Intelectuales-Omar Acha.pdf

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    Ediciones Herramienta Av. Rivadavia 3772 - l/B - (C 1204AAP) Buenos Aires, Argentina Te!. (5411) 4982-4146 Correo electrnico: [email protected] Pgina en Internet: http://www.herramienta.com.ar

    ISBN 978-987-22929-9-7

    Printed in Argentina Impreso en la Argentina, mayo de 2008

    Todos los derechos reservados

    Hecho el depsito que marca la Ley 11.723

    Acha, Ornar La nueva generacin intelectual: incitaciones y

    ensayos. - la ed. - Buenos Aires: Herramienta, 2008.

    192 p. ; 23x15 cm.

    ISBN 978-987-22929-9-7

    l. Ciencias Sociales. 1. Ttulo CDD 301

    ndice

    Prefacio

    Primera parte EXPLICACIN DE UNA NUEVA GENERACIN

    Introduccin a la orfandad intelectual

    El desierto del debate intelectual en la Argentina

    El enigma de la historia

    Cmo se constituye una generacin intelectual?

    El porvenir de una nueva generacin

    Segunda parte TRES ENSAYOS SOBRE EL CAMBIO INTELECTUAL

    Grande historia e historia normal (en torno al fracaso de Groussac)

    Revistas de las afueras del peronismo: Contorno e mago Mundi entre la renovacin historiogrfica y el proyecto generacional

    Las narrativas contemporneas de la historia nacional y sus vicisitudes

    Eplogo Diez tesis sobre el obrar intelectual contemporneo

    11

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    195

    ..

  • La nueva generacin intelectual. Ornar Acha

    de Laferrere, entre la colaboracin con los muchachos de la esquina (una monedita para la birra, vieja) y la marcha amenazante de lajaura de perros callejeros. Se percibe un hasto, pero tambi~.Il:J~j!!~~i~n de que nuestras p.9j:~ncias.~stncl~Sp~rdic:.ia~~s: La matriz universitaria o mercantil en que se nos quiere moldear, segn los casos, nos parece muy poco, aunque las destrezas que demanden no sean desdeables. Sabemos muy bien que un excelente profesor puede ser un intelectual insignificante. La praxis intelectual y la universidad no estn enlazados por una relacin de sinonimia. Incluso son antnimos cuando se quiere imponer la supremaca de la razn acadmica.

    Qu dicen nuestras vivencias? Que hay una necesidad insatisfecha, un deseo sin objeto, un ansia sin un cuerpo que gozar. Nos falta pasar de esa sensacin sin palabras a la tesis, a la accin. Es preciso poner en discurso y en acto la necesidad de una obra que sea de horda. No importa que las primeras tentativas fracasen. Por el contrario, es imprescindible que encallen pronto. Porque as darn paso a una obra plural y renovadora. Del sentimiento a la poltica cultural slo se transita a travs de la palabra, yeso requiere el planteo de ideas.

    Un proverbio rabe sostiene que las personas se parecen ms a su poca que a sus padres. La afirmacin es sin duda simplificadora. No nos exime de pensarnos histricamente. Pero aqu y ahora refiere una verdad concreta: la vida intelectual argentina, aunque sostenida en programas de televisin, ctedras universitarias, revistas, cargos gubernamentales, editoriales, est herida de muerte.

    Lo que nos queda por hacer es mucho ms que la inevitable despedida de todo posible entuerto con las palabras y actos de las generaciones precedentes. Nuestra tarea consiste en elaborar la agenda del quehacer intelectuall?m:ye~i~.-P~r~-i'~-grarlohabr que'operaiuna lectura'crtica d~"ia'hist~~i~:' ~;'~xamen riguroso del presente, proponer un problema del porvenir. En primer trmino de la tierra yerma del debate intelectual en que nacimos, donde nos hastiamos y donde se origin la vocacin polmica de una cultura militante.

    La carencia de una historia intelectual verdaderamente problematizadora para la conformacin de nuestra generacin es la oportunidad para romper con las formas generacionales precedentes. O lo que es su contracara, interrumpir el proceso de destruccin de la vida in.

    - .. .~

    telectual argentina que se inici en 1930. Sobre el ataque contra la praxsintelectual a lo largo del siglo veinte, tratar el siguiente captulo. 32

    El desierto del debate intelectual en la Argentina

    Por qu debera existir vida intelectual antes que una nada intelectual? El debate cultural es un componente obligatorio de toda cultura? Es imaginable que una sociedad compleja carezca de una respiracin intelectual donde se calibren las aspiraciones de una vida mejor? La despolitizacin de la intelectualidad argentina se consolid como un rasgo de larga duracin? Habr que ir a buscar las ideas a un "pueblo" en esencia virtuoso y repleto de saberes ms valiosos que los desvaros intelectuales? O puede considerarse abolido el tiempo del hacer intelectual sublevado? Pero la pregunta de las preguntas es otra: por qu estas inquisiciones parecen improcedentes o arcaicas?

    Sin embargo, su pertinencia es mundial. Es posible que una sociedad compleja carezca de actividad intelectual crtica? Es sta una simplificacin polmica? Hace pocos aos, Jean-Claude Milner pregunt si exista "vida intelectual" en Francia, es decir, si la intelectualidad se situaba crticamente frente al orden establecido y as cuestionaba sus condiciones de existencia. El lingista conclua que no la haba, La reaccin contra el clima terico del Mayo francs, contra el sesentaiochismo, se haba coaligado con el conservadurismo de los aos noventa y la mediatizacin chic del cambio de siglo para eliminar toda discusin autnticamente crtica. El argumento de Milner es convincente si observamos que el intelectual-tipo de Francia es un ftil animador como Alain Finkielkraut. Qu distancia con los aos en que disputaban Sartre, Althusser, Bourdieu y Foucault!

    Va de suyo que las razones argentinas son distintas. Pero el resul- ~ tado es similar. Milner se confina al lamento. Nuestra actitud no puede

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  • La nueva generacin intelectual. Ornar Acha

    contentarse con la imprecacin. No nos basta la bronca ni nos place el resentimiento. Tenemos demasiado por decir para agotamos en la congoja. Debemos explicar por qu llegamos a la vacancia d~pr()yec!()~ intelectuales y qu desafos pueden nutrir una prctica difert:ntt::

    Las ideologas culturales alimentaron durante largas dcadas la creencia de que las grandes ciudades argentinas posean activos ambientes intelectuales. Crdoba, "la docta", Rosario, "la Barcelona argentina", o sobre todo Buenos Aires, cuya inquietud era reconocida incluso por quienes le reprochaban que diera "la espalda al pas".

    En una de las estaciones iniciales de la historia cultural argentina, el Facundo de Domingo Faustino Sarmiento, las ciudades configuraban el espacio de las ideas, del cambio, de la comunicacin. El campo era la tundra inhspita de la falta de lenguaje. La pampa era fuerza pura, antidialctica. El resto de la historia cultural argentina se trenz en disputa con Sarmiento, al menos hasta que Jos Luis Romero plante que el enigma a resolver se haba trasladado a las ciudades. De la dicotoma ciudad/campo se pas a la de lites/masas. Un rasgo profundo del razonamiento sarmientino sobreviva en Romero: las lites son el producto del desarrollo urbano. Sin embargo, el temor ms hondo del historiador socialista reformista resida en que las multitudes tambin devenan urbanas, y en cierto momento era la propia ciudad la que produca la masificacin. De all su desasosiego ante el hormigueo annimo de una Nueva York, deca, sin estilo. Esa conclusin, sin embargo, no llegaba a desinvestir la esperanza en las ideas formuladas en las ciudades.

    Un paso adicional en la supervivencia de la ciudad como terreno propio de la accin intelectual aparece en David Vias y en Horacio Gonzlez. Para ellos, sea en los reductos librescos de la avenida Corrientes o en el acopio de textualidades sobre la pampa, 10 urbano emerge como el mbito por excelencia de las ideas. Yeso a pesar de las escrituras sobre los gauchos e indios, o sobre Ezequiel Martnez Estrada. En el largo plazo de la an breve historia argentina, la conexin entre Buenos Aires y el hacer intelectual adquiri una trama difcil de quebrar. Existen resistencias, por ejemplo en Rosario, pero la hegemona portea ser difcil de conmover (he all una tarea a la que se dedicar nuestra generacin).

    Lo que no existe en la Argentina de los ltimos aos, sea en las ciudades,-~l campo o el curso de los ros, es un debate intelectua}. Las dis34

    El desierto del debate intelectual en la Argentina

    cusiones son dilogos de sordos. Nada se juega en los diferendos, al menos nada que supere los celos "intelectuales". Hay por doquier personas que se jactan de intelectuales por posiciones adquiridas, pero cuya obra carece de proyeccin futura. Se satisfacen con viajes al pasado, sea para celebrar sus promesas incumplidas o para conjurar su repeticin. Naturalmente, los planteas tecnocrticos carecen de relevancia.

    Tampoco la copia de modas acadmicas del hemisferio norte va- \ le como sustituto de un debate. En la Argentina leemos mucho a Antonio Negri y a Jacques Lacan, a Ranajit Guha ya Judith Butler, pero de nuestros problemas sociales y culturales es poco profundo 10 que tenemos para decir. Es que no reconocemos que nuestra realidad es ms compleja que cualquier teora. Y si nos resistimos a leer esa bibliografia (necia decisin), nos deja igualmente con las manos vacas la ilacin de una tradicin nacional que pretende exprimir de los textos de Ral Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche, o de Milcades Pea y Rodolfo Puiggrs, los saberes para una renovacin poltico-cultural. El signo revelador de la pobreza del mundo intelectual argentino es el silencio de nuestra presunta intelectualidad ante la situacin de la Argentina contempornea. No es que se callen. Lo que sucede es que su voz est gastada, carece de ese tono metlico e hiriente que Benjamin atribuy a Blanqui. La intelligentsia escribe. Pero qu dice?

    Las facciones intelectuales son guirnaldas de solidaridades capitaneadas por jerarcas sin ideas radicales. Entre esas facciones no hay una controversia real. La evidencia de su derrota final es que ya no hay grupos, siquiera de amigos, que apuesten a un proyecto intelectual. Ni siquiera poseemos revistas intelectuales que sean ms que la vidriera de un individuo o un inocuo publicadero de papers. Cul fue el ltimo debate intelectual en la Argentina?

    Los temas de las discusiones se llevan a cabo dentro de capillas alineadas a una frmula predefinida, sin intercambio reflexivo entre ellas. Cuando se producen disputas entre "intelectuales" de distinta orientacin todo termina reducindose a diferencias personales, arrogancias, golpes bajos. De tener que tomar partido, sera dificil elegir. No tanto porque las posiciones sean exactamente iguales en cuanto a su valor, sino porque el terreno mismo del "debate" es endeble, cuando no es detestable.

    Sera fcil discutir en varias pginas las controversias de los aos 2005,2006 2007, slo por considerar el momento en que este ensay~

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  • La nueva generacin intelectual. Ornar Acha

    fue escrito. Para qu? Qu perspectivas de largo aliento se jugaron all? Tomemos un caso de cierta resonancia: la discusin sobre el vnculo en-

    o tre violencia, poltica e izquierda durante los aos sesenta y setenta. Al 1 ineficiente dogmatismo de una izquierda que contina pensando como , si nada hubiera ocurrido con sus ideas y prcticas durante el siglo XX se opone una posMa "tica" que considera al pasado un catlogo de erro

    res apenas representables frente al dictum de la democracia liberal o del ! "no matars". Un debate en esos trminos est condenado a la circula

    ~ ridad de reproches. La prueba de la incapacidad de generar un proyecto culMal apa

    rece con claridad en la falta de cualquier inters por debatir sinceramente. Cada cual publica sus libros, ledos y comentados en las camarillas ms cercanas. Pero stas jams se trenzan en el combate intelectual porque ya no son intelectuales. Representan intereses ligados a nichos ecolgicos donde se cultivan ctedras, becas, cargos de visiting professor, notas en los suplementos culturales de los diarios, ahora quizs algn nombramiento administrativo en algn ente culMal, en fin, las diversas maneras del toma-y-daca de nuestra "intelectualidad".

    La radicalidad intelectual en la Argentina estuvo siempre sitiada. Si anteayer muri en la soledad del desierto es porque las fuerzas de la crtica no pudieron resistir tantos ataques. Que hoy Marcos Aguinis y Marcelo Birmajer puedan ser considerados intelectuales implica que, de creer en los rganos de cultura del capital, ya no hay turgencia intelectual. No crean que menciono personas por nimo atrabiliario. El problema son los individuos, ciertamente, pero lo esencial son las prcticas a las que responden, que no son de ellos. Es al revs. Aguinis y Birmajer ocupan casilleros preexistentes. Para comprender el fondo de la insignificancia que nos aqueja debemos observar nuestra historia, aquilatar su precipitado infecundo.

    La vida intelectual argentina sobrevive gracias a la pulsin de fuerzas constantes de creacin. El prolongado proceso de su destruccin comenz con el golpe militar de 1930. El pronunciamiento del general Uriburu produjo efectos catastrficos de larga duracin en varios planos. Afect negativamente el clima cultural y en particular la sociabilidad universitaria. Se atacaron las zonas de discusin que haba posibilitado la reforma universitaria de 1918 y la efervescencia posterior. Se hizo prcticamente imposible la existencia de un marxismo universitario. Se instal un nacionalismo retrgrado y poco estudio

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    El desierto del debate intelectual en la Argentina

    so. Se impuso la retrica anti-intelectual del catolicismo integralista. La Iglesia y la intelectualidad catlica, con pocas excepciones, siempre estuvieron dispuestas a colaborar con todas las dictaduras o las tendencias reaccionarias de gobiernos civiles. Hicieron de su desconfianza hacia la intelectualidad crtica uno de sus rasgos principales.

    El perodo del primer peronismo, anticipado por la reaccin clerical-militar en la vida intelectual promovida por la revolucin del 4 de junio de 1943, fue poco productivo. Si bien debe ser descartada la imagen antiperonista que simplifica la accin culMal del rgimen al reducirla a la imaginacin accesible al padre Hernn Bentez, el poder electoral de Pern hizo innecesario recurrir a legitimaciones intelectuales sofisticadas. La conexin con la inteligencia populista y de izquierda comenzara a prosperar despus de su derrocamiento en 1955.

    El peronismo tuvo una relacin compleja con la destruccin de la sociabilidad intelectual. Por una parte la someti con un reclamo falsamente populachero a la autocensura crtica, a la sumisin a lo "autnticamente nacional", a lo "realmente popular", e inhibi la produccin de saberes comunicables con la poblacin. Sin embargo, en el combate contra el antiperonismo, la oligarqua y sus escribas, tambin produjo obras que movieron las aguas de una cultura argentina empobrecida. La intelectualidad peronista asumi la faena de articular sus discursos con el pueblo. Al hacerlo rescindi su poder creativo al someterse a la soberana del lder. El anti-intelectualismo de la intelectualidad peronista deba inhibir la creatividad de la cultura porque se autoimpuso los lmites del propio peronismo. Como no tena abierto el campo de las derivas culMales (es decir, como no se alimentaba de una productividad colectiva con consecuencias quizs impredecibles), sus esquemas se reiteraron incansablemente, perdiendo filo y novedad. Basta leer un libro de Juan Jos Hernndez Arregui o de Fermn Chvez para tener el panorama de todos sus libros. Como sea, el activismo intelectual fue exitoso, pues logr una enorme difusin sin el concurso de la universidad, a la que pudo acceder recin en 1973.

    Tras la cada de Pern, la universidad acun un proyecto de renovacin que, visto el contexto de represin instalado por la "Revolucin Libertadora", resulta intrigante por la variedad que cobij el antiperonismo. Lo cierto es que comenz la transformacin de la enseanza, el fomento de la investigacin y la creacin de nuevas carreras. Todas las innovaciones desataron apasionadas polmicas. El

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  • La nueva generacin intelectual Omar Acha

    proceso estuvo repleto de contradicciones. Pero pronto se ajustaron las clavijas universitarias. La operacin se consum con la "Noche de los Bastones Largos" de 1966, en que las fuerzas represivas ingresaron violentamente en las facultades y desalojaron a estudiantes y profesores. Desde la derecha, los militares y la inteligencia conservadora, se vio a la universidad como un peligroso "nido de comunistas". El marxismo deba ser desterrado de las aulas y los pasillos, y los programas de estudios adecuados a la educacin "occidental y cristiana".

    En los aos 1960-1970, tambin las izquierdas, compuestas en lo grueso por intelectuales de clase media baja, cultivaron una inclinacin anti-intelectual. No sorprende entonces que el aporte propiamente intelectual de la izquierda marxista fuera magro y estuviera subordinado a la racionalidad poltica. Qu grandes obras literarias, histricas, cinematogrficas, psicoanalticas, econmicas o musicales nos leg? Pensado histricamente, el marxismo sesento-setentista en la Argentina hizo su contribucin a la elimInacin deI~c~iic--lnte

    l~~!~al. Sin olvidar que en diversos campos del conocimiento se hi-.~ cieron aportes de alguna relevancia, como obrar intelectual el balance

    de conjunto se defini...l?9~

  • La nueva generacin intelectual Ornar Acha

    En el seno de los partidos la historia no fue mejor. Hubo matices. El Partido Comunista fue el menos dispuesto a tolerar desacuerdos terico-polticos (lo que aparece claro en la tradicin de expulsiones ante las disidencias), pero la sujecin del quehacer intelectual a la "lnea" estratgica fue una caracterstica compartida por agrupaciones que en otros menesteres estabUl enfrentadas. Aun hoyes perceptible cmo la militancia partidaria, que aqu no deseo en modo alguno menospreciar, suele tener como correlato el aplastamiento intelectual de quienes se unen a sus filas con entusiasmo porque necesitan una pertenencia colectiva munida de una perspectiva revolucionaria. Por todas estas razones tambin la izquierda marxista tiene el mrito de haber colaborado en el estancamiento intelectual argentino.

    Cuando l.l:~ i~9.~!:r

  • La nueva generacin intelectual. Ornar Acha

    esa temtica. Hacia 1986-1987 podemos observar la fase de descenso final que ya se tornara irreversible un quinquenio ms tarde.

    La razn central del declive del debate intelectual en esos aos se debi a la autorrepresin intrnseca al orden alfonsinista. La discusin tuvo dos vertientes. En ambas particip la intelectualidad reformista, recientemente convertida al "liberalismo" combinado con algunos restos de teora socialista. La denomino liberalista porque no es tericamente liberal; slo adopta algunos de sus valores ideolgicos para cubrir los huecos de los dolos cados del marxismo, sin abandonar las pretensiones de una pertenencia de izquierda. Por un lado la discusin se planteaba con el nacional-populismo. La controversia giraba alrededor de la posibilidad de construir una sociedad liberaldemocrtica ante la persistencia de un populismo incapaz de pensar adecuadamente el respeto de las minoras y la divisin de los tres poderes del Estado.

    Una posicin sostena que para lograr una Argentina normalizada era necesario incorporar el pluralismo de partidos y el republicanismo. La intelectualidad peronista declaraba que el peronismo era la expresin de lo democrtico y de las reivindicaciones sociales, y que eso era lo que deba ser promovido al centro de una reconstruccin nacional.

    La segunda vertiente de la discusin encontr en un costado a las aspirantes a lites liberalistas postmarxistas, pero en el otro rincn a las posturas marxistas revolucionarias. stas afirmaban la imposibilidad de edificar una Argentina deseable sin la revolucin social, mientras que aqullas relegaban ese camino (supuestamente inviable) al archivo de la historia.

    La~p()siciones estaban claras. La intelectualidad l11~r~i~~~~antuvo'en sus trece de apoltica revol~i~naria,la inteligencia populis

    ta'~nel amo; dei pueblo . por Pern muerto, y faiifianza liberalista-socialisi

  • La nueva generacin intelectual. Ornar Acha

    La generacin de 1983 en las universidades argentinas propuso una reforma de las ideas. Hubo un viraje en el programa de la universidad. Ya no se trataba de implantar el catolicismo y el nacionalismo en las ctedras tal como haba sucedido, a pesar de sus reclamos tecnocrticos, con las dictaduras militares. No obstante, el mal a erradicar era similar: el antiimperialismo, el marxismo revolucionario, las "utopas", los delirios exagerados. La distancia cultural profunda con las operaciones previas de higienizacin es abismal slo para quien piense que los valores de 1983 constituyen nociones universales o meramente instrumentales. El cambio fue sin duda dramtico. No es lo mismo hacer "desaparecer" a alguien que tacharlo de ideologizante y anticientfico. Pero lo comn fue la continuidad del desp_lazamiento de la cultura revolucionaria. . -.. _.

    Ciertas explicacioes sesgadas del viraje poltico representado por la generacin de la "transicin democrtica" en Amrica Latina insisten en la influencia externa. As las cosas, segn James Petras el amparo logrado por el exilio interno o externo de la intelectualidad perseguida o expulsada de la universidad por las dictaduras haban conducido a la bsqueda de financiamiento por instituciones extranjeras (acadmicas o de promocin de la investigacin). Esas instituciones impulsaron una agenda de "centro-izquierda", ligada en principio a la critica de las violaciones de los derechos humanos por parte de las dictaduras. Posteriormente la agenda tuvo como eje la reconstruccin de la democracia y los movimientos sociales. La ltima etapa de la cooptacin ideolgica de la intelectualidad consisti en su deriva hacia frmulas de relaciones sociales y polticas adaptadas a las situaciones liberal-capitalistas imperantes en nuestros pases. En las tres fases de incorporacin a un elenco intelectual del establishment, la accin de las fundaciones y universidades externas desplaz en las investigaciones la cuestin de la dominacin de clase y condujo a un abandono de las explicaciones marxistas, consideradas como "reduccionistas". Lo que pas a imperar fue la "autonoma" de lo poltico y de la "sociedad civil".

    De ese modo, contina el argumento, la intelectualidad se pleg a mandatos exteriores internalizados en las nuevas reglas universitarias, cambi sus ideas por nuevos prestigios, se alej de los anlisis de clase, y se preocup por mantener la legitimidad institucional. El culturalismo, el estudio de los movimientos sociales y de la distribu

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    El desierto del debate intelectual en la Argentina

    cin ~el ingreso, hicieron sistema con un conocimiento universitario de centro-izquierda exento de toda crtica profunda de las sociedades injustas. A pesar de que en general mantenan distancias respecto del neoliberalismo, el posibilismo de las perspectivas modernizadas legitim las estrechas polticas locales que jams pusieron en cuestin las relaciones sociales de produccin. La dependencia delfunding externo sera la raz del cambio terico-poltico.

    Esta argumentacin es parcial porque el financiamiento no puede explicar transformaciones culturales que van ms all de los intereses inmediatos de los individuos y grupos. Por otra parte, el condicionamiento de las instituciones (que no es slo externo) proporciona espacios de autonoma. Pero sobre todo, el razonamiento tiene el problema de conservar sin examen los marcos conceptuales vigentes en el pasado setentista. El fracaso de las ideas revolucionarias nada tiene que ver con su abandono por los intelectuales devenidos de centro-izquierda?

    En el plano universitario la funcin ordenadora de la generacin de 1983 fue eficiente. A ciertas facciones de esa misma generacin, que no estuvieron en el ncleo dirigente de la creacin de campos epistmicos, lo hecho podr parecer sesgado o partisano. Seguramente habr buenos motivos para reprochar preferencias especficas. No obstante, la crtica es superficial. Con el retomo de la democracia liberallas instituciones acadmicas deban regularse por normas emanadas de alguna red de solidaridades intelectuales. Para imponer un proyecto era inevitable que esa red activara conexiones preexistentes. Eso ocurre en todas partes cuando se procede a crear instituciones.

    La carga poltica de la silenciosa reforma universitaria iniciada en 1983 consisti en el intento de configurarlacomoTaescuela de las-~~e.: vas lites p.ara el Estado liberal-democrtico.-ETpr-oyect era cieible y hasta imprescindible. De dil(le iba~-a-;alir las nuevas camadas de dirigentes para una Argentina que deba abandonar el pasado?

    La universidad argentina se hizo el nicho del progresismo. Nada de extremos, sean de derecha o de izquierda'-La--izqierda suele ql;e~ jarse de su lugar relativamente margmilen la vida intelectual pblica. Sabe que los enclaves que posee en algunas facultades universitarias son ecolgicamente restringidos y estn ms separados que comunicados con el resto de la sociedad. Pero la izquierda no se pregunt si la derecha tuvo una mejor suerte. Es forzoso decir que no.

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  • El desierto del debate intelectual en la ArgentinaLa nueva generacin intelectual. Omar Acha

    La hegemona del progresismo fue tan extendida que tambin la inte

    lectualidad de derecha se vio delimitada a algunas facultades o a las ) universidades privadas. Recin ahora la joven intelectualidad de derecha comienza a tallar en el terreno poltico, dentro del macrismo.

    Resumo esta discusin sobre la extincin de un debate intelectual en la Argentina con las fechas en que se le asest, en diversas formas y sentidos, golpes letales: 1930, 1943, 1955, 1966, 1976, 1983. Es evidente que esta serie dibuja un acontecer con diferencias a veces violentas. No sugiero que la confesionalizacin intentada por el primer peronismo en 1946 sea de la misma naturaleza que la "Noche de los Bastones Largos", o que algo similar a esto ltimo haya ocurrido en la Primavera Alfonsinista. Lo que sealo es otra cosa. Digo que en todas esas circunstancias se procedi a eliminar la elaboracin de una cultura crtica en beneficio de otra que la neutralizaba bien: la lgica acadmica. Naturalmente, eso no impidi que otras ideologas imperaran en los claustros universitarios. Y est claro que lo sucedido en las universidad~s corresponda con polticas del saber ms amplias, presentes en las escuelas, bibliotecas, libreras y teatros. La extensa historia de esta lenta matanza del quehacer intelectual deba tener consecuencias perdurables. Nuestra generacin la sufri a travs de la momificacin de los "viejos", madres y padres abandnicas, que haban

    I sobrevivido a la dictadura. Por eso se libera de la carga de tener que destronar a sus predecesoras. Ya no estn.

    El panorama parecer desencantado. Acaso no se publican numerosos libros cada ao? Acaso no hay obras de teatro y pelculas saliendo continuamente a la exposicin pblica? No se multiplican los programas de investigacin universitaria? Es creble que los millones invertidos en el Conicet y las universidades, las escuelas de arte y cinematografia, los premios de fundaciones privadas y las becas obtenidas carezcan de resultados? Estamos ante una mirada simplificadora que desconoce la complejidad de la produccin cultural? Las objeciones son razonables.

    Pero cules son los grandes debates intelectuales? Qu se juega en el teatro, la economa poltica o la msica popular? Qu diferendos filosficos, literarios o cinematogrficos nos apasionan? Son muy pocos, estn mal encarados, lucen blandos y descoloridos.

    En las universidades prevalece el nimo progresista. El progresismo se quiso la frmula virtuosa que retomaba la capacidad crtica del

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    conocimiento y la alejaba de los excesos cometidos en las dcadas anteriores. El "realismo" del progresismo de los aos 1980 se quiso antidogmtico y realista. Quera inaugurar esa actitud en la historia intelectual argentina para autolegitimarse.

    La frmula era atractiva: el adis a los viejos ideales mesinicos ! y populistas apareca como el atributo mayor de la vigencia de la ca i pacidad de revisin. Qu mayor signo de relevancia intelectual que la autocrtica sin concesiones? Cunto ms profunda fuera la repulsa de los propios desvaros, tanto ms renovado estara su crdito para ser la gua inteligente de la sociedad. No creo que tal formulacin llegara siempre al nivel de la conciencia. En el plano de las palabras dichas, la idea de una actualizacin poltica tena un condimento adicional, que era funcional a las aspiraciones universitarias de la inteligencia progresista. Se trataba de la r~!1Qyacin bibliogrfica. Nue 1 vos libros, mirac!as postmarxistas, deconstrucciones postmod~rn~.~. El progresismo estaba "al da". Ya no apelaba a las bateras decimonnicas de Marx o a los textos canonizados de Lenin o Mao. Gramsci era hablado, como una marioneta, por ventrlocuos reformistas.

    El progresismo reemplaz al ideologismo. Ese movimiento terico deisi\fo para entender el progresismo de los ochenta perteneca a una extensa genealoga. La adaptacin haba sido el objetivo del socialismo reformista, del comunismo stalinista y del peronismo. En todas esas formas ideolgicas, la necesidad de subordinar las ideas a la poltica establecida se hizo en detrimento de un saber radical. Las consignas fueron diferentes: el "realismo ingenuo", la crtica del "izquierdismo" o "la nica verdad es la realidad". La tendencia fue la misma: la supremaca de las relaciones fcticas de poder sobre el pensamiento crtico. La vertiente academicista del progresismo no fue ms lejos.

    ~~. deriva ~on~e~p()rnea de la intelectualidad populistll, e}:t.!~~~ada a la raznestatal, alumbra sus incoherenci~s. Si bien tericamente el populismo intelectual deposita en el pueblo su deseo poltico, extensas continuidades culturales heredadas de la lnea dominante en la compleja filogenia peronista lo anudan al poder constituido. Su lenguaje no liberal se independiza de la reflexin poltica radical. En estos das la divergencia intelectual entre progresismo y populismo ya no "estremece", y habra que pensar si alguna vez lo hizo.

    Hoy se perciben sus represiones. gLp.f,gresism...Q..y eJ pop..l.l1i~!.!l0 estn"condenadosal amoEJ?9!:el ~~!ad~. Ese deseo es compulsivo. Su . - .. ..

    47

  • La nueva generacin intelectual. Ornar Acha

    elitismo les inhibe pensar una dinmica de construccin del poder popular. Desean apoyarse en el poder constituido. Por qu? Porque el elitismo del populismo y del progresismo slo les permite pensar una intervencin sobre la realidad a partir de la autoridad establecida, utilizando la fuerza del poder fctico. De qu otro modo pueden producir cambios concretos? Por eso es que se sitan a una distancia radical respecto de cualquier posibilidad de constituir una opcin poltico-cultural imaginada desde abajo. Carecen de inters por disfrutar de arraigo popular. Quieren ser consejeros del Prncipe. Como desconocen a las clases oprimidas, eliminan desde el vamos cualquier alianza verdadera y, sobre todo, descartan la superacin de su lugar de minora selecta. La discusin intelectual entre el progresismo y el populismo intelectuales es superficial. Sucede que sus divergencias de fondo son marginales. Sus solidaridades inexpresadas, son esenciales.

    El progresismo y el populismo descartan el verdadero debate intelectual porque eso podra conducirlos a caminos desconocidos, a riesgos que no desean correr. Su vocacin calladamente compartida es la de ser apndices cultivados del Estado, una prtesis erudita de la clase poltica. Acaso esa dependencia puede coexistir con el nimo inconformista que caracteriza a la crtica intelectual? Pues no. El progresismo fue la penltima etapa de la aniquilacin de la vida intelectual argentina.

    La estocada definitiva fue la del periodo menemista. En buena medida constituy la consumacin de las intenciones ms hondas de la vida universitaria alfonsinista. Es verdad que el alfonsinismo y el progresismo deseaban conservar una cuota de renovacin cultural. Pero el sentido de ese cambio sinceramente aorado era la equiparacin de los estndares universitarios a los parmetros internacionales. As las cosas, lo que en el alfonsinismo hecho universidad era una contradiccin, fue resuelto con el menemismo, que se empe en una marcha forzada hacia una tecnocratizacin de la vida universitaria. En el plano ms amplio del acontecer cultural, la primaca del mercado y la resignacin de la intervencin impugnadora se tomaron predominantes.

    Llegamos, as, al periodo actual. El nuevo gobierno instalado en 2003 se aliment de las energas liberadas en el bienio dramtico que lo precedi, para reconducirlas hacia la legitimacin de la sociedad liberal-capitalista. Fue astuto y no pretendi retroceder en el tiempo. Descubri en un sobreviviente setentismo los cuadros necesarios pa

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    El desierto del debate intelectual en la Argentina

    ra instaurar una poltica que aceptaba los rasgos esenciales del capitalismo neoliberal, pero trabaj sobre algunas promesas incumplidas de la democracia.

    Como surgi de una situacin excepcional, su legitimacin no provino del entronque con el Partido Justicialista, sino del ajedrez ensayado por Eduardo Duhalde para neutralizar las trenzas del PJ nostlgicas de un regreso menemista. Tampoco alcanz un amplio respaldo electoral. La legitimidad deba ser construida. El descrdito coyuntural de las frmulas asociadas al "neoliberalismo" imponan un viraje discursivo y el naciente kirchnerismo lo hizo hacia el centro-izquierda. Fue una decisin contingente. Pudo haberse inclinado a otra versin de centro-derecha. Pero hay que reconocer que una vez tomado el rumbo lo hizo diestramente. En especial sorprendi su inteligencia para atacar las costras repugnantes que quedan de la dictadura entre las Fuerzas Armadas y entre los indultados por Menem. Con eso y la continuidad de la recuperacin econmica que vena producindose desde los ltimos meses de la gestin de Duhalde, la cansina intelectualidad argentina volvi a creer. Ahora s! Un presidente de centroizquierda al que apoyar contra todos los peligros que se unen en su contra. Claro, hay numerosas dificultades y cuestiones que no se abordan. Y qu! Acaso no se trata de dar la batalla en el seno de un gobierno complejo, heterogneo?

    La blanda promesa de progreso que el kirchnerismo despleg asentado en la momentnea bonanza de los nmeros econmicos globales suscit entusiasmos de colaboracin en algunos sectores intelectuales que -al menos en parte- no haban hallado espacio entre las clases polticas anteriores. Los motivos del apoyo de algunas fracciones intelectuales son diversos, pero hay un hilo conductor comn. El temor a la debacle social de 2001-2002 suscit un hondo desasosiego que privilegi la reconstruccin del orden burgus a la reflexin activa sobre nuevos caminos de la coexistencia social nacional. Escritores como Torcuato Di Tella o Jos Nun se asociaron al kirchnerismo desde posiciones no siempre atenidas en todo a la cultura poltica del nuevo gobierno. Sencillamente no hubo un contenido ideolgico consistente con Nstor Kirchner, aun no lo hay con Cristina Fernndez, y jams lo habr. Lo que s existe es la oportunidad de reconstruir una convivencia social e imprimirle algn contenido progresivo, especialmente despus del agotamiento de la movilizacin social de 2001-2002.

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  • La nueva generacin intelectual. Ornar Acha

    Cmo olvidar las contrariedades de los diversos movimientos sociales que hallaron entonces su momento culminante? Las simplificaciones fueron muchas. Incluso se pens en hacer una teora de la realidad en ebullicin. El entusiasmo super la capacidad poltica. Dentro del clima de aceleracin temporal, la divergencia entre accin y estrategia poltica fue entendiblemente limitada. Un atajo fue pensar que los hechos deban contener su propia teora, en el supuesto de que eso garantizaba la democracia real. Una amnesia increble hizo que la clase obrera fuera olvidada en el banquete de la movilizacin, como si eso nada significara. Sin embargo haba buenas razones para el error. Haban pasado muchos aos desde que la sociedad civil se expresara por ltima vez de manera colectiva. Cmo culpamos de la liberacin en esos meses febriles? Ahora debemos extraer conclusiones. Quizs el eje de la discusin consista en descubrir que los movimientos sociales fueron ms anti-status qua neoliberal que constructivos de una nueva cultura poltica. Al no hallar una propuesta estratgica deban inclinarse por los caminos de una integracin estimulada por' la recuperacin econmica. No obstante, la argumentacin tpica de nuestros das sobre el objetivo de integracin fundamental perseguido, por ejemplo, por los sectores piqueteros, simplifica una dinmica ms compleja.

    El kirchnerismo logr apropiarse discursivamente de varias demandas sociales y las domestic. Con las de naturaleza poltica hizo casi nada. Su invocacin de una "nueva poltica" fue una simple estrategia de manipulacin. Con sus primeras medidas de gobierno, el nuevo presidente consigui que buena parte de los sectores reaccionarios y derechistas, lo denostaran. Como dijo Tulio Halperin Donghi en el ao 2003, Kirchner despierta tantos rechazos en lo peor de la Argentina que lo menos que se puede desear es que le vaya bien (una lgica similar se present en marzo de 2008 en tomo a las retenciones mviles). Por eso el ataque de Bernardo Neustadt, Mauricio Macri o La Nacin no hacen ms que fortalecer al kirchnerismo. Y nuevamente se utiliz el subterfugio del realismo. A pesar de todo, no era el kirchnerismo la opcin ms potable de la oferta peronista?

    En el terreno ms propiamente cultural: qu aperturas intelectuales son posibles en la poca kirchnerista? Poseen algn vnculo slido con la crisis argentina de 2001? El Estado tiene como objetivo fundamental la extensin de la educacin y la elevacin de sus estn

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    El desierto del debate intelectual en la Argentina

    dares? Qu consecuencias acarrea la aparente reorganizacin de la socied~d argentina para las disputas culturales precedentes? Se alimentan de saberes y prcticas populares? Es aconsejable refundar un nimo crtico-radical? Son necesarios ajustes de cuentas con el populismo, el liberalismo, el socialismo y el peronismo? El decisionismo kirchnerista inhibe estas cuestiones y sus intelectuales aclitos no estn dispuestos a hacerlo. El viejo progresismo liberal-socialista tampoco da signos de reaccionar ante los estmulos de la realidad. El panorama general parece resecar an ms el desierto intelectual argentino. Los signos ms claros de esta situacin son los declives en picada de las prestaciones intelectuales de Beatriz Sarlo y Horacio Gonzlez.

    La crisis de Sarlo emerge con nitidez tanto en los comentarios chirles pre;arad~s'p;;a una revista dominguera de gran circulacin, inexplicablemente denominada Viva, como en la formulacin en su librito Tiempo pasado de una coartada historiogrfica, aparentemente ms rigurosa, para detener los conformismos de la "memoria" de la izquierda y del populismo. Este ejercicio, que reposa en una injustificada claridad definicional que distinguira a la historiografia de la memoria, constituye un abandono de la discusin profunda que introduce el concepto de memoria social. Un subterfugio acadmico, tericamente endeble, empobrece los trminos del debate. Se concluye con una posicin donde la aspiracin a la verdad cientfica aplica al recuerdo un examen simplificado del que debera resultar la pepita inmaculada de lo que realmente pas. Es el gesto espontneo de la historiografa acadmica. Se trata de una ambicin imposible e ingenua cuando se antepone a la complejidad de la evaluacin crtica del testimonio, que es al mismo tiempo recuerdo, velo y apuesta. Se aplanan esos estratos de sentido al exigirles la castracin de una historiografa normalizada, degradando su productividad poltica y restringiendo la posibilidad de analizarlo desde otras matrices tericas. Sarlo subjetiviza la crtica al utilizar un rasero aparentemente cientfico (el de la historiografa normalizante) que est en consonancia con su renuncia a la poltica radical. Su decisin estratgica de abandonar la bsqueda revolucionaria es bien respetable en tanto opcin poltica. Lo que es inaceptable es que el denuesto del pasado revolucionario sea postulado como evaluacin crtica universalizable. La autora contina presa por los errores del pasado, incapacitada para abordarlo desde una mirada ms libre, ms sincera.

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  • La nueva generacin intelectual. Ornar Acha

    Con otros condimentos, el destino de Gonzlez no es diferente. El gonzalism~ pretende'encubrir su funcio~i'd~d ~~t~tal con u~erba populista, indudablemente diseada para los que entiende como incautos. Gonzlez escribe para la juventud universitaria que hace sus primeros pasos y desea un intelectual inconformista. A ella le ofrece un puchero de frases floridas, lamentablemente intiles para una construccin intelectual slida. El agotamiento de las reverberaciones plebeyas del nombre de "Pern" jams podr ser dicho por el director de la Biblioteca Nacional. Antes que elaborar lo muerto, Gonzlez prefiere continuar en una letana trgica, por lo tanto intelectualmente castrada de aliento vital. Sucede con su obra lo que acontece con la sarliana en un sentido distinto: la de Gonzlez interesa por lo que se pueda leer desde nuestra aspiracin -por ejemplo, en la historizacin de los lemas de la progresa- y no por su significacin terico-poltica concreta.

    Aprender a pensar sin subordinaciones a las generaciones pasadas, es una tarea decisiva que queda para nuestra generacin. Lo es para el campo del conocimiento histrico, tal como lo indico en la segunda parte de este libro. Pero tambin es un desafio para las representaciones teatrales o cinematogrficas. En el trabajo filosfico y esttico de refiguracin del pasado respecto de la actualidad y de las aperturas del futuro definiremos un sector crucial de las tareas por realizar. Sin embargo, no podemos ni debemos descartar que las voces y haceres de participantes de las generaciones previas aporten contribuciones destacables. Slo har falta que se diseen nuevas maneras de ver y describir. Porque nuestra generacin no se caracteriza por la dcada de nacimiento. La "despedida" de las generaciones intelectuales precedentes no se dirige a sus individualidades sino a sus maneras de encarar la praxis cultural. El examen no se destina a los sujetos singulares sino a concepciones poltico-culturales. Y por fortuna las personas cambian. Por qu habra que condenar a alguien a la "vejez", aunque est bien llevada? El aporte de muchas testas encanecidas a las tareas de la nueva generacin no est decidido de antemano. Existe una inmensa energa esttica y terica viviente entre los viejos que, reformulada en las exigencias contemporneas, ser bienvenida en esta generacin sin guardianes, passwords o salvoconductos.

    La dificultad de crear nuestro propio proyecto conduce a algunas fracciones de la nueva intelectualidad a depositar un deseo de direccin en la intelectualidad sobreviviente de pocas anteriores. Gente que

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    El desierto del debate intelectual en la Argentina

    tiene mucho de original que dar se apresura a depositar amor en liderazgos fatigados, carentes de todo deseo de cambio radical. Hay un componente de inters en eso: esos intelectuales suelen tener las ctedras y becas; vemos cun cretinamente las utilizan para disponer de un squito de jvenes que fingen admiracin. Cmo culparles? Lo que me parece menos tolerable es que las viejas generaciones parasiten a los nuevos cuerpos para proporcionarse una transfusin de juventud.

    Es preciso que reflexionemos sobre los objetivos de la intelectualidad aun sobreviviente de eras precedentes, y que aquilatemos lo vigente de sus obras. La distincin conceptual propuesta por Raymond Williams es til en esa faena. Yo dira que hay posiciones intelectuales arcaicas, ahtas de presunciones culturales inertes. Hay otras que son residuales, es decir, que pertenecen a tiempos idos pero son aun utilizables bajo el tamiz de nuestras preguntas actuales. Y por fin estn las actitudes emergentes, las que se alzan entre el tupido bosque de los prejuicios contemporneos para inaugurar nuevos campos de la inteligencia y la sensibilidad. Para que la nueva generacin consume su emergencia y recicle los elementos residuales positivos es necesaria una actitud de autoconstruccin positiva. Debemos conquistamos, apropiamos de nuestras posibilidades, para emancipamos de la crcel de nuestros antepasados.

    Lo escandaloso es que individuos de nuestra generacin -que no ser propiamente tal hasta que no se atreva a. pensar con un rgano propio de mil cabezas- no estn eximidos de alinearse con figuras intelectuales arcaicas y residuales. Se suman a sus proyectos, a sus publicaciones, a sus discursos. Pienso que las nuevas camadas intelectuales se solidarizan con la corte de la gerontocracia cultural por la carencia de una vocacin generacional. Tan pronto como sepamos planteamos las tareas del saber y el hacer intelectual para nuestra realidad se oirn con claridad meridiana el rancio mundito de balbuceos de quienes tuvieron su oportunidad y supieron decir lo suyo. Para que una subjetividad se transforme, es decir, para que asuma una nueva identificacin, es necesario que se desidentifique del objeto amado anterior. Si ese proceso no puede realizarse por la superacin crtica del objeto (esto es puesto en concepto por lo que se llama "parricidio" intelectual) la alternativa consiste en desplazar el afecto hacia otro objeto. Creo que tememos carecer de ese objeto, porque intuimos que sin ello nace la angustia del sinsentido. Yo les propongo que ese objeto

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  • La nueva generacin intelectual. Omar Acha

    del amor colectivo sea el de una generacin que sostenga una vocacin de crtica radical.

    Asumamos el desafio de inventar nuestras propias formulaciones. Encontrmonos entre copas y libros, imgenes y sonidos, humos y formas, para definir las figuras concretas de nuestra generacin emergente. Sepamos reunimos para multiplicar el vigor de nuestro esfuerzo. Marchemos, aunque nos lleve ms de cuarenta aos, por el camino de salida de este desierto de la inteligencia. A lo lejos asoman los rayos de la maana que nos harn olvidar esta noche triste.

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    El enigma de la historia

    El punto de partida de la ruptura cultural que caracteriza el nimo de la nueva generacin fue contemporneo de la crisis de 2001-2002. El derrumbe rasg un velo histrico y dej abierto un escenario. Lo que dej de ser creible es la condena de la Argentina a ordenarse en las formas liberales y capitalistas de un "pas normal". En otras palabras, se derrumb la esperanza fundacionalista de una democracia electoral pluralista y un capitalismo nacional solvente. La Argentina pas a formar parte integral de Amrica Latina. Lo que hasta entonces fue una representacin cultural se hizo realidad material.

    La tesis del presente captulo sostiene que la definicin de la historia reciente estipula el desafio de una nueva generacin intelectual. ~ Ese reto es indito y establece las condiciones estructurales de un esfuerzo cultural. Las viejas generaciones se mostraron incompetentes para percibir el problema o le aplican rancios conceptos, elaborados para cuestiones hoy arcaicas.

    t Las consecuencias del proceso an no concluido de refiguracin del pas dej una encrucijada para las y los intelectuales: continuar con la grilla terica de las dcadas anteriores o construir otras maneras de pensar? Si se adopta la segunda opcin: qu significara eso? Qu relacin tendra con la experiencia histrica? Qu transformaciones exigira en las prcticas intelectuales? Cul sera el lugar de la nueva generac'n en la cultura? Qu maneras debemos crear para constituir un proyecto intelectual de izquierda? Quines son nuestros interlocutores? Para quines escribimos, filmamos o componemos? Qu balance hacer del marxismo y del populismo revolucionarios?

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  • la nueva generacin intelectual. Ornar Acha

    emerge an en obras conjuntas, sean compilaciones o lbumes, muestras o revistas. Tampoco sortea la represin generacional el que sean elaboraciones de colectivos, consejos de redaccin, grupos o partidos.

    Cmo no reconocer una demora en la configuracin de la nueva generacin? La demora es tambin un cambio de casa, de hogar, de mundo de sentido. Demorar no es slo permanecer en el mismo sitio. Como se sabe en nutica, demorar es descansar un momento para elegir un rumbo. Es vacilar en el camino a tomar en una encrucijada.

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    El porvenir de u~a nueva generacin

    Nuestra generacin es la primera que prescinde de la ideologa argentina de una nacin europea, civilizada segn estndares "universales", blanca y liberal, condenada a un xito que la escinde del atraso latinoamericano. El progresismo, que asumi la ltima figura de la gran Argentina, nos parece un formalismo ineficaz. Por el contrario, nuestra generacin vio fracasar los ideales del progreso elaborado por las generaciones precedentes. Es una generacin que comienza a pensar en trminos latinoamericanos sin por eso abandonar la problemtica nacional.

    Las grandes periodizaciones culturales de nuestra historia identificaron los nudos problemticos que justificaron la praxis intelectual. Para la generacin de 1837 era la construccin de una normatividad estatal creadora de una nacin inexistente; para la generacin de 1880 y los setenta aos siguientes el problema fue la sociedad inmigratoria y urbana; para quienes se vieron marcados por la experiencia peronista el dilema fue cmo hacer triunfar su frmula socioeconmica o cmo desperonizar a las clases populares; para la generacin de 1983 se trat de justificar la primaca de una ciudadana liberal y un capitalismo social. Ninguno de esos objetivos fue inmune a la historia reciente. La Argentina se ha convertido en una provincia latinoamericana. Las generaciones precedentes, explcita o implcitamente, la consideraron una potencia mediana de composicin europea. Esto vale incluso para la intelectualidad peronista, que as delat su mayoritario origen de clase media. Coincide en nuestro tiempo el fin del peronismo como identidad nacional popular entre las clases dominadas, la crisis de la

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  • La nueva generacin intelectual. Ornar Acha

    ideologa liberal-capitalista y la necesidad de una reconstruccin de la poltica de izquierda. Los interrogantes sin respuesta obvia son numerosos: Cules son las exigencias econmicas, polticas y sociales de una sociedad libre? Qu arte para innovar los significados sociales? Qu urbanismo para enfrentar los problemas habitacionales actuales? Qu sociologa para conocer los amplios sectores marginados? Cmo articular un combate contra todas las opresiones? Si ya no hay lites progresistas o partidos merecedores del ejercicio de una dictadura libertadora, cules son los sujetos de un cambio social? Con qu poltica corresponde esa subjetividad? Qu significa el socialismo hoy? En las respuestas a tales preguntas, que son algunas pocas entre muchas otras, se disea la gramtica de ideas de una nueva generacin.

    La cada de la narrativa ideolgica del destino nacional redisea la actitud intelectual frente al Estado. Ya no se trata de proveer esclarecimiento para el consejo ilustrado, progresista, de los poderes establecidos. Tampoco aspiramos al sueo platnico de los filsofos-gobernantes. Atenta a las prcticas estatales que puedan desarrollar polticas positivas, la nueva generacin aspira a implicarse con las clases dominadas y los grupos oprimidos en la construccin de una sociedad poltica democrtica. Sin culpas por la condicin intelectual ni sumisin a una poltica que opere externamente, reclama un lugar en el mundo afirmando una vocacin especfica. Quienes investigan la historia desean escribirla, quienes filman pelculas aspiran a realizar una obra en ese campo. La interlocucin con otros individuos o sectores no priman sobre las identificaciones intelectuales. Indudablemente las modulan; por ejemplo, forzando una superacin de los modelos impuestos por el mercado capitalista o por la universidad.

    Las instituciones no son meros espacios, incluso si notamos en ellos las tensiones con el academicismo o el macartismo institucional. La supervivencia en esos lugares slo es posible a travs del cuestionamiento de sus reglas filosficas. Por ejemplo, en la universidad la divisin de las "ciencias" es el producto de un proceso de especializacin constreido por el desarrollo del capitalismo, el Estado y la propia institucionalidad acadmica. La sociologa, la antropologa, las ciencias de la educacin, la economa o la agronoma, fueron creadas para responder a demandas del mercado o de las instituciones estatales. La funcin de la universidad consiste en formar los cuadros profesionales para satisfacer demandas cuya funcin es reproducir las 104

    El porvenir de una nueva generacin

    relaciones sociales y econmicas. Cmo podramos hablar entonces de coexistir en la condicionada autonoma relativa de estas. maquinarias sin ponerlas en cuestin? Lo mismo sucede con el arte, sometido a las exigencias del mercado. Cmo podran loslas artistas dejar de ejercer un examen crtico y transformador de ese condicionamiento?

    Las marcas tericas de una nueva generacin, al menos tal como son pensables hoy, pueden ser consideradas restrictivas o generales. Eso vara segn el punto de vista. Son generales para una perspectiva diseada antes de cualquier formulacin generacional. En el proceso de problematizacin de la nueva generacin las creencias deben ser reevaluadas en relacin con los temas y sesgos de nuestra poca. De all surgen las tareas que nos damos, las cuales no surgen de decisiones arbitrarias. Expresan la transaccin entre los desafios de las situaciones concretas y las maneras de afrontarlas. No es que una realidad indita exija nuevos puntos de vista. El relativismo absoluto es insostenible porque, en verdad, hay datos esenciales que han permanecido: el capitalismo, la dependencia, el machismo, la reduccin del mercado consumidor de cultura, el racismo, el centralismo de Buenos Aires, etctera. Otros son recientes y es necesario reflexionar sobre sus peculiaridades. Tampoco los instrumentos de anlisis y creacin son en su totalidad radicalmente nuevos. Basta pensar en las reinvenciones del marxismo o del psicoanlisis. Lo singular es la experiencia de un vaciamiento de la vida intelectual que se tom perceptible una vez que se derrumbaron las convicciones antiguas.

    Esto no excluye que en la discusin sobre el porvenir de nuestra generacin se generen divisiones. Por el contrario, es previsible que las disputas se multipliquen. Recordemos que una evidencia del agotamiento del mundo cultural de 1983-2001, que se arrastra hasta nuestros das, consiste en la falta de debate. Si en los prximos aos carecemos de discusiones poltico-culturales donde se diriman diferencias en torno a los temas y posiciones intelectuales, se podr decir que fracasamos en la oportunidad que tuvimos. Lo decisivo de nuestra generacin ser la proliferacin de las diferencias, seguidas de acuerdos, cambios y nuevas tensiones. Una generacin intelectual es diferente a un "paradigma" homogneo; es una colectividad creativa y polmica en pos de una intervencin crtica en el mundo cultural.

    Somos una generacin compuesta por individuos y sectores, profesiones y especializaciones, diversos. Cmo adquirimos una relativa

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  • La nueva generacin intelectual. Ornar Acha

    coherencia? Para que una diversidad adquiera una cierta unidad es preciso que exista algo que est fuera de todas las partes, dado que es inaceptable el caudillismo cultural o la sujecin a una ideologa clausurada. No digo con esto que carezcamos de aspiraciones polticas slidas. Planteo que la expansividad de las prcticas culturales y su cruce con las realidades populares impiden la fonnacin de una secta atenida a una idea absolutamente preconcebida. Entonces, si no hay un liderazgo carismtico ni una filosofia que trascienda a la realidad mltiple de nuestra generacin, qu nos une?

    Para emplear una terminologa actual, dira que nuestra generacin es una comunidad imaginada. Su consistencia se deriva de la vocacin de hacer una obra colectiva, que no significa unitaria ni uniforme. Es justamente lo contrario. Lo imaginado trasciende las diferencias conservndolas. No lima las asperezas de los desacuerdos, sino que los encuadra en una bsqueda comn. Qu bsqueda? La de una poltica de la cultura, que yo veo claramente de izquierda, en una situacin de vacancia intelectual, marcada por las crisis y novedades de 20012002, por la expa'nsin contempornea del quehacer intelectual en el cuerpo de lo social. Es esta otra muestra de una multiplicidad postmoderna que renuncia a una poltica radical de la cultura?

    La peculiaridad concerniente a la vida intelectual inmediatamente despus de 2001 fue la flamante interpelacin de las cohortes culturales por la cosa pblica o, con mayor precisin, por las eficacias que revel la reemergencia de lo poltico en el corazn de la creatividad intelectual. Las y los intelectuales de distintas procedencias se acercaron a las asambleas barriales o a los grupos piqueteros, crearon junto a la poblacin inquieta centros de difusin cultural, salieron a las calles en los cacerolazos, discutieron sobre las alternativas de la hora. Poetas quisieron abrir la semntica de la realidad, no para expresar una realidad preexistente, sino para instituirla estticamente en una praxis cultural refigurada. El cambio fue interesante porque, con todas sus contrariedades, tension desde el interior la autonoma abstracta del conocimiento y de la esttica que la ideologa universitaria siempre tiende a cristalizar. Si hubo caminos mal elegidos (como los que subsumieron la especificidad del valor esttico en la mera comunicacin de ideologemas), una filigrana de preguntas sobre qu arte o saber merecan germinar al calor de la crisis abati las pretensiones de separacin radical respecto de la vida colectiva. Artistas de la fo

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    El porvenir de una nueva generacin

    tografia y el corto documental produjeron obras relativas a las movilizaciones callejeras, la represin policial y las experiencias de lucha. Las murgas se unieron a las asambleas barriales y participaron en las marchas aportando su creatividad, que exceda largamente, y por eso enriqueca, las discusiones polticas. Ese mundo cultural, irreducible a la vida acadmica o mercantil, sobrepasndola en su productividad intelectual, mostr en acto el porvenir de nuestra generacin.

    Como intelectuales tenemos campos especficos de accin y sitios de encuentro. Es perfectamente vlido y deseable que cada cual desee realizar sus habilidades singulares: escribir buenas novelas, filmar pelculas innovadoras, presentar una instalacin original, producir un riguroso argumento filosfico. En esos terrenos, desde el solo hacer individual o grupal, podemos actuar de acuerdo a los estndares de las especializaciones. Tras una consolidacin generacional habremos transformado un sector crucial de las normas de los campos especficos de nuestras producciones. Como lo muestro en el caso de la historia en los ensayos de la Segunda Parte, es dificil que en nuestras obras acadmicas, artsticas o polticas, nos mantengamos en la normativa existente, si queremos subvertir los atributos de nuestras prcticas. En ese plano del obrar cultural, ninguna transformacin esencial se logra sin la coalicin estructurada de una diversidad de vocaciones pertrechadas de teora y poltica. Sobre los contenidos concretos de esas subversiones nada puedo decir. Creo que s es factible sealar una caracterstica global: no debemos ser absolutamente contemporneos de nuestra poca. En otras palabras, antes que adaptamos a las reglas de nuestros respectivos oficios, se trata de reformularlos de acuerdo a las exigencias de las potencialidades de la praxis que nos parezcan deseables. Un cierto anacronismo es productivo. Es el anacronismo de la aspiracin a ir construyendo, en el presente, las maneras de la sociedad futura.

    La especializacin intelectual inducida en las universidades merece algunas aclaraciones. El proceso de profesionalizacin que con sus vaivenes se verific desde 1984 ha tendido a recluimos en nuestras incumbencias particulares. Incluso se ha creado un cinturn aislante respecto de otros intereses. Por ejemplo, la dedicacin cientfica a la antropologa har que la persona X, profesora en la universidad de Rosario e investigadora del Conicet, sea mal vista (y aun sea perjudicada) por escribir tambin literatura o ensayo. Es secundario que

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  • La nueva generacin intelectual. Omar Acha

    su tarea cientfica en la antropologa sea de buen nivel; el problema es la dispersin de sus energas que alguna comisin se creer con de~ recho a reprender. Por otra parte, las exigencias de publicacin y presentacin de ponencias o direccin de investigaciones conducen a una delimitacin de los intereses intelectuales. Cada cual tiende a leer exclusivamente sobre tu tema de trabajo, dejando de lado un cultivo slido de la literatura, el teatro o la msica.

    La especializacin slo adquiere un aliento intelectual si se sita en una perspectiva universal, cuyo acceso es posible a travs de la politizacin. Slo as la formacin especfica puede ser convertida en prctica crtica. Por eso la especializacin cientfica de ndole burocrtica es peligrosa cuando despolitiza y recorta la visin intelectual.

    Para nuestra generacin esa castracin del saber constituye un problema grave. Las implantaciones universitarias ejercen potentes presiones contra la constitucin de ejercicios cientficos crticos que excedan las ideas preconcebidas sobre cmo llevar adelante una "carrera" cientfica o artstica., Puesto que actuamos en relaciones de fuerzas institucionalmente destinadas a reproducir las prcticas existentes, uno de los terrenos donde debemos innovar es en la transformacin de las formas de producir conocimiento y arte que predominan en las universidades (incluyo aqu a todos los organismos de educacin superior).

    El cambio generacional debe producir efectos en las prcticas del saber y la creacin. La transaccin con las especializaciones existente~ es inevitable. Ahora bien, si asumimos el mandato de la politizacin, eso no produce un cortocircuito entre dos fidelidades antagnicas? La incompatibilidad entre expertise e intelectualidad es irrelevante para nuestro proyecto. No obstante, el dilema de Max Weber sigue vigente: Cmo construir mediaciones entre los perfiles distintos que caracterizan al quehacer cientfico y al poltico? El cientfico tiene una tica del conocimiento que no debe estar sometida a a prioris ideolgicos. No interesa que esa condicin sea en ltima instancia imposible. El ideal de objetividad es imprescindible. En cambio, la prctica poltica busca la construccin de un orden social concreto, y para lograr ese fin moviliza los recursos disponibles. No busca la verdad; aspira a un cierto tipo de poder. La divergencia valorativa entre ambas prcticas es irresoluble. Se equivocan tanto quienes desean una ciencia sin ideologa como quienes aspiran a una unidad sin dificultades. Pero, por qu esa tensin constante debera resolverse a favor del arte puro o del acade

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    El porvenir de una nueva generacin

    micismo? O bien: Por qu la ideologa debe fagocitar al conocimiento riguroso o a la escritura audaz? Intentar superar esa ambigedad es tan imposible como innecesario. Por qu lamentar su irreductibilidad antes que usufructuar su increble riqueza?

    Debemos negar la divisin del trabajo? La actitud al respecto no debe ser la de reclamar una "independencia" ingenua y autocomplaciente, sino la de elaborar las torsiones prcticas posibles para actuar en este mundo, tal como existe, o ms exactamente, desde las trincheras de resistencia que podemos construir en el presente. La aspiracin a cambiarlo necesita ser pensada desde la situacin actual. De otro modo nos condenamos a la mera retrica.

    Una de las estrategias tradicionales de superacin del encierro acadmico consisti en la llamada "extensin universitaria" que buscaba un dilogo con la comunidad extra-universitaria, pero siempre conservando la funcin docente de la academia. Las prcticas de extensin, desde luego, son capaces de desarrollar interesantes proyectos de "salida" de los muros universitarios. Me parece que antes de intentar llevar la sociedad al interior de las facultades (un proceso siempre dificil para los individuos y grupos populares que no tienen experiencia en el ecosistema universitario ni dominan sus lenguajes), una atractiva posibilidad reside en la apertura de canales de comunicacin ms permanentes. Por ejemplo, en mi campo, tendra efectos ms sistemticos la escritura de obras de divulgacin no condescendientes, que aproxime los saberes histricos ms crticos y reveladores a la escena pblica plebeya. All tambin se nos plantea un dificil problema concerniente a la formacin profesional cuando pasamos al terreno de la produccin de documentales o pelculas histricas, ms comunicables con una audiencia popular. Tambin es posible superar la postura de emisin privilegiada y proponer formas de construccin popular de la historia, talleres de recuerdo y conversacin sobre las experiencias polticas. As las cosas, reuniones peridicas sobre la militancia de los aos setenta pueden combinar la reflexin grupal con la recoleccin de materiales para el trabajo histrico o sociolgico.

    Antes que abandonar el lugar peculiar del intelectual es preciso proponer su reinvencin. Existe una particularidad de la posicin intelectual que generalmente molesta a la intelectualidad autoculpabilizada. Para resolverlo pretende sumarse al pueblo, no obstante lo cual contina operando como lderes gracias a sus capitales culturales. Parece ms

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  • La nueva generacin intelectual. Ornar Acha

    honesto y polticamente productivo poner en cuestin las funciones especficas que la intelectualidad puede cumplir en un movimiento social o en interlocucin con l. Su negacin, en cambio, ocluye un examen creativo.

    La reconstruccin de las prcticas intelectuales despus de 1983 promovi la constitucin de "campos intelectuales", caracterizados por reglas propias y una autonoma relativa respecto del resto de la sociedad. Aunque los puentes con las relaciones sociales exteriores al campo fueron permanentes, la aspiracin primordial consisti en definir los atributos del sistema intelectual concreto. En nuestra situacin contempornea debemos redefinir las formas de estructuracin de nuestras prcticas intelectuales.

    Es necesario fundar "campos", con sus legitimidades, circuitos, e incluso sus "teoras". Ese proceso no es realizable con los hbitos aprendidos, reproducindolos en otros sitios. Lo dificil es hacer que esos campos no cristalicen en moldes conservadores, sino que devengan igualitarios1 proliferantes, promiscuos, plebeyos, democrticos. El proyecto es tan contradictorio como inevitable. Cmo hacer las relaciones de poder flexibles y en permanente evolucin? Cada campo debe tener una "objetividad" para triunfar y una pulsin autorreformadora constante para socavar la ortodoxia. Si uno de los polos de la tensin triunfa, lo que de all surja ser un producto indeseable.

    Sobre todo, es decisivo eliminar la necia bsqueda de liderazgos carismticos, que han sido una plaga de la poltica de izquierda y tienen su correlato en la intelectualidad crtica. En el pequeo mundo de las inteligencias de izquierda campea una maldicin: o bien tenemos intelectuales solitarios, y por ende con pretensin de francotiradores ms o menos crebles pero impotentes, o bien encontramos sectas dependientes de un capanga. Se trata de lderes eglatras y autoritarios, con malos o buenos modales, pero siempre asegurando su soberana en una pequea corte, expulsando peridicamente a quienes intenten levantar la cabeza. Los seguidores del liderazgo someten las ideas al examen del conductor, que suele aprobarlas porque las indujeron desde el principio, coartando lo que pudiera exceder su supremaca o la teora-verdad predefinida. Cada grupo as cohesionado publica su revista, organiza sus coloquios y se encarga de ningunear o insultar a los otros. El silencio o el aniquilamiento verbal de los sectores en competencia revelan la crisis general de la intelectualidad de izquierda.

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    Salv? los grupos que hacen del sectarismo una visin del mundo, todo el espectro deplora el sectarismo, el autoritarismo y la pobreza prctico-ideolgica de las distintas fracciones de la izquierda. Sin embargo, se observa la reiteracin de las mismas lacras, con maneras variables, aun entre quienes hacen de su crtica una bandera de autolegitimacin.

    La dificultad no es superficial y debemos ir ms all del mero lamento. Porque por una parte esa crisis de la lgica de los ineptos caudillismos intelectuales no se reduce a expresar el desvaro ideolgico que castiga a la izquierda. Y es que, por otra parte, nace tambin de una estrategia inadecuada para delimitar el campo de una praxis intelectual de izquierda crtica. El flujo interminable, rizomtico, de ideas en expansin infinita, prescinde de lo poltico. En efecto, es inevitable establecer una frontera que otorgue coherencia a un "nosotros" de izquierda, lo que conlleva una cuota inevitable de "dogmatismo" (todo grupo se constituye trazando una cierta frontera, que no tiene que ser xenfoba, pero s suficientemente delimitadora para permitir un reconocimiento del eje nosotros/ellos).

    La fuerza de una energa creativa se destruye si no encuentra obstculos. Para que se expanda una potencia es necesaria la definicin de un otro. Esa identificacin del distinto es la cara desagradable y fundacional de lo poltico y lo cultural. Para hacerlo no es inevitable reiterar el error poltico tradicional de la elevacin a ortodoxia de una verdad inmarcesible, inmodificable, ni establecer una identidad sectaria. Pero es preciso realizar distinciones estratgicas y determinar lmites. Para una generacin intelectual es aqu donde la ausencia de un matricidio o un parricidio se muestra con toda su eficacia represiva: cmo delimitaremos una intelectualidad de izquierda sin caer en los narcisismos de las sectas? Mi idea es que, justamente, esos liderazgos de los grupos culturales pretenden reemplazar el trabajo de un replanteamiento del obrar intelectual en la izquierda. Si descartamos cualquier relevancia del caciquismo, cmo estableceremos los desniveles culturales que alimenten nuestra fuerza?

    Un desafio consciente que tenemos es la plasmacin de una obra especfica y por lo tanto gobernada por sus propias reglas, yel de extender esa praxis intelectual hacia conexiones democratizantes que cuestionen la autonoma intelectual. Pues es cierto que esa autodeterminacin no solamente tiende a legitimar la autonoma, sino tambin

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  • La nueva generacin intelectual. Omar Acha

    a clausurar el campo as constituido. Probablemente sea ese combate entre la especificidad del obrar y la apertura de nuevas prcticas una tensin interna, inmanente, de todo hacer intelectual politizado. La tendencia hacia una socializacin de lo intelectual es el rasgo definitorio de una radicalidad cultural socialista, esto es, colectiva, plebeya e igualitaria. En el largo plazo el ideal socialista es la complejizacin de la vida intelectual antes que su disolucin.

    Cmo poner en cuestin las compensaciones simblicas actuales y cmo constituir otras? Cmo se ligan con la vida universitaria o los organismos estatales que financian pelculas u obras de teatro? Va de suyo que la adquisicin de una identidad generacional debe ser algo ms que un discurso. Sin la acumulacin de recursos de reconocimiento y de circulacin de ideas, el quehacer colectivo perder rpidamente su capacidad de reproduccin. Las seducciones de la universidad y del Estado son demasiadas para dejar inmune a intelectuales que deben trabajar para vivir. Por eso la reflexin sobre las instituciones existentes como espacios de accin intelectual se ubica entre los primeros puntos de la agenda.

    Una constatacin inicial es el de la porosidad de la universidad y del Estado. Se trata de una relacin siempre peligrosa. Cmo evitarla? Formando una comunidad hippie de ideas en una casa ocupada? Eso es inviable, y yo creo que indeseable. En primer lugar porque toda organizacin es compleja, posee diversos sistemas de normas que suelen ser inconsistentes entre s. No son panpticos. Las filtraciones son mltiples y los espacios de autonoma no escasean, aunque sus alcances sean estrechos. En segundo lugar, las personas que circulan por las universidades y centros culturales constituyen un suelo germinal de nuestra generacin. Ms an, esta generacin que se construye se encuentra naciendo tambin all. Su expansin se alimentar de las nuevas camadas de estudiantes de arte y geografia, de economa y escenografia, de medicina y urbanismo. En tercer lugar, porque esas instituciones expulsan a la mayor parte de sus estudiantes y graduados. Est claro que la insercin en la docencia o en la investigacin puede incluir a un sector restringido. Quienes por distintas razones no ingresan al sistema universitario suelen dedicarse a la docencia primaria o secundaria, a conducir taxis o hacer un trabajo de oficina. Grandes masas de inteligencia son desperdiciadas por la estrechez del mercado de trabajo universitario, las deficientes condiciones que suelen primar en 112

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    los otros niveles educativos, o por las dificultades de entrar en los circuitos de la produccin artstica.

    No est all el semillero esencial de nuestra generacin? En efecto, las limitaciones de las instituciones estatales y privadas conforman la base sociolgica de la nueva generacin. Suele suceder que la referida expulsin permite percibir en el saber universitario las relaciones de poder que para quienes "triunfan" suelen ser invisibles (se tornan en "excelencia acadmica"). En suma, pensaremos en las instituciones como sitio de inseminacin cultural pero no perderemos de vista ese mundo mucho mayor que queda afuera.

    Parece necesario reflexionar generacionalmente sobre las posibilidades abiertas por las instituciones pblicas como la universidad. Hay en ella un rasgo latinoamericano. La universidad pblica (estatal) constituy un dato constante de la historia de las generaciones intelectuales argentinas. La mayora de la generacin de 1837 se educ en el Colegio de Ciencias Morales y la reciente Universidad de Buenos Aires, ambos productos del reformismo rivadaviano, y las que luego siguieron en nuestra historia se formaron y conspiraron en polticas de la cultura nacidas al calor de las contrariedades universitarias. Sin la universidad no se explican las generaciones de 1918, 1955 1970. Tampoco se entendera buena parte de la nuestra. La universidad no fue ni es la nica fuente de inquietudes de las generaciones intelectuales. Las organizaciones polticas, al menos desde 1900, tambin fueron partcipes de las dinmicas de gestacin generacional, y hoy estn presentes tambin los movimientos sociales. Pero como sea, si nos privamos de pensar las universidades dejaremos de lado un espacio crucial de construccin intelectual.

    La universidad pblica es un espacio de saber que debe ser defendido en su calidad cientfico-crtica y en su apertura democrtica. Una de las caras ms desagradables de las izquierdas en la universidad es que no sabe promover polticas del saber de largo aliento. En lo que conozco, que es el panorama universitario de historia, la izquierda es indigente para proponer alternativas a la ya vieja historiografia socialdemcrata. Cuando se logra instalar ctedras "paralelas" que provean nuevas perspectivas histricas desde la izquierda, a veces los productos son lamentables. Pero no creo que esa necedad de la poltica de izquierda est condenada a la indigencia intelectual. Para superar las maas cristalizadas y disear alternativas

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    autnticas capaces de articularse con una poltica cultural conectada con una nueva generacin ser preciso consumar una revisin terica de las prcticas de la izquierda.

    La nueva generacin tambin tantea sus destacamentos entre la intelectualidad ligada a los partidos y organizaciones de izquierda, generalmente identificados con alguna variante del marxismo. Esa pertenencia presenta temas especficos, como la dificil convivencia entre la adscripcin a una lnea poltica con implicancias tericas profundas y la libertad hereje que debe reclamar el conocimiento revolucionario. Las lealtades partidarias muchas veces conducen a que intelectuales tericamente muy cercanos se hallen enfrentados por sus pertenencias organizativas, frustrando cooperaciones que seran productivas para la elaboracin de saber crtico. Como sea que se resuelva el problema, derivado del valioso compromiso militante que demuestran las y los intelectuales de partido, su contribucin a la nueva generacin no puede faltar a la cita. Dado que los partidos y organizaciones de izquierda tienen hoy una importante presencia en las universidades pblicas, su concurso en la transformacin de la vida universitaria es crucial, siempre que admitan la necesidad de revisin de numerosas de sus prcticas anquilosadas.

    En cambio, respecto de las universidades privadas, puede decirse que si bien no son espacios totalmente cerrados para el tipo de construccin cultural que necesitamos, se encuentran a una notable distancia del semillero generacional propio de las universidades pblicas. Las universidades privadas pueden lograr, est dems decirlo, niveles interesantes de enseanza y produccin cientfica, pero su matriz sociolgica est reida con las aperturas de una vocacin intelectual. Las privadas son el espacio por excelencia de los peritos que piensan en el plano de la aplicacin de saberes especializados. Las pblicas desarrollan una expertise tanto o ms calificada que la producida por las privadas, pero es constitutiva la inyeccin de una pregunta social: en qu contribuye este conocimiento al bienestar de la poblacin? Esta pregunta cambia todo. Desplaza los goznes del cientificismo y multiplica el inters cientfico, abrindolo a la interrogacin "intelectual".

    La universidad privada cultiva una posicin subjetiva distinta, poco interesada en una deriva generacional. Su humor es individualista, o en todo caso constituye "grupos de trabajo" de individuos sin aspiracin a devenir colectividad. y puesto que lo intelectual est vinculado a lo 114

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    social, a lo grupal, es que se revela una incompatibilidad estructural. Recuerdo tina nota del diario La Nacin, del 27 de noviembre de 2000, donde se describa a los nuevos intelectuales argentinos de la era de la globalizacin. Se mencionaban sus doctorados internacionales y los puestos en las universidades privadas. Se deca que estaban "lejos de Sartre" y ms cerca del "modelo americano". Cmo podra ser de otra manera si la mayoria mam de ese modelo sus criterios de la prctica profesional, e incluso alguno de ellos sus valores sociales? El gran problema de la nota consista en que se haba reunido al grupo de "intelectuales" (que en realidad eran profesores) en un predio de la Universidad de San Andrs, con escasa presencia de pensadores de una extraccin ms pblica. Salvo alguna excepcin, el cuadro era poco sorprendente. Es que el tono ideacional de las universidades privadas es liberal, con claras preferencias tecnocrticas. En ellas hay matices, pero lo esencial es la imagen de conjunto que no lo define un profesorado heterogneo sino el sentido global de la institucin. Por una asociacin arbitraria se piensa que el enfoque liberal est ms ceido a una nocin de profesionalismo, de restriccin de las incumbencias a lo que se concibe como especficamente cientfico. No est nada mal la eficiencia acadmica. Sus aportes de investigacin son importantes. Pero hablar de obrar intelectual implica introducir una cua poltica de otro orden, articulable, pero dismil de la normalidad epistmica universitaria.

    El espacio universitario de esa intervencin que parasita el quehacer cientfico es todava, hoy y en la Argentina, la universidad pblica. Una universidad en situacin crtica e incapaz de dar respuesta a las necesidades profesionales. Paradjicamente, es una de las fuentes de la nueva generacin intelectual.

    En diversos contextos urbanos la "politizacin" de los intelectuales durante el siglo XX puede ser explicada por el subdesarrollo de formaciones institucionales de especializacin. La experiencia de la intelectualidad en los pases colonizados es el caso obvio. Quienes iban a estudiar a los pases dominantes retomaban a sus tierras con ideas nuevas y sin posibilidades de una integracin acadmica. Volvan marxistas y anti-imperialistas. En el caso de la Argentina de la segunda mitad del siglo, hubo una doble entrada para la politizacin de los intelectuales: la represin del movimiento peronista y la debilidad de las instituciones universitarias especializadas en las humanidades y las ciencias sociales.

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    La lgica de la politizacin de nuestra generacin no se debe a la carencia de campos singulares de actividad cientfica o artstica, sino justamente a lo contrario. La consolidacin de instituciones destinadas a regir la prctica acadmica y creativa durante el ltimo cuarto de siglo fue exitosa. La definicin de ortodoxias -una consecuencia inevitable de la legitimacin de todo hacer cultural especializado- logr determinar lites relativamente cerradas y saberes "superiores". Esa limitacin del sentimiento y del pensamiento a formas especficas es hoy una barrera a la expresin de deseos intelectuales nuevos. La imposibilidad de una expansin presupuestaria arroja lea a ese fuego de origen estructural.

    Es evidente que no debemos restringir la inquietud intelectual a las ansiedades tpicas de las nuevas proles profesionales. La revuelta "intelectual" tendr siempre una cuota importante de entuerto sobre la legitimidad (y por ende se situar en el campo del otro). No obstante, la persistencia de un horizonte de crisis orgnica en la sociedad argentina se suma a la expulsin de profesionales que realiza la universidad y la estrechez de las redes del campo artstico. El contexto nacional-profesional as constituido se hace particularmente sensible a los conflictos que atraviesan la sociedad. La endeble recuperacin del orden propiciado por el momento kirchnerista habilita una transposicin con rara facilidad de los conflictos polticos y socialeS'a los mbitos artsticos y universitarios. La cerrazn olmpica de esos ambientes a la politizacin slo podra ser conjurada a travs de una nueva formacin de los campos. Existen tendencias hacia ese objetivo. Se trata de la voluntad de hacer ms norteamericana a la universidad y al financiamiento del arte. Sin embargo, la universidad de masas y la vigencia en las ciudades de una vida cultural que habita en los entresijos del mercado impide la privatizacin del saber y del hacer. Es evidente que un proyecto estratgico de erradicacin de la "poltica" de la vida intelectual en potencia debera ser acompaada de una estrategia de destruccin de la universidad pblica y el desarrollo de una amplia institucionalizacin del arte. En ninguno de esos dos terrenos se advierte una poltica decidida. El edulcorado setentismo actual no parece interesado en una neoliberalizacin de la cultura.

    Nacida de la heterogeneidad social, sexual, cultural, poltica, econmica, tnica, una generacin se funda como tal alrededor de un proyecto compartido. Esa es su "ideologa", si entendemos por esto la

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    sntesis de lo diverso y la capacidad de extensin hacia nuevos planos de la cuhura. La pertenencia a una generacin es eficiente cuando interroga a los sujetos que la componen, cuando los lleva a preguntarse "qu hacer?" y les presenta una alternativa colectiva y, por lo tanto, inevitablemente politizada. Al asumir (o interiorizar) esa pregunta, el individuo se identifica con un sentido supraindividual y, sin abandonar sus capacidades singulares, se piensa con otras y otros. Adviene l Mitsein. Insisto con el se piensa porque cuando esa pregunta es automatizada, inconsciente, es que se hace condicin de posibilidad de la reflexin. La mquina de construccin generacional ya ha logrado su cometido. Se reproduce. El desafio es transformar el dispositivo en un mecanismo de autodestruccin constante. No ser sencillo. Construir con otros es doloroso. El camino entre muchos se toma complicado porque las diferencias hieren. La riqueza del intercambio est plagada de conflictos. La realidad de la comunicacin es antihabermasiana: lo estructural es el antagonismo. Por eso no se crea que la perspectiva generacional es un atajo de esfuerzos que deberan ser individuales. Al hacemos cargo de una aspiracin generacional, es decir, de una conspiracin, nos estamos ubicando en situaciones de tensin y contrariedad.

    La novedad de la vocacin socialista de la praxis intelectual generacional no es de aprehensin sencilla. Percibamos los aprietos a que conduce un inteligente anlisis, como el de Maristella Svampa, sobre las vicisitudes contemporneas de una refiguracin del compromiso intelectual. Interesa su reflexin porque se trata de una intelectual que no condesciende con el academicismo rampln. Svampa percibe bien que la crisis de 2001 despert en "las nuevas generaciones de investigadores" una pulsin poltica. Ese deseo desemboc, en algunos casos, en una "investigacin militante" que deriv en una identificacin con los movimientos sociales, mellando la capacidad anlisis crtico respecto de esas mismas corrientes activistas. El beneficio logrado por la construccin de campos disciplinarios cedi ante la fidelidad poltica,. En efecto, agrego yo, fue penoso ver en estos aos que las entrevistas a los dirigentes de los movimientos sociales eran propuestas como formas de conocimiento y praxis poltica. Pero la sociloga no recae en los modelos que encuentra en la hegemona acadmica (el experto, el intelectual intrprete baumaniano y el intelectual ironista rortyana). Propone un tipo de investigador-intelectual que denomina

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    "anfibio", pues transita entre la academia y la militancia, que se adapta a los contextos. No es un intelectual mestizo que se desgarra entre dos mundos. El anfibio desafia el binarismo acadmico, para el que se es sujeto u objeto de conocimiento, se torna ms reflexivo sobre su prctica y colabora con el conocimiento como con la poltica.

    Ms all de las limitaciones de una perspectiva que est claramente referida a las ciencias sociales (el anfibio en la historia del siglo XIX o en la arqueologa incaica estara un poco incmodo, por no hablar de la geologa o la bioqumica), la meditacin de Svampa merece otras observaciones ms profundas. En primer lugar, la propuesta reposa en la definicin de qu es unJa intelectual polticamente comprometido/a en trminos individuales. Ese mismo enfoque malogr las apasionadas disquisiciones del intelectual palestino Edward Said en Representaciones del intelectual. Nada nos asegura que pensar la praxis intelectual hoy deba ser considerada en trminos individuales antes que en soportes colectivos. En segundo lugar, tampoco es obligatorio disear un slo .perfil de intelectuales crticos. La complejidad de nuestras realidades sugiere que es ms factible la coexistencia de distintos diseos de la praxis, condicionados por los objetos, teoras, contextos y polticas peculiares, todos ms o menos comprometidos con el conocimiento crtico, pero irreducibles a un modelo, sea el anfibio o cualquier otro. En tercer lugar surge el tema ms difcil. El trnsito entre universidad y praxis poltica es infinitamente ms complejo que el sealado por Svampa. La nocin de anfibio es insuficiente para percibir los conflictos del pasaje entre ambos campos. Por ejemplo, cmo se sita una intelectual que milita en un partido poltico entre las adscripciones divergentes? Qu decir de los compromisos intelectuales que tienen un lazo slo accesorio con la universidad? Evidentemente, nos encontramos en un momento formativo, de conjeturas, que merecen una discusin extensa. No obstante, el molde generacional incita a pensar las alianzas colectivas. Creo que en el envase de coaliciones generacionales de una intelectualidad politizada hallaremos una diversidad de perspectivas, convergentes en la multiplicacin de nimos de conocimiento y significacin inconformista