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Libro de Cultura de La Legalidad

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cultura d ela legalidad

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LA CULTURA DE LA LEGALIDAD

INSTITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICASSerie ESTUDIOS JURÍDICOS, Núm. 8

Coordinador editorial: Raúl Márquez RomeroEdición: Maricela Martínez Duran y Margarita García Castillo

Formación en computadora: Jaime García Díazy José Antonio Bautista Sánchez

GERARDO LAVEAGA

LA CULTURADE LA LEGALIDAD

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICOMÉXICO, 2006

Primera edición: 1999Segunda edición: 2006

DR © 2006, Universidad Nacional Autónoma de México

INSTITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICAS

Circuito Maestro Mario de la Cueva s/nCiudad de la Investigación en HumanidadesCiudad Universitaria, 04510 México, D. F.

Impreso y hecho en México

ISBN 970-32-3800-9

A Diego Valadés,promotor de la cultura

de la legalidaden México

CONTENIDO

Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11Miguel CARBONELL

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17

I. La construcción social del Estado de derecho . . 21

1. Las dimensiones sociales del Estado . . . . . 21

2. Las dimensiones sociales del derecho . . . . 26

3. Instituciones políticas: la preservación del con-senso . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30

II. La cultura de la legalidad en la preservación delconsenso . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35

1. Las necesidades y los intereses como condicio-nantes de la axiología política . . . . . . . 35

2. La transformación de los valores políticos envalores jurídicos . . . . . . . . . . . . . 44

III. La difusión de la cultura de la legalidad . . . . 51

1. La socialización jurídica . . . . . . . . . . 51

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2. Límites en la difusión de la cultura de la lega-lidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56

3. Funciones de la cultura de la legalidad . . . 65

IV. La cultura de la legalidad en México . . . . . 73

1. Socialización jurídica general . . . . . . . 73

A. Contexto . . . . . . . . . . . . . . . 73

B. Marco legal . . . . . . . . . . . . . . 78

C. Educación formal: la escuela . . . . . . . 83

D. Educación no formal . . . . . . . . . . 86

E. Educación informal: los medios de comuni-cación . . . . . . . . . . . . . . . . 90

2. Socialización jurídica específica . . . . . . . 94

A. La enseñanza formal del derecho: la univer-sidad . . . . . . . . . . . . . . . . . 94

B. Informática y derecho . . . . . . . . . . 99

Epílogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107

10 CONTENIDO

La cultura de la legalidad, editado porel Instituto de Investigaciones Jurídicasde la UNAM, se terminó de imprimir el25 de agosto de 2006 en J. L. ServiciosGráficos, S. A. de C. V. En esta ediciónse empleó papel cultural 57 x 87 de 37kilos para los interiores y cartulina cou-ché de 162 kilos para los forros; consta

de 1000 ejemplares.

PRÓLOGO

La obra que ahora tiene en sus manos el lector es ejemplaren varios sentidos. No se trata solamente de un libro escritocon un rigor y un estilo envidiables, sino que estamos frentea un ensayo que ha dado en el blanco de una de las proble-máticas más arduas que existen en el panorama jurídico na-cional del presente: la cultura jurídica y, dentro de ella, lacultura de la legalidad. Vamos por partes.

Por lo que hace a la forma en que está escrito el libro,deben destacarse dos cuestiones. Por un lado, desde las pri-meras líneas, el autor demuestra un notable dominio del idio-ma y, sobre todo, un desenvolvimiento y una ilación del textosorprendentes.

Por otra parte, debe destacarse la forma en que el autorva desgranando sus argumentos. Sin asomo alguno de duda,se pone frente a autores tan importantes como Kelsen y es-tablece con ellos un diálogo que sirve no únicamente para eltratamiento de las cuestiones del libro, sino sobre todo queilustra al lector en temas de esos autores sobre los que nose había abundado demasiado hasta el momento. Esto se co-necta de forma inmediata con la metodología expositiva dellibro.

Laveaga ha preferido abordar su temática, como no podríaser de otra forma tratándose de una obra de los alcances dela presente, desde un punto de vista no estrictamente jurídi-co. Esto merece ser destacado porque para nadie es una sor-presa la tendencia casi obsesiva que tenemos los que estudia-mos derecho a encerrarnos en nuestras propias abstracciones,construyendo en ocasiones universos teóricos que quizá nosirven mucho —o nada— a la realidad que nos rodea, pero

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que responden a las “necesidades” de una seudorracionalidadjurídica.

Nuestro autor huye muy bien de lo anterior y combina, demanera ciertamente original, a autores clásicos de la cienciajurídica con lo mejor de la ciencia política y del pensamientosocial de los últimos lustros (Habermas, Popper, Luhmann,Huntington, etcétera) .

Una de las explicaciones clave del libro, sobre todo en laprimera parte, es la forma en que se crea el consenso dentrode las complejas sociedades modernas. En este punto caberecordar las recientes y muy importantes aportaciones de Jür-gen Habermas ( especialmente su reciente libro Facticidad yvalidez) y de Robert Alexy (por ejemplo su Teoría de la ar-gumentación jurídica o su Teoría de los derechos fundamenta-les) , entre otros. Laveaga es contundente sobre la importanciadel consenso. Solamente cuando el consenso se mantiene —afir-ma— “puede hablarse de legitimación”. Obviamente, la víaconsensual no es la única que permite la legitimidad de lospoderes públicos ( como ya demostró Max Weber en su insu-perado Economía y sociedad) , pero es claro que en los Estadosdemocráticos es el modo más seguro de lograr lo que, en latradición clásica, se entendía como un “buen gobierno”.

A pesar de su fe en el consenso, nuestro autor no se per-mite falsas esperanzas sobre las posibilidades del tema de sulibro: “La mayor difusión de la cultura de la legalidad noconduce, necesariamente, al desarrollo político y sí, en cam-bio, lo puede afectar. El desarrollo político, en cambio, inva-riablemente propicia las condiciones para que se dé un au-mento en el nivel de la cultura de la legalidad en un pueblo”.¿Debemos entonces, bajo la óptica de Laveaga, esperar a lo-grar un desarrollo político suficiente como para que proporcioneun piso fuerte que permita sostener el edificio de la legali-dad? Creo que no, si bien coincido con el autor en que unmínimo de desarrollo político es necesario para la difusión ade-cuada de la cultura de la legalidad ( y de hecho es necesariotambién para la simple existencia de “la legalidad” tal comose entiende en los países democráticos) .

12 MIGUEL CARBONELL

De la misma manera, el autor tampoco muestra grandesesperanzas en los principales operadores y posibles difusoresde la cultura de la legalidad: los abogados. En esto coincidopunto por punto con Laveaga. Los abogados han sido, tradi-cionalmente, uno de los gremios más conservadores dentrode las sociedades contemporáneas: son los guardianes natosdel status quo. Como se señala en el libro, “A la manera delos gremios medievales... los abogados prefieren no compartirsus conocimientos, pues esto originaría que muchas personasprescindieran de sus servicios”. La cuestión no es menor y síresulta muy preocupante; la cerrazón del gremio ha llegadoa un grado tal que se ha descrito al mundo jurídico comouna verdadera isla y a sus habitantes como una variante ilus-trada de los antiguos “caníbales” ( Pedro de Silva) .

En todo caso es cierto que, de forma parecida a lo que lessucede a los teóricos —sobre los que ya se ha comentadoalgo líneas arriba—, también los operadores jurídicos prácti-cos parecen obstinados en reservar para ellos mismos y parael resto de los iniciados los saberes jurídicos. Estando fueradel gremio, debido tanto a una deficiente educación cívicacomo a una complejidad técnica a veces absurda de los di-versos ordenamientos jurídicos, es muy difícil que los ciuda-danos puedan hacer valer sus derechos ante los juzgados ytribunales. En esa tesitura, los conceptos jurídicos más sólidosse convierten en pura retórica cuando se enfrentan a unarealidad bien lejana de aquella que se explica en las aulas:¿de qué sirve demostrar de forma indubitable la supremacíaconstitucional y explicarles con todo detalle a los alumnos elcaso Marbury vs. Madison si a fin de cuentas a los ciudadanosno se les da un acceso real ( por tecnicismos innecesarios, pordificultades económicas o por simple y llana desinformación)a los recursos que sirvan para proteger sus derechos funda-mentales?

Aparte de los temas anteriores, en el libro de Laveaga seencuentra en abundancia material para suscitar muchas otrasreflexiones que alargarían innecesariamente este prólogo. Ob-viamente, es un libro propositivo que, como todos los de suespecie, no culmina en su propia escritura ni en la lectura

PRÓLOGO 13

de los interesados; por el contrario, al terminar de leer ellibro se empieza apenas el camino lleno de sugerencias queha abierto el autor. Varios de los temas planteados por La-veaga no han sido más que dibujados en el libro, debiendoser completados con posterioridad por el autor o por quienesle sigan en la línea de investigación que él ha abierto.

Para futuros trabajos se podría considerar la posibilidad depracticar un enfoque desde el punto de vista constitucionaly no solamente legal. Como ha dicho la mejor doctrina eu-ropea sobre la materia (Aragón Reyes, Rubio Llorente, Zagre-belsky, Häberle) , hoy el Estado de derecho es Estado consti-tucional de derecho, de modo que la cultura de la legalidadbien puede —y debe— ser entendida como cultura de la cons-titucionalidad.

En suma, estamos frente a un libro que plantea un temafundamental en el quehacer de los juristas y de los demáscientíficos sociales del México de final de siglo. Merece serdiscutido. Leerlo será, sin duda alguna, una expresión másde la vieja “lucha por el derecho” a la que ya se refería Iheringy a la que deben sumarse con toda su energía los juristasdemocráticos de este país.

Miguel CARBONELL

14 MIGUEL CARBONELL

Lo que cuenta en la última instancia, y de loque todo depende, es la idea del derecho,de la Constitución, del código, de la ley, dela sentencia. La idea es tan determinanteque, a veces, cuando está particularmenteviva y es ampliamente aceptada, puede in-cluso prescindirse de la “cosa” misma, co-mo sucede con la Constitución en GranBretaña... Y, al contrario, cuando la idea noexiste o se disuelve en una variedad de per-files que cada cual alimenta a su gusto, elderecho “positivo” se pierde en una Babelde lenguas incomprensibles entre sí y con-fusas para el público profano.

Gustavo ZAGREBELSKY

A menudo los hombres se oponen a una co-sa simplemente porque no han tenido parteen su planificación o porque puede habersido planteada por aquellos a los que tienenaversión.

Alexander HAMILTON

INTRODUCCIÓN

Cuando cursaba la preparatoria leí una frase de Baruch Spi-noza que me impresionó:

Si los hombres hubiesen sido organizados por la naturaleza demodo que la razón dirigiese siempre sus deseos, la sociedadno tendría necesidad de leyes; bastaría enseñar a los hombreslos verdaderos preceptos de la moral para que hiciesen espon-táneamente, sin violencia y sin esfuerzo, todo lo que les fueseverdaderamente útil.

El fragmento tuvo en mí un efecto provocador: ¿Por quéno promover, pues, la razón entre los hombres? ¿Por qué nodirigir todos los esfuerzos de un gobierno para que los hom-bres aprendieran a regir sus deseos por la razón? ¿Por quéno enseñarles, antes que cualquier otra cosa, “los verdaderospreceptos de la moral”? Hacerlo significaría acabar, de unavez por todas, con la pobreza, el hambre y las guerras.

Conforme fui creciendo, la ilusión se derrumbó: “la razón”de algunos hombres no tenía que ver, en absoluto, con “larazón” de otros y “los verdaderos preceptos de la moral” cam-biaban con el tiempo y variaban de un lugar a otro. No eraniguales, vaya, para los griegos que vivían en Constantinoplahace cuatrocientos cincuenta años que para los otomanos deesa misma época; no son los mismos para los serbios quepara los kosovares de las postrimerías del siglo XX; no soniguales para los mexicanos ricos que para los mexicanos po-bres de hoy en día.

Mi inquietud, sin embargo, siguió dando vueltas: ¿Qué pa-saría si, en lugar de hablar de “la razón” o de “los verdaderospreceptos de la moral”, pudiéramos hablar de algo menos pre-

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tensioso, como las leyes? Después de todo, éstas representan“la razón” y “los verdaderos preceptos de la moral”, segúncada época y cada lugar. ¿No tendríamos un mundo más ha-bitable si la gente respetara la ley? Para que esto ocurriera,claro, la ley tendría que conocerse. Creo que esta inquietudfue uno de los motivos por los que decidí estudiar derecho.Ya en el curso de mi carrera, volví a tropezar con expectativasengañosas. El conocimiento del derecho variaba en cada in-terpretación y la misma norma que fortalecía a unos, debili-taba a otros. ¿Cómo podría dársele a conocer a alguien queno hubiera estudiado derecho la relatividad del juicio de am-paro en México, por ejemplo? ¿Cómo explicarle que si dospersonas estaban en el mismo supuesto y una se amparaba,ya no tenía que pagar el impuesto que la otra —por no ha-berse amparado oportunamente— estaba en la obligación depagar? En otros casos, las leyes —que según se enseña en laescuela primaria son generales y abstractas— resultaban am-biguas y contradictorias. Comprendí que si fueran claras, nose requeriría de jueces y tribunales en ningún lugar del mundo.

A pesar de esto, sigo creyendo que la adecuada difusiónde nuestras disposiciones jurídicas contribuye a fortalecer elorden social en un Estado. Ciertamente, orden social es unconcepto lleno de aristas: pues puede significar la coexisten-cia pacífica de los distintos grupos que integran una comu-nidad pero, también, la preservación del statu quo de la mis-ma. A lo largo de estas páginas, he preferido el primersignificado y creo que, en la medida en que un gobierno estéinteresado —o se vea obligado— a garantizar y promoveresta coexistencia pacífica, la adecuada difusión de la culturade la legalidad ayudará a canalizar los niveles de inconfor-midad de un modo ordenado, así como a ampliar los nivelesde acceso a la justicia en la sociedad civil. Por lo menos, éstees uno de mis puntos de partida para pronunciarme a favorde lo que el discurso político ha dado en denominar “la cul-tura de apego a la legalidad”.

Esta última conlleva nuevos desafíos: ¿Cómo enseñar a unpueblo —o a un grupo dentro de este pueblo— que se apeguea una ley que, en el fondo, no acepta? Los autoproclamados

18 GERARDO LAVEAGA

“pueblos indígenas” del sureste mexicano en nada ayudaríana solucionar el conflicto chiapaneco si conocieran de memoriala Constitución. Por otra parte, ¿a quién buscan beneficiarcon la ley sus creadores e intérpretes? ¿Qué pretenden conella aquellos que, en cada sociedad, están encargados de eje-cutarla? ¿Cuál es el papel de la fuerza y cuándo debe echarsemano de ella para que las leyes se respeten? ¿Cómo hacerdel conocimiento de todos aquellas leyes que sólo pueden ha-cerse valer por quien contrate los servicios de costosos abo-gados y por quien esté dispuesto a esperar los larguísimosperíodos de tiempo que supone un litigio? ¿Cómo explicarleesto a la sociedad civil sin provocar su irritación? Henry Kis-singer, sintetizando a algunos clásicos del pensamiento polí-tico, escribió que el equilibrio de poder reducía las oportuni-dades de recurrir a la fuerza y que el sentido de la justiciacompartido reducía el deseo de emplearla. ¿Cómo lograr, noobstante, que un mayor número de personas comparta unsentido de la justicia, sea ésta lo que sea?

El asunto de la difusión jurídica, por tanto, no es un asuntoque sólo esté relacionado con el ámbito jurídico sino, tam-bién, con el social. Esto explica las constantes referencias adisciplinas como la política, la educación y la comunicación,sin las cuales no podría haberse elaborado un estudio comoéste. Partiendo del supuesto de que son las necesidades y losintereses de un pueblo —y de los grupos que lo conforman—los que determinan la creación, la aplicación y la interpreta-ción del derecho, he intentado esbozar las premisas de unmarco teórico que facilite el examen de la relación que existeentre el orden social de un pueblo y el conocimiento que éstetiene de su propio derecho. En el último capítulo, este exa-men se aboca a México. El trabajo parte del análisis de unavariable adicional: el Estado. A pesar de la crisis conceptualque éste enfrenta hoy en día, desde el enfoque normativo odesde el enfoque institucional, sigue siendo el punto de con-vergencia más complejo entre sociedad y derecho. Al menos,el más observable.

Es importante señalar, asimismo, que he usado el términocultura de la legalidad porque me parece que define mejor

INTRODUCCIÓN 19

que cualquier otro el conocimiento que un pueblo tiene desu derecho, así como los esfuerzos que hacen grupos y fac-ciones —principalmente el gobierno— para difundir o no di-fundir tal conocimiento, las variables del proceso medianteel que un pueblo acata las normas que lo rigen, los efectosconcretos que este ejercicio tiene en la sociedad civil y loslímites a los que se circunscribe. Hablar de cultura jurídicahabría implicado aludir a la tradición que han seguido diver-sos pueblos para elaborar, aplicar e interpretar su derecho,tal como lo hacen John Merryman y otros investigadores, obien referirme a la concepción del derecho que ha orientadoel quehacer jurídico de estos grupos humanos, como la en-tienden Giovanni Tarello y sus discípulos.

En ocasiones, puede parecer que utilizo indistintamente losconceptos cultura política y cultura de la legalidad como si éstosfueran sinónimos. No es así. A partir de la idea de que elderecho es producto de la acción política, el desarrollo de lacultura política se convierte en condición para el desarrollode la cultura de la legalidad. La primera exige la identifica-ción de necesidades e intereses, los medios que llevarán asatisfacerlos, la afiliación a los grupos que provean estos me-dios. La segunda supone la posibilidad de convertir en dere-cho —o mantener convertidos en derecho— dichas necesida-des e intereses. Si la cultura política lleva a la consecución yal goce de más prerrogativas, la cultura de la legalidad llevaa la preservación de las mismas, a la predecibilidad de lasconductas de grupos e individuos; en suma, al orden social.Ambas son inseparables y ninguna se entendería sin la otra.

Finalmente, quiero aprovechar esta introducción para agra-decer el apoyo que me brindaron Ernestina Madrigal y RaquelLuna Córdova para elaborar el manuscrito. Sin su colabora-ción, no habría sido posible concluir este trabajo.

20 GERARDO LAVEAGA

I. La construcción social del Estado de derecho . . 21

1. Las dimensiones sociales del Estado . . . . . 21

2. Las dimensiones sociales del derecho . . . . 26

3. Instituciones políticas: la preservación del con-senso . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30

I. LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL ESTADODE DERECHO

1. Las dimensiones sociales del Estado

A pesar de las múltiples definiciones de Estado en los umbra-les del siglo XXI —definiciones que a veces implican su in-minente desaparición o su inexistencia—, juristas, sociólogosy politólogos parecen coincidir al identificar elementos comu-nes en cada una de ellas. De acuerdo con Max Weber, elEstado es “un instituto político de actividad continuada, cuan-do y en la medida en que su cuadro administrativo mantengacon éxito la pretensión al monopolio legítimo de la coacciónfísica para el mantenimiento del orden vigente”.1 HermannHeller pensaba que una definición semejante suponía ver alEstado como “una ficción o síntesis mental” que el estudiosopodía construir o abandonar a placer,2 pero su propia defi-nición —“El Estado es una unidad de acción jurídicamenteorganizada”— apenas logró ir más allá de esta síntesis.

Menos interesado en la “concepción técnica”, Umberto Ce-rroni sostiene que el Estado puede definirse como el

sistema político representativo ( y por tanto separado de lasactividades socioeconómicas que constituyen la sociedad civil)que se constituye en un territorio de dimensión nacional en elcurso de un proceso histórico que ve el “nacimiento de unanación” como pueblo de sujetos iguales unidos por un fuertenexo económico-lingüístico-cultural.3

21

1 Weber, Max, Economía y sociedad, México, FCE, 1983, p. 43.2 Heller, Hermann, Teoría del Estado, México, FCE, 1989, p. 79.3 Cerroni, Umberto, Política: métodos, teorías, procesos, sujetos, institu-

ciones y categorías, México, Siglo XXI Editores, p. 127.

Maurice Duverger optó por la pluralidad al decir que “la pa-labra Estado tiene dos sentidos diferentes: o bien designa elconjunto de instituciones gubernamentales de una nación (Es-tado-gobierno) , o se refiere a la nación misma en tanto queestá dotada de instituciones gubernamentales de las naciones”.4

Al tratar de definir al Estado, las escuelas norteamericanastomaron elementos de las corrientes europeas e introdujeronotros de carácter didáctico. Karl Deutsch escribe que “el Es-tado es una maquinaria organizada para la elaboración y eje-cución de decisiones políticas y para la imposición de las le-yes y reglas de un gobierno. Sus apéndices materiales no sóloincluyen a los funcionarios y los edificios de oficinas, sinotambién soldados, policías y cárceles”.5 John A. Hall y G. JohnIkenberry consideran que “el Estado es un conjunto de insti-tuciones, manejadas por el propio personal estatal, entre lasque destaca muy particularmente la que se ocupa de los me-dios de violencia y coerción”,6 destacando que estas institu-ciones se localizan en el centro de un territorio geográfica-mente delimitado, atribuido generalmente a una sociedad ala cual el Estado vigila y controla a través de reglas al interiorde su territorio, “lo cual tiende a la creación de una culturapolítica común compartida por todos los ciudadanos”.7

No es el propósito de este estudio revisar las distintas de-finiciones que se han propuesto para explicar la naturaleza,los alcances y los límites del Estado moderno, pero sí destacarel elemento social que subyace en todas ellas: tanto el “ins-tituto político” de Weber, como el “sistema político repre-sentativo” de Cerroni o las “instituciones gubernamentales”de Duverger suponen aceptación de uno o distintos grupossociales para que el instituto, el sistema o las institucionespuedan existir y actuar socialmente.8 En otras palabras, el

22 GERARDO LAVEAGA

4 Duverger, Maurice, Instituciones políticas y derecho constitucional, Barce-lona, Ariel, 1980, p. 23.

5 Deutsch, Karl W., Política y gobierno, México, FCE, 1976, p. 120.6 Hall, John e Ikenberry, John, El Estado, México, Nueva Imagen, 1981,

p. 12.7 Ibidem, p. 13.8 Utilizo el término acción social en el sentido weberiano: “Por acción

consenso. Sin este consenso, ninguna forma del Estado ten-dría la posibilidad de condicionar las conductas colectivas eindividuales. El concepto de “persona moral” al que nos tie-nen acostumbrados nuestros clásicos exige una “construcciónsocial”, para utilizar la imagen propuesta por Berger y Luck-mann.9 De esta construcción tampoco escapa la “unidad deacción jurídicamente organizada” de Heller, pues ¿quién de-termina la unidad de acción y la organización jurídica si noes aquella comunidad que las acepta como válidas o que,incluso, las rechaza? El solo adverbio basta para que Hellerno pueda evitar la ficción que criticó en Weber y en Jellinek.

Deutsch, Hall e Ikenberry resultaron menos ambiciosos ensus definiciones. Los dos últimos, además, estuvieron cons-cientes de los elementos que permiten construir y mantenerel concepto de Estado, el cual sólo tiene presencia y eficaciaen la medida en que los hombres que han acordado consti-tuirlo se ajusten a los términos y a las consecuencias de unacuerdo. Incluso las concepciones más modernas del Estado—concepciones que tienen que ver más con el análisis eco-nómico que con el análisis político— integran el elementosocial. Douglass North, el economista que ganó en 1993 elPremio Nobel de Economía y que piensa que el Estado es “unaorganización con ventaja comparativa en la violencia, que seextiende sobre una área geográfica cuyos límites vienen de-terminados por el poder de recaudar impuestos de sus habi-tantes”, tiene que admitir que “no se puede desarrollar unanálisis útil sobre el Estado si se le separa de los derechosde propiedad”. Si el uso del término “propiedad” no fuera

LA CULTURA DE LA LEGALIDAD 23

debe entenderse una conducta humana (bien consista en un hacer externoo interno, ya en un omitir o permitir) siempre que el sujeto o los sujetosde la acción enlacen a ella un sentido subjetivo. La acción social, por tanto,es una acción en donde el sentido mentado por su sujeto o sujetos estáreferido a la conducta de otros, orientándose por ésta en su desarrollo”.Weber, Max, op. cit., p. 5.

9 En su libro La construcción social de la realidad, Peter Berger y ThomasLuckmann hacen un ameno estudio sobre la teoría del conocimiento, resal-tando los elementos sociales que la conforman.

suficiente, North subraya la importancia del pacto social enla aproximación económica.10

Al tratar de precisar qué es lo que mantiene unida a unacomunidad, algunos filósofos han privilegiado la fuerza yotros se han concentrado en la conciliación de intereses entrelos individuos y los grupos que integran dicha comunidad.Tanto la fuerza como la conciliación de los intereses jueganun papel importantísimo en la cohesión social, pero de nin-gún modo explican, por sí mismos, esta cohesión. Es una vezmás el consenso el que hace que una familia, una tribu, unpueblo o un Estado sobrevivan: la voluntad de sus miembrosde seguir perteneciendo a ese grupo. Por ello, una afirmacióncomo la de que “el Estado, como tal, ( es) un objeto propio,sustantivo, autónomo del conocimiento para la teoría políti-ca”,11 está más vinculado con la poesía que con el análisissociológico: Como mero objeto de la teoría política, el Estado—“Estado de derecho” cuando el orden político que lo definedepende de que se acaten las normas jurídicas— se integray desintegra en razón de diversos fenómenos económicos ypolíticos, cuya relevancia está determinada por el significadoque se conceda en cada momento a términos como pueblo,país, nación o gobierno. De aquí que el estudio del Estadoexija, permanentemente, la incorporación de nuevos elemen-tos de análisis. De aquí también que, como lo ha escrito Um-berto Cerroni,

la verdadera crisis del Estado de derecho está en su doble dis-ponibilidad histórica para ser fecundado por la democracia ycolonizado por la reacción antidemocrática. Su llamada neu-tralidad marca en realidad que él ha llegado a ser el campode una competencia política no meramente práctica, sino ex-quisitamente cultural y teórica.12

24 GERARDO LAVEAGA

10 Cfr. North, Douglass: Estructura y cambio en la historia económica,Madrid, Alianza Editorial, 1994, núm. 411, p. 36.

11 González Uribe, Héctor, Teoría política, México, Porrúa, 1989, p. 165.12 Cerroni, Umberto, op. cit., p. 130.

En las postrimerías del siglo XX, las convulsiones que de-terminaron el surgimiento de los países bálticos, el desmoro-namiento de la Unión Soviética, la nueva unificación de Ale-mania o el enfrentamiento de los pueblos yugoslavos no sóloalteraron el equilibrio político dentro del orden mundial sinolas definiciones, las propuestas y las variables que solían con-siderarse dentro de la teoría política. El “objeto propio, sus-tantivo, autónomo del conocimiento para la teoría política”del que nos habla González Uribe se desvanece. ¿Los EstadosBálticos lo eran desde siempre o lo fueron hasta que contaroncon el reconocimiento internacional? ¿Las repúblicas soviéti-cas conformaban un Estado o, en realidad, nunca lo confor-maron? ¿Hasta qué grado son Estados Argelia, las islas Co-mores, Taiwán y Myanmar? Las respuestas dependen delgrupo político que las dé. A estas preguntas debemos añadirlas que se derivan de la tendencia actual de los países a for-mar bloques económicos, desplazando la figura del Estado yobligando a que se replantee el concepto de soberanía. Estoocurre mientras, paradójicamente, muchos Estados se desin-tegran en lo político.

A veces, la separación es de hecho, sin que se vean afec-tadas las estructuras jurídicas, como el caso de los flamencosy los valones que conviven en Bélgica, o como el de los ga-leses e ingleses del Reino Unido; otras, la separación exigeel surgimiento de nuevas estructuras —y de nuevos Estados—como en el caso de las Repúblicas Checa y Eslovaca, separa-das en 1993. Estas desintegraciones resultan menos complejascomparadas con las de otras comunidades, culturalmente de-finidas pero sin los mecanismos políticos para garantizar suindependencia, tales como las de los vascos, los kurdos o lostamiles, pueblos que sólo conseguirán erigirse en Estado enla medida en que el consenso interno y el consenso externolo permitan. En su libro La diplomacia, Henry Kissinger dis-tingue comunidades “que se llaman naciones ( y que) estáninteractuando mientras comparten pocos de los atributos his-tóricos de las naciones-estado”13 y, en un artículo que se ha

LA CULTURA DE LA LEGALIDAD 25

13 Kissinger, Henry, La diplomacia, México, FCE, 1995, p. 804. El autor

vuelto famoso,14 Samuel Huntington plantea el enfrentamientoya no de los Estados sino de las comunidades culturales comosigno de los próximos tiempos. El choque que prevé Huntingtonhace inevitable que se examine de nuevo nuestro concepto delEstado y que se concluya en que éste no es sino un “universosimbólico”15 —la ficción que rechazaba Heller—, determinadopor la formación y la transformación de los pueblos y civili-zaciones en la búsqueda de estructuras que permitan organi-zarse, de acuerdo con los tiempos y las circunstancias.

2. Las dimensiones sociales del derecho

Para evitar dificultades metodológicas y para conseguir unefecto didáctico al mismo tiempo, Rafael Preciado Hernándezreduce la naturaleza del derecho, explicando que éste tieneun orden triple: normativo, ético y social.16 Sin embargo, apoco que lo examinemos, este pretendido “orden” no es másque una propuesta para estudiar el derecho desde distintosenfoques didácticos en algunas universidades. Ciertamente,

26 GERARDO LAVEAGA

distingue, además, tres tipos de Estado: “Los fragmentos étnicos de imperiosque se han desintegrado”, las “naciones poscoloniales” y los “Estados de tipocontinental”. Entre los primeros se cuentan los fragmentos de Yugoslavia yla Unión Soviética; entre los segundos están muchos países africanos y losterceros son, en palabras de Kissinger, las “unidades básicas del nuevo ordenmundial”.

14 Foreign Affairs, verano, 1993, vol. 72, núm. 3. El artículo provocótantas discusiones que su autor lo amplió y lo convirtió en el libro The Clashof Civilizations and the Remaking of World Order, publicado por Simon &Schuster (1996) y recientemente traducido al español.

15 El concepto está tomado de la obra La construcción social de la reali-dad, de Berger y Luckmann, a la que nos hemos referido: “Los universossimbólicos”, escriben los autores, “son cuerpos de tradición teórica que in-tegran zonas de significado diferentes y abarcan el orden institucional enuna totalidad simbólica... El universo simbólico se concibe como la matrizde todos los significados objetivados socialmente y subjetivamente reales;toda la sociedad histórica y la biográfica de un individuo se ven como hechosque ocurren dentro de ese universo”, pp. 124-125.

16 Cfr. Preciado Hernández, Rafael, Lecciones de filosofía del derecho, Mé-xico, UNAM, 1979.

“el mejor modo para acercarse a la experiencia jurídica esaprehender los rasgos característicos y considerar el derechocomo un sistema de normas, o reglas de conducta”,17 comosugiere Norberto Bobbio, y quizás, a fin de cuentas, la expe-riencia jurídica sea “una experiencia normativa”.18 Pero ¿aca-so esto significa que podamos identificar la naturaleza delderecho aplicando un enfoque filosófico o uno sociológico?¿Podemos reducir la naturaleza del derecho a un “orden di-dáctico”?

Cuando Hans Kelsen esbozó la teoría pura del derecho yse refirió a la sociología jurídica, afirmó que ésta se pregun-taba por las razones por las que un legislador había propuestouna ley y no otra, por la forma en que la religión había in-fluido en la aplicación de cierta norma o por el motivo porel que los hombres se ajustaban o no al derecho. “Para estemodo de consideración”, escribió:

el derecho sólo entra en cuenta como hecho del ser, comofactum en la conciencia de los hombres que establecen, cum-plen o infringen el derecho. Por tanto, no es propiamente elderecho mismo lo que constituye el objeto de este conocimien-to, sino ciertos fenómenos paralelos de la naturaleza.19

Kelsen, que consideraba al Estado “un orden normativo”,no tomó en cuenta los problemas semióticos que originabacon una afirmación semejante. La “pureza”, principal rasgode su aproximación, era también su principal defecto: resolvíaalgunas dificultades metodológicas pero generaba otras nomenos graves: ¿Cómo podía estudiarse el derecho desde unaperspectiva “pura” prescindiendo, por ejemplo, del lenguaje?¿No era el derecho un haz de enunciados cuya interpretacióndependía del significado que la sociedad diera a cada palabraen un momento determinado?

LA CULTURA DE LA LEGALIDAD 27

17 Bobbio, Norberto, Teoría general del derecho, Madrid, Debate, 1993,p. 15.

18 Loc. cit.19 Kelsen, Hans, La teoría pura del derecho, México, Editora Nacional,

1981, p. 36.

Pensemos no en una norma sino en una de sus referenciaspositivas: “Una acción humana es acto del Estado sólo porquees calificada como tal por una norma jurídica”,20 dice Kelsen.Al hacerlo, aunque no ignora que las normas son redactadaspor unos hombres a los que otros les confirieron la facultadde redactarlas, sí parece olvidar que el concepto de Estado,como muchos otros conceptos, es cambiante; que una normajurídica lo es sólo en la medida en que sea aceptada por ungrupo determinado que, además, pueda invalidarla cuando leplazca o, bien, condicionarla a factores distintos a los que élpreveía. Kelsen, que se burló en ¿Qué es justicia? de los erroresdel lenguaje y de las contradicciones en las que habían incu-rrido los pensadores que pretendieron definir un conceptotan inaprehensible, propuso un método que, de llevarse hastasus últimas consecuencias, convertiría a las normas jurídicasen una materia cuyo estudio correspondería a la semántica ya la semiología —“la ciencia que estudia la vida de los signosen el seno de la vida social”—21 antes que al derecho.

En opinión de buen número de filósofos modernos —Rus-sell, Moritz, Carnap, por citar a algunos—22 la teoría del co-nocimiento está estrechamente relacionada con el lenguaje yel lenguaje, valga la obviedad, es una de las más afinadasproducciones sociales. Incluso cuando se trata de comprenderel derecho.23 Esto, desde luego, no le resta su mérito al en-foque kelseniano: es un enfoque que, como pocos, facilita elanálisis jurídico, pero es un enfoque nada más. Como afirma

28 GERARDO LAVEAGA

20 Ibidem, p. 160.21 Ferdinand Saussure, padre de la semiología, hizo esta definición en

su Curso de lingüística general (1949) y Charles S. Pierce, en PhilossophicalWritings, inventó el término “semiótica” para referirse a lo mismo.

22 Cfr. Ayer, A. J., El positivismo lógico, México, FCE, 1986.23 Aunque algunos filósofos, como Ludwig von Wittgenstein, han explo-

rado este tema, es en ensayos como Derecho y lenguaje, de Fritjof Haft,publicado en El pensamiento jurídico y contemporáneo y traducido por JuanAntonio García Amado, o en otros como Lenguaje jurídico y realidad, de KarlOlivecrona, donde se hacen planteamientos más profundos sobre la impor-tancia del lenguaje en el estudio del derecho. En América Latina, el argentinoGenaro Carrió ha hecho también aportaciones significativas en su estudioNotas sobre derecho y lenguaje, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1993.

Renato Trevés, “la sociología del derecho sigue, en efecto, lavía de la experiencia y tiene como objeto de estudio un de-recho relativo y variable, indisolublemente ligado al contextosocial”.24 Este enfoque sociológico resulta, sin lugar a dudas,el más completo. Así, a la pregunta de ¿qué es el derecho?,los elementos sociales determinan el “orden normativo” a tra-vés del lenguaje y condicionan el “orden ético”, de acuerdocon los valores que promueve cada comunidad. Estos elemen-tos sociales son los que delimitan el “ars boni et aequi” quedefendía Celso25 y el “conjunto de normas jurídicas” que pre-fería Kelsen.

Para sostener las aseveraciones anteriores, bastaría revisarla distinción más amplia que se ha hecho al respecto, la pri-mera en integrar el elemento social en forma expresa: la deMax Weber. Si la validez de un determinado orden está ga-rantizada por la probabilidad de una reprobación general ha-cia quien lo infrinja dentro de cierto grupo, explica Weber,el orden es una convención. Si, en lugar de la reprobación,lo que garantiza este orden es la probabilidad de la coacción“ejercida por un cuadro de individuos instituidos con la mi-sión de obligar a la observancia de ese orden o de castigarsu transgresión”,26 estamos frente al derecho. Eduardo GarcíaMáynez se equivoca, por lo tanto, al aseverar que “uno delos problemas más arduos de la filosofía del derecho es elque consiste en distinguir las normas jurídicas y los conven-cionalismos sociales”.27 Esta distinción depende exclusivamen-te de la sanción que le dé una comunidad a la infracción quese haga de una conducta prevista. La conducta que hoy esconvención social, mañana puede ser derecho, dependiendode la sanción y del grupo que la sancione. Los grandes de-bates del derecho contemporáneo son la mejor prueba de estarelatividad: ¿Debe legalizarse el narcotráfico? ¿Puede permi-

LA CULTURA DE LA LEGALIDAD 29

24 Trevés, Renato, La sociología del derecho, Barcelona, Ariel, 1991, p. 20.25 Digesta Iustiniani 1,1,1.26 Weber, Max, op. cit., p. 27.27 García Máynez, Eduardo, Introducción al estudio del derecho, México,

Porrúa, 1980, p. 25.

tirse el aborto en cualquier caso? ¿Conviene apalear pública-mente a los menores infractores? ¿Es correcto prohibir el ma-trimonio entre personas homosexuales? ¿A quiénes se lesdebe aplicar la pena de muerte? ¿Hasta dónde tiene cada hom-bre la posibilidad de decidir si sigue viviendo o no? “El hom-bre es la medida de todas las cosas”, creía Protágoras. Habríaque hacer una precisión: el hombre en sociedad. De esta me-dida no escapan ni el Estado ni el derecho, dos productossociales que, como la moral —el “orden ético”—, no sólo ayu-dan a canalizar temporalmente algunas de las fuerzas socialesque surgen permanentemente, sino que ayudan a resolver losconflictos que derivan de estas fuerzas.

3. Instituciones políticas: la preservación del consenso

Una institución bien puede definirse como “una prácticasocial que es regular y continuamente repetida, que es san-cionada y mantenida por las normas sociales y que tiene unasignificancia destacada en la estructura de una sociedad”.28

Si la institución es de carácter político, podría añadirse queesta práctica, convertida en organización o procedimiento,funciona como dispositivo “para mantener el orden, resolverdiscusiones, elegir líderes dotados de autoridad y, de estemodo, promover la comunidad entre dos o más fuerzas so-ciales”.29 Esto la convierte en un modelo “sobre el que secalcan relaciones concretas que adquieren, a causa de ello,caracteres de estabilidad, de duración y cohesión”.30

Ante los constantes cambios que imposibilitan aislar al Es-tado para su estudio, el “redescubrimiento” de estas institu-ciones se ha convertido, hoy en día, en una tarea indeclinablepara politólogos y juristas de las postrimetrías del siglo XX.James March y Johan Olsen31 sostienen que el Estado ha per-

30 GERARDO LAVEAGA

28 Abercrombie, Nicholas et al., Dictionary of Sociology, Londres, Penguin,1988, p. 124.

29 Huntington, Samuel, El orden político en las sociedades en cambio, México,Paidós, 1995, p. 21.

30 Duverger, Maurice, Sociología política, Barcelona, Ariel, 1980, p. 97.31 Cfr. Rediscovering Institutions de James March y Johan Olsen.

dido su preeminencia como objeto de estudio dentro de lateoría política para cederla a las instituciones que lo integran.Según ellos, esta preeminencia se ha perdido porque cadavez es más fácil lograr consenso en torno a las institucionesque resuelven las necesidades y satisfacen los intereses de losdistintos grupos que, dentro del Estado, actúan en determi-nadas localidades. Al mismo tiempo, resulta más difícil lograrconsenso en torno a las necesidades e intereses del Estado ensu conjunto. Aunque el Estado sigue siendo un punto de ref-erencia obligado para el análisis político, la aproximación deestos autores es acertada: En términos académicos, es másfácil aislar a las instituciones que al Estado, sea éste lo quefuere. Incluso las instituciones que pretenden resolver las ne-cesidades de grandes agrupaciones, tales como los partidospolíticos, cada vez parecen más fragmentadas y, por ende,más difíciles de entender. La proliferación de facciones, sectasy grupos que, en todo el mundo, exigen su independenciarespecto a los gobiernos, es una muestra elocuente de estefenómeno. Incluso en Estados Unidos, un país donde el ordenpolítico alcanza niveles deseables por otros Estados, la pre-sencia de estos grupos resulta cada vez más relevante.32

En el estudio de las instituciones, de su andamiaje jurídico,de sus mecanismos sociales de preservación y expansión, elindividuo y los conflictos que éste genera en su entorno estánestrechamente relacionados. Esta relación es de carácter his-tórico pero también de carácter económico, como lo han he-cho ver Douglass North y otros economistas.33 Pero aunque

LA CULTURA DE LA LEGALIDAD 31

32 A partir del bombazo que destruyó el Alfred P. Murrah Federal Building,en Oklahoma ( abril, 1995) , el gobierno de los Estados Unidos ha comenzadouna profunda investigación en torno a los grupos de ciudadanos armadosque, abierta o clandestinamente, se oponen al régimen. Como otros muchosmedios, la revista Time realizó un reportaje sobre estos extremistas al quetituló “Enemies of the State” (8 Mayo, 1995) , denunciando la existencia degrupos como los Michigan Militia Corps, la American Justice Federation, losGuardians of American Liberties, la Police Against the New World Order yotros tantos.

33 Cfr. North, Douglass, Institutions, Institutional Change and EconomicPerformance, Cambridge, Cambridge University Press, 1990.

eventualmente puedan ser estudiadas para explicar la pros-peridad o la miseria de diversos grupos sociales, las institu-ciones políticas formalmente organizadas no pueden ser eva-luadas en términos de productividad o de rentabilidad, si bienmuchas facciones han promovido su existencia precisamenteen términos de productividad o rentabilidad, puesto que supreservación depende del consenso, del hecho de que cadafacción, secta o grupo sigan considerando que les ayudan asatisfacer sus necesidades y sus intereses. Las incontables ins-tituciones de origen religioso bastan para demostrarlo. Deaquí que si se estudia el derecho desde la perspectiva socio-lógica, ésta sea la perspectiva que exige analizar los elemen-tos que integran una sociedad y sus instituciones; la que per-mite definir aquellos “factores reales de poder” que conformanesa sociedad y, como lo explicó Ferdinand Lassalle,34 los queprecisan el papel de la fuerza en la cohesión social. El enfo-que sociológico nos lleva a ver al derecho como un instru-mento para explicar la naturaleza de los grupos que crean,mantienen, controlan e integran las instituciones políticas conel fin de hacer prevalecer sus intereses dentro del Estado. Eneste proceso —volvamos a citar a March y a Olsen—, el in-dividuo y sus valores constituyen la variable más significativa.

Ahora bien, si el Estado sólo puede existir y actuar en lamedida en que los miembros de una clase dominante y dela sociedad civil acepten determinadas normas de conductay determinadas instituciones ( la división de poderes, el fede-ralismo o la conformación de los partidos políticos, por ejem-plo) , la existencia de estas normas y de estas institucionesdependerá de que no varíe dicha aceptación: de que no sealtere el consenso. Cuando éste se mantiene puede hablarsede la legitimación, concepto que, de Aristóteles a RonaldDworkin, sigue implicando la misma disyuntiva: ¿es fruto deun pacto social o de la imposición de un grupo sobre otro?Autores contemporáneos como Walter Lipmann, Niklas Luh-mann y Jürgen Habermas, han explorado exhaustivamente losmecanismos de la creación del consenso. Este último ha acu-

32 GERARDO LAVEAGA

34 Cfr. Lassalle, Ferdinand, ¿Qué es una constitución?

ñado el término “acción comunicativa” para referirse a ciertasfunciones de estos mecanismos. El debate puede antojarseexcesivamente abstracto, pero cobra importancia cuando seplantean los grandes temas del derecho contemporáneo a losque hacíamos alusión: ¿Qué tan amplio debe ser el grupo quelegitime la legalización del narcotráfico, el aborto voluntario,las azotaínas públicas, el matrimonio entre personas homo-sexuales, la pena de muerte o la eutanasia? De acuerdo conunos, basta una mayoría de votos de los representantes po-pulares.35 Según otros —y esto nos lleva a la dimensión éticaque exploraremos más adelante— aunque todos los hombresdel mundo estuvieran de acuerdo, hay acciones que no sepueden legitimar. En su encíclica Evangelium Vitae (marzo,1995) , Juan Pablo II concluye que “la democracia, a pesarde sus reglas, va por un camino de totalitarismo fundamental”al aceptar prácticas como el aborto.

La discusión continúa en nuestros días36 y de ella apenasresulta claro que las posiciones asumidas dependen de la vi-sión que se tenga del individuo y de la sociedad. En el casode los regímenes jurídicos que provienen de la tradición ro-mano-canónica, se consideran legítimas las instituciones cuyaexistencia esté prevista en los ordenamientos legales elabo-rados de acuerdo con el procedimiento que, ya por un pacto,ya por la imposición de un grupo sobre otro, haya sido apro-bado por quienes tienen la capacidad de garantizar su efica-cia. Estos últimos, generalmente, son elegidos por mecanis-mos democráticos. Cuando no lo son y sus decisiones puedenafectar la vida de uno o varios grupos, como es el caso delos ministros de las distintas supremas cortes de justicia delmundo, la legitimidad de estos órganos provoca debates sin

LA CULTURA DE LA LEGALIDAD 33

35 En El futuro de la democracia, p. 14, Bobbio escribe: “La regla funda-mental de la democracia es la regla de la mayoría, o sea, la regla con baseen la cual se consideran decisiones colectivas y, por tanto, obligatorias paratodo el grupo, las decisiones aprobadas al menos por la mayoría de quienesdeben de tomar las decisiones.

36 La colección de ensayos de Dolf Sternberger, publicados en españolcon el título Dominación y acuerdo, replantean los fundamentos del iusnatu-ralismo y de las propuestas que se han hecho recientemente sobre el tema.

fin. Casos como el de Roe vs. Wade en Estados Unidos cons-tituyen una muestra.37

En México, la división de poderes, el federalismo, los par-tidos políticos y todas las instituciones que conforman al Es-tado, existen porque la sociedad las ha aceptado pero tambiénporque esta aceptación quedó contemplada en la Constituciónpolítica y porque se cuenta con un cuadro de individuos capazde castigar eventualmente al que no se conduzca en los tér-minos que señala la ley. Si se acepta una norma, ésta va aser legítima y, por tanto, va a tener eficacia para aquellosque la hayan aceptado; si no se acepta, sucederá lo contrario.El orden político dentro del Estado de derecho depende, así,de que se acaten las normas jurídicas y se establezcan patro-nes de previsibilidad en cuanto a la conducta de los gruposy los individuos que conforman dicho Estado. Existen gradosde aceptación y cumplimiento naturalmente. En unos y otrosintervienen innumerables procesos de socialización, los cualescomienzan en la familia, se refuerzan en la escuela —y através de los medios de comunicación— y continúan presen-tándose de múltiples formas en la vida de un individuo. “Elgrado de comunicación de una sociedad compleja”, puntuali-za Huntington, “depende, en términos generales, de la fuerzay envergadura de sus instituciones políticas, que son la ma-nifestación conductista del consenso moral y el interés mu-tuo”.38 Son, precisamente, los alcances y los límites de esteconsenso los que se expresan en el derecho. Los cuadros do-minantes de cada comunidad deberán decidir si dan a cono-cer este derecho y hasta qué grado lo hacen.

34 GERARDO LAVEAGA

37 En 1973, la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos establecióque cualquier ley estatal que, con el fin de proteger al feto, prohibiera elaborto antes del séptimo mes de embarazo, sería inconstitucional. La deci-sión, conocida como Roe vs. Wade, provocó —y sigue provocando— severascríticas, no por su contenido en sí sino por el hecho de que un órganointegrado por 9 jueces nombrados y no elegidos tomara una decisión queafecta a más de doscientos cincuenta millones de norteamericanos.

38 Huntington, Samuel, op. cit., p. 20.

II. La cultura de la legalidad en la preservación delconsenso . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35

1. Las necesidades y los intereses como condicio-nantes de la axiología política . . . . . . . 35

2. La transformación de los valores políticos envalores jurídicos . . . . . . . . . . . . . 44

9

II. LA CULTURA DE LA LEGALIDADEN LA PRESERVACIÓN DEL CONSENSO

1. Las necesidades y los intereses como condicionantesde la axiología política

Las instituciones políticas de un pueblo son la manifestacióndel consenso social y el interés mutuo de sus integrantes.Cada comunidad construye sus instituciones de acuerdo consus necesidades e intereses, condicionando la creación, laaplicación y la interpretación del derecho que lo rige. Unareferencia inmediata sobre el origen de estas instituciones latenemos en los escudos y banderas de los distintos grupossociales ( llámense éstos familias, clanes o pueblos) de los quela heráldica da cuenta exacta: Águilas, toros y leones, crucesy medias lunas que en algunas banderas recuerdan una fe;franjas que evocan la lucha por la independencia o coloresque sugieren la revolución social, la esperanza o la digni-dad,39 no hacen sino destacar los valores que justifican laorganización política de una familia, de un clan o de un pue-blo hasta convertirlo en una nación o en un Estado.40 Podríaparecer lógico que, mientras subsistieran estos valores o lapercepción de que subsisten, la cohesión del grupo no se de-

35

39 La International Federation of Vexillological Associations y otras asocia-ciones se dedican de manera exclusiva a estudiar los símbolos y diseños deblasones y banderas.

40 Aunque los términos Nación y Estado se utilizan prácticamente comosinónimos en la moderna teoría política, es importante distinguir aquelloscasos, como los de la India, donde diversos pueblos políticamente organiza-dos (naciones) forman al Estado. Para hacer esta distinción, algunos acadé-micos hablan de “Estados multinacionales” y, otros, de “Estados multiétnicos”.

bilitaría, que lo único que deberían hacer los cuadros domi-nantes de una comunidad es promover la cultura de la lega-lidad entre los integrantes del grupo. Esto es cierto sólo dealgún modo. La razón es que el significado de los valorescambia constantemente.

Cuando Jean Paul Sartre explicaba los fundamentos delexistencialismo, podría haberse referido más al destino del Es-tado moderno que al destino del hombre.41 Las guerras entredos grupos para apoderarse de un territorio, las matanzasdentro del mismo grupo victorioso para que una facción tengamás privilegios que la otra, las traiciones y las venganzas quesupone toda lucha política no tienen que ver, en absoluto,con los valores que los triunfadores tratarán de presentarcomo inspiración de su conducta y que, más tarde, se esme-rará en enseñar y fortalecer por todos los medios. Estos va-lores, decíamos, son sólo una justificación. Para entender me-jor este proceso, bastaría seguir con atención el desarrollo delo que ocurre en el mundo. De la región de los grandes lagosde África a las montañas de Irak; de las selvas centroameri-canas al desierto de Sudán; de la antigua Yugoslavia a losterritorios que, en la India, se disputan musulmanes e hin-duístas, nada es distinto. Cuando uno de los grupos se im-ponga sobre el otro, la lucha se justificará a través de ladefensa de algún ideal. Pero desde que el hombre es hombre,tras los valores políticos han estado, sin excepción, las nece-sidades —a las que Deutsch define como “insumo(s) o dota-ción de alguna cosa o relación, cuya carencia va seguida deun daño observable”—42 y los intereses. Unas y otros son losque condicionan la cohesión de un grupo y, con frecuencia,afectan las necesidades y los intereses de otros. Por lo tanto,

36 GERARDO LAVEAGA

41 En El existencialismo es un humanismo (1928) , Jean Paul Sartre de-fendió la corriente filosófica de la cual fue uno de los principales exponentes.En esta conferencia sostiene que, como el hombre no es parte de un plandivino, debe “justificar” su existencia: hallarle sentido. A diferencia de lospensadores tomistas, que consideran que la esencia ( el propósito) es anteriora la existencia, los existencialistas aducen que la existencia es anterior a laesencia.

42 Deutsch, Karl, op. cit., p. 24.

la cultura de la legalidad que se difunda entre cualquier gru-po humano contribuirá al orden social única y exclusivamenteen la medida en que exprese las necesidades y los interesesde ese grupo.

“Una de las verdades fundamentales acerca de la política”,escribe Deutsch, “es que gran parte de ella ocurre en la bús-queda de los intereses de individuos o grupos particulares”.43

Ninguno de los pensadores clásicos de la ciencia política pasópor alto esta premisa y, aunque el enfoque de Hobbes fuedistinto al de Platón y el de Marx fue diferente al de Rous-seau, todos ellos sabían que los movimientos sociales y lasrevoluciones nunca empezaron por buscar aquello que suspromotores afirmaban buscar en sus comienzos. Si tomamoscomo ejemplo la historia de México a partir de su vida inde-pendiente, descubriremos que no todos “los libertadores” so-ñaban con la independencia, tal y como entendemos este tér-mino actualmente.44

Es cierto que el estudio de la formación de los valorespolíticos se complica si consideramos que su significado varíade un lugar y de una época a otra. “No hay cosa en la queel mundo sea tan diverso como en costumbres y en leyes”—dice Montaigne—. “Tal cosa que aquí es abominable, otorgala fama en otra parte... Ni el asesinato de los hijos, ni el delos padres, ni la comunidad de mujeres, ni el comercio de losrobos ni el libertinaje en toda suerte de voluptuosidades,nada hay, a fin de cuentas, tan extremo que no sea aceptadopor las costumbres de alguna nación”.45 Los países afri-canos donde, en nuestros días, aún se les extirpa el clítoris a las

LA CULTURA DE LA LEGALIDAD 37

43 Ibidem, p. 23.44 Cuando los conspiradores encabezados por Miguel Hidalgo iniciaron

la revuelta independentista en 1810, su intención era apoyar la venida delrey Fernando VII de España. Entre sus enemigos más encarnizados estuvoAgustín de Iturbide quien, en 1821 —después de 11 años de pelear en nom-bre de España—, acabó declarando la independencia de México y convirtién-dose en emperador.

45 Montaigne, Michel de, “Apología de Raymundo Sabunde”, Ensayos, Ma-drid, Cátedra, 1993, p. 313.

mujeres o las disposiciones que dictó el Talibán cuando, afines de 1996, tomó Kabul y les prohibió salir a la calle sinla burka (una túnica que les cubre hasta los ojos) , dan tes-timonio de la vigencia de las palabras de Montaigne. Aun siconvenimos que lo bueno es aquello que nos proporciona pla-cer, como lo sostienen los partidarios del utilitarismo, encon-traremos que lo que le proporciona placer a un hombre puedeprovocarle dolor a otro. ¿Qué es pues lo bueno? ¿Y lo justo?Orientar nuestros actos por lo bueno o lo justo es algo equí-voco. En Del espíritu de las leyes, Montesquieu ha enseñadocómo la historia y el medio físico influyen o determinan elconcepto que cada ser humano se forma de los distintos va-lores políticos.

Pensemos en lo que, para muchos estudiosos, es el fin úl-timo del derecho y del Estado mismo, en lo que debiera serel fundamento de la cultura de la legalidad: la justicia. Aun-que Ulpiano nos diga que “Iustitia est constans et perpetuavoluntas ius suum cuique tribuens”46 y aunque Rafael PreciadoHernández, parafraseando al jurista latino, sostenga que lajusticia es “el criterio ético que nos obliga a dar al prójimolo que se le debe conforme a las exigencias ontológicas desu naturaleza”,47 ninguno aclara qué es lo suyo de cada hom-bre, qué es lo que se debe a cada quién y —particularmente—quién se lo debe. La tautología no es reciente. Aristótelespensaba que existían una justicia universal y otra particular,una justicia distributiva, otra correctiva y una más política,la cual podía ser, a su vez, legal o natural. A esta última ladefinía como “la que tiene en todas partes la misma fuerzay no está sujeta al parecer humano”.48 Pero Aristóteles tam-poco consiguió ir demasiado lejos. Ante un naufragio, doshombres pueden considerar que ocupar un único lugar enuna lancha de salvamento es algo que obedece a las exigen-cias de su naturaleza y pelear para hacer prevalecer esa jus-

38 GERARDO LAVEAGA

46 Digesta Iustiniani 1,1,10.47 Preciado Hernández, Rafael, op. cit., p. 209.48 Aristóteles, Ética nicomáquea, Madrid, Biblioteca Clásica Gredós, núm.

89, 1995, p. 254.

ticia “que tiene en todas partes la misma fuerza y no estásujeta al parecer humano”. Después de la pelea, no obstante,sólo uno se salvará. ¿Es justo? ¿Puede hablarse en este casode la justicia natural aristotélica? ¿Dónde radica la justiciaen casos como éstos? ¿Quién comete la injusticia? ¿Es la fuer-za la que lo determinará? Admitamos que así ocurre en unprimer momento: sólo la fuerza será capaz de decidirlo.

Hobbes aseguraba que “la causa más frecuente de que loshombres deseen hacerse mal unos a otros tiene su origen enque muchos apetecen a la vez la misma cosa, que muy fre-cuentemente no pueden ni disfrutar en común ni dividir; dedonde se sigue que hay que dársela al más fuerte”49 y, mu-chos años antes que él, Calicles había expresado la mismaidea con otras palabras:

Según yo creo, la naturaleza misma demuestra que es justoque el más fuerte tenga más que el débil y el poderoso más queel que no lo es. Y lo demuestra que es así en todas partes,tanto en los animales como en todas las ciudades y razas hu-manas, el hecho de que de este modo se juzga lo justo: queel fuerte domine al débil y posea más.50

Diversos filósofos siguen intentado acotar los alcances deltérmino justicia pero, a pesar del beneplácito con el que se hanrecibido sus propuestas en ciertos círculos, en otros sehan destacado sus contradicciones. Ninguno de ellos ha de-terminado los términos con los que lo pretende definir. Porlo menos, no de manera convincente. John Rawls, rindiendohomenaje a Kant, estableció que la justicia podía darse dondese cumplieran algunos postulados: el principio de igual liber-tad —toda persona tiene igual derecho al conjunto más ex-tenso de libertades fundamentales que sea compatible con laatribución a todos de ese mismo conjunto de libertades— ( noaclara qué tan extenso puede ser este conjunto) ; el principiode diferencia —la desigualdad de ventajas socioeconómicas

LA CULTURA DE LA LEGALIDAD 39

49 Hobbes, Thomas, El ciudadano, Madrid, Debate, 1993, p. 81.50 Platón, Georgias, en Diálogos, Madrid, Biblioteca Clásica Gredós, núm. 61,

1992, p. 81.

sólo está justificada si contribuye a mejorar la suerte de losmiembros menos favorecidos de la sociedad (no dice en quéconsiste “mejorar la suerte”) — y el principio de igualdad deoportunidades, que también justifica las desigualdades socioe-conómicas si las ventajas de los más favorecidos están vincu-ladas a posiciones que todos tienen oportunidades equitativasde ocupar.51

Robert Nozick, por su parte, rindiendo homenaje a Locke,estableció que los principios que debían regir en una sociedadjusta eran el de apropiación originaria —cada persona puedeapropiarse legítimamente de una cosa que anteriormente nohaya pertenecido a nadie con tal de que no resulte disminuidoel bienestar de algún otro individuo— ( no precisa quién de-cide cuándo se ve disminuido “el bienestar” de algún otroindividuo) y el de transferencia, que establece que cada per-sona puede convertirse en propietaria legítima de una cosa,adquiriéndola mediante una transacción voluntaria con lapersona que antes era su propietaria legítima (no establecequién debe legitimar esta propiedad) .52 Finalmente, AgnesHeller, quien ha estudiado tanto a Rawls como a Nozick yha formulado sus propias premisas, llega a la conclusión deque “la meta de la justicia está más allá de la justicia”,53 conlo cual no adelanta demasiado en el debate.

Así, difundir con buen éxito una cultura de la legalidad,no puede reducirse a promover el concepto de bien o de jus-ticia sino los contenidos que cada grupo les da en momentosdiferentes. En cada grupo social, los cuadros dominantes,apoyados en mayor o menor medida por la comunidad, pro-ponen qué es lo justo y qué no lo es, premiando o castigandolas conductas que consideren dignas de premio o de castigo.Ellos señalan qué tan extenso puede ser un conjunto de li-

40 GERARDO LAVEAGA

51 Cfr. Rawls, John, Teoría de la justicia, México, FCE, 1995.52 Cfr. Nozick, Robert, Anarchy, State and Utopia. En ¿Qué es una sociedad

justa?, Philippe Van Parijs hace un detallado estudio comparativo sobreRawls, Nozick y aquellos filósofos que se ocuparon del tema después de laSegunda Guerra Mundial.

53 Heller, Agnes, Más allá de la justicia, Barcelona, Planeta-Agostini,1994, p. 406.

bertades, precisan lo que un individuo puede y no puede con-siderar “su bienestar” y define quién tiene una propiedad su-jeta a una transacción. En estas transacciones, influyen unsinnúmero de factores —entre ellos la historia del pueblo ola imagen que éste tiene de sí mismo— pero el valor o losvalores políticos, en éste y en cualquier otro caso, estarándeterminados por la decisión del más fuerte. “Quis autem for-tior sit” —volvamos a citar a Hobbes— “pugna indicatumest”.54 Si no hay dudas sobre quién es el más fuerte, los gru-pos dominantes harán prevalecer su criterio. Si, en cambio,el poder está distribuido de manera más o menos amplia, elgrado en que se comparta la cultura de la legalidad facilitaráque se respeten los criterios de los cuadros dominantes y quela comunidad se rija a través del concepto de justicia acor-dado. Las aproximaciones más recientes sobre el tema hanrenunciado a las pretensiones de abstracción y generalidadque buscaban Rawls y Nozick, limitándose a destacar la “jus-ticia local” y las razones que tienen los maestros para preferira ciertos alumnos o los patrones para despedir a ciertos em-pleados.55

Ni siquiera “la verdad”, esa panacea en la que algunos fi-lósofos han querido hallar el punto de partida para erigir oderrumbar modelos sociales y que parece ajena a toda inter-pretación política, ha sido independiente de lugares y épocas,de lo que ha querido determinada sociedad en determinadomomento: del consenso generado y sostenido por la acciónde los cuadros dominantes. Para estudiar “la verdad”, los fi-lósofos distinguen las teorías pragmáticas de las teorías de lacorrespondencia. Dentro de estas últimas, no son iguales lasteorías semánticas —con Tarski a la cabeza— que las teoríasno semánticas. Hay teorías hermeneúticas de la verdad, co-mo hay teorías coherenciales y teorías intersubjetivistas para de-

LA CULTURA DE LA LEGALIDAD 41

54 Hobbes, loc. cit. “Ahora bien, quién sea el más fuerte es cosa que hayque dilucidar por medio de la lucha.”

55 Uno de los estudios más característicos de este nuevo enfoque es Jus-ticia local, de John Elster.

finirla.56 Hasta en el mundo científico, donde se supone que“la verdad” posee una dimensión universal, objetiva y verifi-cable que no depende de factores externos, es fácil comprobarque ésta suele depender del contenido y los significados quese le atribuyan a ciertos fenómenos. En Las mentiras de laciencia, Federico Di Trocchio da cuenta de cómo algunas pro-puestas han logrado convertirse en teorías, no por su preten-dida “universalidad”, sino por la promoción que se ha hechode ellas. Otras de estas teorías —que se consideraron objeti-vas y verificables durante mucho tiempo—, de repente deja-ron de serlo por diversas circunstancias.

Unos años antes, en Los límites del conocimiento, Jean Ham-burguer había analizado cómo un mismo objeto, estudiadodesde ángulos diversos, o desde distintas disciplinas científi-cas, se revelaba de formas diferentes. Cesura, llamó él a estadiscontinuidad que impedía unificar los resultados que un ob-servador obtenía sobre el mismo objeto, en escalas y con mé-todos variados. Albert Einstein, por su parte, estimaba que“el sentido de la palabra verdad es distinto, según se trate deun hecho de experiencia, un enunciado temático o una teoríade las ciencias de la naturaleza”57 y llegó a definir la físicacomo “un sistema lógico de pensamiento en desarrollo”.58 Par-tiendo de esta conceptualización, hoy en día es posible afir-mar que el metro es sólo “la longitud igual a 1,650,763.73longitudes de onda en el vacío de la radiación correspondien-te a la transición entre los niveles 2p10 y 5d5 del átomo deKriptón-86”, no porque lo sea en sí sino porque un grupode expertos se puso de acuerdo en concederle el mismo sig-nificado a ciertas unidades y a ciertos conceptos como “lon-gitud de onda”, “vacío” y “niveles de un átomo”, durante unareunión internacional.59 Y otro tanto ocurre con los expertosen química, que debaten en la American Chemical Society

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56 En Teorías de la verdad en el siglo XX, Juan Antonio Nicolás y MaríaJosé Frápolli hacen una amplia recopilación de estas teorías.

57 Wagner, Josef, Lo que verdaderamente dijo Einstein, México, Aguilar,1979, p. 22, citando la obra Mein Weltbild (1953) .

58 Ibidem, p. 237, citando la obra Physik und Realitat (1936) .59 XI Conferencia General sobre Pesas y Medidas (1960) .

cómo “debe” designarse un nuevo elemento de la tabla perió-dica, o con los expertos en astrofísica, que discuten en laInternational Astronomical Union cómo bautizar a cada cuerpoceleste.60 Si esto se da en el ámbito científico, ¿cómo podría-mos pretender que no se diera en el ámbito social, donde lahistoria, la lengua, la religión y las costumbres provocan ce-suras, que cada sociedad descubre y subsana a su manera?

En la segunda mitad del siglo XX, la confrontación entreuniversalidad y relativismo se ha agudizado en los foros aca-démicos de todo el mundo. La universalidad ha cedido cadavez más terreno y los enfoques a través de los cuales puedeestudiarse el derecho no escapan de esta confrontación. Qui-zás, todo sea, en efecto, un problema de lenguaje. JürgenHabermas, por ejemplo, acota los alcances del “universalis-mo”, para ceñirlo a que quienes llegan a un consenso, aceptenlas consecuencias del mismo. Sea como fuere, ni el desarrollode la ciencia ni la posibilidad de construir nuevas premisasa partir de otras ya establecidas, deben ser atribuidas al he-cho de conocer la verdad, sino al hecho de que nos hemos puestode acuerdo en concederle significado a ciertos objetos, a cier-tos procesos, a ciertas normas de conducta y a ciertas insti-tuciones políticas. Para efectos prácticos, no parece significa-tivo que se sigan o no ciertas condiciones procedimentales,como sugiere el propio Habermas. Afirmar que “la tierra giraalrededor del sol”, puede ser aceptado sin dificultad, lo mis-mo por los israelíes que por los palestinos que viven en Je-rusalén.61 Pero hay valores, como libertad, igualdad, democra-cia, dignidad y paz, que carecen de esta aceptación generaly cualesquiera que sean sus alcances y límites, suponen pér-didas o ganancias para distintos grupos. Por ello, para cons-truir un orden social, es importante que los cuadros domi-

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60 The Economist echa un vistazo a la naturaleza de estas disputas en sunúmero del 19.12.98.

61 En Universalidad y diferencia, Salvador Giner y Riccardo Scartezzinicompilaron algunos ensayos que giran en torno al debate sobre el alcanceabsoluto o relativo de los valores en las postrimerías del siglo XX. Aunquese buscó una participación plural, los argumentos a favor del relativismopesan mucho más que aquellos a favor de la universalidad.

nantes de una comunidad —con base en sus necesidades e in-tereses— definan los valores que difundirán entre los miembrosde dicha comunidad. Esta definición incluye los caminos que seseguirán para resolver los conflictos sociales, así como el modoen que se comunicará a dicha comunidad el significado de estosvalores.

Cuando el conflicto social falta por completo —sugiereHuntington—, las instituciones políticas son innecesarias;cuando hay ausencia total de armonía, son imposibles. Estadicotomía explica por qué la fuerza y durabilidad de una ins-titución política dependen del consenso que exista en unasociedad en torno a los valores sobre los que sustenta suorganización política y del modo en que dicha sociedad o suscuadros dominantes —particularmente el gobierno— preser-ven estos valores. Si su preservación supone ganancias paraestos cuadros, serán defendidos a toda costa; cuando deje desuponerlas —o cuando cambie la conformación de estos cua-dros—, se originará un proceso de carácter cultural —la mo-dernización— que no sólo supone una reestructuración de lasinstituciones, sino la consolidación y participación de nuevosgrupos, de nuevos actores en la lucha política, de acuerdocon sus necesidades e intereses. “Las revoluciones políticas”,sentenció Thomas Kuhn, “se inician por medio de un senti-miento, cada vez mayor, restringido frecuentemente a unafracción de la comunidad política, de que las institucionesexistentes han cesado de satisfacer adecuadamente los pro-blemas planteados por el medio ambiente que han contribui-do, en parte, a crear”.62

2. La transformación de los valores políticosen valores jurídicos

Un Estado, una norma o una institución existen o significanalgo en sí en la medida en que los integrantes de una comu-nidad coincidan en denominar “Estado”, “norma” o “institu-

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62 Kuhn, Thomas, La estructura de las revoluciones científicas, México,FCE, 1985, Col. Breviarios, núm. 213, p. 149.

ción” a ciertas abstracciones. La coincidencia puede ser pro-ducto de la costumbre, de la aceptación que se tenga de lasprácticas impuestas por los cuadros dominantes, del “pacto”sobre el que reflexionaron Hobbes, Puffendorf, Locke y Rousseauo, bien, de las formas de dominación en una sociedad deter-minada, como lo estudió profusamente Max Weber, quienpropuso el modelo clásico que distingue la dominación en:tradicional, burocrática y carismática. Lo mismo ocurre conlos significados de “bien”, “justicia” y “verdad”, conceptos que,en la actualidad, son objeto de mayor consenso gracias a losacuerdos de carácter internacional, a la actividad de organis-mos internacionales y a los mass media. Ahí están, como unamuestra, los “derechos humanos”. Aunque no estemos segurosde cómo capta un individuo las abstracciones y de cómo vaevolucionando el concepto bajo la influencia de factores talescomo las condiciones económicas o la religión, mientras sedé la coincidencia —el mismo significado— se darán tambiénlas condiciones para establecer un orden político. Sin estacoincidencia, la cultura de la legalidad no puede aportar nin-guna contribución al orden político. Una vez generada estacoincidencia, en cambio, la cultura de la legalidad permitiráque se sigan dando los mismos significados a los distintosvalores o, bien, que cuando los valores cambien, cambie también,de manera sincronizada, el significado que se les había dado.

Sin orden social, sería imposible concebir un grupo huma-no cuya complejidad rebase la estructura familiar. “Al orga-nizar un gobierno que ha de ser administrado por hombrespara los hombres”, escribía “Publio” en El Federalista, “la grandificultad estriba en esto: Primeramente hay que capacitar algobierno para mandar sobre los gobernados; y luego obligarloa que se regule a sí mismo”.63 Huntington comparte esta opi-nión al señalar que el problema principal de un Estado no esla libertad sino la creación de un orden público legítimo.“Puede haber orden sin libertad, por supuesto, pero no liber-tad sin orden”.64 El orden social, sin embargo, depende de

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63 El Federalista, núm. 51, p. 220.64 Huntington, op. cit., p. 19.

los valores del grupo y de los significados que se dé a éstos.La supervivencia de este grupo depende, a su vez, del orden.

El orden social permite que una asociación sea estable. Elconsenso sobre el significado de los valores es el principalelemento para construir tal orden. Así lo explicaron, primeroÉmile Durkheim (1858-1917) y luego Talcott Parsons (1902-1979) . Preservar el consenso —o, en su caso, controlar lasvariaciones que éste sufra— es indispensable para que el Es-tado sobreviva. Durkheim consideraba que la sociedad era unfenómeno moral cuya cohesión dependía del compromiso decada individuo con el bienestar colectivo. Para él, el derechoera “un signo visible del invisible medio moral” y, más aún,la primera expresión de tal medio, que promovía la cohesiónsocial a través de una solidaridad mecánica —la cohesión ba-sada en los valores compartidos por la sociedad y garantizadapor el derecho penal— y la solidaridad orgánica —la cohesiónbasada en la independencia funcional de grupos y roles—,garantizada por el derecho “restitutivo”. Sin la presencia delcompromiso moral, Durkheim no le hallaba ninguna utilidadal derecho.

Parsons, por su parte, estimó que una sociedad era un sis-tema territorialmente amplio —como la iglesia católica— olimitado —como una empresa— cuya existencia exigía requi-sitos funcionales y factores jerárquicamente ordenados. Losprimeros eran la integración, la consecución de los objetivos,el mantenimiento de las pautas y la adaptación al entorno,mientras que los segundos eran los valores —las concepcionesdeseables de la sociedad compartidas por sus miembros—,las normas societales —la aplicación de estos valores a lascondiciones particulares del grupo—, las colectividades —lafamilia y la escuela— y los roles individuales —las expecta-tivas normativas a las acciones del individuo como miembrode un grupo—. En el modelo parsoniano, cada uno de estosfactores controlaba al otro ( estabilidad) , o lo condicionaba( cambio) . El derecho sólo podía surgir en las sociedades don-de los valores no se ponían en entredicho.

Aunque Durkheim entendió la integración social como unejercicio de solidaridad —una cohesión social espontánea,

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surgida de las creencias y las actitudes compartidas de mutuacooperación— y Parsons la entendió como la integración delos subsistemas en un sistema social, ambos coincidieron enque, al formalizar y regularizar las relaciones de poder, elderecho contribuía de manera determinante a la estabilidad,al orden social. Desde luego, es posible mantener este ordensin consenso. En este caso, los cuadros dominantes sólo po-drán garantizarlo con el uso de la fuerza y, tarde o temprano,se verán obligados a ceder ante la resistencia interior o ex-terior. “La modernización también crea y lleva a la concienciay actividad políticas a grupos sociales y económicos que noexistían en la sociedad tradicional o que se encontraban fuerade la esfera de su política”, explica Huntington.

O dichos grupos son asimilados al sistema político, o se con-vierten en una fuente de antagonismo y revolución contra elsistema. El logro de la comunidad política en una sociedad enmodernización implica, pues, la integración horizontal de gru-pos comunales y la asimilación vertical de clases sociales y eco-nómicas.65

No es lo mismo sancionar a quien incurre en una desviación—entendiendo por ésta la no conformidad a una norma o auna serie de normas dadas que son aceptadas por un númerosignificativo de personas de una comunidad o sociedad—66

que imponer el orden a base de sanciones. Cuando se trans-forma en derecho, el consenso implica legitimidad y ésta esla que, a fin de cuentas, hace que las instituciones sean pre-decibles. La predecibilidad genera confianza, un valor quecada día cobra mayor relevancia a la hora de explicar la co-hesión de los grupos sociales más simples o más complejos.67

Desde el Código de Shulgi ( 2094 a. C.) al Código de Ham-murabi ( 1792 a. C.) , desde el Ius Civile Romano a la compi-

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65 Op. cit., p. 349.66 Giddens, Anthony, Sociología, Madrid, Alianza editorial, 1995, p. 151.67 Niklas Luhmann y Francis Fukuyama escribieron sendos libros titula-

dos Confianza, donde sostienen, con enfoques distintos, que la confianza esla base de toda sociedad.

lación de Justiniano, desde los glosadores y posglosadores,pasando por la gestación del Common Law, la transformaciónde los valores políticos en valores jurídicos ha constituido lahistoria del derecho en Occidente. Lo mismo ha ocurrido enOriente. El derecho islámico con el Corán y las sunnas, el de-recho brahamánico y los nibandha, el derecho chino y el ja-ponés con sus vertientes clásicas y contemporáneas, no sonsino el producto del esfuerzo de los cuadros dominantes decada una de estas civilizaciones por consensar y preservar losvalores políticos que originaron la asociación de sus pueblos.El paso subsecuente de estos cuadros ha sido la difusión dela cultura de la legalidad. ¿Tenía entonces razón JeremyBentham (1748-1832) cuando afirmaba que el derecho supo-nía la imposición de la voluntad de un legislador sobre ungrupo humano? Parcialmente: El proceso mediante el que seha creado cada uno de los sistemas jurídicos mencionados esdistinto y habría que remitirnos a las características de cadaregión, de cada momento histórico, de cada civilización, paracomprenderlo. Por ello, Friedrich Karl von Savigny (1779-1861) , que no aceptaba la afirmación de Bentham, sosteníaque el derecho era un producto espontáneo del espíritu decada comunidad. El derecho, así, es imposición y producto.Dejaría de serlo si careciera de alguno de estos dos elemen-tos. Dejaría de serlo si no hubiera quien hiciera cumplir susnormas en aras de preservar el consenso y si sus normas nofueran resultado de un esfuerzo por alcanzar dicho consenso.

Si admitimos la tesis de los interaccionistas simbólicos: laconducta de un individuo o de un grupo tiende a modificarla conducta de otros individuos o grupos,68 admitiremos, tam-bién, que la principal función del derecho en una sociedad esservir como punto de referencia y como guía. Vincenzo Ferrariconsidera que el derecho tiene tres funciones relevantes:69

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68 Cfr. Marc, Edmond y Picard, Dominique, La interacción social, Barce-lona, Paidós, 1992.

69 Cfr. Ferrari, Vincenzo, Funciones del derecho, donde el autor, a travésde un análisis eminentemente funcionalista, parte del supuesto de que el de-recho tiene un carácter persuasivo y examina su papel en el desarrollo deuna sociedad.

— Dirimir los conflictos declarados dentro de una comunidad.— Orientar a la sociedad.— Legitimar el poder.

La primera y la tercera de estas funciones, aunque indis-cutibles, sólo adquieren su auténtica relevancia a través dela segunda, como el propio Ferrari lo reconoce: los conflictosse dirimen con base en los criterios que se expresan en laley y sólo en la medida en que el pueblo de un Estado co-nozca las posibilidades que le proponen los cuadros dominan-tes y acepte solucionar sus problemas a través de las institu-ciones propuestas. Por otra parte, la legitimación surgecuando una comunidad reconoce como tales a sus cuadrosdominantes, según los valores políticos desarrollados en suseno. Para que se cumpla con eficacia la función persuasivaa la función de orientación social, es indispensable, por su-puesto, que el grupo o los grupos dominantes de una comu-nidad difundan la cultura de la legalidad, enseñándole a susmiembros a aceptar aquellos valores políticos transformadosen derecho.

Si nos convencieran los planteamientos que han hechoJohn B. Watson ( 1878-1958) , Burrhus F. Skinner ( 1904-1990) y otros sicólogos conductistas en el sentido de que elcomportamiento del hombre es condicionable a través de una“tecnología” que implica modificar el medio ambiente y que,si se renuncia a preservar la libertad y la dignidad, un cuerpode científicos puede “crear” seres humanos que inhiban suagresividad y aprendan a vivir en armonía, aun así tendría-mos que admitir que las funciones del derecho no variaríandemasiado: se requeriría un modelo de sociedad armónica,mecanismos para dirimir los conflictos derivados de cualquiererror a la hora de aplicar esta “tecnología de la conducta” yrazones para permitir que este cuerpo de científicos impusierasu modelo de orden social. Aun en el escenario más optimista,el derecho tendría funciones insustituibles.

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III. La difusión de la cultura de la legalidad . . . . 51

1. La socialización jurídica . . . . . . . . . . 51

2. Límites en la difusión de la cultura de la lega-lidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56

3. Funciones de la cultura de la legalidad . . . 65

III. LA DIFUSIÓN DE LA CULTURADE LA LEGALIDAD

1. La socialización jurídica

Hemos visto que para que un Estado subsista como tal, esindispensable que sus cuadros dominantes generen las condi-ciones para convertir los valores políticos en valores jurídicos.Independientemente del modo en que lo consigan —modoque determinará la tradición jurídica a la que pertenezca di-cho Estado—, de esta transformación dependerá la preserva-ción del consenso. En el curso de la historia, han sido losgobiernos del Estado los que, en la mayoría de los casos, hanpromovido esta conversión, procurando que el pueblo que in-tegra dicho Estado tenga una percepción común de sus ne-cesidades, de sus intereses, del camino que deberá seguir parasatisfacerlos y de los mecanismos específicos —expresados enla norma jurídica— de los que ha de valerse para alcanzarlossin alterar sus principios de coexistencia.

Un gobierno resuelto a preservar el orden social se asegura,pues, de que todos y cada uno de los integrantes de su pueblose identifiquen con ciertos símbolos y posean una cultura po-lítica. También se esmera en que esa cultura política estérespaldada por una cultura de la legalidad: en que, si bienno sea capaz de comprenderlas en términos técnicos, cadauno de los miembros de la comunidad conozca las normasjurídicas que determinan la organización fundamental del Es-tado, que entienda sus alcances, sus límites, las sanciones alas que puede hacerse acreedor en caso de desobedecerlas y lasautoridades encargadas de crear las leyes, ejecutarlas y diri-mir las controversias que surjan de su aplicación. Los gobier-

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nos que pretenden mantener el orden social se preocupan,asimismo, por reformar las estructuras jurídicas, conforme va-yan alterándose los valores políticos del pueblo del Estado.

Con métodos diversos y fundamentos de carácter cultural,religioso, o moral, los grupos dominantes que han tenido me-jor éxito en mantener la organización estatal, se han preocu-pado porque los gobernados conozcan las normas jurídicasen mayor o menor grado. La identidad de elementos comola lengua, la religión y las costumbres facilitan en ocasioneseste esfuerzo; en otras, las diferencias lo han dificultado yhasta imposibilitado. Convertir a un pueblo en Estado, haexigido un proceso educativo mediante el que no sólo se en-seña la lengua, la religión y las costumbres sino los valorespolíticos y las estructuras que, mediante premios y castigos,los hacen prevalecer. Un repaso a la historia nos permitiríacomprobarlo: Plutarco nos cuenta cómo Licurgo pensaba “quelas normas más eficaces e importantes para lograr la felicidadde una ciudad y la virtud se conservan inalterables cuandose han inculcado en los caracteres y métodos educativos delos ciudadanos”.70 En la legislación judía, los padres estánobligados a educar a sus hijos en la ley71 y los sacerdotes alpueblo.72 En Las leyes, Cicerón recuerda que, de niño, se leobligó a aprender y recitar las XII tablas73 y, entre los mu-sulmanes, el aprendizaje de memoria de extensos pasajes delCorán forma parte importante de la devoción religiosa. Losmusulmanes que memorizan enteramente su contenido reci-ben el título honorífico de al-hafiz.

Los sociólogos y antropólogos han denominado socializa-ción al proceso por el que las personas aprenden a confor-marse con las normas sociales y a regirse a través de ellas.Este proceso hace posible la transmisión cultural entre lasdistintas generaciones, pues supone una “internalización”,

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70 Plutarco: Licurgo en Vidas paralelas, Madrid, Biblioteca Clásica Gredós,núm. 77, 1985, pp. 301-302.

71 Ex. 13, 8-10.72 Dt. 33, 10 y Lev 10, 11.73 Cicerón, Las leyes, Madrid, Alianza Editorial, 1992, Col. El libro de

bolsillo, núm. 1420, p. 222.

mediante la cual el individuo se impone a sí mismo estasreglas y también una “interacción social”, por medio de laque el individuo se ajusta a las reglas para ser aceptado porlos otros.74 “La socialización efectiva” —escribe Roger Cotte-rrell— “se entiende como un requisito funcional del sistema,una tarea de promoción y configuración de actitudes y opi-niones que deben realizarse para el bienestar del sistema”.75

Cuando esta socialización define la relación que un individuotiene con las instituciones políticas, puede hablarse concreta-mente, de socialización política.76

Sin pretender adentrarse al campo político —y menos aúnal jurídico—, Jean Piaget estudió el periodo de desarrollointelectual de los niños, en el que identificó una etapa de“operaciones concretas”, entre los 7 y 11 años de edad. Elcélebre educador suizo señaló que, en esta etapa, se da un“realismo moral” cuando el niño hace suyos los parámetrosque le señala la autoridad y sus valores son los que se hallandeterminados por la ley.77 Así esbozó los principios de lo quebien podríamos llamar socialización jurídica. Entre los estu-diosos que han abordado el tema de manera más amplia,destacan J. Carbonnier, K. Kulcsár78 y W. M. Evans, quienhabla de “la función educativa del derecho”, para indicar —enel mismo sentido de Vicenzo Ferrari— la orientación especí-fica que puede dársele al derecho para facilitar las relacionessociales y modificar el comportamiento de una comunidad.79

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74 Abercrombie, Nicholas et al., Dictionary of Sociology, Londres, Penguin,1988, p. 231.

75 Cotterrell, Introducción a la sociología del derecho, Barcelona, Ariel,1991, p. 126.

76 Bobbio et al., Diccionario de política, 10a. ed., México, Siglo XXI, 1997,p. 1514.

77 Cfr. Piaget, Jean, El criterio moral del niño.78 Kulcsár, K., “The Educational Role of Law in the Socialist Society”,

Acta Jurídica Académica Scientiarum Hungaricae, 1962, y Carbonnier, J.,: “Va-riations sur la loi pédagogue”, Societá, norme e valori. Studi in onore di RenatoTreves, Milán, 1984. Ambos, citados por Ferrari, Vicenzo en Las funcionesdel derecho, Madrid, Debate, 1989, p. 122.

79 Cfr. Evans, W. M., “Law as instrument of Social Change”, Applied Sociology:Opportunities and Problems, Nueva York, The Free Press of Glencoe, 1965.

También sobresalen los trabajos de D. J. Dalneski, Kurtinesy Greif, R. Irvine80 y, sobre todo, los de June Tapp,81 quienha señalado que, de acuerdo con el desarrollo cognitivo delhombre, pueden identificarse con relativa facilidad cuatro ni-veles de socialización jurídica:

— Preconvencional. Estadio en el que se busca obtener unarecompensa o evitar un castigo.

— Convencional. Estadio en el que se aceptan las reglas porel solo hecho de ser reglas y así cumplir con lo queseñala la autoridad.

— Posconvencional. Estadio en el que se aceptan los prin-cipios morales sobre la autoridad formal.

— Ético. Estadio en el que se acepta el derecho sólo cuandoéste refleja las propias convicciones éticas.

Dentro de este último nivel, la objeción de conciencia y ladesobediencia civil ocupan un lugar preponderante. Son te-mas que revelan el buen éxito de una socialización política —seestá de acuerdo con los fines— y, al mismo tiempo, el fracasode la socialización jurídica: No se está de acuerdo con losmedios e, incluso, se desafía la posibilidad de la sanción.82

Quienes defienden la paz pero no creen que el servicio militarsea la mejor forma de conseguirla constituyen un ejemplo delprimer tema. Quienes creen que la igualdad debe caracterizar

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80 En su estudio Legal Socialization (Londres, Macmillan, 1979) , R. Irvineha formulado una crítica a aquellos procesos de socialización jurídica queincorporan juicios de valor sobre el “progreso moral”, mismos que sólo re-flejan los “valores occidentales” de ciertos grupos de interés.

81 Tapp, J.L. and Kohlberg, L., “Developing senses of Law and Legal Jus-tice”, Journal of Social Issues, núm. 2 ( 1971) y Tapp, J.L. and Levine, F.L.,“Legal socialization: Strategies for an Ethical Legality”, Stanford Law Review,núm. 27, 1974.

82 Jorge Malem reflexiona sobre el segundo en Concepto y justificaciónde la desobediencia civil. José Luis Gordillo analiza el primer tema en Laobjeción de conciencia, enfocándose, particularmente, al ejército, al serviciomilitar y a la participación en una guerra.

a una sociedad justa pero no creen que esta igualdad sealcance a través de los impuestos y —más aún— se niegana pagar los que les corresponden, son ejemplo del segundo.

Los resultados de la socialización jurídica pueden medirsea través de tres indicadores fundamentales:

— Conformidad— Obediencia— Participación social

La conformidad y la obediencia han sido estudiadas desdediversos enfoques, entre los que destaca el sicosociológico.John M. Levine y Mark A. Pavelchak explican que “existe con-formidad cuando un individuo modifica su comportamiento oactitud a fin de armonizarlos con el comportamiento o actitudde un grupo” y que “existe obediencia cuando un individuomodifica su comportamiento a fin de someterse a las órdenesdirectas de una autoridad legítima”.83 La primera supone unapresión ejercida por los miembros de la sociedad que se rigenpor las mismas normas e interactúan en un nivel de igualdad,mientras que la segunda implica una presión ejercida por unaautoridad que tiene un status superior. “La obediencia presu-pone que la autoridad desee ejercer una influencia y vigilela subordinación del subordinado a sus órdenes”, puntualizan.Por el contrario, “la conformidad puede producirse sin queel grupo desee ejercer una influencia o vigilar al individuo,basta con que la persona conozca la posición del grupo ydesee estar de acuerdo con ella, de hecho, ni siquiera es ne-cesario que el grupo tenga conciencia de la existencia delindividuo”.84 En cualquier caso, ambas suponen un procesode socialización cuyas pautas de orientación son las que se-ñala el derecho. Para que se dé la “integración de subsiste-

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83 Levine, John M. y Pavelchak, Mark A., Conformidad y obediencia, den-tro de Psicología social, S. Moscovic, p. 43.

84 Loc. cit.

mas” que describe Parsons, es preciso que tanto la conformi-dad como la obediencia sean promovidas por los grupos do-minantes del Estado. Lo mismo podría decirse de la partici-pación social, la cual debe ser encauzada hacia la preservacióndel orden político y debe ser contenida cuando tienda a sudestrucción.

2. Límites en la difusión de la culturade la legalidad

Como toda socialización, la socialización jurídica se desa-rrolla en distintos niveles. El gobierno de cada Estado, segúnsus pretensiones y de acuerdo con la distribución de fuerzaspolíticas que condicionen su actuación, tendrá que resolver aquiénes les conviene conocer a fondo la estructura jurídicadel Estado, a quiénes les conviene conocerla parcialmente ya quiénes les conviene conocer, única y exclusivamente, losprincipios fundamentales de su organización. Si bien el artí-culo 19 de la Declaración Universal de los Derechos del Hombrey del Ciudadano, aprobada por los países miembros de la Or-ganización de las Naciones Unidas en 1948, establece que:“Toda persona tiene derecho a la libertad de opinión y de ex-presión” y aclara que “este derecho incluye el de no ser moles-tado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir in-formaciones y opiniones y el de difundirlas sin limitación defronteras, por cualquier medio de expresión”, también es ciertoque todos los Estados se han esmerado en limitar este dere-cho en el ámbito jurídico y, por consecuencia, en el político.

En México, el artículo 6o. de la Constitución prevé que “elderecho a la información será garantizado por el Estado”,pero también señala que “la moral”, “los derechos de terceros”o aquello que “provoque algún delito, o perturbe el ordenpúblico”, son límites a la libertad de expresión y, por tanto,al derecho a la información. El motivo de esta restricción esque la mayor difusión de la cultura de la legalidad no con-duce, necesariamente, al desarrollo político y sí, en cambio,lo puede afectar. El desarrollo político, en cambio, invaria-blemente propicia las condiciones para que se dé un aumento

56 GERARDO LAVEAGA

en el nivel de la cultura de la legalidad en un pueblo. Incluso,la primera recomendación del Informe de la Comisión Inter-nacional para el estudio de los problemas de la comunicación(UNESCO, 1980) , parte del supuesto de que “no hay lugarpara la aplicación universal de modelos preconcebidos en ma-teria de comunicación e información”.85

Más allá del “derecho a la información”, a un gobierno leconviene promover la cultura de la legalidad entre los habi-tantes de su pueblo cuando lo exija el desarrollo político delmismo y le conviene constreñirla cuando esta cultura puedagenerar expectativas que el desarrollo político de la comuni-dad no permita satisfacer.86 Cuando la demanda de una res-puesta rebasa la oferta, la frustración tiende a traducirse enuna crisis de legitimidad. La pérdida de confianza en unainstitución ayuda a reformarla pero también puede contribuira destruirla si no existe alternativa viable. Prácticamente to-dos los autores que han estudiado el tema de la legitimacióncoinciden en esto. “Al afirmar que una función del derechoes la legitimación del poder”, apunta Vincenzo Ferrari, “que-remos señalar el hecho de que todos los sujetos que disponende capacidad de decisión o que desean ampliarla pueden ha-cer uso —y normalmente lo hacen— del derecho para con-seguir el consenso sobre las decisiones que asumen o debenasumir”.87 Desafortunadamente, el derecho no siempre ofrecelos dispositivos necesarios para instrumentar las decisiones o

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85 Esta Comisión, que abogaba por la tolerancia como resultado de unamejor comunicación en todos los ámbitos, estuvo presidida por Sean MacBride y sus resultados fueron publicados en español con el título Un solomundo, voces múltiples.

86 A manera de ejemplo, los esfuerzos que algunas autoridades de laProcuraduría General de Justicia del Distrito Federal hicieron entre 1993 y1994 para promover la denuncia de los delitos dentro de la comunidad tu-vieron que disminuir, en virtud de que se dieron cuenta de que si aumentabael índice de denuncias de aquellos delitos que constituían la “cifra ne-gra”, el efecto resultaría contraproducente: se generaría en la sociedad civilla idea de que los delitos se estaban incrementando y, peor aún, la poca ca-pacidad de respuesta.

87 Ferrari, Vincenzo, op. cit., pp. 115-116.

para satisfacer las expectativas de la sociedad, aunque asíconste en las leyes.

Si esto no fuera suficiente para constreñir la difusión dela cultura de la legalidad, es preciso recordar que el ordensocial no sólo implica neutralizar desviaciones como el delitosino, también, reconocer que el derecho está diseñado paramantener la estabilidad y que cualquier alteración al statuquo supone que algunos grupos aumenten sus prerrogativasy que otros las vean disminuidas. Esta posibilidad explica losdeseos que tienen unos para llevar al cabo reformas políticasy la renuencia que otros muestran al respecto. Explica, asi-mismo, la necesidad que tiene un gobierno de adecuar ladifusión de la cultura de la legalidad al desarrollo políticodel Estado, evitando, en lo posible, hacer hincapié en las nor-mas jurídicas que aún no han podido cumplirse por causaspolíticas o económicas que escapan de las intenciones dellegislador y que, de respetarse, implicarían enfrentamientosentre los diversos grupos de la sociedad. ¿Significa esto queel derecho revela, inevitablemente, las contradicciones y lasdesigualdades de la sociedad que lo crea...? Sí.

Algunos estudiosos del tema se han preocupado por sabercómo puede, pues, elaborarse la doctrina jurídica y aplicarse“de una forma genuina y explícita” al revelar su naturalezay efectos.

¿Puede librarse alguna vez la doctrina jurídica de su servidum-bre a la ideología? ¿Puede admitir fundamentalmente algunavez sus propias incertidumbres? ¿Puede la doctrina jurídica re-conocer que no hay, ni puede haber nunca, un cerrado, com-pleto, comprehensivo sistema de orden racional? ¿Puede acep-tar que es solamente un imperfecto, y a veces incoherenteintento de imponer un relativo orden sobre unos pocos aspec-tos de una infinitamente compleja realidad social?88

Las respuestas no parecen muy alentadoras para quienesno participan en la creación, aplicación e interpretación delderecho, ni para quienes padecen las consecuencias de un

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88 Cotterrell, op. cit., p. 260.

régimen jurídico ineficaz: “Los juristas aceptan con frecuenciaestas características del derecho. Están lo suficientemente cer-ca de los detalles de su doctrina y su aplicación como parahacerlo: pero el sistema jurídico, en conjunto, parece no po-der admitir que éstas son sus características dominantes”. Ladenuncia de Cotterrell, su desafío, nos conduce de nuevo aexaminar la inevitable relación entre el desarrollo político —“lainfinitamente compleja realidad social”— y la cultura de la le-galidad.

La propuesta que el mismo autor formula —la posibilidadde brindarle a la comunidad mayor apertura informativa acer-ca de los procesos jurídicos y las razones para la toma dedecisiones— supone que las desigualdades establecidas en losordenamientos jurídicos se admitan en la propia doctrina:

Entre ellas, la distinta influencia de diferentes sectores de lapoblación sobre la creación del derecho; la distinta ejecucióndel mismo; las desigualdades de poder económico o de otrotipo, de las partes en litigio; y las especiales dificultades quetienen algunos sectores de la población para lograr la ayudade los juristas o para invocar el derecho.89

Pero esto, concluye, “sería una hipocresía” si no se empren-dieran, al mismo tiempo, las acciones necesarias para corregir“las injustificables desigualdades” con las que está concebidoy se aplica el derecho. Sobre este tema han ahondado otrosacadémicos, entre los que sobresale el argentino Carlos MaríaCárcova, quien escribió un tratado dedicado al tema.90 Suvoz se ha sumado a la de muchos partidarios de la “demo-cratización del derecho”, la cual incluye cuatro corrientes máso menos identificables. Las tres primeras exigen que el pueblode un Estado esté ampliamente informado sobre su derecho.La cuarta propone, precisamente, ampliar los alcances de ladifusión de la cultura de la legalidad:91

LA CULTURA DE LA LEGALIDAD 59

89 Loc. cit.90 Cárcova, Carlos María, La opacidad del derecho, Madrid, Trotta, 1998.91 Cfr. Cotterrell, loc. cit.

— Informalismo. Propone la creación de instancias alternascomo el arbitraje y la conciliación para procurar y ad-ministrar justicia. Sus partidarios aseguran que esto evi-taría trámites y simplificaría instancias.

— Desprofesionalización. Defiende la sustitución de los pro-fesionales del derecho por otras personas no profesiona-les que puedan procurar y administrar justicia. Sus sim-patizantes creen que esto permitiría que el derecho seaplicara con criterios más prácticos y a un costo menoselevado.

— Participación. Sugiere la inclusión de personas de la so-ciedad civil dentro de los órganos estatales encargadosde procurar y administrar justicia. Los jurados popularesy los juzgados de paz a cargo de profesionales y noprofesionales son un ejemplo.

— Información. Propone la divulgación masiva y sin restric-ciones de las estructuras, funcionamiento y reglamenta-ción de los órganos encargados de procurar y adminis-trar justicia.

Democratizar el derecho, desde luego, implica riesgos.Quienes pueden sobornar a un juez, pueden sobornar, aúncon mayor facilidad, a un árbitro o a un conciliador ¿Quéventajas tendría entonces el informalismo si no existen ins-tancias superiores a las que pueda acudirse formalmente?Quien impugna a un abogado con título, puede impugnar,aún con mejores resultados, a uno que no lo tiene y actúaguiado por su buena fe. ¿Qué aporta, en tal caso, la despro-fesionalización? En cuanto a la participación, los no profesio-nales sólo pueden legitimar su actuación actuando a travésde las instituciones existentes. ¿Hasta dónde se da, auténti-camente, la participación?

Difundir una cultura de la legalidad, independientemente deldesarrollo político de una comunidad e independientementedel grado de accesibilidad que tiene el pueblo de un Estadoa la justicia, suele generar más dificultades de las que resuel-ve. Platón insistía en su Politeía ( República) sobre la conve-

60 GERARDO LAVEAGA

niencia de enseñar los valores políticos a los niños y jóvenescomo un camino para alcanzar la justicia, pero sugería queno se enseñara lo mismo a los artesanos que a los guardianes.Llegó, incluso, a recomendar que se suprimiera de la educa-ción de estos últimos la enseñanza de Homero y Hesíodo —cu-yas fábulas le parecían poco edificantes— y exigió que seprohibiera a los poetas presentar a los dioses haciendo el mal.Aunque Karl Popper terminó acusando a Platón de ser un“enemigo de la sociedad abierta”, vale la pena recordar quela preocupación de restringir la información no es nueva.

¿Cuál sería, entonces, el criterio que debe servirnos paraestablecer un punto de referencia? Si bien la transparenciaes una de las características de cualquier régimen democrá-tico un antídoto contra la corrupción y contra cualquier prác-tica ilícita que requiera del secreto para prosperar, es nece-sario determinar qué informar, cuándo y a quién. Informarpara garantizar un mayor acceso a la justicia o para orientarsobre las posibilidades que ofrece el derecho, representa, sinduda, un punto de partida. Durante muchos años, los gobier-nos se conformaban con declarar los derechos de la sociedadcivil sin preocuparse por crear las condiciones para hacerlosefectivos. Las nuevas tendencias del derecho exigen que, hoyen día, todo derecho vaya acompañado de medios procesalespara que se haga valer. “Las palabras acceso a la justicia”,apuntan Mauro Cappelletti y Bryant Garth,

no se definen con facilidad, pero sirven para enfocar dos pro-pósitos básicos del sistema jurídico por el cual la gente puedehacer valer sus derechos y/o resolver sus disputas, bajo losauspicios generales del Estado. Primero, el sistema debe serigualmente accesible para todos; segundo, debe dar resultadosindividual y socialmente justos.92

A esta luz, la información que proporcione un gobierno ala sociedad civil para darle mayor acceso a la justicia cobrauna importancia fundamental. Antes de informar, no obstan-

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92 Cappelletti, Mauro y Garth, Bryant, El acceso a la justicia, México,FCE, 1996, pp. 9-10.

te, es conveniente que un gobierno o los grupos dominantesde la sociedad actúen con responsabilidad y definan qué bus-can: si informar para que la sociedad active mecanismos exis-tentes o si informar para que la sociedad advierta sus carenciasen materia de acceso a la justicia y realice planteamientos ypropuestas sin alterar el orden social.

Otro de los obstáculos que presenta con mayor frecuenciala difusión de la cultura de la legalidad se encuentra, para-dójicamente, en los mismos abogados. A la manera de los gre-mios medievales —y actuando como lo hacen también losmédicos, los arquitectos o cualquier otro profesionista cuyomodo de ganarse la vida consista en conocer fórmulas paraproducir ciertos resultados— los abogados prefieren no com-partir sus conocimientos, pues esto originaría que muchaspersonas prescindieran de sus servicios. Así, se agrupan enasociaciones que, con el pretexto de velar por la dignificaciónprofesional, vetan los intentos de otros grupos por populari-zar las disposiciones jurídicas y por simplificar los procesosjudiciales. Después de todo, mientras más oscuras sean lasleyes, más demanda habrá de intérpretes. Aunque esto ocurremás en Estados Unidos y en Europa que en México, es untema que merece considerarse.93

Ninguna de estas limitaciones afecta un ejercicio respon-sable de difusión de la cultura jurídica. Sobre todo, si parti-mos del supuesto de que la idea de educar sin restriccionesa la población en materias política y jurídica, no ha sido taneficaz como lo pareció al principio. Algunos pensadores —es-pecialmente en el siglo diecinueve— sostuvieron que la edu-cación política y jurídica era la que determinaba, por sí mis-ma, el nivel de desarrollo político de un pueblo. En susConsideraciones sobre el gobierno representativo, John Stuart

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93 Como un buen ejemplo de estos casos, tenemos el de las asociacionesde abogados de Texas que demandaron a la empresa Nolo Press por editarmanuales de orientación jurídica. Estos materiales, adujeron los abogadostexanos, desorientan al público y le hacen creer que pueden acudir ante untribunal sin el auxilio profesional de un abogado. El Journal de la AmericanBar Association dedicó un artículo a este asunto en su número de julio de1998.

Mill se pronunciaba por dar el voto a los obreros y por edu-carlos para que se volvieran “ciudadanos conscientes” de sucomunidad. Con otras palabras y con otros propósitos, Marxproclamaba lo mismo. Sin embargo ¿qué ganaría el hombrede la calle al conocer los ideales políticos de dos o tres dis-tintos partidos que, por otro lado, prometen más o menos lomismo y que, a fin de cuentas, no parecen estar tan preocu-pados por satisfacer los intereses inmediatos de este hombre?¿Qué beneficios iba a obtener al enterarse de las auténticasrazones que tuvo su gobierno para aplicar una norma jurídicay no otra en el caso de una aprehensión, de una extradicióno de una sentencia? Ninguna. Los recientes estudios sobre laopinión pública nos demuestran que si él cree que el gobiernoestá procediendo conforme a derecho —creencia que, por símisma, no significa que esto ocurra así—, lo apoyará y estarácontribuyendo a ampliar los márgenes de legitimidad con losque cuente dicho gobierno. Si, por el contrario, considera queel gobierno está actuando fuera del marco legal —lo que, porsí mismo, no significa que esto esté sucediendo— lo criticaráy estará contribuyendo a socavar su legitimidad, apoyando alas facciones opositoras.94

Para fortuna de los gobiernos, en estas creencias influyenmás la ayuda social, los programas de empleo y la construc-ción de mercados, escuelas y hospitales que la legalidad conla que se esté actuando, lo cual, por paradójico que se antoje,contribuye a elevar los niveles de legitimidad en un gobierno.También para su fortuna, en estas consideraciones influyenmás los medios de comunicación que la posible honestidadcon la que se proceda. Ni Stuart Mill, ni Marx, ni aquellosintelectuales norteamericanos que impulsaron la educaciónpolítica y jurídica hacia los años sesenta se preocuparon poranalizar la correspondencia que esta cultura podía tener con

LA CULTURA DE LA LEGALIDAD 63

94 Cfr. The Spiral of Silence, de Elizabeth Noelle-Neumann (1984) ; Ad-vertising and Democracy in the Mass Age, de Terence H. Qualter ( 1991) ;L’information, la desinformation et la realité, de Guy Durandin (1993) ; Poli-tical Marketing and Comunication, de Philippe J. Maarek (1995) entre otrosestudios modernos sobre la opinión pública.

el desarrollo político de cada Estado, ni tampoco por las con-secuencias inmediatas del problema. Para ellos, la mayor edu-cación suponía mayor participación política y nada más.95 Ennuestros días, la fe en la educación por la educación mismay el entusiasmo que generaba el hecho de que el mayor nú-mero de personas contara con la mayor información posibleha decrecido. Los hechos no han correspondido al optimismode sus promotores.

Al hablar de los mitos en torno a la democracia, NorbertoBobbio no puede dejar de considerar el de la educación po-lítica y de subrayar cómo, a medida que algunos grupos au-mentan la suya, paradójicamente crece su apatía y aumentael abstencionismo entre sus miembros. “En los regímenes de-mocráticos como el italiano, en el que el porcentaje de vo-tantes es todavía muy alto ( pero va descendiendo en cadaelección) ” —dice Bobbio— “existen buenas razones para creerque esté disminuyendo el voto de opinión y esté aumentandoel voto de intercambio”.96 Y, ciertamente, sin que la culturapolítica o la cultura de la legalidad influyan en lo más míni-mo, los votos se dan cada día con mayor frecuencia a quienesofrecen favores personales y a quienes satisfacen interesesindividuales o de grupos; no a quienes presentan mejores pro-gramas de gobierno. Si ningún partido o candidato representala posibilidad de satisfacer necesidades o intereses específi-cos, el voto no se da. “Incluso las interpretaciones más mo-deradas”, sostiene el académico italiano, “no me pueden qui-tar de la cabeza que los grandes escritores democráticossufrirían al reconocer en la renuncia a usar el propio derechoun buen fruto de la educación de la ciudadanía”.97

64 GERARDO LAVEAGA

95 Sobre la necesidad de impulsar la cultura política, Seymour MartinLipset escribió: “Donde las relaciones económicas no son fácilmente percep-tibles para los que están afectados, se hacen importantes una capacitacióny un refinamiento generales. La apreciación de los problemas sociales com-plejos puede provenir de la educación y, sin duda, contribuye al aumentode los votos entre los grupos más educados”. Cfr. Lipset, Seymour Martin,El hombre político, Madrid, Tecnos, 1987, p. 166.

96 Cfr. Bobbio, Norberto, El futuro de la democracia, México, FCE, 1986, p. 25.97 Loc. cit.

3. Funciones de la cultura de la legalidad

¿De qué sirve entonces la cultura de la legalidad? ¿Antequién y cuándo conviene promoverla? ¿Cómo fomentar laconformidad, la obediencia y una participación social quecoadyuve a mantener el orden social a través de lo que Vascode Quiroga llamó la “información en derecho”?98 ¿A qué prin-cipios debe sujetarse la socialización jurídica dentro de unEstado para que la cultura de la legalidad rinda sus frutos?Y, ante todo, ¿qué frutos debemos esperar de ella? A pesarde las dificultades que supone desarrollar el proceso de so-cialización jurídica en cualquier nivel, es innegable que con-tar con cierta información jurídica resulta primordial no sólopara que los cuadros dominantes puedan aspirar a cierto gra-do de control social —entendiendo éste como el conjunto demecanismos diseñados para prevenir las desviaciones—99 sinotambién para que cualquiera de los grupos que conforman unEstado pueda participar en la preservación del mismo. La di-fusión de la cultura de la legalidad, no obstante, sólo resul-tará eficaz y eficiente en la medida en que el gobierno deun Estado satisfaga las siguientes condiciones:

— Que el derecho sea producto del consenso. Mientras mássectores y personas participen en su creación, aplicacióne interpretación, más fácil resultará hacerlo valer y me-

LA CULTURA DE LA LEGALIDAD 65

98 Vasco de Quiroga escribió La información en 1535, con el doble pro-pósito de desautorizar algunas disposiciones reales que permitían la esclavi-tud de los indios, así como de crear pueblos con ciertas características po-líticas. Su obra alertaba al lector para “velar e informar” y proteger losintereses de los indígenas.

99 El término control social fue acuñado por E. A. Ross en su libro SocialControl ( 1901) . Una definición más amplia podemos hallarla en el Dicciona-rio de sociología , p. 229, de Luciano Gallino: “Mecanismos, acciones reactivasy sanciones que una colectividad elabora y utiliza, ya sea con el fin deprevenir la desviación de un sujeto individual o colectivo respecto de unanorma de comportamiento, sea para eliminar una desviación que ha ocurridologrando que el sujeto vuelva a comportarse de conformidad con la normao, en fin, para impedir que la desviación se repita o se extienda a los demás”.

nos resistencia hallarán los procesos de difusión de lacultura de la legalidad. En esta participación, por su-puesto, deben tomarse en cuenta los límites enunciadosanteriormente.

— Que la ley se aplique de forma equitativa.

La ausencia de un Estado de derecho consiste, fundamental-mente, en que ciertos grupos e individuos se encuentran porencima de las leyes; en particular, las autoridades... cuentancon la posibilidad real de cometer abusos de poder sin queexistan mecanismos jurídicos eficaces que limiten y castiguendichos abusos. Más aún, el que las autoridades violen el orde-namiento jurídico estimula la desobediencia generalizada delas leyes por parte de los ciudadanos...100

A propósito de esta forma equitativa de aplicar lasleyes, Tácito argüía que nada hacía a las leyes tan efec-tivas como su aplicación contra las altas personalidades.

— Que el derecho sea accesible para el mayor número depersonas y que, en efecto, existan los dispositivos jurí-dicos para hacer valer los derechos que el gobierno seha comprometido a garantizar. Esto se consigue a travésde un derecho conformado por normas sencillas y defácil comprensión, así como por procedimientos brevese instancias encargadas de aplicar la ley de manera rá-pida y expedita. “...La posesión de derechos carece de sen-tido si no existen mecanismos para su aplicación efecti-va”, dice Cappelletti. “El acceso efectivo a la justicia sepuede considerar, entonces, como el requisito más básico—el derecho humano más fundamental— en un sistemalegal igualitario y moderno, que pretenda garantizar yno solamente proclamar los derechos de todos.”101

66 GERARDO LAVEAGA

100 Rubio, Luis et al., A la puerta de la ley, México, Cal y Arena, 1994,p. 137.

101 Cappelletti, Mauro y Garth, Bryant, op. cit., p. 12.

Establecidas estas tres condiciones, es más fácil compren-der la afirmación que se hacía anteriormente sobre los límitesde la difusión de la cultura de la legalidad y la relación queésta debe tener con el desarrollo político de un Estado. Nose trata de negar el acceso a la cultura de la legalidad alpueblo de un Estado sino de establecer las ventajas y desven-tajas que puede tener la difusión de dicha cultura, la cualpuede clasificarse en:

— Socialización jurídica general. Comprende los esfuerzospara promover los valores políticos que permiten la co-hesión social dentro de un Estado y que han sido trans-formados en normas jurídicas o se espera que lo sean.La difusión de la cultura de la legalidad está encaminadaa preservar el orden social y, generalmente, corre a car-go del gobierno del Estado. Respeto, democracia, justi-cia, libertad, solidaridad, honestidad y otros valores se-mejantes se difunden a través de todos los instrumentosal alcance del gobierno, el cual les da diversos conteni-dos en momentos distintos. La escuela y los medios decomunicación juegan un papel relevante.

— Socialización jurídica específica. Comprende los esfuerzospara promover determinados valores o conductas —yaconvertidos o por convertirse en derecho— y está diri-gida a ciertas comunidades o a grupos restringidos deesas comunidades. La difusión de la cultura de la legalidadpuede correr a cargo del gobierno del Estado ( cuandoa éste le interesa dar a conocer nuevos ordenamientosjurídicos o busca apoyo para convertir ciertas conductasen leyes con un fin particular) o, bien, a cargo de otrosgrupos dominantes como los partidos políticos, los sin-dicatos, las iglesias o las cámaras de industria y comer-cio, cuando a éstos les interesa difundir disposicionesjurídicas que les beneficien de forma directa o, simple-mente, fortalecer su imagen como elementos integrantesdel Estado de derecho. Los cursos de orientación jurídicaque se imparten esporádicamente a sectores distintos de

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la comunidad —y que incluyen temas tan diversos comolas obligaciones fiscales, las prerrogativas en un divorcioo las alternativas que tiene un obrero ante un despidoinjustificado— también pueden incluirse en este género.

Una vez más, son las necesidades e intereses de los diver-sos grupos dominantes o los de la sociedad civil los que con-dicionarán a ambas. El buen éxito que han tenido en algunospaíses las campañas en pro de los derechos humanos, porejemplo, ha estado sujeto, invariablemente, a las necesidadesy a las expectativas de los grupos afectados. Aunque todasestas campañas pudieran basarse en la Declaración Universalde los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1948, cadagrupo ha dado énfasis a aspectos diferentes. Mientras en lospaíses desarrollados se espera una acción vigorosa por partedel gobierno, de los partidos políticos y de las organizacionesno gubernamentales (ONG’s) en materia de protección ecoló-gica y de sanciones severas a quienes dañen el medio am-biente,102 en otros países menos desarrollados se esperan me-didas de control contra los cuerpos policiacos que abusen desu autoridad, como en México, o contra las fuerzas armadasque hagan lo mismo, como en Guatemala.

La capacidad de convocatoria y movilización de un grupose verá fortalecida o debilitada, según la visión que tenganlos convocados del Estado, de la autoridad, del problema parael que se busque solución y, más aún, del modo en que éstepueda resolverse. En suma, según el grado del consenso. Si,por otra parte, las concepciones son distintas, los gruposdominantes perderán tanto su capacidad de convocatoria ymovilización como su propia fuerza. Incluso en una épocadonde se habla del “fin de las ideologías” o del “fin de la histo-

68 GERARDO LAVEAGA

102 En Redes que dan libertad, Barcelona, Paidós, 1994, Jorge Riechmanny Francisco Fernández Buey presentan a los movimientos sociales —especial-mente a los que tienden a preservar el medio ambiente— como responsablesde una nueva configuración política y jurídica en los países industrializados.

ria”,103 los satisfactores inmediatos o los recursos económicosno garantizan por sí mismos, ni conformidad, ni obediencia,ni una participación social que coadyuve a mantener el ordenpolítico. Si los satisfactores inmediatos o los recursos inme-diatos bastaran para asegurar el orden político, sería imposi-ble explicar la gran cantidad de movimientos sociales y re-voluciones que se han generado a lo largo de la historia.104

Cualquier movimiento político que tienda a integrar o a des-integrar un Estado exige, pues, una intensa socialización ju-rídica.

En ocasiones, esta socialización se va gestando poco apoco: se crean expectativas, se fortalecen los vínculos deunión entre los miembros de un grupo, se alcanza un con-senso ante lo que se considera una violación a los derechosde ese grupo y, finalmente, se exige que dicho consenso seexprese en la ley y tenga efectos erga omnes. Revisemos lasmovilizaciones que realizaron los afroamericanos para refor-mar la Constitución norteamericana en los años sesenta.Otras veces, la falta de socialización jurídica hace fracasarun movimiento político, el cual sólo se consolida a partir dela percepción común que van adquiriendo sus miembros entresí, sobre el derecho que se les está negando, o sobre las respon-sabilidades de quienes lo niegan. Revisemos la acción de losgrupos pacifistas que comenzó en los años cincuenta o la delos grupos ecologistas que cada día cobra mayor influencia.

En el primer caso, la socialización jurídica se promovió enforma casi espontánea; en el segundo, fue preciso un ejercicio

LA CULTURA DE LA LEGALIDAD 69

103 En El fin de las ideologías ( 1960) , Daniel Bell estudia el agotamientodel pensamiento político-social que había comenzado con Hegel y concluidocon Marx. En El fin de la historia ( 1992) , Francis Fukuyama, también par-tiendo de la concepción hegeliana de la historia, reflexiona sobre el fin delos regímenes dictatoriales de derecha y el colapso de los de izquierda.

104 Los niveles económicos saludables, no necesariamente implican queexista orden político dentro de un Estado. En nuestros días, Tailandia cons-tituye un ejemplo: Desde 1973, el país ha padecido seis golpes de Estado(o intentos de golpes de Estado) y, de 1992 a 1996, cuatro procesos elec-torales. El gobierno actual —que no fue elegido— lleva en el poder casi tresaños. A pesar de esto, Tailandia ha mantenido, desde entonces, un creci-miento económico del 7% anual. Cfr. The Economist, 30.11.96.

más o menos planificado de difusión. En uno y otro, no obs-tante, la socialización jurídica ha tenido resultados favorablespara sus promoventes y cada vez es menos probable hallar aun político ( o al representante de cualquier grupo cuya exis-tencia dependa directa o indirectamente de un amplio con-senso) pronunciarse públicamente a favor de la discrimina-ción racial, de la carrera armamentista o de la destruccióndel medio ambiente. No en todos los casos ocurre lo mismo.Temas como el aborto, la pena de muerte o los derechos delos animales, siguen enfrentando a grupos con intereses dis-tintos y sin la capacidad suficiente para socializar jurídica-mente a aquellos de quienes depende su legitimación.

Ahora bien ¿es posible medir el grado de consenso que senecesita para que un grupo o un pueblo entero actúen deuna u otra forma? James Buchanan, Gordon Tullock y loseconomistas que han desarrollado los principios de la PublicChoice lo han intentado. En El cálculo del consenso, estos au-tores estudian la manera en la que toman sus decisiones lospoderes públicos y analizan las reglas de las votaciones, lafunción de las legislaturas bicamerales, el papel de los gruposde presión y de la “ética democrática”. Partiendo de la pre-misa de que los individuos están motivados por consideracionesmaximizadoras de utilidad y que, cuando existe una oportu-nidad de ganancias mutuas, tiene lugar el intercambio, esta-blecen hasta dónde es posible medir y prever el consenso,del mismo modo en que otros académicos intentan describirlas relaciones entre oferta y demanda, previendo las utilida-des del sector privado. Aunque sus conclusiones han merecidotodo género de reconocimientos, aún son insuficientes paraexplicar los factores que permiten la integración de una so-ciedad o la de aquellos que propicien su desintegración.

Nicolas Tenzer ha sido menos ambicioso al describir losprimeros y analizar los segundos.105 Él considera que son treslas grandes crisis que afectan a las sociedades que tienden adesintegrarse:

70 GERARDO LAVEAGA

105 Cfr. Tenzer, Nicolas, La sociedad despolitizada, Barcelona, Paidós,1992.

— Política. La desaparición del sentimiento de comunidad.— Social. La desaparición del sentimiento de pertenencia.— Cultural. La desaparición de expectativas con respecto a

la comunidad a la que supuestamente se pertenece.

Con denominaciones distintas y alcances diversos, las tresdebilitan cualquier proceso de socialización jurídica. Conju-rarlas exige, ante todo, el acuerdo de los grupos con interesesencontrados y la definición del valor o los valores que todos—o al menos los más fuertes— estén dispuestos a promover.Un ejemplo de los buenos resultados que generan los procesosde socialización jurídica basados en el acuerdo de los distin-tos grupos que integran una sociedad lo tenemos en la rees-critura de la historia nacional que se ha llevado a cabo enHong Kong, a raíz de su reincorporación a China. El ejerciciosupone que los niños que estudian en las escuelas de HongKong ya no consideren que éste es “un país” y que, en cambio,vean con simpatía algunas de las decisiones adoptadas porChina desde 1842, cuando Hong Kong pasó a manos de GranBretaña. “La idea”, han declarado las autoridades educativasde China, “es ayudar a los niños a adoptar activamente unanueva identidad nacional”.106 En ocasiones, para asegurar es-tos buenos resultados, es necesario, incluso, restringir con-ductas que en cualquier otra parte —o en cualquier otro momen-to— habrían parecido inofensivas. Una muestra la tenemosen la prohibición de la película infantil The Prince of Egypt, enlas Islas Maldivas (1998) . Las autoridades estimaron que lacinta era sólo “propaganda bíblica” que atentaba contra losprincipios del Islam.107

Por el contrario, un ejemplo de los malos resultados quese obtienen cuando el proceso de socialización jurídica seinicia por parte de un gobierno o de alguna facción sin queantes exista un acuerdo, lo tenemos en el concepto de “se-guridad colectiva” que promovió Woodrow Wilson al final de

LA CULTURA DE LA LEGALIDAD 71

106 Newsweek en español, 26.06.96, p. 13.107 Time, 01.02.99.

la Primera Guerra Mundial y con el que ninguna de las po-tencias europeas estuvo de acuerdo. Una socialización jurídi-ca eficaz, por lo tanto, exige, en primer término, un acuerdode aquellos grupos capaces de garantizar los efectos que estasocialización pueda tener en una sociedad, o bien de aquélloscapaces de transformar un sistema de valores que ya no res-ponda a las necesidades e intereses de quienes serán some-tidos al proceso de socialización. En segundo, que en mayoro menor medida se cumplan las condiciones de participación,equidad y accesibilidad a las que nos referimos.

72 GERARDO LAVEAGA

IV. La cultura de la legalidad en México . . . . . 73

1. Socialización jurídica general . . . . . . . 73

A. Contexto . . . . . . . . . . . . . . . 73

B. Marco legal . . . . . . . . . . . . . . 78

C. Educación formal: la escuela . . . . . . . 83

D. Educación no formal . . . . . . . . . . 86

E. Educación informal: los medios de comuni-cación . . . . . . . . . . . . . . . . 90

2. Socialización jurídica específica . . . . . . . 94

A. La enseñanza formal del derecho: la univer-sidad . . . . . . . . . . . . . . . . . 94

B. Informática y derecho . . . . . . . . . . 99

ÍNDICE 11

IV. LA CULTURA DE LA LEGALIDAD EN MÉXICO

1. Socialización jurídica general

A. Contexto

El Consejo Consultivo del Programa Nacional de Solidaridadpublicó en 1990 un Informe sobre la pobreza en México,108

donde llegaba, entre otras, a las siguientes conclusiones: En1987, la población del país ascendía a 81.2 millones de ha-bitantes, de los cuales 9.1 pertenecía al estrato alto; 30.8 alestrato mediano; 24.0 a la “pobreza” y 17.3 a la “pobrezaextrema”. Sumando estas dos últimas categorías, se contaban41.3 millones de pobres: más del 50% de la población total.En su libro ¿Qué hacemos con los pobres?, Julieta Camposactualiza estas cifras y aclara que “en la base de la pirámidemexicana hay cerca de 50 millones de pobres: el 60% delpaís”. Explica que la pobreza extrema se sitúa en los límitesde un salario mínimo o menos y, partiendo del Informe delPrograma Nacional de Solidaridad, se refiere al “primer círculode la miseria urbana” —quince millones de personas que ga-nan entre dos y cinco salarios mínimos—, a los diez millonesde personas que ganan más de cinco salarios mínimos, a losseis millones que están entre los cinco y nueve y a los cuatroque “se ubican en un estrato bastante acomodado, recibiendoentre 10 y 19 mínimos”. Sólo 4 millones y medio de personasganan más de 20 salarios mínimos.109 Los resultados del úl-timo Censo de Población y Vivienda, realizado por el Instituto

73

108 El combate a la pobreza, p. 20.109 Campos, Julieta, ¿Qué hacemos con los pobres?, México, Aguilar, 1995,

p. 88.

Nacional de Estadística, Geografía e Informática ( INEGI) , re-velan que en 1995 había en México 93 millones de habitan-tes. Los porcentajes sobre riqueza y pobreza, sin embargo, nohan variado mucho.

El concepto de pobreza, ciertamente, es discutible. Los so-ciólogos afirman que la pobreza absoluta se da cuando lagente no tiene los recursos suficientes para garantizar condi-ciones mínimas de existencia —condiciones expresadas a tra-vés de calorías y niveles de nutrición—, y que la pobrezarelativa se da comparando los niveles de vida promedio deuna determinada comunidad con otra.110 Las que no parecendiscutibles son las profundas desigualdades que existen enMéxico. “En Suecia, la distancia entre los más ricos y los máspobres es de 4 a 1. En México, los más ricos ganan por lomenos 38 veces más, consumen el 68% de los bienes indus-triales en el mercado y el 80% de los automóviles”.111 En suEncuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (1996) ,el INEGI concluye que el 10% de la población concentra el41% de la riqueza nacional, mientras que el 50% de éstaapenas disfruta del 16% de esta riqueza.112

Estas desigualdades, acentuadas por el hecho de que, entrelos pobres, se cuentan más de 50 grupos indígenas que hablanlenguas y dialectos distintos al español,113 se ven reflejadasen la alimentación, la salud y la educación de cada estratosocial y de cada grupo étnico. La encuesta del INEGI precisaque de los 34 millones de mexicanos que integran la pobla-ción económicamente activa, más de 4 millones no tieneninstrucción alguna; 7.4 millones empezaron la educación pri-

74 GERARDO LAVEAGA

110 Abercrombie, Nicholas et al., Dictionary of Sociology, Londres, Penguin,1988, p. 191.

111 ¿Qué hacemos con los pobres?, loc. cit.112 Reforma, 27.03.96.113 Si se consideran las “lenguas sin variante”, el Instituto Nacional Indi-

genista ( INI) ha enumerado 59. En el censo de 1990, el Instituto Nacionalde Estadística, Geografía e Informática ( INEGI) publicó que en el territorionacional se contaban 5’282,347 personas que hablaban una lengua indígenadistribuidas en 55 grupos étnicos. Cfr. Informe del Instituto Nacional Indige-nista 1989-1994, publicado por el propio Instituto y por SEDESOL en 1994.

maria pero no la concluyeron. De los 7.16 millones que ter-minaron la educación primaria, 2 millones comenzaron laeducación secundaria pero no la concluyeron. De los 6.5 mi-llones que completaron la educación secundaria, un millóncomenzó la educación preparatoria pero no la concluyó. Delos 2.24 millones que sí la finalizaron, un millón 462 milpersonas comenzaron a estudiar una carrera pero no la con-cluyeron. En el período que comprende la encuesta, sólo 2millones 182 mil personas consiguieron titularse después determinar una carrera profesional.114 El promedio de escolari-dad es de primero de secundaria.

Las cifras anteriores explican, de algún modo, por qué losvalores de las clases altas y medias altas que viven en lasciudades más ricas del país, tienen que ver muy poco con losde las clases medias y medias bajas que habitan en las zonasrurales, y prácticamente nada con los grupos indígenas de laselva lacandona o del desierto tarahumara. La socializacióna cargo del gobierno mexicano, por lo tanto, ha empezadocreando y manteniendo valores comunes para todos estos gru-pos. Con diferencias tan pronunciadas, el concepto de mexi-canidad parece ambiguo y los esfuerzos que se han hechopara definirlo, entre los que destacan los de Samuel Ramos,los de Octavio Paz y los de Carlos Fuentes,115 han resultadoinsuficientes.

A últimas fechas se han efectuado novedosos estudios sobrela mexicanidad y la axiología de los mexicanos. Uno de estosestudios nos explica que los objetivos de los mexicanos son,por orden de importancia, educar a sus hijos, ayudar a sufamilia y conseguir una buena educación personal; que losfactores que, según ellos, les permiten triunfar en la vida,son una educación esmerada, inteligencia y trabajo duro; quelas características que más admiran en una persona son lahonradez, el respeto y la dignidad; que las personas que más

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114 Excélsior, 03.04.96.115 Cfr. Ramos, Samuel, El perfil del hombre y la cultura en México ( 1934) ;

Paz, Octavio, El laberinto de la soledad ( 1950) y Fuentes, Carlos, El espejoenterrado ( 1992) .

respeto les merecen son el padre, la madre, el maestro y elsacerdote.116 Otro de estos estudios, a partir de una sofisti-cada técnica de estadísticas, evalúa las preferencias sexuales,los prejuicios religiosos, las simpatías políticas y muchos otrosaspectos de los mexicanos.117 A pesar de las aportaciones quecada uno de estos estudios hace al conocimiento de la socie-dad mexicana, en ambos se reconocen las limitaciones y laimpresionante variedad de significados que pueden tener tér-minos como educación, ayuda a la familia o revolución mexi-cana de un grupo social a otro.

Existen aspectos comunes entre los distintos grupos socia-les, desde luego, pero no queda más remedio que admitir queexisten más similitudes entre dos adolescentes de la clase me-dia urbana que viven en la Ciudad de México, en Bogotá oen Buenos Aires que entre un niño purépecha que pesca enPátzcuaro y otro que estudia inglés o francés en cualquierade los institutos especializados de Guadalajara o Monterrey.En su afán por construir un concepto de identidad nacionalentre quienes hablan español y quienes no lo hablan, de crearreferentes que vinculen a quienes ganan más de 20 salariosmínimos con aquéllos que ganan menos de uno, los distintosgobiernos de México han concentrado sus esfuerzos en la en-señanza de una lengua común y en algunas acciones, entrelas que destacan:

— Difusión de una historia patria, en la que se acentúanlos contrastes entre los grupos que han buscado “el bie-nestar” de México y los que han buscado satisfacer suspropios intereses a costa de este bienestar. A últimasfechas, no obstante, se ha dado cierto proceso de aper-tura en la televisión, el cual ha permitido que los pró-ceres aparezcan como hombres de carne y hueso y sin

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116 Cfr. Alduncin, Rafael, Los valores de los mexicanos, México, FomentoCultural Banamex, A.C., 1986.

117 Cfr. Beltrán, Ulises, Los mexicanos de los noventa, México, UNAM, Ins-tituto de Investigaciones Sociales, 1996.

un proyecto político tan definido como parecían tenerloen la “historia oficial”. Por otra parte, cada vez es máspatente el esfuerzo de los partidos de oposición por “res-catar” de esta historia a sus propios héroes.

— Difusión de la bandera y del escudo nacional, pintándo-los, imprimiéndolos, grabándolos y transmitiéndolos endiversos medios escritos. A ambos, además, se les rindenhonores en incontables ceremonias cívicas.

— Difusión del Himno Nacional, no sólo en las ceremoniascívicas y escolares sino a través de los distintos mediosde comunicación. Los intentos por cambiar la letra alHimno, en su mayoría, han sido respetuosos y no hanido más allá de adecuarlo a las corrientes internaciona-les que promueven la tolerancia y la solidaridad.

Estas acciones de naturaleza política han sido convertidasen derecho118 como resultado del acuerdo tácito entre lasdiversas facciones que integran el Estado mexicano. Otro ele-mento integrador de enorme relevancia ha sido la religióncatólica, la cual ha sido tolerada y hasta fomentada por losdistintos gobiernos de México, en la medida en que la iglesiacatólica ha contribuido a promover la obediencia y la confor-midad ante la autoridad. El grado de esta contribución puedeadvertirse en los diversos ordenamientos jurídicos del país.La Constitución de 1824 prohibía el ejercicio de cualquier otrareligión en su artículo 3; las Bases Constitucionales de 1836establecían en su artículo primero que la nación mexicana noprofesaba ni protegía “otra religión que la católica, apostólica,romana, ni tolera el ejercicio de otra alguna”; en la Consti-tución de 1857 ya no aparecen precisiones tan estrictas, sibien no se logra garantizar la libertad de cultos. No fue sino

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118 Además de las sanciones que establece el Código Penal en su capítulorelativo al “Ultraje a las insignias nacionales”, y que alcanzan hasta 4 añosde prisión, la Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales, imponeotras multas y arresto hasta de 36 horas por cualquier acto que implique“desacato o falta de respeto a los símbolos patrios”.

hasta 1917 cuando la Constitución, en su artículo 24, deter-minó que cada hombre era libre “para profesar la creenciareligiosa que más le agrade”. En fechas más recientes, losteóricos de la iglesia católica se han esforzado por asimilarlos pecados a los delitos y, a principios de 1999, después deinaugurar el Sínodo de la Américas, el Papa Juan Pablo IIenlistó algunos de los “pecados sociales” que no son otrosque el narcotráfico, el lavado de dinero, la corrupción, elterrorismo y hasta los delitos ecológicos.

B. Marco legal

Los valores jurídicos que promueve —o debe promover—México como Estado se encuentran enumerados en la Cons-titución Política de los Estados Unidos Mexicanos y, desde elpunto de vista de la socialización jurídica general, puedendividirse en cuatro rubros:

— Valores de identidad: las perspectivas y aspiraciones quecaracterizan —o deben caracterizar— a los integrantesdel pueblo mexicano. Están enlistados en el artículo ter-cero de la Constitución y, entre ellos, destacan el “amora la Patria”, la “conciencia de la solidaridad internacio-nal, en la independencia y en la justicia”, “el apreciopara la dignidad de la persona y la integridad de lafamilia” y “la convicción del interés general de la socie-dad”, expresada en “los ideales de fraternidad e igualdadde derechos de todos los hombres”. La ambigüedad deestos términos permite que el grupo o los grupos domi-nantes vayan dándole a estos valores contenidos dife-rentes, según las circunstancias. Los valores de identidadtambién señalan cómo se adquiere la nacionalidad me-xicana ( artículo 34) ; cómo se pierde ( artículo 37-B) ; porqué se suspenden los derechos ciudadanos ( artículo 38)y qué ventajas tienen los mexicanos con respecto a losextranjeros ( artículos 32 y 33) . La difusión de estos va-lores permite establecer diferencias ante los integrantes

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de otros pueblos y refuerza el concepto de pertenenciaa un Estado.

— Valores que implican un derecho: Estos valores, expresa-dos a lo largo de la Constitución y de las leyes mexica-nas, tienen su origen principal en el I capítulo del TítuloPrimero de la Constitución, a través de las garantías in-dividuales que otorga el propio ordenamiento. Entreellas sobresalen el derecho a la libertad física —la pro-hibición de la esclavitud—, el derecho a la educación,el derecho a decidir “de manera libre, responsable e in-formada” el número de hijos que se desea tener, el de-recho a la protección de la salud, el derecho a manifes-tar libremente las ideas y el derecho de poseer armasen el domicilio, “con excepción de la prohibidas por laley federal y de las reservadas para uso exclusivo delEjército, Armada, Fuerza Aérea y Guardia Nacional”. Losvalores que implican un derecho también están plasmadosen el capítulo IV del Título Primero de la Constitución,donde se apunta que los ciudadanos pueden votar enlas elecciones populares, ser votados en los cargos deelección popular, asociarse libre y pacíficamente paratomar parte en los asuntos políticos del país y ejerceren toda clase de negocios el derecho de petición (artículo35) . La difusión de estos valores supone que se promue-va en la sociedad civil un espíritu crítico y, en ocasiones,combativo. Por ello, son más bien los opositores al go-bierno quienes están interesados en su promoción. Cuan-do un gobierno garantiza el cumplimiento de estos de-rechos, sin embargo, fortalece sus posiciones y logramayores índices de apoyo popular y legitimación. El gra-do de consenso que exista en la creación del derecho,la forma equitativa en que se aplique la ley y los nivelesde accesibilidad a la justicia son, de nuevo, condicionespara determinar la eficacia de la divulgación, de la cul-tura de la legalidad que promueva un gobierno.

— Valores que implican una obligación: Al igual que los an-teriores, estos valores están enlistados a lo largo de todala Constitución y de las leyes mexicanas. Su origen prin-

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cipal son los artículos 31 y 36, que establecen, entreotras, las siguientes obligaciones para los mexicanos ypara todo “ciudadano de la República” respectivamente:Hacer que sus hijos concurran a las escuelas públicas oprivadas; recibir instrucción militar; alistarse y servir enla Guardia Nacional; “contribuir para los gastos públicos,así de la federación, como del Distrito Federal o delEstado y municipio en que residan, de la manera pro-porcional y equitativa que dispongan las leyes”; votar enlas elecciones populares y desempeñar los cargos de elec-ción popular de la Federación, de los Estados o de losmunicipios. Cuando se difunden estos valores —los másfomentados por los gobiernos mexicanos y extranjeros—,se facilita enormemente la consecución de los patronesde conformidad y obediencia, que permiten la goberna-bilidad. Paradójicamente, su difusión es la más delicaday, para que resulte eficaz, es conveniente asociarla conel “amor a la patria”, el “desarrollo” y otros fines socialesvinculados a la identidad y al “destino común”.

— Valores de organización política: Son aquellos cuya pro-moción y difusión alientan a la participación social enun Estado. En México, están recogidos en el capítulo Idel Título Segundo de la Constitución —artículos 39, 40y 41—, el cual establece que la soberanía nacional resi-de en el pueblo; que el pueblo mexicano se ha consti-tuido en una República representativa, democrática y fe-deral y que ejerce su soberanía por medio de los Poderesde la Unión y los partidos políticos, cuyo fin principales promover la participación del pueblo en la vida de-mocrática. Están concebidos para hacer posible el accesode los ciudadanos al ejercicio del poder público, deacuerdo con los requisitos que establezcan las leyes res-pectivas. Sin importar los alcances de términos comosoberanía, representatividad, federalismo o poder público,sin importar que otros Estados se organicen de formasimilar,119 son estos conceptos los que describen los princi-

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119 La Constitución Argentina precisa que este país “adopta para su go-

pios del orden político y, por ende, los de México como Es-tado. Su difusión exige que los cuadros interesados en estemodelo fortalezcan, a la par, los valores de identidad, losque implican una obligación y los que implican un derecho.

Las leyes y los demás ordenamientos derivados de la Cons-titución contienen un sinnúmero de disposiciones que supo-nen otros muchos valores. Todos ellos tienen su fundamentojurídico en la Constitución. A veces, los valores expresadosen la norma resultan sumamente abstractos o complejos. Obe-decer las normas se dificulta enormemente y la necesidad decontratar abogados para interpretarlas y sostener posicionesencontradas ante los tribunales suele propiciar la prolonga-ción indefinida de los asuntos y la corrupción. La actual Leyde Amparo (Diario Oficial del 1o. de octubre de 1936) cons-tituye un ejemplo de ley confusa, cuya puesta en prácticaexige de abogados experimentados —y costosos—, lo cual vaen detrimento de los sectores menos favorecidos de la socie-dad.120 En estos casos, los cuerpos legislativos deberían es-merarse en elaborar las leyes con un lenguaje más accesibley abreviar los procedimientos. Otras veces, los valores expre-sados en las normas no se divulgan de manera adecuada.Obedecer la norma podría resultar muy sencillo si se le co-nociera. La gran cantidad de inmuebles que dejan de ser ren-

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bierno la forma representativa republicana federal”; la de Bolivia, que éstaes una “República unitaria... democrática representativa”; la de Brasil, queel Estado constituye una “República unitaria, descentralizada... democrática,participativa y pluralista”; la de Alemania, que este país es un “Estado Fe-deral, democrático y social”; la de España, que esta nación “se constituyeen un Estado social y democrático de derecho”; la de Francia, que ésta es“una República indivisible, laica, democrática y social...” y ad infinitum.

120 Philip Howard publicó en 1994 un libro titulado The Death of CommonSense (Random House) , donde enumera los múltiples excesos que se cometenen Estados Unidos debido a la confusión legal que aún existe en muchosámbitos. Los casos que describe el abogado de Nueva York ponen en evi-dencia la corrupción de abogados y jueces, que aprovechan la ambigüedady la oscuridad del derecho.

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EPÍLOGO

Lo que mantiene unida a una sociedad, lo que garantiza quelas distintas facciones que la integran coexistan pacíficamentebajo ciertas reglas de conducta cuyo cumplimiento devieneen la predecibilidad de la actuación de grupos e individuos—lo que a fin de cuentas constituye el orden social—, no essólo la fuerza. Como lo enseña la historia, un ejército y unapolicía eficaces no bastan para preservar un Estado. Lo másque éstos pueden conseguir es reprimir las “desviaciones” ycontener las fuerzas sociales durante determinado tiempo.Esto, por lo general, a un costo elevado.

Por otra parte, el interés común para alcanzar ciertas metasque beneficien a todos los integrantes de una sociedad tam-poco es suficiente para explicar la cohesión social. A menudo,la satisfacción del interés de ciertos grupos implica la afec-tación del interés de otros y, en estos casos, la conciliación—por sí misma— no basta para instaurar el orden político.Una de las críticas que se han hecho a John Locke, promotorde este modelo, es que partía de la premisa de que todos loshombres se comportaban —o se comportarían— como aristó-cratas de la Inglaterra que a él le tocó vivir: como personasque querían exactamente lo mismo y estaban dispuestas aseguir el mismo camino para obtenerlo.

Es, una vez más, la historia la que nos demuestra que másque la fuerza o el “interés”, el elemento esencial para queexista y subsista un Estado es la voluntad —espontánea oprovocada— de la mayoría de sus integrantes. Esta voluntadpuede reforzarse a través de la fuerza y de la conciliaciónde intereses, según sea el caso, pero nunca debe perderse devista que es el consenso el que permite que exista un Estado

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