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Revista Mensual sobre la Actualidad Ambiental 18 ¿Consumidores o monstruos? Del ethos al pathos en la estigmatización de los consumidores de marihuana Antropólogo social. Profesor en la Universidad de Costa Rica. Investigador en el Instituto sobre Alcoholismo y Farmacodependencia. Jesús Méndez ISSN 1409-214X. Ambientico 244, Artículo 3 |Pp. 18-23| E xiste en todo el mundo un discurso sobre el fenóme- no de las drogas que establece caracterizaciones y clasificaciones de esas sustancias y, a partir de eso, y valiéndose de prejuicios y estereotipos, estigmatiza a los consumidores, pasando a concebirlos como monstruos. Para comprender tal proceso de monstrificación de los consumi- dores de cannabis sativa, este artículo considera medulares los conceptos de pathos y ethos, trabajados por diversos au- tores para atender los análisis de discursos dentro de los procesos sociales de configuración de aspectos culturales. En su libro Tristes Tropiques (1955), el antropólogo Claude Levi-Strauss asegura que toda sociedad se funda- menta en la conjunción de costumbres e ideales preforma- dos moralmente en conjunto con un territorio social y un ambiente natural específico. La unión de estos aspectos, aunado a una serie de procesos reflexivos, conforman una especie de guía sobre el orden correcto y adecuado de hacer las cosas, estableciendo un phatos o, en otras palabras, una serie de costumbres que estipulan las conductas positivas al tiempo que se define sanciones para las desviaciones. Volver al índice

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Revista Mensual sobre la Actualidad Ambiental18

¿Consumidores o monstruos? Del ethos

al pathos en la estigmatización de los

consumidores de marihuana

Antropólogo social. Profesor en la Universidad de Costa Rica. Investigador en el Instituto sobre Alcoholismo y Farmacodependencia.

Jesús Méndez

ISSN 1409-214X. Ambientico 244, Artículo 3 |Pp. 18-23|

Existe en todo el mundo un discurso sobre el fenóme-no de las drogas que establece caracterizaciones y clasificaciones de esas sustancias y, a partir de eso,

y valiéndose de prejuicios y estereotipos, estigmatiza a los consumidores, pasando a concebirlos como monstruos. Para comprender tal proceso de monstrificación de los consumi-dores de cannabis sativa, este artículo considera medulares los conceptos de pathos y ethos, trabajados por diversos au-tores para atender los análisis de discursos dentro de los procesos sociales de configuración de aspectos culturales.

En su libro Tristes Tropiques (1955), el antropólogo Claude Levi-Strauss asegura que toda sociedad se funda-menta en la conjunción de costumbres e ideales preforma-dos moralmente en conjunto con un territorio social y un ambiente natural específico. La unión de estos aspectos, aunado a una serie de procesos reflexivos, conforman una especie de guía sobre el orden correcto y adecuado de hacer las cosas, estableciendo un phatos o, en otras palabras, una serie de costumbres que estipulan las conductas positivas al tiempo que se define sanciones para las desviaciones. Volver al índice

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El phatos, según Levi-Strauss, configura un modelo ideal de comportamiento. No obstante, para funcionar necesita la pre-sencia de un ethos, el cual proporciona coherencia y regularidad al aspecto feno-ménico de la realidad de los individuos.

En este sentido, y desde muchos siglos antes, Aristóteles, en su Retórica (1998), subrayó el papel del ethos como un conjunto de atributos que se proyec-tan en los discursos. Definición que am-plió Erving Goffman (1971) al reconocer una dimensión fuertemente actitudinal, valorativa o motivacional que remite a las cualidades morales del orador, consi-derando en ese sentido las disposiciones éticas, creencias, pensamientos o inclina-ciones que generan conductas, prácticas y acciones.

Entonces, se tiene dos conceptos complementarios a considerar: por un lado el pathos, entendido como los ideales de comportamiento de un pueblo, comu-nidad o país, que establece las pautas de acción y la forma de proceder ante deter-minadas situaciones; y, por otro lado, el ethos, que de manera similar se establece como un ideal de vida y de conducta, pero que se constituye con el fin de incidir sobre las prácticas de comportamiento, sobre el pathos. El primer concepto se entiende como algo implícito en la sociedad, con un grado importante de dificultad para comprender su origen, y que, por tanto, se reconoce en las acciones; el segundo es algo intencional, generado por un conjun-to de actores que establecen una serie de

ideales, actitudes o creencias que buscan influir al primero.

Ahora bien, la monstrificación de los consumidores de marihuana la lleva a cabo el discurso estatal-institucional mediante el rescate de modelos prohibi-cionistas a los que van intrínsecamente asociadas imágenes arquetípicas desca-lificadoras de aquellos individuos, y esto tiene que ver con el mencionado ethos. El objetivo es impulsar prejuicios y mitos –a los que van asociados temores- sobre la marihuana y sus consumidores, actuan-do así precisamente sobre el pathos de la sociedad costarricense, para cambiar o perpetuar el ideal que se tenga sobre esa droga y sus consumidores.

De la mano de los principios insti-tucionales de estigmatización, ocurre un proceso afín en los medios de comunica-ción masiva que alimenta y exagera ese ethos respecto de la marihuana y sus consumidores e incrementa el ideal de monstruos que pesa sobre ellos. Desde la esfera estatal se establecen tres for-mas de catalogar a los consumidores de marihuana (del Olmo, 1988), y de parte de los medios de comunicación masiva se establecen tres estereotipos sobre los con-sumidores (González, 1997). Tales formas de catalogación y tales estereotipos son complementarios.

Según del Olmo (op. cit.), las tres formas de catalogar a los consumidores se dan a nivel médico, a nivel cultural y a nivel ético-jurídico, respectivamente. En el primer nivel, el drogadicto se ve como un paciente y la droga es un virus o una

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enfermedad que hace más evidente el concepto de dependencia; es decir, se tra-ta de un problema de salud pública. En el segundo nivel, el cultural, el drogadic-to es alguien que se opone al consenso; se trata de un joven ocioso que busca place-res prohibidos, derivado esto de la falta de empleo y actividades sociales. Y, en el tercer nivel, el drogadicto es un transgre-sor, alguien que realiza actividades ilíci-tas y que, por ende, debe ser castigado.

Cada una de las anteriores formas de catalogación se generó durante un mo-mento histórico determinado (Bejarano, 2006), siendo que antes de la instaura-ción del modelo médico-sanitario era co-mún que las drogas fueran vistas como lo negativo y, entonces, los consumidores

y traficantes como lo más bajo de la so-ciedad. En el caso de la marihuana, esto sucedió claramente en Estados Unidos, pues a principios de la década de 1950 a ella se le asociaba con los mexicanos, ini-ciándose entonces el estereotipo del lati-no drogadicto, delincuente y pandillero (History Channel HD, 2012; del Olmo, op. cit.). Fue apenas en 1962 que se ini-ció el modelo médico-sanitario, cuando la Corte Suprema de Justicia de ese mismo país ratificó que el consumidor no es un delincuente sino un enfermo (Del Olmo, op. cit.). Cambio de paradigma que se dio como respuesta a la generalización del consumo de marihuana y otras drogas, resultando consumidores ya no solo indi-viduos de minorías étnicas sino también

Khalid Mahmood. Cannabis de Pakistán (tomada de Wikimedia Commons).

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jóvenes de todos los estratos socioeconó-micos y procedencias étnicas.

Los tres modelos de catalogación propuestos por del Olmo no son excluyen-tes, sino que en muchos casos la combi-nación de ellos era y sigue siendo posible, generando ambivalencias a la hora de establecer perfiles de los consumidores. En el caso de la marihuana, se forman discursos ambiguos y clasistas que aún hoy se mantienen, pues si el consumidor es de clase baja la droga lo hace violen-to y criminal, pero si es de clase alta lo hace vago y apático (del Olmo, op. cit.); debiendo aplicarse una medida jurídica en el primer caso, y una médico-sanitaria en el segundo.

Por su parte, frente al tema del con-sumo de marihuana y drogas en general, los medios de comunicación masiva se ma-nejan con base en alguno de los siguientes estereotipos: el de la imprecisión del con-cepto de droga, el de la fetichización de la droga y el de la subculturización de la droga (González, op. cit.).

Con base en el primer estereotipo, ellos tergiversan el concepto de droga, implantando el ideal de que todas las drogas ilegales tienen efectos idénticos y todas son negativas. Este estereotipo per-petúa la separación entre drogas legales e ilegales, declarando que estas últimas conllevan únicamente consecuencias per-judiciales y, entonces, son mucho más dañinas que las otras. En consecuencia,

A. Baltodano. Muro en San Pedro, San José.

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la marihuana es equiparada con el crack, la heroína, la cocaína y el LSD, estable-ciendo que el componente activo o THC (Tetrahydrocannabinol) es peor que el al-cohol o el tabaco, aunque pruebas clínicas puedan demostrar lo contrario.

A partir del segundo estereotipo, la droga es vista como un ente mágico con propiedades místicas (González, op. cit.), que afecta el cuerpo humano de manera epifenoménica, siendo un organismo ex-terno a las personas y a la sociedad, que infecta como si fuese un padecimiento, es decir, un ente patológico extraño. En consecuencia, el consumo de marihuana es un mal o enfermedad que infecta a jó-venes con altas carencias sociales o con un marcado rechazo a los valores tradi-cionales, coincidiendo esto con el modelo médico-sanitario propuesto por del Olmo.

Según el tercer estereotipo, el de la subculturización de la droga, la droga es expresión de actitudes individuales o gru-pales al margen y opuestas a la sociedad, típicas de la juventud. Con este estereoti-po es consistente la idea de que el consumo de marihuana responde a presiones socia-les propias de la adolescencia, ayudando al consumidor a satisfacer la necesidad de transgresión y rebelión y permitiéndole jugar un papel protagónico al convertir-se en centro de la atención. Que la mari-huana fuera expresión de una subcultura o contracultura (Goffman, 2005) se vería constatado por la abundante parafernalia –como elemento de cohesión– que acom-paña a muchos de sus consumidores (dis-tintos objetos con la bandera de Jamaica

-supuesta meca de tal droga-, camisetas o artículos con fotografías de Bob Marley y de hojas de marihuana, etc.).

Los modelos institucionales pro-puestos por del Olmo, así como los este-reotipos impulsados por los medios de comunicación trabajados por González, permiten comprender cómo se promueven y mantienen las estigmatizaciones sobre la marihuana y sus consumidores, gene-ralmente con discursos atemporales que persisten en el ideario colectivo o pathos. De esta forma, no es extraño ver la combi-nación de estereotipos institucionales en medios de comunicación, por ejemplo en la prensa escrita, donde se afirma lo da-ñina que es la droga según estudios médi-cos 1, o donde se sostiene la lucha contra la marihuana como lo ideal y se catalo-ga como éxito la incautación de alijos de ella 2, o donde, también, se considera a los productores como monstruos que hacen daño a la sociedad y a la naturaleza 3; es-tereotipos estos que contribuyen a esta-blecer estigmatizaciones que perduran en el imaginario colectivo.

Derivada de las políticas institu-cionales y con la ayuda de los medios de comunicación, existe la tendencia a juntar a productores y consumidores de

1 Ver, por ejemplo: http://www.nacion.com/vivir/medicina/Consumo-frecuente-marihuana-cambi-ar-estructuras_0_1386061513.html

2 Ver, por ejemplo: http://www.nacion.com/sucesos/narcotrafico/Policia-frena-ingreso-marihua -na_0_1405859421.html

3 Ver, por ejemplo: http://www.nacion.com/sucesos/desastres/Incendio-Forestal-Parque-Nacional-Chirri-po_0_1406259502.html

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marihuana dentro de un mismo concepto precedido siempre por el prefijo “narco” (del Olmo, op. cit.). Así, todo lo relaciona-do con esas sustancias siempre va a ser negativo 4 y forma parte del ethos que busca convertir en monstruos a consumi-dores y productores, monstruos que son enfermos o delincuentes pero que, a final de cuentas, son monstruos que corrompen las bases éticas y sanitarias de la socie-dad costarricense.

Si bien es cierto que existe un reco-nocimiento de que esta monstrificación tiene fundamentos económicos y políticos (del Olmo, op. cit.; Escohotado, 1998), no cabe duda de que el ethos imperante re-lacionado con la marihuana y sus consu-midores manifiesta que son estos los que ponen en juego el orden social (la familia, las costumbres, la salud, etc.). Crimina-lidad, redes de narcotráfico, orgías, agre-sores, ladrones y caos, todos estigmas con un marcado corte negativo que han pasado a formar parte del pathos de la so-ciedad costarricense, tipificando y sobre todo monstrificando a los consumidores de marihuana, lo cual ha disminuido la posibilidad de acercamiento a ellos. Acer-camiento que no solo haría viable una mejor compresión de sus características culturales sino también, y más importan-te, permitiría un acompañamiento en el tratamiento de los consumidores con pro-blemas graves derivados del abuso de tal sustancia.

4 Ver, por ejemplo: http://www.nacion.com/sucesos/narcotrafico/Casa-ocultaba-toneladas-marihuana-Li-mon_0_1405259516.html

Concluyendo: Existen clasificacio-nes institucionales y estereotipos mediá-ticos sobre los consumidores de marihua-na, y sobre el consumo, que generan en las estructuras más elementales de la sociedad costarricense, pathos, una serie de ideas que monstrifican a consumidores y productores. Si se quiere comprender y dar un acompañamiento adecuado a los consumidores para evitar el uso y/o abu-so, es necesario dejar de lado varias de tales concepciones. Y el acompañamiento debe ir de la mano de la comprensión de los aspectos culturales de esas poblacio-nes y de la des-estigmatización por parte de los medios de comunicación.

Referencias

Aristóteles. (1998). Retórica. Madrid: Alianza.

Bejarano, J. (2006). Inseguridad ciudadana: realidades y

percepciones. San José: Pnud.

Del Olmo, R. (1988). La cara oculta de la droga. Bogotá:

Editorial Temis.

Escohotado, A. (1998). Historia General de las Drogas.

Madrid: Alianza. Séptima edición.

Goffman, E. (1971). La presentación de la persona en la

vida cotidiana. Buenos Aires: Amorrortu.

Goffman, K. (2005), La contracultura a través de los

tiempos. De Abraham al acid-house, Barcelona:

Anagrama.

History Channel HD. (2012, 20 de agosto). La Historia de

la Marihuana. Disponible en: https://www.youtu-

be.com/watch?v=1w6-jWapvBg

González, C. (1991). Legislación simbólica y administra-

ción del derecho penal: la Penalización del consu-

mo de drogas. Revista Jueces para la Democracia

14, pp. 22-26.

González, C. (1997). Drogas y control social. Poder y Con-

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Levi-Strauss, C. (1955). Tristes Tropiques. Paris: Librai-

rie Plon.