no cuenta en el día cubierta de mont^e

la oct^^va parte de su territorio, cuando quizás para te-

ner satisfechas sus necesidades en este punto deberla

tener del quinto al tPrcio de su suelo^, ó lo que es lo

mismo, del 20 al 33 por 100, lo que está de acuerdo

con el resultado de la anterior compara.ción con las dis-

tintas Naciones de Europa ^^ con los datos consignadoc

reapecto ó nuestra orografía .

^e impone, pues, la necesidad de conservar los es-

casos montes que nos quedan y de procurar la mfi.s

pronta repohlación iorestal.

Si esta necesidad no estuviese generalmente admi-

tida, la pregonaría en España el hecho elocuente de

que, después de tanta destrucción forestal, no hayamos

dedicado ó, la agricultura ni siquiera la mitad de nues-

tro territorio, resolviéndose de este modo aquella des-

truccián, no en una provechosa expansión de la zona

a^•rícola, sino en interminables páramos y eriales, que

conviene borrar para siempre del suelo de la Patria. En

este punto ha, sufrido el hombre una grande, una la-

mentable equivocación, pues el humus de los montes,

que constituye un excelente abono, le ha hecho supo-

ner que el suelo de la zona forestal era apto para 1'a

agricultura. Se han desmontado por esta causa ^randes

+^^:tensiones de él, que han proporcionado iínicamente

^^-

^ios ó ó lo más trea cosechas, no por su fertili^lad, sin^^

por la virtud de aquel abono. Hay en España infini-

dad de pruebas de esas ilusiones agrícolas, desvaneci-

das en la zona forastal, pues Son n111cllos sus terreno^

sin árboles ni matas en que se descubre el borroso sur-

co del arado, que indica que el agricultor quiso arreba-

t^rlos al cultivo forestal y después de arranca.rles dos d

tres pobres cosechas los dejó inútiles para la agricultu=

ra y para los montea. ^Admirable armonfa de la Natu-

raleza la que hace •necesarió el monte ror altas influen-

cias físicas, precisamente en aquellos terrenos en que no

es posible la ^gricxltura, hermanando asi dos cultivos

que de otra suerte-se encontrarían frente á frente, y apo-

yándose uno en conveniencias sociales y otro en razo=

nes económicas se disputarían el suelo de la Patria!

El engrandecimíento del suelo español hay que bus-

^carlo en el aumento de riqueza dentro del cultivo propio

de cada zona, declarando guerra sin cuartel al erial y

al páramo, porque no somos responsables de que iiues-

tro territorio no se preste., en su mayor parte, ^, los ^cul-

tivos más preciados; pero sí lo somos de que en una

buena porción de él, los elementos naturales de riqueza

permanezcan como dormidos, sin que la luz fecunda de

las inicíativas y del trabajo acuda á despertarlos arran-

.cá,ndoles de la obscuridad eii que viven.

Y en este punto queda mucho que hacer en cuanto

^á; la intensidad del cultivo forestal, pues, á causa de, la

^ dificulta'd de dotar bien esta parte del présupuesto; ^mtit-

^cho^ montes públicos dan rendimientos muy ^inferióres

_ sa _

á los que podrían dar, v lo mismo oCurre con mur,hos

montes pa.rticulares, que con el estímulo oficial podrían

aunientar su producción. Es un hecho elocuent,e que los

rendimiPntos de loa montes aumentan considerablemen-

te ^al someterlos al régimen de ordenación, que aviva.

sus energias poniendo en producción todos sus elemen-

tos de vid^i. La comparación entre el valor de los apro-

vechamieutos de los montos antes de ordenarse y des-

pués de celebrada la subasta de los productos del primer

decenio con arreglo á, tan útiles estudios, acusa diferen-

cias notables, y corno ejemplo citaremos «El Roble-

dal» y«La Sauceda», de Gortes de la Erontera, que,

antes de ser ordenados producían 21.167 pesetas y des-

pués 113.063, y los del F,stado de la provincia de

.Taén denominados « Navahondona», «Guadahornillos»,

«Vertientes del Cluadalquivir» y«Poyo de Santo Do-

mingo», que antes de ser ordenados rentaban 22.624

pésetas y después 112.055.

La última Estadístíca forestal publicada acusa tam-

bién, como es consiguiente, diferencias muy notables

entre la produccibn de los montes ordenados y la de los

que no lo han sido, pues mientras éstos tienen asi^•na-

do uu tanto de producción por hectá^rea de 1,96 pese-tas, en los ordenados sube e^te tanto á, 9, 08.

Dando á este estudio mayor amplitud y fijándose en

las^ cantidades qtie en las distintas Naciones se consig-

nan en el presupuesto forestal, también se observa uná.

^uriósá'rela^ión entre la iinportancia de estos presu=

puestos: y los rendímieñtos por hectárea, como es lógico

- :i9 -

tratándose dP cantidades Nmpleadas en acti^^ar los PIP-

mentos de riqueza que ates^ ►ra el suelo.

Na siguiente estado pe,rmite formar concepto de esta

afirmacibn, pues en él se observa que cuauto mayor es

el gasto por hect^rea, tanto en personal como en mate-

rial, mayor es también la producción. I.,os datos de Es-

paña que en este estado constan se han consígnado to-

mando Por base los de la última Estadística pnblicada ,y

los del .vigente presupuesto de Montes.

Compersción entre Is prodnccióu foreetal r los gaetoe de pereonal^ msterial en slgnnos p^íaea de Burops.

^ABTOB POR HECTAREA Pr oducci•n Renta li-

Pereonal.

Pe^etae.

Material.

Puetae.

TOTAL

Peeetw.

porhectLrea apro-

vechada.

Peeetae.

qulda

Pasetae.

i^ajonia . . . . . . . . 11, W 17,88 28,88 64,86 35,b8

Baviera........ 6,56 12,50 19,06 48,75 29,69

Prusia. . . . . . . . . 5,80 10,80 16,60 30,00 18,40

Austria . . . . . . . b,00 6,26 11,25 26,25 16,00

Francia..,..... 2,06 2,12 4,17 10,00 5,83

Eapaña......... 0,28 0, 55 0,83 2,16 1,33

Bíen claramente demuestra el estado anterior, con

la elocuencia, de Ias cifras, la conv,eniencia de hacer in-

tenso el cultivo forestal, para obtener más rendirrliento

de nuestro suelo.

Claro es que también en España si el culti^o fuera

m^s intenso ai^mentaria conaidera.blemente la produc--

_ ag _

cicSn ^le los n ►ontes. Si es tau bajx la eantidad quP oo-

rresponde al rendi^niento medio por hectárea, es debido

á que gran parte de los montes españoles tienen un cul-

tivo muy extenso y á la enorme superficie de los yer-

mos, que no se aprevechan m^s que como míeeros pa,sti-

zales; pero si se efectuasen repoblacione$ y se diera in-

teiisidad al cultivo, podrían producir lo que en otras Na-

ciones, pues la mayor parte de nuestro suelo, impropio

para el cultivo agrario permanente, se presta muchfsi-

mo al forestal.

Asi induce también fi^ creerlo la iíltima Estadística,

que acusa elevado rendimiento en aquellos montes en

que se ha concentrado el servicio. Los de Arévalo ("Avi-

la) tiNnen en ella asignado un rendímiento medio por

hectárea aprovechada de 17,98 pesetas, los de «Pinar

Viejo>^, «Pinar de Villa» y segundo grupo de <<Pinar

de Nacafría», de la provincia de Segovia, un rendi-

miento de 29,09, 23,50 y 26,89, respectivamente, y los

montes de Benarrabá, de la provincia de Málaga, uno

de 37,66.

Los montes particulares esté,n real^nente muy mal

explotados, y es de suma. canveniencia para el desen-

volvimientA de la riquez^^ nacional ostin^ular á sus due-

ños ^S, que los cultiven mfis intensamente. Tienen, por

otra parte, hoy los particulares uu estímulo grande para,

la ropoblación, que antes no t^enían.

Nos referimos á la madera destinada á la paeta para

la fabricación de papel, que tiene precisamente que ser

blanda y de corta edad, y que en F,sPaña. podría dar

-3s-

gran valor ^ niuchos terrenos cjue ha^ ne lo tienen:

hasta' el extremo de que un publicista muy competente

en estos estudios calcula, en un artículo recientemente

publicado, q►e podrían dar haata un rendimiento de

un 15 por 100, y considera que .el único medio de na-

cionalizar la industria de papel se,ría estimular podero-

samente, siguiendo el ejemplo de Italia, las plantacio-

nés de árboles de rápido desarrollo y de calidad exce-

lente para pastas destinadas á producir papel. Se coni-

prenderá la importancia de este estímulo haciendo cons-

tar que el consumó de pasta mec^,nica para la fabri-

cacibn de papel, excluyendo la de cartdn, puede es=

tim^irse en España e^i unas 15.000 toneladas, de las

cuales se producen actualmente unas 4.000, import{^n-

dose del Norte de Europa las 11.000 restantes.

Si se consiguiera' dar gran intensidad en España al

cúltivo forestal, se reportaría además la ventaja de que

no fuéramos tributarios por este concepto ál extranjero

por cantidades de verdadera importancia. La Estadísti-

r,a^ de comercio exterior del año 1903 da da.tos muy in-

teresantes respecto á este particular, sobre los cuales

conviene llainar la atención, por cu,yo motívo se con-

signan en los aiguientes esta.dos;

- ^87 -

Rgtadtetlow del ooxeraio eaterlor ie loe prodeetoe toreslaleednrante el aóo 1^.

I0^ POli.TAQIC^N

' P80DIIOT08 FOREBTALSB OADl'I'ID^DEBVALOBRB

E1w^twa.

Palos tintóreos y corteaar cur•

tientes ....................... 697.OI0 kilog. 139.400

Pasta para fabricar papel. . .. . . . . 26.94fi.894 ldom . . 5.119.62:1

Duelas ......................... 13.772 millar 11.416.06t3

Madera ordinaria en tabla ain la•

brar.. ..... ..... ....... 1i10.922 m8. ... 46.819.160

Idem cepillada ó machihembrada. 3.840 idem.. 820.400

Idem flna para ebanisteria.. . . . . 2.691.301 kilog . 915.042

Idem aserrada en hoja8.......... 119.700 idem.. I01.746

Piperia armada ó sin armar.. .... 1.320.066 idem.. 461.720

Madera ordinaria labrada....... 799.U28 [dem.. 1.b78.0^6

Idem flna id ......... .......... 337.949 idem.. 844.869

Idem id. con objetos dorados. .. .. 128.842 idem.. 644.210

F.nea,crin vegetal .............. 1.230.673 ideu ► .. 307.641

TOa^AL. . . . . . . . . . . . ^ r ^ 67.6fi7.920

- 38 --

F3XPORTAQ tóN

PRODIIOTOB FORBBTALES (7AN'PIDADEBYALOREB

PWataa.

Corteza^ y otras materfas cur-

tientes ....................... 8.196.081 kilog . 447.448

Regalíz en rama ................ 1.707.768 idBm.. 696.8t30

Idem en extracto y pasta........ 594,689 idem .. 772.96^6

Madera ain labrai• ............... 20.601.813 idam.. 1.0:30.089

Coreho en planchaa ... .. .. .... ... 4.32b.492 idom.. 2.292.512

Idem en cuadradillos. .. . . .... . . . ó1.346 míllar 438.671

^ A Francia..... 1.326.890 idem.. 19.888.350ldcni en taponea.

^ A otros paises. 862.666 idem.. 12.788.490

Idem en otras iormas. . . .... .. . . . 6.209.661 idem.. 1.147.827

Esparto en rama . .. .. . . .. . . .. .. . 49.366.169 kilog . 5.429.178

Idem obrado ....................

1

G23.891 idem .. 218.382

Caetañae ....................... 4.068.767 i dem .. S13.762

TOTAL .............. x 46.864.496

8Ef3IIMENPaeetae.

Valor de los productos importados... 67.667.920

Iden► 1d. exportados ................. 46.864.496

TIIFERHNCIA............ 21.803.426

^s decir, que somos tribiitarios a.l e^trarijero por

valor de 21.803.425 pesetas, ^, causa de lio tener bieli

culticadu nuestra zoi7a forestaL No qP oculta^rán seg•u-

- 3H -

rauiente á las Cortes las ventajas dc^ ^IIlUIdr tan enurinr

desuivPl eii la balanza tuercantil, porque, adema.e de

que acusa falta de aprovechamiento del suelo, en una

Nación como la nuestra, que, por las condiciones de su

territorio, debería ser exportadora de productos foresta-^

les, afecta ó, nuestra vida económica general, tan hon-

damente perturbada en ocasiones por el alza exagerada

de los cambios.

Y si nos fijarnos, por últirno, en el problerna de la

emigración, que tan seriaxnente ha 1 ►reocupado ó ld>

Cortes y ó. los Gobiernos españoles, no se ocultará tain-

poco la necesidad ^cbsoluta, de engrandecer el suelo de la

Patri^i .

El natural amor a. la tierra en que se vió la luz pri-

mera es causa de que nu se deje rnás que cuando en ella

se hace imposible la v ida, salvo la excepción que seña-

lan esos espíritus arrojades ó aventureros que por con-

dición de car^icter gustan de ir en busca de lo descuno-

cido, ilusionados con la esperanzn, de lograr en otro

ambiente una riqueza y una posición social que c^n-

siderau imposible obtener Hn el pobre rincón de su

a,ldea.

La emigración que hoy sufre España no reconoce

utra causa que la falta del buen aprovechamiento del

suelo patrio, que deja sin rocursos al campesino de nues-

tras desnudas cordilleras. Cuando la vida se le hace en

ellas imposible, intenta, antes de decidirse á abandonar

definitivamente la Patria, que la industria y el comer-

cio de las grandes poblaciones le proporcionen los recur-

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sos quN 1^+ ti+arr^+ le ha negado. E1 absentiamo preced^

siempre +i la emigraciGn definitiva, que se preseuta

cuando l^is grandes poblaciones no pueden contener

tantos obreros, y desdeñados éstos á la vez por el cultivo

de la tierra, por la industria y el comercio, no encuen-

tran más medio para poder seguir viviendo que embar-

car en esos buques que alejan para siempre tí muchos

emigrantes del suelo que les vió n^+cer.

Y si en todo tiempo ha tenido importancia este pro-

blema, hoy la reviste excepcionalísima. Cuando el espí-

ritu nacional se éxpansionaba en otras tierras más ricas

y menos explotadas que la nuestra, y en las que ondea-

ba también la bandera de la Yatria; cuando los emi-

grantes dejaban nuestros puertos para ir á nuestras co-

lonias, cifrando en ellas todas las ilusiones y todas las

eaperanzas de su porvenir, entonces podía tener alguna

,j ustificación que no estuviese bien atendido, que no fue-

se primorosamente ►ultivado el viejo territorio de la

metrópoli; pero hoy que después de haber sido los dea-

cubridores y conquistadores del Nuevo Mundo, nos he-

mos recluído en la antigua casa solariega y en el pri-

mitivo patrimonio nacional, sin más excepción que unas

reducidas porciones del suelo africano, preci •amente en

unos tiernpos en que la riqueza se erige en el primer

poder de la tierra, y parece que no hay más pa]anca

que el dinero para levantar el prestigio y la grandeza

de los pueblos; hoy, que los emigrantes dejan las cos-

tas españolas para ir á sufrir en tierr^ extraña la dura

ley del extranjero, marchando en un ambiente de po-

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1 ►reza ^- de pesar, que se^;ur€^niente no olviaar^^ quien

haya visto zarl^ar uno sicluier^, de esos huques, reple-

tos de herinanos nuesti•^ ►s a quienes la des^,rracia ó la

desesperación, y no la iluaión y- la esperaiiza, ale,jan de

la Patria; no es posible. desconocer la iniportancia eco-

uómica del problem^ forestal en España, aparte la que

reviste 1 ►ur las beneficiosas iuHuencias que los i7^ontes

ejerceu.

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